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    "El socialismo y la religión" - texto de Anton Pannekoek - publicado en Revista Socialista Internacional - año 1907

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    pedrocasca
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    Mensaje por pedrocasca Dom Mayo 20, 2012 8:18 pm

    "El socialismo y la religión"

    texto de Anton Pannekoek - publicado en Revista Socialista Internacional en abril de 1907

    traducido del inglés y publicado digitalmente por el Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques

    I
    Si intentamos encontrar una clave para la relación recíproca entre socialismo y religión, en la actitud práctica de los oradores y escritores socialistas y la de los portavoces religiosos, seremos fácilmente llevados a creer que, a este respecto, reinan el mayor malentendido, confusión y contradicciones internas. Por un lado, vemos que numerosos trabajadores, cuando se unen a las filas de los socialistas, también arrojan por la borda su fe teológica y, a menudo, combaten la religión con ferocidad; es más, las enseñanzas, que forman la base y fuerza del socialismo actual, y que juntas forman una concepción del mundo enteramente nueva, están irreconciliablemente opuestas a la fe religiosa. Por otra parte, vemos a feligreses cristianos, incluso sacerdotes, reivindicar el socialismo, precisamente a cuenta de sus enseñanzas cristianas, y juntarse bajo la bandera del movimiento obrero. Y todos los agitadores y -lo que todavía es más importante- todos los programas de los partidos socialistas internacionales, declaran unánimemente la religión como un asunto privado de los individuos, en el que los otros no tienen por qué interferir.

    No obstante, la mayoría de los sacerdotes y representantes oficiales de la religión combaten la socialdemocracia muy celosamente. Ellos sostienen que este movimiento apunta justamente a exterminar la fe, e insisten hipócritamente en todas las declaraciones de nuestros grandes campeones, Marx, Engels, Dietzgen, en que ellos hacen comentarios críticos sobre la religión y defienden su propio materialismo como una doctrina científica. A esto, de nuevo, se oponen camaradas en nuestras propias filas que, confiando en la declaración de neutralidad hacia la religión de nuestro programa de partido, preferirían prohibir la extensión de tales posiciones, que herirían los sentimientos de la gente religiosa. Dicen que la meta de nuestro movimiento socialista es puramente económica. A ese respecto tienen razón, y no dejaremos de repetir esto una y otra vez en refutación de las mentiras de los predicadores. Nosotros no deseamos inocular a la gente una nueva fe, o un ateísmo, sino que, en su lugar, preferimos llevar a cabo una transformación económica de la sociedad. Deseamos desplazar la producción capitalista por otra socialista. Cualquiera puede comprender la practicabilidad de tal producción colectiva y sus ventajas sobre la explotación capitalista, por razones que nada tienen en absoluto que ver con la religión. Con este fin, queremos obtener el poder político para la clase obrera, dado que es indispensable como un medio para esta finalidad. La necesidad o, al menos, la conveniencia, de esta transferencia del poder político, puede ser entendida por cualquier trabajador a partir de su experiencia política, sin ninguna mayor ceremonia, sin entrar en consideración de si, en materia de fe, es protestante, católico, judío o un librepensador sin religión alguna. Nuestra propaganda, entonces, se consagrará exclusivamente al trabajo de elucidar las ventajas económicas del socialismo, y se evitará todo lo que pueda ir en contra del prejuicio de las mentes religiosas.

    Pero por más evidente como pueda ser esta concepción, al menos en su primera parte, tiene todavía su inconveniente, y habrá pocos que estén de acuerdo con la última conclusión. Si fuera correcto, y si fuera nuestro objetivo predicar las bellezas del socialismo a todo el pueblo, entonces deberíamos dirigirnos, naturalmente, a todas las clases de sociedad, y en primer lugar a la más educada. Pero la historia del socialismo ha repudiado por completo a los sentimentalistas utópicos que querían hacer esto. Se encontró que las clases poseedoras no se preocupaban de estas ventajas, y que la clase obrera se volvía cada vez más accesible a esta comprensión. Esto, en sí mismo, indica que tiene que tomarse en consideración algo más que meramente probar al pueblo la practicabilidad de una transformación económica de la sociedad. Esta transformación, y su instrumento, la conquista de poder político por la clase obrera, puede ser sólo el resultado de una gran lucha de clases. Pero, para llevar a su conclusión con éxito esta lucha de clases, es necesario organizar al conjunto de la clase obrera, despertar su inteligencia política, dotarla de una comprensión completa de las fuerzas internas que mueven el mundo. Es, además, necesario estar familiarizado con las fortalezas y debilidades de los oponentes de la clase obrera, con objeto de hacer el mejor uso de ellas, y para ser capaces de enfrentar energéticamente todas las influencias que podrían debilitar la fuerza interior y exterior del ejército organizado de los obreros. Sólo una clara apreciación de todos los fenómenos políticos y sociales puede preservar a los presentes dirigentes y miembros del movimiento socialista de los deslices y errores que podrían dañar seriamente la propaganda entre las masas todavía no ilustradas. Sólo el conocimiento profundo les capacitará para arrebatar, mediante sus tácticas, siempre nuevas concesiones a sus enemigos y beneficiar a la clase obrera.

    Si es un hecho que se requiere la mayor cantidad de conocimiento y comprensión en nuestras filas, para el propósito de emprender bien nuestra lucha, y si los escritos materialistas de nuestras principales mentes tienden a aumentar esta inteligencia, entonces implicaría grandes desventajas intentar ocultar y suprimir estos escritos y concepciones, por ninguna otra razón que la de evitar un choque con los prejuicios de la gente de conocimiento limitado.

    Nuestra teoría, la ciencia socialista fundada por Marx y Engels, fue la primera en proporcionarnos claros vislumbres de las diferentes interrelaciones que influyen en nuestro movimiento. Será, por consiguiente, necesario para nosotros volver a esta ciencia, para una respuesta satisfactoria a la cuestión de la relación entre el socialismo y la religión.

    II
    Si queremos decidir nuestra actitud hacia la religión, para ello será necesario que primero nuestra ciencia nos esclarezca acerca del origen, la naturaleza y el futuro de la religión, y este esclarecimiento, como toda ciencia, debe basarse en la experiencia y en los hechos.

    Ahora nos encontramos en todos los países con un movimiento socialista fuertemente desarrollado, con que la masa de obreros con conciencia de clase carece de religión, o sea, no creen en ninguna doctrina religiosa y no se adhieren a ninguna de ellas. Esto parece, a primera vista, de lo más peculiar, en tanto esta masa no ha recibido generalmente sino poca instrucción. Por otro lado, las clases “educadas”, es decir, la burguesía, retornan más y más a la fe, aunque hubiese una vez entre ellas un fuerte movimiento antirreligioso. Parece, entonces, que la creencia o la incredulidad no son, principalmente, un resultado de la cultura, de un cierto grado de conocimiento e ilustración. Los obreros socialistas son los primeros entre los cuales la irreligión aparece como un fenómeno social de masas. Debe haber alguna causa definida para esto, y si esto no se demuestra meramente un hecho transitorio, debe necesariamente producir una restricción cada vez mayor del campo de la religión por el socialismo.

    Los partidarios de la religión sostienen que éste no es ora el caso, pues la religión, según ellos, algo es más, y más elevado, que una mera fe teológica. La devoción a un ideal, la disposición a hacer sacrificios por una gran causa, la fe en la victoria final del Bien -todo eso se dice que es también religión-. En este sentido, el movimiento socialista debe ser incluso llamado profundamente religioso. Por supuesto, no vamos a ser quisquillosos con las palabras. Diremos simplemente, por lo tanto, que esta acepción del término religión no es el acostumbrado. Sabemos muy bien que las gentes trabajadoras socialistas están llenas de un gran y alto idealismo, pero en su caso esto no está unido a una creencia en ningún poder sobrenatural, que se supone gobierna el mundo y guía los destinos de los hombres. Nosotros sólo usamos el término religión en este último significado, es decir, como una creencia en un dios.

    Ahora permítasenos preguntarnos de dónde viene esta fe, y lo que significa. Es obvio que la fe en un poder sobrenatural, que gobierna a los hombres y el mundo, sólo puede existir en la medida en que las fuerzas reales que controlan los procesos de la naturaleza y en el mundo humano son desconocidas. Un Kaffir (cafre) que sirve como portero en una estación de la vía férrea sudafricana, y que de repente oye al aparato de Morse empezar a dar señales, cree que un dios está oculto en él. Se inclina profundamente ante el aparato y dice, reverentemente: “Yo informaré al jefe en seguida” (el operador del telégrafo). Esta concepción del hombre no instruido es totalmente comprensible, y de hecho es así como las gentes primitivas creyeron que la naturaleza a su alrededor estaba llena de toda clase de espíritus misteriosos. En su economía, ellos dependen totalmente de la naturaleza. Muchas fuerzas naturales y poderes desconocidos amenazan sus vidas y su trabajo, mientras que otros son favorables, útiles, beneficiosos para ellos. No tienen ningún medio para conocer y controlar esos poderes. Éstos se les aparecen como sobrenaturales, viriles, fuerzas con voluntades independientes y buscan influenciarlos con los medios de su horizonte mental limitado, con las oraciones, los sacrificios, o, quizás, amenazas. El escaso conocimiento general requerido para su economía está íntimamente conectado con sus concepciones religiosas. Los sacerdotes deben su gran influencia precisamente al hecho de que ellos son los directores mentales de la producción. Así como, en su concepción de las fuerzas de la naturaleza, el conocimiento empírico elemental y crudo está mezclado con la superstición fantástica, así también sus ceremonias religiosas forman una mezcla de acciones necesarias en la producción y de acciones totalmente supersticiosas e inútiles.

    La gente civilizada ya no está tan abrumadoramente influenciada por las fuerzas de la naturaleza. Aunque esto no quiere decir que sean científicamente entendidas en los comienzos de la civilización, con todo, los hombres están más fuera del alcance de su influencia directa. Sus métodos de producción y de trabajo se han vuelto tan desarrollados, que los hombres se sienten más independientes de los acontecimientos naturales y no están tan desvalidos frente a ellos como los salvajes. Cuando llegamos a una etapa más tardía de la civilización, a la edad del capitalismo, entonces nos encontramos con una ciencia natural en rápido desarrollo, que investiga las fuerzas y efectos de la naturaleza de modo sistemático y descubre sus secretos. Por la aplicación de esta ciencia en la técnica, las fuerzas de la naturaleza se hacen incluso un asunto de la producción de las necesidades de la vida. Para el hombre civilizado moderno, entonces, la naturaleza no posee más poderes misteriosos que pudiesen inducirle a creer en fuerzas sobrenaturales. Estos espíritus del pasado son domesticados y puestos a su servicio como fuerzas ordinarias de la naturaleza, cuyas leyes y procesos son conocidos para él.

    No obstante, encontramos que la clase en la que esta cultura y su supremacía sobre la naturaleza se encarnan, ha permanecido, o se ha vuelto de nuevo, religiosa en su mayor parte, con excepción de una fuerte corriente temporal de materialismo burgués en el siglo diecinueve. ¿Por qué es esto así? ¿Qué razón tienen ellos para asumir la existencia de un gobernante sobrenatural de los destinos de la humanidad? En otras palabras, ¿qué fuerzas están allí, que todavía afectan fuertemente a la existencia de la burguesía, y que son todavía desconocidas en su origen y naturaleza y, por consiguiente, todavía pueden considerarse por ellos como fuerzas misteriosas y naturales? Estas fuerzas se derivan del orden social. El refrán dice, de hecho, que cada uno es el capitán de su propia alma, pero en la práctica la mayoría de los capitalistas averigua que esto no es verdad.

    Como productor independiente, el capitalista puede hacerlo lo mejor posible, puede atender escrupulosa y frugalmente su negocio, puede explotar a sus empleados a fondo sin ningún sentimentalismo, puede mantener sus propios gastos dentro de un límite decente; pero, no obstante, los precios pueden caer hasta que tenga que vender casi sin beneficio, o incluso con una pérdida, y a pesar de sus esfuerzos el malvado monstruo del fracaso se cierne sobre él. O su negocio puede estar yendo bien, y puede estar acumulando dinero a una buena tasa, cuando de repente una crisis le alcanza y se traga todo su negocio. ¿Cómo ocurre esto? Él no lo sabe. Le falta el conocimiento de economía política que podría iluminarle sobre el hecho de que, el capitalismo, necesariamente debe producir grandes fuerzas sociales tales que pueden alzar al individuo a una elevada prosperidad si es afortunado, pero que también pueden destruirle. El origen de estas fuerzas debe buscarse en el hecho que la producción es, de hecho, social, pero sólo en la forma y apariencia de una producción dependiente de la empresa y el control privados.

    El individuo se imagina que está trabajando de modo independiente, pero tiene que cambiar sus productos con otros, y las condiciones del intercambio, los precios y la posibilidad de intercambiar del todo, son decididas por la totalidad de las condiciones sociales. La producción no es regulada conscientemente por la sociedad. Su carácter social está por encima de la voluntad de la humanidad, lo mismo que las fuerzas de la naturaleza y, por esta razón, las leyes sociales se encaran al individuo con la inevitabilidad y la inexorabilidad cruel de las fuerzas naturales. Las leyes de esta naturaleza artificial, de este proceso de producción, son desconocidas a él; por eso él está ante ellas como el salvaje está ante las leyes de la naturaleza. Ellas traen destrucción y miseria en muchas formas, ocasionalmente también fortuna. Ellas gobiernan su destino caprichosamente, pero él no las conoce ni las entiende.

    El proletariado socialista se sitúa ante estas fuerzas con una actitud diferente. Es precisamente su condición oprimida la que le priva de todo interés en la preservación del capitalismo y en la ocultación de la verdad sobre este sistema. Así, el proletario está capacitado para estudiar bien el capitalismo, está compelido a familiarizarse por completo con su enemigo. Ésta es la razón por la cual el análisis científico del capitalismo dado en El Capital, que es la obra de la vida de Karl Marx, encuentra repugnancia y poca comprensión por parte de los científicos burgueses, pero fue aclamado con aprecio entusiasta por el proletariado. Los proletarios encuentran en esta obra una revelación de las causas de su pobreza. Gracias a esta enseñanza, están capacitados para entender toda la historia del modo de producción capitalista. Se vuelven conscientes de las razones por las cuales ha de llegarles la hora de caer a innumerables pequeños burgueses, de por qué el hambre, la guerra y el sufrimiento a propósito de las crisis, tiene que seguirse necesariamente de esta producción. Pero ellos también ven de qué manera el capitalismo tiene que arruinarse por sus propias leyes. La clase obrera entiende por qué, a través de su propia penetración (insight) y conocimiento, serán capaces de desplazar el capitalismo por una producción social regulada conscientemente, en la que ninguna fuerza misteriosa pueda ya traer la destrucción a la humanidad. La fracción socialista de la clase obrera, entonces, se sitúa ante las fuerzas sociales tan inteligente y comprensivamente como lo hacen los burgueses educados ante las fuerzas de la naturaleza.

    Aquí, entonces, descansa la causa de la irreligión del moderno proletariado socialista y consciente como clase. No es el producto de ninguna propaganda antirreligiosa intencional. Ni es la reivindicación de ningún programa. Procede, más bien gradualmente, como consecuencia de la visión social más profunda que el pueblo trabajador adquiere mediante la instrucción en el campo de la economía política. El proletario no se divorcia de su fe por ninguna doctrina materialista, sino mediante la enseñanza que le permite ver clara y racionalmente a través de las condiciones de la sociedad, y en la medida en que capta el hecho de que las fuerzas sociales son efectos naturales de causas conocidas, la vieja fe en los milagros desfallece en él.

    III
    Para entender la naturaleza de la religión por completo -y sólo una comprensión completa nos capacitará para apreciar sus efectos en la sociedad presente- debemos llegar a una concepción clara de la naturaleza de cosas espirituales en general. Es a este respeto que los escritos filosóficos de Josef Dietzgen son tan valiosos, porque ellos nos proporcionan claridad sobre la naturaleza de la mente, de los pensamientos humanos, las teorías, las doctrinas, sobre las ideas en general. Sólo de este modo comprendemos plenamente nuestro papel en la vida social y en la lucha presente.

    Cualquier cosa que esté en la mente, es una reflexión del mundo fuera de nosotros. Ha surgido a partir de este mundo. Nuestra concepción de las cosas verdadera y real se deriva de nuestra experiencia en el mundo, nuestra concepción de las cosas buenas y santas de nuestras necesidades. Pero estas reflexiones mentales no son meros cuadros reflejados, que reproducen el objeto exactamente como es, mientras que la mente juega un papel puramente pasivo. No, la mente transforma todo lo que asimila. A partir de las impresiones y sensaciones, a través de las cuales el mundo material ejerce una influencia sobre ella, ella elabora concepciones y asunciones mentales. Dietzgen ha explicado que la diferencia entre el mundo y mente, el original y la copia, es esto: que el infinitamente variado, concreto, siempre cambiante flujo de fenómenos, en los que la realidad consiste, se convierte mediante la mente en concepciones abstractas, fijas, inmutables, rígidas. En estas concepciones los hechos generales, duraderos, importantes, prominentes, son separados del cuadro multicolor de fenómenos y designados como la naturaleza de las cosas. Del mismo modo, espiritualizamos con los términos bueno, moral, santo, aquellas, de entre las muchas cosas e instituciones necesarias para nuestro bienestar, que son esenciales para la satisfacción de nuestros requerimientos de perduración, vitales y generales.

    Es inherente a esta naturaleza de los conceptos y asunciones mentales que, aunque se derivan de la realidad, no pueden, con todo, seguir la realidad inmediatamente en sus incesantes alteraciones. Cuando una cosa ha sido recogida de la experiencia, una vez como una copia mental ésta se convierte en fija en la mente y permanece allí entronizada como una verdad reconocida; mientras, se están apiñando en la mente nuevas experiencias, con las cuales esa verdad ya no puede reconciliarse. Al principio, esa verdad resiste, pero gradualmente tiene que ser sometida a modificación, hasta que, finalmente, cuando los nuevos hechos han sido acumulados en masas aplastantes, es derrocada, o completamente entendida y alterada. Ésta es la historia de todas las teorías científicas. El lugar de la vieja teoría es tomado por una nueva, que proporciona entonces un resumen abstracto y sistemático a la provisión entera de hechos materiales.

    Nosotros no estamos tan interesados aquí en las teorías científicas, como en las concepciones generales acerca de la naturaleza del mundo y la posición del hombre en él incorporadas en las filosofías y las religiones. Éstas no son teorías abstraídas de las experiencias y observaciones especiales de exploradores dotados de conocimiento. Los hechos sobre los que están edificadas son más bien las experiencias y sentimientos de naciones enteras o de las clases populares. Ellas forman sus ideas y concepciones generales a partir de su experiencia concerniente a su propia posición en la naturaleza y los entornos sociales, particularmente los concernientes a los requerimientos de su vida. Dondequiera que poderosas fuerzas desconocidas les presionan -como hemos indicado antes- su concepción del mundo es dominada por fuerzas sobrenaturales, y otras concepciones se acoplan a este pensamiento fundamental. Éste fue el caso, hasta ahora, durante casi la totalidad de la historia, con sólo unas cuantas excepciones.

    Entonces, en las doctrinas religiosas nosotros encontramos las concepciones primitivas generales acerca de la naturaleza del mundo y de las relaciones del hombre con esas fuerzas desconocidas, expresadas en formas mistificadas. Todo lo requerido para el mantenimiento o los intereses de esta clase de la población asume la forma de una ley divina. Cuando toda esperanza de mejora por medio de la autoafirmación se ha ido, como aconteció entre los proletarios romanos arruinados de los primeros siglos de la cristiandad, entonces el dócil sufrimiento sin resistencia y el esperar inerte por la salvación sobrenatural se convierten en la más alta virtud. Pero, cuando se requiere una enérgica preparación para la guerra para mantener el dominio de un país conquistado, y es cumplida con éxito, como lo fue entre los judíos del Viejo Testamento, entonces Jehovah ayuda a su pueblo elegido, y aquellos que luchan valientemente obedecen sus leyes. Durante la gran lucha de clases en Europa, llamada la Reforma, cada una de las clases comprometida en la lucha consideraba como la voluntad de Dios cualquier cosa que estuviera de acuerdo con sus intereses de clase, pues cada cual sólo podía concebir esas cosas, que eran vitales para la existencia de su clase, como siendo absolutamente buenas y necesarias. Para los seguidores de Lutero, que amaba servir a un príncipe, la ley de Dios, o la verdad de Dios, demandaba la obediencia a la autoridad; para la burguesía libre de las ciudades ella demandaba la igualdad calvinista de los individuos y la selección por la gracia; para los campesinos rebeldes y los proletarios demandaba la igualdad comunista de toda la humanidad. Las religiones en pugna de ese período pueden compararse, de manera general, con los partidos políticos de hoy en día. Los miembros de la misma clase se agrupaban en torno a ellas, y en sus congresos (consejos) formaban, en la figura de confesiones de fe (nosotros diríamos programas, hoy día), sus concepciones generales de lo que ellos pensaban que era la verdad, lo bueno y lo necesario, y lo que era, consiguientemente, la verdad de Dios y la voluntad de Dios. En aquellos días la religión era algo vivo, profunda e íntimamente conectado con el conjunto de la vida, y por esta razón ocurría continuamente que la gente cambiaba su religión. El que un cambio de religión se considere meramente una suerte de violación del convencionalismo, como en nuestros días, es un indicativo de que la religión es dejada intacta por el gran movimiento social de los tiempos modernos, por las luchas que estimulan a los hombres, y deviene una mera cáscara muerta.

    Con el desarrollo de la sociedad han surgido nuevas clases y nuevos antagonismos de clase. Han crecido, dentro de las comunidades previamente existentes, a partir de las distintas clases creyentes y de los antagonismos resultantes de ellas. Del mismo estrato del pequeño burgués han emergido grandes capitalistas y proletarios. La confesión de fe, que era anteriormente la expresión con un vestido teológico de una convicción social viva, se convierte en una fórmula rígida. La comunidad de creyentes, anteriormente una comunidad de intereses, se convierte en una cosa fosilizada. Las concepciones mentales persisten por la tradición como formas teológicas abstractas, mientras tanto no sean sacudidas por el fuerte vendaval de una nueva lucha de clases.

    Cuando viene esta nueva lucha de clases, encuentra los viejos antagonismos tradicionales en su camino, y empieza entonces la lucha entre la fe tradicional y la nueva realidad. Los presentes intereses de clase efectivos son idénticos para la población trabajadora de diferentes confesiones religiosas, mientras que existe un profundo antagonismo de clase entre los trabajadores y capitalistas de la misma denominación religiosa. Pero la nueva realidad requiere tiempo para superar las viejas tradiciones. Desde los tiempos en que una comunidad religiosa representaba una comunidad viva de intereses, la asociación de los miembros de la misma fe ha sido transmitida como una tradición -y una tradición sagrada de aquella-. A causa de que esta asociación es la imagen mental de una realidad anterior, persiste como un hecho espiritual e intenta mantenerse contra la avalancha de los nuevos hechos, que influencian la mente del trabajador por su propia experiencia y por la propaganda socialista. Al final, el viejo grupo de concepciones e intereses, que se ha convertido en una cáscara muerta, debe ceder ante el nuevo grupo, basado en los intereses de clase actuales.

    La religión, por consiguiente, sólo es temporalmente un obstáculo para el avance del socialismo. En virtud de la sacralidad vinculada a sus doctrinas y mandamientos, puede mantenerse más tiempo y más tenazmente que otras concepciones burguesas, y esta tenacidad ha creado a veces la impresión de que la fidelidad de los trabajadores religiosos sería un impedimento práctico y una refutación del socialismo teórico. Pero, a la larga, incluso esta ideología sucumbe al poder de la realidad, como los trabajadores católicos de Alemania han demostrado.

    IV
    Las enseñanzas socialistas han inoculado a la clase trabajadora con una concepción del mundo enteramente nueva. La comprensión de que la sociedad está en un proceso de continua transformación, y de que la miseria, la pobreza, la explotación, y todo el sufrimiento de la actualidad, son sólo temporales y pronto cederán paso a un orden de sociedad que será inaugurado por su clase, en el que la paz, la abundancia y la fraternidad reinarán; esta comprensión debe revolucionar de abajo a arriba toda la concepción del mundo del trabajador. La teoría del socialismo suministra el fundamento científico de esta concepción del mundo. La economía política nos enseña a entender las leyes internas que mueven el proceso capitalista, mientras el materialismo histórico deja al descubierto los efectos de la revolución económica sobre las concepciones y acciones de la gente. Y esto está irreconciliablemente opuesto, como doctrina materialista, a la religión. El trabajador socialista, que ha reconocido sus intereses de clase, y que ha sido así inspirado con el entusiasmo por el gran objetivo de su lucha de clase, deseará entonces, de modo natural, lograr un entendimiento claro de los fundamentos científicos de sus acciones prácticas. Con este fin, se informa de las doctrinas materialistas del socialismo. Pero esto no meramente a cuenta de la satisfacción derivada de una comprensión completa que, para los partidos socialistas, es necesaria para promover entre sus miembros una comprensión completa de estas enseñanzas. Más bien, es necesaria porque tal comprensión es indispensable para un empuje vigoroso de nuestra lucha.

    El estado real de asuntos es, entonces, justamente el contrario del que creen y proclaman los teólogos. Nuestras doctrinas materialistas no sirven para privar a los trabajadores de su religión. Ellos sólo se aproximan a nuestras doctrinas después de que su religión ya se haya ido, y vienen a nosotros para una fundamentación más profunda y uniforme de sus puntos de vista. La religión no huye porque nosotros propaguemos las doctrinas del materialismo, sino porque la minan los simples nuevos espigueos en el campo de economía, recogidos por una observación cuidadosa del mundo actual.

    Al declarar que la religión es un asunto privado, no queremos decir que carezca de importancia para nosotros cuáles concepciones generales sostengan nuestros miembros. Preferimos una comprensión científica completa a una fe religiosa acientífica. Pero estamos convencidos de que las nuevas condiciones alterarán, por sí mismas, las concepciones religiosas y que la propaganda, religiosa o antirreligiosa, es incapaz de cumplir o impedir esto.

    Aquí reside lo crucial de la distinción entre nuestra concepción y todas las anteriores, entre el movimiento proletario actual y los movimientos de clase anteriores. Nuestra teoría materialista nos ha descubierto los fundamentos efectivos de las luchas históricas anteriores. Ha demostrado que siempre fue una cuestión de luchas de clases e intereses de clases, cuya meta era la transformación de las condiciones económicas. Los hombres no eran claramente conscientes de las razones materiales de sus luchas. Sus concepciones y objetivos estaban enmascaradas por una cubierta mística de verdades eternas y fines santos e infinitos. Sus luchas se llevaban adelante, por consiguiente, como luchas entre ideas, como luchas por la verdad divina en cumplimiento de la voluntad de Dios. Las luchas asumieron la forma de guerras religiosas. Más tarde, cuando la religión ya no ocupaba el primer puesto, cuando la burguesía, imaginando que podrían captar el mundo entero mediante la razón, luchaba contra los representantes de la iglesia y la nobleza, entonces esta burguesía imaginaba que estaban emprendiendo una lucha por lo racional último, por la justicia eterna basada en la razón. En ese periodo la burguesía abanderó el materialismo. Pero, en tanto todavía no entendían más que un poco de la auténtica naturaleza de la lucha, y la llevaban adelante en esa mistificación jurídica, aquí y allí [la presentaban] como una lucha contra la religión. No vieron que esta lucha no era otra cosa que una lucha de clase de la burguesía contra las clases feudales, y tenía por su objetivo solamente el establecimiento del modo capitalista de producción.

    A este respecto, nuestra lucha de clase es diferente de todas las anteriores; pues, en virtud de nuestra ciencia materialista, nosotros la reconocemos exactamente como lo que es, a saber, una lucha por la transformación económica de la sociedad. Aunque percibimos la elevada importancia de esta lucha, y a menudo expresamos en nuestros escritos que traerá la libertad y la hermandad a la humanidad, realizará los ideales cristianos del amor humano y emancipará el pensamiento humano de la opresión de la superstición, no obstante nosotros no presentamos esta lucha como una lucha ética por un ideal moral, como una lucha jurídica por la libertad y la justicia absolutas, o como una lucha espiritual contra la superstición. Porque nosotros sabemos que, en realidad, se emprende para la revolución del modo de producción, por los requisitos de la producción, y todas las demás cosas no son sino resultados que fluyen de esta base.

    Esta clara apreciación de la naturaleza real de nuestra lucha se expresa en la declaración de que la religión es un asunto privado. No hay ninguna contradicción entre nuestra doctrina materialista y esta reivindicación práctica. No representan dos puntos de vista antagónicos, que deban reconciliarse, en el sentido de que “las consideraciones de practicabilidad” deben reconciliarse con “la entereza del principio teórico”. No, al igual que nuestras llamadas consideraciones de practicabilidad son, en todas partes, resultados de una teoría que se entiende con claridad, así lo mismo aquí, como muestran las posiciones expuestas arriba. La declaración de que la religión es un asunto privado es, por lo tanto, una expresión de la naturaleza y finalidad claramente científicas de nuestra lucha, una consecuencia necesaria de nuestra teoría materialista de la historia, y sólo nuestro materialismo es capaz de proporcionar una defensa científica de esta reivindicación.



    Última edición por pedrocasca el Miér Ene 02, 2013 1:02 pm, editado 1 vez
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    Mensaje por pedrocasca Dom Mayo 20, 2012 8:26 pm

    Hay en el Foro al menos otro tema con un texto de Anton Pannekoek:

    "Propiedad pública y propiedad común" - texto de Anton Pannekoek - publicado en 1947 en Western Socialist

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    Mensaje por pedrocasca Mar Sep 11, 2012 5:26 pm

    Se ha publicado en el Foro el tema:

    "Los Consejos Obreros" - libro breve de Anton Pannekoek

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    Mensaje por pedrocasca Miér Ene 02, 2013 1:18 pm

    En la web de la Universidad federal brasileña de Santa Catalina hay varios textos de Anton Pannekoek que se pueden leer y descargar en castellano desde el enlace:

    (aunque el navegador da la opción Abrir o Descargar, recomiendo Descargar porque la otra opción parece no funcionar)

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    Mensaje por RioLena Mar Abr 07, 2020 2:17 pm

    El socialismo y la religión - Anton Pannekoek (1907)

    formato doc - 7 páginas

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    Mensaje por RioLena Jue Abr 16, 2020 9:26 pm

    se puede leer y copiar en:

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