La revolución industrial y el movimiento cartista en Inglaterra
escrito por Samuel Santibáñez - México, abril de 2005
Introducción
La clase obrera sigue viviendo situaciones que una y otra vez a través de la historia -como clase-, ha experimentado. Sin embargo no existe de forma ostensible y sistemática un mecanismo que conserve la memoria histórica a fin de evitar los errores y aprovechar los aciertos, en eso de traduce precisamente parte de la necesidad del partido obrero. Hace apenas unos días, el 7 de abril de 2005, Andrés Manuel López Obrador dirigente del PRD y jefe de gobierno del Distrito Federal, fue desaforado y aún está en veremos si enviado a la cárcel para quitarlo del camino hacia la presidencia en 2006 [...]
No es objetivo de este texto analizar los acontecimientos del México de abril de 2005, pero sí es aspiración de este autor analizar las condiciones materiales del surgimiento del primer partido político de la primera clase obrera de la historia: El Cartismo inglés en el marco de la Revolución industrial y sus consecuencias. Y es aquí donde aun encontramos lecciones en el movimiento Cartista que deberían ser estudiadas por los obreros conscientes contemporáneos.
Desde el inicio del movimiento Cartista en la década de los años 30 del siglo XIX, encontramos la dualidad del sector que buscaba construir el movimiento obrero a partir de la conciliación con la burguesía y otro sector que caminaba hacia la conformación de una alternativa de independencia de clase. El 10 de abril de 1848, hace casi exactamente 157 años, el dirigente de derechas del movimiento Cartista, O’Connor disolvió un mitin “pacíficamente” llamando a las masas a “alcanzar el triunfo por la reflexión”, a pesar de que días antes las masas gritaban: “Pan o revolución”. La disolución del mitin fue el inicio del fin del movimiento Cartista, que por un periodo de doce años fue experimentando por vez primera la organización de la clase obrera en un partido en contra de la explotación y particularmente un sector que avanzó por vez primera en una política de independencia de clase. Pero no sólo se trata del primer partido político de la clase obrera, sino de la primera clase obrera surgida de las relaciones capitalistas de producción. ¿Cómo se desarrolló la clase obrera? ¿Cuáles fueron los motivos que les arrojaron a las fábricas y en qué condiciones? ¿Cuál fue el proceso de asimilación de las nuevas condiciones y cómo esto se expresó en su organización económica y política?
Hoy, a pesar de que la innovación tecnológica ha conseguido enormes avances en la capacidad productiva, dos terceras partes de la humanidad viven en condiciones de miseria, enfermedad, desempleo, explotación y muerte. Por ejemplo, la capacidad de producción de alimentos de Europa central daría para abastecer a la humanidad entera, la capacidad de producción de chips electrónicos de Japón abastecería la demanda mundial, lo mismo el caso de acero para Alemania, en Argentina mueren niños de hambre cuando ese país tiene la capacidad de producción de carne bovina para 300 millones de personas. ¿Es acaso que estamos condenados a la barbarie? La respuesta es, no. Otro mundo es posible luchando por el socialismo. Toda la capacidad productiva alcanzada bajo el capitalismo podrá ser gestionada democráticamente por la clase obrera de acuerdo a un plan central que permitirá utilizar racionalmente los recursos y los productos.
La revolución industrial
Condiciones previas
Aunque la gran industria capitalista se desarrolló en toda su magnitud en la Inglaterra de fines del siglo XVIII conmoviendo todas las viejas relaciones sociales, la producción capitalista, inicia su desarrollo a fines del siglo XV, fundamentalmente en Holanda, y a través de un proceso de acumulación cuantitativa en el que se desarrolló el mercado interno, paralelamente al factor de la innovación tecnológica principalmente en la industria textil, hilados, tejidos, toda una serie de aditamentos mecánicos y posteriormente la máquina de vapor. Este proceso se replicó después en los países más avanzados del mundo, lo que fue sentando la base material para el desarrollo de la industria lanera desde el siglo XVI, por lo que Tomás Moro llegó a decir en 1616: “Los hombres son devorados por las ovejas”. Marx explicó que la justificación histórica para el capitalismo (a pesar de los horrores de la revolución industrial, a pesar de la esclavitud de los negros en África, a pesar del trabajo infantil en las fábricas, las guerras de conquista a través del planeta, etc.), se basaba en que era una etapa necesaria en el desarrollo de las fuerzas productivas. Marx demostró que sin la esclavitud no sólo la antigua esclavitud, sino la esclavitud en la primera época del desarrollo capitalista, el desarrollo moderno de la producción habría sido imposible. Sin estas bases capitalistas, las del socialismo nunca podrían haber sido preparadas como ya lo están desde la mayor parte del siglo pasado.
Desde luego, la actitud de Marx hacia los horrores de la esclavitud y la revolución industrial es bien conocida. Sería una brutal distorsión de la posición de Marx, argumentar que estaba a favor de la esclavitud y del trabajo infantil. El criterio básico era el desarrollo de las fuerzas productivas. A largo plazo, todo lo demás se deriva de ellas. A través de este proceso fueron presentándose los siguientes elementos: -Intensificación de la agricultura que convirtió a los productos agrícolas en mercancías -Expulsión de labriegos de sus tierras -Migración a las ciudades buscando medios de vida -Las máquinas empiezan a triunfar sobre la mano de obra -La industria empieza a triunfar sobre la agricultura -Se forma la clase obrera (ejército de asalariados) -Se forman ciudades nuevas.
Hubo dos condiciones fundamentales para el desarrollo de la Revolución industrial: 1.- Existencia de capital 2.- Existencia de Fuerza de trabajo “libre”
Esto se consiguió a través de un complejo proceso llamado acumulación originaria de capital, en palabras de Marx: “La revolución más sangrienta que conoce la historia humana”, que consistió fundamentalmente en la expropiación despiadada del campesino y la ruina del artesano, es decir, para que exista el capitalismo debe existir la clase obrera y por eso se dio el proceso de disociación entre el productor y los medios de producción. Así pues, la máxima creación del capitalismo: la clase obrera, el trabajador asalariado, se encuentra en una situación doblemente antagónica con relación a la propiedad: Por una parte, no pertenece en propiedad a su patrón (como sí ocurría bajo la esclavitud y, hasta cierto punto, bajo la servidumbre feudal), pero tampoco posee en propiedad los medios de trabajo que le permitan adquirir por su cuenta sus medios de vida, pues de otro modo sería un pequeño propietario: campesino, artesano, tendero, etc. La existencia del “trabajador libre” así entendida es la condición que necesita el burgués para poder disponer de la masa de obreros suficiente para desarrollar su labor productiva en una empresa capitalista. La posibilidad de explotar libremente la mano de obra masiva fue una condición del progreso industrial.
Consecuencias
La combinación de todos estos elementos trajo como consecuencia que las máquinas subvirtieran todo el orden social existente, generando una división del trabajo como preparación del terreno para el triunfo de la gran industria y técnica maquinista, concretándose primero en que el artesano es paulatinamente sustituido por el obrero domiciliado y éste a su vez es absorbido por la fábrica. Durante el periodo de la producción artesanal y el trabajo domiciliado, las familias vivían en el campo en cercanías de la ciudad, tenían una casa más o menos digna, el jefe de familia, aunque trabajaba jornadas de muchas horas, definía sus ritmos de trabajo en coadyuvancia del conjunto familiar. Así que, incluso podían cultivar hortalizas para su propio consumo, es decir, el labriego producía casi todo lo que consumía, pero, en palabras de Lenin, la disolución de los campesinos creó el mercado interno para el capitalismo. Esta forma de vida fue trastocada con el proceso de innovación tecnológica auspiciada por la competencia por el mercado. La innovación bajo el capitalismo es producto de la necesidad de ganar cuotas de mercado, los primeros que llegan ganan más, pero al paso del tiempo la competencia trae consigo la contradicción de que la maquinaria sufre un “desgaste moral” es decir, su obsolescencia, con lo cual, es necesario su sustitución por una nueva máquina que durante un determinado lapso permitirá reducir el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir mercancías, generando un desplazamiento de la mano de obra, que a su vez genera una reducción del mercado, de forma tal que no todo lo que se puede producir se puede vender. Tal es la base material de la sobreproducción, causa primaria de las cíclicas crisis capitalistas, que se presentaron en la temprana época de 1825, 1836 y 1847, consiguiéndose una enorme productividad en Inglaterra de forma que era llamada el “Taller del mundo”.
Es a mediados del siglo XIX que se consuma periodo de la Revolución Industrial. Así, tenemos que apenas en el año de 1764, vio la luz la primera máquina de hilar (Hargreaves), que de entrada fue seis veces más productiva que la rueca, lo que implicó automáticamente el inicio del desplazamiento de mano de obra, con lo cual, la innovación significó la ruina del obrero manual. Aunque dos mil años antes los griegos habían inventado la máquina de vapor, fue en el marco de la Revolución industrial en Inglaterra que tuvo un uso práctico. Durante el esclavismo de los griegos no tenía sentido alguno ahorrar en la fuerza de trabajo, pero bajo la lógica del capitalismo, es decir, de la máxima ganancia posible al menor costo, la reducción del tiempo de trabajo para producir mercancías -no como productos en sí mismos, sino para el intercambio entre personas, comunidades y clases-, la máquina de vapor significó un enorme salto cualitativo en las relaciones de producción. Ya para 1807 Inglaterra asistió al surgimiento de la locomotora (Stephenson) lo que atizó infinidad de prejuicios basados en el sentido común, según los cuales, por ejemplo, la velocidad del tren y la ruptura del aire en contacto con el cuerpo humano podía provocar desde pulmonía hasta pleuresía y asfixia, etc. En 1815 se asistió al buque de vapor (Fulton). Ambos, la locomotora y el buque, acortaron las distancias y significaron la expansión del mercado en niveles nunca antes vistos. “Estas máquinas, que costaban muy caras y, por eso, sólo estaban al alcance de los grandes capitalistas, transformaron completamente el antiguo modo de producción y desplazaron a los obreros anteriores, puesto que las máquinas producían mercancías más baratas y mejores que las que podían hacer éstos con ayuda de sus ruecas y telares imperfectos. Las máquinas pusieron la industria enteramente en manos de los grandes capitalistas y redujeron a la nada el valor de la pequeña propiedad de los obreros (instrumentos, telares, etc.), de modo que los capitalistas pronto se apoderaron de todo, y los obreros se quedaron con nada. Así se instauró en la producción de tejidos el sistema fabril. En cuanto se dio el primer impulso a la introducción de máquinas y al sistema fabril; este último se propagó rápidamente en las demás ramas de la industria, sobre todo en el estampado de tejidos, la impresión de libros, la alfarería y la metalurgia. El trabajo comenzó a dividirse más y más entre los obreros individuales de tal manera que el que antes efectuaba todo el trabajo pasó a realizar nada más que una parte del mismo. Esta división del trabajo permitió fabricar los productos más rápidamente y, por consecuencia, de modo más barato. Ello redujo la actividad de cada obrero a un procedimiento mecánico, muy sencillo, constantemente repetido, que la máquina podía realizar con el mismo éxito o incluso mucho mejor. Por tanto, todas estas ramas de la producción cayeron, una tras otra, bajo la dominación del vapor, de las máquinas y del sistema fabril, exactamente del mismo modo que la producción de hilados y de tejidos. En consecuencia, ellas se vieron enteramente en manos de los grandes capitalistas, y los obreros quedaron privados de los últimos restos de su independencia.
Poco a poco, el sistema fabril extendió su dominación no ya sólo a la manufactura, en el sentido estricto de la palabra, sino que comenzó a apoderarse más y más de las actividades artesanas, ya que también en esta esfera los grandes capitalistas desplazaban cada vez más a los pequeños maestros, montando grandes talleres, en los que era posible ahorrar muchos gastos e implantar una detallada división del trabajo. Así llegamos a que, en los países civilizados, casi en todas las ramas del trabajo se afianza la producción fabril y, casi en todas estas ramas, la gran industria desplaza a la artesanía y la manufactura. Como resultado de ello, se arruina más y más la antigua clase media, sobre todo los pequeños artesanos, cambia completamente la anterior situación de los trabajadores y surgen dos clases nuevas, que absorben paulatinamente a todas las demás, a saber: I. La clase de los grandes capitalistas, que son ya en todos los países civilizados casi los únicos poseedores de todos los medios de existencia, como igualmente de las materias primas y de los instrumentos (máquinas, fábricas, etc.) necesarios para la producción de los medios de existencia. Es la clase de los burgueses, o sea, burguesía. II. La clase de los completamente desposeídos, de los que en virtud de ello se ven forzados a vender su trabajo a los burgueses, al fin de recibir en cambio los medios de subsistencia necesarios para vivir. Esta clase se denomina la clase de los proletarios, o sea, proletariado”.[1] El impacto en las condiciones de vida de la clase obrera no se hizo esperar, como indicadores el alcoholismo, el crimen, la prostitución se incrementaron exponencialmente. Por ejemplo, mientras en 1805 había en 4 mil 605 presos, veinte años después, en 1825 la cifra ascendía a 14 mil 737 presos. En la obra de Engels La situación de la clase obrera en Inglaterra podemos leer acerca del significado de las terribles condiciones que la acumulación originaria de capital trajo para la naciente clase obrera. Las jornadas eran de hasta 18 horas, de forma despiadada fue abriéndose paso el desarrollo de grandes ciudades, en las que se presentó un hacinamiento de la clase obrera en casas míseras, el trabajo infantil era cotidiano, los niños prácticamente estaban atados a las máquinas, y en ocasiones preferían dormir en vez de comer, o se quedaban a dormir ahí mismo en la fábrica cayendo exhaustos. Al respecto en la citada obra, Engels nos dice: “Las viviendas en sótanos en los suburbios son por lo menos tan numerosas y así el número de personas que viven en la aglomeración de Manchester en sótanos, se eleva por lo menos a 40 mil ó 50 mil. Esto es lo que se puede decir de las viviendas obreras en las grandes ciudades. La manera por la cual se satisface la necesidad de alojamiento es un criterio por el cual se satisfacen todas las demás necesidades. Es fácil concluir que únicamente una población andrajosa, mal alimentada puede vivir en esos cubiles sucios. Y ello es realmente así. En la inmensa mayoría de los casos la ropa de los obreros se halla en muy mal estado. Los tejidos que se utilizan para su confección ya no son los más apropiados; el lienzo y la lana casi han desaparecido del ajuar de ambos sexos, y el algodón los ha sustituido. Las camisas son de calicó, blanco o de color; asimismo, las ropas de las mujeres son de indiana y raramente se ve ropa interior de lana en las tendedoras.” Y respecto al trabajo infantil: “... la ley fabril de 1833 que prohibió el trabajo de los niños menores de 9 años (excepto en las sederías), limitó la duración del trabajo infantil, entre 9 y 13 años de edad, a 48 horas por semana o al máximo de 9 horas diarias, la del trabajo de aquellos entre 14 y 18 años, a 69 horas por semana o a lo sumo 12 horas diarias, fijó un mínimo de una hora y media para la comida y prohibió una vez más el trabajo nocturno para todos los menores de 18 años.” Si esto fue un avance jurídico en la lucha de la clase obrera, imaginemos cómo fue antes de la ley fabril de 1833, de forma que nos permite entender la razón del porqué el promedio de vida de las zonas industriales en 1812 era de 26 años, en 1827 de 22 y ese mismo año el promedio de vida de los hijos de los obreros algodoneros era de 2 años, mientras que el de los hijos de los sectores acomodados era de 29 años. ¿Por qué primero en Inglaterra?
A pesar de que Inglaterra entró tarde al reparto colonial, fue en ese país donde primero se desarrolló la Revolución industrial. En los siglos XVI y XVII había en Europa Estados nación mucho más ricos que Inglaterra, por ejemplo: España y Portugal. ¿Por qué no surgió la Revolución industrial ahí? Estas dos potencias feudales se disputaban el mundo. Los portugueses incursionaron a través de las costas de África, y los españoles financiaron el viaje de Cristóbal Colón. Intentando llegar a un acuerdo en el famoso tratado de Tordesillas en 1494, dividiéndose el mundo por un meridiano imaginario que presuntamente dividía en dos al planeta. Las tierras al Oeste se asignaban a España y al Este a Portugal. Esto es una muestra del nivel del control que en la época lograron potencias distintas a Inglaterra. Sin embargo, para el desarrollo de la industria capitalista no basta el desarrollo del comercio colonial y el capital comercial. La riqueza de las colonias españolas y portuguesas alimentó al feudalismo, es decir, a pesar de que la tendencia histórica del feudalismo iba hacia la baja, el descubrimiento de América fortaleció al feudalismo de forma tal que el trabajo productivo era considerado digno de desprecio. En todo este proceso estuvo presente el papel conservador de la monarquía, la iglesia católica y la burocracia del Estado feudal, por ejemplo, los reyes católicos patrocinaban las guerras de conquista a condición de que fuese sobre bases feudales, eso explica en parte el hecho de que a pesar de que desde el siglo XII encontramos elementos de desarrollo capitalista en Florencia, ulteriormente su base material haya sido aniquilada. Al contrario de Holanda cuya política colonial estuvo unida al desarrollo de la manufactura, pero tampoco ahí se generó primero el esplendor de la Revolución industrial, ya que Holanda perdió su enlace con la base de producción pues optó por el papel comercial de intermediario y la usura, faltando entonces el entronque entre el comercio colonial y la industria de la metrópoli. Inglaterra entra a la escena de la política colonial casi al mismo tiempo en que tocaba a su fin la lucha contra el absolutismo feudal, pero a diferencia de los países mencionados, en Inglaterra la revolución burguesa de mediados del siglo XVII, expresada en la dictadura de Cromwell, jugó un papel fundamental para explicar el ulterior desarrollo de la industria. El gobierno de Oliver Cromwell —bonapartismo clásico— se basaba en el surgimiento de la sociedad burguesa. Explica el marxista sudafricano Ted Grant en su obra Rusia, de la revolución a la contrarrevolución: “El dirigente de la revolución inglesa, Oliver Cromwell, utilizó su Ejército Modelo para disolver el parlamento (...) Los moderados presbiterianos que dominaban el parlamento representaban los primeros despertares incoherentes y poco claros de la revolución. Llegados a cierto punto, se transformaron en una fuerza conservadora, bloqueando el paso a las masas pequeño-burguesas radicalizadas, que querían ir más allá”. La burguesía no necesitaba una doctrina científica para derrocar al feudalismo. Todo lo contrario, tuvo que basarse en ilusiones porque iba a introducir el “Reino de Dios sobre la tierra” (Cromwell), para que las masas no lucharan por la propiedad. Y continúa Ted: “Cuando estudiamos el desarrollo de la sociedad burguesa, vemos que la autocracia de un individuo, con las determinadas contradicciones sociales, servía a las necesidades del desarrollo de esa sociedad. Está claramente demostrado en el dominio de Cromwell y Napoleón. Pero aunque ambos mantenían una base burguesa, en un estadio determinado de la autocracia burguesa, se convierte, de un factor favorable para el desarrollo de la sociedad capitalista, en un obstáculo para el pleno y libre desarrollo de la producción burguesa”. Es así cómo a partir de enormes contradicciones, el protectorado de Cromwell sentó hasta determinada magnitud las bases para el desarrollo del capitalismo industrial en Inglaterra, en donde el trabajo domiciliado y la manufactura de lana ya existían, es decir, el feudalismo ya había sucumbido como fundamental modo de producción antes de que estallara la gran irrupción industrial y por tanto, el capital comercial fue fecundado por las riquezas coloniales no surgiendo desarticuladamente de su base de producción, sino con un íntimo enlace entre la producción de la metrópoli y el comercio exterior. Fue así como el capital comenzó a fluir a los centros industriales.
La lucha contra las máquinas: el Luddismo
Tenemos entones que la clase obrera había nacido como estrato social en un violento parto llamado acumulación originaria y, su primera reacción mínimamente organizada contra la explotación capitalista se expresó a través de las protestas por más salario y de ahí a la destrucción física de las máquinas, símbolo de la opresión. Esto es lo que históricamente se conoce como Luddismo, atribuido a un tejedor de nombre Ned Ludd, de quien no se tienen registros claros sobre su existencia, pero supuestamente destruyó a golpes un telar. Fue surgiendo en el inconsciente colectivo un cause a la frustración acumulada por la brutal explotación, una resistencia activa y violenta, una venganza a la postración de haber perdido el “paraíso” del trabajo domiciliado y artesanal. Destrucción de máquinas, incendios de fábricas, motines y revueltas, una expresión de furia y desesperación. A esto se sumaba el robo a las residencias de las clases acomodadas, la coerción a los comerciantes para reducir precios ó regalar víveres a las mujeres al grito de “hagamos lo que Ludd”, “en nombre del General Ludd”, “son órdenes de Ludd”. Este fenómeno se reprodujo en otros países de la Europa que fue integrándose al desarrollo industrial, Alemania, Francia, Italia y Bélgica presenciaron la destrucción de máquinas, dado que la introducción de maquinaria implicaba el desplazamiento de la fuerza de trabajo. Recordemos que en 1764 surgió el invento de la primera máquina de hilar de Hargreaves. Cinco años después, en 1769 se erigió la primera ley contra los asaltos a máquinas y edificios fabriles. En 1811 los luddistas eran decenas de miles con relativa simpatía entre las masas. En 1812 se decretó una ley de pena de muerte contra luddistas (contra la que se opondría el poeta Lord Byron miembro de la Cámara Alta: “La miseria de nuestro pueblo es hoy más angustiosa que nunca”), y en 1813 fueron ahorcados 18 de ellos, siendo sofocado el movimiento luddista aunque se reprodujo en menor magnitud en 1816.
El luddismo fue la antesala de luchas duras y largas hasta arrancar reconocimiento jurídico de sindicatos. Por supuesto que la destrucción de las máquinas era una alternativa reaccionaria que iba en contra del desarrollo de las pujantes fuerzas productivas, fue una expresión infantil de la primera clase obrera de la historia, y era por tanto, cuestión de experiencia, de acumular trabajo y eso introduce el ingrediente del tiempo, aunque la experiencia no sólo está en función del tiempo, sino de la intensidad y recurrencia de los sucesos, para que la clase obrera fuese elevando su nivel de comprensión de la realidad a la que asistía, y pudiese experimentar otras vías de organización. Los trabajadores no iban a la fábrica a luchar o a realizar huelgas por el gusto de hacerlas, sino que iban para conseguir el pan para sus hijos, su forma de pensamiento era muy concreta y aprendían no de los libros sino de la experiencia propia. Por supuesto que la experiencia del luddismo dejó lecciones al naciente movimiento obrero, sobre todo de lo que no debía de hacerse y del factor de la cantidad, del peso específico de su cantidad como clase y de su papel en las relaciones de producción. Es así como fue pasando, como explica Marx, de clase en sí a clase para sí.
La reforma de 1831
El periodo de 1815 a 1822 fue especialmente furioso por la atmósfera que provocó el fin de las Guerras Napoleónicas, un período de desarrollo económico sin precedentes, fue precisamente el período de la Revolución Industrial, “... que a su vez, estaba íntimamente relacionado con un acontecimiento no económico, el final de las Guerras Napoleónicas. Esto permitió la recuperación del comercio internacional y un comercio relativamente más libre, provocando una abrupta caída de los precios agrarios y una depresión agrícola, pero al mismo tiempo, proporcionó un poderoso estímulo al desarrollo industrial. (...) La caída del precio del trigo, fue precisamente la condición previa para un auge sin precedentes del capitalismo”.[2] Con el fin de la guerra en 1815 (la derrota de Napoleón frente a Wellington en la batalla de Waterloo), se da un retorno de una masa de fuerza de trabajo que vino a sumarse al desplazamiento provocado por la innovación tecnológica, provocando reacciones y protestas; es precisamente en ese periodo cuando se impone la represión a los luddistas. ¿Qué hacer entonces?, está visto que destruir las máquinas no era el camino.
La clase incursiona en sus métodos, con vacilaciones y contradicciones, como un bebé que esta caminando por vez primera. En 1817 se organiza la primera “marcha de hambre” hacia Londres, dejando estupefacto a todo mundo, empezando por la propia clase obrera que empieza a darse cuenta del factor fundamental de su cantidad; ya no es una lucha individual contra una máquina, sino empieza a ser una lucha colectiva, de una clase desposeída, contra otra poseedora.
En 1819, el 16 de agosto, se organiza un mitin enorme, más de 80 mil almas congregadas en Saint Peter’s Field, que es repelido con 20 muertos y 400 heridos con el ejército comandado por quien venció a Napoleón en Waterloo, el general Wellington. A pesar de la masacre de Peterloo –como se dio en llamar- la agitación siguió creciendo, así que en noviembre de ese mismo año el parlamento legisló una ley represiva que se conoce como las Seis Leyes, que pretendía clausurar el avance de la organización del movimiento obrero, prohibiendo reuniones y todo tipo de actividades que atentaran contra la “paz social”, por ejemplo, pusieron un elevado impuesto de timbre a la prensa para hacerla inaccesible a la clase obrera. A ese momento seguían existiendo elementos feudales en la pujante sociedad industrial. El parlamento inglés era un instrumento de los terratenientes, de tal forma que las nuevas ciudades creadas al calor de la industrialización no tenían representación en el parlamento, mientras que pueblos rurales -incluso de un solo elector-, sí tenían representación parlamentaria. Esta situación desfavorecía a la burguesía, que tenía por tanto que arrebatarles a los terratenientes el control del parlamento, pero no podía hacerlo por sí misma, así que usó al movimiento obrero. En 1824, el parlamento inglés, presionado por el movimiento obrero de masas, tuvo que promulgar un acto aboliendo la prohibición de las uniones obreras que ya para 1825 había ganado la libertad de legal de asociación creando sindicatos o uniones, que desde un inicio nacieron con una dualidad de política frente a la burguesía: el ala conciliacionista y, una minoría que pugnaba por la independencia de clase respecto a la burguesía. Esta última se agrupó entorno a un periódico no timbrado llamado “El abogado del pobre” y que fue publicado de 1831 a 1835 negándose a pagar el impuesto de timbre y con un cintillo que rezaba: “Se publica ilegalmente, para probar el poder del derecho contra el poder de la fuerza”. Al fragor de la lucha el movimiento obrero organizado se fue haciendo un espacio en el escenario de la lucha de clases. Yendo de menos a más, de lo simple a lo complejo, de lo concreto a lo abstracto, de lo económico a lo político, obteniendo conclusiones prácticas a través del ensayo y el error. La oposición radical de la burguesía a las leyes fabriles, poco a poco fue cambiando. Las leyes fueron siendo asimiladas ante la lucha del movimiento obrero que fue tomando expresiones más organizadas y más políticas en el movimiento Cartista. Llegado a un punto, el movimiento obligó a la burguesía a aceptar las leyes fabriles y se fueron extendiendo a todas las ramas de la industria. “Los sindicatos, considerados hasta hacía poco, obra del diablo, eran mimados y protegidos por los industriales como instituciones perfectamente legítimas y como medio eficaz para difundir entre los obreros sanas doctrinas económicas. Incluso se llegó a la conclusión de que las huelgas, reprimidas hasta 1848, podían ser en ciertas ocasiones muy útiles, sobre todo cuando eran provocadas por los señores fabricantes en el momento que ellos consideraban oportuno. Aunque no desaparecieron todas las leyes que colocaban al obrero en una situación de inferioridad con respecto a su patrono, al menos las más escandalosas fueron abolidas”.[3]
Finalmente, en 1831 la burguesía en alianza con el sector conciliador del movimiento obrero, logró arrancar la reforma al parlamento. Los sindicatos se situaron a la cabeza de un movimiento político que consiguió: -Representación parlamentaria a distritos urbanos despojando a los rurales -Voto condicionado a habitantes que pagasen un alquiler no inferior a 10 libras esterlinas por año -El padrón electoral se incrementó en 130 mil personas Como explica Engels en La situación de la clase obrera en Inglaterra: "La reforma parlamentaria de 1831 había sido la victoria de toda la clase capitalista sobre la aristocracia terrateniente. La abolición de las leyes cerealistas fue la victoria de los capitalistas industriales no sólo sobre los grandes terratenientes, sino también sobre los sectores capitalistas -bolsistas, banqueros, rentistas, etc.-, cuyos intereses eran más o menos parecidos o estaban más o menos ligados a los intereses de los terratenientes. El libre cambio significaba la reorganización, en el interior y en el exterior, de toda la política financiera y comercial de Inglaterra de acuerdo con los intereses de los capitalistas industriales, que constituían desde ese momento la clase representativa de la nación. Y esta clase puso manos a la obra con toda energía. Cualquier obstáculo que se opusiese a la producción industrial era barrido implacablemente. Las tarifas aduaneras y todo el sistema fiscal fueron transformados radicalmente. Todo quedó supeditado a un objetivo único, pero a un objetivo que tenía la máxima importancia para los capitalistas industriales: abaratar todas las materias primas, y principalmente, todos los medios de subsistencia de la clase obrera, reducir el precio de coste de las materias primas y mantener los salarios a un bajo nivel, cuando no reducirlos aún más. Inglaterra tenía que convertirse en ‘el taller industrial del mundo’; todos los demás países tenían que ser para Inglaterra lo que ya era Irlanda: mercados para su producción industrial y fuentes de materias primas y de artículos alimenticios. ¡Inglaterra, gran centro manufacturero de un mundo agrícola, con un número siempre creciente de satélites productores de trigo y algodón girando en torno al sol industrial!”.
Pero la clase obrera quedó igualmente sin poder votar[4]. Como una burla, el mismo parlamento arrancado a los terratenientes para la burguesía con la fuerza de la clase obrera, en 1834 lanzó un ataque a los trabajadores con la reforma a la Ley de beneficencia, que implicó la reducción del subsidio a obreros domiciliados, reducción de gastos de asistencia pública: de 6.5 millones de libras a 4.5 millones en 1841, legalizó la explotación del trabajo infantil en 1833 al que hace alusión Engels más arriba y, aceleró proletarización de pequeños productores empujándolos a las fábricas, en donde se formaron “Casas de trabajo” para capacitar a los obreros, en realidad cárceles de trabajadores en donde se separaba a las familias. Aquí vemos claramente un ejemplo primigenio de cómo la política de conciliación entre la burguesía y los obreros sólo trae consecuencias negativas a la clase obrera. Así ha sido a través de la historia del movimiento obrero, siempre y cuando la base no presione por una política de independencia de clase, los elementos conciliacionistas obtienen provecho individual a costa de hipotecar y vender el movimiento.
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escrito por Samuel Santibáñez - México, abril de 2005
Introducción
La clase obrera sigue viviendo situaciones que una y otra vez a través de la historia -como clase-, ha experimentado. Sin embargo no existe de forma ostensible y sistemática un mecanismo que conserve la memoria histórica a fin de evitar los errores y aprovechar los aciertos, en eso de traduce precisamente parte de la necesidad del partido obrero. Hace apenas unos días, el 7 de abril de 2005, Andrés Manuel López Obrador dirigente del PRD y jefe de gobierno del Distrito Federal, fue desaforado y aún está en veremos si enviado a la cárcel para quitarlo del camino hacia la presidencia en 2006 [...]
No es objetivo de este texto analizar los acontecimientos del México de abril de 2005, pero sí es aspiración de este autor analizar las condiciones materiales del surgimiento del primer partido político de la primera clase obrera de la historia: El Cartismo inglés en el marco de la Revolución industrial y sus consecuencias. Y es aquí donde aun encontramos lecciones en el movimiento Cartista que deberían ser estudiadas por los obreros conscientes contemporáneos.
Desde el inicio del movimiento Cartista en la década de los años 30 del siglo XIX, encontramos la dualidad del sector que buscaba construir el movimiento obrero a partir de la conciliación con la burguesía y otro sector que caminaba hacia la conformación de una alternativa de independencia de clase. El 10 de abril de 1848, hace casi exactamente 157 años, el dirigente de derechas del movimiento Cartista, O’Connor disolvió un mitin “pacíficamente” llamando a las masas a “alcanzar el triunfo por la reflexión”, a pesar de que días antes las masas gritaban: “Pan o revolución”. La disolución del mitin fue el inicio del fin del movimiento Cartista, que por un periodo de doce años fue experimentando por vez primera la organización de la clase obrera en un partido en contra de la explotación y particularmente un sector que avanzó por vez primera en una política de independencia de clase. Pero no sólo se trata del primer partido político de la clase obrera, sino de la primera clase obrera surgida de las relaciones capitalistas de producción. ¿Cómo se desarrolló la clase obrera? ¿Cuáles fueron los motivos que les arrojaron a las fábricas y en qué condiciones? ¿Cuál fue el proceso de asimilación de las nuevas condiciones y cómo esto se expresó en su organización económica y política?
Hoy, a pesar de que la innovación tecnológica ha conseguido enormes avances en la capacidad productiva, dos terceras partes de la humanidad viven en condiciones de miseria, enfermedad, desempleo, explotación y muerte. Por ejemplo, la capacidad de producción de alimentos de Europa central daría para abastecer a la humanidad entera, la capacidad de producción de chips electrónicos de Japón abastecería la demanda mundial, lo mismo el caso de acero para Alemania, en Argentina mueren niños de hambre cuando ese país tiene la capacidad de producción de carne bovina para 300 millones de personas. ¿Es acaso que estamos condenados a la barbarie? La respuesta es, no. Otro mundo es posible luchando por el socialismo. Toda la capacidad productiva alcanzada bajo el capitalismo podrá ser gestionada democráticamente por la clase obrera de acuerdo a un plan central que permitirá utilizar racionalmente los recursos y los productos.
La revolución industrial
Condiciones previas
Aunque la gran industria capitalista se desarrolló en toda su magnitud en la Inglaterra de fines del siglo XVIII conmoviendo todas las viejas relaciones sociales, la producción capitalista, inicia su desarrollo a fines del siglo XV, fundamentalmente en Holanda, y a través de un proceso de acumulación cuantitativa en el que se desarrolló el mercado interno, paralelamente al factor de la innovación tecnológica principalmente en la industria textil, hilados, tejidos, toda una serie de aditamentos mecánicos y posteriormente la máquina de vapor. Este proceso se replicó después en los países más avanzados del mundo, lo que fue sentando la base material para el desarrollo de la industria lanera desde el siglo XVI, por lo que Tomás Moro llegó a decir en 1616: “Los hombres son devorados por las ovejas”. Marx explicó que la justificación histórica para el capitalismo (a pesar de los horrores de la revolución industrial, a pesar de la esclavitud de los negros en África, a pesar del trabajo infantil en las fábricas, las guerras de conquista a través del planeta, etc.), se basaba en que era una etapa necesaria en el desarrollo de las fuerzas productivas. Marx demostró que sin la esclavitud no sólo la antigua esclavitud, sino la esclavitud en la primera época del desarrollo capitalista, el desarrollo moderno de la producción habría sido imposible. Sin estas bases capitalistas, las del socialismo nunca podrían haber sido preparadas como ya lo están desde la mayor parte del siglo pasado.
Desde luego, la actitud de Marx hacia los horrores de la esclavitud y la revolución industrial es bien conocida. Sería una brutal distorsión de la posición de Marx, argumentar que estaba a favor de la esclavitud y del trabajo infantil. El criterio básico era el desarrollo de las fuerzas productivas. A largo plazo, todo lo demás se deriva de ellas. A través de este proceso fueron presentándose los siguientes elementos: -Intensificación de la agricultura que convirtió a los productos agrícolas en mercancías -Expulsión de labriegos de sus tierras -Migración a las ciudades buscando medios de vida -Las máquinas empiezan a triunfar sobre la mano de obra -La industria empieza a triunfar sobre la agricultura -Se forma la clase obrera (ejército de asalariados) -Se forman ciudades nuevas.
Hubo dos condiciones fundamentales para el desarrollo de la Revolución industrial: 1.- Existencia de capital 2.- Existencia de Fuerza de trabajo “libre”
Esto se consiguió a través de un complejo proceso llamado acumulación originaria de capital, en palabras de Marx: “La revolución más sangrienta que conoce la historia humana”, que consistió fundamentalmente en la expropiación despiadada del campesino y la ruina del artesano, es decir, para que exista el capitalismo debe existir la clase obrera y por eso se dio el proceso de disociación entre el productor y los medios de producción. Así pues, la máxima creación del capitalismo: la clase obrera, el trabajador asalariado, se encuentra en una situación doblemente antagónica con relación a la propiedad: Por una parte, no pertenece en propiedad a su patrón (como sí ocurría bajo la esclavitud y, hasta cierto punto, bajo la servidumbre feudal), pero tampoco posee en propiedad los medios de trabajo que le permitan adquirir por su cuenta sus medios de vida, pues de otro modo sería un pequeño propietario: campesino, artesano, tendero, etc. La existencia del “trabajador libre” así entendida es la condición que necesita el burgués para poder disponer de la masa de obreros suficiente para desarrollar su labor productiva en una empresa capitalista. La posibilidad de explotar libremente la mano de obra masiva fue una condición del progreso industrial.
Consecuencias
La combinación de todos estos elementos trajo como consecuencia que las máquinas subvirtieran todo el orden social existente, generando una división del trabajo como preparación del terreno para el triunfo de la gran industria y técnica maquinista, concretándose primero en que el artesano es paulatinamente sustituido por el obrero domiciliado y éste a su vez es absorbido por la fábrica. Durante el periodo de la producción artesanal y el trabajo domiciliado, las familias vivían en el campo en cercanías de la ciudad, tenían una casa más o menos digna, el jefe de familia, aunque trabajaba jornadas de muchas horas, definía sus ritmos de trabajo en coadyuvancia del conjunto familiar. Así que, incluso podían cultivar hortalizas para su propio consumo, es decir, el labriego producía casi todo lo que consumía, pero, en palabras de Lenin, la disolución de los campesinos creó el mercado interno para el capitalismo. Esta forma de vida fue trastocada con el proceso de innovación tecnológica auspiciada por la competencia por el mercado. La innovación bajo el capitalismo es producto de la necesidad de ganar cuotas de mercado, los primeros que llegan ganan más, pero al paso del tiempo la competencia trae consigo la contradicción de que la maquinaria sufre un “desgaste moral” es decir, su obsolescencia, con lo cual, es necesario su sustitución por una nueva máquina que durante un determinado lapso permitirá reducir el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir mercancías, generando un desplazamiento de la mano de obra, que a su vez genera una reducción del mercado, de forma tal que no todo lo que se puede producir se puede vender. Tal es la base material de la sobreproducción, causa primaria de las cíclicas crisis capitalistas, que se presentaron en la temprana época de 1825, 1836 y 1847, consiguiéndose una enorme productividad en Inglaterra de forma que era llamada el “Taller del mundo”.
Es a mediados del siglo XIX que se consuma periodo de la Revolución Industrial. Así, tenemos que apenas en el año de 1764, vio la luz la primera máquina de hilar (Hargreaves), que de entrada fue seis veces más productiva que la rueca, lo que implicó automáticamente el inicio del desplazamiento de mano de obra, con lo cual, la innovación significó la ruina del obrero manual. Aunque dos mil años antes los griegos habían inventado la máquina de vapor, fue en el marco de la Revolución industrial en Inglaterra que tuvo un uso práctico. Durante el esclavismo de los griegos no tenía sentido alguno ahorrar en la fuerza de trabajo, pero bajo la lógica del capitalismo, es decir, de la máxima ganancia posible al menor costo, la reducción del tiempo de trabajo para producir mercancías -no como productos en sí mismos, sino para el intercambio entre personas, comunidades y clases-, la máquina de vapor significó un enorme salto cualitativo en las relaciones de producción. Ya para 1807 Inglaterra asistió al surgimiento de la locomotora (Stephenson) lo que atizó infinidad de prejuicios basados en el sentido común, según los cuales, por ejemplo, la velocidad del tren y la ruptura del aire en contacto con el cuerpo humano podía provocar desde pulmonía hasta pleuresía y asfixia, etc. En 1815 se asistió al buque de vapor (Fulton). Ambos, la locomotora y el buque, acortaron las distancias y significaron la expansión del mercado en niveles nunca antes vistos. “Estas máquinas, que costaban muy caras y, por eso, sólo estaban al alcance de los grandes capitalistas, transformaron completamente el antiguo modo de producción y desplazaron a los obreros anteriores, puesto que las máquinas producían mercancías más baratas y mejores que las que podían hacer éstos con ayuda de sus ruecas y telares imperfectos. Las máquinas pusieron la industria enteramente en manos de los grandes capitalistas y redujeron a la nada el valor de la pequeña propiedad de los obreros (instrumentos, telares, etc.), de modo que los capitalistas pronto se apoderaron de todo, y los obreros se quedaron con nada. Así se instauró en la producción de tejidos el sistema fabril. En cuanto se dio el primer impulso a la introducción de máquinas y al sistema fabril; este último se propagó rápidamente en las demás ramas de la industria, sobre todo en el estampado de tejidos, la impresión de libros, la alfarería y la metalurgia. El trabajo comenzó a dividirse más y más entre los obreros individuales de tal manera que el que antes efectuaba todo el trabajo pasó a realizar nada más que una parte del mismo. Esta división del trabajo permitió fabricar los productos más rápidamente y, por consecuencia, de modo más barato. Ello redujo la actividad de cada obrero a un procedimiento mecánico, muy sencillo, constantemente repetido, que la máquina podía realizar con el mismo éxito o incluso mucho mejor. Por tanto, todas estas ramas de la producción cayeron, una tras otra, bajo la dominación del vapor, de las máquinas y del sistema fabril, exactamente del mismo modo que la producción de hilados y de tejidos. En consecuencia, ellas se vieron enteramente en manos de los grandes capitalistas, y los obreros quedaron privados de los últimos restos de su independencia.
Poco a poco, el sistema fabril extendió su dominación no ya sólo a la manufactura, en el sentido estricto de la palabra, sino que comenzó a apoderarse más y más de las actividades artesanas, ya que también en esta esfera los grandes capitalistas desplazaban cada vez más a los pequeños maestros, montando grandes talleres, en los que era posible ahorrar muchos gastos e implantar una detallada división del trabajo. Así llegamos a que, en los países civilizados, casi en todas las ramas del trabajo se afianza la producción fabril y, casi en todas estas ramas, la gran industria desplaza a la artesanía y la manufactura. Como resultado de ello, se arruina más y más la antigua clase media, sobre todo los pequeños artesanos, cambia completamente la anterior situación de los trabajadores y surgen dos clases nuevas, que absorben paulatinamente a todas las demás, a saber: I. La clase de los grandes capitalistas, que son ya en todos los países civilizados casi los únicos poseedores de todos los medios de existencia, como igualmente de las materias primas y de los instrumentos (máquinas, fábricas, etc.) necesarios para la producción de los medios de existencia. Es la clase de los burgueses, o sea, burguesía. II. La clase de los completamente desposeídos, de los que en virtud de ello se ven forzados a vender su trabajo a los burgueses, al fin de recibir en cambio los medios de subsistencia necesarios para vivir. Esta clase se denomina la clase de los proletarios, o sea, proletariado”.[1] El impacto en las condiciones de vida de la clase obrera no se hizo esperar, como indicadores el alcoholismo, el crimen, la prostitución se incrementaron exponencialmente. Por ejemplo, mientras en 1805 había en 4 mil 605 presos, veinte años después, en 1825 la cifra ascendía a 14 mil 737 presos. En la obra de Engels La situación de la clase obrera en Inglaterra podemos leer acerca del significado de las terribles condiciones que la acumulación originaria de capital trajo para la naciente clase obrera. Las jornadas eran de hasta 18 horas, de forma despiadada fue abriéndose paso el desarrollo de grandes ciudades, en las que se presentó un hacinamiento de la clase obrera en casas míseras, el trabajo infantil era cotidiano, los niños prácticamente estaban atados a las máquinas, y en ocasiones preferían dormir en vez de comer, o se quedaban a dormir ahí mismo en la fábrica cayendo exhaustos. Al respecto en la citada obra, Engels nos dice: “Las viviendas en sótanos en los suburbios son por lo menos tan numerosas y así el número de personas que viven en la aglomeración de Manchester en sótanos, se eleva por lo menos a 40 mil ó 50 mil. Esto es lo que se puede decir de las viviendas obreras en las grandes ciudades. La manera por la cual se satisface la necesidad de alojamiento es un criterio por el cual se satisfacen todas las demás necesidades. Es fácil concluir que únicamente una población andrajosa, mal alimentada puede vivir en esos cubiles sucios. Y ello es realmente así. En la inmensa mayoría de los casos la ropa de los obreros se halla en muy mal estado. Los tejidos que se utilizan para su confección ya no son los más apropiados; el lienzo y la lana casi han desaparecido del ajuar de ambos sexos, y el algodón los ha sustituido. Las camisas son de calicó, blanco o de color; asimismo, las ropas de las mujeres son de indiana y raramente se ve ropa interior de lana en las tendedoras.” Y respecto al trabajo infantil: “... la ley fabril de 1833 que prohibió el trabajo de los niños menores de 9 años (excepto en las sederías), limitó la duración del trabajo infantil, entre 9 y 13 años de edad, a 48 horas por semana o al máximo de 9 horas diarias, la del trabajo de aquellos entre 14 y 18 años, a 69 horas por semana o a lo sumo 12 horas diarias, fijó un mínimo de una hora y media para la comida y prohibió una vez más el trabajo nocturno para todos los menores de 18 años.” Si esto fue un avance jurídico en la lucha de la clase obrera, imaginemos cómo fue antes de la ley fabril de 1833, de forma que nos permite entender la razón del porqué el promedio de vida de las zonas industriales en 1812 era de 26 años, en 1827 de 22 y ese mismo año el promedio de vida de los hijos de los obreros algodoneros era de 2 años, mientras que el de los hijos de los sectores acomodados era de 29 años. ¿Por qué primero en Inglaterra?
A pesar de que Inglaterra entró tarde al reparto colonial, fue en ese país donde primero se desarrolló la Revolución industrial. En los siglos XVI y XVII había en Europa Estados nación mucho más ricos que Inglaterra, por ejemplo: España y Portugal. ¿Por qué no surgió la Revolución industrial ahí? Estas dos potencias feudales se disputaban el mundo. Los portugueses incursionaron a través de las costas de África, y los españoles financiaron el viaje de Cristóbal Colón. Intentando llegar a un acuerdo en el famoso tratado de Tordesillas en 1494, dividiéndose el mundo por un meridiano imaginario que presuntamente dividía en dos al planeta. Las tierras al Oeste se asignaban a España y al Este a Portugal. Esto es una muestra del nivel del control que en la época lograron potencias distintas a Inglaterra. Sin embargo, para el desarrollo de la industria capitalista no basta el desarrollo del comercio colonial y el capital comercial. La riqueza de las colonias españolas y portuguesas alimentó al feudalismo, es decir, a pesar de que la tendencia histórica del feudalismo iba hacia la baja, el descubrimiento de América fortaleció al feudalismo de forma tal que el trabajo productivo era considerado digno de desprecio. En todo este proceso estuvo presente el papel conservador de la monarquía, la iglesia católica y la burocracia del Estado feudal, por ejemplo, los reyes católicos patrocinaban las guerras de conquista a condición de que fuese sobre bases feudales, eso explica en parte el hecho de que a pesar de que desde el siglo XII encontramos elementos de desarrollo capitalista en Florencia, ulteriormente su base material haya sido aniquilada. Al contrario de Holanda cuya política colonial estuvo unida al desarrollo de la manufactura, pero tampoco ahí se generó primero el esplendor de la Revolución industrial, ya que Holanda perdió su enlace con la base de producción pues optó por el papel comercial de intermediario y la usura, faltando entonces el entronque entre el comercio colonial y la industria de la metrópoli. Inglaterra entra a la escena de la política colonial casi al mismo tiempo en que tocaba a su fin la lucha contra el absolutismo feudal, pero a diferencia de los países mencionados, en Inglaterra la revolución burguesa de mediados del siglo XVII, expresada en la dictadura de Cromwell, jugó un papel fundamental para explicar el ulterior desarrollo de la industria. El gobierno de Oliver Cromwell —bonapartismo clásico— se basaba en el surgimiento de la sociedad burguesa. Explica el marxista sudafricano Ted Grant en su obra Rusia, de la revolución a la contrarrevolución: “El dirigente de la revolución inglesa, Oliver Cromwell, utilizó su Ejército Modelo para disolver el parlamento (...) Los moderados presbiterianos que dominaban el parlamento representaban los primeros despertares incoherentes y poco claros de la revolución. Llegados a cierto punto, se transformaron en una fuerza conservadora, bloqueando el paso a las masas pequeño-burguesas radicalizadas, que querían ir más allá”. La burguesía no necesitaba una doctrina científica para derrocar al feudalismo. Todo lo contrario, tuvo que basarse en ilusiones porque iba a introducir el “Reino de Dios sobre la tierra” (Cromwell), para que las masas no lucharan por la propiedad. Y continúa Ted: “Cuando estudiamos el desarrollo de la sociedad burguesa, vemos que la autocracia de un individuo, con las determinadas contradicciones sociales, servía a las necesidades del desarrollo de esa sociedad. Está claramente demostrado en el dominio de Cromwell y Napoleón. Pero aunque ambos mantenían una base burguesa, en un estadio determinado de la autocracia burguesa, se convierte, de un factor favorable para el desarrollo de la sociedad capitalista, en un obstáculo para el pleno y libre desarrollo de la producción burguesa”. Es así cómo a partir de enormes contradicciones, el protectorado de Cromwell sentó hasta determinada magnitud las bases para el desarrollo del capitalismo industrial en Inglaterra, en donde el trabajo domiciliado y la manufactura de lana ya existían, es decir, el feudalismo ya había sucumbido como fundamental modo de producción antes de que estallara la gran irrupción industrial y por tanto, el capital comercial fue fecundado por las riquezas coloniales no surgiendo desarticuladamente de su base de producción, sino con un íntimo enlace entre la producción de la metrópoli y el comercio exterior. Fue así como el capital comenzó a fluir a los centros industriales.
La lucha contra las máquinas: el Luddismo
Tenemos entones que la clase obrera había nacido como estrato social en un violento parto llamado acumulación originaria y, su primera reacción mínimamente organizada contra la explotación capitalista se expresó a través de las protestas por más salario y de ahí a la destrucción física de las máquinas, símbolo de la opresión. Esto es lo que históricamente se conoce como Luddismo, atribuido a un tejedor de nombre Ned Ludd, de quien no se tienen registros claros sobre su existencia, pero supuestamente destruyó a golpes un telar. Fue surgiendo en el inconsciente colectivo un cause a la frustración acumulada por la brutal explotación, una resistencia activa y violenta, una venganza a la postración de haber perdido el “paraíso” del trabajo domiciliado y artesanal. Destrucción de máquinas, incendios de fábricas, motines y revueltas, una expresión de furia y desesperación. A esto se sumaba el robo a las residencias de las clases acomodadas, la coerción a los comerciantes para reducir precios ó regalar víveres a las mujeres al grito de “hagamos lo que Ludd”, “en nombre del General Ludd”, “son órdenes de Ludd”. Este fenómeno se reprodujo en otros países de la Europa que fue integrándose al desarrollo industrial, Alemania, Francia, Italia y Bélgica presenciaron la destrucción de máquinas, dado que la introducción de maquinaria implicaba el desplazamiento de la fuerza de trabajo. Recordemos que en 1764 surgió el invento de la primera máquina de hilar de Hargreaves. Cinco años después, en 1769 se erigió la primera ley contra los asaltos a máquinas y edificios fabriles. En 1811 los luddistas eran decenas de miles con relativa simpatía entre las masas. En 1812 se decretó una ley de pena de muerte contra luddistas (contra la que se opondría el poeta Lord Byron miembro de la Cámara Alta: “La miseria de nuestro pueblo es hoy más angustiosa que nunca”), y en 1813 fueron ahorcados 18 de ellos, siendo sofocado el movimiento luddista aunque se reprodujo en menor magnitud en 1816.
El luddismo fue la antesala de luchas duras y largas hasta arrancar reconocimiento jurídico de sindicatos. Por supuesto que la destrucción de las máquinas era una alternativa reaccionaria que iba en contra del desarrollo de las pujantes fuerzas productivas, fue una expresión infantil de la primera clase obrera de la historia, y era por tanto, cuestión de experiencia, de acumular trabajo y eso introduce el ingrediente del tiempo, aunque la experiencia no sólo está en función del tiempo, sino de la intensidad y recurrencia de los sucesos, para que la clase obrera fuese elevando su nivel de comprensión de la realidad a la que asistía, y pudiese experimentar otras vías de organización. Los trabajadores no iban a la fábrica a luchar o a realizar huelgas por el gusto de hacerlas, sino que iban para conseguir el pan para sus hijos, su forma de pensamiento era muy concreta y aprendían no de los libros sino de la experiencia propia. Por supuesto que la experiencia del luddismo dejó lecciones al naciente movimiento obrero, sobre todo de lo que no debía de hacerse y del factor de la cantidad, del peso específico de su cantidad como clase y de su papel en las relaciones de producción. Es así como fue pasando, como explica Marx, de clase en sí a clase para sí.
La reforma de 1831
El periodo de 1815 a 1822 fue especialmente furioso por la atmósfera que provocó el fin de las Guerras Napoleónicas, un período de desarrollo económico sin precedentes, fue precisamente el período de la Revolución Industrial, “... que a su vez, estaba íntimamente relacionado con un acontecimiento no económico, el final de las Guerras Napoleónicas. Esto permitió la recuperación del comercio internacional y un comercio relativamente más libre, provocando una abrupta caída de los precios agrarios y una depresión agrícola, pero al mismo tiempo, proporcionó un poderoso estímulo al desarrollo industrial. (...) La caída del precio del trigo, fue precisamente la condición previa para un auge sin precedentes del capitalismo”.[2] Con el fin de la guerra en 1815 (la derrota de Napoleón frente a Wellington en la batalla de Waterloo), se da un retorno de una masa de fuerza de trabajo que vino a sumarse al desplazamiento provocado por la innovación tecnológica, provocando reacciones y protestas; es precisamente en ese periodo cuando se impone la represión a los luddistas. ¿Qué hacer entonces?, está visto que destruir las máquinas no era el camino.
La clase incursiona en sus métodos, con vacilaciones y contradicciones, como un bebé que esta caminando por vez primera. En 1817 se organiza la primera “marcha de hambre” hacia Londres, dejando estupefacto a todo mundo, empezando por la propia clase obrera que empieza a darse cuenta del factor fundamental de su cantidad; ya no es una lucha individual contra una máquina, sino empieza a ser una lucha colectiva, de una clase desposeída, contra otra poseedora.
En 1819, el 16 de agosto, se organiza un mitin enorme, más de 80 mil almas congregadas en Saint Peter’s Field, que es repelido con 20 muertos y 400 heridos con el ejército comandado por quien venció a Napoleón en Waterloo, el general Wellington. A pesar de la masacre de Peterloo –como se dio en llamar- la agitación siguió creciendo, así que en noviembre de ese mismo año el parlamento legisló una ley represiva que se conoce como las Seis Leyes, que pretendía clausurar el avance de la organización del movimiento obrero, prohibiendo reuniones y todo tipo de actividades que atentaran contra la “paz social”, por ejemplo, pusieron un elevado impuesto de timbre a la prensa para hacerla inaccesible a la clase obrera. A ese momento seguían existiendo elementos feudales en la pujante sociedad industrial. El parlamento inglés era un instrumento de los terratenientes, de tal forma que las nuevas ciudades creadas al calor de la industrialización no tenían representación en el parlamento, mientras que pueblos rurales -incluso de un solo elector-, sí tenían representación parlamentaria. Esta situación desfavorecía a la burguesía, que tenía por tanto que arrebatarles a los terratenientes el control del parlamento, pero no podía hacerlo por sí misma, así que usó al movimiento obrero. En 1824, el parlamento inglés, presionado por el movimiento obrero de masas, tuvo que promulgar un acto aboliendo la prohibición de las uniones obreras que ya para 1825 había ganado la libertad de legal de asociación creando sindicatos o uniones, que desde un inicio nacieron con una dualidad de política frente a la burguesía: el ala conciliacionista y, una minoría que pugnaba por la independencia de clase respecto a la burguesía. Esta última se agrupó entorno a un periódico no timbrado llamado “El abogado del pobre” y que fue publicado de 1831 a 1835 negándose a pagar el impuesto de timbre y con un cintillo que rezaba: “Se publica ilegalmente, para probar el poder del derecho contra el poder de la fuerza”. Al fragor de la lucha el movimiento obrero organizado se fue haciendo un espacio en el escenario de la lucha de clases. Yendo de menos a más, de lo simple a lo complejo, de lo concreto a lo abstracto, de lo económico a lo político, obteniendo conclusiones prácticas a través del ensayo y el error. La oposición radical de la burguesía a las leyes fabriles, poco a poco fue cambiando. Las leyes fueron siendo asimiladas ante la lucha del movimiento obrero que fue tomando expresiones más organizadas y más políticas en el movimiento Cartista. Llegado a un punto, el movimiento obligó a la burguesía a aceptar las leyes fabriles y se fueron extendiendo a todas las ramas de la industria. “Los sindicatos, considerados hasta hacía poco, obra del diablo, eran mimados y protegidos por los industriales como instituciones perfectamente legítimas y como medio eficaz para difundir entre los obreros sanas doctrinas económicas. Incluso se llegó a la conclusión de que las huelgas, reprimidas hasta 1848, podían ser en ciertas ocasiones muy útiles, sobre todo cuando eran provocadas por los señores fabricantes en el momento que ellos consideraban oportuno. Aunque no desaparecieron todas las leyes que colocaban al obrero en una situación de inferioridad con respecto a su patrono, al menos las más escandalosas fueron abolidas”.[3]
Finalmente, en 1831 la burguesía en alianza con el sector conciliador del movimiento obrero, logró arrancar la reforma al parlamento. Los sindicatos se situaron a la cabeza de un movimiento político que consiguió: -Representación parlamentaria a distritos urbanos despojando a los rurales -Voto condicionado a habitantes que pagasen un alquiler no inferior a 10 libras esterlinas por año -El padrón electoral se incrementó en 130 mil personas Como explica Engels en La situación de la clase obrera en Inglaterra: "La reforma parlamentaria de 1831 había sido la victoria de toda la clase capitalista sobre la aristocracia terrateniente. La abolición de las leyes cerealistas fue la victoria de los capitalistas industriales no sólo sobre los grandes terratenientes, sino también sobre los sectores capitalistas -bolsistas, banqueros, rentistas, etc.-, cuyos intereses eran más o menos parecidos o estaban más o menos ligados a los intereses de los terratenientes. El libre cambio significaba la reorganización, en el interior y en el exterior, de toda la política financiera y comercial de Inglaterra de acuerdo con los intereses de los capitalistas industriales, que constituían desde ese momento la clase representativa de la nación. Y esta clase puso manos a la obra con toda energía. Cualquier obstáculo que se opusiese a la producción industrial era barrido implacablemente. Las tarifas aduaneras y todo el sistema fiscal fueron transformados radicalmente. Todo quedó supeditado a un objetivo único, pero a un objetivo que tenía la máxima importancia para los capitalistas industriales: abaratar todas las materias primas, y principalmente, todos los medios de subsistencia de la clase obrera, reducir el precio de coste de las materias primas y mantener los salarios a un bajo nivel, cuando no reducirlos aún más. Inglaterra tenía que convertirse en ‘el taller industrial del mundo’; todos los demás países tenían que ser para Inglaterra lo que ya era Irlanda: mercados para su producción industrial y fuentes de materias primas y de artículos alimenticios. ¡Inglaterra, gran centro manufacturero de un mundo agrícola, con un número siempre creciente de satélites productores de trigo y algodón girando en torno al sol industrial!”.
Pero la clase obrera quedó igualmente sin poder votar[4]. Como una burla, el mismo parlamento arrancado a los terratenientes para la burguesía con la fuerza de la clase obrera, en 1834 lanzó un ataque a los trabajadores con la reforma a la Ley de beneficencia, que implicó la reducción del subsidio a obreros domiciliados, reducción de gastos de asistencia pública: de 6.5 millones de libras a 4.5 millones en 1841, legalizó la explotación del trabajo infantil en 1833 al que hace alusión Engels más arriba y, aceleró proletarización de pequeños productores empujándolos a las fábricas, en donde se formaron “Casas de trabajo” para capacitar a los obreros, en realidad cárceles de trabajadores en donde se separaba a las familias. Aquí vemos claramente un ejemplo primigenio de cómo la política de conciliación entre la burguesía y los obreros sólo trae consecuencias negativas a la clase obrera. Así ha sido a través de la historia del movimiento obrero, siempre y cuando la base no presione por una política de independencia de clase, los elementos conciliacionistas obtienen provecho individual a costa de hipotecar y vender el movimiento.
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