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    Del eurocomunismo a la izquierda feminista, identitaria y liberal. De la lucha de clases a la guerra de sexos.

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    Mensaje por Deng Dom Mar 17, 2019 12:29 pm

    Del eurocomunismo a la izquierda feminista, identitaria y liberal. De la lucha de clases a la guerra de sexos (I)

    Por Eusebio Rodríguez Salas

    El tsunami identitario: ¿7 mil millones de grupos diversos?

    Pocas dudas caben que nuestra época se caracteriza por la escisión entre la vieja clase obrera (que espera su extinción, al ser expulsada brutalmente por la oligarquía financiera del ciclo económico mediante la desindustrialización, el desempleo, la miseria y la disolución familiar), y la fuerza de trabajo más joven y adaptada a las tecnologías más modernas.

    El nuevo proletariado que desea a toda costa el capitalismo de nuestra era es el formado por millones de jóvenes trabajadores hiperindividualizados, desarraigados, sin experiencias vitales de familia, sin memoria histórica. Sus expectativas laborales se reducen a trabajar en empleos efímeros y despreciables, mientras languidecen en infectos cuchitriles de los suburbios compartidos con otros seres anónimos como ellos, tratando de evadirse de su vida mediante la realidad virtual, el ocio autodestructivo, evasivo y alienante gracias a una videocónsola, smartphone u ordenador portátil.

    Es en esta etapa del tránsito del viejo capitalismo al nuevo, y de la vieja clase obrera a la nueva, cuando se produce la eclosión de la llamada "política de las diferencias", del feminismo hegemónico y de las identidades.

    La filosofía del pluralismo, la diversidad, la diferencia y las minorías plantea que existen grupos humanos o individuos concretos que poseen unos rasgos y cualidades (principalmente de tipo socio-cultural) que se consideran particulares y únicas. Estos rasgos pueden tener elementos relativamente objetivos y tangibles (por ejemplo, el grupo de las mujeres feministas o el grupo de los artistas con la piel negra) o bien pueden estar definidos por las experiencias y creencias subjetivas de las personas que forman este grupo (como por ejemplo los creyentes de alguna confesión religiosa o los que se sienten de alguna orientación sexual diferente al binomio masculino-femenino). Las características y cualidades propias que poseen o se supone que poseen constituyen la identidad del grupo, cuya función es la de cohesión interna y la diferenciación como elemento de reconocimiento esencial ante los demás: el grupo de los negros, el de los homosexuales, el de los animalistas, el de las feministas, el de los emigrantes subsaharianos, el de los nacionalistas catalanes, vascos o asturianos, el de las tendencias sexuales minoritarias, etc.  

    Las concepciones sobre las diversidades y las minorías identitarias surgieron en el último tercio del siglo XX en Estados Unidos, como reacción a las ideas universalistas como la identidad ciudadana dentro del Estado-nación (erosionada por la mundialización capitalista y el debilitamiento de las fronteras y la aparición de minorías nacionalistas), o las ideas socialistas y anarquistas universalistas que proclamaban la unidad mundial de la clase obrera y que entraron en una profunda crisis tras la desaparición de la Unión Soviética.

    En la práctica sucede que muchas personas se cuestionan la identidad que esta ideología de las diversidades cree que debe poseer (normalmente establecida a través de estudios académicos teóricos o mediante grupos de presión) y muchos de estos grupos se dividen a su vez en subgrupos, que nacen resaltando nuevos elementos de diferencia que les separan de sus progenitores: los emigrantes se identifican por su país de origen y posteriormente se organizan según su etnia de origen en entidades propias, e incluso según su poblado natal; los partidos comunistas y trotskistas que se dividen y subdividen incesantemente resaltando las identidades ideológicas que los hace únicos respecto a los demás; los movimientos nacionalistas que se escinden en partidos que tienen concepciones diferentes, producto de medios sociales diferentes; los movimientos sexuales minoritarios, que se organizan y conviven siguiendo patrones de conductas sexuales diferenciadas: gays, lesbianas, transexuales masculinos o femeninos, etc.

    Para comprenderlo mejor veamos un ejemplo práctico. La feminista negra y latinoamericana Ochy Curiel explica cómo muchas feministas y lesbianas negras sentían la necesidad de diferenciarse del feminismo en general, grupo en el que teóricamente debían pertenecer por su identidad (la lucha contra el “patriarcado”) para alinearse entre identidades secundarias (negras, lesbianas) debido a la conflictividad y antagonismo que percibían en el seno de la identidad más universal, la feminista:

    «¿Cómo manejaron el feminismo de la igualdad y el de la diferencia el concepto de identidad? Ambas parten de la “identidad de mujeres” como aquello que logra articularnos frente a un enemigo común: el patriarcado. Era lo que nos daba la fuerza articuladora para hacer tambalear sus lógicas y sus normativas. Posteriormente se comienza a hablar del género como una categoría que permitió entender la subordinación de las mujeres asumiéndose la “identidad genérica” como elemento articulador de las mujeres. El otro gran debate lo fue alrededor de la crítica que hacían lesbianas, negras, latinas, a un feminismo que se hacía cada vez más excluyente. Se legitimaba y reconocía la imagen de la mujer blanca, heterosexual y generalmente de clase media o burguesa. Sustentaban que asumir “mujeres” como una identidad homogénea limitaba las posibilidades de abordar el racismo, la lesbofobia, el clasismo como sistemas de opresión y exclusión que tocaban a muchas mujeres y que también se manifestaba al interior del mismo movimiento feminista, por tanto partía de una posición universalista de las mujeres. En ese sentido la categoría “identidad de mujeres” y posteriormente la “identidad genérica” comienza a ponerse en entredicho. Las lesbianas feministas comienzan a construir lo que se ha denominado “el feminismo lésbico o lesbiano” explicitando la lesbofobia al interior del feminismo al no querer explicar ni abordar en sus luchas políticas la crítica a la heterosexualidad como obligatoriedad impuesta por el patriarcado. Planteaban que se partía de representaciones de los hombres/mujeres como sujetos universales manteniendo la heterosexualidad como normativa».

    Vemos cómo la filosofía de la diversidad y las identidades otorga legitimidad para crear subdivisiones continuas entre grupos y subgrupos identitarios. Otra característica importante de esta filosofía es que la identidad implica la reafirmación  de los elementos que se supone que permiten a determinadas personas poseer esa identidad. Por ejemplo, en el caso de la “identidad de mujer negra”:

    «Las acciones contenidas en la política de identidad van desde recrear elementos de la cultura africana (culinaria, estética, música, danza) hasta desarrollar espacios de reflexión donde esa identidad “negra” sea reforzada y valorada positivamente con el propósito de lograr una buena autoestima en las mujeres negras». (1)

    En este caso, una mujer latinoamericana de piel negra, aunque haga siglos que no tenga ningún vínculo con el continente africano y haya nacido a partir de una mezcla de etnias, para ser una “mujer negra” verdadera debe adoptar las costumbres que se supone africanas (se entiende que no sirven las costumbres árabes o bereberes, aunque también sean africanas, sólo la “costumbres negras”). Son concepciones basadas en rasgos idealizados y esencialistas (el “hombre blanco”, la “cultura culinaria africana” en el ejemplo comentado, que, por cierto, representa el mismo disparate que hablar de la “cultura culinaria europea”).

    La filosofía del pluralismo y la diversidad se sustenta en la idea de que un grupo posee unas características basadas ante todo en creencias subjetivas particulares y está dotado de una naturaleza única constituida a partir de unas cualidades específicas que la diferencian de los demás grupos (su identidad, es decir, la forma y cualidades que presenta ante el resto del grupo para reafirmarse y ante los demás grupos para diferenciarse). Estas cualidades son permanentes, forman parte de su ADN socio-cultural, y por ello deben perpetuarse en el tiempo para que el grupo no pierda su identidad frente a los demás, de tal manera que se excluye la evolución, la síntesis y el mestizaje ya que los elementos universalistas comunes se consideran secundarios o amenazantes.

    De las concepciones sobre las identidades diversas se deriva que las personas no pueden tener simultáneamente más de una identidad importante: en el momento en que surge otra identidad competidora se produce la división, como hemos visto en el caso de las lesbianas negras y feministas del ejemplo. Al igual que sucede con los nacionalismos basados en el esencialismo culturalista o racial (una lengua milenaria, una historia común milenaria, una misma etnia milenaria con sus genes invariables, etc.) las concepciones identitarias dificultan la mezcla con otros grupos y son potencialmente excluyentes. En el ejemplo que nos ocupa, quien no comparta los rasgos que se le atribuyen a este grupo podría quedar excluido de la pertenencia al mismo: por ejemplo, la mujer negra latinoamericana que no se vista como se supone que deba hacerlo una mujer africana o que no se alimente a través de la “cultura culinaria africana” podría ser considerada una mujer negra “incompleta”, amputada en su identidad, una mujer colonizada o que ha “renunciado a sus raíces”.

    En el caso de las diversidades y minorías sexuales construidas sobre el concepto de identidad es llamativo el grado de detalle posible para establecer subdivisiones y nuevas identidades. Los países anglosajones, al ser los que crearon y propagaron la filosofía de la identidad y la diversidad, son los que llevan la delantera en cuanto al reconocimiento del universo identitario. Por ejemplo, una organización norteamericana LGBTQ estableció la existencia de 31 géneros diferentes basándose en supuestas identidades específicas aisladas. Entre estas diversidades de género se incluyen los andróginos, género diverso, género expansivo, género fluido, agénero, bigénero, género queer, pangénero, MTF (masculino a femenino) y FTM (femenino a masculino) (2).

    En Australia no han querido quedarse atrás y la Encuesta Autraliana sobre el Sexo, a partir de un estudio realizado por la Universidad de Tecnología de Queensland (QUT), definió 33 posibles identidades de género (3).

    El resultado de todo ello no permanece en simples disquisiciones teóricas o discusiones sin consecuencias: las entidades gubernamentales toman partido abiertamente por imponer esta visión de la sociedad mediante políticas concretas. Por ejemplo, la Comisión de Derechos Humanos del Gobierno de New York establece sanciones para los funcionarios que no respeten escrupulosamente las autodefiniciones de género (4).

    Es evidente que no existe ningún criterio para restringir las identidades de género a 2, 15, 31, 33, 256, 821 o 15.497 o 7 mil millones, el número aproximado de los habitantes de la Tierra: todo depende de como “se sienta” alguien subjetivamente, de la imaginación de cada individuo y de cómo se haya levantado esa mañana. Todos los habitantes del planeta pueden exigir el mismo derecho a que se les trate como una identidad sexual diferente. Por otra parte, la teoría de las diversidades sexuales plantea que éstas no son permanentes durante la vida de una persona y pueden ir cambiando a lo largo del tiempo.

    Bajo la filosofía identitaria de las diversidades cualquier ciudadano debería tener derecho a que se le reconozca su identidad de género sexual específica, y que ésta identidad fuera determinante para ser identificado. Es el caso del ciudadano holandés Emile Ratelband, que reclama desesperadamente que le supriman 20 años de su fecha de nacimiento en el documento nacional de identidad para poder tener acceder a relaciones sexuales en mejores condiciones: él se siente una persona de 49 años, y apela, con total legitimidad, a su propia subjetividad para ser reconocido como un individuo con una identidad sexual diferenciada:

    «El mundo ya no es el mismo que el de nuestros padres. Ahora la gente se puede cambiar de sexo si no se siente cómoda en su cuerpo, o de apellido si el que tiene le causa problemas. ¿Por qué no me voy a poder poner la edad que yo creo que tengo, tanto física como psicológicamente? Sólo hay que verme» (5).

    Probablemente si escrutáramos qué significan los conceptos de “minoría”, “identidades”, “géneros sexuales” y tantos otros de los que constituyen el vocabulario político de moda veríamos que, probablemente, la mayoría de ellos tienen escasa o ninguna base objetiva y real. No son conceptos derivados de un sustrato material objetivo como el hecho biológico o la pertenencia a una clase social: son construcciones realizadas arbitrariamente, y por ello se pueden plantear que hay decenas de identidades de género posibles, aunque mañana pueden ser miles y pasado mañana millones.

    Esto es evidente en el caso de las propias diversidades sexuales, que chocan frontalmente con todas las evidencias científicas: que una mujer latinoamericana negra o mestiza se “sienta” como una mujer africana subsahariana (aunque sus antepasados haga siglos que no tienen ningún contacto con el continente africano) no significa que esta mujer sea una negra subsahariana; tampoco “sentirse” de alguna diversidad de género diferente a la distinción biológica masculino-femenino significa necesariamente “poseer” esa identidad de género. Un millón de años de evolución protohumana y humana no pueden borrarse de un plumazo con unas simples definiciones idealistas, oenegés identitarias y amenazas de multas: las investigaciones más recientes en biología evolutiva apuntan a que la diferenciación macho-hembra en los humanos se halla arraigada firmemente en las estructuras cerebrales de hombres y mujeres, y esto ha tenido su reflejo en todas las culturas humanas desde hace milenios, creando y reproduciendo la distinción del binomio masculino-femenino (6).

    Las políticas de la diversidad, de género y feministas han sido englobadas por sus críticos de derechas y de izquierdas bajo la etiqueta de "ideología de género". Si bien algunas corrientes de feminismo no estarían incluidas dentro de esta clasificación (al estar enfrentadas, por ejemplo, con las identidades transexuales), el concepto de ideología de género permite una aproximación bastante razonable a muchas de estas manifestaciones.

    La filosofía del pluralismo y las diferencias, o la ideología de género si se prefiere, ha conseguido que hoy en día las concepciones basadas en la identidad, la diversidad y el género sean tremendamente influyentes entre las ciencias sociales, los grandes centros de poder económicos privados, los medios de comunicación y las políticas públicas de los gobiernos, propagándose como un tsunami imparable: estudios de género, leyes de género, perspectiva de género, cuotas de género, megafiestas de diversidad sexual apoyadas por instituciones públicas y empresas multinacionales, planes de estudio de diversidad sexual en la escuela primaria, celebraciones de minorías étnicas, jornadas feministas, partidos, sindicatos y gobiernos que se reclaman feministas, publicidad feminista, huelgas feministas, feminismo lésbico, teoría queer, lenguaje “inclusivo”, auge de las organizaciones sociales y partidos etnicistas y nacionalistas, manifiestos antipatriarcales, programas y subvenciones a todo tipo de asociaciones y ONG identitarias, departamentos de “marketing” para la diversidad sexual y minorías en empresas multinacionales, promoción de lo identitario en el Foro de Davos, teorías de la interseccionalidad…

    ¿La izquierda identitaria contra la familia obrera?

    El tsunami identitario ha ahogado casi toda la discusión sobre clases sociales y sobre proyectos de superación del capitalismo porque la prioridad pertenece a la “democracia”, a las “minorías” o “identidades”. Estas identidades son gestionadas por los gobiernos de forma horizontal y diferenciada, superando tanto la identidad política más básica y extensa -la identidad creada por el pensamiento liberal o republicano, que establece la existencia de unos ciudadanos iguales en derechos y deberes como fundamento del sistema social- como las identidades colectivas surgidas de agrupaciones socioeconómicas: la clase social, el pueblo o la oligarquía, por ejemplo.

    En España el impacto de estas concepciones entre las formaciones políticas y sociales de la izquierda ha provocado una metamorfosis ideológica de gran calado. Tanto para los antiguos partidos y organizaciones sociales nacidos hace un siglo bajo la influencia del movimiento obrero (principalmente las centrales sindicales y los partidos PSOE, PCE, además de los anarquismos) como para sus derivados escindidos en diferentes etapas, la proyección electoral del PCE (Izquierda Unida), las formaciones de la llamada "nueva izquierda" (Podemos, Mareas, las CUP catalanas, Compromís, etc.)  en sus agendas políticas el feminismo y lo identitario suelen recibir prioridad absoluta. Las palabras "machismo", "masculinidad tóxica", "cultura de la violación", “patriarcado aliado del capitalismo”, “privilegios masculinos", "deconstruir la masculinidad", “empoderamiento femenino”, "lenguaje inclusivo", “heteropatriarcado” y muchas otras han tomado por asalto el vocabulario político de las izquierdas sin que se permita someterlo al más mínimo análisis científico.

    Entre la derecha reaccionaria se califica despectivamente a las políticas de género e identidades como el producto del "marxismo cultural". Uno de los objetivos de este artículo es intentar mostrar que estas políticas identitarias y feministas abrazadas con pasión religiosa por la nueva-vieja izquierda no sólo son una negación absoluta del marxismo, sino que, además, representan una influencia importante del individualismo y el liberalismo burgués radical (llamado también anarco-capitalismo) entre las antiguas organizaciones obreras, en una etapa del capitalismo occidental centrada en explotar al límite la vida cotidiana y las necesidades íntimas de los seres humanos.

    Los partidos de izquierdas vienen abrazando estas ideas con la radicalidad del converso, con pasión dogmática y con una actitud cada vez más inquisitorial contra sus críticos a medida de que sus expectativas electorales y su influencia social disminuyen sostenidamente. Esta misma pasión, por cierto, también encontramos en las izquierdas en su cuestionamiento e, incluso, en el rechazo radical hacia la llamada “familia convencional”. La conflictividad social pasa a ser de tipo cultural y simbólico, entre identidades minoritarias que sufren supuestamente opresión y discriminación. Se interpreta que la representatividad social de estas minorías se ve castrada por las categorías mayoritarias opresoras, en cuya cúspide se encuentran los hombres heterosexuales de toda raza y condición social, y en su cima reina de forma incontestable el hombre blanco heterosexual, que se resisten con uñas y dientes a perder sus “privilegios” gracias a la institución de la familia convencional o tradicional.

    El centro de gravedad ideológico se ha desplazado rápidamente hacia un nuevo reformismo compatible con el capitalismo moderno, un neo-reformismo que toma de la socialdemocracia clásica la apuesta por los cambios moderados y la democratización superficial del sistema político, pero rechaza de ésta, de forma radical, su viejo contenido obrerista, ya proceda éste de la tradición socialdemócrata, anarquista o comunista. Los grandes medios de comunicación, fundaciones privadas, filántropos capitalistas multimillonarios y los gobiernos han puesto también todo su empeño en difundir las nuevas corrientes ideológicas y a crear aparatos burocráticos y financieros para su gestión entre la “sociedad civil” de las diversidades, que luchan arduamente entre ellas por conseguir recursos financieros y espacios de poder, incrementando la segmentación social y la invisibilidad de las mayorías sociales alejadas a estas dinámicas.

    Debido al perfil amplio de la tendencia política identitaria y los recursos disponibles, la capacidad de forjar un consenso político basado en la ideología de género y el feminismo queda patente con cada nueva ley de esta índole que los diversos parlamentos aprueban de forma ampliamente mayoritaria, uniendo a los partidos de las tendencias más variadas.

    Dentro de las categorías identitarias destacan las referidas a las orientaciones sexuales minoritarias agrupadas con las siglas LGBTQ. En este caso, la estrategia para conseguir influencia política pasa por mostrar a la luz pública la sexualidad de cada individuo y de cada subgénero: lo sexual es lo político. Los obreros de orientaciones sexuales minoritarias ya no son llamados a organizarse junto a sus compañeros heterosexuales: para ser políticamente correctos y aceptables tienen que proclamar ante el mundo sus preferencias sexuales y acudir al mercado identitario para escoger el que más le atraiga y unirse con los que tienen la misma orientación sexual para luchar contra la “opresión heteronormativa” (y de paso, contra sus compañeros de trabajo, heterosexuales “opresores”). El hecho sexual, que pertenece a la esfera privada y personal de cada individuo se convierte en espectáculo público para ser manipulado política y económicamente al antojo de los que se benefician de las políticas identitarias: por ejemplo, la burguesía rosa y los que explotan los mercados de la diversidad sexual.

    Entre las políticas identitarias hay dos grandes ideologías con posibilidad de atraer a masas de personas: la primera es el nacionalismo y la identidad étnica, y la segunda es el feminismo. Mientras que la identidad nacionalista presenta un grave problema porque divide temporalmente a las clases dominantes (y su radicalización puede llevar a enfrentamientos de consecuencias imprevisibles), el feminismo es un movimiento inocuo y sin peligro alguno para las relaciones de producción capitalistas, totalmente manejable y controlable por la clase social que dirige la sociedad. El feminismo ha demostrado, con el apoyo de los medios de comunicación y los partidos de más variado signo, tener una capacidad enorme para crear un consenso amplio y una transversalidad extensa que justifique la implementación de políticas de género: por ejemplo, casi todos los partidos políticos, sindicatos, gobiernos, entidades asociativas, la reina Letizia, ejecutivos de multinacionales, etc., apoyan la huelga de género y otras protestas del 8 de marzo, antiguo día de la mujer trabajadora y hoy reconvertido en día del feminismo.

    Las mismas fuerzas intelectuales, políticas y mediáticas implicadas en la implantación de las políticas identitarias radicales presionan con todas sus energías para remodelar el concepto de familia “tradicional” y desdibujarla de la forma más laxa posible, de forma tal que al nuevo estilo familiar se le dificulte toda estabilidad y permanencia en el tiempo. Se presiona para disgregar y extinguir a la vieja unidad familiar y sustituirla por concepciones familiares extremadamente efímeras que convierten a la familia en un organismo de naturaleza inestable, fluida, cambiante y con fecha de caducidad próxima: la nueva familia sería más bien una asociación libre de individuos con un ínfimo compromiso mutuo, donde la individualidad debe permanecer en todo momento sobre lo que antiguamente se consideraban deberes hacia el colectivo familiar. El viejo sistema familiar, permanente y estable durante generaciones, pasa a ser considerado casi unánimemente (excepto por las confesiones religiosas y poco más) un artilugio reaccionario construido por el patriarcado masculino opresor, liberticida hacia las “minorías”, sustentador de un orden social injusto e incluso sería la base social misma del capitalismo.

    Hay que señalar que la denominación de “familia tradicional” no deja de ser una simplificación abusiva, puesto que, sólo en un país e incluso en una región, podemos contabilizar distintas formas familiares, unas muy diferentes de otras, y éstas tampoco han permanecido igual en la historia: han tenido una evolución interna.

    Esta visión individualista y ultraliberal que adopta la izquierda de género, a pesar de su carácter artificial, es terriblemente devastadora para la identidad y cohesión de la clase obrera y criminaliza a los sectores populares masculinos, incluyendo el proletariado.

    En primer lugar, porque en todas las sociedades las grandes masas de hombres heterosexuales pertenecen a la clase obrera, al campesinado modesto o pobre, al pequeño propietario y a otros sectores populares: calificar como “opresor” al hombre en general, implica calificar como opresor automáticamente, en primer lugar, al trabajador masculino asalariado. Y considerar como “opresora” a la familia heterosexual significa criminalizar a la inmensa mayoría de familias obreras y del pueblo. En segundo lugar, porque el obrero, el trabajador asalariado, no ha existido jamás como una suma de átomos individuales que se mueven independientemente en la sociedad. Los trabajadores o proletarios sólo pueden existir como amalgama interconectada de grupos, experiencias vitales y relaciones intergeneracionales (familias, amigos, compañeros de trabajo, de escuela, de militancia política y sindical, de ocio…) que transmiten determinadas ideas, valores, costumbres, formando lo que se conoce como concepción del mundo. De todas estas agrupaciones, la familia obrera “tradicional” es la fundamental e irreemplazable, porque es la única que tiene capacidad de reproducir vital y físicamente al proletario y la proletaria y de proporcionarle la cohesión más elemental, de carácter vital-afectiva. Y por este motivo es la entidad más combatida por la nueva-vieja izquierda a través de la ideología de género.

    El capitalismo antiguo destruyó la familia tradicional extensa heredada del mundo campesino (formada por padres, hijos, abuelos, nietos y primos) para sustituirla por la familia nuclear (una unidad doméstica formada por un matrimonio con el mínimo de hijos posibles y con escasos vínculos con el resto de parientes). Hoy la familia nuclear, que es el espacio donde se produce la sociabilidad primaria de los trabajadores, está siendo disuelta por el capitalismo a través de la imposición de una serie de valores y normas.

    El respeto a los mayores de la familia, que era la seña de identidad de las culturas anteriores y uno de los pilares de la estabilidad familiar, se rechaza como símbolo del autoritarismo o la violencia paterna sobre los hijos, en nombre de un democratismo que merma drásticamente la capacidad educadora de los padres sobre los hijos e introduce una elevada inestabilidad intrafamiliar. A través de los dispositivos móviles, que son tomados como el clímax de libertad individual, los niños, niñas y adolescentes pueden visualizar todo tipo de materiales audiovisuales (incluso los pornográficos y violentos) fuera del control paterno, y establecer relaciones sociales independientes de la supervisión de la familia. Es el caldo de cultivo propicio para la pederastia aprovechando la facilidad con la que niños y adolescentes acceden sin control a las redes sociales e internet.

    Los productos audiovisuales de ínfima calidad al alcance de niños y adolescentes promueven comportamientos alienantes, el narcisismo ultraliberal , propagan la aceptación de la violencia gratuita y el conformismo social. Todos estos productos, junto con las carencias familiares y escolares generan individuos en los cuales florece la incultura, la vulgaridad, la mala educación, la dejadez personal, el comportamiento anárquico, la infantilización y la inmadurez, dificultando o imposibilitando las relaciones sociales estables y sanas. Las ansias desmedidas por satisfacer cualquier apetito personal a cualquier precio (incluso de forma inmoral) desintegran aceleradamente el medio social y familiar y disgregan el futuro de la clase obrera. Este es frecuentemente el caldo de cultivo de donde surgirán los nuevos proletarios o subproletarios (y también el prototipo de consumidor moderno) que el capitalismo de nuestra era necesita.

    En estas circunstancias, el rechazo a crear unidades familiares propias con perspectiva de futuro a través de la procreación es a la vez necesidad y virtud: la incertidumbre del futuro y la precariedad facilitan que la natalidad sea cuestionada de raíz como producto retrógrado y liberticida para las mujeres (y hombres), tarea facilitada por la difusión de una ideología proabortista radical (que no significa necesariamente lo mismo que el derecho al aborto) mediante una cruzada de los liberales y las izquierdas a favor de esta causa.

    La maternidad, que antiguamente era un deseo de la mayoría de mujeres, incluyendo las feministas, se está convirtiendo en los países de capitalismo avanzado en un lujo para unos pocos, de la misma forma que a los que quieren y no pueden ser padres se les consuela mediante el discurso de la máxima libertad individual (y, por otra parte, permite desarrollar ciertos segmentos de negocio de ocio). Por estos motivos el aborto ya no es considerado un recurso extremo para mujeres o familias en situaciones límite o de riesgo, ni tampoco la consecuencia de una decisión trascendental y de responsabilidad ética para la mujer ante la posibilidad de crear o no una nueva vida humana, sino un método anticonceptivo como otro cualquiera que debe promoverse al margen de cualquier sentido ético hacia la sustancia que se encuentra en las entrañas de la mujer en forma de protovida. El capitalismo y el abortismo radical, a través de una ideología antinatalista y malthusiana que reduce la interrupción a una mera cuestión médica y de profilaxis (desvinculada de preocupaciones éticas), despojan definitivamente del carácter sagrado supremo que en todas las sociedades tradicionales tenían los momentos de la maternidad y del nacimiento.

    El cambio cultural del feminismo hacia la apología del malthusianismo ha sido espectacular, si bien es cierto que a un capitalismo en crisis y que crea ejércitos de desempleados lo que menos le interesa es que aumente la natalidad. En 1936 la feminista y escritora española Lula de Lara todavía podía proclamar un principio que para el feminismo posmoderno hoy sonaría a herejía o a conspiración patriarcal contra la mujer:

    «Creo firmemente que hoy y siempre el cauce normal de una mujer debe llevarla, más tarde o más temprano, hasta el hogar y la maternidad» (7).

    El modelo familiar que hoy defiende la izquierda feminista e identitaria representa la opción de personas que buscan un estilo de vida independiente, incluso individualista, y a veces con lazos familiares muy débiles. Curiosamente este modelo familiar es defendido generalmente entre la izquierda por militantes y dirigentes que no tienen ninguna intención, posibilidad económica o simplemente carecen de cualidades personales mínimas para fundar unidades familiares estables y traer descendencia al mundo, excepto ciertos líderes mediáticos que pueden permitirse crear una familia con descendencia en un entorno social más exclusivo dentro de un ambiente urbano privilegiado.

    Es un modelo familiar que además de no representar a la mayoría de la clase trabajadora actual, conspira activamente para la disolución de ésta.


    Última edición por Deng el Dom Mar 17, 2019 12:38 pm, editado 1 vez
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    Mensaje por Deng Dom Mar 17, 2019 12:35 pm

    Del eurocomunismo a la izquierda feminista, identitaria y liberal. De la lucha de clases a la guerra de sexos (II)

    ¿Criticar el feminismo y la ideología de género implica convertirse en fascista?

    Antes de profundizar en este tema cabe matizar que ya no nos encontramos ante el feminismo de las mujeres burguesas que a finales del siglo XIX y principios del XX reclamaban derechos cívicos y laborales iguales a los hombres en el marco del régimen capitalista: hace mucho que estos derechos en occidente fueron conquistados, teniendo en cuenta que en el seno del capitalismo es imposible conquistar plenos derechos, igualdad y libertad para los trabajadores y las trabajadoras.

    Los defensores de las políticas de género e identitarias entre la izquierda se manifiestan de forma cada vez más estridente y emocional, a veces bajo impulsos irracionales, con una actitud de intolerancia radical contra sus críticos, marcando líneas rojas entre amigos y enemigos ante cualquier cuestionamiento de estas ideas. En ese momento las alarmas saltan instantáneamente: discrepar de la ideología feminista implica ser señalado automáticamente cómplice del maltrato a las mujeres y miembro del partido ultraderechista Vox (y fascista); disentir de la política de identidades sexuales y de su modelo de sociedad implica ser acusado de homófobo, lesbófobo, LGBTQ-fobo (y fascista). La ira divina fulmina al discrepante antes de que haya podido exponer argumentos razonados.

    Lo que muchas personas desconocen es que las críticas más duras contra el feminismo y las políticas identitarias no proceden de fascistas peligrosos, maltratadores y homófobos, o de los sectores más retrógrados de la iglesia católica. Las críticas más contundentes contra el feminismo fueron formuladas en primer lugar por dirigentes históricas del movimiento obrero (el anarquismo, el socialismo y el comunismo) como Rosa Luxemburgo, la dirigente anarquista Federica Montseny o la comunista Dolores Ibárruri. Posteriormente otras feministas destacadas de nuestra época han formulado acusaciones y críticas contra el feminismo moderno y la ideología de género de forma tan contundente que, a su lado, las críticas que proceden de la ultraderecha o de la iglesia católica suenan inofensivas y pueriles.

    A pesar de que se ha manipulado la imagen de las dirigentes obreras históricas para reconvertirlas en feministas, a veces falsificando citas sin ningún rubor, el feminismo de la izquierda y de partidos llamados comunistas representa una ruptura completa con las posiciones históricas de estas dirigentes obreras, que consideraban al feminismo como una ideología burguesa para dividir a la clase obrera y fortalecer el capitalismo.  

    Por ejemplo, Rosa Luxemburgo rechazaba en 1912 la tesis de los “privilegios masculinos” (tesis que hoy defiende la izquierda de género, como el Partido Comunista de España, como se verá más adelante) y acusaba a las mujeres burguesas de ser parásitos y mucho más explotadoras y reaccionarias que sus maridos. Rosa Luxemburgo también alertó que si se le concedía el derecho al voto a las mujeres burguesas aumentaría la tendencia reaccionaria del capitalismo:  

    «La mayoría de estas mujeres burguesas, que actúan como leonas en la lucha contra los “privilegios masculinos”, se alinearían como dóciles corderitos en las filas de la reacción conservadora y clerical si tuvieran derecho al voto. Serían incluso mucho más reaccionarias que la parte masculina de su clase. A excepción de las pocas que tienen alguna profesión o trabajo, las mujeres de la burguesía no participan en la producción social. No son más que co-consumidoras de la plusvalía que sus hombres extraen del proletariado. Son los parásitos de los parásitos del cuerpo social. (...) Las mujeres de las clases propietarias defenderán siempre fanáticamente la explotación y la esclavitud del pueblo trabajador gracias al cual reciben indirectamente los medios para su existencia socialmente inútil» (8 ).

    En 1914 volvió a rechazar la existencia de una comunidad de intereses entre el género femenino independientemente de su clase social. Luxemburgo escribió que el movimiento sufragista de las mujeres burguesas era “cómico” y la reivindicación de la igualdad de derechos era «pura ideología, propia de débiles aislados sin raíces materiales, es un fantasma del antagonismo entre el hombre y la mujer, un capricho», mientras que los derechos políticos para la mujer proletaria eran una necesidad real:

    «La proletaria, en cambio, necesita de los derechos políticos porque en la sociedad ejerce la misma función económica que el proletario, trabajo de la misma manera para el capital, mantiene igualmente al Estado, y es también explotada y dominada por éste. Tiene los mismos intereses y necesita las mismas armas para defenderse. Sus exigencias políticas están profundamente arraigadas no en el antagonismo entre el hombre y la mujer, sino en el abismo social que separa a la clase de los explotados de la clase de los explotadores, es decir, en el antagonismo entre el capital y el trabajo»

    En el mismo artículo sostenía Rosa Luxemburgo que los derechos de las proletarias, a diferencia de lo que hoy defienden las “feministas revolucionarias”, sólo con el fin del capitalismo se podrían conseguir: «La mujer trabajadora, junto con el hombre, sacudirá las columnas del orden social existente y, antes de que ésta le conceda algo parecido a sus derechos, ayudará a enterrarlo bajo sus propias ruinas» (9).

    Federica Montseny fue otra de las dirigentes obreras históricas que realizó críticas implacables y sin concesiones al feminismo. En 1924 fue una precursora del concepto de feminazismo, al comparar el feminismo con el fascismo debido a la intolerancia y fanatismo de esta ideología:

    «Dada su permanente actualidad y su lamentable y errónea tendencia, opino que el feminismo merece continuas críticas. (…) En España (…) no existe feminismo de ninguna clase y si alguno hubiese, habríamos de llamarlo fascista, pues sería tan reaccionario e intolerante, que su arribo al Poder significaría una gran desgracia para los españoles. Afortunadamente, no sucederá tal cosa. (…) ¿Feminismo? ¡Jamás! ¡Humanismo siempre! Propagar un feminismo es fomentar un masculinismo, es crear una lucha inmoral y absurda entre los dos sexos, que ninguna ley natural toleraría.

    Yo repetiré siempre que el feminismo, sea el que fuere, suave o áspero, reformista o ultramontano, no puede ser jamás un factor evolutivo ni un valor de renovación social. A lo sumo, con sus reformismos, una pequeña conquista arrancada a las preocupaciones y al ancestralismo. Socialmente, acepta y exige privilegios que si son injustos disfrutándolos los hombres, también lo serán si los disfrutan las mujeres. Humanamente, tolera todas las coacciones de la moral y de la religión, es ordenado y metódico y cuando se vuelve revolucionario es por despecho y no por justicia, y, en ciertos aspectos, da la razón a cuantos hombres no consideran digna de ser igual en libertad y en derechos a la mujer. Es casi una desviación del sexo y en algunos momentos una regresión, representando un peligro para las mismas mujeres que no estén conformes con sus normas e intolerancia» (10).

    Años más tarde Federica Montseny volvía a arremeter contra el feminismo:

    «No hemos sido, no somos, no seremos jamás feministas. Consideramos que la emancipación de la mujer está ligada a la del hombre. Por eso nos basta con llamarnos anarquistas. Pero nos ha parecido que, sobre todo en España, nuestro movimiento padecía un exceso de masculinidad; al hombre, en general, no le gusta que la mujer le represente»

    Dolores Ibárruri rechazó durante toda su vida identificarse con el feminismo, a pesar de la manipulación que hicieron tras su muerte las feministas, tanto del PCE como de fuera. En 1976, cuando Santiago Carrillo y su equipo multiplicaban sus esfuerzos para implantar la ideología feminista en el PCE, Pasionaria declaraba lo siguiente:

    «No soy feminista. A mí me gusta que las mujeres participen en la lucha en las mismas condiciones y con los mismos derechos que los hombres. Hacer un movimiento feminista al margen de la lucha de clases me parece un poco absurdo, porque dentro de la lucha por la democracia entran las reivindicaciones de las mujer» (11).

    Otras críticas implacables del feminismo y las políticas identitarias las podemos encontrar en mujeres procedentes del movimiento feminista actual. Por ejemplo, Erin Pizzey, feminista británica que en los años 70 fue la primera persona que abrió centros de acogida para mujeres maltratadas en Gran Bretaña. La veterana activista tuvo que pasar varios años fuera de su país al estar amenazada físicamente por el movimiento feminista debido a que se opuso a criminalizar a todos los hombres, resaltó que las mujeres también generaban una gran cantidad de violencia doméstica y explicó que las feministas convirtieron la lucha contra el maltrato en un sucio negocio multimillonario para unas cuantas mujeres, pagado con enormes cantidades de dinero público:

    «En el momento en el que el dinero llegó a los refugios, se aproximaba el sonido de las botas feministas que venían a secuestrar las asociaciones de la violencia doméstica y a convertirla en una industria millonaria» (12).

    Otra histórica del feminismo, la intelectual lesbiana Camille Paglia, odiada por las feministas y los identitarios por sus críticas, compara la ideología de género con la propaganda nazi y desenmascara de forma demoledora al feminismo moderno como un instrumento de las mujeres burguesas:

    «El problema del feminismo es que no representa a un amplísimo sector de las mujeres. Por eso se ha centrado en la ideología y en la retórica antimasculina en lugar de hacerlo en el análisis objetivo de los datos, de la psicología humana y el significado de la vida. (…) Estas burguesas, las feministas, lo que buscan es una forma de religión. Quieren un dogma y eso es lo que han encontrado en las identidades. Y si la gente contempla la política como si fuera su salvación, su dogma, pues acabas de crear el infierno. (…) Los estudios de género son mera propaganda y no son una disciplina académica. No hay diferencia entre este discurso y la propaganda fascista durante la II Guerra Mundial. Es mentira que el género sea totalmente una construcción social. (…)  A los hombres se los retrata como violadores, criminales y todo lo masculino se desprestigia. Hasta llegan a decir que los hombres son mujeres incompletas. ¡El feminismo ha conseguido envenenar la atmósfera cultural con su aversión a lo masculino!» (13).

    La veterana intelectual feminista y progresista Nancy Fraser es otra de las voces autorizadas que denuncian sin piedad la moderna política identitaria y el papel del feminismo como estrategia para destruir la clase obrera. Con una gran cantidad de estudios y libros publicados sobre la materia, Fraser ha realizado una de las mejores descripciones del nuevo rostro del capitalismo en Estados Unidos basado en la alianza entre política identitaria, feminismo y oligarquía finnciera. Desde la época del presidente Bill Clinton, el progresismo (representado por el Partido Demócrata y otras corrientes liberales y de izquierdas) impulsó la representación social y mediática de los nuevos movimientos sociales, las políticas identitarias, feministas o de las llamadas “minorías”, con el propósito de beneficiar al sector capitalista más dinámico de la economía (alta tecnología, servicios, finanzas y audiovisual) en su lucha contra la clase obrera industrial:

    «En la forma que ha cobrado en los EEUU, el neoliberalismo progresista es una alianza de las corrientes principales de los nuevos movimientos sociales (feminismo, antirracismo, multiculturalismo y derechos de los LGBTQ), por un lado, y, por el otro, sectores de negocios de gama alta “simbólica” y sectores de servicios (Wall Street, Silicon Valley y Hollywood). En esta alianza, las fuerzas progresistas se han unido efectivamente con las fuerzas del capitalismo cognitivo, especialmente la financiarización. Aunque maldita sea la gracia, lo cierto es que las primeras prestan su carisma a este último. Ideales como la diversidad y el “empoderamiento”, que, en principio podrían servir a diferentes propósitos, ahora dan lustre a políticas que han resultado devastadoras para la industria manufacturera y para las vidas de lo que otrora era la clase media. (…) Clinton forjó una nueva alianza de empresarios, suburbanitas, nuevos movimientos sociales y juventud: todos proclamando orgullosos su bona fides moderna y progresista, amante de la diversidad, el multiculturalismo y los derechos de las mujeres» (14).

    Vemos cómo las críticas más demoledoras y radicales contra la ideología de género y el feminismo han procedido tanto de las mujeres pioneras del movimiento obrero como de feministas que han decidido mantener su honestidad a pesar de las enormes presiones ambientales que favorecen la corrupción ideológica.

    Nadie puede negar que, en nuestro país y en nuestro entorno, a todos los efectos, las mujeres disfrutan de niveles de igualdad con los hombres y de acceso al poder como pocas veces en la historia. Hay mujeres presidentes del gobierno, jefes de Estado, ministros, directoras de empresas, banqueras, etc. En algunos lugares las mujeres incluso son mayoritarias en las universidades, en los órganos de la justicia y en otros ámbitos. Es cierto que perduran formas de violencia contra las mujeres, pero también contra hombres y niños.

    Otra de las teorías estelares del feminismo es la del “capitalismo heteropatriarcal”, que viene a sostener que el capitalismo beneficia a todos los hombres, independientemente de su clase social, sobre las mujeres. Este planteamiento equivale a afirmar que existe una comunidad de intereses entre todos los hombres (obreros, patronos, pequeños propietarios, agricultores, intelectuales, artistas) para seguir manteniendo esos supuestos privilegios históricos que se habrían perpetuado desde el surgimiento del patriarcado en la lejana prehistoria humana. Los agravios más importantes que se denuncian serían: una supuesta “brecha salarial” (discriminación activa en las empresas por motivo de ser mujer), el “techo de cristal” (una mayor dificultad en acceder a puestos ejecutivos en las empresas y a altos cargos en la administración y el gobierno). No obstante, la realidad es obstinada y vuelve a convertir en falsedad la idea de que el capitalismo promueve el patriarcado.

    Mientras que cada vez más mujeres en occidente ocupan puestos de poder clave, con más radicalidad se expresa el feminismo en un momento en el que se extiende imparable la presencia de mujeres en los centros de poder de las instituciones capitalistas más importantes: Christine Lagarde, presidenta del Fondo Monetario Internacional; Kristalina Georgieva, directora general del Banco Mundial y antiguamente vicepresidenta de la Comisión Europea y ex Comisaria europea de Programación Financiera y Presupuestos; Janet Yelen, ex presidenta de la Reserva Federal norteamericana, el mayor banco central del mundo; Angela Merkel, canciller de Alemania, la primera potencia capitalista de Europa y una de las mayores del mundo; Theresa May, primera ministra de Gran Bretaña, otra gran potencia capitalista mundial; y otras mujeres que ocupan o ocuparon puestos claves de poder como Gina Haspel, primera mujer directora de la todopoderosa CIA norteamericana; Kristjen Nielsen, Secretaria de Seguridad Nacional del gobierno norteamericano; o las secretarias de estado Hillary Clinton, Madeleine Albright y Condoleezza Rice, implicadas en la organización de diversas guerras. Éstas sólo representan algunos ejemplos del triunfo del “empoderamiento” femenino, aunque no represente ninguna mejora para las condiciones de vida de las mujeres trabajadoras.

    En España han habido vicepresidentas del gobierno, ministras de defensa, presidentas del congreso, presidenta del mayor banco privado, accionistas, ejecutivas, etc.: basta mencionar que la lista Forbes con las 100 mayores fortunas españolas incluye a 26 mujeres que amasan en conjunto 23.000 millones de euros (900 millones por cada mujer de la lista) (15).

    Las mujeres, por tanto, controlan una gran porción de las palancas mundiales del capitalismo. ¿Se puede sostener, acaso, que las mujeres que dirigen el capitalismo mundial y gobiernos muy poderosos son tan estúpidas como para convertirse en marionetas de un poder patriarcal amorfo y fantasmagórico? A pesar de todas estas pruebas irrefutables la izquierda identitaria y feminista sigue hablando del capitalismo patriarcal y de los privilegios masculinos, reforzando la guerra de sexos y debilitando la lucha de clases.

    Otra de las demandas del feminismo pasa por la llamada “brecha salarial de género”, según la cual las mujeres cobrarían menos por el mismo trabajo realizado. Al respecto la feminista Camille  Paglia aporta unos argumentos tremendamente sólidos, aunque no suelen despertar interés alguno entre la izquierda de género:

    «Ahora las feministas se apoyan en no sé cuántas estadísticas para afirmar que las mujeres en general ganan menos que los hombres. Pero esos gráficos son fácilmente rebatibles. Las mujeres suelen elegir trabajos más flexibles (y, por lo tanto, peor pagados) para poder dedicarse a sus familias. También prefieren los trabajos que son limpios, ordenados, seguros. Los que son sucios y peligrosos se los suelen endosar a los hombres, que también suelen estar más presentes en áreas más comerciales. Tienen una vida mucho más desordenada pero eso, por supuesto, se remunera» (16).

    La consideración del trabajo doméstico como otra forma de opresión patriarcal contra la mujer tampoco tiene ninguna base sólida. Una parte importante del trabajo doméstico tradicionalmente lo realizaba la mujer porque los hombres debían aportar el salario familiar (en trabajos de riesgo o muy duros), ya que no había medios públicos que ayudaran en la crianza de los niños o el cuidado de los ancianos. Hoy algunas mujeres, ante la perspectiva de un salario miserable y un empleo basura, eligen quedarse al cuidado de la familia y es el esposo el que aporta el salario familiar. Pero el aprovechamiento del trabajo doméstico y de cuidados es mucho más complejo de lo que parece a primera vista. Muchos abuelos y abuelas reciben el encargo de sus hijos o hijas de cuidar a sus nietos, lo que equivale a veces a una explotación feroz que produce graves casos de estrés y enfermedad. Muchas madres, aunque también padres, realizan todas las tareas domésticas para que sus hijas adolescentes estudien y disfruten después de eventos deportivos o culturales, o bien para que las hijas universitarias estudien sin dedicar tiempo a las labores del hogar, cediendo esos “privilegios” a sus padres o madres. Por otra parte, muchas mujeres profesionales del trabajo doméstico o cuidadoras de niños son contratadas por otras mujeres, y no son raras las ocasiones en las que se aprovechan de situaciones personales difíciles o de desempleo para exigir largas jornadas laborales a sus empleadas a cambio de un salario ínfimo.

    Las investigaciones científicas tampoco apoyan las teorías feministas. Para la neurocientífica Marta Iglesias, el patriarcado no explica, ni mucho menos, todas las desigualdades de las que el feminismo responsabiliza a los hombres, ni tampoco los niveles elevados de testosterona masculina equivalen a un comportamiento violento. Esta investigadora opina que se utiliza el recurso explicativo del patriarcado de la misma forma como antiguamente se culpaba al demonio de las epidemias y otras calamidades, lo que impide encontrar las causas reales de los problemas que se critican:

    «Hay que intentar entender la causa de cada desigualdad más profundamente, dejar de limitarnos a achacar toda desigualdad al patriarcado. En algún momento fenómenos complejos como el hambre, la guerra y la peste tenían su origen en el demonio, pero una vez estudiadas con profundidad hoy sabemos que tienen causas muy variadas y ni siquiera compartidas. (…) El patriarcado como causa única, además de no estar pudiendo explicar por sí solo muchas de las desigualdades existentes, parece estar poniendo impedimentos a la búsqueda de medidas alternativas que con este enfoque no se han podido solucionar. (…) Entender que no todas las agresiones contra la mujer tienen únicamente un componente sexista es importante, porque conociendo los factores de riesgo podemos buscar mejores medidas de prevención y actuación».

    La especialista remarca que tampoco hay que desdeñar las agresiones y violencias cometidas por las mujeres, ya que, aunque suelen predominar las más sibilinas y de tipo psicológico «es un tipo de agresión que puede estar detrás de algunos problemas en la sociedad actuales y creo que sería muy interesante que nos enfrentásemos a ella» (17).

    La teoría del patriarcado, uno de los artilugios favoritos de la izquierda feminista en realidad amplifica los peores vicios del machismo porque reduce a la mujer a un cero a la izquierda en toda la historia: la mujer es descrita como un ser débil, sumiso, incapaz de rebelarse, de tener virtudes y defectos, y desvaloriza el trabajo que ha realizado en muchas culturas. La mujer, según esta concepción, es un ser amorfo, un papel en blanco sin alma ni cerebro destinada a ser rellenada por los hombres. La teoría del patriarcado no distingue entre mujeres de distintos grupos sociales, ni épocas históricas, nacionalidades o etnias: todas las mujeres han sido oprimidas en todos los lugares por los hombres, y ninguna mujer ha oprimido ni ha explotado a ningún hombre.

    Cada día la clase obrera se ve perjudicada por estas políticas erróneas y desastrosas que promueve la izquierda. Pero la inercia es tan fuerte y las redes clientelares creadas son tan sólidas que parece imposible detenerse antes del abismo.

    Del eurocomunismo y el carrillismo a la izquierda de género

    El 8 de marzo de 2018 se celebró la primera “huelga feminista” en España. La movilización de género se justificó en base a una supuesta situación de opresión estructural y desigualdad y discriminación asfixiante que teóricamente sufren todas las mujeres en nuestro país a manos de todos los hombres.

    El desarrollo de la huelga de género repetía un esquema muy similar al de la Marcha de Mujeres contra el presidente norteamericano Donald Trump y en apoyo de la candidata demócrata derrotada Hillary Clinton, acusada de promover desde su responsabilidad como Secretaria de Estado brutales guerras imperialistas que provocaron miles de muertos en Libia o en Siria (entre ellos muchas mujeres y niñas, y las supervivientes sufrieron un grave deterioro de sus condiciones de vida y de libertad) y contó con el apoyo y la participación de sectores sindicales y de la izquierda norteamericana (como la antigua intelectual marxista Angela Davis) junto con grandes celebridades del espectáculo y el deporte.

    En la huelga feminista partidos como Podemos, IU/PCE, PSOE y otras organizaciones menores de izquierdas y autodenominadas comunistas, junto con las centrales sindicales llamaron a sus simpatizantes y militantes a desfilar junto con las grandes celebridades, la banquera Ana Botín y la reina Letizia, que mostraron sus simpatías hacia la protesta de género, y hasta destacados miembros del Partido popular, como el propio ex presidente del gobierno Mariano Rajoy, mostraron un apoyo significativo a las movilizaciones, aunque de forma oportunista tras comprobar el éxito de las mismas.

    En un comunicado donde se evaluaban los resultados de la “huelga feminista” del 8 de marzo de 2018, donde el PCE, eufórico, expresaba:

    «Llamamos al compromiso de los hombres en la renuncia de sus privilegios y a ponerse al servicio de un movimiento que ha demostrado ser capaz de encabezar la lucha por la dignidad y la emancipación de toda la humanidad» (18).

    Este comunicado muestra que para el PCE el conjunto de todos los hombres, independientemente de su origen y estatus socioeconómico, constituye una casta de privilegiados: trabajadores de la construcción, ejecutivos de multinacionales, obreros metalúrgicos, pequeños campesinos, médicos, repartidores de comida a domicilio, grandes accionistas, profesores universitarios, emigrantes que sobreviven recogiendo basura y chatarra por las calles, intelectuales, funcionarios, falsos autónomos, pequeños comerciantes y propietarios de negocios, deportistas de élite, medianos y grandes empresarios, mozos de almacén, modestos pensionistas, etc.

    A diferencia de Rosa Luxemburgo, que consideraba la tesis de los “privilegios masculinos” propia de las mujeres burguesas más reaccionarias, el PCE escogió difundirla como elemento central de su propaganda de género.

    Más allá de la tremenda injusticia que el PCE comete para digerir la ideología feminista en su versión más radical, lo que podemos constatar es el final de un proceso histórico y el nacimiento de otro. Es el ejemplo más relevante de un partido de izquierdas que culmina la metamorfosis ideológica de la clase al género, o, dicho en terminología moderna, la "desobrerización" progresiva del PCE para convertirse en un ente feminista.

    Efectivamente, la acusación que realiza el PCE a todos los hombres de ser una casta de privilegiados, en realidad es una acusación dirigida contra los sectores masculinos más desfavorecidos, más humildes y más empobrecidos o explotados de la sociedad: ya que la opresión fundamental de la mujer reside en la supuesta discriminación generalizada al acceso a la riqueza y al bienestar económico respecto al hombre, que supuestamente le impide radicalmente una independencia individual, un proyecto de vida propio y una carrera en solitario, y que le obliga a aceptar, también supuestamente, trabajos peor pagados o considerados de baja estofa, o a permanecer anclada a la vida doméstica y al cuidado familiar o a la llamada doble jornada, ¿qué hombres podrán más fácilmente renunciar a sus “privilegios” para favorecer el ascenso de la mujer?

    No serán los trabajadores con bajos salarios, ni tampoco el emigrante subsahariano que duerme en un “piso patera” y que desde la salida del sol al anochecer recoge cartones y chatarra para poder enviar unos euros a su familia en su país de origen, ni el mozo de almacén, el trabajador metalúrgico, el reponedor de grandes almacenes -dependientes la mayoría de ellos de empleos irregulares a través de empresas de trabajo temporal-, ni tampoco los llamados “falsos autónomos”, que constituyen el eslabón último de una cadena de atroz explotación laboral, ni el pequeño comerciante o propietario amenazado de ruina diariamente por las grandes superficies comerciales o el comercio electrónico, ni tampoco el pensionista modesto que sobrevive duramente hasta el fin de mes y que muchas veces debe extender su pensión a sus hijos y nietos. Por otra parte, frente a esa casta de privilegiados masculinos tiene que aparecer, aunque no se mencione, los que carecen de privilegios, es decir, la casta de mujeres parias, en la que entran tanto la presidenta del principal banco español, Ana Botín, la reina Letizia, una empleada doméstica, una funcionaria, una cajera del supermercado, una obrera textil, una empleada de limpieza, y toda la variedad socioeconómica donde están presentes las mujeres.

    La lógica en la tesis del PCE es que el grado de culpabilidad de los hombres respecto a las discriminaciones y opresiones (reales o supuestas) perpetradas contra el género femenino está en sentido inverso al nivel de riqueza y posición social. No todos los hombres tienen el mismo grado de culpabilidad en ejercer sus “privilegios masculinos”, puesto que los que tienen  mayor posibilidad de renunciar a esos “privilegios” son, precisamente, los que disponen de mayor poder adquisitivo y más riqueza, son los que pueden conceder a sus mujeres o hijas grandes beneficios materiales y económicos, mejores viviendas, mejor educación y universidades de elite, otras mujeres que realicen el servicio doméstico, vacaciones en lugares exóticos y hoteles de primera categoría, etc.

    Así pues, la llamada del PCE a que todos los hombres renuncien a esos supuestos privilegios sobre las mujeres representa, ni más ni menos, un ataque brutal y despiadado contra el proletariado y subproletariado masculino y otros sectores populares situados en los niveles más bajos de la sociedad. Estas palabras, que en otro momento histórico se hubieran considerado infames y vergonzosas en un partido comunista, más allá de los juicios morales, constituyen la evidencia indiscutible de la metamorfosis, probablemente irreversible, de un partido antiguamente obrerista y de clase, en un partido de identidades.

    Finalmente, respecto a la afirmación que el feminismo constituye «un movimiento que ha demostrado ser capaz de encabezar la lucha por la dignidad y la emancipación de toda la humanidad» recordemos el apoyo de las pioneras del feminismo a la matanza de la primera guerra mundial, al papel que ha realizado en la justificación de las guerras imperialistas para “liberar a la mujer”, donde han muerto miles de mujeres y niñas o, como explica la intelectual anarquista María del Prado Esteban, el papel clave que ha tenido del feminismo en la justificación ante la opinión pública de la militarización y el desencadenamiento de las guerras imperialistas, y cómo se ha demostrado en la práctica que las mujeres militares en acciones bélicas pueden cometer los mismos crímenes y las mismas torturas que sus camaradas de armas masculinos (19).

    La conversión de la izquierda al género y las identidades no surgió de la nada: los dos grandes partidos obreros del siglo XX, PSOE y PCE, adoptaron a su manera el feminismo como ideología cada vez más influyente, especialmente el PCE. Vale la pena, pues, realizar un breve repaso histórico de este partido, que durante el antifranquismo fue el mayor partido de masas con diferencia.

    En España la derrota de la República significó la abrupta desaparición de una serie de derechos civiles y personales que habían conquistado las mujeres: derecho de voto o derecho a abortar (el derecho al divorcio no fue específicamente femenino, puesto que los hombres también podían ejercer ese derecho, así como la regulación laboral y salarial en convenios colectivos). También implicó la escolarización masiva de las niñas y adolescentes, un mayor acceso a la educación superior y la posibilidad de trabajar en profesiones de prestigio reservadas anteriormente a hombres, aunque estos últimos derechos, evidentemente, sólo estaban reservadas a mujeres procedentes de clases sociales privilegiadas.

    El triunfo del franquismo implicó la desaparición de casi todos estos derechos, especialmente durante sus primeros años, y la toma de control de la iglesia católica de la vida familiar, otorgando al hombre el papel de jefe de la familia. Las durísimas condiciones de vida de la postguerra, la represión brutal y la miseria y privaciones espantosas que sufría la inmensa mayoría de población, además del papel subalterno que debía ejercer la mujer (relegada a la vida doméstica y al ámbito privado), convirtieron a muchas familias en cócteles explosivos de violencia psicológica y física, verdaderos infiernos no sólo para las mujeres, sino también para los hijos donde el maltrato pasaba muchas veces del marido a la mujer y de la mujer al hijo. Pero eso no implicó que tal situación fuera generalizada: en muchas familias obreras, a pesar de las privaciones y situaciones límite, existían formas de convivencia solidarias y respetuosas, muchas veces producto de la mentalidad igualitaria obrera. Por otra parte, la situación de las mujeres burguesas o de la aristocracia era muy diferente: tenían ciertas posibilidades de acceder a la enseñanza universitaria y de convertirse en profesionales de éxito. Incluso durante el franquismo se llegó a fundar alguna asociación de mujeres empresarias.

    Los incipientes movimientos sociales y feministas que nacieron a finales de los años 50 comenzaron a influir en la política del PCE, modificándola paulatinamente. Según la historiadora Mónica Moreno-Seco, en esos momentos, en el marco de la lucha por recuperar un sistema democrático liberal, el PCE comienza a abandonar su tradicional desconfianza hacia el feminismo, considerado hasta entonces un movimiento burgués que separa a hombres y mujeres. Una nueva generación de mujeres jóvenes ingresa en el partido, estudiantes y obreras, con experiencias e intereses vitales diferentes a las mujeres veteranas del partido, comienza a forjar una conciencia feminista dentro del PCE y cuestionan la relación de géneros en su interior. Para estas jóvenes militantes, las posiciones de Dolores Ibárruri y la experiencia de la década de 1930 no constituyen referentes válidos y se sitúan frente a las militantes más veteranas que defienden un punto de vista moderado sobre la cuestión femenina.

    Coincidiendo con el alejamiento del PCE de la experiencia soviética y la adopción del eurocomunismo, continúa Martín-Seco, se acentúa el perfil feminista del PCE. El partido adopta la idea de que, tanto antes como después de la revolución socialista, no se produce la igualdad de géneros, y por ello considera que es indispensable la adopción del feminismo para conseguir la igualdad de géneros. El PCE promueve a autoras como Simone de Beauvoir o Betty Friedan como complemento a las lecturas marxistas, forjando una naturaleza ideológica híbrida dentro del partido y creando la conciencia de la necesidad de unir a todas las mujeres independientemente de su clase social. Entre las comunistas promotoras de una perspectiva feminista radical destaca Giulia Adinolfi, quien, desde las páginas de la revista clandestina del PSUC Nous Horitzons, critica las tesis de tras la revolución se eliminará automáticamente la discriminación contra las mujeres y promueve enérgicamente la necesidad de que las mujeres se organicen independientemente, idea que será recogida por el PCE, que ayudó a la creación del Movimiento Democrático de Mujeres en 1965.

    No obstante (siempre según la historiadora Moreno-Seco), las posiciones feministas cada vez más radicales dentro del partido provocan el estallido de un fuerte debate que separa a las militantes que piensan que la prioridad es la lucha política (y que critican como una frivolidad la lucha por la sexualidad o los derechos reproductivos), frente a las más jóvenes y más formadas que desean situar éstas y otras cuestiones, ligadas al feminismo, como punta de lanza prioritaria de la reivindicación femenina. Desde entonces el feminismo no hará más que radicalizarse dentro del PCE: en 1972, durante el VIII Congreso del PCE, Santiago Carrillo, con el pretexto del combate al machismo entre los militantes, exige acentuar la política del partido hacia las mujeres impulsando su ideario feminista; en 1974, durante la conferencia de partidos comunistas europeos sobre la situación de la mujer celebrada en Roma la delegación del PCE rechazará, frente a la oposición del resto de delegaciones comunistas, que tras la revolución se produzca la igualdad de mujeres y hombres; y también sostendrá la tesis, oponiéndose a los otros partidos comunistas, de que las mujeres deben organizarse separadamente en entidades feministas para impulsar una lucha específica de género. Finalmente, en 1975, el PCE se declara formalmente como partido feminista, el «partido de la liberación de la mujer». Pero el PCE no podrá recoger tras el fin de la dictadura los frutos de su metamorfosis hacia el género: la gran mayoría de sectores feministas rechazan identificarse con la política del partido y prefieren organizarse sobre bases identitarias exclusivamente femeninas (20).

    Como hemos visto, fueron varios factores los que posibilitaron que el feminismo arraigara en el PCE: una modificación sociológica en su militancia femenina (la irrupción de mujeres jóvenes procedentes de medios sociales cuyo mayor bienestar permitía el acceso a una mayor formación) con preocupaciones y estilos de vida diferentes a la militancia femenina veterana; la conversión al eurocomunismo y el impulso decisivo de Santiago Carrillo y su equipo de dirección a la radicalización del ideario feminista del PCE desde la década de 1970.

    Mientras que el feminismo del PSOE o de Podemos representa el predominio de las ideas del mayo del 68 francés mezclado con adopción del feminismo radical norteamericano del Partido Demócrata, de Hillary Clinton o de las protestas de mujeres de clase media y alta, junto con las nuevas teorías sobre el género emanadas de las universidades norteamericanas, el feminismo del PCE, que tampoco estuvo exento de las influencias de las teorías de género, fue apoyado por Santiago Carrillo en un intento de imponer definitivamente el eurocomunismo. Incorporando corrientes liberales ajenas a la tradición comunista como el feminismo se rompían resistencias internas y se diluía el marxismo y el obrerismo del PCE para poder reconducirlo hacia el océano socialdemócrata. Para ello se llegó a marginar a las mujeres del partido que se oponían a sustituir la política de clase por la de género.

    Actualmente la necesidad de potenciar el factor identitario, junto a la palanca feminista, sigue siendo claramente uno de los mayores desafíos que se impone el PCE, como podemos comprobar en el énfasis que se ha dado a estas materias en los documentos de su último congreso. Efectivamente, durante la primera fase del XX Congreso del PCE, celebrado en 2017, se aprobó un Documento Político de 47 páginas efectivas de extensión. La importancia dada a cada uno de ellos puede deducirse de la extensión y profundidad con el que se abordaba cada temática: Coyuntura política, 4 páginas (8,5% del total del documento); Los comunistas y la lucha contra el patriarcado, 9 páginas (19,1%); Crisis de gobernabilidad, 4 páginas (8,5%); Confrontar ruptura con reforma, 5 páginas (10,63%); Tareas para construir un nuevo país, 3 páginas (6,3%); La Unión Europea y el euro, 3 páginas (6,3%); Construcción de un bloque político y social, 13 páginas (27,6%) y Los comunistas en el movimiento obrero, 3 páginas (6,3%). En este documento, las cuestiones de género y feminismo quedaban en segundo lugar de extensión respecto a todas las demás, sólo superadas por el capítulo del Bloque político y social (21).

    Unos meses más tarde se celebró la 2ª fase del Congreso, en la que se aprobó otro Documento Político, algo más extenso, dividido de la siguiente manera: Cuestiones relativas a feminismo, minorías sexuales y género, 14 páginas (un 24% de extensión del documento); 12 páginas para Movimiento obrero y campesino (20%), 9 páginas sobre cuestiones de política interna como la República, el modelo federal, el patriotismo, etc. (15%); 8 páginas sobre la Unidad Popular y la estrategia electoral (14%); 6 páginas sobre la Unión europea y el euro (10%), y, finalmente, 6 páginas sobre el imperialismo, la paz, el cambio climático y el Partido de la Izquierda Europea (10%). En esta ocasión el capítulo que ganaba por goleada era el dedicado al feminismo y a promover las políticas identitarias LGBTQ (nada menos que una cuarta parte del documento). En el documento, como era de esperar, no hay ninguna referencia a la protección y desarrollo de las familias obreras, excepto en los puntos en que consideran que afectan a la libertad de la mujer o a su discriminación, y se la critica como una institución que, invariablemente, conspira y atenta contra la libertad de la mujer. Una de las cuestiones más pintorescas de género en el PCE es su oposición radical a la custodia compartida impuesta, que la equipara como una forma de violencia machista, lo que implica negar de raíz el derecho de paternidad a muchos padres. Seguramente debe ser porque en el PCE, a diferencia de lo que sucede entre la clase obrera, ya no deben de quedar muchos padres con hijos menores de edad (22).

    Se observa claramente la importancia que da a este partido a los aspectos de género e identidad sexual, que representa la porción mayoritaria en el documento, una importancia mayor a la que dedica al movimiento obrero y mucho mayor a la dedicada a las cuestiones del modelo de Estado.

    Respecto la formación Izquierda Unida (básicamente la proyección electoral del PCE), en los aspectos relativos a la familia y la mujer, esta formación escoge especializarse con un perfil malthusiano y antinatalista que se expresa en la defensa radical de la ideología abortista.

    El abortismo radical y el malthusianismo es tan marcado en IU que en el área de la mujer, de una muestra de 130 materiales publicados en su sitio internet (manifiestos, artículos, comunicados, etc.) entre el 18 de enero de 2008 y 18 febrero de 2015 (23), al menos 56 de ellos (43,07%) hacen referencia o tienen como exclusivo fin la defensa y ampliación del derecho al aborto. En segundo lugar, pero a distancia, se encuentra el tema de la violencia pasional y doméstica y, mucho más marginalmente, las cuestiones de la prostitución, la mujer y el trabajo asalariado o la mujer y la pobreza. Ha sido imposible hallar un sólo material en las fechas anazlizadas que haga referencia al derecho de las mujeres a formar una familia y a la maternidad (excepto si son parejas lesbianas o gays, para quien IU defiende abiertamente ese derecho). Como podemos ver, para esta formación, que parece destinada a subsumirse en Podemos, los “derechos sexuales y reproductivos de las mujeres” se reducen a un abortismo radical.

    Asistimos a la paradoja de que, mientras la izquierda celebra el proabortismo radical y el malthusianismo antinatalista como una fiesta de la liberación de la mujer, florecen los negocios de reproducción asistida, las granjas de mujeres en forma de clínicas de vientres de alquiler (gestación subrogada) y el negocio de tráfico masivo de emigrantes. En tiempos de crisis capitalista, el malthusianismo siempre ha sido un recurso de la burguesía para frenar la demanda de empleo, y la izquierda parece acudir en su ayuda. Si algún día la demanda de brazos y cerebros vuelve a crecer los capitalistas siempre pueden recurrir a la importación de emigrantes, de los que no habrá que preocuparse si otra crisis los lanza fuera del mercado laboral.

    Al igual que sucede en el PCE, los derechos de los padres son sistemáticamente ignorados en IU al rechazar el derecho a la custodia compartida, donde la La postura antifamilia de IU se refleja también en su rechazo radical: «IU no colaborará y no permitirá, ni por acción ni por omisión, con su voto la imposición de la Custodia Compartida como preferente, en ningún desarrollo legislativo o reglamentario». Además, la formación de izquierdas utiliza un tono despectivo y sarcástico hacia un trastorno que sufren los niños separados de la figura paterna, conocido como “síndrome de alienación parental”, que para IU se trata de otra treta del patriarcado para perpetuar la violencia contra la mujer:

    «Últimamente se han activado nuevos mecanismos de violencia de género, como el inexistente “síndrome de alineación parental”, que ya ha pasado ya a llamarse “síndrome de alienación patriarcal”» (24).

    El feminismo y el género llegó para establecerse definitivamente en el PCE: con otras palabras, aunque apele al “feminismo revolucionario” o “de clase” frente al “feminismo burgués”, este partido sigue manteniendo hasta hoy la perspectiva de género frente a la de clase, sigue el «partido de la liberación de la mujer», independientemente de la clase social de donde proceda ésta, frente a la clase opresora de los hombres. Pero el feminismo no fue la única ideología que colonizó el viejo tronco ideológico del PCE: coincidiendo con el énfasis que las teorías posmodernas otorgan a las identidades, géneros y minorías, construidas todas ellas de forma bastante artificial y discutibles, el PCE (y su pantalla electoral, Izquierda Unida) adoptaron de forma mimética estas mismas teorías conocidas bajo el paraguas de la ideología de género.

    Al respecto es muy elocuente el testimonio personal de Ramón Reig, catedrático de Estructura de la Información de la Universidad de Sevilla, que abandonó el PCE e IU por los estragos que estaba causando el feminismo radical en estas formaciones. En un artículo publicado el 3 de marzo de 2018, días antes de la apoteosis feminista del PCE, Reig apuntaba que «todo lo que está sucediendo ahora desde un feminismo obsesivo me suena ya a desfogue de taras personales más que a defensa real de las mujeres». Y también señalaba la misma tesis que el autor del presente artículo:

    «¿Acaso este feminismo intolerante no está reforzando en el fondo al propio capitalismo al que critica, al perseguir integrar a la mujer en él, al nivel del pisoteado varón?»

    Reig aporta en su artículo unos argumentos de gran solidez para criticar el feminismo del PCE/IU:

    «El Partido Comunista de España (PCE), primero, e IU, después, han logrado que abandone sus filas casi todo el caudal intelectual –femenino y masculino- que poseían en el tardofranquismo, la transición y hasta en pleno siglo XXI. (…) Cuando había que elaborar listas electorales alguien argumentaba el asunto de las cuotas femeninas o las listas cremallera y allí que se colocaban nombres de mujeres que apenas habían participado en actividad alguna, incluso yo ni conocía a algunas de las que terminaban figurando en una propuesta. Me fui de aquel desmadre, claro, aquello nada tenía que ver con la izquierda ni con el sentido común, y jamás volveré porque he descubierto otras causas para no hacerlo. (…) El sectarismo feminista hubiera provocado igualmente mi auto-expulsión de esta izquierda que nos muestra un enorme vacío en lo referente a una posible alternativa a la situación dictatorial de mercado que estamos sufriendo y va de tonta útil. Porque el problema real es que nos hallamos en una situación de graves atropellos a los derechos humanos y cuando uno mira a su izquierda no hay nada ni nadie relevante y con ideas firmes, sólo divisiones, buenos deseos y palabras emocionales que suenan a siglo XIX o a socialdemocracia más o menos atrevida. Hace decenios que ni hombres ni mujeres de izquierda, siembran una estructura de poder paralela al sistema de mercado para ir posibilitando que, en efecto, otro mundo sea posible (…) Sí, esto es triste, en la pérdida de ilusión colectiva, la izquierda y su feminismo son los principales culpables de lo que sucede porque ni siquiera saben cómo contrarrestar el aumento del fascismo en todo el mundo en una crisis que aplasta el bienestar físico y espiritual de los ciudadanos. Mientras las pugnas internas de siempre prosiguen, el feminismo del desfogue contribuye a aumentar la crispación y, si levantas la voz, un mar de descalificaciones te cae encima» (25).


    Última edición por Deng el Lun Mar 18, 2019 9:19 pm, editado 1 vez
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    Del eurocomunismo a la izquierda feminista, identitaria y liberal. De la lucha de clases a la guerra de sexos. Empty Re: Del eurocomunismo a la izquierda feminista, identitaria y liberal. De la lucha de clases a la guerra de sexos.

    Mensaje por Deng Dom Mar 17, 2019 12:39 pm

    Del eurocomunismo a la izquierda feminista, identitaria y liberal. De la lucha de clases a la guerra de sexos (III)

    ¿Fin de la clase obrera y autodestrucción de la izquierda?

    Hemos visto que la ideología de género y el feminismo no tienen nada que ver con el marxismo (el “marxismo cultural”, como le ridiculizan sus críticos liberales y reaccionarios), sino con el abandono completo y radical del mismo.

    Efectivamente, a medida que las expectativas electorales y la influencia social de las organizaciones de la izquierda social y política disminuían, el ardor identitario y feminista se disparaba y la referencia a la ideología original y a la clase social se evaporaba.

    En este tránsito, una izquierda que pretendía ser transgresora y rupturista se ha revelado como terriblemente convencional y conformista respecto a la corrientes ideológicas modernas del sistema, incorporando todo su arsenal de vocabulario identitario como propio, incluyendo un “lenguaje inclusivo” que no afecta para nada al sistema. Esta mutación ha sido mucho más remarcable en el feminismo de la izquierda, que capituló ante los intereses de las mujeres liberales y burguesas, tal y como denuncia Camille Paglia:

    «En los años 60 el feminismo de izquierdas trataba de atraer a las mujeres trabajadoras y adoptaba las maneras y el lenguaje de la clase trabajadora. En los 70 se empezó a imponer una corriente que se centraba en las burguesas de profesiones liberales, principalmente profesores, periodistas... Ese tipo de feminista que cree saber qué es lo mejor para las mujeres. Pero lo cierto es que sólo están centradas en hacer carrera y no se dan cuenta de lo distintas que son sus vidas de las mujeres de clases trabajadoras que pretenden representar. Hay una actitud muy elitista en el feminismo. Y las periodistas y las que se llaman intelectuales tienen mucha culpa». (26)

    Mudar de palabras para mudar de ideología: al abandonar la crítica económica del imperialismo y adoptar el vocabulario de éste para hacerse aceptable por el sistema, denunciaba hace ya veinte años el marxista italiano Gianfranco Pala que «esta izquierda homologada se enjuaga la boca en el bidet de la burguesía, echándose encima palabras ya vacías de cualquier sentido, significantes sin significado alguno». (27)

    Corriendo como pollos sin cabeza en una loca búsqueda que le permita alcanzar la perfección de lo políticamente correcto, con la vana esperanza de ampliar su segmento de mercado electoral, muchas de las diferentes organizaciones de izquierdas que se definían como revolucionarias, comunistas o simplemente transformadoras, se precipitan al abismo del vacío político negando la naturaleza ideológica originaria que fue la causa del nacimiento de estas organizaciones.

    El cóctel identitario, la ideología de género y el feminismo, y la imposición a sangre y fuego de un estilo de vida de minorías que choca con el de las mayorías provoca la repulsa natural y comprensible de éstas contra el progresismo y contra la izquierda identitaria. Los partidos de ultraderecha, como Vox, se aprovechan del terrorismo cultural de las izquierdas para cosechar votos entre los sectores populares.

    Desconectada de una clase obrera a la que han renunciado organizar para luchar por una sociedad alternativa, la nueva izquierda y los restos de la vieja pretenden convertir a las “minorías oprimidas”, construidas de forma artificial, en la vanguardia de un cambio social radical, un cambio que sólo puede producirse, no obstante, únicamente en la superficie de la sociedad, puesto que estos movimientos no sólo son compatibles con la existencia del capitalismo, sino que, además, contribuyen a propulsar nuevos mercados y áreas de negocios muy rentables.

    El capitalismo moderno puede convivir y desarrollarse perfectamente asumiendo en su seno todo tipo de corrientes y de modas que aparecen por doquier como alternativas a denuncias de aspectos concretos de mal funcionamiento de la sociedad, o bien de disgusto con algunos de sus efectos: feminismo, identidades diversas, veganismo, contracultura, ecologismo, decrecimiento, animalismo, antirracismo y hasta grupúsculos inofensivos de extrema izquierda. El feminismo moderno o neofeminismo es una de esas corrientes que ha llegado para integrarse durante mucho tiempo, ya que ha conquistado unas cuotas de consenso político inimaginables. Las luchas identitarias de las minorías no alteran en absoluto el contenido económico del capitalismo, ni cuestionan en ningún momento la explotación que sufren las mayorías asalariadas, ni tampoco los efectos devastadores que producen las crisis capitalistas.

    El matrimonio entre la izquierda y la ideología de género resulta muy beneficioso para las tendencias vanguardistas del capitalismo, como hemos podido leer en la contundente denuncia de la veterana feminista Nancy Fraser más arriba.

    No hay que ser muy astuto para comprender cómo las oligarquías financieras han copiado las políticas identitarias clintonianas en Europa y otros lugares para arremeter contra la clase obrera. La ideología segmenta y agrupa artificialmente a la sociedad en identidades culturales o sexuales mientras que la burguesía más dinámica aprovecha esta segmentación para crear nuevos mercados específicos, dirigidos a estos grupos concretos que tienen una elevada capacidad de marcar tendencia de consumo entre segmentos extensos de la población ayudados por herramientas como los algoritmos matemáticos, el llamado Big Data o la Inteligencia Artificial.

    Es importante remarcar que, a pesar de toda la fe identitaria y la avalancha de las diversidades, la burguesía no ha renunciado, en absoluto a las concepciones universalistas: mientras realiza intensos esfuerzos multidisciplinarios para promover las políticas de la diferencia, al mismo tiempo retoma de las concepciones universalistas los aspectos que son compatibles con la fragmentación y la disolución de las construcciones basadas en la clase obrera, y también con otros nuevos que legitimen su expansión exterior, imperialista: en este caso, la idea de la democracia y los derechos humanos tal y como se entiende en el pensamiento liberal occidental es la coartada universalista que le permite justificar bien la expansión del capital financiero sobre las fronteras de los Estados (el europeísmo y el cosmopolitismo), o bien la necesidad de destruir los particularismos y las diferencias que constituyen obstáculos mundiales a su avance: por ejemplo, las guerras para destruir regímenes a los que califica de dictatoriales y violadores de los derechos humanos (Irak, Panamá, Yugoslavia o Siria por mencionar los más recientes) o la política de acoso y amenazas contra otros países (Cuba, Venezuela, Irán y Nicaragua entre otros).

    Lo identitario y el género transportados en el universalismo democrático y liberal se convierten en las coartadas para realizar políticas agresivas contra los particularismos que se resisten al nuevo orden imperialista: por ejemplo, el universalismo del modelo social occidental justifica la campaña contra el gobierno ruso sobre la supuesta discriminación contra los homosoexuales. También se justifica contra el gobierno de Venezuela considerado dictatorial y contrario a los derechos humanos o contra la vestimenta religiosa obligatoria para las mujeres en Irán y en otros países musulmanes que para las feministas occidentales constituye motivos de campañas virulentas. Para esta labor se emplean entidades multinacionales como Amnistía Internacional, especializadas en unificar universalismo y diversidad bajo el pack humanitario. Son entidades que, además, disponen de aparatos mediáticos y propagandísticos enormes y recursos financieros considerables, procedentes en parte de los propios gobiernos.

    La ideología que ha adoptado la izquierda identitaria y feminista es especialmente devastadora para la clase obrera y sus familias, debido a que no existe el obrero o la obrera individual y se centra en la criminalización del proletariado masculino, el grupo social más numeroso entre los hombres.

    La clase obrera, el proletariado, los trabajadores asalariados (igual como su contraparte, la clase de los capitalistas) sólo pueden existir inmersos en unas relaciones sociales determinadas, que se concretan durante las diferentes etapas y circunstancias geográficas, culturales y mentales de cada época y región. Y las relaciones sociales más primarias y determinantes para la clase obrera han sido, sin ningún género de duda, la familia (llamada despectivamente “tradicional”). Allí es donde se ha producido y reproducido la clase obrera, donde se han transmitido los valores, la experiencia, la memoria histórica, la actitud ante la vida y el trabajo, con todas sus luces y sus sombras, sus virtudes y sus prejuicios. Junto a la familia encontramos la fábrica, los vecinos de la calle (a veces una verdadera familia ampliada, especialmente para los niños) y el barrio como complementos de la misma en la condensación de una sólida identidad de clase y de unos valores compartidos. También, muchas veces, encontraba en la familia restringida (el hogar obrero) y en la familia ampliada (las redes asociativas, la calle o la fábrica) el trabajador asalariado y sus parientes la solidaridad ante momentos de crisis, hambre y enfermedades.

    No se puede negar que en la familia obrera no se produjeran graves, terribles y brutales episodios de violencia doméstica, física y psicológica, de algunos hombres contra mujeres y/o sus hijos (y de algunas madres contra éstos), que convertían la vida familiar para muchas mujeres y niños en una tortura insufrible durante años y años, y también para unos hombres embrutecidos, alienados o alcoholizados. Pero, ¿la familia obrera sólo se ha caracterizado por la violencia y la opresión, o esto ha sido una parte de la historia, y no precisamente la más importante? ¿No han sentido también los hombres proletarios afecto por sus esposas e hijos que les ha llevado a asumir una gran capacidad de sacrificio?

    No hay que olvidar que jamás han podido los hombres proletarios, los miembros masculinos de la clase obrera, sostener en solitario ninguna huelga ni ninguna otra lucha de la clase obrera sin el apoyo de sus esposas y de las familias al completo. Además, muchas veces han sido las propias mujeres obreras las que han tomado la iniciativa de iniciar las luchas y sostenerlas hasta el final, como sucedió una de las más mencionadas por las reivindicaciones feministas, las protestas de mujeres del 8 de marzo de 1917 en las ciudades rusas que fueron decisivas para ayudar a derribar a la monarquía zarista. ¿Es posible que unas mujeres que están humilladas y explotadas por sus esposos (el patrón obrero), que supuestamente se hallan sometidas a situaciones insufribles de violencia machista, de opresión testicular y de explotación familiar, tengan esta capacidad de organizarse, de luchar y hasta de morir por los intereses comunes de las familias obreras, incluyendo sus esposos?

    El feminismo es uno de los motores propulsores de la disolución de la familia obrera “tradicional”, último bastión que resiste al neocapitalismo hiperliberal, democrático y antipatriarcal que frena el nacimiento del nuevo proletariado. Es un feminismo que aunque critica al hombre en general acaba criminalizando ante todo al proletario masculino y otros sectores populares, los segmentos que agrupan a más hombres. Es un feminismo aliado del imperialismo y de sus fines de reorganización radical de la sociedad, sostén del sistema capitalista y de combate a cualquier alternativa al sistema. Como explica certeramente la intelectual Rebeca M. Westphal:

    «En el mundo moderno occidental, declararse feminista no es una opción, es una obligación. Quien asome la cabeza a la cancha de la suspicacia corre el peligro de ser marcado con el calificativo de machista-misógino-falocéntrico. Y sale barato. Lo cierto es que cada vez se hace más difícil sostener la idea de un feminismo revolucionario, entendido esto último como la capacidad de transgredir lo establecido. Se va quitando el disfraz de anti-sistema que lo hacía seductor para cierto sector de la izquierda y se exhibe como lo que realmente es: un brazo más del capitalismo que lo encubre y sirve a sus intereses» (28).

    De la misma forma que en las décadas iniciales de la industrialización el capitalismo necesitó disgregar las estructuras familiares creando masas de proletarios desarraigados y sin referentes afectivos o familiares, embrutecidos, sin más perspectiva que el trabajo infernal en minas y fábricas para garantizar una mísera supervivencia entre horribles condiciones de vida, hoy la nueva burguesía presiona para desmenuzar y pulverizar los restos de las viejas unidades familiares obreras y populares donde todavía existen lazos colectivos. Hoy podemos contemplar en cada instante cómo el capitalismo presiona con todas sus fuerzas hacia la disolución de la familia obrera “convencional”. Y el feminismo y la ideología de género son unas de sus palancas más corrosivas y destructivas para conseguir sus fines.

    Tanto para la producción de plusvalía como para el consumo que ofrece el capitalismo de la alta tecnología y el ocio hoy se requieren trabajadores anónimos, individualizados, sin referentes afectivos y familiares, cosmopolitas, sin memoria histórica y sin capacidad de organización de clase. Así, de la misma forma que la burguesía democrática desarrolló la ideología de ciudadanía para diluir simbólicamente las identidades de clase en el nacionalismo liberal, hoy los ideólogos del nuevo capitalismo y toda su artillería mediática, intelectual y política destruyen los últimos reductos de la conciencia obrera y la misma idea de clase social para reconstruir la sociedad en grupos identitarios y diversos, que se ajustan tanto a las nuevos mercados capitalistas como al nuevo proletariado individual y solitario que se requiere.

    Pero con el ataque al núcleo de la clase obrera no sólo se destruye una parte importante de la misma: otra parte busca desesperadamente preservar su identidad y el sentido de su vida recurriendo a las opciones más conservadoras, contrarrevolucionarias incluso, o bien se aferra a soluciones religiosas llenando las iglesias evangelistas radicales. Son esos denostados “obreros blancos”, muchos de ellos votantes de Trump, Le Pen, Salvini o Vox, candidatos a ser calificados como “homófobos” y “fascistas” por los líderes e ideólogos de la izquierda identitaria y el feminismo.

    Dolores Ibárruri, Pasionaria, la que fuera líder obrera y una de las más importantes dirigentes del comunismo internacional, estaría revolcándose en su tumba ante los que pretenden reducirla a un icono feminista defensora de una ideología burguesa y posmoderna. También se revolcarían Rosa Luxemburgo o Federica Montseny ante los que pretenden que los intereses de sus hermanas obreras y los de sus familias deben defenderse junto con las mujeres de clase media-alta, las estrellas del espectáculo, banqueras y empresarias de éxito o la reina Letizia.

    Lamentablemente, de las voces de Pasionaria, Lina Odena, Aurora Picornell y otras grandes líderes obreras, intelectuales y revolucionarias del PCE sólo nos llegan ecos cada vez más lejanos, ahogados en el océano multicolor de la ideología de género.


    NOTAS

    (1) Ochy Curiel: Identidades esencialistas o construcción de identidades políticas. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (2) [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (3) [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]    
    (4) [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (5) [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (6) Luis Alonso: Determinación del sexo. La sexualidad, un enigma evolutivo. Investigación y Ciencia, mayo de 2015, nº 464.
    (7) Revista Crónica, Madrid, 24 de mayo de 1936.
    (8 ) Rosa Luxemburg: “El voto femenino y la lucha de clases”, 1912. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (9) Rosa Luxemburgo: La proletaria, 1914. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (10) Federica Montseny: Feminismo y humanismo, 1924. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (11) Las citas de Federica Montseny y Dolores Ibárruri se encuentran en el libro de Carmen Domingo: Con voz y voto. Editorial Lumen, Barcelona, 2004, p. 134.
    (12) [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (13) [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (14) Nancy Fraser: El final del neoliberalismo “progresista”. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (15) [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (16) [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (17) [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (18) Comunicado del PCE ante el éxito de las movilizaciones del 8M. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (19) [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (20) Moreno-Seco Mónica, « Parti communiste et féminisme. De l’antifascisme à la transition démocratique en Espagne », Vingtième Siècle. Revue d'histoire, 2015/2 (N° 126), p. 133-146. DOI : 10.3917/ving.126.0133. URL : [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (21) [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (22) [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (23) [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (24) [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (25) Ramon Reig: Inquietante feminismo. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (26) [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
    (27) Gianfranco Pala: La crisis, después de todo. Crítica del "postfordismo" y cadenas imperialistas transnacionales. Marx Ahora, La Habana, nº 9-2000, p. 60.
    (28) Rebeca M. Westphal: Sin ánimos de agitar otra bandera falsa. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

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