Norman Bethune. Un cirujano en las revoluciones
Eduardo Monteverde
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Gangrena, el fantasma de los médicos, la devoradora de los pacientes, el enemigo de todos, la peste de los combates. Gangrena, ya descrita en el siglo V a.c. en el Corpus Hipocraticum, como el principio de la muerte que se anuncia en los tejidos que fueran sanos, la primera dentellada a la que seguirá el esfacelo, esa descamación pútrida de la piel, de los músculos, los huesos y hasta el cerebro. Necrosis, la muerte que viste de negro al cadáver. “Heridas de bordes cuarteados, coronadas de gangrena negra”.
Así describió en un poema la muerte, el cirujano Norman Bethune, que falleció de gangrena en el escenario quirúrgico de la invasión de Japón a China. Año 1939, en el bando comunista del Octavo Ejército de Ruta. El hombre curtido a la intemperie muere en un hospital aldeano de campaña. Hay algo de paradoja en este cirujano forjado entre las paredes de los quirófanos, en los humores de auditorios a reventar de obreros con el vapor de los overoles. Una voz grave que modulaba con encono el malestar de los trabajadores, el proletariado al margen de toda suerte de salud. Gente a quienes los médicos curaban, tan sólo para continuar como engranes en la maquinaria de las faenas.
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Gangrena, el fantasma de los médicos, la devoradora de los pacientes, el enemigo de todos, la peste de los combates. Gangrena, ya descrita en el siglo V a.c. en el Corpus Hipocraticum, como el principio de la muerte que se anuncia en los tejidos que fueran sanos, la primera dentellada a la que seguirá el esfacelo, esa descamación pútrida de la piel, de los músculos, los huesos y hasta el cerebro. Necrosis, la muerte que viste de negro al cadáver. “Heridas de bordes cuarteados, coronadas de gangrena negra”.
Así describió en un poema la muerte, el cirujano Norman Bethune, que falleció de gangrena en el escenario quirúrgico de la invasión de Japón a China. Año 1939, en el bando comunista del Octavo Ejército de Ruta. El hombre curtido a la intemperie muere en un hospital aldeano de campaña. Hay algo de paradoja en este cirujano forjado entre las paredes de los quirófanos, en los humores de auditorios a reventar de obreros con el vapor de los overoles. Una voz grave que modulaba con encono el malestar de los trabajadores, el proletariado al margen de toda suerte de salud. Gente a quienes los médicos curaban, tan sólo para continuar como engranes en la maquinaria de las faenas.