La decadencia de las luchas de clases en Grecia
Arthur Rosenberg
capítulo 17 del libro Democracia y lucha de clases en la antigüedad
publicado en El viejo topo en diciembre de 2020
Las relaciones sociales y las relaciones de clase en el ámbito de la población griega adquirieron en las colonias aspectos completamente diversos con respecto a la madre patria y los territorios coloniales a partir del 330. En los países coloniales, es decir, en Asia y en Egipto, algunos centenares de miles de griegos se contraponían como casta dominante a varios millones de personas pertenecientes a las poblaciones locales. Los griegos ocupaban entonces en Egipto, Siria y Persia una posición análoga a la que gozan actualmente los ingleses en la India y en el propio Egipto. Griegos eran los monarcas de las diversas monarquías militares que se habían ido constituyendo allí —la unidad del imperio griego, de hecho, no sobrevive durante mucho tiempo—; griegos eran el ejército y la administración; griegos eran la mayor parte de los comerciantes y banqueros y una parte de los grandes terratenientes.
Queda claro que, bajo estas condiciones, en los países coloniales no existía en lo más mínimo un proletariado griego como clase, y era a penas existente una clase media griega. Existía tan sólo una casta de amos de carácter militar, burocrático, capitalista, feudal. Casi todos los griegos que emigraban en aquellos tiempos hacia el Oriente hacían “fortuna”. Pero para el pueblo griego en su conjunto, la copiosa abundancia que le llovía del cielo no le resultó ninguna bendición. Si los griegos en el siglo IV hubiesen conquistado un territorio, aunque hubiese sido relativamente pequeño, pero lo hubiesen colonizado verdaderamente, y allí, después, se hubieran ganado la vida con su propio trabajo, éstos hubieran podido conservar incluso a lo largo del tiempo sus conquistas. En cambio, habían conquistado —utilizando su momentánea superioridad militar— un imperio gigantesco, que no podían utilizar económicamente. Al final la pequeña casta de señores fue barrida en todas partes por los millones de oprimidos y hoy el pueblo griego ocupa más o menos el mismo territorio de los tiempos del rey Filipo.
Pero si volvemos al periodo comprendido entre el 300 y el 150, queda claro que durante aquel tiempo las luchas de clase en Oriente coincidieron fundamentalmente con las luchas de clases nacionales: por una parte los señores griegos; por la otra, los campesinos, los artesanos y los obreros orientales. Naturalmente existía también en Oriente una clase alta indígena, terratenientes, sacerdotes, que habían conservado su propia posición privilegiada incluso bajo la dominación extranjera. Cuando en un cierto momento los orientales, sublevándose victoriosamente, lograron expulsar a los señores griegos, como, por ejemplo, ocurre antes del 100 en Persia y Palestina, no se originaron en Oriente estados de campesinos y de artesanos. Ocurrió por el contrario que las castas indígenas de terratenientes y sacerdotes, explotando la posición de la que gozaban desde hacía muchos siglos en el país, volvieron a adueñarse del poder.
Es obvio que las luchas de clases entre la población griega sólo fueron posibles en los territorios con población griega homogénea. Era el caso de la madre patria: Grecia propiamente dicha, las islas y costas del Egeo, el Asia Menor occidental. En estas regiones las luchas de clases prosiguieron incluso después del 300, asumiendo nuevas formas de gran interés. Carecemos aquí de espacio para ocuparnos exhaustivamente de estos acontecimientos tal como estos se merecerían. Debemos limitarnos a echar una rápida ojeada general. En primer lugar, como ya habíamos dicho, hay que destacar que la unidad política de todos los griegos no se conservó durante mucho tiempo. Y así como en las colonias fueron creándose diversas monarquías militares, de igual modo también en la patria asistimos durante el siglo III a un proceso de fraccionamiento político extremo.
En un primer momento, Rodas fue la heredera de Atenas en el ámbito político y económico. La expansión de la ciudad en el comercio, en la navegación y en la industria hizo surgir un fuerte proletariado que se adueñó del poder político. Al igual que en Atenas, también en Rodas encontramos el gobierno en manos de un Consejo en el que dominan los no propietarios retribuidos con dietas, y tribunales populares cuyos miembros reciben también una indemnización. Es significativo que en Rodas la desconfianza del proletariado hacia sus mismos representantes estaba aún más arraigada que en Atenas. En Rodas los representantes en el Consejo permanecían en el cargo sólo seis meses, y también la comisión de los cinco “presidentes” (pritanes), encargada de atender los asuntos corrientes del estado permanecía en el cargo tan sólo durante seis meses. En Atenas los mismos cargos habían tenido una duración de un año. Aparte de esto, las condiciones culturales y económicas de los no propietarios eran en Rodas más o menos las mismas que en Atenas. Además de Rodas, existían en aquellos tiempos en la región del mar Egeo también otras ciudades repúblicas en las que la población más pobre empuñaba las riendas del poder.
Durante esta época, alrededor del 200, al menos en un punto las exigencias económicas del proletariado supusieron un avance en relación con los tiempos de la supremacía de Atenas. Los ciudadanos pobres no se contentaron ya con que los ricos fuesen gravados con impuestos y que ellos mismos fuesen recompensados por su actividad como jurados, miembros del Consejo, etc., sino que exigieron que el estado les asegurase a ellos permanentemente pan barato. En la república de Samos, por ejemplo, el proletariado impuso una ley de ese tipo, según la cual cada propietario debía pagar a tal fin un cierto tributo bastante elevado. El dinero así recaudado era utilizado para crear fondos estatales destinados a mantener establemente bajo el precio del pan. Una situación análoga se daba en Rodas.
Mientras que en las ciudades griegas los no propietarios desarrollaban así sus exigencias en relación con la comunidad, la idea de una revolución social se extendió también por el campo. El primero en movilizarse fue el proletariado agrícola, en el sentido más amplio del término: siervos de la gleba, allí donde existían, además campesinos libres, pequeños arrendatarios y pequeños labradores que a fuerza de trabajo extraían el sustento de su pegujal. Estos reclamaban la abolición del latifundio y un reparto justo de la tierra entre todos.
Por otra parte, también los campesinos de posición más acomodada salieron al combate contra los capitalistas muchas veces. En caso de mala cosecha, o cuando el trabajo de la tierra necesitaba de capitales, se habían visto obligados a tomar dinero en préstamo. Se encontraban así en manos de sus acreedores, que —si no eran pagados— tenían el derecho de expulsarlos de su casa y de sus finca, e incluso de hacerlos encarcelar por morosidad en el pago. Por eso la cancelación de las deudas, es decir, la extinción de las hipotecas, se convirtió en el grito de guerra de los campesinos. En el siglo tercero estalló la revolución campesina en el estado griego en el que las condiciones de la población pobre eran más difíciles: Esparta. Allí, con gran crueldad, una pequeña camarilla de señores feudales oprimía a muchos millares de siervos de la gleba y de proletarios. Las masas se sublevaron, expulsaron a los señores y decidieron un nuevo reparto de la tierra.
La Esparta revolucionaria se encontró de improviso envuelta en una difícil guerra contra los propietarios y los terratenientes de los estados griegos limítrofes, confederados en la liga aquea. Estos aqueos se movilizaron al límite para liquidar la Esparta revolucionaria, a fin de que el germen de la revuelta no se extendiese también entre ellos. De hecho casi en toda Grecia la población pobre de los campos aspiraba al reparto de las tierras y a la cancelación de las deudas. Mediante una lucha que se prolongó durante decenios y en la que se entrometieron a favor del orden capitalista y feudal incluso el reino de Macedonia y Roma, se destruyó la fuerza de la revolución espartana y se conjuró en Grecia el peligro de una revolución en el campo.
Durante el siglo II los estados griegos fueron cayendo paulatinamente bajo el dominio de estado militar de Roma. La intervención de Roma, que se había revelado decisiva en el caso de Esparta, aniquiló también la revolución campesina que estalló en el 133 en la parte occidental del Asia Menor. Allí se sublevaron los siervos de gleba y otros proletarios de los campos con el fin de crear directamente, mediante el nuevo reparto de las tierras, el “estado del futuro”. Lo llamaron el “estado del sol”, según el título de una famosa novela griega comunista y futurista, cuyas ideas habían calado en las masas. La potencia militar romana puso fin tras duros combates a esta guerra campesina, restableciendo el antiguo “orden”. En cuanto la dominación romana privó a los griegos de la posibilidad de una política autónoma y de una vida económica independientes; los griegos perdieron también el derecho de gestionar por sí mismos sus propias luchas de clases.
Arthur Rosenberg
capítulo 17 del libro Democracia y lucha de clases en la antigüedad
publicado en El viejo topo en diciembre de 2020
Las relaciones sociales y las relaciones de clase en el ámbito de la población griega adquirieron en las colonias aspectos completamente diversos con respecto a la madre patria y los territorios coloniales a partir del 330. En los países coloniales, es decir, en Asia y en Egipto, algunos centenares de miles de griegos se contraponían como casta dominante a varios millones de personas pertenecientes a las poblaciones locales. Los griegos ocupaban entonces en Egipto, Siria y Persia una posición análoga a la que gozan actualmente los ingleses en la India y en el propio Egipto. Griegos eran los monarcas de las diversas monarquías militares que se habían ido constituyendo allí —la unidad del imperio griego, de hecho, no sobrevive durante mucho tiempo—; griegos eran el ejército y la administración; griegos eran la mayor parte de los comerciantes y banqueros y una parte de los grandes terratenientes.
Queda claro que, bajo estas condiciones, en los países coloniales no existía en lo más mínimo un proletariado griego como clase, y era a penas existente una clase media griega. Existía tan sólo una casta de amos de carácter militar, burocrático, capitalista, feudal. Casi todos los griegos que emigraban en aquellos tiempos hacia el Oriente hacían “fortuna”. Pero para el pueblo griego en su conjunto, la copiosa abundancia que le llovía del cielo no le resultó ninguna bendición. Si los griegos en el siglo IV hubiesen conquistado un territorio, aunque hubiese sido relativamente pequeño, pero lo hubiesen colonizado verdaderamente, y allí, después, se hubieran ganado la vida con su propio trabajo, éstos hubieran podido conservar incluso a lo largo del tiempo sus conquistas. En cambio, habían conquistado —utilizando su momentánea superioridad militar— un imperio gigantesco, que no podían utilizar económicamente. Al final la pequeña casta de señores fue barrida en todas partes por los millones de oprimidos y hoy el pueblo griego ocupa más o menos el mismo territorio de los tiempos del rey Filipo.
Pero si volvemos al periodo comprendido entre el 300 y el 150, queda claro que durante aquel tiempo las luchas de clase en Oriente coincidieron fundamentalmente con las luchas de clases nacionales: por una parte los señores griegos; por la otra, los campesinos, los artesanos y los obreros orientales. Naturalmente existía también en Oriente una clase alta indígena, terratenientes, sacerdotes, que habían conservado su propia posición privilegiada incluso bajo la dominación extranjera. Cuando en un cierto momento los orientales, sublevándose victoriosamente, lograron expulsar a los señores griegos, como, por ejemplo, ocurre antes del 100 en Persia y Palestina, no se originaron en Oriente estados de campesinos y de artesanos. Ocurrió por el contrario que las castas indígenas de terratenientes y sacerdotes, explotando la posición de la que gozaban desde hacía muchos siglos en el país, volvieron a adueñarse del poder.
Es obvio que las luchas de clases entre la población griega sólo fueron posibles en los territorios con población griega homogénea. Era el caso de la madre patria: Grecia propiamente dicha, las islas y costas del Egeo, el Asia Menor occidental. En estas regiones las luchas de clases prosiguieron incluso después del 300, asumiendo nuevas formas de gran interés. Carecemos aquí de espacio para ocuparnos exhaustivamente de estos acontecimientos tal como estos se merecerían. Debemos limitarnos a echar una rápida ojeada general. En primer lugar, como ya habíamos dicho, hay que destacar que la unidad política de todos los griegos no se conservó durante mucho tiempo. Y así como en las colonias fueron creándose diversas monarquías militares, de igual modo también en la patria asistimos durante el siglo III a un proceso de fraccionamiento político extremo.
En un primer momento, Rodas fue la heredera de Atenas en el ámbito político y económico. La expansión de la ciudad en el comercio, en la navegación y en la industria hizo surgir un fuerte proletariado que se adueñó del poder político. Al igual que en Atenas, también en Rodas encontramos el gobierno en manos de un Consejo en el que dominan los no propietarios retribuidos con dietas, y tribunales populares cuyos miembros reciben también una indemnización. Es significativo que en Rodas la desconfianza del proletariado hacia sus mismos representantes estaba aún más arraigada que en Atenas. En Rodas los representantes en el Consejo permanecían en el cargo sólo seis meses, y también la comisión de los cinco “presidentes” (pritanes), encargada de atender los asuntos corrientes del estado permanecía en el cargo tan sólo durante seis meses. En Atenas los mismos cargos habían tenido una duración de un año. Aparte de esto, las condiciones culturales y económicas de los no propietarios eran en Rodas más o menos las mismas que en Atenas. Además de Rodas, existían en aquellos tiempos en la región del mar Egeo también otras ciudades repúblicas en las que la población más pobre empuñaba las riendas del poder.
Durante esta época, alrededor del 200, al menos en un punto las exigencias económicas del proletariado supusieron un avance en relación con los tiempos de la supremacía de Atenas. Los ciudadanos pobres no se contentaron ya con que los ricos fuesen gravados con impuestos y que ellos mismos fuesen recompensados por su actividad como jurados, miembros del Consejo, etc., sino que exigieron que el estado les asegurase a ellos permanentemente pan barato. En la república de Samos, por ejemplo, el proletariado impuso una ley de ese tipo, según la cual cada propietario debía pagar a tal fin un cierto tributo bastante elevado. El dinero así recaudado era utilizado para crear fondos estatales destinados a mantener establemente bajo el precio del pan. Una situación análoga se daba en Rodas.
Mientras que en las ciudades griegas los no propietarios desarrollaban así sus exigencias en relación con la comunidad, la idea de una revolución social se extendió también por el campo. El primero en movilizarse fue el proletariado agrícola, en el sentido más amplio del término: siervos de la gleba, allí donde existían, además campesinos libres, pequeños arrendatarios y pequeños labradores que a fuerza de trabajo extraían el sustento de su pegujal. Estos reclamaban la abolición del latifundio y un reparto justo de la tierra entre todos.
Por otra parte, también los campesinos de posición más acomodada salieron al combate contra los capitalistas muchas veces. En caso de mala cosecha, o cuando el trabajo de la tierra necesitaba de capitales, se habían visto obligados a tomar dinero en préstamo. Se encontraban así en manos de sus acreedores, que —si no eran pagados— tenían el derecho de expulsarlos de su casa y de sus finca, e incluso de hacerlos encarcelar por morosidad en el pago. Por eso la cancelación de las deudas, es decir, la extinción de las hipotecas, se convirtió en el grito de guerra de los campesinos. En el siglo tercero estalló la revolución campesina en el estado griego en el que las condiciones de la población pobre eran más difíciles: Esparta. Allí, con gran crueldad, una pequeña camarilla de señores feudales oprimía a muchos millares de siervos de la gleba y de proletarios. Las masas se sublevaron, expulsaron a los señores y decidieron un nuevo reparto de la tierra.
La Esparta revolucionaria se encontró de improviso envuelta en una difícil guerra contra los propietarios y los terratenientes de los estados griegos limítrofes, confederados en la liga aquea. Estos aqueos se movilizaron al límite para liquidar la Esparta revolucionaria, a fin de que el germen de la revuelta no se extendiese también entre ellos. De hecho casi en toda Grecia la población pobre de los campos aspiraba al reparto de las tierras y a la cancelación de las deudas. Mediante una lucha que se prolongó durante decenios y en la que se entrometieron a favor del orden capitalista y feudal incluso el reino de Macedonia y Roma, se destruyó la fuerza de la revolución espartana y se conjuró en Grecia el peligro de una revolución en el campo.
Durante el siglo II los estados griegos fueron cayendo paulatinamente bajo el dominio de estado militar de Roma. La intervención de Roma, que se había revelado decisiva en el caso de Esparta, aniquiló también la revolución campesina que estalló en el 133 en la parte occidental del Asia Menor. Allí se sublevaron los siervos de gleba y otros proletarios de los campos con el fin de crear directamente, mediante el nuevo reparto de las tierras, el “estado del futuro”. Lo llamaron el “estado del sol”, según el título de una famosa novela griega comunista y futurista, cuyas ideas habían calado en las masas. La potencia militar romana puso fin tras duros combates a esta guerra campesina, restableciendo el antiguo “orden”. En cuanto la dominación romana privó a los griegos de la posibilidad de una política autónoma y de una vida económica independientes; los griegos perdieron también el derecho de gestionar por sí mismos sus propias luchas de clases.