Foro Comunista

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    Mujeres trabajadoras contra el Feminismo.

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    Mujeres trabajadoras contra el Feminismo. Empty Mujeres trabajadoras contra el Feminismo.

    Mensaje por DP9M Mar Mar 05, 2019 4:59 pm

    Clara Zetkin:

    [size=32]Sólo con la mujer proletaria triunfará el socialismo



    [/size]
    [size=32]Los estudios de Bachofen[1], Morgan[2] y otros parecen demostrar que la opresión social de la mujer coincide con la aparición de la propiedad privada. La contradicción, en el seno de la familia, entre el hombre en cuanto a poseedor y la mujer en cuanto a no-poseedora constituye la base de la dependencia económica y de la situación social de defraudación de los derechos del sexo femenino. Según Engels, en esta última situación radica una de las primeras y más antiguas formas de dominio clasista. Engels afirma que: «En la familia el marido es el burgués y la mujer representa el proletariado.»[3] Todavía no se podía hablar en aquel momento de cuestión femenina en el moderno sentido de la palabra. Solamente el modo de producción capitalista ha provocado los trastornos sociales que han dado vida a la cuestión femenina moderna; ha hecho pedazos la antigua economía familiar que en el período precapitalista garantizaba a las grandes masas del mundo femenino un medio de sustento y un sentido a su vida. Parecería insensato aplicar a la actividad desarrollada por las mujeres en la antigua economía doméstica aquellos conceptos negativos de miseria y de angustia que caracterizan la actividad de las mujeres de nuestros días. Mientras subsistió la antigua forma familiar, la mujer encontró en la misma su sentido en la actividad productiva que desarrollaba, y por ello no era consciente de que estaba privada de todos los derechos sociales, a pesar de que el desarrollo de su individualidad estaba fuertemente limitado.[/size]
    El período del Renacimiento es el Sturm und Drang que señala el despertar del moderno individualismo y le permite desarrollarse en las más diversas direcciones. Nos encontramos con individuos de talla gigantesca, tanto en el bien como en el mal, que pisotean las instituciones de la religión y de la moral y desprecian tanto el cielo como la tierra, el infierno como el paraíso; encontramos mujeres en el centro de los acontecimientos sociales, artísticos y políticos. Sigue sin percibirse ningún rastro del «problema» femenino. Y ello es tanto más característico cuanto se trata de un período en el cual la antigua economía familiar, bajo el fuerte impulso de la división del trabajo, empieza a desaparecer. Millares de mujeres dejan de vivir su vida en el seno de la familia. Pero la cuestión femenina, por llamarla de este modo, se resuelve entonces entrando en los conventos y en las órdenes religiosas.
    Las máquinas, el modo moderno de producción, empezaron gradualmente a cavar la fosa a la producción autónoma de la familia, planteando a millones de mujeres el problema de encontrar un nuevo modo de sustento, un sentido a su vida, una actividad que al mismo tiempo fuese también agradable. Millones de mujeres se vieron obligadas a buscarlo fuera, en la sociedad. Entonces empezaron a tomar consciencia de que la falta de derechos hacía muy difícil la salvaguarda de sus intereses, y a partir de este momento surge la genuina cuestión femenina moderna. Citamos algunas cifras que demuestran hasta qué punto el modo moderno de producción agudizó la cuestión femenina: en 1882, en Alemania, sobre un total de 23 millones de mujeres y jóvenes, existían 5 millones y medio de trabajadoras asalariadas, es decir, casi una cuarta parte de la población femenina encontraba ya su sustento fuera de la familia. Según el censo de 1895, las mujeres ocupadas en la agricultura, en sentido amplio, eran un 8 % más de las censadas en 1882; en la agricultura, en sentido estricto, habían aumentado en un 6 %, mientras que para el mismo período los hombres habían disminuido respectivamente un 3 y un 11 %. En los sectores de la industria y la minería, las mujeres habían aumentado un 35 %, mientras que los hombres sólo lo habían hecho en un 28 %; en el comercio, el número de mujeres había aumentado en más del 94 %; el de los hombres sólo en un 38 %. Estas áridas cifras son mucho más perentorias en afirmar la urgencia con que debe resolverse la cuestión femenina, que no las declaraciones más ardientes.
    Sin embargo, la cuestión femenina sólo existe en el seno de aquellas clases de la sociedad que a su vez son producto del modo de producción capitalista. Por ello, no existe una cuestión femenina en la clase campesina, aunque su economía natural esté ya muy reducida y llena de grietas. En cambio, podemos encontrar una cuestión femenina en el seno de aquellas clases de la sociedad que son las criaturas más directas del modo de producción moderno. Por tanto, la cuestión femenina se plantea para las mujeres del proletariado, de la pequeña y media burguesía, de los estratos intelectuales y de la gran burguesía; además, presenta distintas características según la situación de clase de estos grupos.
    ¿Cómo se presenta la cuestión femenina para las mujeres de la alta burguesía? Estas mujeres, gracias a su patrimonio, pueden desarrollar libremente su propia individualidad, seguir sus propias inclinaciones. Sin embargo, como mujeres, siguen dependiendo del varón. El residuo de la tutela sexual de los tiempos antiguos ha desembocado en el derecho de familia, para el que sigue siendo válida la frase: «y él será tu señor».
    ¿Qué aspecto presenta la familia de la alta burguesía en la cual la mujer está legalmente sometida a su marido? Desde el mismo momento de su creación, este tipo de familia ha carecido de presupuestos morales. La unión se decide en base al dinero, no a la persona; es decir: lo que el capitalismo une no puede ser separado por una moral sentimental. Por tanto, en la moral matrimonial dos prostituciones hacen una virtud[4]. A ello corresponde también el estilo de la vida familiar. Allí donde la mujer no se ve obligada a asumir sus deberes de mujer, madre y vasalla, los traslada al personal de servicio al que paga un salario. Si las mujeres de estos estratos desean dar un cierto significado a su vida, deben ante todo reivindicar el poder disponer libremente y autónomamente de su patrimonio. Por ello esta reivindicación se sitúa en el centro de avanzada del movimiento de mujeres burguesas. Estas mujeres luchan por conquistar este derecho contra el mundo masculino de su clase, y su lucha es exactamente la misma que la burguesía inició en su momento contra los estratos privilegiados: una lucha por la abolición de todas las discriminaciones sociales basadas en el patrimonio.
    ¿Cuáles son las características de la cuestión femenina en los estratos de la pequeña y media burguesía y en el seno de las intelectuales burguesas? En este caso la familia no está separada de la propiedad, sino básicamente de los fenómenos concomitantes a la producción capitalista; en la medida en que ésta avanza en su marcha triunfal, la pequeña y media burguesía van acercándose progresivamente a su destrucción. En el caso de las intelectuales burguesas se produce además otra circunstancia que contribuye a que sus condiciones de vida empeoren: el capital necesita fuerza de trabajo inteligente y científicamente preparada y en este sentido, ha favorecido una sobreproducción de proletarios del trabajo mental, determinando con ello un cambio negativo de la posición social de los que pertenecen a las profesiones liberales, profesiones que, en el pasado, eran decorosas y muy rentables. Sin embargo, el número de matrimonios decrece en la misma medida ya que, si por un lado las premisas materiales han empeorado, por el otro se han incrementado las necesidades vitales del individuo y por tanto el individuo perteneciente a estos estratos reflexiona muchísimo antes de decidirse a contraer matrimonio. El límite de edad para la creación de una familia es cada vez más alto, y el hombre se siente cada vez menos inclinado hacia el matrimonio, debido también en parte a que la sociedad permite al solterón una vida cómoda sin exigirle una mujer legítima: la explotación capitalista de la fuerza de trabajo proletaria con salarios de hambre da también suficiente para que la demanda de prostitutas por parte del mundo masculino esté ampliamente cubierta por una conspicua oferta. Y por ello, el número de mujeres solteras entre los estratos de la media burguesía es cada vez más elevado. Las mujeres y las adolescentes de esta clase se ven rechazadas por la sociedad en la que no pueden vivir una existencia que sólo les procure el pan, sino también satisfacción moral. En estos estratos la mujer no está equiparada al hombre en lo que se refiere a la propiedad de bienes privados; ni siquiera está equiparada en calidad de proletaria como acontece en los estratos proletarios; la mujer de las clases medias debe conquistar ante lodo la igualdad económica con el hombre, y sólo lo puede conseguir mediante dos reivindicaciones: la de igualdad de derechos en la formación profesional y la de igualdad de derechos para los dos sexos en la práctica profesional. Desde un punto de vista económico, esto significa la consecución de la libertad de profesión y la concurrencia entre hombre y mujer. La consecución de estas reivindicaciones desencadena un contraste de intereses entre los hombres y las mujeres de la media burguesía y de la intelligentsia. La concurrencia de las mujeres en las profesiones liberales es la causa de la resistencia de los hombres frente a las reivindicaciones de las feministas burguesas. Se trata del simple temor a la concurrencia; sea cual sea el motivo que se hace valer contra el trabajo intelectual de las mujeres: un cerebro menos eficiente, la profesión natural de madre, etc., sólo se trata de pretextos. Esta lucha concurrencial impulsa a la mujer que pertenece a estos estratos a la consecución de los derechos políticos, con el fin de romper todas las barreras que obstaculizan su actividad económica.
    Hasta ahora he esbozado solamente el primer momento, que es básicamente económico. Sin embargo, haríamos un escaso favor al movimiento femenino burgués si sólo limitáramos los motivos del mismo al factor económico, ya que también incluye un aspecto mucho más profundo, un aspecto moral y espiritual. La mujer burguesa no sólo pide ganarse su propia existencia, sino también una vida espiritual, el desarrollo de su propia personalidad. Precisamente es en estos estratos donde se encuentran aquellas trágicas figuras, tan interesantes desde el punto de vista psicológico, de mujeres cansadas de vivir como muñecas en una casa de muñecas y que desean participar en el desarrollo de la cultura moderna; las aspiraciones de las feministas burguesas están plenamente justificadas, tanto en el aspecto económico como desde el punto de vista moral y espiritual.
    En lo que respecta a la mujer proletaria, la cuestión femenina surge a partir de la necesidad de explotación del capital que lo obliga a la continua búsqueda de fuerza de trabajo más barata... de modo que también la mujer proletariada se ve inserta en el mecanismo de la vida económica de nuestros días, se ve arrastrada a la oficina o atada a la máquina. Ha entrado en la vida económica para aportar un poco de ayuda a su marido, pero el modo de producción capitalista la ha transformado en una concurrente desleal: quería acrecentar el bienestar de la familia y ha empeorado la situación; la mujer proletaria quería ganar dinero para que sus hijos tuviesen un mejor destino y casi siempre se ve arrancada de sus brazos. Se ha convertido en una fuerza de trabajo absolutamente igual al hombre: la máquina ha hecho superflua la fuerza de los músculos y en todas partes el trabajo de las mujeres ha podido producir los mismos resultados productivos que el trabajo masculino. Tratándose además, y ante todo, de una fuerza de trabajo voluntaria, que sólo en rarísimos casos se atreve a oponer resistencia a la explotación capitalista, los capitalistas han multiplicado las posibilidades con el fin de poder emplear el trabajo industrial de las mujeres a la máxima escala. En consecuencia, la mujer del proletariado ha podido conquistar su independencia económica. Pero de ello no ha sacado ninguna ventaja. Si en la época de la familia patriarcal el hombre tenía derecho a usar moderadamente la fusta para castigar a la mujer - recuérdese el derecho bávaro del siglo XVII (Kurbayrisches Recht)- el capitalismo ahora la castiga con el látigo. Antes el dominio del hombre sobre la mujer se veía mitigado por las relaciones personales, mientras que entre obrera y empresario sólo existe una relación mercantilizada. La proletaria ha conquistado su independencia económica pero como persona, como mujer, y como esposa no tiene la menor posibilidad de desarrollar su individualidad. Para su tarea de mujer y de madre sólo le quedan las migajas que la producción capitalista deja caer al suelo.
    Por ello la lucha de emancipación de la mujer proletaria no puede ser una lucha similar a la que desarrolla la mujer burguesía contra el hombre de su clase; por el contrario, la suya es una lucha que va unida a la del hombre de su clase contra la clase de los capitalistas. Ella, la mujer proletaria, no necesita luchar contra los hombres de su clase para derrocar las barreras que ha levantado la libre concurrencia. Las necesidades de explotación del capital y el desarrollo del modo de producción moderno la han desplazado completamente en esta lucha. Por el contrario, deben levantarse nuevas barreras contra la explotación de la mujer proletaria, con las que deben armonizarse y garantizarse sus derechos de esposa y madre. El objetivo final de su lucha no es la libre concurrencia con el hombre, sino la conquista del poder político por parte del proletariado. La mujer proletaria combate codo a codo con el hombre de su clase contra la sociedad capitalista. Todo esto no significa que no deba apoyar también las reivindicaciones del movimiento femenino burgués. Pero la consecución de estas reivindicaciones sólo representa para ella el instrumento como medio para un fin, para entrar en lucha con las mismas armas al lado del proletario.
    La sociedad burguesa no se opone radicalmente a las reivindicaciones del movimiento femenino burgués: esto ha sido demostrado por las reformas en favor de las mujeres introducidas en el sector del derecho público y privado en distintos Estados. En Alemania estas reformas se producen con gran lentitud y ello se debe, por una parte, a la lucha por la concurrencia económica en las profesiones liberales, lucha que los hombres temen, y por otra, al lento y reducido desarrollo de la democracia burguesa en Alemania que, por temor al proletariado, no asume las tareas que la historia le ha asignado. La burguesía teme que la realización de estas reformas sólo represente ventajas para la socialdemocracia. Una democracia burguesa sólo puede hacer reformas en la medida en que no se deje hipnotizar por el miedo. Esto, por ejemplo, no sucede en Inglaterra, que es el único país en el que existe una burguesía eficiente, enérgica, mientras que la burguesía alemana, que tiembla ante el proletariado, renuncia a su obra reformista en los campos político y social. Además, en Alemania la actitud pequeñoburguesa todavía está muy extendida: la tacañería y los prejuicios del filisteo.
    Evidentemente, el temor de la democracia burguesa es corto de vista. Aunque las mujeres consiguieran la igualdad política, nada cambia en las relaciones de fuerza. La mujer proletaria se pone de parte del proletariado y la burguesa de parte de la burguesía. No nos hemos de dejar engañar por las tendencias socialistas en el seno del movimiento femenino burgués: se manifestarán mientras las mujeres burguesas se sientan oprimidas, pero no más allá.
    Cuanto menos comprende su misión la democracia burguesa, menos corresponde a la socialdemocracia apoyar la causa de la igualdad política de las mujeres. No queremos parecer más guapos de lo que somos y no es por la belleza de un principio que apoyar más su reivindicación, sino en el interés de clase del proletariado. Cuanto mayor sea la influencia nefasta del trabajo femenino sobre la vida de los hombres, más coactiva es la necesidad de acercar las mujeres a la lucha económica. Cuanto más profunda sea la incidencia de la lucha política en la existencia del individuo, más urgente y necesario es que la mujer participe en la lucha política. Las leyes contra los socialistas han dejado muy claro por primera vez, a millares de mujeres, lo que significa derecho de clase, Estado de clase y dominio de clase; por primera vez han enseñado a millones de mujeres a tomar consciencia del poder que con tanta brutalidad interviene en la vida familiar. Las leyes contra los socialistas han realizado un trabajo que centenares de agitadoras no hubieran sido capaces de realizar, y nosotros estamos sinceramente agradecidos al artífice de las leyes contra los socialistas, así como a todos los órganos del Estado que han colaborado en su puesta en vigor, desde el ministro hasta el policía, por su involuntaria actividad propagandística. ¡Y después dirán que nosotros, los socialistas, no somos agradecidos!
    Otro suceso debe ser también considerado imparcialmente. Me estoy refiriendo a la publicación del libro de August Bebel La mujer y el socialismo. No hablo ahora de esta obra en base a los elementos positivos o a las lagunas que presenta, sino en base al período en el que ha aparecido. Ha sido algo más que un libro, ha sido un acontecimiento, un evento. Por primera vez se ponía en claro las relaciones que unen la cuestión femenina al desarrollo histórico; por primera vez, en este libro, se afirmaba que solamente podemos conquistar el futuro si las mujeres combaten a nuestro lado. Y hago estas observaciones como camarada de partido y no como mujer.
    Ahora bien, ¿cuáles son las conclusiones prácticas para llevar nuestra agitación entre las mujeres? No es tarea de un Congreso hacer propuestas prácticas aisladas; su tarea consiste en delinear una orientación general para el movimiento femenino proletario.
    El principio-guía debe ser el siguiente: ninguna agitación específicamente feminista, sino agitación socialista entre las mujeres. No debemos poner en primer plano los intereses más mezquinos del mundo de la mujer: nuestra tarea es la conquista de la mujer proletaria para la lucha de clase. Nuestra agitación entre las mujeres no incluye tareas especiales. Las reformas que se deben conseguir para las mujeres en el seno del sistema social existente ya están incluidas en el programa mínimo de nuestro partido.
    La agitación entre las mujeres debe unirse a los problemas que revisten una importancia prioritaria para todo el movimiento proletario. La tarea principal consiste en la formación de la consciencia de clase en la mujer y su compromiso activo en la lucha de clases. La organización sindical de las obreras se presenta como extremadamente ardua. Desde 1892 hasta 1895, el número de las obreras inscritas en las organizaciones centrales ha alcanzado la cifra de 7.000. Si a ellas añadimos las obreras inscritas en las organizaciones locales, y comparamos la cifra con la de las obreras en activo, solamente en la gran industria, cifra que llega a 700.000, tendremos una idea del inmenso trabajo que todavía queda por hacer. Este trabajo es mucho más difícil por el hecho de que muchas mujeres están empleadas en la industria a domicilio. Debemos combatir además la opinión tan difundida entre las jóvenes que creen que su actividad industrial es algo pasajero, y que cesará con el matrimonio. Para muchas mujeres el resultado final es por el contrario un doble deber, ya que deben trabajar en la fábrica y en la familia. Por ello es indispensable que se fije la jornada de trabajo legal de las obreras. Mientras en Inglaterra todos coinciden en considerar que la eliminación del trabajo domiciliario, la fijación de la jornada de trabajo legal y la obtención de salarios más elevados representan elementos de expresa importancia para la organización sindical de las obreras, en Alemania, a los obstáculos ya mencionados, debe añadirse la violación de las leyes sobre el derecho de reunión y de asociación. La plena libertad de asociación que la legislación del Reich reconoce a las obreras queda anulada por las disposiciones regionales vigentes en algunos Estados federales. Por añadidura, no quiero ni siquiera referirme al modo en que en Sajonia se aplica el derecho de asociación, si se puede hablar de la existencia de tal derecho; por lo que se refiere a los dos mayores Estados federales, Baviera y Prusia, ya se ha dicho que las leyes sobre el derecho de asociación son aplicadas de tal modo que casi es imposible para las obreras formar parte de organizaciones sindicales. En particular en Prusia, no hace mucho tiempo, el gobierno de distrito del «liberal» Herr von Bennigsen, eterno candidato a ministro, ha hecho lo imposible en la redacción de los derechos de asociación y de reunión. En Baviera las mujeres están excluidas de todas las asambleas públicas...
    ...Esta situación hace imposible que las mujeres proletarias puedan organizarse al lado de los hombres. Hasta ahora han llevado una lucha contra el poder policiaco y contra las leyes de los juristas y, por lo menos formalmente, han llevado la peor parte.
    En realidad son las vencedoras, ya que cuantas medidas se han puesto en práctica con el fin de aniquilar la organización de la mujer proletaria sólo han conseguido provocar un incremento de la consciencia de clase. Si nosotros aspiramos a la creación de una organización femenina potente en el terreno económico y político, debemos ante todo conquistarnos la libertad de movimientos en la lucha contra el trabajo domiciliario, por una reducción del tiempo de trabajo y, en primer lugar, contra lo que las clases dominantes suelen denominar derecho de asociación.
    En este Congreso del partido no pueden ser definidas las formas en las que debe desarrollarse la agitación femenina; ante todo debemos hacer nuestros los métodos con los cuales haremos progresar la agitación. En la resolución que os ha sido propuesta se propone la elección de algunos delegados femeninos que tendrán la tarea de promover y dirigir, de modo unitario y programático, la organización económica y sindical entre las mujeres. La propuesta no es nueva: la idea ya había sido asumida en el Congreso de Frankfurt, lo cual ha permitido que en determinados lugares se llevara a la práctica con notable éxito; en el futuro podrá comprobarse si, aplicada a gran escala, puede favorecer un masivo aumento de la presencia femenina en el seno del movimiento proletario.
    La agitación no puede solamente hacerse con discursos. Muchas indiferentes no vienen a nuestras asambleas, innumerables esposas y madres no pueden asistir a nuestras asambleas -y la tarea de la agitación socialista entre las mujeres no puede ser la de alejar a la mujer proletaria de sus deberes de madre y de esposa; por el contrario, la agitación debe procurar que puedan asumir su misión mucho mejor de lo que lo han hecho hasta ahora, y ello en interés de la emancipación del proletariado. La mejora de las relaciones en el seno de la familia, de la actividad doméstica de la mujer, reafirma su determinación para la lucha. Si le facilitamos la tarea de educadora de sus hijos, podrá hacerles conscientes y hacer que continúen luchando con el mismo entusiasmo y la misma abnegación con que lo hacen sus padres por la emancipación del proletariado. Cuando el proletario dice: «Mi mujer», entiende: «La compañera de mis ideales, de mis luchas, la educadora de mis hijos para las batallas del futuro». Y, de esta manera, muchas madres, muchas esposas que educan en la consciencia de clase a sus maridos y a sus hijos, contribuyen en la misma medida que las compañeras que vemos presentes en nuestras asambleas.
    Por ello, si la montaña no va a Mahoma, Mahoma irá a la montaña. Nosotros debemos llevar el socialismo a las mujeres a través de los periódicos en el ámbito de una agitación programada. Propongo que, para tal fin, se distribuyan octavillas, pero no octavillas tradicionales que resuman en un cuarto de página todo el programa socialista, toda la ciencia de nuestro siglo, sino octavillas breves, que desarrollen desde un ángulo concreto una cuestión práctica, con un planteamiento de clase...
    ...Repito, se trata de sugerencias que someto a vuestro examen. La agitación entre las mujeres es una empresa cansada, que requiere muchos sacrificios, pero que tendrá su recompensa y que por tanto debe ser asumida. Puesto que si el proletariado sólo puede conquistar su plena emancipación gracias a una lucha que no haga discriminaciones de nacionalidad o de profesión, sólo podrá alcanzar su objetivo si no tolera ninguna discriminación de sexo. La inclusión de las grandes masas de mujeres proletarias en la lucha de liberación del proletariado es una de las premisas necesarias para la victoria de las ideas socialistas, para la construcción de la sociedad socialista.
    Sólo la sociedad socialista podrá resolver el conflicto provocado en nuestros días por la actividad profesional de la mujer. Si la familia en tanto que unidad económica desaparece, y en su lugar se forma la familia como unidad moral, la mujer será capaz de promover su propia individualidad en calidad de compañera al lado del hombre, con iguales derechos jurídicos, profesionales y reivindicativos y, con el tiempo, podrá asumir plenamente su misión de esposa y de madre.


    Última edición por SS-18 el Mar Mar 05, 2019 5:05 pm, editado 1 vez
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    Mensaje por DP9M Mar Mar 05, 2019 5:05 pm

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    ROSA LUXEMBURGO CONTRA EL FEMINISMO


    El feminismo aparece a finales de los años 90 del siglo XIX en toda Europa como «sufragismo». Las sufragistas defendían la ampliación del derecho al voto de las mujeres dentro del sufragio censitario (restringido a los propietarios), es decir, el derecho de las mujeres de las clases propietarias a participar en las dirección política del estado y la sociedad establecidas. En su batalla para hacer un hueco en las direcciones de las empresas y el gobierno a las mujeres de la pequeña burguesía y las clases altas, las sufragistas trataron pronto de ganar a las mujeres trabajadoras, mucho mayores en número y sobre todo mucho más organizadas. Las feministas proponían un frente interclasista de «mujeres» cuyo objetivo sería conseguir diputadas burguesas dentro del sistema censitario. Prometían representar el «interés común en tanto que mujeres» que supuestamente unía a las trabajadoras con aquellas burguesas del liberalismo radical inglés.
    La izquierda de la II Internacional, con Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin a la cabeza se opuso radicalmente. Un año antes de la formación del primer grupo sufragista en Inglaterra, Zetkin había presentado en Gotha, el verdadero congreso fundacional del partido socialista alemán un informe sobre «La cuestión de la mujer y las tareas de la socialdemocracia» aprobado unánimemente. Desde entonces los socialistas alemanes se habían dedicado a organizar y formar a miles de mujeres de clase trabajadora, impulsado movilizaciones por el sufragio universal para ambos sexos. A partir del Congreso de Stuttgart de la Internacional, la izquierda, con Zetkin y Luxemburgo a la cabeza, dan la batalla a nivel global. No contra un supuesto machismo de la dirección, sino contra las cesiones al feminismo de algunos partidos como el belga, que había aprobado en su congreso apoyar la ampliación del sufragio censitario a las mujeres de clases altas.

    El Congreso de la II Internacional celebrado en Stuttgart comprometió a los partidos socialdemócratas de todos los países a iniciar la lucha por el sufragio universal femenino como parte esencial e irrenunciable de la lucha general del proletariado por el derecho de voto y por el poder, en neta contraposición con las aspiraciones feministas.

    Clara Zetkin


    Rosa Luxemburgo y la izquierda de la Internacional contra el feminismo

    La batalla ideológica se va haciendo cada vez más intensa con los años. Rosa Luxemburgo comparte en su correspondencia su rechazo íntimo al argumentario «moral y espiritual» del feminismo y las invocaciones al «desarrollo de la propia personalidad» cuando lo que estaban en realidad reivindicando las feministas era la igualdad entre hombres y mujeres de las capas en el poder dentro de ese poder. Tiene claro que «la mujer» no es un sujeto histórico por encima o al margen de las clases sociales y por eso le produce un rechazo profundo la reivindicación de un supuesto «derecho de las mujeres» que beneficiaría a las trabajadoras al margen de la evolución del movimiento de los trabajadores en general y la lucha contra el capitalismo.
    Para Luxemburgo, las feministas intentan usar el rechazo de los trabajadores a la opresión de la mujer en una forma de desviar la lucha y consolidar un sistema que entonces acababa su fase históricamente progresista, del mismo modo que hacía el nacionalismo manipulando la resistencia a la opresión cultural-nacional:

    El deber de protestar contra la opresión nacional y de combatirla, que corresponde al partido de clase del proletariado, no encuentra su fundamento en ningún «derecho de las naciones» particular, así como tampoco la igualdad política y social de los sexos no emana de ningún “derecho de la mujer” al que hace referencia el movimiento burgués de emancipación de las mujeres. Estos deberes no pueden deducirse más que de una oposición generalizada al sistema de clases, a todas las formas de desigualdad social y a todo poder de dominación. En una palabra, se deducen del principio fundamental del socialismo.

    Rosa Luxemburgo. La cuestión nacional y la autonomía, 1908

    En «Die Gleichheit«, el periódico dirigido por Zetkin, deja claro que el poder de las mujeres beneficiadas por el sufragio censitario nacía de su posición social en la burguesía y la pequeña burguesía y que la reforma legal del derecho a voto que proponían afianzaría ese poder; sin embargo, las mujeres trabajadoras solo podían afirmarse a través de las luchas obreras mano a mano con sus compañeros de clase.
    Las defensoras de los derechos de las mujeres burguesas desean adquirir derechos políticos para participar en la vida política. Las mujeres proletarias solo pueden seguir el camino de las luchas obreras, lo opuesto de poner un pie en el poder real por medio de estatutos básicamente jurídicos.

    Por eso denunciaba denunciaba cualquier organización «de mujeres» y todo «frente de organizaciones de mujeres», pues se daba cuenta que organizarse en un mentiroso espacio interclasista solo servía para engrosar el poder de las capas pequeñoburguesas (y, como veremos, patriotas) que sostenían al feminismo y dividir al movimiento de clase.

    El 8 de Marzo contra el feminismo

    CARTEL DEL SPD CONVOCANDO AL «DÍA DE SOLIDARIDAD DE LA MUJER PROLETARIA» EN 1914

    Luxemburgo tiene tan claro que la organización de grupos exclusivos de mujeres no puede abrir la puerta ni al interclasismo ni a la separación de la clase que cuando Clara Zetkin le invita al primer congreso de mujeres socialistas se burla en una carta a Luisa Kautsky: «¿Es que acaso ahora somos feministas?» -escribe. Pero Luxemburgo sabía que si Clara Zetkin organizaba grupos de mujeres socialistas era por lo mismo que la II Internacional creaba grupos de jóvenes: para llegar con su programa al conjunto de la clase trabajadora y no solo a los trabajadores de grandes concentraciones obreras en sus centros de trabajo. Aunque en la Alemania de la época había muchas mujeres en las fábricas, la mayoría de las mujeres obreras se dedicaban a trabajos no industriales, a la crianza de sus propios hijos y a industrias basadas en trabajo doméstico.
    No hay más que un sólo movimiento, una sola organización de mujeres comunistas -antes socialistas- en el seno del partido comunista junto a los hombres comunistas. Los fines de los hombres comunistas son nuestros fines, nuestras tareas

    Clara Zetkin

    La creación del 8 de marzo como jornada de lucha, de huelga, en 1910 bajo el nombre de «Día de Solidaridad Internacional entre las mujeres proletarias» a propuesta de Zetkin es parte de lo mismo. Se trata de afirmar el carácter socialista y obrero del movimiento por el sufragio realmente universal, es decir, incluyendo la consecución del voto por las mujeres. Es decir, la creación del 8 de marzo fue parte de la lucha de las mujeres de la Izquierda de la II Internacional por los derechos democráticos de todos los trabajadores y contra la idea feminista de la «unión de las mujeres», «contra la que he luchado toda mi vida» como escribiría Rosa Luxemburgo.

    R.Luxemburgo y C.Zetkin se enfrentarán a la formación de cualquier organización o movilización interclasista «de mujeres». Contra el feminismo «crearán» el 8 de marzo: una movilización unitaria de todos los trabajadores.
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    El momento de la verdad

    LAS SUFRAGISTAS «EXIGIERON» LA PARTICIPACIÓN DE LAS MUJERES EN EL ESFUERZO DE GUERRA Y COLABORARON ACTIVAMENTE EN EL RECLUTAMIENTO PARA LA CARNICERIA.

    El momento de la verdad que demostraría el fondo y la razón de la batalla de la izquierda de la II Internacional contra el feminismo vendría con la guerra mundial.
    Las sufragistas «exigen», literalmente, a los gobiernos la incorporación de las mujeres al esfuerzo de guerra y la carnicería bélica. En premio, el gobierno británico concede en 1918 el voto a los 8 millones de mujeres de familias más pudientes, todavía lejos del sufragio universal. Es lo que ahora la prensa celebra como «conquista del voto por las mujeres» olvidando decir que solo eran unas pocas.

    En cambio Zetkin y los grupos de mujeres obreras convocarán la primera conferencia internacional contra la guerra en mitad de la represión más salvaje de los internacionalistas por parte de todos los gobiernos. Es el primer acto político organizado por un grupo de la II Internacional contra la guerra en un momento en el que Luxemburgo, Rühle o Liebcknecht están ya en prisión

    Conducir a los proletarios a liberarse del nacionalismo y a los partidos socialistas a recuperar su entera libertad para la lucha de clases. El fin de la guerra no puede ser alcanzado más que por la voluntad clara e inquebrantable de las masas populares de los países beligerantes. En favor de una acción, la Conferencia hace un llamamiento a las mujeres socialistas y a los partidos socialistas de todos los países: ¡Guerra a la guerra!

    Declaración de la conferencia Internacional de mujeres socialistas contra la guerra


    MANIFESTACIÓN DEL DÍA DE LA MUJER PROLETARIA EL 8 DE MARZO DE 1917 EN PETROGRADO QUE DIO COMIENZO A LA REVOLUCIÓN RUSA.

    El 8 de marzo de 1917, la manifestación del 8 de marzo en Petrogrado que, como era tradicional, organizaban los grupos de obreras socialistas convocando al conjunto de trabajadores con independencia de su sexo y afirmando reivindicaciones para el conjunto de la clase, se convertirá en el detonante de la Revolución Rusa.
    La guerra saldó toda duda: las feministas «exigieron» a los gobiernos ser parte del esfuerzo de guerra y participaron en el reclutamiento para la carnicería; el 8 de marzo socialista en Petrogrado abrió la Revolución mundial
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    Más claves para entender la oposición entre Rosa Luxemburgo y el feminismo
    No existe un régimen específico de explotación de la mujer en el capitalismo, solo hay una clase trabajadora; no «las trabajadoras y los trabajadores», dos sujetos distintos, sino una sola clase formada por personas de ambos sexos. Lee: «¿Existe el patriarcado?»
    Por eso la constitución del proletariado como clase no nace de un «frente de identidades» construirdo sobre la «interseccionalidad», sino superando las identidades como un todo y afirmando el centralismo. Lee: «¿Lo personal es político?».
    El centralismo implica la superación, no la afirmación, de todas las identidades en toda expresión organizativa. En consecuencia no cabe crear organizaciones separadas para mujeres y hombres en la lucha de clases. Lee: «El marxismo y las identidades».

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    Mensaje por DP9M Dom Mar 10, 2019 4:29 pm

    Feministas contra el Feminismo

    LA CONNIVENCIA DE LAS NEOFEMINISTAS CON EL ISLAMISMO ES REPUGNANTE'

    Son feministas. Sin embargo, nada las espanta más que... las feministas. Escritora y doctora en Filosofía de la Ciencia, la francesa Peggy Sastre fue co-autora de la Tribuna de las Cien, que criticaba la victimización general transmitida por el movimiento #MeToo.
    Eugénie Bastié, escritora y periodista de "Le Fígaro", defiende un 'feminismo conservador' y de valores cristianos. Isabelle Marlier, escritora y antropóloga belga, compartió durante mucho tiempo las tesis de las 'neofeministas', antes de refutarlas. Nouhad Fathi, una periodista marroquí instalada recientemente en Berna, no entiende a las feministas intersectoriales, a las que acusa de apoyar al islamismo, especialmente en la cuestión del velo. Aunque desde diferentes sensibilidades feministas, las cuatro mujeres coinciden en determinados aspectos.

    1. LA FOCALIZACIÓN SOBRE EL 'HOMBRE BLANCO HETEROSEXUAL', para usar las palabras de Eugenia Bastié. Según Nouhad Fathi, lo urgente está, de hecho, en otro lugar que no es el sexismo vehiculado através del manspreading, el mansplaining o en los colores rosa y azul de los juguetes infantiles. 'Ese feminismo se está quedando sin peleas. No las escucho denunciar que hay mujeres que son mutiladas o lapidadas por atreverse a quitarse el velo en público en los países árabes. Por el contrario, glorifican el velo, que es presentado como una 'opción'. Esta connivencia con el islamismo me repugna. Puedo entender que una mujer para la que esta opresión sea la única realidad pueda ceder a la presión, pero que una feminista occidental que ha crecido en los valores de la igualdad lo vea como un derecho individual a defender, me apesta, me huele a privilegio e ignorancia . Privilegio porque aquellas que lo defienden nunca han vivido en un lugar donde está prohibido quitartelo. Ignorancia porque no saben que la utilización del velo es un fenómeno relativamente reciente que acompaña la expansión del Islam político.
    Peggy Sastre señala que es incoherente hablar de 'cultura de la violación' en los países occidentales, donde la violación está severamente castigada por la ley, y 'callar o incluso oponerse' a la prohibición de la ablación, la violación o los matrimonios forzados en otros países 'por temor a ser tachada de colonialista'.

    2. FALTA DE RIGOR INTELECTUAL: 'Hace diez años, me adherí totalmente a esas tesis del patriarcado sistémico, el continuum de la violencia, la cultura de la violación, etc.', afirma Isabelle Marlier. 'Estaba experimentando dificultades afectivas y filtraba todas mis interacciones con los hombres a través del sesgo neofeminista. En lugar de mejorar, me volví paranoica. Desarrollé una mentalidad de asedio. El cortocircuíto llegó cuando realicé un estudio sobre el techo de cristal. Me pidieron que explicara mi metodología. De hecho, solo había tomado en consideración los testimonios que validaban mi presuposición básica de que existía un dispositivo anti-mujer. La humillación de haber caído en tamañe falta de rigor intelectual me sirvió para cuestionarme mis postulados feministas, en el cómo y en el cuándo. Y estos parámetros estaban tan sesgados como la totalidad de mi trabajo '.

    3. LA NEGACIÓN DE LA BIOLOGÍA. Peggy Sastre denuncia 'el creacionismo mental de las neofeministas'. Lamenta que la 'biología, incluido todo lo que sabemos sobre la organización social de los primates', se minusvalore y que, sin embargo, se otorgue una 'importancia desmesurada' a la construcción social de los géneros.
    A Eugénie Bastié le preocupa 'la no diferenciación entre sexos derivada de la experiencia de la minoría transexual'. Negar el cuerpo de la mujer supone 'negarse a proporcionar respuestas adecuadas a los problemas específicos de la mujer. Es por esta misma razón que defiendo un permiso de paternidad diferido, que el padre podría disfrutar más adelante, por ejemplo, durante la adolescencia, cuando su presencia puede ser más útil que durante los primeros meses cuando el bebé necesita más de su madre. Afirmar que los roles de padre y madre son perfectamente intercambiables es descabellado'.

    4. LA SORORIDAD OBLIGATORIA, que propugna que una mujer tiene más en común con cualquier otra mujer que con un hombre, así sea su compañero. 'La rivalidad y la competencia existen también entre mujeres', dice Isabelle Marlier. Nouhad Fathi, quien ha trabajado en varias redacciones editoriales en Marruecos (incluyendo la de "Tel quel"), recuerda a 'mujeres cuya retórica feminista se desvaneció tan pronto como accedieron a un codiciado puesto directivo. Prefiriendo reinar como Queen Bee (literalmente, 'reina de las abejas'), no tuvieron inconveniente en rodearse sólo de hombres en vez de favorecer el compromiso con otras mujeres'.

    5. LA VICTIMIZACIÓN Y EL ESPÍRITU VENGATIVO. 'Hacer creer a las mujeres que viven en una opresión permanente equivale a asociarlas con frágiles objetos sin capacidad de defenderse'. 'Resulta infantilizante', insiste Isabelle Marlier. 'Este revisionismo quejumbroso y revanchista no se preocupa por la igualdad. Pretender que los hombres de hoy en día tengan que pagar por siglos de una fantasmal opresión es injusto y peligroso'. Peggy Sastre recuerda que en un debate una feminista la acusó de 'posicionarse contra otras mujeres'. 'Todavía sigo sin entender que tenga eso de malo", concluye sonriendo.

    * Reportaje publicado hoy en la "Tribune de Gèneve" [https://m.tdg.ch/articles/5c815724ab5c3767ab000001]


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