Después del Reich. Crimen y castigo en la posguerra alemana
Giles MacDonogh - publicado en 2007
El 7 de mayo de 1945, con la caída del Tercer Reich, se ponía fin a la Segunda Guerra Mundial. Oficialmente, atrás quedaban casi seis años de devastación que asolaron Europa. Pero para la población civil alemana, el sufrimiento no terminaba ahí. En tanto que culpable, Alemania debía ser castigada. Roosevelt no pudo ser más claro: «Hay que enseñar al pueblo alemán su responsabilidad por la guerra, y durante mucho tiempo deberían tener sólo sopa para desayunar, sopa para comer y sopa para cenar». Más de tres millones de alemanes murieron tras el anuncio oficial del final de la guerra. A los Aliados no les tembló el pulso a la hora de aplicar los mismos métodos de represión nazis: se sucedieron oleadas de pillaje y expolio de las ciudades ocupadas, violaciones masivas –se estima en más de 200.000 los niños nacidos en 1946 producto de esos ultrajes–, se reutilizaron los campos de concentración y exterminio –incluso los más infames: Auschwitz, Sachsenhausen, Buchenwald, Dachau, Bergen-Belsen–, se expulsó a más de 16.000.000 de civiles de sus hogares, apenas se repartieron alimentos entre una población famélica… Como le espetó Patton a uno de sus asistentes al descubrir el horror de Buchenwald: «¿Todavía tenéis problemas para odiarlos?».
Este libro pone al descubierto las verdades incómodas de las decisiones políticas que ampararon el horror de una posguerra cruel y vengativa, y desvela por vez primera los testimonios de un período funesto de la historia de Europa, desde la inmediata posguerra hasta la Conferencia de Potsdam y los procesos de Núremberg, en el que ni los Aliados ni los alemanes han querido ahondar, los unos por miedo a desvelar las innumerables infamias cometidas y los otros por temor a ser acusados de victimismo.
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Giles MacDonogh - publicado en 2007
El 7 de mayo de 1945, con la caída del Tercer Reich, se ponía fin a la Segunda Guerra Mundial. Oficialmente, atrás quedaban casi seis años de devastación que asolaron Europa. Pero para la población civil alemana, el sufrimiento no terminaba ahí. En tanto que culpable, Alemania debía ser castigada. Roosevelt no pudo ser más claro: «Hay que enseñar al pueblo alemán su responsabilidad por la guerra, y durante mucho tiempo deberían tener sólo sopa para desayunar, sopa para comer y sopa para cenar». Más de tres millones de alemanes murieron tras el anuncio oficial del final de la guerra. A los Aliados no les tembló el pulso a la hora de aplicar los mismos métodos de represión nazis: se sucedieron oleadas de pillaje y expolio de las ciudades ocupadas, violaciones masivas –se estima en más de 200.000 los niños nacidos en 1946 producto de esos ultrajes–, se reutilizaron los campos de concentración y exterminio –incluso los más infames: Auschwitz, Sachsenhausen, Buchenwald, Dachau, Bergen-Belsen–, se expulsó a más de 16.000.000 de civiles de sus hogares, apenas se repartieron alimentos entre una población famélica… Como le espetó Patton a uno de sus asistentes al descubrir el horror de Buchenwald: «¿Todavía tenéis problemas para odiarlos?».
Este libro pone al descubierto las verdades incómodas de las decisiones políticas que ampararon el horror de una posguerra cruel y vengativa, y desvela por vez primera los testimonios de un período funesto de la historia de Europa, desde la inmediata posguerra hasta la Conferencia de Potsdam y los procesos de Núremberg, en el que ni los Aliados ni los alemanes han querido ahondar, los unos por miedo a desvelar las innumerables infamias cometidas y los otros por temor a ser acusados de victimismo.
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