Las raíces del socialismo - Prólogo a «Reforma social o revolución» de Rosa Luxemburgo
Alberto Arregui - año 1999
publicado en la web Manifiesto por el Socialismo
•en el Foro en 6 mensajes
Introducción
En la época dominada por las ideas reaccionarias del pensamiento único y de una de sus destilaciones más representativas: el «fin de la historia», es más necesario que nunca rescatar las obras de quienes han defendido el papel protagonista del ser humano en la construcción de su propio destino, quienes demostraron en sus escritos y en su lucha la capacidad para transformar la historia en un sentido progresista.
Como Prometeo, que arrebató el privilegio del fuego a los dioses para ponerlo al alcance de los hombres, la lucha por el socialismo sigue representando la aspiración de una sociedad que ponga el bienestar de la mayoría de la humanidad por delante de los privilegios escandalosos de una minoría de parásitos.
En la historia del movimiento obrero son muchos los casos de hombres y mujeres que han dado todo, incluida su vida, en la lucha por una sociedad mejor. La mayoría de ellos han quedado en el anonimato, pero integran la memoria colectiva del combate contra la explotación. Sin embargo, presenciamos a veces el caso de quienes aún habiendo jugado un papel protagonista, no sólo en la lucha cotidiana sino también en la de las ideas, han sido relegados injustamente al olvido.
De entre todas estas figuras, encontramos la de la mujer cuyo papel en la lucha y en la elaboración teórica del marxismo ha sido el más importante de la historia del movimiento obrero internacional: Rosa Luxemburgo.
Nadie como Rosa encarna el mito prometeico, la lucha por abolir los privilegios de una minoría en beneficio de la humanidad en su sentido más universal, y como el héroe, encadenada y arrojada a los carroñeros.
Su memoria ha resultado incómoda para muchos durante mucho tiempo, no sólo por sus escritos, que son una brillante defensa sin concesiones del programa marxista y de la honestidad en el compromiso político, sino porque su propia figura despierta recuerdos que algunos querrían borrar: fue asesinada por un ministro «socialista», y sus obras fueron proscritas por Stalin. Tanto socialdemócratas como estalinistas necesitarían reconciliarse con la historia para poder abordar la obra de la mujer que más ha destacado en el campo del socialismo.
Hay otra peculiaridad atractiva en su imagen; el haber llegado hasta nosotros sin el filtro de la mitificación histórica. Al igual que las religiones suben a sus santos a los altares, a veces hemos padecido una elevación a los altares de personajes históricos de quienes la construcción de estatuas, pósters o camisetas, iba en proporción inversa al conocimiento de sus ideas. Rosa, por el contrario, llega hasta nosotros con todos sus defectos, sus errores y su derrota en la revolución alemana, sin embargo, esto hace aún más provechoso el estudio de sus ideas para quienes buscamos no las «vidas de santos», sino el programa y las formas de lucha que nos permitan alcanzar el socialismo.
Se cumplió, en 1999, un doble aniversario que no podemos dejar pasar sin hacer un intento, en la medida de nuestras posibilidades, por rescatar del olvido unas ideas que tanto pueden contribuir aún a la defensa del proyecto de la transformación socialista de la sociedad. Hace 80 años, enero de 1919, fue asesinada por orden de Noske, ministro socialdemócrata, junto con otro héroe del socialismo internacional: Karl Liebknecht. Ambos habían combatido la guerra, el imperialismo, y encabezado la revolución del proletariado alemán en 1918. Pero además de entre las obras de Rosa que se han conservado, pues muchos de sus trabajos se han perdido, una de las más importantes y, sin duda alguna, la que conserva una mayor frescura y actualidad es Reforma social o revolución, en la que contesta a los principales argumentos de Bernstein, teórico socialdemócrata que sistematizó los argumentos de quienes defendían el abandono de las ideas básicas del marxismo, y que fueron conocidos a partir de entonces como «revisionistas». Aunque esta obra, tal como la conocemos fue editada en 1908, su primera aparición a la luz se terminó de producir en 1899.
La vigencia del debate contra el reformismo
Se cumple pues un siglo de la publicación de un debate que nunca se ha cerrado: el de la validez o no, desde el punto de vista del movimiento obrero, de los postulados formulados por Marx y Engels. En todo lo esencial, los argumentos desgranados por Rosa Luxemburgo mantienen su vigencia, debido a que todas las ideas expuestas por Bernstein, y que ella rebate contundentemente, siguen siendo las mismas que toda laya de revisionistas, socialdemócratas y tránsfugas del movimiento obrero han seguido defendiendo hasta nuestros días.
Quizá lo más llamativo para quien lea por primera vez este libro, sea el comprobar la poca capacidad de innovación padecida por el ala de derechas del movimiento obrero. Todo lo que hoy en día oímos, ya fue formulado hace un siglo, y la historia lo ha refutado. La diferencia más importante es que Bernstein decía defender el socialismo como objetivo final, aunque en Reforma social o revolución queda claro que ya había renunciado a esta meta en la práctica. Sin embargo nuestros actuales dirigentes de las organizaciones de izquierdas, en muchos casos rechazan directamente la posibilidad de construir una sociedad alternativa al capitalismo. Pero en lo relativo a los argumentos, podríamos repetir: «…una vez que se ha plasmado en toda su expresión en el libro de Bernstein, todo el mundo exclama maravillado: ¿Cómo? ¿Esto es todo lo que tenéis que decir? ¡Ni rastro de un pensamiento nuevo! ¡Ni una sola idea que no haya sido ya hace decenios refutada, machacada, ridiculizada, aniquilada por el marxismo!».1
La mayoría de la población del mundo no puede sentirse satisfecha con la sociedad en la que vive, y somos muchos los que seguimos defendiendo la necesidad de una sociedad diferente al capitalismo. Las teorías del fin de la historia no representan nada original, siempre la clase dominante ha pretendido que la historia no avanzaría más, que su sistema respondía al «orden natural de las cosas». La historia no avanza en línea recta, lo que es un argumento en sí mismo contra los gradualistas, sufre estancamientos, retrocesos y avances, unas veces acumulativos y otras a través de saltos bruscos. En ocasiones estos cambios se expresan con suma violencia mediante el triunfo de la reacción o de la revolución.
Siempre los más miopes, históricamente hablando, tienden a pensar que todo el mundo es como su aldea, y que toda la historia seguirá siendo como la que él está viviendo. Precisamente el conocimiento del mundo hace mirar por encima del localismo, y el conocimiento de la historia y sus leyes nos permite saber que presenciaremos nuevos cambios.
La capacidad de entender la marcha de la historia, poseer unas perspectivas del desarrollo de los acontecimientos, no supone «hacer» el futuro, pero sí supone la capacidad de poder intervenir conscientemente en los procesos e influir en ellos: « No se pueden dirigir a voluntad los acontecimientos históricos imponiéndoles reglas, pero se pueden calcular por adelantado sus consecuencias probables y regular acorde con ellas la propia conducta».2
La lucha de clases no es un «invento» del socialismo, al igual que la evolución de las especies no es el producto de la imaginación de Charles Darwin, ni las teorías científicas sobre el origen de la vida responden a una maniobra política contra lo establecido en la Biblia. Las leyes de la naturaleza y de la historia existen a pesar de nuestra ignorancia de las mismas, se trata de descubrirlas. Como en el viejo chiste, «si no hubiese ley de la gravedad, las cosas caerían por su propio peso».
Pero la realidad no nos habla si nosotros no entendemos su lenguaje, debemos ser capaces de interpretarla. Tenemos ejemplos clásicos, como la teoría del geocentrismo, que al considerar que era el sol el que giraba alrededor de la Tierra aparentemente respondía a lo que captaban los sentidos, (y eso permitió que Josué pudiera pedir que el sol detuviera su trayectoria en el firmamento, podemos imaginar la catástrofe que se hubiera producido de haber sido la Tierra la que detuviera su rotación). Sin embargo, las teorías heliocentristas acabaron imponiéndose sobre las apariencias superficiales y las supersticiones, al demostrar que es la Tierra la que gira alrededor del sol. El mismo ejemplo nos serviría respecto a la ley del plano inclinado que para un observador ignorante parece oponerse a la ley de la gravedad.
En todos los terrenos, junto a la observación de la realidad, es necesaria la capacidad que nos da el pensamiento de abstraer y establecer leyes.
Esto es esencial en la historia como en la economía y en la política. Las tesis básicas del socialismo fueron establecidas por Marx y Engels, que fueron los primeros en darle un fundamento filosófico materialista, elaborar una crítica científica de la economía y establecer en líneas generales el carácter de la futura sociedad.
Por supuesto la lucha de clases se mantiene, pero el Manifiesto Comunista planteaba un objetivo que hoy parece lejano: la organización de la clase obrera como partido. La lucha por el socialismo es una consecuencia de la existencia de la sociedad de clases, pero la eficacia de esa lucha exige un aprendizaje, una organización que mantenga izada la bandera que defienda el programa, no sólo cuando la lucha avanza sino cuando se dan momentos de retroceso, cuando se lucha contra la corriente. Esa es la mayor carencia de nuestros tiempos para la causa de los oprimidos. El capital se organiza a escala mundial, las últimas actuaciones de la OTAN son un ejemplo evidente de cómo defienden sus intereses de clase por encima de las fronteras. En contraste con ello, los trabajadores carecemos de una organización internacional que mantenga en pie el programa socialista cuando más falta nos hace, en un mundo en que el socialismo sólo puede ser una alternativa internacionalista.
El núcleo esencial de la discusión en el seno de la izquierda transformadora es, más que nunca, el planteado en la famosa polémica «reforma o revolución». ¿Sigue siendo posible una alternativa global al capitalismo, o sólo podemos resignarnos a reformas? ¿Esas reformas progresivas conducirían a un capitalismo justo, o a una superación gradual y pacífica de las injusticias del sistema?
A pesar de que toda la historia del capitalismo contradice las tesis de los reformistas, a pesar de que la inmensa mayoría de nuestro planeta padece hambre, guerras y enfermedades, a pesar de que la riqueza se concentra cada vez en menos manos, la mayoría de los dirigentes políticos ha aceptado la quimera del revisionismo, el espejismo de que poco a poco el propio sistema va resolviendo los problemas.
Cuando la cultura se degrada, si se pierden las ideas científicas, se vuelve a las supersticiones arraigadas en el lado oscuro de la psicología humana. La ignorancia ha sido siempre la mejor aliada de las clases dominantes, como decía Quevedo, en la ignorancia del pueblo basan los príncipes su dominio. Nada como la incultura para mantener lo establecido. La «ausencia de ideología» es la ideología de la clase dominante, al igual que quienes se declaran «apolíticos» suelen serlo… de derechas.
Lo mismo sucede con las ideas socialistas; se corrompen bajo la presión para adaptarse al sistema, o se sectarizan por la incomprensión y la frustración que arrastran a una especie de onanismo político: buscar la autosatisfacción en una verborrea tan radical e insultante como impotente. La tarea sigue siendo la misma a la que se enfrentaba Rosa Luxemburgo: «La unión de las masas con una meta que trasciende por completo el orden establecido, la vinculación de la lucha cotidiana con la gran transformación del mundo: ése es el gran problema del movimiento socialdemócrata, el cual, consecuentemente, ha de trabajar y avanzar entre dos escollos: entre el abandono del carácter de masas y el abandono de la meta final, entre el retroceso a la secta y la degradación a movimiento burgués de reformas, entre el anarquismo y el oportunismo».3
Desde este punto de vista podríamos decir que la falta de estudio se ha instalado en la izquierda. El desconocimiento de las ideas socialistas es alarmante, la falta de lectura de los clásicos del marxismo alcanza a militantes de base y dirigentes.
Podemos preguntarnos quién estudia hoy el marxismo. Las actuales generaciones de militantes apenas conocen las experiencias históricas, las luchas, victorias y derrotas del movimiento obrero, ni han estudiado los textos de los autores marxistas clásicos. Esta carencia es una expresión del profundo desprecio a la teoría que se ha extendido entre muchos dirigentes, que les lleva a infravalorar la actividad orientada a la formación. Como escribió la propia Rosa, en Reforma social o revolución: «No hay ninguna calumnia más grosera, ningún insulto más indignante contra los trabajadores que la afirmación de que las discusiones teóricas son solamente cosa de los ‘académicos’. Ya Lassalle dijo en una ocasión que sólo cuando la ciencia y los trabajadores, esos dos polos opuestos de la sociedad, se unan, acabarán con sus brazos de acero con todos los obstáculos culturales. Toda la fuerza del movimiento obrero moderno se basa en el conocimiento teórico». Siempre insistió en la importancia vital de la teoría, como podemos comprobar leyendo su folleto Junius: «La teoría marxista puso en las manos de la clase obrera del mundo entero, una brújula que le permitía encontrar su camino en el torbellino de los acontecimientos de cada día y orientar su táctica de combate, en cada momento, en la dirección del inmutable objetivo final».4
No queremos sacralizar los escritos de la literatura marxista, simplemente constatar que la ausencia de una formación marxista conduce, inevitablemente, a una impregnación de la ideología dominante en la sociedad. No es de extrañar que en estas circunstancias penetren en la izquierda las ideas burguesas de adaptación al sistema o los brotes de desesperación sectaria.
Temas tan importantes como el hecho de que el capitalismo se haya mantenido por un largo período histórico, la interrelación mundial de la economía o el hundimiento de la Unión Soviética, exigen de la izquierda un análisis, una reflexión y una respuesta frente al sistema.
Y esa respuesta no cabe en una pintada o una consigna, sino que está en el arduo estudio y el debate. Cuanto más turbias llegan las aguas, más debemos dirigirnos a la claridad de las fuentes. Debemos recuperar los clásicos del marxismo. Rosa Luxemburgo tiene esa claridad cristalina de una mujer que no aspiraba a ningún beneficio personal, que no tenía por objetivo ser parlamentaria o alcaldesa o funcionaria… que sólo aspiraba a la emancipación de los oprimidos. La lectura de su obra ha sido oscurecida por socialdemócratas y estalinistas, por eso lo mejor es acudir a ella directamente.
El mayor peligro que acecha a la izquierda hoy, sigue siendo el mismo que combatió en Reforma social o revolución: la adaptación al sistema, la renuncia al objetivo final. Esto hace que su lectura resulte de una actualidad total, pero además, podemos afirmar que desde que Bernstein sistematizara sus ataques al marxismo no se han dado nuevos argumentos para atacar al socialismo por parte de aquellos que, pretendidamente, desde el campo de la izquierda intentan periódicamente demostrar la caducidad del marxismo.
La razón de que no surjan nuevos argumentos es sencilla: no se trata de un intento de superar el marxismo, sino de una vuelta atrás a las ideas premarxistas. Supongamos que, periódicamente, la ciencia oficial defendiese las teorías del Génesis expuestas en la Biblia, frente a la concepción materialista del origen de la vida y las especies. La verdad es que lo intentaron después de Darwin, siguieron haciéndolo después de Oparin, e incluso hoy en día te puedes encontrar algún carcamal que defienda la Biblia frente a la ciencia o que aún ande buscando los restos del Arca de Noé. Pero cada vez lo hacen con menos fuerza pues las teorías científicas acorralan a las posturas supersticiosas. Perdida la batalla, la desplazan hacía el origen del universo, en definitiva las supersticiones, que sólo pueden basarse en los terrenos donde la ciencia no ha podido llegar al fondo, intentan aún, batiéndose en retirada, mantenerse sobre los cimientos de la ignorancia humana. Claro que todos admiten que la Tierra no es plana, que gira alrededor del sol, que no hubo Adán y Eva, que el origen de la vida no proviene de un territorio demarcado por el Tigris y el Eúfrates, pero siempre existe una frontera del conocimiento humano.
El proceso en la lucha de clases no es igual, siempre hay que reconquistar el terreno que se creía conquistado. No es sólo una cuestión «racional» de «eficacia» o de sentimientos humanitarios, de ser así hace mucho tiempo que el capitalismo hubiese desaparecido. Es fundamentalmente una cuestión de intereses materiales contrapuestos entre las clases sociales. El sistema esta construido para garantizar los intereses de la burguesía, la clase dominante, más allá de la necesidad material e histórica que le dio origen. Otros sistemas sociales han ido engendrando en su seno las bases del que los superaría, así bajo el poder de la aristocracia emergían cada vez más las pujantes relaciones de producción capitalistas, y, además, las viejas minorías dominantes podían ser absorbidas, al menos en parte, por la nueva clase dominante. En contraposición el socialismo no pretende sustituir a una minoría dominante por otra, sino que al ser un proyecto en beneficio de la mayoría necesita de una acción consciente. «La época de los ataques por sorpresa —explicaba Engels en su introducción a Las luchas de clases en Francia, de Marx—, de las revoluciones hechas por pequeñas minorías conscientes a la cabeza de las masas inconscientes, ha pasado. Allí donde se trate de una transformación completa de la organización social, tienen que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido ya por sí mismas de qué se trata, por qué dan su sangre y su vida. Esto nos lo ha enseñado la historia de los últimos 50 años. Y para que las masas comprendan lo que hay que hacer, hace falta una labor larga y perseverante. Esta labor es la que estamos realizando ahora, y con un éxito que sume en la desesperación a nuestros adversarios».
En el mismo sentido se expresó Rosa en distintas ocasiones. A raíz de su experiencia en la Revolución Rusa de 1905 afirmaba: «Aunque la Socialdemocracia, como núcleo organizado de la clase obrera, sea la vanguardia de toda la masa de los trabajadores y aunque el movimiento obrero extraiga su fuerza, su unidad, su conciencia política de esta misma organización, el movimiento proletario no puede ser concebido jamás como el movimiento de una minoría organizada».5 Durante la Revolución Alemana, al redactar el programa de la Liga Espartaco hacía la siguiente reflexión: «La revolución proletaria no precisa de terror alguno para alcanzar sus objetivos. Odia y aborrece el asesinato. No tiene necesidad de este medio de lucha, porque no combate a individuos, sino a instituciones, porque no sale a escena con ingenuas ilusiones, cuyas decepciones hubiera de vengar sanguinariamente. No es la tentativa desesperada de una minoría que busca modelar el mundo a su imagen y semejanza por medios violentos, sino la acción de amplias masas de millones de individuos llamados a realizar la misión histórica y a transformar las necesidades históricas en realidades».6 Poco tiempo después, en el Congreso fundacional del Partido Comunista alemán, afirmó en su discurso: «… La historia no nos concede las facilidades que imperaban en las revoluciones burguesas, donde bastaba con derrocar al poder oficial central y remplazarlo por unos pocos, unas docenas de hombres nuevos. Hoy debemos trabajar en la base, como corresponde al carácter de masas de nuestra revolución proletaria. Debemos conquistar el poder político, pero no haciéndolo por arriba, sino por abajo».
Las ideas socialistas son una oposición constante y frontal a las ideas dominantes en la sociedad, lo que hace que siempre sean rechazadas con todas las armas de la clase dominante. Como Marx y Engels dijeron en el Manifiesto Comunista: «las ideas dominantes en la sociedad no son sino las ideas de la clase dominante».
Marx y Engels pusieron en pie una obra titánica: dieron forma a un sistema de pensamiento que encerraba la superación del capitalismo, pero que al mismo tiempo surgía de las contradicciones engendradas en su seno. Dialécticamente podemos afirmar que el socialismo es una tendencia interna del propio capitalismo. Pero por supuesto no es la única tendencia engendrada por el sistema, aunque adquiere el carácter de necesidad histórica, en el sentido de que los problemas que ha ido generando el capitalismo no podrán ser resueltos mientras se mantengan los mecanismos esenciales que dan forma a este sistema: principalmente la propiedad privada de los medios de producción, que conlleva la anarquía en la producción, y la existencia de las barreras establecidas por las fronteras nacionales.
Así, como necesidad histórica, las condiciones para la lucha por el socialismo se crean bajo el capitalismo, pero el socialismo no es una consecuencia pacífica del sistema capitalista, pues la tendencia interna más constante del sistema es la de su propia supervivencia. Es lo que podemos llamar con Marx y Engels, la reproducción del sistema. El capital no sólo produce, sino que se reproduce. Cada día no sólo salen mercancías de las fábricas sino que se alimenta, con el propio trabajo de los obreros la relación de dominio del capital sobre la clase obrera, el capital crece, se reproduce, reproduciendo al mismo tiempo las relaciones de producción que establecen el dominio de una minoría sobre la inmensa mayoría de la sociedad. Nunca asistiremos a una tendencia gradual en que «desaparezcan» las diferencias de clase, sino a reproducirlas y ampliarlas. Y esta tendencia interna del sistema, que constituye su médula espinal, es la que se ha impuesto hasta nuestros días, aunque ha sido rota en muchas ocasiones por el movimiento de los trabajadores, que expresa periódicamente la necesidad histórica de superar el capitalismo.
El reformismo o revisionismo, el ala de derechas del movimiento obrero, no hace sino expresar esta tendencia capitalista, que considera que existe una armonía de intereses entre el capital y los trabajadores, como señaló acertadamente Rosa.
Alberto Arregui - año 1999
publicado en la web Manifiesto por el Socialismo
•en el Foro en 6 mensajes
Introducción
En la época dominada por las ideas reaccionarias del pensamiento único y de una de sus destilaciones más representativas: el «fin de la historia», es más necesario que nunca rescatar las obras de quienes han defendido el papel protagonista del ser humano en la construcción de su propio destino, quienes demostraron en sus escritos y en su lucha la capacidad para transformar la historia en un sentido progresista.
Como Prometeo, que arrebató el privilegio del fuego a los dioses para ponerlo al alcance de los hombres, la lucha por el socialismo sigue representando la aspiración de una sociedad que ponga el bienestar de la mayoría de la humanidad por delante de los privilegios escandalosos de una minoría de parásitos.
En la historia del movimiento obrero son muchos los casos de hombres y mujeres que han dado todo, incluida su vida, en la lucha por una sociedad mejor. La mayoría de ellos han quedado en el anonimato, pero integran la memoria colectiva del combate contra la explotación. Sin embargo, presenciamos a veces el caso de quienes aún habiendo jugado un papel protagonista, no sólo en la lucha cotidiana sino también en la de las ideas, han sido relegados injustamente al olvido.
De entre todas estas figuras, encontramos la de la mujer cuyo papel en la lucha y en la elaboración teórica del marxismo ha sido el más importante de la historia del movimiento obrero internacional: Rosa Luxemburgo.
Nadie como Rosa encarna el mito prometeico, la lucha por abolir los privilegios de una minoría en beneficio de la humanidad en su sentido más universal, y como el héroe, encadenada y arrojada a los carroñeros.
Su memoria ha resultado incómoda para muchos durante mucho tiempo, no sólo por sus escritos, que son una brillante defensa sin concesiones del programa marxista y de la honestidad en el compromiso político, sino porque su propia figura despierta recuerdos que algunos querrían borrar: fue asesinada por un ministro «socialista», y sus obras fueron proscritas por Stalin. Tanto socialdemócratas como estalinistas necesitarían reconciliarse con la historia para poder abordar la obra de la mujer que más ha destacado en el campo del socialismo.
Hay otra peculiaridad atractiva en su imagen; el haber llegado hasta nosotros sin el filtro de la mitificación histórica. Al igual que las religiones suben a sus santos a los altares, a veces hemos padecido una elevación a los altares de personajes históricos de quienes la construcción de estatuas, pósters o camisetas, iba en proporción inversa al conocimiento de sus ideas. Rosa, por el contrario, llega hasta nosotros con todos sus defectos, sus errores y su derrota en la revolución alemana, sin embargo, esto hace aún más provechoso el estudio de sus ideas para quienes buscamos no las «vidas de santos», sino el programa y las formas de lucha que nos permitan alcanzar el socialismo.
Se cumplió, en 1999, un doble aniversario que no podemos dejar pasar sin hacer un intento, en la medida de nuestras posibilidades, por rescatar del olvido unas ideas que tanto pueden contribuir aún a la defensa del proyecto de la transformación socialista de la sociedad. Hace 80 años, enero de 1919, fue asesinada por orden de Noske, ministro socialdemócrata, junto con otro héroe del socialismo internacional: Karl Liebknecht. Ambos habían combatido la guerra, el imperialismo, y encabezado la revolución del proletariado alemán en 1918. Pero además de entre las obras de Rosa que se han conservado, pues muchos de sus trabajos se han perdido, una de las más importantes y, sin duda alguna, la que conserva una mayor frescura y actualidad es Reforma social o revolución, en la que contesta a los principales argumentos de Bernstein, teórico socialdemócrata que sistematizó los argumentos de quienes defendían el abandono de las ideas básicas del marxismo, y que fueron conocidos a partir de entonces como «revisionistas». Aunque esta obra, tal como la conocemos fue editada en 1908, su primera aparición a la luz se terminó de producir en 1899.
La vigencia del debate contra el reformismo
Se cumple pues un siglo de la publicación de un debate que nunca se ha cerrado: el de la validez o no, desde el punto de vista del movimiento obrero, de los postulados formulados por Marx y Engels. En todo lo esencial, los argumentos desgranados por Rosa Luxemburgo mantienen su vigencia, debido a que todas las ideas expuestas por Bernstein, y que ella rebate contundentemente, siguen siendo las mismas que toda laya de revisionistas, socialdemócratas y tránsfugas del movimiento obrero han seguido defendiendo hasta nuestros días.
Quizá lo más llamativo para quien lea por primera vez este libro, sea el comprobar la poca capacidad de innovación padecida por el ala de derechas del movimiento obrero. Todo lo que hoy en día oímos, ya fue formulado hace un siglo, y la historia lo ha refutado. La diferencia más importante es que Bernstein decía defender el socialismo como objetivo final, aunque en Reforma social o revolución queda claro que ya había renunciado a esta meta en la práctica. Sin embargo nuestros actuales dirigentes de las organizaciones de izquierdas, en muchos casos rechazan directamente la posibilidad de construir una sociedad alternativa al capitalismo. Pero en lo relativo a los argumentos, podríamos repetir: «…una vez que se ha plasmado en toda su expresión en el libro de Bernstein, todo el mundo exclama maravillado: ¿Cómo? ¿Esto es todo lo que tenéis que decir? ¡Ni rastro de un pensamiento nuevo! ¡Ni una sola idea que no haya sido ya hace decenios refutada, machacada, ridiculizada, aniquilada por el marxismo!».1
La mayoría de la población del mundo no puede sentirse satisfecha con la sociedad en la que vive, y somos muchos los que seguimos defendiendo la necesidad de una sociedad diferente al capitalismo. Las teorías del fin de la historia no representan nada original, siempre la clase dominante ha pretendido que la historia no avanzaría más, que su sistema respondía al «orden natural de las cosas». La historia no avanza en línea recta, lo que es un argumento en sí mismo contra los gradualistas, sufre estancamientos, retrocesos y avances, unas veces acumulativos y otras a través de saltos bruscos. En ocasiones estos cambios se expresan con suma violencia mediante el triunfo de la reacción o de la revolución.
Siempre los más miopes, históricamente hablando, tienden a pensar que todo el mundo es como su aldea, y que toda la historia seguirá siendo como la que él está viviendo. Precisamente el conocimiento del mundo hace mirar por encima del localismo, y el conocimiento de la historia y sus leyes nos permite saber que presenciaremos nuevos cambios.
La capacidad de entender la marcha de la historia, poseer unas perspectivas del desarrollo de los acontecimientos, no supone «hacer» el futuro, pero sí supone la capacidad de poder intervenir conscientemente en los procesos e influir en ellos: « No se pueden dirigir a voluntad los acontecimientos históricos imponiéndoles reglas, pero se pueden calcular por adelantado sus consecuencias probables y regular acorde con ellas la propia conducta».2
La lucha de clases no es un «invento» del socialismo, al igual que la evolución de las especies no es el producto de la imaginación de Charles Darwin, ni las teorías científicas sobre el origen de la vida responden a una maniobra política contra lo establecido en la Biblia. Las leyes de la naturaleza y de la historia existen a pesar de nuestra ignorancia de las mismas, se trata de descubrirlas. Como en el viejo chiste, «si no hubiese ley de la gravedad, las cosas caerían por su propio peso».
Pero la realidad no nos habla si nosotros no entendemos su lenguaje, debemos ser capaces de interpretarla. Tenemos ejemplos clásicos, como la teoría del geocentrismo, que al considerar que era el sol el que giraba alrededor de la Tierra aparentemente respondía a lo que captaban los sentidos, (y eso permitió que Josué pudiera pedir que el sol detuviera su trayectoria en el firmamento, podemos imaginar la catástrofe que se hubiera producido de haber sido la Tierra la que detuviera su rotación). Sin embargo, las teorías heliocentristas acabaron imponiéndose sobre las apariencias superficiales y las supersticiones, al demostrar que es la Tierra la que gira alrededor del sol. El mismo ejemplo nos serviría respecto a la ley del plano inclinado que para un observador ignorante parece oponerse a la ley de la gravedad.
En todos los terrenos, junto a la observación de la realidad, es necesaria la capacidad que nos da el pensamiento de abstraer y establecer leyes.
Esto es esencial en la historia como en la economía y en la política. Las tesis básicas del socialismo fueron establecidas por Marx y Engels, que fueron los primeros en darle un fundamento filosófico materialista, elaborar una crítica científica de la economía y establecer en líneas generales el carácter de la futura sociedad.
Por supuesto la lucha de clases se mantiene, pero el Manifiesto Comunista planteaba un objetivo que hoy parece lejano: la organización de la clase obrera como partido. La lucha por el socialismo es una consecuencia de la existencia de la sociedad de clases, pero la eficacia de esa lucha exige un aprendizaje, una organización que mantenga izada la bandera que defienda el programa, no sólo cuando la lucha avanza sino cuando se dan momentos de retroceso, cuando se lucha contra la corriente. Esa es la mayor carencia de nuestros tiempos para la causa de los oprimidos. El capital se organiza a escala mundial, las últimas actuaciones de la OTAN son un ejemplo evidente de cómo defienden sus intereses de clase por encima de las fronteras. En contraste con ello, los trabajadores carecemos de una organización internacional que mantenga en pie el programa socialista cuando más falta nos hace, en un mundo en que el socialismo sólo puede ser una alternativa internacionalista.
El núcleo esencial de la discusión en el seno de la izquierda transformadora es, más que nunca, el planteado en la famosa polémica «reforma o revolución». ¿Sigue siendo posible una alternativa global al capitalismo, o sólo podemos resignarnos a reformas? ¿Esas reformas progresivas conducirían a un capitalismo justo, o a una superación gradual y pacífica de las injusticias del sistema?
A pesar de que toda la historia del capitalismo contradice las tesis de los reformistas, a pesar de que la inmensa mayoría de nuestro planeta padece hambre, guerras y enfermedades, a pesar de que la riqueza se concentra cada vez en menos manos, la mayoría de los dirigentes políticos ha aceptado la quimera del revisionismo, el espejismo de que poco a poco el propio sistema va resolviendo los problemas.
Cuando la cultura se degrada, si se pierden las ideas científicas, se vuelve a las supersticiones arraigadas en el lado oscuro de la psicología humana. La ignorancia ha sido siempre la mejor aliada de las clases dominantes, como decía Quevedo, en la ignorancia del pueblo basan los príncipes su dominio. Nada como la incultura para mantener lo establecido. La «ausencia de ideología» es la ideología de la clase dominante, al igual que quienes se declaran «apolíticos» suelen serlo… de derechas.
Lo mismo sucede con las ideas socialistas; se corrompen bajo la presión para adaptarse al sistema, o se sectarizan por la incomprensión y la frustración que arrastran a una especie de onanismo político: buscar la autosatisfacción en una verborrea tan radical e insultante como impotente. La tarea sigue siendo la misma a la que se enfrentaba Rosa Luxemburgo: «La unión de las masas con una meta que trasciende por completo el orden establecido, la vinculación de la lucha cotidiana con la gran transformación del mundo: ése es el gran problema del movimiento socialdemócrata, el cual, consecuentemente, ha de trabajar y avanzar entre dos escollos: entre el abandono del carácter de masas y el abandono de la meta final, entre el retroceso a la secta y la degradación a movimiento burgués de reformas, entre el anarquismo y el oportunismo».3
Desde este punto de vista podríamos decir que la falta de estudio se ha instalado en la izquierda. El desconocimiento de las ideas socialistas es alarmante, la falta de lectura de los clásicos del marxismo alcanza a militantes de base y dirigentes.
Podemos preguntarnos quién estudia hoy el marxismo. Las actuales generaciones de militantes apenas conocen las experiencias históricas, las luchas, victorias y derrotas del movimiento obrero, ni han estudiado los textos de los autores marxistas clásicos. Esta carencia es una expresión del profundo desprecio a la teoría que se ha extendido entre muchos dirigentes, que les lleva a infravalorar la actividad orientada a la formación. Como escribió la propia Rosa, en Reforma social o revolución: «No hay ninguna calumnia más grosera, ningún insulto más indignante contra los trabajadores que la afirmación de que las discusiones teóricas son solamente cosa de los ‘académicos’. Ya Lassalle dijo en una ocasión que sólo cuando la ciencia y los trabajadores, esos dos polos opuestos de la sociedad, se unan, acabarán con sus brazos de acero con todos los obstáculos culturales. Toda la fuerza del movimiento obrero moderno se basa en el conocimiento teórico». Siempre insistió en la importancia vital de la teoría, como podemos comprobar leyendo su folleto Junius: «La teoría marxista puso en las manos de la clase obrera del mundo entero, una brújula que le permitía encontrar su camino en el torbellino de los acontecimientos de cada día y orientar su táctica de combate, en cada momento, en la dirección del inmutable objetivo final».4
No queremos sacralizar los escritos de la literatura marxista, simplemente constatar que la ausencia de una formación marxista conduce, inevitablemente, a una impregnación de la ideología dominante en la sociedad. No es de extrañar que en estas circunstancias penetren en la izquierda las ideas burguesas de adaptación al sistema o los brotes de desesperación sectaria.
Temas tan importantes como el hecho de que el capitalismo se haya mantenido por un largo período histórico, la interrelación mundial de la economía o el hundimiento de la Unión Soviética, exigen de la izquierda un análisis, una reflexión y una respuesta frente al sistema.
Y esa respuesta no cabe en una pintada o una consigna, sino que está en el arduo estudio y el debate. Cuanto más turbias llegan las aguas, más debemos dirigirnos a la claridad de las fuentes. Debemos recuperar los clásicos del marxismo. Rosa Luxemburgo tiene esa claridad cristalina de una mujer que no aspiraba a ningún beneficio personal, que no tenía por objetivo ser parlamentaria o alcaldesa o funcionaria… que sólo aspiraba a la emancipación de los oprimidos. La lectura de su obra ha sido oscurecida por socialdemócratas y estalinistas, por eso lo mejor es acudir a ella directamente.
El mayor peligro que acecha a la izquierda hoy, sigue siendo el mismo que combatió en Reforma social o revolución: la adaptación al sistema, la renuncia al objetivo final. Esto hace que su lectura resulte de una actualidad total, pero además, podemos afirmar que desde que Bernstein sistematizara sus ataques al marxismo no se han dado nuevos argumentos para atacar al socialismo por parte de aquellos que, pretendidamente, desde el campo de la izquierda intentan periódicamente demostrar la caducidad del marxismo.
La razón de que no surjan nuevos argumentos es sencilla: no se trata de un intento de superar el marxismo, sino de una vuelta atrás a las ideas premarxistas. Supongamos que, periódicamente, la ciencia oficial defendiese las teorías del Génesis expuestas en la Biblia, frente a la concepción materialista del origen de la vida y las especies. La verdad es que lo intentaron después de Darwin, siguieron haciéndolo después de Oparin, e incluso hoy en día te puedes encontrar algún carcamal que defienda la Biblia frente a la ciencia o que aún ande buscando los restos del Arca de Noé. Pero cada vez lo hacen con menos fuerza pues las teorías científicas acorralan a las posturas supersticiosas. Perdida la batalla, la desplazan hacía el origen del universo, en definitiva las supersticiones, que sólo pueden basarse en los terrenos donde la ciencia no ha podido llegar al fondo, intentan aún, batiéndose en retirada, mantenerse sobre los cimientos de la ignorancia humana. Claro que todos admiten que la Tierra no es plana, que gira alrededor del sol, que no hubo Adán y Eva, que el origen de la vida no proviene de un territorio demarcado por el Tigris y el Eúfrates, pero siempre existe una frontera del conocimiento humano.
El proceso en la lucha de clases no es igual, siempre hay que reconquistar el terreno que se creía conquistado. No es sólo una cuestión «racional» de «eficacia» o de sentimientos humanitarios, de ser así hace mucho tiempo que el capitalismo hubiese desaparecido. Es fundamentalmente una cuestión de intereses materiales contrapuestos entre las clases sociales. El sistema esta construido para garantizar los intereses de la burguesía, la clase dominante, más allá de la necesidad material e histórica que le dio origen. Otros sistemas sociales han ido engendrando en su seno las bases del que los superaría, así bajo el poder de la aristocracia emergían cada vez más las pujantes relaciones de producción capitalistas, y, además, las viejas minorías dominantes podían ser absorbidas, al menos en parte, por la nueva clase dominante. En contraposición el socialismo no pretende sustituir a una minoría dominante por otra, sino que al ser un proyecto en beneficio de la mayoría necesita de una acción consciente. «La época de los ataques por sorpresa —explicaba Engels en su introducción a Las luchas de clases en Francia, de Marx—, de las revoluciones hechas por pequeñas minorías conscientes a la cabeza de las masas inconscientes, ha pasado. Allí donde se trate de una transformación completa de la organización social, tienen que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido ya por sí mismas de qué se trata, por qué dan su sangre y su vida. Esto nos lo ha enseñado la historia de los últimos 50 años. Y para que las masas comprendan lo que hay que hacer, hace falta una labor larga y perseverante. Esta labor es la que estamos realizando ahora, y con un éxito que sume en la desesperación a nuestros adversarios».
En el mismo sentido se expresó Rosa en distintas ocasiones. A raíz de su experiencia en la Revolución Rusa de 1905 afirmaba: «Aunque la Socialdemocracia, como núcleo organizado de la clase obrera, sea la vanguardia de toda la masa de los trabajadores y aunque el movimiento obrero extraiga su fuerza, su unidad, su conciencia política de esta misma organización, el movimiento proletario no puede ser concebido jamás como el movimiento de una minoría organizada».5 Durante la Revolución Alemana, al redactar el programa de la Liga Espartaco hacía la siguiente reflexión: «La revolución proletaria no precisa de terror alguno para alcanzar sus objetivos. Odia y aborrece el asesinato. No tiene necesidad de este medio de lucha, porque no combate a individuos, sino a instituciones, porque no sale a escena con ingenuas ilusiones, cuyas decepciones hubiera de vengar sanguinariamente. No es la tentativa desesperada de una minoría que busca modelar el mundo a su imagen y semejanza por medios violentos, sino la acción de amplias masas de millones de individuos llamados a realizar la misión histórica y a transformar las necesidades históricas en realidades».6 Poco tiempo después, en el Congreso fundacional del Partido Comunista alemán, afirmó en su discurso: «… La historia no nos concede las facilidades que imperaban en las revoluciones burguesas, donde bastaba con derrocar al poder oficial central y remplazarlo por unos pocos, unas docenas de hombres nuevos. Hoy debemos trabajar en la base, como corresponde al carácter de masas de nuestra revolución proletaria. Debemos conquistar el poder político, pero no haciéndolo por arriba, sino por abajo».
Las ideas socialistas son una oposición constante y frontal a las ideas dominantes en la sociedad, lo que hace que siempre sean rechazadas con todas las armas de la clase dominante. Como Marx y Engels dijeron en el Manifiesto Comunista: «las ideas dominantes en la sociedad no son sino las ideas de la clase dominante».
Marx y Engels pusieron en pie una obra titánica: dieron forma a un sistema de pensamiento que encerraba la superación del capitalismo, pero que al mismo tiempo surgía de las contradicciones engendradas en su seno. Dialécticamente podemos afirmar que el socialismo es una tendencia interna del propio capitalismo. Pero por supuesto no es la única tendencia engendrada por el sistema, aunque adquiere el carácter de necesidad histórica, en el sentido de que los problemas que ha ido generando el capitalismo no podrán ser resueltos mientras se mantengan los mecanismos esenciales que dan forma a este sistema: principalmente la propiedad privada de los medios de producción, que conlleva la anarquía en la producción, y la existencia de las barreras establecidas por las fronteras nacionales.
Así, como necesidad histórica, las condiciones para la lucha por el socialismo se crean bajo el capitalismo, pero el socialismo no es una consecuencia pacífica del sistema capitalista, pues la tendencia interna más constante del sistema es la de su propia supervivencia. Es lo que podemos llamar con Marx y Engels, la reproducción del sistema. El capital no sólo produce, sino que se reproduce. Cada día no sólo salen mercancías de las fábricas sino que se alimenta, con el propio trabajo de los obreros la relación de dominio del capital sobre la clase obrera, el capital crece, se reproduce, reproduciendo al mismo tiempo las relaciones de producción que establecen el dominio de una minoría sobre la inmensa mayoría de la sociedad. Nunca asistiremos a una tendencia gradual en que «desaparezcan» las diferencias de clase, sino a reproducirlas y ampliarlas. Y esta tendencia interna del sistema, que constituye su médula espinal, es la que se ha impuesto hasta nuestros días, aunque ha sido rota en muchas ocasiones por el movimiento de los trabajadores, que expresa periódicamente la necesidad histórica de superar el capitalismo.
El reformismo o revisionismo, el ala de derechas del movimiento obrero, no hace sino expresar esta tendencia capitalista, que considera que existe una armonía de intereses entre el capital y los trabajadores, como señaló acertadamente Rosa.
Última edición por RioLena el Dom Dic 29, 2019 10:25 pm, editado 2 veces