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    2019 un año de ofensiva ideológica global contra los trabajadores - Emancipación - diciembre de 2019

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    RioLena
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    Mensaje por RioLena Miér Ene 01, 2020 1:46 pm

    2019 un año de ofensiva ideológica global contra los trabajadores

    Emancipación - diciembre de 2019

    2019 ha sido el año en el que el ecologismo y el feminismo se han consagrado oficialmente como ideologías de estado. Ambos son hoy la base de las dos principales campañas ideológicas globales contra la consciencia de clase entre los trabajadores. ¿Por qué?

    ¿Por qué nos someten a campañas ideológicas?

    La consciencia de clase se manifiesta, se expresa, de diferentes maneras y en diferentes grados según las clases sociales y las situaciones específicas. Esta consciencia de clase no cayó del cielo, no es el fruto de ninguna divinidad, cualquiera que sea el nombre que adopte (Dios, el Partido, la Organización, la clase obrera, inteligentzia etc.) sino el producto del antagonismo social entre dos o más clases de la sociedad. Este antagonismo es en sí mismo producto de la oposición de intereses, intereses que surgen de las condiciones materiales de la existencia. […] De este antagonismo surge la lucha de clases y a través de ella una cierta consciencia de clase.[…]

    La lucha de clases, por diminuta que sea su expresión, es inherente a cualquier sistema de explotación, su consciencia de clase, aunque sólo puede existir a través de la lucha antagónica de las clases sociales de la sociedad, no aparece automática ni mecánicamente ni tampoco de manera lineal. […] Lo que es esencial entender de ésto es que no existe una consciencia pura ideal que flote en el aire y que debamos tratar de alcanzar. La consciencia en general, y la consciencia de clase en particular, no son productos geniales o diabólicos del cerebro, sino la consecuencia directa de la existencia material del hombre en la sociedad. Sin embargo, y esto es extremadamente importante para no caer en un mecanicismo estéril, los propios individuos tienen un papel muy importante que desempeñar en y en relación con la consciencia de clase, una vez que los fundamentos materiales están presentes.
    - La consciencia de clase y el papel de los revolucionarios (1981)

    Durante 2018 y 2019 hemos visto la aparición en distintos puntos del planeta de luchas de trabajadores en pugna por trascender la fragmentación que viene dada por la estructura industrial y las divisiones sociales absurdas y desarrollarse como lucha de la clase trabajadora como un todo. Para toda lucha de trabajadores centralizarse es la única forma de desarrollarse. En cualquier huelga de empresa la primera condición es romper las divisorias de tipo (precarios y fijos) o signatario de contrato (plantilla y fijos) para constituir una asamblea única con todos. Y la primera tarea de cualquier lucha que se generaliza en una empresa es encontrar la forma de extenderse, de romper la compartimentación en empresas y descubrir en la práctica, en la tabla de reivindicaciones y consignas, que las necesidades por las que se lucha son comunes a los trabajadores de las empresas que las rodean, sea cual sea su sector.

    Por eso el desarrollo de las luchas se expresa inevitablemente como una batalla por el desarrollo de la consciencia de clase frente a las ideologías particularistas. Es decir, como una lucha entre la consciencia del carácter universal de aquello por lo que se lucha y la puesta en primer plano de los particularismos que nos fragmentan estancando o desviando su desarrollo. En la asamblea sindicatos y empresa nos dirán que la huelga es un «derecho individual» y que en el mejor de los casos la asamblea la puede someterla a voto secreto… consultivo; cuando es una una decisión a tomar entre todos a mano alzada, haciéndonos responsables personal y colectivamente del resultado. Nos dirán que los precarios o las contratas no son parte del movimiento porque «van por otro convenio». Los sindicatos «profesionales» nos dirán que los intereses de un oficio se defienden mejor con reivindicaciones y huelgas propias. Y si se consigue sortear a todos, los grandes sindicatos nacionales nos asegurarán que la forma de extender la lucha es dejarles organizar paros sectoriales regionales o incluso nacionales. Todo vale con tal de mantenernos fragmentandos y contingentados. Esa es la «batalla ideológica» real hasta en la lucha más modesta: atomización y fragmentación frente a centralización, particularismo frente a la evolución clasista, es decir, universalista, de las consignas…

    A todos los niveles, desde la huelga en una pyme hasta las grandes movilizaciones contra la reforma de las pensiones o la guerra, la consciencia de clase aparece como resultado de una batalla contra la ideología ante la necesidad de sacar adelante, de permitir avanzar a las luchas. Y en ausencia de ellas la fragmentación y la atomización reinan. Y con ellas las «identidades» que el sistema nos ofrece.

    El objetivo de las campañas ideológicas es reforzar estas identidades que nos dividen entre nosotros y nos unen a intereses de clase contrarios para que sean operativas en el momento en que aparezcan los conflictos. Para que se den por hechas y aborten la consciencia de que existen intereses de clase incompatibles entre sí, intereses que en nuestro caso, los trabajadores, que solo pueden defenderse separándonos del interés del capital nacional, de las locuras particularistas de la la pequeña burguesía y afirmando la unidad de unos intereses comunes que al desarrollarse solo pueden mostrarse como lo que son: expresión de las necesidades humanas genéricas, universales.

    La lógica interna de las campañas ideológicas

    Las campañas ideológicas tienen dos objetivos:

    Promover la «unión sagrada» con la burguesía y por tanto vender los sacrificios exigidos por el capital nacional como necesidades del conjunto social, cuando no de la Humanidad entera. Es decir, juntarnos a las clases que dirigen la sociedad y nos explotan.
    Promover la creencia en la existencia de sujetos históricos al margen de las clases, transversales y más inmediatos a ellas, a los que la lucha de clases debería supeditarse. Es decir, dividirnos entre nosotros para unirnos por trozos a los grupos definidos por el mismo patrón ideal en las demás clases
    Llegados a este punto, cabe distinguir dos estrategias complementarias:

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    Catastrofismo. Se trata de plantear un desastre de una urgencia tal que en sí mismo obligaría a dejar a un lado, siquiera temporalmente, los conflictos debidos a la división de clases.

    Es en realidad una variante del viejo truco del «enemigo exterior». Avisos de apocalipsis ha habido muchos, pero su forma típica es la «unión sagrada» en la «guerra defensiva». En la primera guerra mundial les funcionó al principio: la amenaza de «la barbarie zarista» sirvió a la burguesía imperialista alemana para llevar a los obreros al frente y la amenaza de la «barbarie prusiana» a la burguesía imperialista francesa. En realidad, la alternativa era revolución socialista o barbarie bélica imperialista. Tres cuartos de lo mismo ocurrió en la segunda guerra imperialista mundial, con los aliados y el antifascismo defendiendo la unión sagrada con la propia burguesía contra el nazismo alemán y el fascismo italiano, como si «los aliados» no hubieran sido imperialistas y la alternativa histórica no hubiera seguido siendo barbarie o revolución por encima de todas las líneas del frente.

    Hoy esta estrategias toman forma ante todo en el ecologismo y la idea de «emergencia climática», pero también es usada tácticamente por otras campañas, como cuando el feminismo plantea el asesinato mujeres por sus parejas y exparejas como «violencia de género», es decir de la violencia que «los hombres» colectivamente, como si fueran una clase social, ejercen sobre «las mujeres», como si fueran una clase antagonista. Violencia estructural que no sería producida por el capitalismo y su lógica, no, sino por «los hombres» y el «patriarcado», produciendo un verdadero «feminicidio», es decir, el asesinato en masa de mujeres tendentes al sometimiento o exterminio de las mujeres en general. La urgencia y masividad de estos asesinatos, justificarían obviar las divisiones de clase, como si tuvieramos que dar por buena la idea de una conspiración masculina universal, dejar de lado la existencia de fenómenos de mayor escala, como los accidentes laborales, las enfermedades mentales y los suicidios, que dejan entrever una causa común estructural mucho más amplia y como si tuviéramos que ignorar que incluso un vistazo superficial a las biografías de las víctimas desde 2003 establece una correlación abrumadora entre ser víctima de un asesinato de este tipo y clase social.

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    Identitarismo. Visto en conjunto se trata de un intento de dividir a la clase trabajadora trabando el desarrollo de su consciencia y en parejo una pulsión a unir a determinados sectores de la clase con sus «homólogos» de la burguesía y pequeña burguesía, unión que no puede ser más que en beneficio de estas. En general, sigue el modelo de las «identidades nacionales» del nacionalismo.

    La ideología, como cualquier mentira, tiene tantas más posibilidades de extenderse socialmente cuanto más apegada esté a la realidad. Así que la invención de sujetos históricos de ficción no se hace de la nada ni se produce al margen de la vida de los trabajadores. El capitalismo es una máquina de producir discriminaciones y destrucción. Por supuesto que el capital y sus construcciones intentan siempre discriminar por todo tipo de cosas: situación legal, lengua, origen geográfico, raza, edad, sexo… pero todas estas categorías de la discriminación no constituyen sujetos diferentes por encima de las clases sociales. Es más, la segregación en cuerpos políticos o sujetos distintos nunca ha hecho más que empeorar las situaciones relativas… salvo para la pequeña burguesía o las facciones de la burguesía que las encabezan. Lo que no cambia es que la base de toda sociedad de clases es la explotación de clase.

    La pretensión de constituir sujetos ahistóricos como «las mujeres», «los connacionales», «los jóvenes» o «los negros»… obviando o negando la realidad de clase que los crea como categorías dentro de un sistema de explotación solo puede hacerse a costa de negarlo o cuando menos difuminarlo. Ese es el origen de las famosas teorías del «patriarcado».

    El feminismo

    Aunque de cara a la galería y el mensaje masivo se identifique al feminismo con la «liberación de la mujer» y la «igualdad», feminismo tiene una historia y un significado material y concreto. Es decir, siempre fue un movimiento concreto que ahora pretende ser al mismo tiempo la única opción y que de él proviene todo lo ocurrido en pos de la mejora de la situación de las mujeres obreras (y obviamente, de las otras clases). Algo que por cierto es falso. Hasta 1919 no se cortaban al decir a las mujeres obreras que esperasen… al voto femenino censitario -es decir el voto solo para las mujeres de clases pudientes-, renunciando a la reivindicación socialista del sufragio universal.

    No es la defensa de las mujeres en general -siempre hicieron distingos de clase– ni la lucha por la igualdad legal entre hombres y mujeres -defendida en solitario por los marxistas durante décadas- lo que comparten todos los «feminismos» de ayer y hoy. Lo que define una ideología como «feminista» es la defensa de la existencia de un sujeto histórico y político, «las mujeres», «la mujer», que trasciende a las clases sociales y que supuestamente crearía intereses propios y comunes entre las mujeres al margen de su clase social y diferenciados de los de sus compañeros de clase.

    Por eso la esencia del feminismo es la imaginación de una supuesta «comunidad de mujeres» que sobre intereses comunes, independientes de los de clase, está llamada a construir una «sororidad», es decir, una fraternidad de sexo. Dicho de otro modo: una «unión sagrada» exclusivamente femenina de mujeres burguesas, pequeñoburguesas y trabajadoras. En una palabra: colaboracionismo. Y de hecho, colaboracionista es el relato que informa toda la «teoría feminista», incluida la autodenominada «de clase», que puede llegar a denunciar el feminismo de la gran burguesía pero solo muy rara vez la de la pequeña burguesía, quedándose siempre con la defensa de la necesidad de separar en las luchas y sus consignas a los trabajadores varones de las trabajadoras mujeres.

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    La idea de que la mitad de la clase explotada estaría formada por opresores privilegiados, en el mejor de los casos involuntarios pero siempre peligrosos o cuando menos «dudosos» porque podrían compensar la explotación con supuestos «privilegios de género».

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    La defensa de la unidad de intereses entre las mujeres proletarias y las pequeñoburguesas (a veces incluso abiertamente, las burguesas), con las que tendrían intereses comunes a defender frente al conjunto de los hombres de todas las clases.

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    La negación de la realidad de las clases y de la lucha de clases. La contradicción fundamental (sin resolver, por tanto, desde hace milenios y en consecuencia ahistórica) sería la de sexos.

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    En sus manifestaciones más «radicales» el capitalismo y el patriarcado serían un único sistema interdependiente, en el que una constelación de opresiones definiría una míriada de sujetos definidos por el particularísimo cruce de discriminaciones sufridas material o potencialmente por cada uno de ellos. Es interesante en este sentido ver como el feminismo y otros nuevos «ciudadanismos» integran la lógica de los sindicatos de una manera nueva: se dedican a hacer interpretaciones y taxonomías de la sociedad capitalista para luego intentar crear sujetos cual grupo de presión para encuadrar y representar muy democráticamente no ya a los oprimidos (solo las clases lo son en sentido estricto) sino a los discriminados.

    El paso del feminismo a «ideología de estado»

    Durante 2019, el machaque mediático pro-feminista de los años anteriores ha culminado con la elevación del feminismo a los altares ideológicos del estado. Este, el mismo estado de organiza los ataques a las condiciones de vida y trabajo, el mismo estado que constriñe preventivamente las libertades de los trabajadores (vayan a protestar), pasa a reconocer un supuesto conflicto de carácter general entre hombres y mujeres, tomando el papel de garante de los derechos de las mujeres contra los hombres y creando cuerpos y procedimientos especializados para evaluar el «impacto de género» de cada medida o actividad estatal o particular.

    La forma concreta que toma este salto va mucho más allá de crear grados y másteres, puestos funcionariales y consultoras especializadas. Podemos verlo en lo que va a ser durante 2020 el centro de la «lucha feminista del estado»: la «brecha salarial de género». La brecha salarial de género no se calcula como la diferencia media entre los salarios de dos personas de sexo diferente en el mismo puesto. Lo que mide es los salarios totales cobrados por mujeres y los compara con los salarios totales cobrados por hombres. Esto quiere decir que no tiene en cuenta la división en clases. ¿En qué sentido?

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    Dada la regulación del mercado laboral aprobada en muchos países durante la última década de crisis, que permite despedir a bajo coste y contratar sustitutos a menos salario, la subida del SMI se materializa en una bajada de la masa de salarios para los trabajadores y subidas de salarios la pequeña burguesía corporativa. Pero mientras para los salarios medios y bajos las bajadas salariales no están fundamentalmente sexificadas, los puestos ejecutivos y directivos de las empresas y el estado sí lo están. ¿Resultado?

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    Así las cosas, la «brecha de género» aumenta al decrecer la parte los trabajadores en la renta nacional. Puede parecer por tanto que reducir la brecha de género es algo de interés para los trabajadores. Pero en realidad no. Los salarios de los trabajadores no tienen diferencias remarcables en función del sexo. La «chicha» de la «brecha de género» está en los puestos ejecutivos y directivos. Entre las direcciones y gerencias de las empresas apenas hay un 34% de mujeres. Luchar contra la «brecha de género» es sobre todo luchar por la feminización de la burguesía y la pequeña burguesía creando nuevos puestos directivos y «mandos intermedios» y renovando los existentes para que sean más paritarios. En eso consiste el feminismo del estado: en derivar el hartazgo generado por la precarización que no cesa en apoyo a la renovación generacional de la clase dirigente haciéndola más «paritaria» entre sexos.

    El ecologismo como ideología de estado

    Como el feminismo, el ecologismo tiene múltiples sabores y es muy anterior a su conversión en ideología de estado. La novedad ahora es que son los estados los que lo impulsan, azuzando incluso sus variantes más delirantes, para crear un ambiente de alarma que le sirva para implantarlo como ideología de estado.

    A día de hoy estamos en proceso. La experiencia de los chalecos amarillos en Francia, que surgieron en respuesta a la «ley de transición verde» de Macron, e incluso de la revuelta chilena, que comenzó por una subida del precio del transporte público, han llevado a la burguesía a tomarse muy en serio durante éste año la campaña ideológica verde y la creación de miedo al alcance a corto plazo del cambio climático.

    Las cumbres del clima y la creación de «ministerios de transición ecológica» son solo el primer paso de una institucionalización que pretende dar paso a la la mayor transferencia de rentas del trabajo al capital desde la segunda guerra imperialista mundial, vestida de «cambio tecnológico» y «urgencia climática».

    Conclusiones

    Durante los últimos años, las dos principales campañas de la burguesía a nivel mundial han derivado en la institucionalización de las ideologías que las animaban como ideologías de estado. El paso de ideología usada más o menos instrumentalmente por el estado a ideología de estado, no es menor. Significa un rearme ideológico para unos estados y aparatos políticos muy tocados ya en su credibilidad como supuestos representantes de los intereses de conjunto de la sociedad.

    La implantación de ambos discursos como «consenso» utiliza además la reaparición dentro del aparato político de una extrema derecha burda y bruta bien inflada mediáticamente desde sus orígenes. Esta brutalidad es útil para reducir el rechazo del divisionismo feminista a «machismo» y descalificar la denuncia de las consecuencias sociales y las mentiras de la «transición ecológica» como «negacionismo». Con el feminismo presentándose como el origen de la mejora histórica de la situación de las mujeres obreras, se da gato por liebre y se intenta forzar la aceptación del feminismo como recurso para defender corporativamente los «intereses de sexo» ante la nueva brutalidad.

    Por supuesto no es verdad. Desde el siglo XIX fueron las expresiones más conscientes del movimiento obrero las que impusieron el «a igual trabajo, igual salario» y las que emprendieron antes incluso de la revolución rusa, el fin -en todos los espacios- de la diferenciación de tareas por sexo. Todo décadas antes de que naciera el feminismo y en solitario después, cuando las feministas seguían clavadas abiertamente en afirmar derechos solo para las mujeres de la pequeña burguesía. Y si hoy tenemos opción de poner fin a la discriminación real, a la violencia sexual y a toda la mugre machista no va a ser gracias a las feministas, sus pijerías de burócratas universitarias, sus políticas institucionales o sus campañas divisivas. Será porque como trabajadores, sin identitarismos ridículos y contrarios a nuestros intereses, le demos de una vez la puntilla a un sistema, el capitalismo, anti-histórico y anti-humano.

    Complementariamente, la tendencia desde el estado es a descalificar toda crítica a las nuevas ideologías como «facha» o despreciable. Algunos grupos de feministas institucionales han llegado al punto de exigir que el rechazo de las implicaciones del concepto «violencia de género» que comentábamos arriba sea reprimida como «delito de odio» contra «las mujeres».

    Pero, como producto del mundo académico que son en su mayor parte, la consagración como ideología de estado produce a su vez una aceleración de la competencia y las querellas entre sectas y tendencias feministas. Las cancelaciones forzosas de conferencias de feministas disidentes en campus universitarios de todo el mundo, nos informan de que no se trata de un fenómeno local. A este ritmo, el estado acabará haciendo su «concilio de Nicea» para crear un «feminismo canónico» a su medida.

    En el ecologismo Nicea es Cop25 y los Verdes centroeuropeos. Eso ha permitido el uso, como supuesto argumento inapelable, del discurso ecológico en los conflictos comerciales -recordemos a Macron echando atrás el acuerdo con Mercosur recién firmado entonces con la UE a cuenta de los incendios en el Amazonas- avisa de que el ecologismo es ya parte del arsenal ideológico del conflicto imperialista.

    Por tanto, desde el punto de vista de clase, feminismo y ecologismo no son «reacciones equivocadas pero que apuntan a un problema real», tampoco «izquierdismos» intrascendentes. Son ideologías de estado, ideologías de guerra y control social. Y debemos combatirlas sin ambages.

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