“En Irak y Afganistán la izquierda secular se ha desacreditado a sí misma”. Entrevista a Alex Callinicos
EL AROMO - El Aromo nº 56 - "Promesas sobre el bidet"
Entrevista a Alex Callinicos*
¿Considera válido el argumento de Lenin de que el imperialismo es la fase más elevada del capitalismo? ¿Piensa que existe un cambio cualitativo en la dinámica del capital a causa de la creación de estados imperialistas, como dijo Lenin?
El título original de Lenin es El imperialismo, la última fase del capitalismo, que tiene connotaciones bastante distintas a del título más familiar y tardío. Pienso que él –y los otros grandes marxistas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX- estaban en lo correcto en el haber identificado un cambio cualitativo ocurriendo en el capitalismo durante su época. La manera en la que yo resumiría esto desde la retrospectiva de comienzos del siglo XXI es que el imperialismo es el momento en el cual la competencia económica entre capitales y la rivalidad geopolítica entre estados se interceptan para formar, como David Harvey ha correctamente enfatizado, una unidad contradictoria e inestable.† Esta es una idea que desarrollo en detalle en mi reciente libro Imperialismo y Economía Política Global (2009).
La teoría del imperialismo de Lenin argumenta que las actividades extra-económicas de las potencias mundiales es la causa de la falta de desarrollo de las burguesías locales en los países dependientes. ¿Usted cree que este énfasis en las relaciones políticas es una buena explicación del subdesarrollo o podría uno explicar dicha trayectoria con la ley del valor y la competencia mundial?
No estoy seguro de que esta sea una buena lectura de Lenin. En su crítica a la teoría del ultra-imperialismo de Kautsky, el subraya la importancia del desarrollo desigual – no es sólo que hay desigualdades económicas entre estados y regiones, sino que éstas son inherentes al capitalismo y que la distribución de las desigualdades cambia constantemente, de manera que las alianzas estables entre los poderes dominantes se hacen imposibles. “Hace cincuenta años Alemania era un país miserable e insignificante”, escribía –pero ya en su época se convertía en una de las principales potencias imperialistas.‡ Esto implica que otras nuevas potencias podrían emerger en el futuro gracias al carácter desigual del proceso global de acumulación. Lenin ciertamente no es un teórico de la dependencia, y, a pesar de sus errores (el más notable siendo la teoría de la aristocracia obrera), yo pienso que él estaría de acuerdo en que las relaciones entre estados y regiones son reguladas por la “ley del valor y la competencia mundial”.
¿Podría la crisis de hoy desembocar en una nueva guerra entre potencias imperialistas como la Primera y la Segunda guerra mundial?
Dudo que esto suceda a corto plazo, ya que los potenciales ‘pares competidores’ de los Estados Unidos son demasiado débiles (Rusia), están demasiado divididos (la Unión Europea), o son demasiado cautelosos (China) para enfrentarlos, y ninguno está lo suficientemente desesperado como para contemplar tal enfrentamiento. Pero las tensiones entre los Estados Unidos y China son serias –más inmediatamente respecto a tasas de cambio y comercio- y es probable que crezcan en las próximas décadas. La posibilidad de una confrontación seria entre ellas en el futuro es real.
En décadas recientes, los Estados Unidos se han convertido en uno de los países más endeudados. ¿Qué significa este fenómeno para nuestro entendimiento del imperialismo?
Esta es una cuestión muy controvertida. Algunos especialistas académicos radicales, por ejemplo, el difunto Giovanni Arrighi, argumentan que la deuda externa de los Estados Unidos es un síntoma del deterioro del imperialismo norteamericano, replicando lo que le había sucedido a Gran Bretaña en el período de entreguerra. Pero, en un libro reciente, Subprime Nation (Nación Subprime -el término “subprime” refiere a préstamos a entidades que son incapaces de pagarlos), Herman Schwartz argumenta que desde comienzos de los años ‘90 un circuito de flujos financieros se ha desarrollado en el que un número de países –no sólo los estados del Este Asiático sino también del continente europeo y los territorios petrolíferos en control de los jeques árabes- compran valores norteamericanos tanto públicos como privados, permitiendo así que las inversiones extranjeras directas de las corporaciones de los Estados Unidos obtengan mucha más ganancia. Según Schwartz, este circuito, mediado por el sistema financiero inmobiliario norteamericano, ha permitido a los Estados Unidos mantener un crecimiento más alto que el de otros estados capitalistas avanzados y de esta manera reproducir su posición hegemónica.
El análisis de Schwartz se apoya en una considerable evidencia estadística. Pienso que de todas maneras subestima la inestabilidad de una situación en la que los Estados Unidos dependen cada vez más de préstamos de China, que no es sólo el más importante potencial retador a la hegemonía norteamericana, sino que todavía es uno de los países más pobres del mundo. En el pasado, las potencias imperialistas dominantes financiaron estados capitalistas más débiles –esta fue la relación entre Gran Bretaña y los Estados Unidos en el siglo XIX o la de los Estados Unidos y Europa Occidental y Japón a fines de los años ‘40. Pero ahora una ascendente potencia capitalista ayuda a financiar a la potencia hegemónica. De todas maneras, uno de los rasgos interesantes del análisis de Schwartz es que el actual conjunto de flujos funciona a beneficio de los intereses de las clases dominantes de los estados acreedores. De esta manera, el afirma que en China los hijos de la élite del partido, que se han constituido como una nueva élite económica, tienen un interés en el modelo de bajos salarios y altas exportaciones que sostuvo el flujo de capital a los Estados Unidos.§ O de nuevo, los bancos y los fondos de pensiones de los que Schwartz llama los ‘Ricos Reprimidos’ –Japón, Alemania, y Europa continental- deben ser capaces de comprar vastas cantidades de valores que son generados por el sistema financiero de los Estados Unidos y que sus propios, y más ajustadamente regulados sistemas, son incapaces de proveer.
Pero la situación es extremadamente contradictoria. Tal como durante los años ‘30, el conflicto entre estados acreedores y deudores es un factor crecientemente prominente en la crisis económica global presente. Esto no es solamente cierto respecto a las relaciones entre los Estados Unidos y China. Una dimensión clave de la crisis de la zona del euro es el conflicto entre Alemania y las economías periféricas del sur de Europa, que pidieron prestado en exceso de los bancos franceses y alemanes, más que nada para importar desde Alemania.
¿Considera que la idea de capital monopolista es adecuada para definir el corriente ciclo de acumulación de capital? ¿Cuál es el lugar de la ley del valor y la competencia internacional en esta explicación?
No, no encuentro el concepto de capital monopolista particularmente útil. Literalmente esto implica que, en sectores individuales, una compañía es dominante. Pero esto es empíricamente falso. Incluso en la cumbre de la era del ‘capitalismo organizado’ de mediados del siglo 20, cuando una compañía podría haber dominado un sector nacional particular, usualmente con apoyo estatal, estas compañías estaban sujetas a la competencia de rivales locales o extranjeros. Pero las últimas décadas han visto este tipo de arreglos privilegiados desmoronarse o al menos haber sido severamente saboteados. Incluso compañías muy grandes y de base firme han encarado una severa presión de competidores extranjeros –cf. la decadencia de General Motors y el ascenso de Toyota tanto en los mercados de automóviles globales y de los Estados Unidos.
La ley del valor es ejercida por la competencia de ‘muchos capitales’. Debido a que el concepto de capital monopolista implica el fin de la competencia –no simplemente en un sector (de lo que Marx da cuenta a través de una redistribución de la plusvalía de compañías que no son monopólicas a las que sí lo son) sino a través de una economía- implica también el fin de la ley del valor. En ese sentido Baran y Sweezy estaban siendo completamente consecuentes al haber roto con la teoría del valor de Marx en El Capital Monopolista. Pero la premisa de su argumento es falsa: el capital monopolista no existe a través de la economía. Lo que tenemos en muchos casos es competencia oligopólica. Guglielmo Carchedi, quien tiene un buen análisis de cómo integrar esta forma de competencia en la teoría del valor, resume bien esta posición:
“Mientras los monopolios (en el sentido estricto) sí existen, la realidad de hoy día es dominada por oligopolios, por unidades de capital grandes y tecnológicamente avanzadas que han ganado una gran parte del mercado por haber aplicado tecnologías avanzadas de gran escala. Es la aplicación de estas tecnologías avanzadas a gran escala (la que es posible gracias a la escala del capital invertido) que resulta en una competitividad y posición en el mercado superior para estos capitales. Los oligopolios no suprimen la competencia pero,…, entablan tanto nuevas como viejas formas de competencia entre ellos mientras que son capaces de restringir la competencia de capitales más pequeños y débiles.”**
La teoría del imperialismo supone el predominio de monopolios, lo cual implica la negación de la competencia, y en última instancia, de la ley de valor. Así, algunos autores sostienen que las ganancias capitalistas dejarán de depender únicamente de la extracción de plusvalía y que el incremento en plusvalía dejará de ser una preocupación para el capital. ¿Está usted de acuerdo con este punto de vista? ¿De ser así, que implicancia tendría esto para la lucha de clases?
Como ya lo he aclarado, rechazo esa visión. Sin duda, Lenin llama imperialismo a “la fase monopolista del capital”. Pero dado que él también lo considera como impulsado por la competencia entre los principales estados capitalistas, su teoría parece inconsistente. Las tensiones son evidentes en pasajes como el siguiente: “ los monopolios, que se han desarrollado a partir de la libre competencia, no eliminan a esta última, sino que existen por sobre ésta y a la par de ésta, y por ende ocasionan un gran número de antagonismos agudos e intensos, fricciones y conflictos”. †† Yo creo que el fundamento de gran parte del análisis de Lenin es más consistente con la idea de competencia oligopolistica. Bukharin, como un teórico económico más riguroso (pero también menos flexible, como lo señaló Lenin cuando lo criticó por su falta de dialéctica), extrae las consecuencias de la idea de capitalismo monopolista. Para él, el imperialismo culmina en capitalismo de estado, donde las tendencias de las crisis económicas (las cuales él identifica con desproporcionalidades entre el consumo y la producción y entre las diferentes ramas de producción) pueden ser eliminadas por medio del control político. Él considera que la irracionalidad del capitalismo persiste, no obstante, en la forma de competencia político-militar. Este análisis llevó a Bukharin, en las vísperas de las crisis de Wall Street en 1929, a descartar la posibilidad de una mayor crisis económica. Como detallo en mi libro, una de las mayores debilidades de la teoría marxista clásica de imperialismo es su falta de integración con un adecuado entendimiento de la teoría de valor y crisis de Marx.
De la misma manera que ciertos autores consideran que la burguesía en naciones centrales es diferente a la de los países dependientes, ellos también creen que hay diferencias entre las clases trabajadoras en esas dos categorías de países. ¿Cuál es su opinión?
Claramente hay diferencias en ambas clases, capitalistas y trabajadoras, que surgen de su posición relativa en la jerarquía global de poder y riqueza. Pero si usted se refiere a teorías tales como la concepción de Lenin de la aristocracia obrera o la idea de intercambio desigual, lo cual implica que los trabajadores en el Norte participan de la explotación de los trabajadores en el Sur, rechazo estas teorías. Ellas no tienen una fundamentación segura en la teoría de valor de Marx y son también discutibles empíricamente. La teoría de la aristocracia obrera se contradice por el hecho que, en toda Europa, fueron los obreros metalúrgicos, organizados y con buenos salarios, quienes lideraron la revuelta de los trabajadores en la primera guerra mundial y se unieron para la Internacional Comunista. El sindicato burócrata– la capa especial de dirigentes de tiempo completo que media entre los obreros y el capital – es un fenómeno socio-político importante, pero no es lo mismo que la aristocracia obrera de Lenin de trabajadores especializados que viven de ganancias coloniales. Fue Rosa Luxemburgo quien promovió el análisis marxista de la burocracia sindical, no, me temo, Lenin.
Los teóricos del intercambio desigual no pueden explicar por qué los principales flujos de capital no son de Norte a Sur, que es lo que la idea que los bajos salarios en el Sur son la principal fuente de plusvalía mundial implicaría. Entre 1992 y 2006 los países desarrollados recibieron más de dos tercios de los flujos de las Inversiones Extranjeras Directas (IED). Por lo general, son EE.UU. y Gran Bretaña los principales receptores de IED, no China o India. Estas estadísticas se ven distorsionadas por las adquisiciones y fusiones en Wall Street y en el centro financiero de Londres, pero también reflejan una profunda realidad. En la teoría de valor de Marx el grado de explotación es determinado no solo por el nivel de los salarios reales sino también de forma crucial por la productividad de los trabajadores. Los niveles de productividad son más elevados en los países capitalistas avanzados y por consiguiente continúa siendo rentable para las empresas seguir invirtiendo ahí.
Por supuesto, los trabajadores en el Sur tienen un nivel de vida mucho más bajo que en el Norte. Ellos no tienen los desarrollados estados de bienestar de Europa occidental y coexisten con a menudo formaciones muy complejas de sub-proletarios y pequeños comerciantes que la ciencia social dominante tiende a clasificar como “sector informal”. Estas son realidades sociales y políticas muy importantes que continúan marcando la diferencia entre el Norte y el Sur. Pero estas diferencias no están contempladas al decir que los trabajadores del Norte explotan a sus hermanos en el Sur.
¿Cómo debería uno definir una relación colonial o semi-colonial? ¿Cuál es la diferencia entre los imperios y sus colonias en los siglos diecisiete y dieciocho versus aquellos en los estados nación en el siglo veinte?
Se entiende mejor a una relación colonial como una relación de subordinación política directa – por ejemplo, la que tuvo Gran Bretaña e India entre 1750 y 1940. Lenin define semi-colonias como “las diversas formas de los países dependientes que, desde el punto de vista político, son formalmente independientes, pero en realidad, están inmersos en la red de dependencia diplomática y financiera”.‡‡ Los ejemplos se pueden ver en “el imperio informal “de Gran Bretaña en China y América Latina antes de 1914. Pero uno debe ser cuidadoso aquí porque, como lo señaló Lenin, la mera posesión de soberanía estatal tiende a darle a la clase dominante de la ‘semi-colonia’ más lugar para maniobrar que sería el caso si fueran súbditos coloniales del otro estado. Esto se puede ver, por ejemplo, con Argentina en la década de 1930 y 1940, que trató de usar la rivalidad inter-imperialista entre Gran Bretaña y Alemania para su propio beneficio.
La forma de estado no es meramente formal: marca una diferencia. Es importante entender esto porque hay ahora varios estados capitalistas en la así llamada ‘semi-periferia’ – China, India, Corea del Sur, Brasil, Sudáfrica– que sería ridículo describirlos como ‘semi-colonias’ porque ellos han usado su soberanía y las oportunidades ofrecidas por el sistema inter estatal para convertirse en centros de acumulación de capital relativamente independientes. Tu pregunta es muy amplia para contestarla en este espacio disponible. Pero permítame remarcar una diferencia relevante entre el imperialismo británico y norteamericano. Como lo señaló Perry Anderson, un rasgo distintivo del capitalismo británico es que éste surgió de la competencia con entidades precapitalistas –imperios tributarios en el Este y monarquías absolutas en Europa. En India, Gran Bretaña heredó los mecanismos de extracción del Imperio Mughal (aunque India estaba cada vez más integrada en circuitos específicamente capitalistas). Incluso durante el auge de la hegemonía británica a mediados del siglo XIX, podemos encontrar a Lord Palmerston manejando relaciones con grandes imperios de tierras tales como Austria, Prusia y Rusia. Es el surgimiento de rivales capitalistas a fines del siglo XIX –EE.UU. y Alemania– lo que llevo al imperialismo británico a su descenso.
En contraposición, EE.UU. surgió para reemplazar a Gran Bretaña como el poder hegemónico en precisamente este contexto de rivalidad entre estados capitalistas. Un elemento clave en la dominación de Washington es su habilidad para institucionalizar la cooperación bajo su liderazgo entre los estados capitalistas avanzados. Esta es la importancia de la construcción de la institucionalidad de la segunda parte de la década de 1940 –las instituciones de Bretton Woods, ONU, OTAN, etc. Lo que las sucesivas administraciones americanas han estado intentando desde el fin de la guerra fría es tanto mantener como extender (por ejemplo la expansión de OTAN y la Unión Europea) este sistema de cooperación institucionalizada pero liderada por EE.UU.
Un rasgo interesante de esta situación actual es el efecto potencialmente desestabilizador del surgimiento de las así llamadas “economías de mercados emergentes” -China, India, Brasil, Sudáfrica, Turquía, etc. –que han estado marginadas o fuera de estas estructuras. El efectivo reemplazo del G8 por el G20 como el principal foro económico inter estatal –que fue impulsado por George W. Bush pero extendido por Obama– podría verse como un intento por parte de Washington de incorporar totalmente a estos estados al espacio capitalista liberal dirigido por EE.UU. por medio de la extensión del sistema de cooperación institucionalizada. Escuché a Robert Wade sostener que el G20 permite que EE.UU. enfrente al BRIC con UE, pero estas dos interpretaciones son perfectamente consistentes entre sí.
¿Cómo debería uno interpretar la instalación de bases en América Latina, el Medio Oriente, pero también en Europa?
Desde el análisis pionero de William Appleman Williams en The Tragedy of American Diplomacy (1959) ha sido muy común ver a EE.UU. como a un “imperialismo no territorial”. En otras palabras, más que formalmente colonias anexas, el capitalismo americano buscó crear un mercado mundial abierto que pudiera dominar debido a su relativa fortaleza económica. Creo que esta interpretación es en líneas generales correcta –especialmente porque EE.UU. intentaba dominar un mundo de estados capitalistas. La estrategia alternativa se experimentó en la Alemania de Hitler –la construcción de un imperio continental por medio de la conquista armada. Incluso si no hubiera fallado debido a la derrota militar, probablemente tampoco hubiera sido sustentable indefinidamente: el estado Nazi no hubiera podido manejar la gran mayoría de las sociedades capitalistas avanzadas de esa época sólo por medio de la coerción y el terror.
Así que la estrategia americana de dominación no territorial resulto ser más viable (en gran medida porque el capitalismo norteamericano era mucho más fuerte que cualquiera de sus rivales). Pero lo que EE.UU. descubrió, primero durante la Segunda Guerra Mundial y después nuevamente durante la Guerra Fría, era que esta estrategia requería de la proyección de la fuerza militar a gran escala. Tanto entre 1939-41 e inmediatamente después de 1945, EE.UU. esperaba que Gran Bretaña pudiera llevar la principal carga militar en Europa. Pero Gran Bretaña era muy débil para esto, y EE.UU. tuvo que desplegar sus propias fuerzas, primero para vencer a Alemania, y luego, especialmente después del comienzo de la Guerra de Corea, para contener a URSS. Esto necesitaba del desarrollo de una red global bases aéreas y navales, un proceso que comenzó con la Segunda Guerra Mundial: Roosevelt y los jefes de estados presionaron duramente para capturar varias islas del Pacifico con este objetivo en mente.
De algún modo esto es una extensión de lo que Gran Bretaña hizo en los siglos XVIII y XIX – adquirir una serie de bases que le permitieran a la Marina Real (Royal Navy) –su principal forma de proyección de poder- operar en forma global. Vale la pena destacar este elemento de continuidad histórica porque el Pentágono aun prefiere confiar en la fuerza naval y aérea más que en las tropas de infantería. EE.UU. tiene el ejército más poderoso del mundo, pero tiene un registro pobre de éxitos. La única gran guerra en tierra que ha ganado desde 1945 fue contra Irak en 1990-1, cuando tenía prácticamente al mundo entero de su lado. Corea resultó en punto muerto, en Vietnam fue derrotado, en Irak sufrió una semi derrota cuyo resultado es aun incierto, y Afganistán no se ve muy bien.
¿Cuál sería el rol político de la izquierda revolucionaria en lugares afectados por invasiones militares (Irak, Afganistán)? ¿Es la intervención puramente “extranjera”?
Para contestar la segunda pregunta primero, la intervención es frecuentemente no puramente extranjera. Tanto Irak como Afganistán han implicado un elemento importante de guerra civil. De hecho, en Irak, una vez que surgió la insurgencia, EE.UU. sólo pudo mantenerse manipulando tensiones entre Sunia y Chiitas, a un precio humano atroz. Pero la realidad preponderante es de ocupación extranjera. En principio, el rol de los marxistas revolucionarios en dichas situaciones debería ser vincular la resistencia a la ocupación con la lucha de clases, intentando abrir un panorama de liberación tanto nacional como social. La experiencia de los movimientos de resistencia en la Europa ocupada por los Nazis ilustra las posibilidades, así también como los riesgos, de esta perspectiva.
Lamentablemente, en Irak y Afganistán nos encontramos con una situación en donde la izquierda secular, históricamente fuerte en ambas sociedades, se ha desacreditado a sí misma –un poco debido a su asociación con fuerzas imperialistas (URSS en el caso de Afganistán, EE.UU. en el caso del ala del Partido Comunista Iraquí, que apoyó la invasión de 2003). El resultado es que la lucha contra las ocupaciones está dominada por fuerzas políticas islámicas. Esto no afecta nuestras tareas fuera de Irak y Afganistán: mientras que el movimiento contra la guerra debe concentrarse en hacer campaña para poner un fin a las ocupaciones, los revolucionarios deben darle la bienvenida a la derrota de EE.UU. y sus aliados por parte de las insurgencias predominantemente islámicas. La tarea de los revolucionarios dentro de estos países es muy difícil: establecer las bases, en condiciones por lo general extremadamente desfavorables, para una nueva izquierda, genuinamente anti capitalista y anti imperialista.
NOTAS
*Traducción de Verónica Gottau y Leonardo Kosloff
†Harvey, David: The New Imperialism, Oxford, London, 2003.
‡Lenin, Vladimir: “El Imperialismo, la fase más avanzada del capitalismo”, en Obras completas, tomo XXII, Moscú, 1964, p. 295.
§Schwartz, H. M.: Subprime Nation: American Capital, Global Capital, and the Housing Bubble, Ithaca, 2009, p. 168.
**Carchedi, Guglielmo: Frontiers of Political Economy (Fronteras de Economía Política) (London, 1991), p. 232.
††Lenin, op. cit., p. 266.
‡‡Lenin, op. cit., p. 263.
EL AROMO - El Aromo nº 56 - "Promesas sobre el bidet"
Entrevista a Alex Callinicos*
¿Considera válido el argumento de Lenin de que el imperialismo es la fase más elevada del capitalismo? ¿Piensa que existe un cambio cualitativo en la dinámica del capital a causa de la creación de estados imperialistas, como dijo Lenin?
El título original de Lenin es El imperialismo, la última fase del capitalismo, que tiene connotaciones bastante distintas a del título más familiar y tardío. Pienso que él –y los otros grandes marxistas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX- estaban en lo correcto en el haber identificado un cambio cualitativo ocurriendo en el capitalismo durante su época. La manera en la que yo resumiría esto desde la retrospectiva de comienzos del siglo XXI es que el imperialismo es el momento en el cual la competencia económica entre capitales y la rivalidad geopolítica entre estados se interceptan para formar, como David Harvey ha correctamente enfatizado, una unidad contradictoria e inestable.† Esta es una idea que desarrollo en detalle en mi reciente libro Imperialismo y Economía Política Global (2009).
La teoría del imperialismo de Lenin argumenta que las actividades extra-económicas de las potencias mundiales es la causa de la falta de desarrollo de las burguesías locales en los países dependientes. ¿Usted cree que este énfasis en las relaciones políticas es una buena explicación del subdesarrollo o podría uno explicar dicha trayectoria con la ley del valor y la competencia mundial?
No estoy seguro de que esta sea una buena lectura de Lenin. En su crítica a la teoría del ultra-imperialismo de Kautsky, el subraya la importancia del desarrollo desigual – no es sólo que hay desigualdades económicas entre estados y regiones, sino que éstas son inherentes al capitalismo y que la distribución de las desigualdades cambia constantemente, de manera que las alianzas estables entre los poderes dominantes se hacen imposibles. “Hace cincuenta años Alemania era un país miserable e insignificante”, escribía –pero ya en su época se convertía en una de las principales potencias imperialistas.‡ Esto implica que otras nuevas potencias podrían emerger en el futuro gracias al carácter desigual del proceso global de acumulación. Lenin ciertamente no es un teórico de la dependencia, y, a pesar de sus errores (el más notable siendo la teoría de la aristocracia obrera), yo pienso que él estaría de acuerdo en que las relaciones entre estados y regiones son reguladas por la “ley del valor y la competencia mundial”.
¿Podría la crisis de hoy desembocar en una nueva guerra entre potencias imperialistas como la Primera y la Segunda guerra mundial?
Dudo que esto suceda a corto plazo, ya que los potenciales ‘pares competidores’ de los Estados Unidos son demasiado débiles (Rusia), están demasiado divididos (la Unión Europea), o son demasiado cautelosos (China) para enfrentarlos, y ninguno está lo suficientemente desesperado como para contemplar tal enfrentamiento. Pero las tensiones entre los Estados Unidos y China son serias –más inmediatamente respecto a tasas de cambio y comercio- y es probable que crezcan en las próximas décadas. La posibilidad de una confrontación seria entre ellas en el futuro es real.
En décadas recientes, los Estados Unidos se han convertido en uno de los países más endeudados. ¿Qué significa este fenómeno para nuestro entendimiento del imperialismo?
Esta es una cuestión muy controvertida. Algunos especialistas académicos radicales, por ejemplo, el difunto Giovanni Arrighi, argumentan que la deuda externa de los Estados Unidos es un síntoma del deterioro del imperialismo norteamericano, replicando lo que le había sucedido a Gran Bretaña en el período de entreguerra. Pero, en un libro reciente, Subprime Nation (Nación Subprime -el término “subprime” refiere a préstamos a entidades que son incapaces de pagarlos), Herman Schwartz argumenta que desde comienzos de los años ‘90 un circuito de flujos financieros se ha desarrollado en el que un número de países –no sólo los estados del Este Asiático sino también del continente europeo y los territorios petrolíferos en control de los jeques árabes- compran valores norteamericanos tanto públicos como privados, permitiendo así que las inversiones extranjeras directas de las corporaciones de los Estados Unidos obtengan mucha más ganancia. Según Schwartz, este circuito, mediado por el sistema financiero inmobiliario norteamericano, ha permitido a los Estados Unidos mantener un crecimiento más alto que el de otros estados capitalistas avanzados y de esta manera reproducir su posición hegemónica.
El análisis de Schwartz se apoya en una considerable evidencia estadística. Pienso que de todas maneras subestima la inestabilidad de una situación en la que los Estados Unidos dependen cada vez más de préstamos de China, que no es sólo el más importante potencial retador a la hegemonía norteamericana, sino que todavía es uno de los países más pobres del mundo. En el pasado, las potencias imperialistas dominantes financiaron estados capitalistas más débiles –esta fue la relación entre Gran Bretaña y los Estados Unidos en el siglo XIX o la de los Estados Unidos y Europa Occidental y Japón a fines de los años ‘40. Pero ahora una ascendente potencia capitalista ayuda a financiar a la potencia hegemónica. De todas maneras, uno de los rasgos interesantes del análisis de Schwartz es que el actual conjunto de flujos funciona a beneficio de los intereses de las clases dominantes de los estados acreedores. De esta manera, el afirma que en China los hijos de la élite del partido, que se han constituido como una nueva élite económica, tienen un interés en el modelo de bajos salarios y altas exportaciones que sostuvo el flujo de capital a los Estados Unidos.§ O de nuevo, los bancos y los fondos de pensiones de los que Schwartz llama los ‘Ricos Reprimidos’ –Japón, Alemania, y Europa continental- deben ser capaces de comprar vastas cantidades de valores que son generados por el sistema financiero de los Estados Unidos y que sus propios, y más ajustadamente regulados sistemas, son incapaces de proveer.
Pero la situación es extremadamente contradictoria. Tal como durante los años ‘30, el conflicto entre estados acreedores y deudores es un factor crecientemente prominente en la crisis económica global presente. Esto no es solamente cierto respecto a las relaciones entre los Estados Unidos y China. Una dimensión clave de la crisis de la zona del euro es el conflicto entre Alemania y las economías periféricas del sur de Europa, que pidieron prestado en exceso de los bancos franceses y alemanes, más que nada para importar desde Alemania.
¿Considera que la idea de capital monopolista es adecuada para definir el corriente ciclo de acumulación de capital? ¿Cuál es el lugar de la ley del valor y la competencia internacional en esta explicación?
No, no encuentro el concepto de capital monopolista particularmente útil. Literalmente esto implica que, en sectores individuales, una compañía es dominante. Pero esto es empíricamente falso. Incluso en la cumbre de la era del ‘capitalismo organizado’ de mediados del siglo 20, cuando una compañía podría haber dominado un sector nacional particular, usualmente con apoyo estatal, estas compañías estaban sujetas a la competencia de rivales locales o extranjeros. Pero las últimas décadas han visto este tipo de arreglos privilegiados desmoronarse o al menos haber sido severamente saboteados. Incluso compañías muy grandes y de base firme han encarado una severa presión de competidores extranjeros –cf. la decadencia de General Motors y el ascenso de Toyota tanto en los mercados de automóviles globales y de los Estados Unidos.
La ley del valor es ejercida por la competencia de ‘muchos capitales’. Debido a que el concepto de capital monopolista implica el fin de la competencia –no simplemente en un sector (de lo que Marx da cuenta a través de una redistribución de la plusvalía de compañías que no son monopólicas a las que sí lo son) sino a través de una economía- implica también el fin de la ley del valor. En ese sentido Baran y Sweezy estaban siendo completamente consecuentes al haber roto con la teoría del valor de Marx en El Capital Monopolista. Pero la premisa de su argumento es falsa: el capital monopolista no existe a través de la economía. Lo que tenemos en muchos casos es competencia oligopólica. Guglielmo Carchedi, quien tiene un buen análisis de cómo integrar esta forma de competencia en la teoría del valor, resume bien esta posición:
“Mientras los monopolios (en el sentido estricto) sí existen, la realidad de hoy día es dominada por oligopolios, por unidades de capital grandes y tecnológicamente avanzadas que han ganado una gran parte del mercado por haber aplicado tecnologías avanzadas de gran escala. Es la aplicación de estas tecnologías avanzadas a gran escala (la que es posible gracias a la escala del capital invertido) que resulta en una competitividad y posición en el mercado superior para estos capitales. Los oligopolios no suprimen la competencia pero,…, entablan tanto nuevas como viejas formas de competencia entre ellos mientras que son capaces de restringir la competencia de capitales más pequeños y débiles.”**
La teoría del imperialismo supone el predominio de monopolios, lo cual implica la negación de la competencia, y en última instancia, de la ley de valor. Así, algunos autores sostienen que las ganancias capitalistas dejarán de depender únicamente de la extracción de plusvalía y que el incremento en plusvalía dejará de ser una preocupación para el capital. ¿Está usted de acuerdo con este punto de vista? ¿De ser así, que implicancia tendría esto para la lucha de clases?
Como ya lo he aclarado, rechazo esa visión. Sin duda, Lenin llama imperialismo a “la fase monopolista del capital”. Pero dado que él también lo considera como impulsado por la competencia entre los principales estados capitalistas, su teoría parece inconsistente. Las tensiones son evidentes en pasajes como el siguiente: “ los monopolios, que se han desarrollado a partir de la libre competencia, no eliminan a esta última, sino que existen por sobre ésta y a la par de ésta, y por ende ocasionan un gran número de antagonismos agudos e intensos, fricciones y conflictos”. †† Yo creo que el fundamento de gran parte del análisis de Lenin es más consistente con la idea de competencia oligopolistica. Bukharin, como un teórico económico más riguroso (pero también menos flexible, como lo señaló Lenin cuando lo criticó por su falta de dialéctica), extrae las consecuencias de la idea de capitalismo monopolista. Para él, el imperialismo culmina en capitalismo de estado, donde las tendencias de las crisis económicas (las cuales él identifica con desproporcionalidades entre el consumo y la producción y entre las diferentes ramas de producción) pueden ser eliminadas por medio del control político. Él considera que la irracionalidad del capitalismo persiste, no obstante, en la forma de competencia político-militar. Este análisis llevó a Bukharin, en las vísperas de las crisis de Wall Street en 1929, a descartar la posibilidad de una mayor crisis económica. Como detallo en mi libro, una de las mayores debilidades de la teoría marxista clásica de imperialismo es su falta de integración con un adecuado entendimiento de la teoría de valor y crisis de Marx.
De la misma manera que ciertos autores consideran que la burguesía en naciones centrales es diferente a la de los países dependientes, ellos también creen que hay diferencias entre las clases trabajadoras en esas dos categorías de países. ¿Cuál es su opinión?
Claramente hay diferencias en ambas clases, capitalistas y trabajadoras, que surgen de su posición relativa en la jerarquía global de poder y riqueza. Pero si usted se refiere a teorías tales como la concepción de Lenin de la aristocracia obrera o la idea de intercambio desigual, lo cual implica que los trabajadores en el Norte participan de la explotación de los trabajadores en el Sur, rechazo estas teorías. Ellas no tienen una fundamentación segura en la teoría de valor de Marx y son también discutibles empíricamente. La teoría de la aristocracia obrera se contradice por el hecho que, en toda Europa, fueron los obreros metalúrgicos, organizados y con buenos salarios, quienes lideraron la revuelta de los trabajadores en la primera guerra mundial y se unieron para la Internacional Comunista. El sindicato burócrata– la capa especial de dirigentes de tiempo completo que media entre los obreros y el capital – es un fenómeno socio-político importante, pero no es lo mismo que la aristocracia obrera de Lenin de trabajadores especializados que viven de ganancias coloniales. Fue Rosa Luxemburgo quien promovió el análisis marxista de la burocracia sindical, no, me temo, Lenin.
Los teóricos del intercambio desigual no pueden explicar por qué los principales flujos de capital no son de Norte a Sur, que es lo que la idea que los bajos salarios en el Sur son la principal fuente de plusvalía mundial implicaría. Entre 1992 y 2006 los países desarrollados recibieron más de dos tercios de los flujos de las Inversiones Extranjeras Directas (IED). Por lo general, son EE.UU. y Gran Bretaña los principales receptores de IED, no China o India. Estas estadísticas se ven distorsionadas por las adquisiciones y fusiones en Wall Street y en el centro financiero de Londres, pero también reflejan una profunda realidad. En la teoría de valor de Marx el grado de explotación es determinado no solo por el nivel de los salarios reales sino también de forma crucial por la productividad de los trabajadores. Los niveles de productividad son más elevados en los países capitalistas avanzados y por consiguiente continúa siendo rentable para las empresas seguir invirtiendo ahí.
Por supuesto, los trabajadores en el Sur tienen un nivel de vida mucho más bajo que en el Norte. Ellos no tienen los desarrollados estados de bienestar de Europa occidental y coexisten con a menudo formaciones muy complejas de sub-proletarios y pequeños comerciantes que la ciencia social dominante tiende a clasificar como “sector informal”. Estas son realidades sociales y políticas muy importantes que continúan marcando la diferencia entre el Norte y el Sur. Pero estas diferencias no están contempladas al decir que los trabajadores del Norte explotan a sus hermanos en el Sur.
¿Cómo debería uno definir una relación colonial o semi-colonial? ¿Cuál es la diferencia entre los imperios y sus colonias en los siglos diecisiete y dieciocho versus aquellos en los estados nación en el siglo veinte?
Se entiende mejor a una relación colonial como una relación de subordinación política directa – por ejemplo, la que tuvo Gran Bretaña e India entre 1750 y 1940. Lenin define semi-colonias como “las diversas formas de los países dependientes que, desde el punto de vista político, son formalmente independientes, pero en realidad, están inmersos en la red de dependencia diplomática y financiera”.‡‡ Los ejemplos se pueden ver en “el imperio informal “de Gran Bretaña en China y América Latina antes de 1914. Pero uno debe ser cuidadoso aquí porque, como lo señaló Lenin, la mera posesión de soberanía estatal tiende a darle a la clase dominante de la ‘semi-colonia’ más lugar para maniobrar que sería el caso si fueran súbditos coloniales del otro estado. Esto se puede ver, por ejemplo, con Argentina en la década de 1930 y 1940, que trató de usar la rivalidad inter-imperialista entre Gran Bretaña y Alemania para su propio beneficio.
La forma de estado no es meramente formal: marca una diferencia. Es importante entender esto porque hay ahora varios estados capitalistas en la así llamada ‘semi-periferia’ – China, India, Corea del Sur, Brasil, Sudáfrica– que sería ridículo describirlos como ‘semi-colonias’ porque ellos han usado su soberanía y las oportunidades ofrecidas por el sistema inter estatal para convertirse en centros de acumulación de capital relativamente independientes. Tu pregunta es muy amplia para contestarla en este espacio disponible. Pero permítame remarcar una diferencia relevante entre el imperialismo británico y norteamericano. Como lo señaló Perry Anderson, un rasgo distintivo del capitalismo británico es que éste surgió de la competencia con entidades precapitalistas –imperios tributarios en el Este y monarquías absolutas en Europa. En India, Gran Bretaña heredó los mecanismos de extracción del Imperio Mughal (aunque India estaba cada vez más integrada en circuitos específicamente capitalistas). Incluso durante el auge de la hegemonía británica a mediados del siglo XIX, podemos encontrar a Lord Palmerston manejando relaciones con grandes imperios de tierras tales como Austria, Prusia y Rusia. Es el surgimiento de rivales capitalistas a fines del siglo XIX –EE.UU. y Alemania– lo que llevo al imperialismo británico a su descenso.
En contraposición, EE.UU. surgió para reemplazar a Gran Bretaña como el poder hegemónico en precisamente este contexto de rivalidad entre estados capitalistas. Un elemento clave en la dominación de Washington es su habilidad para institucionalizar la cooperación bajo su liderazgo entre los estados capitalistas avanzados. Esta es la importancia de la construcción de la institucionalidad de la segunda parte de la década de 1940 –las instituciones de Bretton Woods, ONU, OTAN, etc. Lo que las sucesivas administraciones americanas han estado intentando desde el fin de la guerra fría es tanto mantener como extender (por ejemplo la expansión de OTAN y la Unión Europea) este sistema de cooperación institucionalizada pero liderada por EE.UU.
Un rasgo interesante de esta situación actual es el efecto potencialmente desestabilizador del surgimiento de las así llamadas “economías de mercados emergentes” -China, India, Brasil, Sudáfrica, Turquía, etc. –que han estado marginadas o fuera de estas estructuras. El efectivo reemplazo del G8 por el G20 como el principal foro económico inter estatal –que fue impulsado por George W. Bush pero extendido por Obama– podría verse como un intento por parte de Washington de incorporar totalmente a estos estados al espacio capitalista liberal dirigido por EE.UU. por medio de la extensión del sistema de cooperación institucionalizada. Escuché a Robert Wade sostener que el G20 permite que EE.UU. enfrente al BRIC con UE, pero estas dos interpretaciones son perfectamente consistentes entre sí.
¿Cómo debería uno interpretar la instalación de bases en América Latina, el Medio Oriente, pero también en Europa?
Desde el análisis pionero de William Appleman Williams en The Tragedy of American Diplomacy (1959) ha sido muy común ver a EE.UU. como a un “imperialismo no territorial”. En otras palabras, más que formalmente colonias anexas, el capitalismo americano buscó crear un mercado mundial abierto que pudiera dominar debido a su relativa fortaleza económica. Creo que esta interpretación es en líneas generales correcta –especialmente porque EE.UU. intentaba dominar un mundo de estados capitalistas. La estrategia alternativa se experimentó en la Alemania de Hitler –la construcción de un imperio continental por medio de la conquista armada. Incluso si no hubiera fallado debido a la derrota militar, probablemente tampoco hubiera sido sustentable indefinidamente: el estado Nazi no hubiera podido manejar la gran mayoría de las sociedades capitalistas avanzadas de esa época sólo por medio de la coerción y el terror.
Así que la estrategia americana de dominación no territorial resulto ser más viable (en gran medida porque el capitalismo norteamericano era mucho más fuerte que cualquiera de sus rivales). Pero lo que EE.UU. descubrió, primero durante la Segunda Guerra Mundial y después nuevamente durante la Guerra Fría, era que esta estrategia requería de la proyección de la fuerza militar a gran escala. Tanto entre 1939-41 e inmediatamente después de 1945, EE.UU. esperaba que Gran Bretaña pudiera llevar la principal carga militar en Europa. Pero Gran Bretaña era muy débil para esto, y EE.UU. tuvo que desplegar sus propias fuerzas, primero para vencer a Alemania, y luego, especialmente después del comienzo de la Guerra de Corea, para contener a URSS. Esto necesitaba del desarrollo de una red global bases aéreas y navales, un proceso que comenzó con la Segunda Guerra Mundial: Roosevelt y los jefes de estados presionaron duramente para capturar varias islas del Pacifico con este objetivo en mente.
De algún modo esto es una extensión de lo que Gran Bretaña hizo en los siglos XVIII y XIX – adquirir una serie de bases que le permitieran a la Marina Real (Royal Navy) –su principal forma de proyección de poder- operar en forma global. Vale la pena destacar este elemento de continuidad histórica porque el Pentágono aun prefiere confiar en la fuerza naval y aérea más que en las tropas de infantería. EE.UU. tiene el ejército más poderoso del mundo, pero tiene un registro pobre de éxitos. La única gran guerra en tierra que ha ganado desde 1945 fue contra Irak en 1990-1, cuando tenía prácticamente al mundo entero de su lado. Corea resultó en punto muerto, en Vietnam fue derrotado, en Irak sufrió una semi derrota cuyo resultado es aun incierto, y Afganistán no se ve muy bien.
¿Cuál sería el rol político de la izquierda revolucionaria en lugares afectados por invasiones militares (Irak, Afganistán)? ¿Es la intervención puramente “extranjera”?
Para contestar la segunda pregunta primero, la intervención es frecuentemente no puramente extranjera. Tanto Irak como Afganistán han implicado un elemento importante de guerra civil. De hecho, en Irak, una vez que surgió la insurgencia, EE.UU. sólo pudo mantenerse manipulando tensiones entre Sunia y Chiitas, a un precio humano atroz. Pero la realidad preponderante es de ocupación extranjera. En principio, el rol de los marxistas revolucionarios en dichas situaciones debería ser vincular la resistencia a la ocupación con la lucha de clases, intentando abrir un panorama de liberación tanto nacional como social. La experiencia de los movimientos de resistencia en la Europa ocupada por los Nazis ilustra las posibilidades, así también como los riesgos, de esta perspectiva.
Lamentablemente, en Irak y Afganistán nos encontramos con una situación en donde la izquierda secular, históricamente fuerte en ambas sociedades, se ha desacreditado a sí misma –un poco debido a su asociación con fuerzas imperialistas (URSS en el caso de Afganistán, EE.UU. en el caso del ala del Partido Comunista Iraquí, que apoyó la invasión de 2003). El resultado es que la lucha contra las ocupaciones está dominada por fuerzas políticas islámicas. Esto no afecta nuestras tareas fuera de Irak y Afganistán: mientras que el movimiento contra la guerra debe concentrarse en hacer campaña para poner un fin a las ocupaciones, los revolucionarios deben darle la bienvenida a la derrota de EE.UU. y sus aliados por parte de las insurgencias predominantemente islámicas. La tarea de los revolucionarios dentro de estos países es muy difícil: establecer las bases, en condiciones por lo general extremadamente desfavorables, para una nueva izquierda, genuinamente anti capitalista y anti imperialista.
NOTAS
*Traducción de Verónica Gottau y Leonardo Kosloff
†Harvey, David: The New Imperialism, Oxford, London, 2003.
‡Lenin, Vladimir: “El Imperialismo, la fase más avanzada del capitalismo”, en Obras completas, tomo XXII, Moscú, 1964, p. 295.
§Schwartz, H. M.: Subprime Nation: American Capital, Global Capital, and the Housing Bubble, Ithaca, 2009, p. 168.
**Carchedi, Guglielmo: Frontiers of Political Economy (Fronteras de Economía Política) (London, 1991), p. 232.
††Lenin, op. cit., p. 266.
‡‡Lenin, op. cit., p. 263.