El Imperio de las drogas: Cómo Estados Unidos se convirtió en un narcoestado
Misión Verdad - publicado por El Sudamericano en abril de 2020
publicado en el Foro en 3 mensajes
Un informe de la ONU desmonta la falsa acusación contra Venezuela
El informe sobre conclusiones y consecuencias en materia de políticas de drogas de la Oficina de Naciones Unidas para la Droga y el Delito (ONUDD), correspondiente a 2019, revela que Colombia es el mayor productor de cocaína a nivel mundial y Estados Unidos el consumidor más importante de su principal “fruto” nacional para la exportación.
En las 64 páginas de este informe no aparece mención alguna sobre Venezuela, mientras que Estados Unidos figura en casi todos los tópicos que la ONUDD presenta como alarmantes: el aumento del consumo de heroína, metanfetamina y opiáceos, así como el crecimiento de las redes de distribución de drogas que derivan en un número mayor de muertes cada año.
Lo que devela este informe es que, en términos de producción, exportación o tráfico de drogas, Venezuela no figura en el mapa como un país involucrado en la trama del narcotráfico internacional, un aspecto que escuece la narrativa estadounidense para implicar a la República Bolivariana en actividades de narcotráfico.
Tampoco figura algo sobre el tan mentado “Cartel de los Soles” o la supuesta relación entre Maduro, Diosdado Cabello y las FARC de Colombia para traficar cocaína hacia Estados Unidos, argumento central utilizado por el Departamento de Justicia de los Estados Unidos para acusar falsamente al presidente Nicolás Maduro y demás líderes venezolanos.
En cambio, aparecen de manera reiterativa Colombia, México y Afganistán, tres países que han sido intervenidos militarmente por Washington de diversas formas en las últimas dos décadas: el primero con el “Plan Colombia”, el segundo con la Iniciativa Mérida y el último tras una guerra ilegal de agresión que comenzó en 2001 y aún no termina.
Aunque la ONUDD no lo indica directamente en sus conclusiones, es muy fácil establecer un patrón estructural: donde Washington se involucra militarmente, crece la producción de drogas y los envíos de las mismas hacia Estados Unidos, impulsando con ello las muertes por sobredosis que alcanzaron, según reportan las instituciones oficiales en 2019, más de 69 mil en el país norteamericano.
Las acciones militares ilegales y coloniales por parte de Estados Unidos en el extranjero han tenido un reflejo a lo interno de su propia sociedad. La muy publicitada “Guerra contra las Drogas” (en su segunda edición, ya que la primera fue declarada en 1971), que ya ha dejado más de medio millón de muertos en su paso por México y Colombia, se enmarca en una estrategia de militarización según lo expresado por el periodista Mike Whitney en 2011, quien entiende al narcotráfico como un eslabón del poder financiero estadounidense.
Sobre la “Guerra contra las Drogas”, Whitney advierte:
“Esto no tiene que ver con las drogas; se trata de una política exterior chiflada que apoya a ejércitos por delegación para imponer el orden por medio de la represión y militarización del Estado policial. Se trata de expandir el poder norteamericano y de que engorden los beneficios de Wall Street”.
Esta lógica económica, militar y empresarial al mismo tiempo genera un doble efecto: por un lado, una ola de violencia en los países donde la DEA, la CIA y el FBI actúan en alianza con los carteles, y por otro, la destrucción de la salud de los estadounidenses adictos a las sustancias ilícitas, factor que representa la primera causa de mortalidad en el país por encima de los accidentes de tránsito y los asesinatos por armas de fuego.
A esa epidemia de salud pública ha contribuido decisivamente la política de guerra de agresión de Washington.
La narcopolítica
El periodista Alfonso León en El Espectador de Colombia nos detalla el primer antecedente en que las drogas y la política de injerencia de Estados Unidos se configuraron como un arma de guerra. Para ello hay que remitirse a Vietnam años antes de que, bajo el gobierno de Lyndon Johnson, Washington entrara formalmente al conflicto armado del país asiático tras la bandera falsa del Golfo de Tonkín.
León cuenta:
“A instancias de la CIA, los hombres de Diem (quien derrocó al ‘emperador títere’ de los franceses Bao Dai en los cincuenta) empezaron a utilizar aviones norteamericanos para transportar armas y suministros en apoyo a las fuerzas del Kuomintang que enfrentaban a la revolución comunista en China. Las operaciones de regreso se utilizaron para cargar las aeronaves con opio, a la vista de todo el mundo, para financiar la naciente guerra en Laos y Camboya. Las compañías aéreas fueron popularmente bautizadas como ‘Air Opium’”.
Ya involucrados directamente en la guerra, y perdiéndola, el presidente John F. Kennedy intentó forzar un viraje en los apoyos a sus aliados vietnamitas para salvar la credibilidad de la participación en el conflicto. Ya el negocio se había diversificado transformando el opio en heroína con productos químicos importados desde la colonia británica de Hong Kong. Tal viraje no ocurrió del todo por un hecho que León precisa con contundencia:
“Perseguir la heroína implicaba enfrentar a sus aliados y, en plena Guerra Fría, bajo el peligro del ‘efecto dominó’, cualquier cosa era preferible a la instauración de un nuevo régimen comunista en Asia”.
La guerra contra Ho Chi Minh y su pueblo abrió una narcorruta oceánica por el Pacífico y abrió las fronteras estadounidenses a la heroína, los traumatizados soldados se volvían adictos a esta droga pero también a la marihuana y, cuenta León, ya el 60 % de los efectivos militares consumía algún tipo de estupefaciente para 1965.
El investigador polaco Łukasz Kamieński, autor de Las drogas en la guerra, asevera que la Guerra de Vietnam representó para Estados Unidos “la primera guerra farmacológica real” debido:
“al acceso a múltiples drogas diferentes con las que los soldados se automedicaban como alcohol, marihuana, heroína, LSD, opio o barbitúricos, en general consumían todo lo que cayera en sus manos y Vietnam era un paraíso de las drogas”.
El efecto del narcotráfico combinado a la guerra fue tan poderoso que, como imágenes históricas, tenemos a Charlee Sheen siendo un joven soldado estadounidense que fumaba marihuana para soportar la tensión de la guerra en la película “Pelotón” (Platoon) de Oliver Stone, pero también los festivales y las movilizaciones contra esa misma guerra repletas de LSD y otras sustancias que inundaban las principales ciudades estadounidenses.
A partir de ahí, el narcotráfico se transformaría en un instrumento para las guerras ilegales y coloniales de las élites políticas en adelante, pero también en un negocio transnacional que transformaba a la propios estadounidenses en clientes-esclavos de una inmensa maquinaria de transporte, importación, distribución y venta controlada de drogas por las agencias de seguridad y espionaje de su propio gobierno, abultando en última instancia los bolsillos de los grandes banqueros.
La revolución sandinista y los movimientos guerrilleros en Centroamérica en los años 80 darían una nueva oportunidad para probar lo aprendido en Vietnam.
La Administración Reagan desplegó un plan de guerra mercenaria y de desgaste contra la naciente revolución nicaragüense a través de los Contras, un ejército mercenario financiado y entrenado por la CIA y nutrido por policías y militares removidos luego de la caída del dictador Anastacio Somoza.
La oposición del Congreso estadounidense y la ilegalidad de esta operación obligó a recurrir a canales irregulares para financiar el movimiento que debía derrocar al sandinismo. Apoyándose en los carteles del narco en Colombia y México, y a través de aviones de la CIA, se transportaba cocaína y crack que luego serían vendidas en ciudades estadounidenses; con el dinero recaudado, los Contras recibirían armas y pertrechos para prolongar la guerra contra el gobierno sandinista.
Esa misma traza del narcotráfico como factor de acumulación económica e instrumento de intervención militar se reforzaría decisivamente con la invasión a Panamá en 1989 (para, a partir de ahí, controlar la ruta caribeña) y con el respaldo a los sectarios muyahidines contra la Unión Soviética en Afganistán. El narco es el hilo común de los procesos globales que abarcan todo el hemisferio.
Políticamente, el mando de la operación contra Nicaragua estuvo a manos del vicepresidente George Bush, padre del psicópata que invadió a Irak y Afganistán entrando el nuevo milenio. Lo acompañarían en primera línea dos auténticos criminales de guerra: el coronel Oliver North y Elliott Abrams, quien hoy en día funge como intermediario entre la Casa Blanca y el Departamento de Estado en la guerra de cambio de régimen contra Venezuela.
Como resultado de esta operación en Los Angeles emergió lo que se conocería tiempo después como “la epidemia del crack”, debido a la debacle social y espiral de violencia y asesinatos, producto del narcotráfico, que cambió para siempre la ciudad. Un documental de años recientes llamado Snowfall retrata no sólo las terribles consecuencias humanas que generó la masificación del consumo de crack en Los Angeles, sino cómo la misma CIA controlaba redes de venta y distribución que iban desde Colombia, pasando por México hasta llegar a la ciudad norteamericana donde se recaudaba parte del dinero que sería enviado a los Contras.
La narrativa anticomunista de Reagan en Centroamérica le costó la vida de cientos de miles de estadounidenses que decía querer proteger de la amenaza soviética. Por cada 10 nicaragüenses inocentes asesinados por los Contras, “florecían” decenas de adictos al crack que transformarían la ciudad de Los Angeles en una escena de The Walking Dead.
Aunque avanzado los años 80 ya se hacía evidente la trama entre la CIA y el narcotráfico para financiar ilegalmente la guerra contra Nicaragua, no sería hasta 1996 que la olla se destaparía. El periodista Gary Webb publicó una serie de artículos en el periódico San Jose Mercury New de California que haría historia al desvelar las conexiones entre la CIA, el narcotráfico y la guerra contra Nicaragua.
Destapado el caso y evidenciadas las conexiones que representaron un enorme daño reputacional a los compinches de la Administración Reagan, la decisión era cargar todas las baterías contra Webb. Periodistas que antes le habían profesado su amistad en medios corporativos como The New York Times y The Washington Post pidieron su renuncia, a lo que el San Jose Mercury New accedió finalmente.
Las presiones escalaron a tal punto que Webb quedó aislado, sin trabajo y dañada su reputación (culminando en un posterior y dudoso suicidio), aunque su trabajo periodístico, años después, ha demostrado ser revelador y seguir estando vigente.
Misión Verdad - publicado por El Sudamericano en abril de 2020
publicado en el Foro en 3 mensajes
Un informe de la ONU desmonta la falsa acusación contra Venezuela
El informe sobre conclusiones y consecuencias en materia de políticas de drogas de la Oficina de Naciones Unidas para la Droga y el Delito (ONUDD), correspondiente a 2019, revela que Colombia es el mayor productor de cocaína a nivel mundial y Estados Unidos el consumidor más importante de su principal “fruto” nacional para la exportación.
En las 64 páginas de este informe no aparece mención alguna sobre Venezuela, mientras que Estados Unidos figura en casi todos los tópicos que la ONUDD presenta como alarmantes: el aumento del consumo de heroína, metanfetamina y opiáceos, así como el crecimiento de las redes de distribución de drogas que derivan en un número mayor de muertes cada año.
Lo que devela este informe es que, en términos de producción, exportación o tráfico de drogas, Venezuela no figura en el mapa como un país involucrado en la trama del narcotráfico internacional, un aspecto que escuece la narrativa estadounidense para implicar a la República Bolivariana en actividades de narcotráfico.
Tampoco figura algo sobre el tan mentado “Cartel de los Soles” o la supuesta relación entre Maduro, Diosdado Cabello y las FARC de Colombia para traficar cocaína hacia Estados Unidos, argumento central utilizado por el Departamento de Justicia de los Estados Unidos para acusar falsamente al presidente Nicolás Maduro y demás líderes venezolanos.
En cambio, aparecen de manera reiterativa Colombia, México y Afganistán, tres países que han sido intervenidos militarmente por Washington de diversas formas en las últimas dos décadas: el primero con el “Plan Colombia”, el segundo con la Iniciativa Mérida y el último tras una guerra ilegal de agresión que comenzó en 2001 y aún no termina.
Aunque la ONUDD no lo indica directamente en sus conclusiones, es muy fácil establecer un patrón estructural: donde Washington se involucra militarmente, crece la producción de drogas y los envíos de las mismas hacia Estados Unidos, impulsando con ello las muertes por sobredosis que alcanzaron, según reportan las instituciones oficiales en 2019, más de 69 mil en el país norteamericano.
Las acciones militares ilegales y coloniales por parte de Estados Unidos en el extranjero han tenido un reflejo a lo interno de su propia sociedad. La muy publicitada “Guerra contra las Drogas” (en su segunda edición, ya que la primera fue declarada en 1971), que ya ha dejado más de medio millón de muertos en su paso por México y Colombia, se enmarca en una estrategia de militarización según lo expresado por el periodista Mike Whitney en 2011, quien entiende al narcotráfico como un eslabón del poder financiero estadounidense.
Sobre la “Guerra contra las Drogas”, Whitney advierte:
“Esto no tiene que ver con las drogas; se trata de una política exterior chiflada que apoya a ejércitos por delegación para imponer el orden por medio de la represión y militarización del Estado policial. Se trata de expandir el poder norteamericano y de que engorden los beneficios de Wall Street”.
Esta lógica económica, militar y empresarial al mismo tiempo genera un doble efecto: por un lado, una ola de violencia en los países donde la DEA, la CIA y el FBI actúan en alianza con los carteles, y por otro, la destrucción de la salud de los estadounidenses adictos a las sustancias ilícitas, factor que representa la primera causa de mortalidad en el país por encima de los accidentes de tránsito y los asesinatos por armas de fuego.
A esa epidemia de salud pública ha contribuido decisivamente la política de guerra de agresión de Washington.
La narcopolítica
El periodista Alfonso León en El Espectador de Colombia nos detalla el primer antecedente en que las drogas y la política de injerencia de Estados Unidos se configuraron como un arma de guerra. Para ello hay que remitirse a Vietnam años antes de que, bajo el gobierno de Lyndon Johnson, Washington entrara formalmente al conflicto armado del país asiático tras la bandera falsa del Golfo de Tonkín.
León cuenta:
“A instancias de la CIA, los hombres de Diem (quien derrocó al ‘emperador títere’ de los franceses Bao Dai en los cincuenta) empezaron a utilizar aviones norteamericanos para transportar armas y suministros en apoyo a las fuerzas del Kuomintang que enfrentaban a la revolución comunista en China. Las operaciones de regreso se utilizaron para cargar las aeronaves con opio, a la vista de todo el mundo, para financiar la naciente guerra en Laos y Camboya. Las compañías aéreas fueron popularmente bautizadas como ‘Air Opium’”.
Ya involucrados directamente en la guerra, y perdiéndola, el presidente John F. Kennedy intentó forzar un viraje en los apoyos a sus aliados vietnamitas para salvar la credibilidad de la participación en el conflicto. Ya el negocio se había diversificado transformando el opio en heroína con productos químicos importados desde la colonia británica de Hong Kong. Tal viraje no ocurrió del todo por un hecho que León precisa con contundencia:
“Perseguir la heroína implicaba enfrentar a sus aliados y, en plena Guerra Fría, bajo el peligro del ‘efecto dominó’, cualquier cosa era preferible a la instauración de un nuevo régimen comunista en Asia”.
La guerra contra Ho Chi Minh y su pueblo abrió una narcorruta oceánica por el Pacífico y abrió las fronteras estadounidenses a la heroína, los traumatizados soldados se volvían adictos a esta droga pero también a la marihuana y, cuenta León, ya el 60 % de los efectivos militares consumía algún tipo de estupefaciente para 1965.
El investigador polaco Łukasz Kamieński, autor de Las drogas en la guerra, asevera que la Guerra de Vietnam representó para Estados Unidos “la primera guerra farmacológica real” debido:
“al acceso a múltiples drogas diferentes con las que los soldados se automedicaban como alcohol, marihuana, heroína, LSD, opio o barbitúricos, en general consumían todo lo que cayera en sus manos y Vietnam era un paraíso de las drogas”.
El efecto del narcotráfico combinado a la guerra fue tan poderoso que, como imágenes históricas, tenemos a Charlee Sheen siendo un joven soldado estadounidense que fumaba marihuana para soportar la tensión de la guerra en la película “Pelotón” (Platoon) de Oliver Stone, pero también los festivales y las movilizaciones contra esa misma guerra repletas de LSD y otras sustancias que inundaban las principales ciudades estadounidenses.
A partir de ahí, el narcotráfico se transformaría en un instrumento para las guerras ilegales y coloniales de las élites políticas en adelante, pero también en un negocio transnacional que transformaba a la propios estadounidenses en clientes-esclavos de una inmensa maquinaria de transporte, importación, distribución y venta controlada de drogas por las agencias de seguridad y espionaje de su propio gobierno, abultando en última instancia los bolsillos de los grandes banqueros.
La revolución sandinista y los movimientos guerrilleros en Centroamérica en los años 80 darían una nueva oportunidad para probar lo aprendido en Vietnam.
La Administración Reagan desplegó un plan de guerra mercenaria y de desgaste contra la naciente revolución nicaragüense a través de los Contras, un ejército mercenario financiado y entrenado por la CIA y nutrido por policías y militares removidos luego de la caída del dictador Anastacio Somoza.
La oposición del Congreso estadounidense y la ilegalidad de esta operación obligó a recurrir a canales irregulares para financiar el movimiento que debía derrocar al sandinismo. Apoyándose en los carteles del narco en Colombia y México, y a través de aviones de la CIA, se transportaba cocaína y crack que luego serían vendidas en ciudades estadounidenses; con el dinero recaudado, los Contras recibirían armas y pertrechos para prolongar la guerra contra el gobierno sandinista.
Esa misma traza del narcotráfico como factor de acumulación económica e instrumento de intervención militar se reforzaría decisivamente con la invasión a Panamá en 1989 (para, a partir de ahí, controlar la ruta caribeña) y con el respaldo a los sectarios muyahidines contra la Unión Soviética en Afganistán. El narco es el hilo común de los procesos globales que abarcan todo el hemisferio.
Políticamente, el mando de la operación contra Nicaragua estuvo a manos del vicepresidente George Bush, padre del psicópata que invadió a Irak y Afganistán entrando el nuevo milenio. Lo acompañarían en primera línea dos auténticos criminales de guerra: el coronel Oliver North y Elliott Abrams, quien hoy en día funge como intermediario entre la Casa Blanca y el Departamento de Estado en la guerra de cambio de régimen contra Venezuela.
Como resultado de esta operación en Los Angeles emergió lo que se conocería tiempo después como “la epidemia del crack”, debido a la debacle social y espiral de violencia y asesinatos, producto del narcotráfico, que cambió para siempre la ciudad. Un documental de años recientes llamado Snowfall retrata no sólo las terribles consecuencias humanas que generó la masificación del consumo de crack en Los Angeles, sino cómo la misma CIA controlaba redes de venta y distribución que iban desde Colombia, pasando por México hasta llegar a la ciudad norteamericana donde se recaudaba parte del dinero que sería enviado a los Contras.
La narrativa anticomunista de Reagan en Centroamérica le costó la vida de cientos de miles de estadounidenses que decía querer proteger de la amenaza soviética. Por cada 10 nicaragüenses inocentes asesinados por los Contras, “florecían” decenas de adictos al crack que transformarían la ciudad de Los Angeles en una escena de The Walking Dead.
Aunque avanzado los años 80 ya se hacía evidente la trama entre la CIA y el narcotráfico para financiar ilegalmente la guerra contra Nicaragua, no sería hasta 1996 que la olla se destaparía. El periodista Gary Webb publicó una serie de artículos en el periódico San Jose Mercury New de California que haría historia al desvelar las conexiones entre la CIA, el narcotráfico y la guerra contra Nicaragua.
Destapado el caso y evidenciadas las conexiones que representaron un enorme daño reputacional a los compinches de la Administración Reagan, la decisión era cargar todas las baterías contra Webb. Periodistas que antes le habían profesado su amistad en medios corporativos como The New York Times y The Washington Post pidieron su renuncia, a lo que el San Jose Mercury New accedió finalmente.
Las presiones escalaron a tal punto que Webb quedó aislado, sin trabajo y dañada su reputación (culminando en un posterior y dudoso suicidio), aunque su trabajo periodístico, años después, ha demostrado ser revelador y seguir estando vigente.
Última edición por RioLena el Sáb Abr 04, 2020 12:15 pm, editado 1 vez