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    Coronavirus y lucha de clases - publicado en marzo de 2020 en la web Nuevo Curso

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    RioLena
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    Mensaje por RioLena Lun Mar 23, 2020 7:23 pm

    Coronavirus y lucha de clases

    publicado en marzo de 2020 en la web Nuevo Curso

    fuente: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]


    En medio de movilizaciones crecientes de los trabajadores en todo el mundo para cerrar la actividad económica no esencial en todos los países afectados por la epidemia de coronavirus, los dirigentes de distintos niveles del estado se dividen, se forman facciones en los gobiernos y los gobiernos se enfrentan entre sí. Después de años vendiéndonos la «solidaridad» entre territorios y estados, la emergencia sanitaria revela que las costuras de la propia clase dirigente apenas aguantan sin rasgarse. A todas luces son incapaces de dirigir la sociedad a ningún lado que no sea una matanza. Pero ¿alguno de ellos está realmente remando en la misma dirección que los trabajadores que hacen huelga para ampliar el confinamiento cerrando los centros de trabajo? ¿Alguien de verdad está poniendo salvar vidas por delante de salvar inversiones?

    Las clases sociales hoy

    Desde hace un siglo el capital nacional y la burguesía desarrollaron su centralización como nunca antes, apoyándose en el estado hasta fundirse con él en distintos grados y formas según el contexto imperialista y la fortaleza de cada capital nacional. El resultado es la forma de organización contemporánea de la burguesía y el capital: el capitalismo de estado. La vigencia del capitalismo de estado en todos los países -desde Corea del Norte y China hasta EEUU y Gran Bretaña- no significa que la burguesía haya pasado, ni mucho menos, a ser monolítica, ni que sus contradicciones internas hayan sido superadas. El estado contiene pero no «arregla», igual que las organizaciones supra-estatales como la UE, enmarcan y contienen, pero no eliminan y muchas veces ni siquiera mitigan las contradicciones entre los capitales nacionales. Lo que vemos hoy es un primer indicio de cómo la crisis sanitaria del coronavirus y su carácter de acelerante de la crisis económica que arrastra el capitalismo global, están manifestando esas contradicciones de intereses entre distintos grupos y facciones de la clase dominante dentro de cada estado y entre ellos.

    A eso habría que añadir las contradicciones entre los intereses del capital como un todo y la pequeña burguesía. El capitalismo de estado la burguesía ya no se limita al pequeño comerciante, el empresario y el catedrático. En las gigantescas estructuras empresariales y estatales prospera una pequeña burguesía corporativa y burocrática asalariada. Cobran un salario pero su tarea consiste en organizar el trabajo de equipos y grupos de trabajadores. Su salario, normalmente ampliado por «bonus» y «opciones» es en realidad una participación en beneficios y su posición la del dueño y gestor de un taller que ha sido absorbido en el proceso irrefrenable de concentración de capitales.

    Y por encima de todo, la contradicción principal del capitalismo: los trabajadores y su lucha por intereses universales frente a las necesidades cada vez más anti-humanas y anti-históricas del capital.

    Los trabajadores y el coronavirus

    El trabajador que ve que el foco de contagio es el polígono al que va todos los días a trabajar, teme inmediatamente por su familia y la de sus compañeros. A todos resulta obvio que no hay otra manera de parar la matanza que cerrar la empresa hasta que la propagación se detenga. El interés de los trabajadores es fácilmente comprensible porque refleja la necesidad más básica y universal: defender la vida. Y eso pasa por cerrar el aparato productivo, extender el confinamiento y mantener la producción esencial para que no falten alimentos ni abastecimientos básicos a todos y cada uno durante la epidemia. ¿Lo más significativo? Es igual desde Italia hasta India.

    La pequeña burguesía empresarial

    En el momento histórico actual del capitalismo esas medidas, tan básicas y evidentes, son inmediatamente percibidas por los capitales individuales como un peligro a su subsistencia. Y a sus dueños resulta clara la elección cuando se trata de elegir entre ver como se consume su capital y arriesgarse a que mueran o queden con secuelas casi un tercio de «sus» trabajadores o sus familiares. Para el capitalista individual, dueño o inversor de su capital personal en una PYME típica de menos de quinientos trabajadores, la lucha de sus trabajadores por cerrar durante la epidemia es directamente «anticapitalista», pues pone en peligro la supervivencia del capital «que crea empleo y riqueza en el pueblo».

    Por supuesto también hay sectores de la pequeña burguesía que, bajo una situación general de confinamiento prefieren cerrar porque se quedan sin mercado. Hemos visto a estos sectores en todos lados. Lo interesante es ver como gobiernos como el alemán o el francés acusan entonces a los pequeños empresarios de «vagos» y «derrotistas».

    La pequeña burguesía y los niveles inferiores del estado

    Pero lo que es verdad para el pequeño industrial exportador, no es necesariamente verdad para toda la pequeña burguesía como clase. El pequeñoburgués corporativo y el pequeño burócrata estatal han descubierto las delicias del teletrabajo. Ni siquiera repara en que el principal foco de contagio está en los centros de trabajo. Él, centro y razón del universo, se ha convertido en héroe por no ir a la oficina, canta el himno a las nueve para celebrar haber sobrevivido un día más sin haber podido aparcar a los niños en la escuela y cree seriamente que la causa de la propagación son todos esos que salen a pasear sin razón justificada.

    Los niveles inferiores del estado, sin embargo, los «responsables locales», aun siendo parte de la misma clase social no pueden permitirse la visión del mundo de la propaganda oficial. En Italia fueron los alcaldes de las zonas más afectadas los primeros en pedir el cierre de las fábricas al gobierno central. Su objetivo no es mantener un negocio, sino los negocios como un todo, para lo que es conveniente evitar los conflictos sociales en la medida de lo posible. No es bueno para la capacidad futura de absorción de capitales de la ciudad que las fábricas se levanten una a una con los trabajadores organizándose además, en la mayoría de los casos, a través de huelgas «salvajes», es decir, al margen de los sindicatos, ese otro aparato estatal en primera línea de fuego.

    Los niveles medios del estado

    En España caciques regionales, los llamados «barones» que dirigen las administraciones autonómicas, tanto del PP como en el PSOE fueron los primeros que pidieron al gobierno que cesara la actividad económica no esencial. Pero hay trampa. No es lo mismo el presidente vasco que el murciano. El vasco dirige una región industrial y de parar la actividad no esencial cerraría las principales empresas de la región, las más capitalizadas y globalizadas. Por eso ha intentado ayudar a los industriales a resistir la oleada de huelgas en Álava y Vizcaya. El murciano en cambio protege a una industria que concentra el capital en el transporte, la agroindustria y la producción agraria, todas industrias esenciales. El cierre no perjudicaría a la capacidad regional para atraer capitales, si acaso, la aumentaría.

    La burguesía y el aparato político del estado

    En general, el aparato político del estado y con él el gobierno, representan el interés nacional, es decir, el interés del capital nacional. De los gobiernos se espera que ayuden a la acumulación evitando en la medida de lo posible cualquier sobresalto para los grandes capitales nacionales. Es decir, que ponga por delante la sostenibilidad de los grandes grupos de capital y los monopolios nacionales y que haga lo posible por convertir el país en atractivo para los capitales globales.

    Este es el programa común, pero por supuesto hay matices y diferencias. La burguesía de estado actual es el resultado de una larga sedimentación de capas poseedoras. En países como Alemania o España eso incluye desde las clases dominantes latifundistas, que siguen considerando a la burguesía clásica como beneficiarios de una concesión real, hasta sectores de la pequeña burguesía devenidos alta burocracia «tecnocrática». A los orígenes hay que añadir el lugar ocupado en el estado: desde el aparato político al corazón judicial y los cuerpos represivos, cada uno con sus intereses particulares.

    En este caso, el objetivo de la burguesía como un todo es que el capital nacional se devalúe lo menos posible y a ser posible menos que el de sus rivales. Las bajas en principio, o se consideran una triste fatalidad, como en Gran Bretaña, o se evita un recuento exhaustivo como parece ser el caso en Alemania. Objetivo primario, como hemos visto en medio mundo: que todo siga igual en los centros de trabajo y en el consumo… a pesar de los miles de muertos. Con mantener la «serenidad» y lanzar «expertos» con el mensajes de que «la gripe común mata a mucha gente, incluso a más», todo resuelto.

    Resultado inevitable: se decreta el confinamiento demasiado tarde, se produce una multiplicación de contagios, se sufre una escalada en las cifras de pacientes graves, se llega a la saturación del sistema de atención,… y solo como último recurso y si hay peligro de una extensión de las huelgas… el confinamiento se amplía al cierre de los centros de trabajo, única manera de hacerlo realmente efectivo… y aun así, en Italia por ejemplo, con vuelta atrás a base de considerar como esencial hasta las peluquerías.

    Pero hablando del gobierno italiano y el español actuales, hay que tener en cuenta más consideraciones. Durante los últimos años de la recesión abierta en 2008 y sobre todo a partir de los primeros síntomas de «recuperación» en la acumulación, la pequeña burguesía, cada vez más asfixiada, exigió una parte de la transferencia de rentas del trabajo que el capital estaba absorbiendo para recuperarse. El resultado ha sido una verdadera revuelta global de la pequeña burguesía. Vimos entonces el auge de los nacionalismos europeos (Córcega, Irlanda, Escocia…), la revuelta de los «chalecos amarillos», las movilizaciones del taxi, las protestas de agricultores… y no solo en Europa: las revueltas pequeñoburguesas, «populares», se prodigaron en América, Asia y Africa.

    El gobierno de Conte y el de Sánchez son intentos de respuesta y encaje en el estado de las expresiones italiana y española de esos movimientos. En el caso español, el sanchismo ensaya un nuevo «pacto social» entre el capital nacional y la pequeña burguesía vestido de izquierda, es decir, impulsar un ataque contra las condiciones básicas de vida, trabajo y jubilación bajo el discurso de la «justicia social». La fragilidad del invento se plasma en la heterogeneidad del gobierno y va más allá de la divisoria dentro del gabinete entre miembros del PSOE, de Podemos, de IU e «independientes».

    Es esa heterogeneidad la que desvela la crisis del coronavirus. La prensa informaba hoy, por ejemplo, de que el gobierno español se dividía entre los que quieren mantener a toda costa las empresas abiertas, como la ministra Calviño, antigua Directora general de Presupuestos de la Comisión Europea, y los que ahora ya ven necesaria una restricción de la producción no esencial. Estos últimos son una predecible coalición de tecnócratas como Escrivá, representantes de la revuelta pequeñoburguesa como Iglesias y aparato del PSOE muy ligado al poder local como Abalos y Mate.

    Pero como hemos visto, si sus posiciones sobre el cierre coinciden con las de los trabajadores, es por motivos tan diferentes que hacen evidente el antagonismo de los intereses que las motivan. De hecho, que en el gobierno de Sánchez o Conte «quepan» posiciones favorables al cierre de los centros de trabajo es una baza estratégica. Si el protagonismo de la presión por el cierre deja de estar en las huelgas y pasa a estar en una facción del ejecutivo, no solo podrá modularse lo que es «servicio esencial» como en Murcia o Italia hasta hacer perder todo sentido al concepto, sino que la fuerza ganada durante las luchas quedaría en nada, entregada a una parte de la misma clase que ya discute como repartir la carga de resucitar al capital nacional entre los trabajadores de cada país «cuando todo acabe».



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