Economía de la sociedad colonial (ensayo de historia comparada de América Latina)
Sergio Bagú – año 1949
174 páginas de formato pdf de excelente calidad
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“En la comunidad agraria indígena, cada individuo, hombre o mujer, cumple una misión económicamente útil y quienes no pueden hacerlo así por razones naturales —vejez o niñez, enfermedad u otra imposibilidad eventual— son auxiliados con el trabajo de los otros comuneros. La desocupación es imposible dentro de su reducido ámbito.
En el imperio incaico la división del trabajo se ha agudizado con la introducción del sistema de castas. Los incas, los miembros de la casta aristocrática y de la administración imperial, los sacerdotes e intelectuales son alimentados y vestidos con el esfuerzo de los súbditos. Pero todos ellos cumplen una tarea dentro del imperio.
Respetado el ayllu por el imperio y cuidadosamente planificada por éste toda la producción del Estado, no se produce ningún proceso de despojo en masa de instrumentos de trabajo, ni son expulsadas las comunidades rurales, de sus tierras, ni es modelada, la producción nacional para satisfacer exigencias extranacionales (…)
El Incario da ocupación útil a todos. Es así, la única vasta organización política en la historia del continente americano hasta nuestros días en la cual resultan desconocidos esos dos graves males paralelos: la desocupación y el hambre.
Comunidades agrarias primitivas, en las que la propiedad del suelo es común y pueden serlo también los instrumentos de labor y el ganado, han existido en todos los continentes. En la mayoría de los casos desaparecieron, mortalmente heridas por la división del trabajo, el comercio y la formación de clases sociales, sin dejar más estela que la de un prestigio casi mitológico. Pero hay regiones donde los investigadores las han descubierto, vírgenes al parecer, en el siglo 19 y aún en nuestros días.
Más original acento que el de esas comunidades y, sin duda, mucho más audaz en su concepción, es el sistema económico del Incario. Sin destruir el ayllu y sobre bases productivas bien exiguas, los incas levantaron un armonioso edificio en el cual pusieron de manifiesto la más sorprendente sabiduría económica. Ninguna otra sociedad en el continente americano, hasta nuestros días, ha alcanzado tal grado de dominio sobre todo el proceso de la producción ni ha llegado a planificar en tal magnitud (…)
No fue feudalismo lo que apareció en América en el período que estudiamos, sino capitalismo colonial. No hubo servidumbre en vasta escala, sino esclavitud con múltiples matices, oculta a menudo bajo complejas y engañosas formulaciones jurídicas.
Iberoamérica nace para integrar el ciclo del capitalismo naciente, no para prolongar el agónico ciclo feudal. América enriqueció a algunos grupos sociales de ambas metrópolis ibéricas, pero no salvó a éstas de la decadencia. No constituyó tampoco la causa que la ocasionó.
Enquistado el mecanismo de la producción en un molde anacrónico en ambas metrópolis, las enormes riquezas coloniales no pudieron ser asimiladas por aquellas y se filtraron a través de la península para ir a desembocar, en última instancia, en los países cuyas estructuras económicas nacionales más modernas —no su genio innato, ni su raza— las absorbieron con avidez y alto provecho.
Robustecido, el enemigo europeo —Gran Bretaña, en primer término— ganó la batalla imperial, librada en todos los mares y bajo todos los soles, porque usó en ella armas económicas más eficaces y modernas. La historia económica de las colonias americanas fue quedando progresivamente más vinculada —y más sometida— a la acción de ese enemigo triunfante.
Importancia harto modesta tuvieron en la historia colonial de nuestra América los factores raciales. Ninguna teoría que les tome como punto de partida, ni que venga teñida con preocupaciones de esa índole alcanzará a ofrecernos explicaciones satisfactorias de la conducta luso-hispana en el nuevo continente, ni de los fenómenos de nuestra propia historia colonial.
Malas fueron las condiciones de labor y de vida del trabajador colonial. Bajos, el índice de productividad y la calidad de la mano de obra. Injusta, la organización social. Ausente de sentido ético, el régimen de trabajo y de distribución de los bienes. Pero no fueron España y Portugal las inventoras de tantos males. Esas son características inalterables de los regímenes coloniales dondequiera que aparezcan y prosperen. La más sabia disciplina del trabajo, la más inteligente organización, el más elevado sentido ético y social del esfuerzo individual son, en ese vasto período que hemos estudiado, los que se encuentran en las sociedades indígenas precolombinas más avanzadas.
A organizar y fiscalizar el proceso de la producción como un todo, sólo los Incas llegaron.“
Sergio Bagú – año 1949
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“En la comunidad agraria indígena, cada individuo, hombre o mujer, cumple una misión económicamente útil y quienes no pueden hacerlo así por razones naturales —vejez o niñez, enfermedad u otra imposibilidad eventual— son auxiliados con el trabajo de los otros comuneros. La desocupación es imposible dentro de su reducido ámbito.
En el imperio incaico la división del trabajo se ha agudizado con la introducción del sistema de castas. Los incas, los miembros de la casta aristocrática y de la administración imperial, los sacerdotes e intelectuales son alimentados y vestidos con el esfuerzo de los súbditos. Pero todos ellos cumplen una tarea dentro del imperio.
Respetado el ayllu por el imperio y cuidadosamente planificada por éste toda la producción del Estado, no se produce ningún proceso de despojo en masa de instrumentos de trabajo, ni son expulsadas las comunidades rurales, de sus tierras, ni es modelada, la producción nacional para satisfacer exigencias extranacionales (…)
El Incario da ocupación útil a todos. Es así, la única vasta organización política en la historia del continente americano hasta nuestros días en la cual resultan desconocidos esos dos graves males paralelos: la desocupación y el hambre.
Comunidades agrarias primitivas, en las que la propiedad del suelo es común y pueden serlo también los instrumentos de labor y el ganado, han existido en todos los continentes. En la mayoría de los casos desaparecieron, mortalmente heridas por la división del trabajo, el comercio y la formación de clases sociales, sin dejar más estela que la de un prestigio casi mitológico. Pero hay regiones donde los investigadores las han descubierto, vírgenes al parecer, en el siglo 19 y aún en nuestros días.
Más original acento que el de esas comunidades y, sin duda, mucho más audaz en su concepción, es el sistema económico del Incario. Sin destruir el ayllu y sobre bases productivas bien exiguas, los incas levantaron un armonioso edificio en el cual pusieron de manifiesto la más sorprendente sabiduría económica. Ninguna otra sociedad en el continente americano, hasta nuestros días, ha alcanzado tal grado de dominio sobre todo el proceso de la producción ni ha llegado a planificar en tal magnitud (…)
No fue feudalismo lo que apareció en América en el período que estudiamos, sino capitalismo colonial. No hubo servidumbre en vasta escala, sino esclavitud con múltiples matices, oculta a menudo bajo complejas y engañosas formulaciones jurídicas.
Iberoamérica nace para integrar el ciclo del capitalismo naciente, no para prolongar el agónico ciclo feudal. América enriqueció a algunos grupos sociales de ambas metrópolis ibéricas, pero no salvó a éstas de la decadencia. No constituyó tampoco la causa que la ocasionó.
Enquistado el mecanismo de la producción en un molde anacrónico en ambas metrópolis, las enormes riquezas coloniales no pudieron ser asimiladas por aquellas y se filtraron a través de la península para ir a desembocar, en última instancia, en los países cuyas estructuras económicas nacionales más modernas —no su genio innato, ni su raza— las absorbieron con avidez y alto provecho.
Robustecido, el enemigo europeo —Gran Bretaña, en primer término— ganó la batalla imperial, librada en todos los mares y bajo todos los soles, porque usó en ella armas económicas más eficaces y modernas. La historia económica de las colonias americanas fue quedando progresivamente más vinculada —y más sometida— a la acción de ese enemigo triunfante.
Importancia harto modesta tuvieron en la historia colonial de nuestra América los factores raciales. Ninguna teoría que les tome como punto de partida, ni que venga teñida con preocupaciones de esa índole alcanzará a ofrecernos explicaciones satisfactorias de la conducta luso-hispana en el nuevo continente, ni de los fenómenos de nuestra propia historia colonial.
Malas fueron las condiciones de labor y de vida del trabajador colonial. Bajos, el índice de productividad y la calidad de la mano de obra. Injusta, la organización social. Ausente de sentido ético, el régimen de trabajo y de distribución de los bienes. Pero no fueron España y Portugal las inventoras de tantos males. Esas son características inalterables de los regímenes coloniales dondequiera que aparezcan y prosperen. La más sabia disciplina del trabajo, la más inteligente organización, el más elevado sentido ético y social del esfuerzo individual son, en ese vasto período que hemos estudiado, los que se encuentran en las sociedades indígenas precolombinas más avanzadas.
A organizar y fiscalizar el proceso de la producción como un todo, sólo los Incas llegaron.“