Anticlericalismo socialista y Anticlericalismo burgués
Rosa Luxemburgo
publicado en Le Mouvement Socialiste de 1º de Enero de 1903
Los socialistas están precisamente obligados a combatir a la Iglesia, potencia antirrepublicana y reaccionaria, no para participar en el anticlericalismo burgués, sino para desembarazarse de él. La incesante guerrilla sostenida desde decenas de años contra la clericalla es, para los republicanos burgueses franceses, uno de los medios más eficaces para desviar la atención de las clases trabajadoras de las cuestiones sociales y para emascular la lucha de clases. El anticlericalismo es, además, la única razón de ser que le queda al partido radical; la evolución de estos últimos treinta años, el auge cobrado por el socialismo han hecho inútil todo su antiguo programa.
Para los partidos burgueses, la lucha contra la Iglesia no es por consiguiente un medio, sino un fin en sí; se la sostiene (a esa lucha contra la Iglesia, Nota del T) de manera que no alcance jamás la meta; se pretende eternizarla y hacer de ella una institución permanente.
Lo que hemos expuesto demuestra que los socialistas no pueden contentarse con seguir a los anticlericales burgueses; son estos, los anticlericales, sus adversarios y para desenmascararlos deberán combatir contra la Iglesia.
La acción anticlerical del socialismo y de la burguesía difiere, no solamente en su amplitud, en la decisión mayor de su programa, sino en el punto de partida, que es opuesto. La campaña, voluntariamente estéril, sin ánimos, que los republicanos burgueses llevan a cabo desde hace treinta años contra la Iglesia, reviste un carácter particular. Se obstinan en dividir artificialmente en dos cuestiones diferentes un problema que, políticamente, es uno e indivisible; separan el clero secular del clero regular y dirigen golpes ridículamente impotentes a las congregaciones que son mucho más difíciles de alcanzar, mientras que el nudo de la cuestión está en la unión de la Iglesia con el Estado. En vez de cortar esos lazos de un solo golpe por la supresión del presupuesto de cultos y de todas las funciones administrativas reservadas al clero; en vez de atacar en su fuente la existencia de las órdenes religiosas, se persigue eternamente a las congregaciones no autorizadas. En lugar de separar la Iglesia del Estado, buscan por el contrario atar aún más las órdenes al Estado. Mientras fingen quitar la enseñanza a las congregaciones tratan de restar a sus tentativas toda eficacia política sosteniendo, protegiendo a la Iglesia como institución del Estado. La actitud del gabinete Waldeck-Rousseau es particularmente típica.
De igual manera, es totalmente falso presentar estas lastimosas medidas anticlericales de los ministerios radicales y de la mayoría parlamentaria como el principio de mayores reformas, como una solución parcial del problema. Todo lo contrario, esta lucha estéril contra las congregaciones acaba por desviar el ataque del punto verdaderamente vulnerable y por cubrir la principal posición de los clericales. Por ello, la Iglesia mantiene cuidadosamente la creencia en la ficción favorita de los republicanos burgueses: el antagonismo político entre el clero regular y el clero secular; ella lo manifiesta mediante aparentes hostilidades.
El anticlericalismo burgués conduce, por tanto, a consolidar el poder de la Iglesia, igual que el antimilitarismo burgués, tal como aparece en el asunto Dreyfus, no atacó sino los fenómenos naturales del militarismo, la corrupción del Estado Mayor, no consiguiendo sino depurar y consolidar la institución en sí.
El primer deber del socialismo es evidentemente desenmascarar constantemente esta política. Para conseguirlo es suficiente oponer en toda su integridad su política religiosa al programa intencionalmente parcelado de los republicanos burgueses. Pero si los socialistas tuvieran que tomar parte, seriamente, sin pronunciar una palabra de crítica, en los lastimosos simulacros de combate de los parlamentarios radicales, si no proclamasen en toda ocasión que los "burgueses" come-curas son ante todo los enemigos del proletariado, se alcanzaría la finalidad propia del anticlericalismo republicano: la lucha de clases quedaría corrompida. No solamente el combate contra la reacción clerical quedaría sin esperanza, sino el peligro que, para la república y para el socialismo, resulta del acoplamiento de la acción proletaria y de la acción burguesa sería innegablemente mayor que los inconvenientes que se pueden temer de los medios reaccionarios de la Iglesia.
De esta manera y según nuestro punto de vista, la solución a la que debe tender el socialismo en Francia, es no adoptar ni la táctica de la democracia socialista alemana ni la de los radicales franceses, le es necesario hacer frente a la par contra la reacción de la Iglesia antirrepublicana y contra la hipocresía del anticlericalismo burgués.
Rosa Luxemburgo
publicado en Le Mouvement Socialiste de 1º de Enero de 1903
Los socialistas están precisamente obligados a combatir a la Iglesia, potencia antirrepublicana y reaccionaria, no para participar en el anticlericalismo burgués, sino para desembarazarse de él. La incesante guerrilla sostenida desde decenas de años contra la clericalla es, para los republicanos burgueses franceses, uno de los medios más eficaces para desviar la atención de las clases trabajadoras de las cuestiones sociales y para emascular la lucha de clases. El anticlericalismo es, además, la única razón de ser que le queda al partido radical; la evolución de estos últimos treinta años, el auge cobrado por el socialismo han hecho inútil todo su antiguo programa.
Para los partidos burgueses, la lucha contra la Iglesia no es por consiguiente un medio, sino un fin en sí; se la sostiene (a esa lucha contra la Iglesia, Nota del T) de manera que no alcance jamás la meta; se pretende eternizarla y hacer de ella una institución permanente.
Lo que hemos expuesto demuestra que los socialistas no pueden contentarse con seguir a los anticlericales burgueses; son estos, los anticlericales, sus adversarios y para desenmascararlos deberán combatir contra la Iglesia.
La acción anticlerical del socialismo y de la burguesía difiere, no solamente en su amplitud, en la decisión mayor de su programa, sino en el punto de partida, que es opuesto. La campaña, voluntariamente estéril, sin ánimos, que los republicanos burgueses llevan a cabo desde hace treinta años contra la Iglesia, reviste un carácter particular. Se obstinan en dividir artificialmente en dos cuestiones diferentes un problema que, políticamente, es uno e indivisible; separan el clero secular del clero regular y dirigen golpes ridículamente impotentes a las congregaciones que son mucho más difíciles de alcanzar, mientras que el nudo de la cuestión está en la unión de la Iglesia con el Estado. En vez de cortar esos lazos de un solo golpe por la supresión del presupuesto de cultos y de todas las funciones administrativas reservadas al clero; en vez de atacar en su fuente la existencia de las órdenes religiosas, se persigue eternamente a las congregaciones no autorizadas. En lugar de separar la Iglesia del Estado, buscan por el contrario atar aún más las órdenes al Estado. Mientras fingen quitar la enseñanza a las congregaciones tratan de restar a sus tentativas toda eficacia política sosteniendo, protegiendo a la Iglesia como institución del Estado. La actitud del gabinete Waldeck-Rousseau es particularmente típica.
De igual manera, es totalmente falso presentar estas lastimosas medidas anticlericales de los ministerios radicales y de la mayoría parlamentaria como el principio de mayores reformas, como una solución parcial del problema. Todo lo contrario, esta lucha estéril contra las congregaciones acaba por desviar el ataque del punto verdaderamente vulnerable y por cubrir la principal posición de los clericales. Por ello, la Iglesia mantiene cuidadosamente la creencia en la ficción favorita de los republicanos burgueses: el antagonismo político entre el clero regular y el clero secular; ella lo manifiesta mediante aparentes hostilidades.
El anticlericalismo burgués conduce, por tanto, a consolidar el poder de la Iglesia, igual que el antimilitarismo burgués, tal como aparece en el asunto Dreyfus, no atacó sino los fenómenos naturales del militarismo, la corrupción del Estado Mayor, no consiguiendo sino depurar y consolidar la institución en sí.
El primer deber del socialismo es evidentemente desenmascarar constantemente esta política. Para conseguirlo es suficiente oponer en toda su integridad su política religiosa al programa intencionalmente parcelado de los republicanos burgueses. Pero si los socialistas tuvieran que tomar parte, seriamente, sin pronunciar una palabra de crítica, en los lastimosos simulacros de combate de los parlamentarios radicales, si no proclamasen en toda ocasión que los "burgueses" come-curas son ante todo los enemigos del proletariado, se alcanzaría la finalidad propia del anticlericalismo republicano: la lucha de clases quedaría corrompida. No solamente el combate contra la reacción clerical quedaría sin esperanza, sino el peligro que, para la república y para el socialismo, resulta del acoplamiento de la acción proletaria y de la acción burguesa sería innegablemente mayor que los inconvenientes que se pueden temer de los medios reaccionarios de la Iglesia.
De esta manera y según nuestro punto de vista, la solución a la que debe tender el socialismo en Francia, es no adoptar ni la táctica de la democracia socialista alemana ni la de los radicales franceses, le es necesario hacer frente a la par contra la reacción de la Iglesia antirrepublicana y contra la hipocresía del anticlericalismo burgués.