La dictadura del proletariado, de Marx a Lenin
Wilder Pérez Varona
Ponencia presentada en el taller «Lenin en 1917. De las Tesis de abril a El Estado y la Revolución», realizado en el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello entre los días 20 y 21 de abril de 2016
fuente: La Tizza, octubre de 2019
en el Foro: en 3 mensajes
I
En 1924, muerto Lenin, durante unas conferencias que pasarían a integrar sus Cuestiones del leninismo, Stalin afirmaba: «El leninismo es el marxismo de la época del imperialismo y de la revolución proletaria. O más exactamente: el leninismo es la teoría y la táctica de la revolución proletaria en general, la teoría y la táctica de la dictadura del proletariado en particular».[1]
Esta fórmula, devenida canónica, pasaba por alto el hecho de que Lenin no ofreció teoría acabada alguna del socialismo y de la revolución del proletariado. Tampoco se trata, por oposición, de presentar la obra del líder de los bolcheviques como un agregado de respuestas empíricas a la urgencia de situaciones históricas peculiares. Más bien, hay que reconocer que es su análisis concreto del proceso revolucionario el que permite a Lenin extraer, paso a paso, la repercusión general de los problemas que afronta. La teoría leninista de la dictadura del proletariado no es un sistema de respuestas dogmáticas ni un cúmulo de enunciados empíricos, sino un conjunto de cuestiones planteadas a una realidad contradictoria, que persigue sustraerse al utopismo y al oportunismo bajo todas sus formas.
Puede decirse que la significación y uso del concepto de «dictadura del proletariado» resume los problemas que enfrenta el marxismo como teoría política. Para muchos, el ciclo que describiera de modo sucesivo la formación de dicho concepto, su formalización en la doctrina «marxista» de los partidos obreros, su institucionalización en la Rusia soviética y en el movimiento comunista de la III Internacional y, finalmente, su descomposición en la crisis del «sistema socialista» y de los partidos comunistas, se haya definitivamente cerrado.[2]
Como suele suceder, todo intento de definición de un concepto debe lidiar con la historia de sus contradicciones práctico-teóricas.
A fin de remitirnos al acontecimiento que aquí nos ocupa –el de la Revolución Bolchevique–, vamos a distinguir tres momentos sucesivos, a los cuales corresponden ciertas variaciones en la noción de dictadura del proletariado. Sin embargo, hay que advertir que tales distinciones solo valen como tendencias. Un sentido y un uso nuevos se introducen por referencia a los precedentes, a veces bajo la forma de fidelidad literal a su sentido inicial, como «desarrollo» de o «retorno» a la doctrina clásica. Por otro lado, cada innovación es, a un tiempo, respuesta a una práctica históricamente imprevista, y desarrollo de contradicciones ya latentes dentro de momentos anteriores.
De entrada, la noción de dictadura del proletariado supone una paradoja. Ella reside en la rareza y discontinuidad de su aparición en los textos de Marx y Engels, pese al problema crucial que designa: el de la transición revolucionaria. Aun considerando los textos de la correspondencia, borradores y documentos internos al «partido» (como la Crítica del programa de Gotha), el término solo es empleado una decena de veces. Donde único es utilizado reiteradamente es en los artículos contenidos en Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850.[3]
La significación atribuida por los clásicos a la dictadura del proletariado se halla vinculada a su concepción del Estado moderno, del Estado burgués. Con independencia de sus formas históricas, aquel es concebido como una dictadura de la burguesía, dentro del marco de una crítica a todo Estado en tanto institución u organización de una «dictadura de clase» particular, de una dictadura de la clase dominante. De este modo, la función del término «dictadura» resulta decisiva.
Las formulaciones de Marx y Engels pueden ser agrupadas históricamente en dos conjuntos, separados por un largo eclipse.[4]
La primera acepción aparece durante el breve periodo que transcurre desde las revoluciones de 1848 hasta la disolución de la Liga de los Comunistas en 1852. En este caso, por dictadura del proletariado se entiende una estrategia necesaria del proletariado en la coyuntura de crisis revolucionaria. Los análisis de Marx presuponen tres tesis esenciales:
a) El antagonismo característico de la sociedad burguesa conduce ineluctablemente a una crisis abierta, de carácter mundial, a una «guerra civil» latente dentro de la sociedad burguesa, que no puede continuar ni ser diferida.
b) Las condiciones de la revolución proletaria no se hallan igualmente maduras para todos los países. La asunción de este desarrollo desigual es expresada por Marx en la estrategia de la «revolución permanente», que le permite dar cuenta del modo en que se articulan la revolución burguesa aún inacabada y la revolución proletaria ya inevitable.[5]
c) La relación entre revolución y contrarrevolución prohíbe prácticamente las evoluciones pacíficas como los compromisos en una etapa intermedia. Si la opción entre progresión y regresión es ineludible, lo cierto es que, en ambos casos, se trata de relaciones de fuerza históricamente inestables.
De este modo, en un primer momento la dictadura del proletariado aparece como el conjunto de medios políticos transitorios que el proletariado debe poner en práctica para alcanzar la victoria dentro de la crisis revolucionaria y, por tanto, su resolución. Vinculada a una situación de excepción, posee una función eminentemente práctica, al determinar un dilema estratégico en que los términos ya son puestos por la historia «con la necesidad de procesos naturales», resultando de su propia tendencia necesaria.
Así lo expresa en el célebre pasaje de la carta a Weydemeyer del 5 de marzo de 1852: «Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: (…) 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases».[6]
Marx no identifica directamente la dominación de clase con sus expresiones políticas, sino que concibe todo Estado como institución de una dictadura de clase particular, con independencia de la forma política asumida. En la coyuntura revolucionaria, la lógica de los extremos se impone a ambas clases antagonistas: o bien «dictadura de la burguesía», o bien «dictadura del proletariado». Un tercer término queda excluido.
En este sentido, lo que se presenta como problema estratégico decisivo es la inversión de las alianzas de clases. Al repasar las condiciones del fracaso de la revolución en Francia, Marx evoca el «solo fúnebre» de una clase proletaria a la que se oponía la masa de campesinos parcelarios. El contenido esencial de la dictadura del proletariado, desde este punto de vista, es la búsqueda de medios para reemplazar, respecto a los campesinos, la «dictadura de sus explotadores» por la «dictadura de sus aliados».[7]
Ya a inicios de los años cincuenta, la evidencia de una nueva fase de expansión del mercado capitalista mundial convence a Marx de la imposibilidad de la revolución proletaria en tales condiciones. El modelo de la «revolución permanente» se ve corregido hacia una mayor consideración de las condiciones económicas objetivas de las crisis revolucionarias, así como del desarrollo histórico del propio proletariado.[8] Pese a la inmadurez de las condiciones revolucionarias en 1848, lo cierto es que, en el tiempo en que se gestan, la proletarización progresa de la mano de la revolución industrial, lo cual tiende a mitigar los efectos del desarrollo desigual, al menos al interior del continente europeo. Parecía entonces que un análisis de la estructura y dinámica propias del desarrollo capitalista podía ser presentado como de universal validez.
II
La dictadura del proletariado reaparece bajo un nuevo sentido en los años 1871–1872, tras veinte años de eclipse. La segunda serie de formulaciones de Marx y Engels son motivadas por la experiencia insólita de la Comuna de París, a la que han de referirse desde entonces de manera directa o indirecta.
En este segundo momento, la dictadura del proletariado no es ya destinada a pensar un modelo de estrategia revolucionaria, sino una forma política original, específicamente «proletaria». Su función asume un carácter universal, a emplear en toda situación, al referir las relaciones de fuerza entre revolución y contrarrevolución, entre proletariado y burguesía, con independencia de las condiciones, sean «violentas» o «pacíficas», por vía insurreccional o electoral, pues el contenido de dicha función es, por un lado, la conquista del poder estatal, y, por otro, organizar al proletariado — y más generalmente a los trabajadores — en clase dominante. «Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista se sitúa el periodo de la transformación revolucionaria de la una en la otra. A este le corresponde un periodo político de transición cuyo Estado no puede ser sino la dictadura revolucionaria del proletariado».[9]
Marx y Engels se refieren directamente a las características institucionales y a las medidas revolucionaria tomadas por la Comuna para definir el contenido de la dictadura del proletariado. Cuatro aspectos aparecen articulados entre sí:
a) el «pueblo armado» (o ejército popular), condición y garantía de todas las otras medidas, que hacen pasar a manos del proletariado los «elementos del poder material», el poder del Estado.
b) «La Comuna no había de ser más un organismo parlamentario, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo».[10] Ello significó el tránsito de los mecanismos representativos hacia una democracia directa, la forma de crear un poder indivisible directamente ejercido por el pueblo trabajador. Lo esencial acá no es tanto el principio «constitucional» como la condición que de hecho lo sustenta: la existencia de las organizaciones de masa de la clase proletaria.
c) El desmantelamiento de la maquinaria represiva del Estado: supresión de las funciones políticas de la policía y creación de una forma general de subordinación directa (con revocabilidad inmediata) de los magistrados y funcionarios electos, reemplazados al nivel de la asamblea del pueblo (incluyendo para ellos «salarios obreros»). Se perseguía así abolir toda «investidura jerárquica» y hacer del personal especializado del aparato de Estado un conjunto de «servidores responsables» de la sociedad, tomados de su seno y no situados «por encima de la nación misma».[11] De este modo se tendía a crear un poder político que, por primera vez en la historia, tenía como condición la destrucción del poder del Estado, la lucha contra su misma existencia.
d) La organización de la producción nacional (en polémica con los anarquistas) conforme a las exigencias creadas por el desarrollo del capitalismo. Por una parte, planificar y centralizar las «funciones generales» de la sociedad; por otra, fundar la unidad nacional sobre la «dirección espiritual» de los obreros de las ciudades.[12]
Cuando Marx argumenta la necesidad histórica de la dictadura del proletariado se refiere al proceso que conduce, desde el interior de la actual lucha de clases, hacia la sociedad sin clases, hacia el comunismo. La sociedad sin clases es el objetivo real que caracteriza a la política proletaria, la función histórica de la dictadura del proletariado. Claro que las breves experiencias de las revoluciones de 1848 y de la Comuna de París (cuya tendencia supieron descubrir y analizar) no permitieron a Marx y a Engels concebir de modo más individualizado los problemas a que conlleva.
No obstante, la originalidad del nuevo concepto reside en establecer, a la vez, que esta función requiere una forma política específica, y definir esta forma no de modo jurídico-constitucional, sino dialéctico, por su propia capacidad interna de autotransformación:
…una forma política perfectamente flexible, a diferencia de las formas anteriores de gobierno, que habían sido todas fundamentalmente represivas. He aquí su verdadero secreto: la Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta que permitía realizar la emancipación económica del trabajo.[13]
Este es el punto en que se levantan las dificultades teóricas promovidas por el concepto de Marx, devenido principio intangible para la «ortodoxia» de la II y III Internacionales. Las variantes ideológicas del marxismo de la socialdemocracia (de Kautsky al austromarxismo, pasando por Bernstein y por el «consejismo» alemán, holandés e italiano) son así interpretaciones divergentes del concepto de «gobierno de los productores».
Wilder Pérez Varona
Ponencia presentada en el taller «Lenin en 1917. De las Tesis de abril a El Estado y la Revolución», realizado en el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello entre los días 20 y 21 de abril de 2016
fuente: La Tizza, octubre de 2019
en el Foro: en 3 mensajes
I
En 1924, muerto Lenin, durante unas conferencias que pasarían a integrar sus Cuestiones del leninismo, Stalin afirmaba: «El leninismo es el marxismo de la época del imperialismo y de la revolución proletaria. O más exactamente: el leninismo es la teoría y la táctica de la revolución proletaria en general, la teoría y la táctica de la dictadura del proletariado en particular».[1]
Esta fórmula, devenida canónica, pasaba por alto el hecho de que Lenin no ofreció teoría acabada alguna del socialismo y de la revolución del proletariado. Tampoco se trata, por oposición, de presentar la obra del líder de los bolcheviques como un agregado de respuestas empíricas a la urgencia de situaciones históricas peculiares. Más bien, hay que reconocer que es su análisis concreto del proceso revolucionario el que permite a Lenin extraer, paso a paso, la repercusión general de los problemas que afronta. La teoría leninista de la dictadura del proletariado no es un sistema de respuestas dogmáticas ni un cúmulo de enunciados empíricos, sino un conjunto de cuestiones planteadas a una realidad contradictoria, que persigue sustraerse al utopismo y al oportunismo bajo todas sus formas.
Puede decirse que la significación y uso del concepto de «dictadura del proletariado» resume los problemas que enfrenta el marxismo como teoría política. Para muchos, el ciclo que describiera de modo sucesivo la formación de dicho concepto, su formalización en la doctrina «marxista» de los partidos obreros, su institucionalización en la Rusia soviética y en el movimiento comunista de la III Internacional y, finalmente, su descomposición en la crisis del «sistema socialista» y de los partidos comunistas, se haya definitivamente cerrado.[2]
Como suele suceder, todo intento de definición de un concepto debe lidiar con la historia de sus contradicciones práctico-teóricas.
A fin de remitirnos al acontecimiento que aquí nos ocupa –el de la Revolución Bolchevique–, vamos a distinguir tres momentos sucesivos, a los cuales corresponden ciertas variaciones en la noción de dictadura del proletariado. Sin embargo, hay que advertir que tales distinciones solo valen como tendencias. Un sentido y un uso nuevos se introducen por referencia a los precedentes, a veces bajo la forma de fidelidad literal a su sentido inicial, como «desarrollo» de o «retorno» a la doctrina clásica. Por otro lado, cada innovación es, a un tiempo, respuesta a una práctica históricamente imprevista, y desarrollo de contradicciones ya latentes dentro de momentos anteriores.
De entrada, la noción de dictadura del proletariado supone una paradoja. Ella reside en la rareza y discontinuidad de su aparición en los textos de Marx y Engels, pese al problema crucial que designa: el de la transición revolucionaria. Aun considerando los textos de la correspondencia, borradores y documentos internos al «partido» (como la Crítica del programa de Gotha), el término solo es empleado una decena de veces. Donde único es utilizado reiteradamente es en los artículos contenidos en Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850.[3]
La significación atribuida por los clásicos a la dictadura del proletariado se halla vinculada a su concepción del Estado moderno, del Estado burgués. Con independencia de sus formas históricas, aquel es concebido como una dictadura de la burguesía, dentro del marco de una crítica a todo Estado en tanto institución u organización de una «dictadura de clase» particular, de una dictadura de la clase dominante. De este modo, la función del término «dictadura» resulta decisiva.
Las formulaciones de Marx y Engels pueden ser agrupadas históricamente en dos conjuntos, separados por un largo eclipse.[4]
La primera acepción aparece durante el breve periodo que transcurre desde las revoluciones de 1848 hasta la disolución de la Liga de los Comunistas en 1852. En este caso, por dictadura del proletariado se entiende una estrategia necesaria del proletariado en la coyuntura de crisis revolucionaria. Los análisis de Marx presuponen tres tesis esenciales:
a) El antagonismo característico de la sociedad burguesa conduce ineluctablemente a una crisis abierta, de carácter mundial, a una «guerra civil» latente dentro de la sociedad burguesa, que no puede continuar ni ser diferida.
b) Las condiciones de la revolución proletaria no se hallan igualmente maduras para todos los países. La asunción de este desarrollo desigual es expresada por Marx en la estrategia de la «revolución permanente», que le permite dar cuenta del modo en que se articulan la revolución burguesa aún inacabada y la revolución proletaria ya inevitable.[5]
c) La relación entre revolución y contrarrevolución prohíbe prácticamente las evoluciones pacíficas como los compromisos en una etapa intermedia. Si la opción entre progresión y regresión es ineludible, lo cierto es que, en ambos casos, se trata de relaciones de fuerza históricamente inestables.
De este modo, en un primer momento la dictadura del proletariado aparece como el conjunto de medios políticos transitorios que el proletariado debe poner en práctica para alcanzar la victoria dentro de la crisis revolucionaria y, por tanto, su resolución. Vinculada a una situación de excepción, posee una función eminentemente práctica, al determinar un dilema estratégico en que los términos ya son puestos por la historia «con la necesidad de procesos naturales», resultando de su propia tendencia necesaria.
Así lo expresa en el célebre pasaje de la carta a Weydemeyer del 5 de marzo de 1852: «Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: (…) 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases».[6]
Marx no identifica directamente la dominación de clase con sus expresiones políticas, sino que concibe todo Estado como institución de una dictadura de clase particular, con independencia de la forma política asumida. En la coyuntura revolucionaria, la lógica de los extremos se impone a ambas clases antagonistas: o bien «dictadura de la burguesía», o bien «dictadura del proletariado». Un tercer término queda excluido.
En este sentido, lo que se presenta como problema estratégico decisivo es la inversión de las alianzas de clases. Al repasar las condiciones del fracaso de la revolución en Francia, Marx evoca el «solo fúnebre» de una clase proletaria a la que se oponía la masa de campesinos parcelarios. El contenido esencial de la dictadura del proletariado, desde este punto de vista, es la búsqueda de medios para reemplazar, respecto a los campesinos, la «dictadura de sus explotadores» por la «dictadura de sus aliados».[7]
Ya a inicios de los años cincuenta, la evidencia de una nueva fase de expansión del mercado capitalista mundial convence a Marx de la imposibilidad de la revolución proletaria en tales condiciones. El modelo de la «revolución permanente» se ve corregido hacia una mayor consideración de las condiciones económicas objetivas de las crisis revolucionarias, así como del desarrollo histórico del propio proletariado.[8] Pese a la inmadurez de las condiciones revolucionarias en 1848, lo cierto es que, en el tiempo en que se gestan, la proletarización progresa de la mano de la revolución industrial, lo cual tiende a mitigar los efectos del desarrollo desigual, al menos al interior del continente europeo. Parecía entonces que un análisis de la estructura y dinámica propias del desarrollo capitalista podía ser presentado como de universal validez.
II
La dictadura del proletariado reaparece bajo un nuevo sentido en los años 1871–1872, tras veinte años de eclipse. La segunda serie de formulaciones de Marx y Engels son motivadas por la experiencia insólita de la Comuna de París, a la que han de referirse desde entonces de manera directa o indirecta.
En este segundo momento, la dictadura del proletariado no es ya destinada a pensar un modelo de estrategia revolucionaria, sino una forma política original, específicamente «proletaria». Su función asume un carácter universal, a emplear en toda situación, al referir las relaciones de fuerza entre revolución y contrarrevolución, entre proletariado y burguesía, con independencia de las condiciones, sean «violentas» o «pacíficas», por vía insurreccional o electoral, pues el contenido de dicha función es, por un lado, la conquista del poder estatal, y, por otro, organizar al proletariado — y más generalmente a los trabajadores — en clase dominante. «Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista se sitúa el periodo de la transformación revolucionaria de la una en la otra. A este le corresponde un periodo político de transición cuyo Estado no puede ser sino la dictadura revolucionaria del proletariado».[9]
Marx y Engels se refieren directamente a las características institucionales y a las medidas revolucionaria tomadas por la Comuna para definir el contenido de la dictadura del proletariado. Cuatro aspectos aparecen articulados entre sí:
a) el «pueblo armado» (o ejército popular), condición y garantía de todas las otras medidas, que hacen pasar a manos del proletariado los «elementos del poder material», el poder del Estado.
b) «La Comuna no había de ser más un organismo parlamentario, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo».[10] Ello significó el tránsito de los mecanismos representativos hacia una democracia directa, la forma de crear un poder indivisible directamente ejercido por el pueblo trabajador. Lo esencial acá no es tanto el principio «constitucional» como la condición que de hecho lo sustenta: la existencia de las organizaciones de masa de la clase proletaria.
c) El desmantelamiento de la maquinaria represiva del Estado: supresión de las funciones políticas de la policía y creación de una forma general de subordinación directa (con revocabilidad inmediata) de los magistrados y funcionarios electos, reemplazados al nivel de la asamblea del pueblo (incluyendo para ellos «salarios obreros»). Se perseguía así abolir toda «investidura jerárquica» y hacer del personal especializado del aparato de Estado un conjunto de «servidores responsables» de la sociedad, tomados de su seno y no situados «por encima de la nación misma».[11] De este modo se tendía a crear un poder político que, por primera vez en la historia, tenía como condición la destrucción del poder del Estado, la lucha contra su misma existencia.
d) La organización de la producción nacional (en polémica con los anarquistas) conforme a las exigencias creadas por el desarrollo del capitalismo. Por una parte, planificar y centralizar las «funciones generales» de la sociedad; por otra, fundar la unidad nacional sobre la «dirección espiritual» de los obreros de las ciudades.[12]
Cuando Marx argumenta la necesidad histórica de la dictadura del proletariado se refiere al proceso que conduce, desde el interior de la actual lucha de clases, hacia la sociedad sin clases, hacia el comunismo. La sociedad sin clases es el objetivo real que caracteriza a la política proletaria, la función histórica de la dictadura del proletariado. Claro que las breves experiencias de las revoluciones de 1848 y de la Comuna de París (cuya tendencia supieron descubrir y analizar) no permitieron a Marx y a Engels concebir de modo más individualizado los problemas a que conlleva.
No obstante, la originalidad del nuevo concepto reside en establecer, a la vez, que esta función requiere una forma política específica, y definir esta forma no de modo jurídico-constitucional, sino dialéctico, por su propia capacidad interna de autotransformación:
…una forma política perfectamente flexible, a diferencia de las formas anteriores de gobierno, que habían sido todas fundamentalmente represivas. He aquí su verdadero secreto: la Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta que permitía realizar la emancipación económica del trabajo.[13]
Este es el punto en que se levantan las dificultades teóricas promovidas por el concepto de Marx, devenido principio intangible para la «ortodoxia» de la II y III Internacionales. Las variantes ideológicas del marxismo de la socialdemocracia (de Kautsky al austromarxismo, pasando por Bernstein y por el «consejismo» alemán, holandés e italiano) son así interpretaciones divergentes del concepto de «gobierno de los productores».
Última edición por RioLena el Jue Abr 16, 2020 1:49 pm, editado 1 vez