Víctor Serge: totalitarismo y capitalismo de Estado (Deconstrucción socialista y humanismo colectivista)
Philippe Bourrinet
Texto completo de la ponencia presentada por el autor en el Colloque Victor Serge, 29-30 septembre 2001, celebrado en Moscú. Publicado con permiso del autor. Traducción de Margarita Díaz. - Edición digital de la Fundación Andreu Nin, marzo 2002
en el Foro en 3 mensajes
“… en la noche se adivina el anuncio de un mañana tan radiante y tan rico de promesas que nos es imposible concebirlo… No nos dejemos desalentar.” (Víctor Serge)*
La transición de Rusia hacia una relativa democratización, apoyándose en un sector capitalista privado, plantea tres preguntas: cómo el “totalitarismo” llamado “soviético” pudo instalarse y perdurar para, finalmente, sucumbir; cómo la transición de un capitalismo de Estado, que algunos llamaban “economía planificada colectivista”, a un sector capitalista privado ha podido hacerse con tanta facilidad; y también, cómo puede darse una alternativa socialista en este siglo XXI (1), que responda a las necesidades de un nuevo movimiento social autónomo, cuya finalidad es el hombre liberado de sus cadenas, económicas y políticas.
El testimonio de Víctor Serge nos es infinitamente precioso de cara a abordar estas cuestiones cruciales para el nuevo movimiento social, después de la desaparición del estalinismo. Víctor Serge ha legado a las nuevas generaciones un testimonio precioso. Sus obras, tanto políticas como literarias, además de su talento, son una mina para aprehender la génesis, el funcionamiento del totalitarismo en Rusia, su infraestructura económica, durante cerca de 70 años.
La definición del totalitarismo y del capitalismo de Estado
A partir de los años 30, Serge utilizará numerosas veces el término totalitario en sus escritos.
El origen del término se encuentra en los antifascistas italianos, aunque los fascistas también la utilizaron. Mussolini, en 1925, reivindicaba la “feroz voluntad totalitaria” de su régimen. El totalitarismo ha sido, ante todo, la absorción completa de la sociedad civil por el Estado, al que, por supuesto, los fascistas no lo definían como un Estado capitalista. Según el propio Mussolini: “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado” (2). La llegada al poder de Hitler, que instaura un totalitarismo de carácter racista, donde el Estado es la transposición de la voluntad del Jefe (Führer) introdujo de manera perdurable la noción de totalitarismo en la literatura antifascista.
A). El término totalitarismo para caracterizar al Estado soviético formado en 1918 surgió precozmente con Serge, en el momento del triunfo del estalinismo. En una carta que envía desde Moscú a principios de febrero de 1933 a sus amigos franceses, Serge afirmaba que este Estado es “un Estado totalitario, castocrático, absoluto, embriagado de poder, para el que el ser humano no cuenta” (3). Serge se definía entonces como parte de la Oposición de Izquierda, con la que compartía lo esencial de sus posiciones. Trotsky, que caracterizaba al Estado soviético como un “Estado obrero degenerado”, define a este Estado, en septiembre de 1939, como un “Estado totalitario”, pero -según él- “incapaz de perpetuarse” (4).
El concepto de totalitarismo se impondrá a partir de la guerra. En plena guerra, el viejo comunista austriaco, Franz Borkenau, publicó un libro titulado The totalitarian enemy donde Rusia era caracterizada como un “fascismo rojo” y la Alemania nazi como un “bolchevismo marrón” (5). Es la misma idea que aparecía formulada por el comunista de los consejos Otto Rühle, que, con Karl Liebknecht votó en el Reichstag en 1915 contra los créditos de guerra para Alemania. Rühle, en una obra con un sugestivo título: Fascisme brun, fascisme rouge (Fascismo marrón, fascismo rojo), afirmaba que el totalitarismo no era sino una tendencia universal hacia el capitalismo de Estado que se había manifestado, en particular, en Rusia y en Alemania. Según él, existía una “concordancia interna de las tendencias hacia el capitalismo de Estado” en estos dos países, “una identidad estructural, organizacional, táctica y dinámica, cuyo resultado fue el pacto político y la unidad de acción militar” (6). Por otro lado, esta idea fue desarrollada por la Izquierda Comunista rusa, deportada y prisionera. Así, el joven decemista (grupo del “centralismo democrático” de Sapronov) Volodia Smirnov, al principio de los años treinta llegaba a afirmar que “el comunismo es un fascismo extremista, el fascismo un comunismo moderado”, y sostenía que el mundo se dirigía hacia una nueva forma social: el capitalismo de Estado (7).
B). La posibilidad del capitalismo de Estado en Rusia fue muy pronto considerada, en primer lugar por Ossinskij, en 1918 [8]. Él afirmaba que: “El socialismo y la organización socialista deben ser construidas por el propio proletariado, pues si no no habrá ninguna edificación; surgirá otra cosa: el capitalismo de Estado”.
Fueron los anarquistas y los comunistas de izquierda (a los que ya podemos calificar como los comunistas consejistas) los que primero definieron a Rusia como un Estado capitalista, donde el Estado dirigiría orgánicamente, como un cuerpo colectivo, el conjunto de la vida económica.
En un escrito aparecido en 1921, La faillite du communisme d’Etat russe (9), el “líder” anarcosindicalista alemán Rudolf Rocker concluía su obra con un llamamiento “al socialismo, y no al capitalismo de Estado” (10). Simultáneamente, los comunistas de izquierda alemanes y holandeses (KAPD, Gorter et Pannekoek) proclamaban, en 1921, que “Rusia soviética y proletaria del Octubre rojo comienza a transformarse en Estado burgués” (11). Y el anarquista ruso Piotr Archinov anotaba en 1927: “No hay ninguna duda que la ‘misión histórica’ del partido bolchevique se vacía de todo contenido y que intentará conducir la Revolución rusa a su objetivo final: el capital de Estado…” (12).
Curiosamente, para otros comunistas de izquierda, que se reclamaban de Lenin y de Bordiga, como el grupo de la izquierda comunista italiana en el exilio, agrupado en torno a la revista Bilan, Rusia seguía siendo un “Estado obrero” con una base económica colectivista. El Estado ruso, sin ser capitalista, era, de hecho, un instrumento de la burguesía internacional, por su integración en el mercado mundial. (13)
Todas estas posiciones, ya consideraran el totalitarismo o el capitalismo de Estado, buscaban “el secreto” de la evolución de Rusia bajo Lenin y Stalin y un cuadro teórico explicativo. Víctor Serge -además de Ante Ciliga (14)- intentaban, al mismo tiempo, comprender el interior de esta evolución, apoyándose sobre su propia experiencia vivida con el estalinismo. Las otras posiciones trataban de hacerse con el enigma ruso (Ciliga) desde el exterior, situando la historia de Rusia en un marco internacional, donde se manifestaba una tendencia hacia el capitalismo de Estado (15).
Serge y la cuestión del “totalitarismo”
La misma concepción de Serge sobre el “totalitarismo” es el fruto de su evolución política, desde el anarquismo hacia una especie de “leninismo libertario”. Según el propio Serge, tal y como explicita en sus Memorias, nunca se despojó de una visión del mundo libertaria, opuesta a una visión jacobina de la revolución. En el campo de concentración francés de Précigné (en el departamento de la Sarthe) donde estuvo detenido a partir del primero de abril de 1918, Serge soñaba no con una dictadura que suprimiera la libertad de prensa y de opinión, como lo preconizaba el bolchevique Krauterkrafft, sino con una “revolución libertaria, democrática -menos la hipocresía y la pasividad de las democracias burguesas-, igualitaria, tolerante hacia las ideas y los hombres, que utilizaría el terror si hiciera falta, pero que aboliría la pena de muerte. “Desde un punto de vista teórico, nosotros planteamos muy mal estos problemas, el bolchevique los plantea mejor; desde el punto de vista humano, nosotros nos hallamos en la verdad infinitamente más que él. Nosotros vemos en el poder de los sóviets la realización de nuestras aspiraciones; él también.” (16)
¿Visión revisada casi treinta años después? Claro que no: hay una continuidad libertaria en Serge, incluso en el periodo “bolchevique”. Se puso inmediatamente, desde febrero-marzo de 1919, al servicio del sóviet de Petrogrado y, sobre todo de la Komintern refundada, jugando un importante papel mediante la edición y la traducción de los textos del ruso al francés. Se suma al partido bolchevique, pero su apoyo es crítico, “sin abdicar el pensamiento ni el sentido crítico” (17). Fue considerado entonces como un anarquista “sovietskij” (soviético). La creación de las checas, “un Estado dentro del Estado”, hiela la sangre de Serge y dedica mucho tiempo a intentar ayudar a escapar a inocentes de las prisiones o del fusilamiento (18). Antes de Kronstadt, Serge denuncia la represión a la que son sometidos los anarquistas rusos en 1920; los artículos que escribe sobre esto sólo serán publicados por la prensa anarquista francesa. Proclama claramente su hostilidad hacia toda autoridad dictatorial: “Antiautoritario lo soy tanto como siempre, irreductiblemente” (19).
Cuando estalla la insurrección de los marinos de Kronstadt, coincidiendo con las huelgas obreras de Petrogrado, Serge intevino como “mediador” ruso entre el Gobierno y los insurgentes, y fue el único al que no detuvieron, sobre todo por su calidad de militante obrero francés. Serge parece, sobre todo, haber dudado. Consideraba que si la “dictadura bolchevique caía, en breve se instalaría el caos, a través del caos la presión campesina, la masacre de los comunistas, la vuelta de los emigrados y, finalmente, otra dictadura antiproletaria “ (20). Para él, los levantamientos campesinos, como el de Tambov, constituían nuevos “Vendées”. Según Serge, se trataba de un Termidor, lo que, por otra parte, ya habría preconizado Lenin cuando afirmó: “Nosotros mismos haremos un Termidor” (21). Serge subraya el internacionalismo de los kronstandistas y nos cuenta que los marinos prisioneros gritaban, cuando iban a ser fusilados,“viva la revolución mundial” (22).
Si Kronstadt cavó “una infranqueable fosa entre los marxistas y los libertarios” (23), Serge continuó jugando un papel en el tercer congreso de la Komintern. Enviado a Alemania en 1923, fue testigo -como redactor de Inprekorr– del fracaso de la insurrección planificada para octubre. Presente en Viena, donde estuvo en contacto con Gramsci y Lukacs, se entusiasmó con la idea de una Federación de los Balcanes, colaborando con su órgano de prensa. Defendió las posiciones de la Oposición de Izquierda a propósito de los acontecimientos revolucionarios de China de 1927 (24).
Perteneciendo a la Oposición trotskista, Serge fue excluido del partido bolchevique a principios de 1928. Este mismo año fue detenido, después deportado de 1933 a 1936, fecha en la que pudo salir milagrosamente del “país de la gran mentira”, gracias a una intensa campaña internacional.
Después de su ruptura con Trotsky en 1937-1938 debida a la cuestión de Kronstadt y a su adhesión al POUM español, Serge toma una orientación que le conduce a una visión del sistema totalitario como un nuevo fenómeno histórico.
Es importante remarcar que esta visión se desarrolla durante la guerra, y en contacto con un antiguo dirigente del POUM, Julián Gorkin, en Méjico. Toma, incluso, un cariz filosófico personalista, bajo la influencia de Emmanuel Mounier (25), y de la psicología social con Erich Fromm (26).
Podemos utilizar la definición de totalitarismo dada por los politólogos americanos Friedrich y Brzezinski: “dominación de un partido de masas dirigido por un líder carismático, una ideología oficial, el monopolio de los medios de comunicación de masas, el monopolio de las fuerzas armadas, un control policial terrorista, un control centralizado de la economía” (27).
Para Serge, que vuelve sobre el fenómeno en 1945, el totalitarismo se cristalizó entre 1927 y 1930. Lo definió de forma negativa como:
– un Estado dirigido por la policía secreta y basado en los campos de concentración, llenos de deportados y condenados sin juicio;
– un régimen de partido único;
– la ausencia de “libertades democráticas elementales”: prensa, opinión; la ausencia de elecciones libres y del voto secreto (28).
Sin embargo, es lógico que semejante análisis fenomenológico, que se desarrolla, sobre todo, al inicio de la guerra fría, resultara muy limitado y no permitiera interrogarse sobre la verdadera naturaleza del régimen, es decir, sobre su finalidad. Como lo demuestran Vadim V. Dam’e y Ja. S. Drabkin, se puede dudar sobre la pertinencia del concepto utilizado tan fácilmente, incluso por Serge, ya que éste remonta el totalitarismo unas veces a Stalin, otras, a la creación de la checas bajo Lenin, antes de que el partido bolchevique fuera estalinizado.
Es legítimo, por tanto, interrogarse sobre si el problema del totalitarismo debe aprehenderse, tanto en su dimensión política (la superestructura ideológica) como en su dimensión económica (infraestructura material) y en su propia finalidad. Este es el asunto que subrayan hoy en Rusia Dam’e y Drabkin: “En los años 1920, el partido dirigente se encuentra ante una elección histórica: renunciar al poder y aplazar la modernización industrial a tiempos mejores o bien intentar llevarla a cabo con métodos violentos… La modernización de recuperación sui generis fue financiada por el pillaje de los campos, por un nivel muy bajo de remuneración del trabajo en las ciudades (entre 1928 y 1940) que hizo que la capacidad de compra de los salarios resultase dividida casi por tres, mientras que la productividad del trabajo aumentó más de tres veces, por la exportación de materias primas y de cereales, por el aumento de los impuestos, por la emisión masiva de moneda, por los “prestamos de Estado” obligatorios y por el crecimiento de la venta de alcohol. (…) Todo esto permitió en treinta años una expropiación masiva del campo y de las ciudades, proletarizar a la mayoría de la población y crear una estructura sui generis de sociedad industrial sin capital privado ni burguesía, llamada de esta forma socialista.” (29).
Philippe Bourrinet
Texto completo de la ponencia presentada por el autor en el Colloque Victor Serge, 29-30 septembre 2001, celebrado en Moscú. Publicado con permiso del autor. Traducción de Margarita Díaz. - Edición digital de la Fundación Andreu Nin, marzo 2002
en el Foro en 3 mensajes
“… en la noche se adivina el anuncio de un mañana tan radiante y tan rico de promesas que nos es imposible concebirlo… No nos dejemos desalentar.” (Víctor Serge)*
La transición de Rusia hacia una relativa democratización, apoyándose en un sector capitalista privado, plantea tres preguntas: cómo el “totalitarismo” llamado “soviético” pudo instalarse y perdurar para, finalmente, sucumbir; cómo la transición de un capitalismo de Estado, que algunos llamaban “economía planificada colectivista”, a un sector capitalista privado ha podido hacerse con tanta facilidad; y también, cómo puede darse una alternativa socialista en este siglo XXI (1), que responda a las necesidades de un nuevo movimiento social autónomo, cuya finalidad es el hombre liberado de sus cadenas, económicas y políticas.
El testimonio de Víctor Serge nos es infinitamente precioso de cara a abordar estas cuestiones cruciales para el nuevo movimiento social, después de la desaparición del estalinismo. Víctor Serge ha legado a las nuevas generaciones un testimonio precioso. Sus obras, tanto políticas como literarias, además de su talento, son una mina para aprehender la génesis, el funcionamiento del totalitarismo en Rusia, su infraestructura económica, durante cerca de 70 años.
La definición del totalitarismo y del capitalismo de Estado
A partir de los años 30, Serge utilizará numerosas veces el término totalitario en sus escritos.
El origen del término se encuentra en los antifascistas italianos, aunque los fascistas también la utilizaron. Mussolini, en 1925, reivindicaba la “feroz voluntad totalitaria” de su régimen. El totalitarismo ha sido, ante todo, la absorción completa de la sociedad civil por el Estado, al que, por supuesto, los fascistas no lo definían como un Estado capitalista. Según el propio Mussolini: “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado” (2). La llegada al poder de Hitler, que instaura un totalitarismo de carácter racista, donde el Estado es la transposición de la voluntad del Jefe (Führer) introdujo de manera perdurable la noción de totalitarismo en la literatura antifascista.
A). El término totalitarismo para caracterizar al Estado soviético formado en 1918 surgió precozmente con Serge, en el momento del triunfo del estalinismo. En una carta que envía desde Moscú a principios de febrero de 1933 a sus amigos franceses, Serge afirmaba que este Estado es “un Estado totalitario, castocrático, absoluto, embriagado de poder, para el que el ser humano no cuenta” (3). Serge se definía entonces como parte de la Oposición de Izquierda, con la que compartía lo esencial de sus posiciones. Trotsky, que caracterizaba al Estado soviético como un “Estado obrero degenerado”, define a este Estado, en septiembre de 1939, como un “Estado totalitario”, pero -según él- “incapaz de perpetuarse” (4).
El concepto de totalitarismo se impondrá a partir de la guerra. En plena guerra, el viejo comunista austriaco, Franz Borkenau, publicó un libro titulado The totalitarian enemy donde Rusia era caracterizada como un “fascismo rojo” y la Alemania nazi como un “bolchevismo marrón” (5). Es la misma idea que aparecía formulada por el comunista de los consejos Otto Rühle, que, con Karl Liebknecht votó en el Reichstag en 1915 contra los créditos de guerra para Alemania. Rühle, en una obra con un sugestivo título: Fascisme brun, fascisme rouge (Fascismo marrón, fascismo rojo), afirmaba que el totalitarismo no era sino una tendencia universal hacia el capitalismo de Estado que se había manifestado, en particular, en Rusia y en Alemania. Según él, existía una “concordancia interna de las tendencias hacia el capitalismo de Estado” en estos dos países, “una identidad estructural, organizacional, táctica y dinámica, cuyo resultado fue el pacto político y la unidad de acción militar” (6). Por otro lado, esta idea fue desarrollada por la Izquierda Comunista rusa, deportada y prisionera. Así, el joven decemista (grupo del “centralismo democrático” de Sapronov) Volodia Smirnov, al principio de los años treinta llegaba a afirmar que “el comunismo es un fascismo extremista, el fascismo un comunismo moderado”, y sostenía que el mundo se dirigía hacia una nueva forma social: el capitalismo de Estado (7).
B). La posibilidad del capitalismo de Estado en Rusia fue muy pronto considerada, en primer lugar por Ossinskij, en 1918 [8]. Él afirmaba que: “El socialismo y la organización socialista deben ser construidas por el propio proletariado, pues si no no habrá ninguna edificación; surgirá otra cosa: el capitalismo de Estado”.
Fueron los anarquistas y los comunistas de izquierda (a los que ya podemos calificar como los comunistas consejistas) los que primero definieron a Rusia como un Estado capitalista, donde el Estado dirigiría orgánicamente, como un cuerpo colectivo, el conjunto de la vida económica.
En un escrito aparecido en 1921, La faillite du communisme d’Etat russe (9), el “líder” anarcosindicalista alemán Rudolf Rocker concluía su obra con un llamamiento “al socialismo, y no al capitalismo de Estado” (10). Simultáneamente, los comunistas de izquierda alemanes y holandeses (KAPD, Gorter et Pannekoek) proclamaban, en 1921, que “Rusia soviética y proletaria del Octubre rojo comienza a transformarse en Estado burgués” (11). Y el anarquista ruso Piotr Archinov anotaba en 1927: “No hay ninguna duda que la ‘misión histórica’ del partido bolchevique se vacía de todo contenido y que intentará conducir la Revolución rusa a su objetivo final: el capital de Estado…” (12).
Curiosamente, para otros comunistas de izquierda, que se reclamaban de Lenin y de Bordiga, como el grupo de la izquierda comunista italiana en el exilio, agrupado en torno a la revista Bilan, Rusia seguía siendo un “Estado obrero” con una base económica colectivista. El Estado ruso, sin ser capitalista, era, de hecho, un instrumento de la burguesía internacional, por su integración en el mercado mundial. (13)
Todas estas posiciones, ya consideraran el totalitarismo o el capitalismo de Estado, buscaban “el secreto” de la evolución de Rusia bajo Lenin y Stalin y un cuadro teórico explicativo. Víctor Serge -además de Ante Ciliga (14)- intentaban, al mismo tiempo, comprender el interior de esta evolución, apoyándose sobre su propia experiencia vivida con el estalinismo. Las otras posiciones trataban de hacerse con el enigma ruso (Ciliga) desde el exterior, situando la historia de Rusia en un marco internacional, donde se manifestaba una tendencia hacia el capitalismo de Estado (15).
Serge y la cuestión del “totalitarismo”
La misma concepción de Serge sobre el “totalitarismo” es el fruto de su evolución política, desde el anarquismo hacia una especie de “leninismo libertario”. Según el propio Serge, tal y como explicita en sus Memorias, nunca se despojó de una visión del mundo libertaria, opuesta a una visión jacobina de la revolución. En el campo de concentración francés de Précigné (en el departamento de la Sarthe) donde estuvo detenido a partir del primero de abril de 1918, Serge soñaba no con una dictadura que suprimiera la libertad de prensa y de opinión, como lo preconizaba el bolchevique Krauterkrafft, sino con una “revolución libertaria, democrática -menos la hipocresía y la pasividad de las democracias burguesas-, igualitaria, tolerante hacia las ideas y los hombres, que utilizaría el terror si hiciera falta, pero que aboliría la pena de muerte. “Desde un punto de vista teórico, nosotros planteamos muy mal estos problemas, el bolchevique los plantea mejor; desde el punto de vista humano, nosotros nos hallamos en la verdad infinitamente más que él. Nosotros vemos en el poder de los sóviets la realización de nuestras aspiraciones; él también.” (16)
¿Visión revisada casi treinta años después? Claro que no: hay una continuidad libertaria en Serge, incluso en el periodo “bolchevique”. Se puso inmediatamente, desde febrero-marzo de 1919, al servicio del sóviet de Petrogrado y, sobre todo de la Komintern refundada, jugando un importante papel mediante la edición y la traducción de los textos del ruso al francés. Se suma al partido bolchevique, pero su apoyo es crítico, “sin abdicar el pensamiento ni el sentido crítico” (17). Fue considerado entonces como un anarquista “sovietskij” (soviético). La creación de las checas, “un Estado dentro del Estado”, hiela la sangre de Serge y dedica mucho tiempo a intentar ayudar a escapar a inocentes de las prisiones o del fusilamiento (18). Antes de Kronstadt, Serge denuncia la represión a la que son sometidos los anarquistas rusos en 1920; los artículos que escribe sobre esto sólo serán publicados por la prensa anarquista francesa. Proclama claramente su hostilidad hacia toda autoridad dictatorial: “Antiautoritario lo soy tanto como siempre, irreductiblemente” (19).
Cuando estalla la insurrección de los marinos de Kronstadt, coincidiendo con las huelgas obreras de Petrogrado, Serge intevino como “mediador” ruso entre el Gobierno y los insurgentes, y fue el único al que no detuvieron, sobre todo por su calidad de militante obrero francés. Serge parece, sobre todo, haber dudado. Consideraba que si la “dictadura bolchevique caía, en breve se instalaría el caos, a través del caos la presión campesina, la masacre de los comunistas, la vuelta de los emigrados y, finalmente, otra dictadura antiproletaria “ (20). Para él, los levantamientos campesinos, como el de Tambov, constituían nuevos “Vendées”. Según Serge, se trataba de un Termidor, lo que, por otra parte, ya habría preconizado Lenin cuando afirmó: “Nosotros mismos haremos un Termidor” (21). Serge subraya el internacionalismo de los kronstandistas y nos cuenta que los marinos prisioneros gritaban, cuando iban a ser fusilados,“viva la revolución mundial” (22).
Si Kronstadt cavó “una infranqueable fosa entre los marxistas y los libertarios” (23), Serge continuó jugando un papel en el tercer congreso de la Komintern. Enviado a Alemania en 1923, fue testigo -como redactor de Inprekorr– del fracaso de la insurrección planificada para octubre. Presente en Viena, donde estuvo en contacto con Gramsci y Lukacs, se entusiasmó con la idea de una Federación de los Balcanes, colaborando con su órgano de prensa. Defendió las posiciones de la Oposición de Izquierda a propósito de los acontecimientos revolucionarios de China de 1927 (24).
Perteneciendo a la Oposición trotskista, Serge fue excluido del partido bolchevique a principios de 1928. Este mismo año fue detenido, después deportado de 1933 a 1936, fecha en la que pudo salir milagrosamente del “país de la gran mentira”, gracias a una intensa campaña internacional.
Después de su ruptura con Trotsky en 1937-1938 debida a la cuestión de Kronstadt y a su adhesión al POUM español, Serge toma una orientación que le conduce a una visión del sistema totalitario como un nuevo fenómeno histórico.
Es importante remarcar que esta visión se desarrolla durante la guerra, y en contacto con un antiguo dirigente del POUM, Julián Gorkin, en Méjico. Toma, incluso, un cariz filosófico personalista, bajo la influencia de Emmanuel Mounier (25), y de la psicología social con Erich Fromm (26).
Podemos utilizar la definición de totalitarismo dada por los politólogos americanos Friedrich y Brzezinski: “dominación de un partido de masas dirigido por un líder carismático, una ideología oficial, el monopolio de los medios de comunicación de masas, el monopolio de las fuerzas armadas, un control policial terrorista, un control centralizado de la economía” (27).
Para Serge, que vuelve sobre el fenómeno en 1945, el totalitarismo se cristalizó entre 1927 y 1930. Lo definió de forma negativa como:
– un Estado dirigido por la policía secreta y basado en los campos de concentración, llenos de deportados y condenados sin juicio;
– un régimen de partido único;
– la ausencia de “libertades democráticas elementales”: prensa, opinión; la ausencia de elecciones libres y del voto secreto (28).
Sin embargo, es lógico que semejante análisis fenomenológico, que se desarrolla, sobre todo, al inicio de la guerra fría, resultara muy limitado y no permitiera interrogarse sobre la verdadera naturaleza del régimen, es decir, sobre su finalidad. Como lo demuestran Vadim V. Dam’e y Ja. S. Drabkin, se puede dudar sobre la pertinencia del concepto utilizado tan fácilmente, incluso por Serge, ya que éste remonta el totalitarismo unas veces a Stalin, otras, a la creación de la checas bajo Lenin, antes de que el partido bolchevique fuera estalinizado.
Es legítimo, por tanto, interrogarse sobre si el problema del totalitarismo debe aprehenderse, tanto en su dimensión política (la superestructura ideológica) como en su dimensión económica (infraestructura material) y en su propia finalidad. Este es el asunto que subrayan hoy en Rusia Dam’e y Drabkin: “En los años 1920, el partido dirigente se encuentra ante una elección histórica: renunciar al poder y aplazar la modernización industrial a tiempos mejores o bien intentar llevarla a cabo con métodos violentos… La modernización de recuperación sui generis fue financiada por el pillaje de los campos, por un nivel muy bajo de remuneración del trabajo en las ciudades (entre 1928 y 1940) que hizo que la capacidad de compra de los salarios resultase dividida casi por tres, mientras que la productividad del trabajo aumentó más de tres veces, por la exportación de materias primas y de cereales, por el aumento de los impuestos, por la emisión masiva de moneda, por los “prestamos de Estado” obligatorios y por el crecimiento de la venta de alcohol. (…) Todo esto permitió en treinta años una expropiación masiva del campo y de las ciudades, proletarizar a la mayoría de la población y crear una estructura sui generis de sociedad industrial sin capital privado ni burguesía, llamada de esta forma socialista.” (29).
Última edición por RioLena el Jue Mayo 07, 2020 1:37 pm, editado 1 vez