El azar y la necesidad
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Cuando El azar y la necesidad se publicó en Francia, en 1970, hacía exactamente cinco años que su autor, Jacques Monod, había recibido el Premio Nobel de Fisiología o Medicina. Pero su éxito mundial se debió al escándalo que suscitó no sólo entre científicos, sino también entre filósofos, pensadores y —fenómeno aún más insospechado— políticos. Quizá la clave resida en las propias palabras de Monod: «Resulta hoy día imprudente, por parte de un hombre, el empleo de la palabra filosofía. (…) Tengo una sola excusa que considero, sin embargo, legítima: el deber que la actualidad impone a los hombres de ciencia de pensar su disciplina en el conjunto de la cultura moderna para enriquecerla así, no sólo con importantes conocimientos técnicos, sino también con ideas arraigadas en su ciencia particular que puedan considerarse humanamente significativas. La misma ingenuidad de una mirada virgen (y la de la ciencia lo es siempre) pueden alumbrar con una luz nueva viejos problemas (...) Asumo por entero la plena responsabilidad de los desarrollos de orden ético, y hasta tal vez político, que no he querido evitar por peligrosos que fuesen, o ingenuos, o demasiado ambiciosos que pudiesen parecer: la modestia conviene al sabio, pero no a las ideas que lo habitan y que debe defender».
Este ensayo se elaboró a partir de una serie de conferencias pronunciadas por Monod, en febrero de 1969, en el Pomona College, California, y que fueron también motivo de un curso en el Collège de France entre 1969 y 1970.
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Cuando El azar y la necesidad se publicó en Francia, en 1970, hacía exactamente cinco años que su autor, Jacques Monod, había recibido el Premio Nobel de Fisiología o Medicina. Pero su éxito mundial se debió al escándalo que suscitó no sólo entre científicos, sino también entre filósofos, pensadores y —fenómeno aún más insospechado— políticos. Quizá la clave resida en las propias palabras de Monod: «Resulta hoy día imprudente, por parte de un hombre, el empleo de la palabra filosofía. (…) Tengo una sola excusa que considero, sin embargo, legítima: el deber que la actualidad impone a los hombres de ciencia de pensar su disciplina en el conjunto de la cultura moderna para enriquecerla así, no sólo con importantes conocimientos técnicos, sino también con ideas arraigadas en su ciencia particular que puedan considerarse humanamente significativas. La misma ingenuidad de una mirada virgen (y la de la ciencia lo es siempre) pueden alumbrar con una luz nueva viejos problemas (...) Asumo por entero la plena responsabilidad de los desarrollos de orden ético, y hasta tal vez político, que no he querido evitar por peligrosos que fuesen, o ingenuos, o demasiado ambiciosos que pudiesen parecer: la modestia conviene al sabio, pero no a las ideas que lo habitan y que debe defender».
Este ensayo se elaboró a partir de una serie de conferencias pronunciadas por Monod, en febrero de 1969, en el Pomona College, California, y que fueron también motivo de un curso en el Collège de France entre 1969 y 1970.