Correspondencia entre Víctor Serge y León Trotsky
Richard Greeman
publicado en mayo de 2020 por El Sudamericano
en el Foro en 5 mensajes
“La búsqueda de la verdad es un combate por la vida; la verdad, que nunca está hecha, pues está siempre haciéndose, es una conquista incesante recomenzada con una aproximación más útil, más estimulante, más viva de una verdad ideal tal vez inaccesible.” - Víctor Serge, Carnets
La historia de las relaciones epistolares entro Victor Serge y León Trotsky desde 1936 (cuando Serge salió de Rusia) hasta 1940 (cuando asesinaron a Trotsky) es compleja y fascinante como debate político y drama humano. Los dos tenían mucho en común. Serge, que defendió a Trotsky y su Programa desde 1923 y colaboró directamente en la lucha de la Oposición Obrera en Rusa desde 1925, fue una de las últimas personas que vio a Trotsky en Rusia antes de su forzado exilio en 1927. Encontrarse otra vez, vivos y libres, después de una década de persecuciones sin precedentes, resultaba casi un milagro.
Como sobrevivientes de una causa perseguida había diferencias entre ellos. El drama de sus relaciones de 1936 a 1940 se desarrolla en tres actos: un primer período de estrecha colaboración y cálida amistad personal que termina con el confinamiento de Trotsky por las autoridades noruegas en agosto de 1936; un segundo periodo de aguda discusión política pública durante 1937-38; y la ruptura final en 1939. Que dos hombres, a quienes tanto acercaron las ideas, experiencias y sufrimientos comunes, acabaran enemistados, nos da la medida de los efectos de la derrota, la persecución y el exilio aun sobre los espíritus más nobles, y lleva a un triste comentario sobre las costumbres de la izquierda.
Acto primero: reunión
Trotsky saludó a Serge, al llegar éste a Bruselas, con calidez y entusiasmo excepcionales:
“Cuánta alegría nos causó su carta y qué dichosos estamos Natalia y yo porque al fin haya salido, con la moral intacta y preservando sus sentimientos amistosos hacia nosotros.”1
Trotsky, que ansiaba el contacto con aquellos que había dejado en Rusia, apremió a Sergc para que le informara acerca de su ex mujer Alejandra Bronstein, su hijo Serge y los camaradas perseguidos. Le sorprendieron los relatos de Serge sobre el terror stalinista, muy agravado desde que Trotsky había abandonado Rusia, así como la información de las discrepancias internas de la Oposición.2 Al mismo tiempo, Trotsky abrumó a Serge y su familia con expresiones de simpatía, noticias acerca de la enfermedad de su hija Liuba y ofrecimientos de ayuda literaria y económica. Las cartas entre Bruselas y Oslo iban y venían tan pronto lo permitió el correo, e incluso se cruzaban cuando Trotsky se impacientaba demasiado para aguardar la respuesta. Entre otras cosas, Trotsky estaba encantado de contar con un confiable traductor de sus libros, que tanto habían sufrido en manos de anteriores traductores, y de dar la oportunidad a Serge de ganar el dinero que necesitaba. Serge se puso en seguida a trabajar en la medio terminada La Revolución traicionada y Trotsky quedó enteramente satisfecho con el resultado. Incluso estaba dispuesto a aceptar el consejo político de Serge. Por sugerencia de éste, modificó el Programa de la Oposición Obrera para incluir una declaración de libertad para todos los partidos políticos que aceptaran el sistema soviético3 y acogió bien las sugerencias sobre el tema de la situación en Francia. Una comparación entre La Revolución traicionada de Trotsky y Destino de una revolución de Serge, obras de la misma época, revela concordancias esenciales en casi todos los puntos. Desde el principio fue notorio que a Trotsky le apremiaba que Serge se definiera políticamente, en particular respecto a la IV Internacional. El Diario de Trotsky indica que para él la creación de este nuevo partido internacional de la revolución era el “más “importante trabajo” de toda su carrera,4 más importante incluso que su papel en la revolución rusa con respecto a Lenin. Ahora, ante el desastre de la III Internacional, estaba solo. Sin embargo, sus cartas revelan delicadeza y sensibilidad extraordinarias respecto a la independencia de Serge:
“Comprendo perfectamente que. al llegar al extranjero después de años de increíbles y dolorosos juicios, no podría apresurarse usted a definir su posición ni permitir a cualquiera “encasillarlo” por sus pasadas conexiones u otros considerandos”.5
Se esmeró en asegurar a Serge que no tenía el deseo de arrastrarlo al trabajo partidario cotidiano:
“Dado su talento literario y sus dotes artísticas que sólo pude apreciar después de llegar al extranjero, me parecería absurdo que usted desperdiciara sus energías en la vida política cotidiana. En última instancia, sus libros aportarán más a la IV Internacional que su participación en el trabajo diario… Esto, por supuesto, no excluye su participación en esta o aquella reunión importante, o asociación, como antiguo dirigente y como un camarada con toda la autoridad.”6
Esta actitud cortés de Trotsky contrasta con su posterior severidad hacia Serge como miembro y luego ex miembro de su partido. ¡Así es el noviazgo en comparación con el matrimonio y el divorcio! Trotsky, como un amante celoso, estaba aparentemente molesto de que Serge hubiera dirigido su primer mensaje escrito después de su liberación a los Paz y a La Revolution Proletarienne antes que a él y a los “bolcheviques-leninistas”, aunque comprendió que Serge se dirigiera al grupo que había luchado por liberarlo.7 A éste por su parte, le sorprendió enterarse de las amargas divisiones que separaban a Trotsky de viejos amigos como Boris Souvarine, Maurice y Madeleine Paz. Andreu Nin, Marcel Martinet y Alfred Rosmer, gente a la que había conocido como firmes defensores de Trotsky en los años veinte y que trabajó tenazmente en la causa de su propia liberación. Aun entre reconocidos seguidores de Trotsky encontró divergencias.
Los trotskistas franceses se escindieron en dos partidos hostiles y los grupos dentro de la IV Internacional que más simpatizaban a Serge estaban al borde de una división. A Marcel Martinet le confió:
“Me entristeció encontrar tal división entre hombres a quienes había conocido unidos en la misma tarea al principio de la revolución, y todos los cuales, o casi todos, permanecieron fieles a la revolución y a ellos mismos. Me gustaría tomar la menor parte posible en sus divisiones o incluso trabajar para unirlos otra vez, o al menos intentar deshacer antipatías.”8
Este acercamiento le ganó a Serge más tarde la acusación de “estar en contra”, pero al principio Trotsky no se opuso a sus esfuerzos de conciliación. Sin embargo, le previno, carta tras carta, que no esperara mucho de aquellos viejos simpatizantes en quienes, según Trotsky, la chispa revolucionaria había desaparecido. Una cosa era, escribía Trotsky, hablar en favor de los derechos de los disidentes de la revolución como “liberales” y otra muy distinta unírseles considerándolos luchadores revolucionarios. Una y otra vez los denunciaba como “filisteos”, “pequeños burgueses” y “ex revolucionarios” mientras entonaba los elogios de sus fieles seguidores, los belgas Dauge y Lesoil. Como explica Deutscher:
“[Trotsky] no estaba empeñado en juntar a su alrededor a un séquito de admiradores líricos; se esforzaba en reunir luchadores para la más imposible de las causas… El mismo, que nunca cedía pulgada en sus principios, no toleraría que otros lo hicieran… En una palabra, esperaba que estuvieran hechos de la materia de la cual estaba hecho él mismo… Resistieron, y su exaltada reverencia por él dio paso, primero, a la inquietud y a la duda, o a un fastidio que estaba todavía mezclado con el temor, luego a la oposición y finalmente a una velada o franca hostilidad”.9
Hacia fines de julio de 1936, Trotsky envió al pacifista norteamericano, ministro vuelto trotskista, A. J. Muste, para sondear a Serge acerca de si se convertiría en miembro del buró para la IV Internacional. Serge aceptó, pero hizo saber a Trotsky sus críticas y sugerencias para mejorar el trabajo de la organización: fin de las disputas personales y sectarias, instituir la dirección colectiva, incluir a viejos militantes con autoridad moral como Rosmer, atraer gran número de simpatizantes cambiando el tono de la jerga usada en las publicaciones trotskistas y en cambio prohibiendo los insultos, escribiendo un francés decente y abriendo tribunas a los independientes. Serge esperaba que se unieran las dispersas fuerzas de la izquierda antistalinista en un partido amplio,
“firme en la ideología y en la disciplina, pero ni sectario ni personalista en su dirección, un partido realmente fraternal y democrático en sus procedimientos, en el cual la gente pudiera equivocarse, pensar y hablar libremente.”10
La fórmula era buena y podrían aplicarla con éxito muchas organizaciones radicales de hoy. Trotsky replicó que Serge estaba viendo el problema “como artista o psicólogo y no como político”.11 Señaló que Serge, con su “doble” autoridad de revolucionario y hombre recientemente escapado de las cárceles de Stalin, había sido incapaz de lograr amplio apoyo para su campaña contra las matanzas de Stalin. La falla radicaba, no en el supuesto “sectarismo” de Trotsky, sino en la pasividad de los intelectuales. Serge contestó que no había acusado personalmente a Trotsky de sectarismo, sino a todo el movimiento trotskista europeo, infestado de esa enfermedad:
“¡Qué penoso, qué repugnante es ver tanto papel entintado sobre los embrollos personales de Molinier, cuando no se ha encontrado la manera de publicar un simple panfleto sobre nuestros camaradas en las cárceles de Stalin!”12
Serge tenía también serias dudas acerca de la idea de fundar una nueva Internacional desde arriba y hacia abajo, como se estaba haciendo, y sin secciones nacionales preexistentes, implantadas en los diferentes países.
Cabe la duda sobre si Serge, con su muy desarrollado sentido de las realidades, podría haber influido en Trotsky para modificar la orientación de su partido. Probablemente no. Sea como fuere, la correspondencia entre ellos fue bruscamente interrumpida en este punto por el forzado confinamiento de Trotsky en Noruega.
Serge había ingresado a la IVa Internacional a pesar de sus dudas, principalmente las que le causaba la veneración al líder. En ausencia de éste, tuvo que tratar con sus epígonos. En enero de 1937 asistió a la Conferencia Internacional Trotskista en Amsterdam, donde su moción de solidaridad con el POUM fue rechazada. Concluyó que la política de la Internacional hacia el asediado partido español de Nin era avanzar o retroceder y. “desesperanzado”, abandonó la Conferencia. Su impresión del trotskismo era la de:
“un movimiento sectario manipulado desde arriba, con todas las depravaciones mentales que habíamos combatido en Rusia: autoritarismo, fraccionalismo, intrigas, maniobras. estrechez de miras, intolerancia.”13
Unos días después escribió a León Sedov, el hijo de Trotsky, en París:
“En su forma actual, el Secretariado Internacional no sirve para nada y realmente perjudica a la causa. Todo esto aleja mi deseo de tomar parte en tales problemas. Es mucho mejor para cada uno de nosotros seguir adelante de acuerdo a sus propias posibilidades, con menos dogmatismo pero de una manera viva y con otra gente.”14
Este fue el programa que Serge siguió después de su breve membresía en la IVa Internacional. Continuó apoyando al movimiento trotskista, pero desde afuera, como simpatizante, consejero, traductor de Trotsky ai francés, publicista y (para el público en general) como “el principal escritor trotskista en Francia”.15 A pesar de esta actitud positiva, pronto iba a ser el blanco de los más ácidos ataques.
Acto dos: La controversia sobre Kronstadt
Dos concepciones sobre lo que se necesitaba hacer para resucitar al movimiento revolucionario tras la traición de Stalin subyacían bajo las tensiones entre Serge y Trotsky. Este se consideraba el heredero, en verdad el único heredero, de la tradición “bolchevique-leninista”, a pesar y gracias al hecho de que no se había unido a los bolcheviques sino hasta 1917. Para él, esta herencia representaba la única vía revolucionaria correcta y la había defendido con inflexible rigidez contra los stalinistas y los que intentaban reexaminarla críticamente. La concepción de Serge era la de una “doble tarea” por la revolución. Creía que era necesario defenderla no sólo contra sus enemigos exteriores, sino también contra sus propias tendencias perniciosas, para que a la larga no sucumbiera a ellas. Lo que el movimiento de los trabajadores necesitaba –argüía– no era el mito de la “infalibilidad” bolchevique, sino un serio examen de la lista de logros y errores de los bolcheviques, con el fin de sacar lecciones para el futuro. La tensión entre estas dos concepciones salió a la luz con la histórica disputa sobre la rebelión de Kronstadt en 1921. Hacia el fin de la guerra civil, las masas rusas, hambrientas y fatigadas, se agitaban descontentas bajo la draconiana disciplina bolchevique. En particular, el sistema de aprovisionamiento/requisición de alimentos del campo y de racionamiento estricto por categorías sociales en las ciudades irritaba por igual a los campesinos y a la población urbana.
Sólo el mercado negro y el trueque directo de alimentos por artículos manufacturados evitaron el hambre total, pero los bolcheviques reprimían estas actividades individuales como crímenes. El resultado fueron las revueltas campesinas en el campo y las huelgas obreras en las ciudades, incluso en San Petersburgo. El 28 de febrero de 1921 la base naval de Kronstadt (una isla cerca de San Petersburgo) se rebeló en solidaridad con los huelguistas y exigió el fin de las restricciones en el aprovisionamiento individual de alimentos y el retorno a la democracia soviética. Dos semanas después los rebeldes fueron sofocados en una horrible y fratricida batalla a través del hielo que rodeaba a la fortaleza. El cañoneo estaba todavía machacando cuando el décimo Congreso del Partido tácitamente reconocía la necesidad de una reforma mediante el establecimiento de la NEP (Nueva Política Económica).
Serge vivió la crisis de Kronstadt como militante comunista de San Petersburgo y el conflicto entre los marineros rebeldes y el gobierno bolchevique lo inquietó profundamente. Estaba muy bien informado sobre el problema. Trabajando en el Instituto Smolny y viviendo en el Hotel Astoria (la “primera casa de los soviets”), tuvo diario contacto con los dirigentes del Partido y los jefes de la Cheka. Al mismo tiempo, mantenía estrecha ligazón con los anarquistas, quienes intentaron mediar en la disputa.
Para Serge, el incidente mostraba con especial relieve la crisis del bolchevismo y revelaba problemas básicos, cuya gravedad aumentó con la subsecuente degeneración de la revolución. Isaac Deutscher escribe:
“Durante el invierno de 1937-1938… Serge… y otros plantearon la cuestión de la responsabilidad de Trotsky en la supresión de la rebelión de Kronstadt en 1921”.16
El hecho es que Trotsky mismo, en el curso de su defensa contra los procesos de Moscú ante la Comisión Dewey, tomó la iniciativa al hacer de Kronstadt un problema público.17 Por otra parte, la cuestión de su responsabilidad personal fue tangencial y se presentó un año más tarde. La declaración original de Trotsky sobre la rebelión de los marineros era política. El movimiento, declaró, había tenido carácter “contrarrevolucionario”. Los marinos ya no eran la élite revolucionaria de 1917, sino más bien una desmoralizada masa pequeño burguesa que exigía “privilegios”. Su victoria sólo hubiera introducido la contrarrevolución, cualesquiera fuesen las “ideas” de los rebeldes, y éstas, por lo demás, eran reaccionarias. Se habían apoderado de una fortaleza armada. Los blancos los apoyaban. No había nada que hacer, sino “aplastarlos por la fuerza de las armas”.18
Tal vez Trotsky creía haber dicho la última palabra sobre Kronstadt al presentar su versión ante la Comisión Dewey. Sin embargo, para Serge estaba únicamente abriendo la discusión. Serge no difería de Trotsky sobre el peligro de la rebelión,19 pero disentía respecto al carácter de la rebelión y a la manera en que fue manejada. Los marineros no demandaban privilegios económicos, declaró, sino poner fin al obstáculo gubernamental que impedía a la hambrienta población urbana conseguir provisiones del campo. Lejos de ser antiproletaria, la rebelión había simpatizado con las huelgas de San Petersburgo. que planteaban la misma demanda. Trotsky mismo lo habría reconocido ante el Comité Central un año antes cuando advirtió que el sistema de racionamiento y requisiciones, más tarde conocido como “comunismo de guerra”, parecía conducir al país hacia el desastre económico. Una acción oportuna podría haber evitado la rebelión de Kronstadt y estallidos similares en otras partes. Pero Lenin y el CC se habían mostrado reacios. Más tarde, admitieron implícitamente su error al adoptar la NEP –que habría satisfecho las demandas económicas de los marineros– en el mismo momento en que los últimos rebeldes erar ametrallados. La matanza pudo evitarse. Pero el Partido nunca negoció seriamente con los rebeldes y rechazó la oportunidad de mediación ofrecida por los anarquistas norteamericanos, Emma Goldman y Alexander Berkman, con quienes Serge estaba en contacto.
Además, las autoridades (Zinoviev en particular) mintieron al decir que Kronstadt había sido tomado por un general blanco llamado Kozlovski. El espectáculo de los periódicos comunistas mintiendo al Partido y a las masas fue profundamente desmoralizador.
Finalmente, la masacre de los rebeldes prisioneros, que continuó meses después de la caída de la fortaleza, era el resultado de un odio inútil. En general, el Partido había hecho mal uso de métodos militares y administrativos al tratar con los revolucionarios disidentes y el justificable descontento de las masas hambrientas. Estos métodos autoritarios pronto dieron paso a la dictadura burocrática. Sin embargo, en ese entonces, y “a pesar de sus abusos y fallas”, el Partido Bolchevique era la gran fuerza, la “armadura” de la revolución, en la cual debía depositarse la confianza, “a pesar de todo” (subrayado en el original). La demanda hecha por los rebeldes de “soviets libremente electos”, aunque “sinceramente revolucionarios”, era “extremadamente peligrosa” porque la revolución estaba agotada, incapaz de renovarse a sí misma. La esperanza de una “tercera revolución” podría abrir las puertas a la contrarrevolución campesina y eventualmente a la de los blancos. Esto, declaró Serge. era lo que él y los militantes comunistas pensaban entonces.
La declaración original de Trotsky sobre Kronstadt provocó muchas reacciones hostiles. Serge tuvo el cuidado de distinguir su posición, básicamente leal a la posición de Trotsky, del “sé los advertí” de los anarquistas, mencheviques y enemigos liberales de la dictadura del proletariado. En su respuesta, Trotsky no hizo distinciones.20 Todas estas críticas, declaró, formaban una especie de “frente popular” de acusadores cuya meta común era desacreditar al bolchevismo, al marxismo revolucionario y a la IVa Internacional con el fin de esconder sus propias deficiencias. Así cerró la puerta a cualquier posterior discusión seria de la cuestión dentro de las filas del movimiento.21
Al comentar el argumento de Serge acerca de la NEP, Trotsky admitió que su introducción a tiempo pudo evitar la revuelta, pero arguyó que esto no tenía relación con el problema. Los rebeldes tenían un “programa no conciente” y por eso no podía ser satisfecho. Dedicó varias páginas a “probar” que los objetivos establecidos de los rebeldes (publicados en el Pravda de Kronstadt) eran irrelevantes también, ya que su origen de clase pequeñoburguesa determinaba el carácter contrarrevolucionario de sus acciones. En un texto posterior, rechazó la información de Serge acerca de innecesarias masacres de marinos después de la supresión de la rebelión como información de “tercera mano”.22 Él, personalmente, no tenía conocimiento directo del asunto, admitió, pero confiaba en la palabra de Djerjinski, el jefe de la Cheka, quien no mencionó ninguna masacre.23 En cualquier caso, “los excesos brotan de la misma naturaleza de la revolución”. Si Serge quería rechazar la revolución por ese motivo, él, –Trotsky–, no. En ese mismo artículo, Trotsky clarificaba su papel personal en la represión: había permanecido en Moscú, sin tomar parte en ella, declaró, pero aceptaba toda la responsabilidad política como miembro del C.C. 24 Avrich, en su libro sobre Kronstadt sitúa a Trotsky en Petrogrado el 5 de marzo y le atribuye la autoría del ultimátum dirigido a los rebeldes. No he podido confirmar su ubicación.
La respuesta de Serge fue moderada, pero firme:
“Guardémonos de amalgamas y argumentos mecánicos. Se abusó mucho de ellos en la revolución rusa y ya vemos a donde conduce esto… Liberales burgueses, mencheviques, anarquistas y marxistas revolucionarios consideran el drama de Kronstadt desde diferentes puntos de vista y con diferentes razones, lo cual es bueno y necesario tomar en cuenta, en vez de agrupar todas las opiniones críticas bajo un simple título e imputarles la misma hostilidad hacia el bolchevismo”.25
Por su parte, Serge creía que la política del Comité Central de Lenin y Trotsky, entonces, era “correcta” en la gran balanza histórica, pero
“trágica y peligrosamente falsa, errónea, en variadas circunstancias específicas. Esto es lo que sería valiente y útil reconocer hoy, en lugar de afirmar la infalibilidad de la línea general de 1917-1923.”
La cuestión esencial para Serge era “¿cuándo y cómo empezó a degenerar el bolchevismo?” Los primeros síntomas, respondió, tuvieron su origen en la proscripción de los mencheviques y la destrucción del tratado con Makhno y los anarquistas en 1920. Todavía más:
“¿No ha llegado el momento de declarar que el día del glorioso año de 1918 en que el comité central del Partido decidió permitir a las Comisiones Extraordinarias (la Cheka) aplicar la pena de muerte sobre la base del procedimiento secreto, sin escuchar al acusado, que no podía defenderse a sí mismo, es un día negro? Ese día, el Comité Central estuvo en la posición de restaurar o no restaurar un procedimiento inquisitorial y olvidado por la civilización europea. No necesitaba un victorioso partido socialista cometer tal error. La revolución podía haberse defendido mejor a sí misma sin eso.”26
Fiel a su concepción de doble deber, unas semanas después, Serge se ocupó de la defensa de Trotsky sobre la cuestión de su responsabilidad personal en la represión de Krontstadt.27
Esto no impidió a los editores del Boletín de la Oposición, en una nota publicada dos meses después, declarar a Serge “adversario” de la IV Internacional y acusarlo de “intrigar” junto a los “peores enemigos” de ésta.28
Richard Greeman
publicado en mayo de 2020 por El Sudamericano
en el Foro en 5 mensajes
“La búsqueda de la verdad es un combate por la vida; la verdad, que nunca está hecha, pues está siempre haciéndose, es una conquista incesante recomenzada con una aproximación más útil, más estimulante, más viva de una verdad ideal tal vez inaccesible.” - Víctor Serge, Carnets
La historia de las relaciones epistolares entro Victor Serge y León Trotsky desde 1936 (cuando Serge salió de Rusia) hasta 1940 (cuando asesinaron a Trotsky) es compleja y fascinante como debate político y drama humano. Los dos tenían mucho en común. Serge, que defendió a Trotsky y su Programa desde 1923 y colaboró directamente en la lucha de la Oposición Obrera en Rusa desde 1925, fue una de las últimas personas que vio a Trotsky en Rusia antes de su forzado exilio en 1927. Encontrarse otra vez, vivos y libres, después de una década de persecuciones sin precedentes, resultaba casi un milagro.
Como sobrevivientes de una causa perseguida había diferencias entre ellos. El drama de sus relaciones de 1936 a 1940 se desarrolla en tres actos: un primer período de estrecha colaboración y cálida amistad personal que termina con el confinamiento de Trotsky por las autoridades noruegas en agosto de 1936; un segundo periodo de aguda discusión política pública durante 1937-38; y la ruptura final en 1939. Que dos hombres, a quienes tanto acercaron las ideas, experiencias y sufrimientos comunes, acabaran enemistados, nos da la medida de los efectos de la derrota, la persecución y el exilio aun sobre los espíritus más nobles, y lleva a un triste comentario sobre las costumbres de la izquierda.
Acto primero: reunión
Trotsky saludó a Serge, al llegar éste a Bruselas, con calidez y entusiasmo excepcionales:
“Cuánta alegría nos causó su carta y qué dichosos estamos Natalia y yo porque al fin haya salido, con la moral intacta y preservando sus sentimientos amistosos hacia nosotros.”1
Trotsky, que ansiaba el contacto con aquellos que había dejado en Rusia, apremió a Sergc para que le informara acerca de su ex mujer Alejandra Bronstein, su hijo Serge y los camaradas perseguidos. Le sorprendieron los relatos de Serge sobre el terror stalinista, muy agravado desde que Trotsky había abandonado Rusia, así como la información de las discrepancias internas de la Oposición.2 Al mismo tiempo, Trotsky abrumó a Serge y su familia con expresiones de simpatía, noticias acerca de la enfermedad de su hija Liuba y ofrecimientos de ayuda literaria y económica. Las cartas entre Bruselas y Oslo iban y venían tan pronto lo permitió el correo, e incluso se cruzaban cuando Trotsky se impacientaba demasiado para aguardar la respuesta. Entre otras cosas, Trotsky estaba encantado de contar con un confiable traductor de sus libros, que tanto habían sufrido en manos de anteriores traductores, y de dar la oportunidad a Serge de ganar el dinero que necesitaba. Serge se puso en seguida a trabajar en la medio terminada La Revolución traicionada y Trotsky quedó enteramente satisfecho con el resultado. Incluso estaba dispuesto a aceptar el consejo político de Serge. Por sugerencia de éste, modificó el Programa de la Oposición Obrera para incluir una declaración de libertad para todos los partidos políticos que aceptaran el sistema soviético3 y acogió bien las sugerencias sobre el tema de la situación en Francia. Una comparación entre La Revolución traicionada de Trotsky y Destino de una revolución de Serge, obras de la misma época, revela concordancias esenciales en casi todos los puntos. Desde el principio fue notorio que a Trotsky le apremiaba que Serge se definiera políticamente, en particular respecto a la IV Internacional. El Diario de Trotsky indica que para él la creación de este nuevo partido internacional de la revolución era el “más “importante trabajo” de toda su carrera,4 más importante incluso que su papel en la revolución rusa con respecto a Lenin. Ahora, ante el desastre de la III Internacional, estaba solo. Sin embargo, sus cartas revelan delicadeza y sensibilidad extraordinarias respecto a la independencia de Serge:
“Comprendo perfectamente que. al llegar al extranjero después de años de increíbles y dolorosos juicios, no podría apresurarse usted a definir su posición ni permitir a cualquiera “encasillarlo” por sus pasadas conexiones u otros considerandos”.5
Se esmeró en asegurar a Serge que no tenía el deseo de arrastrarlo al trabajo partidario cotidiano:
“Dado su talento literario y sus dotes artísticas que sólo pude apreciar después de llegar al extranjero, me parecería absurdo que usted desperdiciara sus energías en la vida política cotidiana. En última instancia, sus libros aportarán más a la IV Internacional que su participación en el trabajo diario… Esto, por supuesto, no excluye su participación en esta o aquella reunión importante, o asociación, como antiguo dirigente y como un camarada con toda la autoridad.”6
Esta actitud cortés de Trotsky contrasta con su posterior severidad hacia Serge como miembro y luego ex miembro de su partido. ¡Así es el noviazgo en comparación con el matrimonio y el divorcio! Trotsky, como un amante celoso, estaba aparentemente molesto de que Serge hubiera dirigido su primer mensaje escrito después de su liberación a los Paz y a La Revolution Proletarienne antes que a él y a los “bolcheviques-leninistas”, aunque comprendió que Serge se dirigiera al grupo que había luchado por liberarlo.7 A éste por su parte, le sorprendió enterarse de las amargas divisiones que separaban a Trotsky de viejos amigos como Boris Souvarine, Maurice y Madeleine Paz. Andreu Nin, Marcel Martinet y Alfred Rosmer, gente a la que había conocido como firmes defensores de Trotsky en los años veinte y que trabajó tenazmente en la causa de su propia liberación. Aun entre reconocidos seguidores de Trotsky encontró divergencias.
Los trotskistas franceses se escindieron en dos partidos hostiles y los grupos dentro de la IV Internacional que más simpatizaban a Serge estaban al borde de una división. A Marcel Martinet le confió:
“Me entristeció encontrar tal división entre hombres a quienes había conocido unidos en la misma tarea al principio de la revolución, y todos los cuales, o casi todos, permanecieron fieles a la revolución y a ellos mismos. Me gustaría tomar la menor parte posible en sus divisiones o incluso trabajar para unirlos otra vez, o al menos intentar deshacer antipatías.”8
Este acercamiento le ganó a Serge más tarde la acusación de “estar en contra”, pero al principio Trotsky no se opuso a sus esfuerzos de conciliación. Sin embargo, le previno, carta tras carta, que no esperara mucho de aquellos viejos simpatizantes en quienes, según Trotsky, la chispa revolucionaria había desaparecido. Una cosa era, escribía Trotsky, hablar en favor de los derechos de los disidentes de la revolución como “liberales” y otra muy distinta unírseles considerándolos luchadores revolucionarios. Una y otra vez los denunciaba como “filisteos”, “pequeños burgueses” y “ex revolucionarios” mientras entonaba los elogios de sus fieles seguidores, los belgas Dauge y Lesoil. Como explica Deutscher:
“[Trotsky] no estaba empeñado en juntar a su alrededor a un séquito de admiradores líricos; se esforzaba en reunir luchadores para la más imposible de las causas… El mismo, que nunca cedía pulgada en sus principios, no toleraría que otros lo hicieran… En una palabra, esperaba que estuvieran hechos de la materia de la cual estaba hecho él mismo… Resistieron, y su exaltada reverencia por él dio paso, primero, a la inquietud y a la duda, o a un fastidio que estaba todavía mezclado con el temor, luego a la oposición y finalmente a una velada o franca hostilidad”.9
Hacia fines de julio de 1936, Trotsky envió al pacifista norteamericano, ministro vuelto trotskista, A. J. Muste, para sondear a Serge acerca de si se convertiría en miembro del buró para la IV Internacional. Serge aceptó, pero hizo saber a Trotsky sus críticas y sugerencias para mejorar el trabajo de la organización: fin de las disputas personales y sectarias, instituir la dirección colectiva, incluir a viejos militantes con autoridad moral como Rosmer, atraer gran número de simpatizantes cambiando el tono de la jerga usada en las publicaciones trotskistas y en cambio prohibiendo los insultos, escribiendo un francés decente y abriendo tribunas a los independientes. Serge esperaba que se unieran las dispersas fuerzas de la izquierda antistalinista en un partido amplio,
“firme en la ideología y en la disciplina, pero ni sectario ni personalista en su dirección, un partido realmente fraternal y democrático en sus procedimientos, en el cual la gente pudiera equivocarse, pensar y hablar libremente.”10
La fórmula era buena y podrían aplicarla con éxito muchas organizaciones radicales de hoy. Trotsky replicó que Serge estaba viendo el problema “como artista o psicólogo y no como político”.11 Señaló que Serge, con su “doble” autoridad de revolucionario y hombre recientemente escapado de las cárceles de Stalin, había sido incapaz de lograr amplio apoyo para su campaña contra las matanzas de Stalin. La falla radicaba, no en el supuesto “sectarismo” de Trotsky, sino en la pasividad de los intelectuales. Serge contestó que no había acusado personalmente a Trotsky de sectarismo, sino a todo el movimiento trotskista europeo, infestado de esa enfermedad:
“¡Qué penoso, qué repugnante es ver tanto papel entintado sobre los embrollos personales de Molinier, cuando no se ha encontrado la manera de publicar un simple panfleto sobre nuestros camaradas en las cárceles de Stalin!”12
Serge tenía también serias dudas acerca de la idea de fundar una nueva Internacional desde arriba y hacia abajo, como se estaba haciendo, y sin secciones nacionales preexistentes, implantadas en los diferentes países.
Cabe la duda sobre si Serge, con su muy desarrollado sentido de las realidades, podría haber influido en Trotsky para modificar la orientación de su partido. Probablemente no. Sea como fuere, la correspondencia entre ellos fue bruscamente interrumpida en este punto por el forzado confinamiento de Trotsky en Noruega.
Serge había ingresado a la IVa Internacional a pesar de sus dudas, principalmente las que le causaba la veneración al líder. En ausencia de éste, tuvo que tratar con sus epígonos. En enero de 1937 asistió a la Conferencia Internacional Trotskista en Amsterdam, donde su moción de solidaridad con el POUM fue rechazada. Concluyó que la política de la Internacional hacia el asediado partido español de Nin era avanzar o retroceder y. “desesperanzado”, abandonó la Conferencia. Su impresión del trotskismo era la de:
“un movimiento sectario manipulado desde arriba, con todas las depravaciones mentales que habíamos combatido en Rusia: autoritarismo, fraccionalismo, intrigas, maniobras. estrechez de miras, intolerancia.”13
Unos días después escribió a León Sedov, el hijo de Trotsky, en París:
“En su forma actual, el Secretariado Internacional no sirve para nada y realmente perjudica a la causa. Todo esto aleja mi deseo de tomar parte en tales problemas. Es mucho mejor para cada uno de nosotros seguir adelante de acuerdo a sus propias posibilidades, con menos dogmatismo pero de una manera viva y con otra gente.”14
Este fue el programa que Serge siguió después de su breve membresía en la IVa Internacional. Continuó apoyando al movimiento trotskista, pero desde afuera, como simpatizante, consejero, traductor de Trotsky ai francés, publicista y (para el público en general) como “el principal escritor trotskista en Francia”.15 A pesar de esta actitud positiva, pronto iba a ser el blanco de los más ácidos ataques.
Acto dos: La controversia sobre Kronstadt
Dos concepciones sobre lo que se necesitaba hacer para resucitar al movimiento revolucionario tras la traición de Stalin subyacían bajo las tensiones entre Serge y Trotsky. Este se consideraba el heredero, en verdad el único heredero, de la tradición “bolchevique-leninista”, a pesar y gracias al hecho de que no se había unido a los bolcheviques sino hasta 1917. Para él, esta herencia representaba la única vía revolucionaria correcta y la había defendido con inflexible rigidez contra los stalinistas y los que intentaban reexaminarla críticamente. La concepción de Serge era la de una “doble tarea” por la revolución. Creía que era necesario defenderla no sólo contra sus enemigos exteriores, sino también contra sus propias tendencias perniciosas, para que a la larga no sucumbiera a ellas. Lo que el movimiento de los trabajadores necesitaba –argüía– no era el mito de la “infalibilidad” bolchevique, sino un serio examen de la lista de logros y errores de los bolcheviques, con el fin de sacar lecciones para el futuro. La tensión entre estas dos concepciones salió a la luz con la histórica disputa sobre la rebelión de Kronstadt en 1921. Hacia el fin de la guerra civil, las masas rusas, hambrientas y fatigadas, se agitaban descontentas bajo la draconiana disciplina bolchevique. En particular, el sistema de aprovisionamiento/requisición de alimentos del campo y de racionamiento estricto por categorías sociales en las ciudades irritaba por igual a los campesinos y a la población urbana.
Sólo el mercado negro y el trueque directo de alimentos por artículos manufacturados evitaron el hambre total, pero los bolcheviques reprimían estas actividades individuales como crímenes. El resultado fueron las revueltas campesinas en el campo y las huelgas obreras en las ciudades, incluso en San Petersburgo. El 28 de febrero de 1921 la base naval de Kronstadt (una isla cerca de San Petersburgo) se rebeló en solidaridad con los huelguistas y exigió el fin de las restricciones en el aprovisionamiento individual de alimentos y el retorno a la democracia soviética. Dos semanas después los rebeldes fueron sofocados en una horrible y fratricida batalla a través del hielo que rodeaba a la fortaleza. El cañoneo estaba todavía machacando cuando el décimo Congreso del Partido tácitamente reconocía la necesidad de una reforma mediante el establecimiento de la NEP (Nueva Política Económica).
Serge vivió la crisis de Kronstadt como militante comunista de San Petersburgo y el conflicto entre los marineros rebeldes y el gobierno bolchevique lo inquietó profundamente. Estaba muy bien informado sobre el problema. Trabajando en el Instituto Smolny y viviendo en el Hotel Astoria (la “primera casa de los soviets”), tuvo diario contacto con los dirigentes del Partido y los jefes de la Cheka. Al mismo tiempo, mantenía estrecha ligazón con los anarquistas, quienes intentaron mediar en la disputa.
Para Serge, el incidente mostraba con especial relieve la crisis del bolchevismo y revelaba problemas básicos, cuya gravedad aumentó con la subsecuente degeneración de la revolución. Isaac Deutscher escribe:
“Durante el invierno de 1937-1938… Serge… y otros plantearon la cuestión de la responsabilidad de Trotsky en la supresión de la rebelión de Kronstadt en 1921”.16
El hecho es que Trotsky mismo, en el curso de su defensa contra los procesos de Moscú ante la Comisión Dewey, tomó la iniciativa al hacer de Kronstadt un problema público.17 Por otra parte, la cuestión de su responsabilidad personal fue tangencial y se presentó un año más tarde. La declaración original de Trotsky sobre la rebelión de los marineros era política. El movimiento, declaró, había tenido carácter “contrarrevolucionario”. Los marinos ya no eran la élite revolucionaria de 1917, sino más bien una desmoralizada masa pequeño burguesa que exigía “privilegios”. Su victoria sólo hubiera introducido la contrarrevolución, cualesquiera fuesen las “ideas” de los rebeldes, y éstas, por lo demás, eran reaccionarias. Se habían apoderado de una fortaleza armada. Los blancos los apoyaban. No había nada que hacer, sino “aplastarlos por la fuerza de las armas”.18
Tal vez Trotsky creía haber dicho la última palabra sobre Kronstadt al presentar su versión ante la Comisión Dewey. Sin embargo, para Serge estaba únicamente abriendo la discusión. Serge no difería de Trotsky sobre el peligro de la rebelión,19 pero disentía respecto al carácter de la rebelión y a la manera en que fue manejada. Los marineros no demandaban privilegios económicos, declaró, sino poner fin al obstáculo gubernamental que impedía a la hambrienta población urbana conseguir provisiones del campo. Lejos de ser antiproletaria, la rebelión había simpatizado con las huelgas de San Petersburgo. que planteaban la misma demanda. Trotsky mismo lo habría reconocido ante el Comité Central un año antes cuando advirtió que el sistema de racionamiento y requisiciones, más tarde conocido como “comunismo de guerra”, parecía conducir al país hacia el desastre económico. Una acción oportuna podría haber evitado la rebelión de Kronstadt y estallidos similares en otras partes. Pero Lenin y el CC se habían mostrado reacios. Más tarde, admitieron implícitamente su error al adoptar la NEP –que habría satisfecho las demandas económicas de los marineros– en el mismo momento en que los últimos rebeldes erar ametrallados. La matanza pudo evitarse. Pero el Partido nunca negoció seriamente con los rebeldes y rechazó la oportunidad de mediación ofrecida por los anarquistas norteamericanos, Emma Goldman y Alexander Berkman, con quienes Serge estaba en contacto.
Además, las autoridades (Zinoviev en particular) mintieron al decir que Kronstadt había sido tomado por un general blanco llamado Kozlovski. El espectáculo de los periódicos comunistas mintiendo al Partido y a las masas fue profundamente desmoralizador.
Finalmente, la masacre de los rebeldes prisioneros, que continuó meses después de la caída de la fortaleza, era el resultado de un odio inútil. En general, el Partido había hecho mal uso de métodos militares y administrativos al tratar con los revolucionarios disidentes y el justificable descontento de las masas hambrientas. Estos métodos autoritarios pronto dieron paso a la dictadura burocrática. Sin embargo, en ese entonces, y “a pesar de sus abusos y fallas”, el Partido Bolchevique era la gran fuerza, la “armadura” de la revolución, en la cual debía depositarse la confianza, “a pesar de todo” (subrayado en el original). La demanda hecha por los rebeldes de “soviets libremente electos”, aunque “sinceramente revolucionarios”, era “extremadamente peligrosa” porque la revolución estaba agotada, incapaz de renovarse a sí misma. La esperanza de una “tercera revolución” podría abrir las puertas a la contrarrevolución campesina y eventualmente a la de los blancos. Esto, declaró Serge. era lo que él y los militantes comunistas pensaban entonces.
La declaración original de Trotsky sobre Kronstadt provocó muchas reacciones hostiles. Serge tuvo el cuidado de distinguir su posición, básicamente leal a la posición de Trotsky, del “sé los advertí” de los anarquistas, mencheviques y enemigos liberales de la dictadura del proletariado. En su respuesta, Trotsky no hizo distinciones.20 Todas estas críticas, declaró, formaban una especie de “frente popular” de acusadores cuya meta común era desacreditar al bolchevismo, al marxismo revolucionario y a la IVa Internacional con el fin de esconder sus propias deficiencias. Así cerró la puerta a cualquier posterior discusión seria de la cuestión dentro de las filas del movimiento.21
Al comentar el argumento de Serge acerca de la NEP, Trotsky admitió que su introducción a tiempo pudo evitar la revuelta, pero arguyó que esto no tenía relación con el problema. Los rebeldes tenían un “programa no conciente” y por eso no podía ser satisfecho. Dedicó varias páginas a “probar” que los objetivos establecidos de los rebeldes (publicados en el Pravda de Kronstadt) eran irrelevantes también, ya que su origen de clase pequeñoburguesa determinaba el carácter contrarrevolucionario de sus acciones. En un texto posterior, rechazó la información de Serge acerca de innecesarias masacres de marinos después de la supresión de la rebelión como información de “tercera mano”.22 Él, personalmente, no tenía conocimiento directo del asunto, admitió, pero confiaba en la palabra de Djerjinski, el jefe de la Cheka, quien no mencionó ninguna masacre.23 En cualquier caso, “los excesos brotan de la misma naturaleza de la revolución”. Si Serge quería rechazar la revolución por ese motivo, él, –Trotsky–, no. En ese mismo artículo, Trotsky clarificaba su papel personal en la represión: había permanecido en Moscú, sin tomar parte en ella, declaró, pero aceptaba toda la responsabilidad política como miembro del C.C. 24 Avrich, en su libro sobre Kronstadt sitúa a Trotsky en Petrogrado el 5 de marzo y le atribuye la autoría del ultimátum dirigido a los rebeldes. No he podido confirmar su ubicación.
La respuesta de Serge fue moderada, pero firme:
“Guardémonos de amalgamas y argumentos mecánicos. Se abusó mucho de ellos en la revolución rusa y ya vemos a donde conduce esto… Liberales burgueses, mencheviques, anarquistas y marxistas revolucionarios consideran el drama de Kronstadt desde diferentes puntos de vista y con diferentes razones, lo cual es bueno y necesario tomar en cuenta, en vez de agrupar todas las opiniones críticas bajo un simple título e imputarles la misma hostilidad hacia el bolchevismo”.25
Por su parte, Serge creía que la política del Comité Central de Lenin y Trotsky, entonces, era “correcta” en la gran balanza histórica, pero
“trágica y peligrosamente falsa, errónea, en variadas circunstancias específicas. Esto es lo que sería valiente y útil reconocer hoy, en lugar de afirmar la infalibilidad de la línea general de 1917-1923.”
La cuestión esencial para Serge era “¿cuándo y cómo empezó a degenerar el bolchevismo?” Los primeros síntomas, respondió, tuvieron su origen en la proscripción de los mencheviques y la destrucción del tratado con Makhno y los anarquistas en 1920. Todavía más:
“¿No ha llegado el momento de declarar que el día del glorioso año de 1918 en que el comité central del Partido decidió permitir a las Comisiones Extraordinarias (la Cheka) aplicar la pena de muerte sobre la base del procedimiento secreto, sin escuchar al acusado, que no podía defenderse a sí mismo, es un día negro? Ese día, el Comité Central estuvo en la posición de restaurar o no restaurar un procedimiento inquisitorial y olvidado por la civilización europea. No necesitaba un victorioso partido socialista cometer tal error. La revolución podía haberse defendido mejor a sí misma sin eso.”26
Fiel a su concepción de doble deber, unas semanas después, Serge se ocupó de la defensa de Trotsky sobre la cuestión de su responsabilidad personal en la represión de Krontstadt.27
Esto no impidió a los editores del Boletín de la Oposición, en una nota publicada dos meses después, declarar a Serge “adversario” de la IV Internacional y acusarlo de “intrigar” junto a los “peores enemigos” de ésta.28
Última edición por RioLena el Jue Mayo 07, 2020 1:26 pm, editado 1 vez