LXXV Aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial en Europa
Carlos Hermida
publicado en la web del PCEml
El 8 de mayo de 1945 finalizó la Segunda Guerra Mundial en Europa. Setenta y cinco años después, la contienda bélica más sangrienta de la Historia sigue siendo objeto de atención y análisis por parte de los historiadores. Hay una opinión casi generalizada entre los especialistas en considerar que esta fue una guerra justa, una guerra que era preciso ganar para librar a la humanidad de la barbarie fascista.
A diferencia de la guerra de 1914, ejemplo claro de enfrentamiento imperialista motivado por las ambiciones territoriales de las grandes potencias capitalistas, la Segunda Guerra Mundial fue la lucha de la democracia contra la tiranía que deseaban imponer al mundo las potencias fascistas. Sin embargo, esta visión canónica no se corresponde exactamente con la realidad.
La contienda librada entre 1939 y 1945 fue extraordinariamente compleja. En primer lugar, hubo varias guerras, dialécticamente unidas, pero con dinámicas propias. Hubo una guerra del Reino Unido y Estados Unidos contra Alemania, Italia y Japón. Otra guerra diferente fue la que sostuvieron la Alemania nazi y la Unión Soviética. La resistencia popular contra el invasor nazi en Europa y contra los japoneses en Asia era una guerra peculiar y lo mismo cabe decir de la lucha de China contra Japón.
Es indudable que todos querían derrotar al fascismo, pero los objetivos finales de los contendientes variaban sustancialmente. Estados Unidos e Inglaterra luchaban para derrotar a Hitler y Mussolini en cuanto que ambos dictadores cuestionaban la hegemonía mundial de ambas potencias, pero Churchill y Roosevelt aspiraban a mantener el orden capitalista en el mundo. De hecho, el gobierno británico practicó una vergonzosa política de apaciguamiento respecto a Hitler entre 1933 y 1939, y Estados Unidos solo entró en guerra cuando sus intereses económicos y políticos se vieron directamente afectados por el expansionismo japonés.
Por el contrario, la resistencia popular encabezada por los comunistas en Francia, Italia, Yugoslavia, Grecia y otros países europeos pretendía derrotar al fascismo y llevar a cabo transformaciones revolucionarias al acabar la guerra.
Por otra parte, fueron muchos los que colaboraron con el ocupante nazi y prestaron su ayuda para exterminar a los judíos europeos. Resistencia y colaboración existieron en todas partes.
La Segunda Guerra Mundial tiene, por tanto, diferentes lecturas y perspectivas que rebasan el tradicional marco interpretativo de la lucha entre fascismo y antifascismo. Ahora bien, lo que es evidente e incuestionable es que la guerra la ganó la Unión Soviética y gracias a su inmenso sacrificio el fascismo fue derrotado.
El 22 de junio de 1941 un inmenso ejército alemán, que integraba también tropas de países fascistas aliados de Alemania, atacó, sin previa declaración de guerra, a la Unión Soviética. En esos momentos Hitler era dueño de Europa y solo el Reino Unido resistía a la máquina de guerra germana. Durante tres años la Unión Soviética resistió la embestida de la Werhmacht. Stalin pidió en repetidas ocasiones a Estados Unidos, que había entrado en la guerra en diciembre de 1941, que abriera un segundo frente en Europa para aliviar la presión que ejercía el ejército alemán sobre la URSS. Sin embrago, con excusas de tipo técnico y logístico, el gobierno estadounidense fue retrasando dicha apertura. Es evidente que el desembarco en Europa no era una tarea sencilla y conllevaba un inmenso despliegue de fuerzas que requería tiempo reunir y coordinar, pero también es cierto que Estados Unidos y el Reino Unido, como potencias capitalistas, estaban interesadas en que la Unión Soviética sufriera el mayor desgaste posible y saliera debilitada de la guerra. No olvidemos que la II Guerra Mundial fue en el sentido político una guerra extraña, en la que las burguesías inglesa y estadounidense no tuvieron más remedio que aliarse con un país socialista para poder vencer al capitalismo alemán.
En los tres primeros meses de la guerra los soviéticos sufrieron continuas derrotas y los alemanes ocuparon las repúblicas bálticas, Bielorrusia, Moldavia y casi toda Ucrania. A pesar de las enormes pérdidas, la Unión Soviética resistió, y fue esa resistencia la que impidió que Hitler ganara la guerra. Si Stalin se hubiese rendido, como hizo el gobierno francés en junio de 1940, los nazis habrían controlado las gigantescas reservas de materias primas del país, así como innumerables empresas e industrias. Con ese potencial económico en sus manos, no es difícil aventurar que el gobierno británico no hubiese podido continuar la lucha, pactando algún tipo de acuerdo con Alemania. No es exagerado afirmar, por tanto, que la tenacidad del pueblo soviético fue trascendental para el curso de la guerra.
En la primavera de 1942 el ejército alemán, que había sido frenado en diciembre de 1941 a las puertas de Moscú, reanudó la ofensiva y en septiembre comenzó la batalla de Stalingrado. La conquista de la ciudad se convirtió para Hitler en un objetivo prioritario, pero su defensa adquirió también un valor simbólico para los soviéticos. Durante meses se combatió en la ciudad, que quedó completamente destruida, y los soldados soviéticos dieron innumerables muestras de heroísmo. El 2 de febrero de 1943 lo que quedaba del VI ejército alemán se rindió. El mariscal Von Paulus, 24 generales y 90.000 soldados fueron hechos prisioneros. Durante todo el período de la batalla los alemanes perdieron 1.500.000 hombres, aproximadamente el 25% de todas las fuerzas que operaban en el frente soviético, 2.000 tanques, 10.000 cañones y 3.000 aviones. El desastre fue de tal magnitud que los alemanes ya no se recuperarían. La victoria de Stalingrado fue el resultado de varias causas. Una de ellas fue la enorme capacidad industrial de la URSS proporcionada por la economía planificada. En segundo lugar, la identificación entre el pueblo y el Partido Comunista y, finalmente, la capacidad de Stalin para tomar las decisiones adecuadas y dejar una amplia iniciativa a los oficiales del Estado Mayor.
Nadie pone en duda la contribución de Estados Unidos y del Reino Unido en la derrota del fascismo, y los comunistas somos los primeros en rendir homenaje a los norteamericanos e ingleses que lucharon contra las potencias fascistas. Eran aliados de la URSS y pagaron una cuota de sangre importante en la Segunda Guerra Mundial, pero la mayor contribución, el mayor sacrificio, las mayores pérdidas humanas y materiales en la guerra correspondieron al pueblo soviético. El presidente estadounidense Roosevelt y el primer ministro británico Churchill así lo reconocieron en su momento, pronunciando palabras de elogio y admiración en relación con Stalin y el esfuerzo de guerra soviético. Afortunadamente existen las hemerotecas y las bibliotecas, y los desmemoriados o quienes padecen amnesia histórica selectiva harán bien en visitarlas de vez en cuando. Así podrían comprobar que el 27 de septiembre de 1944 Churchill afirmó que “el ejército ruso sacó las tripas a la máquina de guerra alemana y en la actualidad contiene en su frente a la mayor parte de las fuerzas del enemigo” o lo que Roosevelt escribió en mayo de 1942: “me es difícil eludir un hecho tan sencillo como que los rusos matan más soldados enemigos y destruyen más armamento que los 25 estados de las Naciones Unidas tomados en su conjunto”. El general C. Chennault, jefe de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en China, reconoció en agosto de 1945 que la entrada de la Unión Soviética en la guerra contra el Japón fue el factor decisivo que aceleró el fin de la contienda en Extremo Oriente, incluso si no se hubieran lanzado las bombas atómicas. Solo los historiadores con anteojeras pueden ignorar que el ejército alemán perdió el 75% de su artillería, aviación y carros de combate en el frente del este, así como 607 divisiones, mientras que en los demás teatros de operaciones perdió 176 divisiones. El número de muertos y heridos de los alemanes en el frente del este fue seis veces superior al que tuvieron en el frente occidental y mediterráneo.Eso sí, con un coste extraordinario: la Unión Soviética tuvo 27 millones de muertos; 1.700 ciudades, 70.000 aldeas, 32.000 empresas industriales y 65.000 kilómetros de ferrocarril fueron destruidos durante la contienda. En conjunto, la URSS perdió el 30% de su riqueza nacional y el conjunto de sus pérdidas constituyó el 40% de todas las sufridas por el conjunto de los combatientes.
Esta es la realidad histórica, pero los años de la Guerra Fría dieron paso al triunfo de la propaganda anticomunista, y sistemáticamente se trató de minimizar, incluso borrar, el papel de la URSS en la guerra. Si realizáramos una encuesta al azar, la mayoría de los encuestados sabría situar históricamente el desembarco de Normandía y contestaría que fue protagonizado por los norteamericanos, pero esa misma mayoría tendría una idea más borrosa sobre Stalingrado. En el imaginario popular Normandía fue el hecho que selló la derrota de la Alemania nazi, mientras que Stalingrado va cayendo en el olvido. Pero hay algo que la burguesía no logrará borrar ni eliminar de la memoria histórica: la bandera roja con la hoz y el martillo ondeando en Berlín en lo alto del Reichstag el 2 de mayo de 1945.
Carlos Hermida
publicado en la web del PCEml
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El 8 de mayo de 1945 finalizó la Segunda Guerra Mundial en Europa. Setenta y cinco años después, la contienda bélica más sangrienta de la Historia sigue siendo objeto de atención y análisis por parte de los historiadores. Hay una opinión casi generalizada entre los especialistas en considerar que esta fue una guerra justa, una guerra que era preciso ganar para librar a la humanidad de la barbarie fascista.
A diferencia de la guerra de 1914, ejemplo claro de enfrentamiento imperialista motivado por las ambiciones territoriales de las grandes potencias capitalistas, la Segunda Guerra Mundial fue la lucha de la democracia contra la tiranía que deseaban imponer al mundo las potencias fascistas. Sin embargo, esta visión canónica no se corresponde exactamente con la realidad.
La contienda librada entre 1939 y 1945 fue extraordinariamente compleja. En primer lugar, hubo varias guerras, dialécticamente unidas, pero con dinámicas propias. Hubo una guerra del Reino Unido y Estados Unidos contra Alemania, Italia y Japón. Otra guerra diferente fue la que sostuvieron la Alemania nazi y la Unión Soviética. La resistencia popular contra el invasor nazi en Europa y contra los japoneses en Asia era una guerra peculiar y lo mismo cabe decir de la lucha de China contra Japón.
Es indudable que todos querían derrotar al fascismo, pero los objetivos finales de los contendientes variaban sustancialmente. Estados Unidos e Inglaterra luchaban para derrotar a Hitler y Mussolini en cuanto que ambos dictadores cuestionaban la hegemonía mundial de ambas potencias, pero Churchill y Roosevelt aspiraban a mantener el orden capitalista en el mundo. De hecho, el gobierno británico practicó una vergonzosa política de apaciguamiento respecto a Hitler entre 1933 y 1939, y Estados Unidos solo entró en guerra cuando sus intereses económicos y políticos se vieron directamente afectados por el expansionismo japonés.
Por el contrario, la resistencia popular encabezada por los comunistas en Francia, Italia, Yugoslavia, Grecia y otros países europeos pretendía derrotar al fascismo y llevar a cabo transformaciones revolucionarias al acabar la guerra.
Por otra parte, fueron muchos los que colaboraron con el ocupante nazi y prestaron su ayuda para exterminar a los judíos europeos. Resistencia y colaboración existieron en todas partes.
La Segunda Guerra Mundial tiene, por tanto, diferentes lecturas y perspectivas que rebasan el tradicional marco interpretativo de la lucha entre fascismo y antifascismo. Ahora bien, lo que es evidente e incuestionable es que la guerra la ganó la Unión Soviética y gracias a su inmenso sacrificio el fascismo fue derrotado.
El 22 de junio de 1941 un inmenso ejército alemán, que integraba también tropas de países fascistas aliados de Alemania, atacó, sin previa declaración de guerra, a la Unión Soviética. En esos momentos Hitler era dueño de Europa y solo el Reino Unido resistía a la máquina de guerra germana. Durante tres años la Unión Soviética resistió la embestida de la Werhmacht. Stalin pidió en repetidas ocasiones a Estados Unidos, que había entrado en la guerra en diciembre de 1941, que abriera un segundo frente en Europa para aliviar la presión que ejercía el ejército alemán sobre la URSS. Sin embrago, con excusas de tipo técnico y logístico, el gobierno estadounidense fue retrasando dicha apertura. Es evidente que el desembarco en Europa no era una tarea sencilla y conllevaba un inmenso despliegue de fuerzas que requería tiempo reunir y coordinar, pero también es cierto que Estados Unidos y el Reino Unido, como potencias capitalistas, estaban interesadas en que la Unión Soviética sufriera el mayor desgaste posible y saliera debilitada de la guerra. No olvidemos que la II Guerra Mundial fue en el sentido político una guerra extraña, en la que las burguesías inglesa y estadounidense no tuvieron más remedio que aliarse con un país socialista para poder vencer al capitalismo alemán.
En los tres primeros meses de la guerra los soviéticos sufrieron continuas derrotas y los alemanes ocuparon las repúblicas bálticas, Bielorrusia, Moldavia y casi toda Ucrania. A pesar de las enormes pérdidas, la Unión Soviética resistió, y fue esa resistencia la que impidió que Hitler ganara la guerra. Si Stalin se hubiese rendido, como hizo el gobierno francés en junio de 1940, los nazis habrían controlado las gigantescas reservas de materias primas del país, así como innumerables empresas e industrias. Con ese potencial económico en sus manos, no es difícil aventurar que el gobierno británico no hubiese podido continuar la lucha, pactando algún tipo de acuerdo con Alemania. No es exagerado afirmar, por tanto, que la tenacidad del pueblo soviético fue trascendental para el curso de la guerra.
En la primavera de 1942 el ejército alemán, que había sido frenado en diciembre de 1941 a las puertas de Moscú, reanudó la ofensiva y en septiembre comenzó la batalla de Stalingrado. La conquista de la ciudad se convirtió para Hitler en un objetivo prioritario, pero su defensa adquirió también un valor simbólico para los soviéticos. Durante meses se combatió en la ciudad, que quedó completamente destruida, y los soldados soviéticos dieron innumerables muestras de heroísmo. El 2 de febrero de 1943 lo que quedaba del VI ejército alemán se rindió. El mariscal Von Paulus, 24 generales y 90.000 soldados fueron hechos prisioneros. Durante todo el período de la batalla los alemanes perdieron 1.500.000 hombres, aproximadamente el 25% de todas las fuerzas que operaban en el frente soviético, 2.000 tanques, 10.000 cañones y 3.000 aviones. El desastre fue de tal magnitud que los alemanes ya no se recuperarían. La victoria de Stalingrado fue el resultado de varias causas. Una de ellas fue la enorme capacidad industrial de la URSS proporcionada por la economía planificada. En segundo lugar, la identificación entre el pueblo y el Partido Comunista y, finalmente, la capacidad de Stalin para tomar las decisiones adecuadas y dejar una amplia iniciativa a los oficiales del Estado Mayor.
Nadie pone en duda la contribución de Estados Unidos y del Reino Unido en la derrota del fascismo, y los comunistas somos los primeros en rendir homenaje a los norteamericanos e ingleses que lucharon contra las potencias fascistas. Eran aliados de la URSS y pagaron una cuota de sangre importante en la Segunda Guerra Mundial, pero la mayor contribución, el mayor sacrificio, las mayores pérdidas humanas y materiales en la guerra correspondieron al pueblo soviético. El presidente estadounidense Roosevelt y el primer ministro británico Churchill así lo reconocieron en su momento, pronunciando palabras de elogio y admiración en relación con Stalin y el esfuerzo de guerra soviético. Afortunadamente existen las hemerotecas y las bibliotecas, y los desmemoriados o quienes padecen amnesia histórica selectiva harán bien en visitarlas de vez en cuando. Así podrían comprobar que el 27 de septiembre de 1944 Churchill afirmó que “el ejército ruso sacó las tripas a la máquina de guerra alemana y en la actualidad contiene en su frente a la mayor parte de las fuerzas del enemigo” o lo que Roosevelt escribió en mayo de 1942: “me es difícil eludir un hecho tan sencillo como que los rusos matan más soldados enemigos y destruyen más armamento que los 25 estados de las Naciones Unidas tomados en su conjunto”. El general C. Chennault, jefe de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en China, reconoció en agosto de 1945 que la entrada de la Unión Soviética en la guerra contra el Japón fue el factor decisivo que aceleró el fin de la contienda en Extremo Oriente, incluso si no se hubieran lanzado las bombas atómicas. Solo los historiadores con anteojeras pueden ignorar que el ejército alemán perdió el 75% de su artillería, aviación y carros de combate en el frente del este, así como 607 divisiones, mientras que en los demás teatros de operaciones perdió 176 divisiones. El número de muertos y heridos de los alemanes en el frente del este fue seis veces superior al que tuvieron en el frente occidental y mediterráneo.Eso sí, con un coste extraordinario: la Unión Soviética tuvo 27 millones de muertos; 1.700 ciudades, 70.000 aldeas, 32.000 empresas industriales y 65.000 kilómetros de ferrocarril fueron destruidos durante la contienda. En conjunto, la URSS perdió el 30% de su riqueza nacional y el conjunto de sus pérdidas constituyó el 40% de todas las sufridas por el conjunto de los combatientes.
Esta es la realidad histórica, pero los años de la Guerra Fría dieron paso al triunfo de la propaganda anticomunista, y sistemáticamente se trató de minimizar, incluso borrar, el papel de la URSS en la guerra. Si realizáramos una encuesta al azar, la mayoría de los encuestados sabría situar históricamente el desembarco de Normandía y contestaría que fue protagonizado por los norteamericanos, pero esa misma mayoría tendría una idea más borrosa sobre Stalingrado. En el imaginario popular Normandía fue el hecho que selló la derrota de la Alemania nazi, mientras que Stalingrado va cayendo en el olvido. Pero hay algo que la burguesía no logrará borrar ni eliminar de la memoria histórica: la bandera roja con la hoz y el martillo ondeando en Berlín en lo alto del Reichstag el 2 de mayo de 1945.