«¡El obrero es el auténtico tipo duro!» - Domingo Martos - abril de 2020
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Miles de personas son las que estos días salen a aplaudir desde sus balcones no sólo al personal médico, sino también a los trabajadores que reponen día a día los suministros básicos que necesitamos durante esta cuarentena. Miles somos los que en estos días nos convencemos aún más de la influencia de la clase social en nuestra realidad más cotidiana. Las crisis nunca son iguales para todos, y eso, la clase trabajadora, lo tiene claro. Robert De Niro decía aquella gran verdad en Una historia del Bronx; “el obrero es el auténtico tipo duro”. Pero ¿qué es eso de la clase social? En el siguiente artículo vamos a ver las dos grandes teorías que abarcan el concepto de clase, cuestiones como explotación y dominación, y los motivos que nos mueven a muchos a creer en la clase obrera como portadora de un gran potencial para el conjunto de la sociedad.
¿Qué entendemos por clase social?
Como es lógico no podemos en este artículo hacer un examen exhaustivo de todas las teorías y concepciones de la clase que conviven en las facultades de Sociología o Ciencias Políticas, por lo que nos centraremos en las dos grandes corrientes que más han influido en su estudio.
En primer lugar, a la pregunta sobre la naturaleza de la clase social nos asalta la definición dada por el sociólogo Max Weber. Para él las clases sociales son grupos que por su posición social pueden optar al control y la exclusión de ciertos recursos respecto a los demás individuos de la sociedad. Cuando estas oportunidades son conseguidas, los puentes que pudieran conducir al resto de hombres y mujeres a esa posición son derribados. Este concepto será así mismo definido por uno de sus sucesores, Frank Parkin, como “clausura social”. Por poner varios ejemplos, la educación sería una forma de exclusión pues permite dejar fuera del cesto de bienes y oportunidades a las personas que no posean esas cualificaciones, o en el caso de la producción económica, la clase burguesa para Weber sería aquella que gracias a la posesión de los títulos de propiedad sobre la empresa o sobre unas acciones tiene la capacidad de beneficiarse respecto a un obrero que carezca de estos. Siguiendo este planteamiento, nos surgirían tres tipos de clases: clase capitalista, posee la titularidad de los medios de producción; la clase media, posee títulos educativos; y clase obrera, excluida tanto de la titularidad de medios de producción como de niveles altos de educación o cualificación. En definitiva, diríamos que la clave para entender las relaciones entre unas clases y otras es la existencia de una exclusión fruto de la posesión de diferentes titularidades (de empresas, de estudios, etc..).
Frente a esta gran teoría, encontramos la formulación marxista. Si decíamos que la idea clave para Weber era la exclusión, para los marxistas lo esencial y lo que va a definir a grandes rasgos una clase social serán la dominación y la explotación. La dominación consiste en la capacidad que tendrían ciertas personas de controlar la actividad (productiva) de otras. Y la explotación, a raíz de esa dominación, serían los flujos de trabajo que pasan de una clase a otra por medio de la apropiación, algo que solo es posible por la relación que guardan lo individuos respecto a los medios de producción de una sociedad, lo que Karl Marx denominó “relaciones sociales de producción (RSP)”. Pongamos que la relación del sujeto A es una relación de trabajo y la del sujeto B una relación de propiedad. ¿Qué clases surgirían de aquí? Pues bien, los sujetos A serán (en el capitalismo) la clase obrera, dominada por otro grupo y a la vez explotada porque parte de su valor de trabajo1 pasa a otro grupo en forma de ganancias, mercancías y servicios producidos durante el tiempo que dura una jornada laboral. Los sujetos B serían dominadores porque tienen la capacidad de decidir sobre los sujetos A, por ejemplo, con un despido o una reducción salarial. Además, son explotadores porque se hacen con una parte, plusvalía o plustrabajo, producida por la clase trabajadora. Se definirían así las dos grandes clases en el Capitalismo: burguesía, con propiedad sobre los medios de producción; y trabajadores, que solo poseen su fuerza de trabajo. Sin embargo, estos grados de explotación y dominación son variables y dan pie a otras clases intermedias (clase media2) o marginales (lumpenproletariado) que terminarían de definir el espectro social según la teoría marxista.
Por resumir ambas posiciones, podemos decir que tanto Marx como Weber radican su teoría sobre la base de la producción. Pero, y he aquí la gran pero sutil diferencia, mientras Weber observa la producción desde la plataforma del mercado donde se intercambian bienes, Marx la observa -la producción- desde la plataforma de la explotación en que se generan esa producción. Mientras la visión weberiana solo contempla la gestión y apropiación de los bienes producidos, el marxismo indaga en la comprensión de las relaciones que se dan en la producción de los bienes. Aquí radica el motivo por el que personalmente considero superior el análisis marxista al weberiano en cuanto a la concepción de clase, tasando de forma clara las posiciones de clase frente a la volatilidad que deviene de la apropiación de oportunidades weberiana.
¿Opresión y explotación son lo mismo?
Para poder seguir afinando en esta tarea de delimitar las clases sociales es muy importante la diferenciación entre opresión y explotación. Al igual que nos ocurría antes, la gran cantidad de teorías hace imposible tratarlas todas en exhaustividad, así que me limitaré a definir las diferencias entre opresión y explotación desde una perspectiva materialista, es decir, que el origen está en su mayor parte o en una parte considerable en el plano económico, no en sus repercusiones culturales-ideológicas.
La explotación, como decíamos, es la transferencia de flujos de trabajo, esto es, que parte del trabajo realizado por una persona y que se encierra en el producto final. Este trabajo pasa a formar parte de la plusvalía que al final de todo el proceso recibe el dueño de los medios de producción, y que divide entre las instituciones financieras que dan crédito para iniciar la producción, el pago de las rentas del suelo y máquinas o los dividendos de los diferentes accionistas. Pero ¿son todos los trabajos asalariados una fuente de plusvalía? Marx y Engels definieron la plusvalía como fruto del trabajo productivo, la creación de mercancías (físicas e intelectuales). Por lo tanto, no todo el trabajo es productivo, sino sólo aquel que tiene posibilidad de ganancia o seguir reproduciendo el capital. Por ejemplo, el trabajo en el sector financiero sería improductivo, pues no crea mercancía, simplemente es un medio de transferencia de capitales, plusvalías, bonos, rentas, etc. Del mismo modo, los trabajos puramente reproductivos no son fuente de plusvalía -por tanto, no se da explotación- mientras estos sigan en el ámbito familiar, en cambio si son ofrecidos por el mercado en forma de lavanderías o trabajos de limpieza sí que estarían siendo productivos, “el trabajo productivo es por tanto una definición del trabajo totalmente independiente del contenido o del valor de uso concreto en que se manifiesta; depende más bien de la forma social en la que se realiza”3 por lo que un trabajo puede ser productivo e improductivo a la vez, es cuestión de la posición que este ocupa en las relaciones sociales de producción.
En cuanto a la opresión, diremos, en base a las aportaciones del marxista Erik Olin Wright, que se trata de la desigual distribución de bienes. La diferencia respecto a la explotación es que no existe una correlación de causa entre un sujeto oprimido y su opresor. De la explotación decimos que el sujeto A depende de la apropiación de trabajo del sujeto B para ser rico y tener una posición clara de dominación, en cambio, en la opresión, el sujeto A posee una posición preminente respecto a B sin necesidad de hacer suyo el trabajo de B. Pongamos varios ejemplos para ver la diferencia. Una persona en paro será oprimida por un capitalista, pues la riqueza a la que puede acceder este es infinitamente superior a la del parado, pero, sin embargo, en esta relación no hay explotación, pues el primero no está dentro del proceso de producción, se encuentra fuera, el capitalista no puede extraer plusvalía alguna de este parado. Como segundo ejemplo, podemos pensar en la figura de la mujer. Su opresión sería clara en cuanto a la desigual distribución de bienes como empleos, oportunidades o en algunas épocas pasadas, los títulos sobre la propiedad privada. Sin embargo, su explotación será problemática si se pretende hablar de la mujer como una clase distinta y sistemáticamente explotada. La mujer encerrada en el mundo doméstico, que sufre de la opresión, no lo haría igual de la explotación, pues como el parado, no son parte del mundo productivo. En cambio, la mujer trabajadora, empleada asalariada, sufriría esta vez sí de la explotación que impone el capital sobre el trabajo.
Esta relación dominación-explotación-clase puede parecer difícil de comprender, pero el economista John Roemer nos plantea en su libro, Teoría General de la Explotación y la Clase, un sencillo juego para entender cómo opera la explotación y la dominación dentro de las relaciones sociales existentes.
Su juego consiste en una práctica de “teoría de juegos”, una herramienta muy frecuente en Sociología para entender las relaciones entre distintos agentes. La dinámica consiste en observar si al eliminar a uno de los agentes involucrados en el juego, el superviviente pierde o gana respecto al que sale. Podemos detectar así la diferencia entre dominación y explotación. Por ejemplo, según Roemer si todos los explotados (entendidos por personas asalariadas) se salieran del juego, el explotador perdería la partida de forma catastrófica, siendo los vencedores los obreros. En cambio, planteemos esto entre personas blancas y negras en los años 60 en Estados Unidos. Si sacamos a la población afroamericana del juego, los blancos no perderían por ello la partida, pues sus privilegios de ciudadanía blanca se pueden dar independientemente de si hay o no oprimidos. En este segundo ejemplo lo que se da es un caso de opresión, no de explotación, habría un reparto desigual de bienes como la ciudadanía o los derechos civiles, pero esos blancos seguirán siendo blancos con derechos civiles, aunque no se dé la figura contrapuesta de la discriminación racial. Esto nos permite distinguir entre opresión y explotación, siendo esta segunda la que convierte a un grupo específico en una clase concreta en función de su posición explotador-explotado.
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Miles de personas son las que estos días salen a aplaudir desde sus balcones no sólo al personal médico, sino también a los trabajadores que reponen día a día los suministros básicos que necesitamos durante esta cuarentena. Miles somos los que en estos días nos convencemos aún más de la influencia de la clase social en nuestra realidad más cotidiana. Las crisis nunca son iguales para todos, y eso, la clase trabajadora, lo tiene claro. Robert De Niro decía aquella gran verdad en Una historia del Bronx; “el obrero es el auténtico tipo duro”. Pero ¿qué es eso de la clase social? En el siguiente artículo vamos a ver las dos grandes teorías que abarcan el concepto de clase, cuestiones como explotación y dominación, y los motivos que nos mueven a muchos a creer en la clase obrera como portadora de un gran potencial para el conjunto de la sociedad.
¿Qué entendemos por clase social?
Como es lógico no podemos en este artículo hacer un examen exhaustivo de todas las teorías y concepciones de la clase que conviven en las facultades de Sociología o Ciencias Políticas, por lo que nos centraremos en las dos grandes corrientes que más han influido en su estudio.
En primer lugar, a la pregunta sobre la naturaleza de la clase social nos asalta la definición dada por el sociólogo Max Weber. Para él las clases sociales son grupos que por su posición social pueden optar al control y la exclusión de ciertos recursos respecto a los demás individuos de la sociedad. Cuando estas oportunidades son conseguidas, los puentes que pudieran conducir al resto de hombres y mujeres a esa posición son derribados. Este concepto será así mismo definido por uno de sus sucesores, Frank Parkin, como “clausura social”. Por poner varios ejemplos, la educación sería una forma de exclusión pues permite dejar fuera del cesto de bienes y oportunidades a las personas que no posean esas cualificaciones, o en el caso de la producción económica, la clase burguesa para Weber sería aquella que gracias a la posesión de los títulos de propiedad sobre la empresa o sobre unas acciones tiene la capacidad de beneficiarse respecto a un obrero que carezca de estos. Siguiendo este planteamiento, nos surgirían tres tipos de clases: clase capitalista, posee la titularidad de los medios de producción; la clase media, posee títulos educativos; y clase obrera, excluida tanto de la titularidad de medios de producción como de niveles altos de educación o cualificación. En definitiva, diríamos que la clave para entender las relaciones entre unas clases y otras es la existencia de una exclusión fruto de la posesión de diferentes titularidades (de empresas, de estudios, etc..).
Frente a esta gran teoría, encontramos la formulación marxista. Si decíamos que la idea clave para Weber era la exclusión, para los marxistas lo esencial y lo que va a definir a grandes rasgos una clase social serán la dominación y la explotación. La dominación consiste en la capacidad que tendrían ciertas personas de controlar la actividad (productiva) de otras. Y la explotación, a raíz de esa dominación, serían los flujos de trabajo que pasan de una clase a otra por medio de la apropiación, algo que solo es posible por la relación que guardan lo individuos respecto a los medios de producción de una sociedad, lo que Karl Marx denominó “relaciones sociales de producción (RSP)”. Pongamos que la relación del sujeto A es una relación de trabajo y la del sujeto B una relación de propiedad. ¿Qué clases surgirían de aquí? Pues bien, los sujetos A serán (en el capitalismo) la clase obrera, dominada por otro grupo y a la vez explotada porque parte de su valor de trabajo1 pasa a otro grupo en forma de ganancias, mercancías y servicios producidos durante el tiempo que dura una jornada laboral. Los sujetos B serían dominadores porque tienen la capacidad de decidir sobre los sujetos A, por ejemplo, con un despido o una reducción salarial. Además, son explotadores porque se hacen con una parte, plusvalía o plustrabajo, producida por la clase trabajadora. Se definirían así las dos grandes clases en el Capitalismo: burguesía, con propiedad sobre los medios de producción; y trabajadores, que solo poseen su fuerza de trabajo. Sin embargo, estos grados de explotación y dominación son variables y dan pie a otras clases intermedias (clase media2) o marginales (lumpenproletariado) que terminarían de definir el espectro social según la teoría marxista.
Por resumir ambas posiciones, podemos decir que tanto Marx como Weber radican su teoría sobre la base de la producción. Pero, y he aquí la gran pero sutil diferencia, mientras Weber observa la producción desde la plataforma del mercado donde se intercambian bienes, Marx la observa -la producción- desde la plataforma de la explotación en que se generan esa producción. Mientras la visión weberiana solo contempla la gestión y apropiación de los bienes producidos, el marxismo indaga en la comprensión de las relaciones que se dan en la producción de los bienes. Aquí radica el motivo por el que personalmente considero superior el análisis marxista al weberiano en cuanto a la concepción de clase, tasando de forma clara las posiciones de clase frente a la volatilidad que deviene de la apropiación de oportunidades weberiana.
¿Opresión y explotación son lo mismo?
Para poder seguir afinando en esta tarea de delimitar las clases sociales es muy importante la diferenciación entre opresión y explotación. Al igual que nos ocurría antes, la gran cantidad de teorías hace imposible tratarlas todas en exhaustividad, así que me limitaré a definir las diferencias entre opresión y explotación desde una perspectiva materialista, es decir, que el origen está en su mayor parte o en una parte considerable en el plano económico, no en sus repercusiones culturales-ideológicas.
La explotación, como decíamos, es la transferencia de flujos de trabajo, esto es, que parte del trabajo realizado por una persona y que se encierra en el producto final. Este trabajo pasa a formar parte de la plusvalía que al final de todo el proceso recibe el dueño de los medios de producción, y que divide entre las instituciones financieras que dan crédito para iniciar la producción, el pago de las rentas del suelo y máquinas o los dividendos de los diferentes accionistas. Pero ¿son todos los trabajos asalariados una fuente de plusvalía? Marx y Engels definieron la plusvalía como fruto del trabajo productivo, la creación de mercancías (físicas e intelectuales). Por lo tanto, no todo el trabajo es productivo, sino sólo aquel que tiene posibilidad de ganancia o seguir reproduciendo el capital. Por ejemplo, el trabajo en el sector financiero sería improductivo, pues no crea mercancía, simplemente es un medio de transferencia de capitales, plusvalías, bonos, rentas, etc. Del mismo modo, los trabajos puramente reproductivos no son fuente de plusvalía -por tanto, no se da explotación- mientras estos sigan en el ámbito familiar, en cambio si son ofrecidos por el mercado en forma de lavanderías o trabajos de limpieza sí que estarían siendo productivos, “el trabajo productivo es por tanto una definición del trabajo totalmente independiente del contenido o del valor de uso concreto en que se manifiesta; depende más bien de la forma social en la que se realiza”3 por lo que un trabajo puede ser productivo e improductivo a la vez, es cuestión de la posición que este ocupa en las relaciones sociales de producción.
En cuanto a la opresión, diremos, en base a las aportaciones del marxista Erik Olin Wright, que se trata de la desigual distribución de bienes. La diferencia respecto a la explotación es que no existe una correlación de causa entre un sujeto oprimido y su opresor. De la explotación decimos que el sujeto A depende de la apropiación de trabajo del sujeto B para ser rico y tener una posición clara de dominación, en cambio, en la opresión, el sujeto A posee una posición preminente respecto a B sin necesidad de hacer suyo el trabajo de B. Pongamos varios ejemplos para ver la diferencia. Una persona en paro será oprimida por un capitalista, pues la riqueza a la que puede acceder este es infinitamente superior a la del parado, pero, sin embargo, en esta relación no hay explotación, pues el primero no está dentro del proceso de producción, se encuentra fuera, el capitalista no puede extraer plusvalía alguna de este parado. Como segundo ejemplo, podemos pensar en la figura de la mujer. Su opresión sería clara en cuanto a la desigual distribución de bienes como empleos, oportunidades o en algunas épocas pasadas, los títulos sobre la propiedad privada. Sin embargo, su explotación será problemática si se pretende hablar de la mujer como una clase distinta y sistemáticamente explotada. La mujer encerrada en el mundo doméstico, que sufre de la opresión, no lo haría igual de la explotación, pues como el parado, no son parte del mundo productivo. En cambio, la mujer trabajadora, empleada asalariada, sufriría esta vez sí de la explotación que impone el capital sobre el trabajo.
Esta relación dominación-explotación-clase puede parecer difícil de comprender, pero el economista John Roemer nos plantea en su libro, Teoría General de la Explotación y la Clase, un sencillo juego para entender cómo opera la explotación y la dominación dentro de las relaciones sociales existentes.
Su juego consiste en una práctica de “teoría de juegos”, una herramienta muy frecuente en Sociología para entender las relaciones entre distintos agentes. La dinámica consiste en observar si al eliminar a uno de los agentes involucrados en el juego, el superviviente pierde o gana respecto al que sale. Podemos detectar así la diferencia entre dominación y explotación. Por ejemplo, según Roemer si todos los explotados (entendidos por personas asalariadas) se salieran del juego, el explotador perdería la partida de forma catastrófica, siendo los vencedores los obreros. En cambio, planteemos esto entre personas blancas y negras en los años 60 en Estados Unidos. Si sacamos a la población afroamericana del juego, los blancos no perderían por ello la partida, pues sus privilegios de ciudadanía blanca se pueden dar independientemente de si hay o no oprimidos. En este segundo ejemplo lo que se da es un caso de opresión, no de explotación, habría un reparto desigual de bienes como la ciudadanía o los derechos civiles, pero esos blancos seguirán siendo blancos con derechos civiles, aunque no se dé la figura contrapuesta de la discriminación racial. Esto nos permite distinguir entre opresión y explotación, siendo esta segunda la que convierte a un grupo específico en una clase concreta en función de su posición explotador-explotado.