Del socialismo científico al socialismo distópico
Josep Cónsola - enero de 2021
“La educación que mueve a la autoeducación es justamente, según mi íntimo convencimiento, la verdadera educación. Enseñar al individuo a autoeducarse es infinitamente más difícil que organizar distracciones dominicales” (Vasili A. Sujomlinski, Educación y autoeducación, Sovietskaia Pedagoguica, núm 11, 1970)
En el siglo XIX, el 21 de septiembre de 1882 Federico Engels publicaba un folleto con el título “Del socialismo Utópico al socialismo científico” que contenía tres capítulos de su libro “La subversión de la ciencia por el señor E. Dühring”, escrito en 1878.
En el prólogo de la edición inglesa de 1892 hacía referencia a los avances de la ciencia con estas palabras: “La química moderna nos dice que tan pronto como se conoce la constitución química de cualquier cuerpo, este cuerpo puede integrarse a partir de sus elementos. Hoy, estamos todavía lejos de conocer exactamente la constitución de las sustancias orgánicas superiores, los cuerpos albuminoides, pero no hay absolutamente ninguna razón para que no adquiramos, aunque sea dentro de varios siglos, este conocimiento y con ayuda de él podamos fabricar albúmina artificial. Cuando lo consigamos, habremos conseguido también producir la vida orgánica, pues la vida, desde sus formas más bajas hasta las más altas, no es más que la modalidad normal de existencia de los cuerpos albuminoides”.
Esta ilusión respecto a la ciencia y sus avances a finales del siglo XIX, producto de la transformación y cambio del patrón tecnológico a partir de la crisis de 1873, y la desafortunada frase de “habremos conseguido también producir la vida orgánica”, seguramente ha sido un elemento que ha calado en el pensamiento de los escolásticos del socialismo científico hasta el extremo de realizar paralelismos entre la ciencia social que emana del análisis de la sociedad y de la lucha de clases en la misma i la ciencia aplicada por las clases dominantes a efecto de mantener el control social para paliar los efectos de dicha lucha de clases.
Hemos llegado a un punto en el cual la denominada “ciencia” no es utilizada precisamente para alcanzar lo que Engels anunciaba en el citado documento. “Por vez primera, se da ahora, y se da de un modo efectivo, la posibilidad de asegurar a todos los miembros de la sociedad, por medio de un sistema de producción social, una existencia que, además de satisfacer plenamente y cada día con mayor holgura sus necesidades materiales, les garantiza el libre y completo desarrollo y ejercicio de sus capacidades físicas y espirituales”. Todo lo contrario ha ocurrido.
Pero las lecturas interesadas han hecho mella en los cerebros de los paladines del pensamiento crítico, ya sean éstos partidos políticos, movimientos sociales, universidades o intelectuales del ámbito progresista y anticapitalista. Y el concepto de progreso se ha asociado a una mejora del bienestar, prácticamente casi siempre concebido como más posesión de bienes materiales lo cual sería cierto si va asociado a una equidad social, económica, política, cultural, ecológica y de libertad, pero obviando que dicho progreso es una condición necesaria para la revalorización del capital y por lo tanto dirigido, controlado y puesto en práctica por él. Solamente desde esta óptica se puede comprender la claudicación y seguidismo respecto a lo que ha ocurrido durante el año 2020, siguiendo a pies juntillas las recomendaciones y órdenes emanadas desde las más altas instancias del capitalismo mundial.
La pregunta del por qué de esta sumisión no la podemos simplificar con apelativos despectivos al estilo de “se han vendido a las multinacionales” u otros similares. El tema es más complejo y merece una reflexión pausada, reflexión que de no realizarse posiblemente será difícil de comprender esta aceptación acrítica de las interpelaciones del capital y de paso la renuncia total no solamente al socialismo científico, sino a la propia utopía, que por cierto no era desmerecida en el folleto de Engels al que hacía mención refiriéndose a Saint Simón, Owen o Fourier.
Seguramente, la visión de progreso, la valoración de la ciencia, que según se atribuye a Lenin “Comunismo es soviets más electricidad”, podía tener sentido en un país como Rusia de principios de siglo XX en el cual las masas campesinas vivían mayormente en condiciones subhumanas, lo mismo que cuando Engels a medianos del siglo XIX describió la situación de la clase obrera en Inglaterra.
Y no cabe duda que los descubrimientos científicos y las aplicaciones técnicas han jugado un papel importante en la mejora de las condiciones de existencia de una parte muy importante de la población en los países del centro del sistema capitalista, pero que durante un cierto período revolucionario dicha ciencia y dicha técnica quedaban subordinadas en la URSS a la lucha de clases a favor del proletariado hasta medianos del siglo XX.
A partir de este momento, se empezó a teorizar el carácter neutro de la ciencia, también tomando como referencia algunas alusiones de Marx al respecto y de este modo el concepto de progreso quedó tan solo como una carrera para alcanzar el grado de consumo de los países capitalistas. Unos cambios importantes se sucedieron en la Academia de Ciencias de la URSS que se irradiaron hacia en conjunto del movimiento comunista internacional e impregnaron las concepciones éticas, políticas y filosóficas de sus dirigentes y militantes, derivando en demasiados supuestos, cuando no degenerando, a una nueva concepción de conducta moral que se alejaba de las aspiraciones del socialismo.
Dos tópicos se han utilizado durante muchos años para definir las sociedades que en sus principios constitucionales figuraba el concepto socialismo: Salud y educación gratuitas. Uno de estos tópicos no se basaba tanto en el concepto de salud, sino en el de incidir positivamente sobre la enfermedad, con lo cual se ponía en primer lugar el gran número de médicos, el gran número de policlínicos, el gran número de camas hospitalarias y el gran consumo de medicamentos, pero con muy pocas referencias a la salud como concepto de autoconocimiento personal, de cuidado de uno mismo y de la sociedad en conjunto, y poniendo ésta a manos de miles de “técnicos” dispuestos a recomponer una salud maltrecha.
Esta dejación por la salud y esta fijación por “curar la enfermedad” por parte de numerosos especialistas creó un abandono de la educación por la salud y creando con ello una percepción sanitaria alejada del debate democrático, asumida esta dejación tanto por parte de la población como por parte de los militantes comunistas, creando unos hábitos no saludables pero con la confianza que los técnicos o la ciencia resolverían las disfunciones.
Si bien es cierto que el sistema educativo era universal y gratuito, basculaba fundamentalmente en materias técnico-científicas, físicas, matemáticas, etc. , dejando en lugar secundario tanto el tema mencionado del cuidado de la salud, como el conjunto de las denominadas humanidades. Y esta tónica general se fue transmitiendo de generación en generación con un símil a lo que describe Skinner en su novela Walden2: “Resolvimos el problema de las ovejas con una cerca eléctrica portátil que pudiera utilizarse para mover el rebaño por el césped como una segadora gigante, pero dejando libre la mayor parte del prado en cualquier momento deseado.
Pronto nos dimos cuenta de que las ovejas se mantenían dentro del cuadrado y sin tocar la cerca, por lo que ésta ya no necesita estar electrificada. De modo que pusimos una cuerda, que es más fácil de transportar.
“¿Y las crías?” —preguntó Bárbara, volviéndose un poco y mirando a Frazier con disimulo.
“Se las deja sueltas —confesó Frazier—, pero no causan molestia alguna y pronto aprenden a estar con el resto del rebaño. Lo curioso es que la mayoría de estas ovejas nunca les ha dado calambre. La mayoría nacieron después que quitamos el alambre. Se ha hecho ya costumbre entre nuestras ovejas no acercarse nunca a la cuerda. Las crías lo aprenden de sus mayores, cuya sensatez nunca ponen en tela de juicio”.
La competencia en materia científica entre la propuesta socialista y la capitalista se centró básicamente en aplicaciones derivadas de la carrera armamentística, la cual produjo un enorme desequilibrio en las cuentas estatales socialistas cuya consecuencia fue una disminución de los artículos de consumo para la población sobre todo porqué a diferencia del capitalismo no se trasladaron hacia los objetos de consumo las invenciones técnicas de la industria militar. Pero la “ciencia” avanzaba a marchas forzadas.
La autorrealización de las personas, su autonomía, el conocimiento de sí mismos y de su entorno quedaban subordinados a los grandes logros infraestructurales, a veces ciertos, a veces no tanto, pero utilizados como piedra angular del proselitismo. Y la traslación al conjunto del movimiento comunista del ilusorio pensamiento que un mayor número de técnicos médicos o de infraestructuras hospitalarias era una de las soluciones para conseguir salud. Craso error, todas estas infraestructuras eran y son para la enfermedad, pues la salud se debe educar en la escuela, desde los medios de comunicación, desde las organizaciones sociales, desde los barrios, desde los centros de trabajo y además todo ello aparejado con un sistema productivo que no destruya el entorno, que no contamine el aire, el agua, el suelo y los alimentos con tóxicos, en definitiva que no sean elementos de destrucción de la salud.
Esta cultura de la enfermedad, que en su momento se teorizó desde las instancias ideológicas de los comunismos oficiales vino avalada en la década de los años 70 del siglo XX por el concepto de “revolución científico-técnica” como panacea de todos los males tanto del cuerpo como de la sociedad. Concepto mal copiado de la propaganda capitalista en unos momentos que se preparaba para lo que se denominó la revolución microelectrónica o tercera revolución industrial, en la cual se sentaron los cimientos para la industria biotecnológica y cibernética.
Y, el concepto de comunismo dejó de ser la apuesta por una sociedad distinta de la capitalista para convertirse en una competencia de la misma utilizando los mismos parámetros, ya no se trataba de crear una sociedad distinta sino de ganar una carrera cuyas metas coincidían. Así los logros del socialismo se entendían como los mismos que el capitalismo pero atenuando las diferencias sociales existentes en éste, produciéndose paulatinamente un situación en que los modelos morales, y por ende culturales, tendiesen a vibrar en la misma frecuencia, situando en las poblaciones de los países socialistas un anhelo de los modelos de vida de los países centrales del capitalismo, puesto que el objetivo de fondo era la mayor disposición de bienes materiales.
Y cuando se produce la autodestrucción de los países socialistas, sin ningún análisis crítico del mismo, y al mismo tiempo se produce la desbandada del conjunto de las formaciones comunistas en todo el mundo, lo único que quedó para los supervivientes de tal desastre fue el esquema utilizado antes de la autodestrucción, y desde aquel momento, en una parálisis total, simplemente se han venido repitiendo conceptos, consignas, paradigmas que llevaron al desastre.
En lugar de recuperar la memoria teórica y práctica, de adecuarla al momento actual, de reflexionar sobre el presente y elaborar perspectivas de futuro, como hicieron los revolucionarios del siglo XIX, los actuales revolucionarios han sido contagiados por el virus de la distopía, negando la posibilidad de imaginar un mundo y una sociedad distinta. No es de extrañar que estos revolucionarios del siglo XXI se hayan sometido a los dictados del gran capital y hayan aceptado el discurso pandémico con más ahínco que los mismos promotores del mismo.
De todo ello podemos extraer una pequeña lección: no será a través de la ciencia y la técnica del capital que podremos deshacernos de él, sino intentando elaborar, cultivar y defender una alternativa científico-técnica que partiendo de la base de insertarla dentro del debate democrático y con el pensamiento puesto de nuevo en la utopía, nos permita avanzar en un tipo de organización política y social que de forma constante ponga en tela de juicio el sistema capitalista retomando los principios esenciales del socialismo científico para luchar denodadamente contra los intentos distópicos de los teóricos del fin de las ideologías.
Josep Cónsola - enero de 2021
“La educación que mueve a la autoeducación es justamente, según mi íntimo convencimiento, la verdadera educación. Enseñar al individuo a autoeducarse es infinitamente más difícil que organizar distracciones dominicales” (Vasili A. Sujomlinski, Educación y autoeducación, Sovietskaia Pedagoguica, núm 11, 1970)
En el siglo XIX, el 21 de septiembre de 1882 Federico Engels publicaba un folleto con el título “Del socialismo Utópico al socialismo científico” que contenía tres capítulos de su libro “La subversión de la ciencia por el señor E. Dühring”, escrito en 1878.
En el prólogo de la edición inglesa de 1892 hacía referencia a los avances de la ciencia con estas palabras: “La química moderna nos dice que tan pronto como se conoce la constitución química de cualquier cuerpo, este cuerpo puede integrarse a partir de sus elementos. Hoy, estamos todavía lejos de conocer exactamente la constitución de las sustancias orgánicas superiores, los cuerpos albuminoides, pero no hay absolutamente ninguna razón para que no adquiramos, aunque sea dentro de varios siglos, este conocimiento y con ayuda de él podamos fabricar albúmina artificial. Cuando lo consigamos, habremos conseguido también producir la vida orgánica, pues la vida, desde sus formas más bajas hasta las más altas, no es más que la modalidad normal de existencia de los cuerpos albuminoides”.
Esta ilusión respecto a la ciencia y sus avances a finales del siglo XIX, producto de la transformación y cambio del patrón tecnológico a partir de la crisis de 1873, y la desafortunada frase de “habremos conseguido también producir la vida orgánica”, seguramente ha sido un elemento que ha calado en el pensamiento de los escolásticos del socialismo científico hasta el extremo de realizar paralelismos entre la ciencia social que emana del análisis de la sociedad y de la lucha de clases en la misma i la ciencia aplicada por las clases dominantes a efecto de mantener el control social para paliar los efectos de dicha lucha de clases.
Hemos llegado a un punto en el cual la denominada “ciencia” no es utilizada precisamente para alcanzar lo que Engels anunciaba en el citado documento. “Por vez primera, se da ahora, y se da de un modo efectivo, la posibilidad de asegurar a todos los miembros de la sociedad, por medio de un sistema de producción social, una existencia que, además de satisfacer plenamente y cada día con mayor holgura sus necesidades materiales, les garantiza el libre y completo desarrollo y ejercicio de sus capacidades físicas y espirituales”. Todo lo contrario ha ocurrido.
Pero las lecturas interesadas han hecho mella en los cerebros de los paladines del pensamiento crítico, ya sean éstos partidos políticos, movimientos sociales, universidades o intelectuales del ámbito progresista y anticapitalista. Y el concepto de progreso se ha asociado a una mejora del bienestar, prácticamente casi siempre concebido como más posesión de bienes materiales lo cual sería cierto si va asociado a una equidad social, económica, política, cultural, ecológica y de libertad, pero obviando que dicho progreso es una condición necesaria para la revalorización del capital y por lo tanto dirigido, controlado y puesto en práctica por él. Solamente desde esta óptica se puede comprender la claudicación y seguidismo respecto a lo que ha ocurrido durante el año 2020, siguiendo a pies juntillas las recomendaciones y órdenes emanadas desde las más altas instancias del capitalismo mundial.
La pregunta del por qué de esta sumisión no la podemos simplificar con apelativos despectivos al estilo de “se han vendido a las multinacionales” u otros similares. El tema es más complejo y merece una reflexión pausada, reflexión que de no realizarse posiblemente será difícil de comprender esta aceptación acrítica de las interpelaciones del capital y de paso la renuncia total no solamente al socialismo científico, sino a la propia utopía, que por cierto no era desmerecida en el folleto de Engels al que hacía mención refiriéndose a Saint Simón, Owen o Fourier.
Seguramente, la visión de progreso, la valoración de la ciencia, que según se atribuye a Lenin “Comunismo es soviets más electricidad”, podía tener sentido en un país como Rusia de principios de siglo XX en el cual las masas campesinas vivían mayormente en condiciones subhumanas, lo mismo que cuando Engels a medianos del siglo XIX describió la situación de la clase obrera en Inglaterra.
Y no cabe duda que los descubrimientos científicos y las aplicaciones técnicas han jugado un papel importante en la mejora de las condiciones de existencia de una parte muy importante de la población en los países del centro del sistema capitalista, pero que durante un cierto período revolucionario dicha ciencia y dicha técnica quedaban subordinadas en la URSS a la lucha de clases a favor del proletariado hasta medianos del siglo XX.
A partir de este momento, se empezó a teorizar el carácter neutro de la ciencia, también tomando como referencia algunas alusiones de Marx al respecto y de este modo el concepto de progreso quedó tan solo como una carrera para alcanzar el grado de consumo de los países capitalistas. Unos cambios importantes se sucedieron en la Academia de Ciencias de la URSS que se irradiaron hacia en conjunto del movimiento comunista internacional e impregnaron las concepciones éticas, políticas y filosóficas de sus dirigentes y militantes, derivando en demasiados supuestos, cuando no degenerando, a una nueva concepción de conducta moral que se alejaba de las aspiraciones del socialismo.
Dos tópicos se han utilizado durante muchos años para definir las sociedades que en sus principios constitucionales figuraba el concepto socialismo: Salud y educación gratuitas. Uno de estos tópicos no se basaba tanto en el concepto de salud, sino en el de incidir positivamente sobre la enfermedad, con lo cual se ponía en primer lugar el gran número de médicos, el gran número de policlínicos, el gran número de camas hospitalarias y el gran consumo de medicamentos, pero con muy pocas referencias a la salud como concepto de autoconocimiento personal, de cuidado de uno mismo y de la sociedad en conjunto, y poniendo ésta a manos de miles de “técnicos” dispuestos a recomponer una salud maltrecha.
Esta dejación por la salud y esta fijación por “curar la enfermedad” por parte de numerosos especialistas creó un abandono de la educación por la salud y creando con ello una percepción sanitaria alejada del debate democrático, asumida esta dejación tanto por parte de la población como por parte de los militantes comunistas, creando unos hábitos no saludables pero con la confianza que los técnicos o la ciencia resolverían las disfunciones.
Si bien es cierto que el sistema educativo era universal y gratuito, basculaba fundamentalmente en materias técnico-científicas, físicas, matemáticas, etc. , dejando en lugar secundario tanto el tema mencionado del cuidado de la salud, como el conjunto de las denominadas humanidades. Y esta tónica general se fue transmitiendo de generación en generación con un símil a lo que describe Skinner en su novela Walden2: “Resolvimos el problema de las ovejas con una cerca eléctrica portátil que pudiera utilizarse para mover el rebaño por el césped como una segadora gigante, pero dejando libre la mayor parte del prado en cualquier momento deseado.
Pronto nos dimos cuenta de que las ovejas se mantenían dentro del cuadrado y sin tocar la cerca, por lo que ésta ya no necesita estar electrificada. De modo que pusimos una cuerda, que es más fácil de transportar.
“¿Y las crías?” —preguntó Bárbara, volviéndose un poco y mirando a Frazier con disimulo.
“Se las deja sueltas —confesó Frazier—, pero no causan molestia alguna y pronto aprenden a estar con el resto del rebaño. Lo curioso es que la mayoría de estas ovejas nunca les ha dado calambre. La mayoría nacieron después que quitamos el alambre. Se ha hecho ya costumbre entre nuestras ovejas no acercarse nunca a la cuerda. Las crías lo aprenden de sus mayores, cuya sensatez nunca ponen en tela de juicio”.
La competencia en materia científica entre la propuesta socialista y la capitalista se centró básicamente en aplicaciones derivadas de la carrera armamentística, la cual produjo un enorme desequilibrio en las cuentas estatales socialistas cuya consecuencia fue una disminución de los artículos de consumo para la población sobre todo porqué a diferencia del capitalismo no se trasladaron hacia los objetos de consumo las invenciones técnicas de la industria militar. Pero la “ciencia” avanzaba a marchas forzadas.
La autorrealización de las personas, su autonomía, el conocimiento de sí mismos y de su entorno quedaban subordinados a los grandes logros infraestructurales, a veces ciertos, a veces no tanto, pero utilizados como piedra angular del proselitismo. Y la traslación al conjunto del movimiento comunista del ilusorio pensamiento que un mayor número de técnicos médicos o de infraestructuras hospitalarias era una de las soluciones para conseguir salud. Craso error, todas estas infraestructuras eran y son para la enfermedad, pues la salud se debe educar en la escuela, desde los medios de comunicación, desde las organizaciones sociales, desde los barrios, desde los centros de trabajo y además todo ello aparejado con un sistema productivo que no destruya el entorno, que no contamine el aire, el agua, el suelo y los alimentos con tóxicos, en definitiva que no sean elementos de destrucción de la salud.
Esta cultura de la enfermedad, que en su momento se teorizó desde las instancias ideológicas de los comunismos oficiales vino avalada en la década de los años 70 del siglo XX por el concepto de “revolución científico-técnica” como panacea de todos los males tanto del cuerpo como de la sociedad. Concepto mal copiado de la propaganda capitalista en unos momentos que se preparaba para lo que se denominó la revolución microelectrónica o tercera revolución industrial, en la cual se sentaron los cimientos para la industria biotecnológica y cibernética.
Y, el concepto de comunismo dejó de ser la apuesta por una sociedad distinta de la capitalista para convertirse en una competencia de la misma utilizando los mismos parámetros, ya no se trataba de crear una sociedad distinta sino de ganar una carrera cuyas metas coincidían. Así los logros del socialismo se entendían como los mismos que el capitalismo pero atenuando las diferencias sociales existentes en éste, produciéndose paulatinamente un situación en que los modelos morales, y por ende culturales, tendiesen a vibrar en la misma frecuencia, situando en las poblaciones de los países socialistas un anhelo de los modelos de vida de los países centrales del capitalismo, puesto que el objetivo de fondo era la mayor disposición de bienes materiales.
Y cuando se produce la autodestrucción de los países socialistas, sin ningún análisis crítico del mismo, y al mismo tiempo se produce la desbandada del conjunto de las formaciones comunistas en todo el mundo, lo único que quedó para los supervivientes de tal desastre fue el esquema utilizado antes de la autodestrucción, y desde aquel momento, en una parálisis total, simplemente se han venido repitiendo conceptos, consignas, paradigmas que llevaron al desastre.
En lugar de recuperar la memoria teórica y práctica, de adecuarla al momento actual, de reflexionar sobre el presente y elaborar perspectivas de futuro, como hicieron los revolucionarios del siglo XIX, los actuales revolucionarios han sido contagiados por el virus de la distopía, negando la posibilidad de imaginar un mundo y una sociedad distinta. No es de extrañar que estos revolucionarios del siglo XXI se hayan sometido a los dictados del gran capital y hayan aceptado el discurso pandémico con más ahínco que los mismos promotores del mismo.
De todo ello podemos extraer una pequeña lección: no será a través de la ciencia y la técnica del capital que podremos deshacernos de él, sino intentando elaborar, cultivar y defender una alternativa científico-técnica que partiendo de la base de insertarla dentro del debate democrático y con el pensamiento puesto de nuevo en la utopía, nos permita avanzar en un tipo de organización política y social que de forma constante ponga en tela de juicio el sistema capitalista retomando los principios esenciales del socialismo científico para luchar denodadamente contra los intentos distópicos de los teóricos del fin de las ideologías.