[justify]Revolución Rusa - Los bolcheviques y el antisemitismo
Brendan McGeever (profesor de Sociología de la racialización y del antisemitismo en la Universidad de Londres) - junio 2017
publicado en jacobinmag.com
▬ 2 mensajes
En el Palacio de Invierno, el jefe del gobierno provisional, Alexander Kerensky, espera inquieto su coche para huir. En el exterior, los guardias rojos han tomado el control de la central telefónica. La toma del poder por los bolcheviques es inminente. En el palacio no hay luz ni teléfono. Desde la ventana, Kerensky puede ver el puente del Palacio: está ocupado por marinos bolcheviques. Finalmente, llega un coche enviado por la embajada estadounidense y Kerensky emprende su huida de la Petrogrado roja. Cuando el vehículo dobla una esquina, Kerensky observa algunas pintadas, recién escritas en las murallas del palacio: “¡Abajo con el judío Kerensky, viva el camarada Trotsky!”
La consigna sigue siendo absurda un siglo después: Kerensky, por descontado, no era judío, mientras que Trotsky sí lo era. Sin embargo, lo que refleja es el papel turbio y contradictorio que desempeñó el antisemitismo en el proceso revolucionario. En buena parte de la literatura publicada sobre la revolución rusa, el antisemitismo se concibe como una forma de “contrarrevolución”, como el coto privado de la derecha antibolchevique. Esto encierra una buena dosis de verdad, por supuesto: el régimen zarista se caracterizaba por su antisemitismo, y en la ola devastadora de violencia antijudía que siguió a la revolución de octubre, durante los años de guerra civil (1918-1921), el grueso de las atrocidades corrió a cargo del ejército blanco y de otras fuerzas opuestas al naciente Estado soviético. Pero este no es el cuadro completo.
El antisemitismo impregnaba a todas las fuerzas políticas de la Rusia revolucionaria, despertando adhesiones en todos los grupos sociales y afinidades políticas. En la corriente marxista, el racismo y el radicalismo político eran a menudo objeto de crítica, pero en 1917 el antisemitismo y el resentimiento de clase podían solaparse, como pasaba también con ideologías contrapuestas.
Febrero: una revolución en la vida de los judíos
La Revolución de Febrero cambió la vida de los judíos. Apenas unos días después de la abdicación del zar Nicolás II se levantaron todas las restricciones legales que pesaban sobre los judíos. Más de 140 estatutos, con un total de unas mil páginas, fueron abolidos de un plumazo. Para marcar este momento histórico, el soviet de Petrogrado convocó una reunión especial en la víspera de la Pascua judía, el 24 de marzo de 1917. El delegado judío que intervino estableció inmediatamente la conexión: la Revolución de Febrero, dijo, podía ponerse a la misma altura que la liberación de los judíos de la esclavitud en Egipto.
Sin embargo, la emancipación formal no vino acompañada de la desaparición de la violencia antijudía. El antisemitismo estaba profundamente arraigado en Rusia, y su persistencia en 1917 estaba estrechamente relacionada con los avances y retrocesos de la revolución. En el transcurso de 1917 se produjeron al menos 235 ataques a judíos. Aunque no representaban más del 4,5 % de la población, los judíos fueron víctimas ese año de alrededor de un tercio de todos los actos de violencia física contra minorías nacionales.
A partir del estallido de la Revolución de Febrero, en las calles de las ciudades rusas circularon rumores sobre pogromos antijudíos, hasta el punto de que en las primeras reuniones de los soviets de Petrogrado y Moscú, la cuestión del antisemitismo era un punto destacado del orden del día. En aquellas primeras semanas apenas hubo brotes de violencia, pero en junio la prensa judía empezó a informar de que “masas de trabajadores” se congregaban en las esquinas para aplaudir discursos pogromistas que declaraban que el soviet de Petrogrado estaba en manos de “los judíos”. En ocasiones, líderes bolcheviques se topaban con estos actos de antisemitismo. Caminando por la calle a comienzos de julio, Vladímir Bonch-Bruevich –el futuro secretario de Lenin– se encontró con una muchedumbre que llamaba abiertamente a realizar pogromos contra los judíos. Con la cabeza gacha apretó el paso. Llegaban cada vez más informaciones sobre reuniones similares.
A veces se solapaba el resentimiento de clase con representaciones antisemitas del judaísmo: más tarde en julio, oradores en una concentración callejera en Petrogrado llamaron a la muchedumbre a “aplastar a los judíos y a la burguesía”. Mientras que en el contexto inmediato de la Revolución de Febrero estas diatribas no cundían entre la gente, en julio atraían a un público amplio. En esta situación se reunió, en Petrogrado, el primer congreso panruso de consejos de diputados obreros y de soldados.
La cuestión del antisemitismo
Este primer congreso de los soviets fue una reunión histórica. Asistieron más de un millar de delegados de todos los partidos socialistas, en representación de cientos de soviets locales y de unos veinte millones de ciudadanos rusos. El 22 de junio, cuando llegaron noticias de más incidentes antisemitas, el congreso aprobó la declaración hasta entonces más contundente del movimiento socialista ruso sobre la cuestión del antisemitismo. Escrita por el bolchevique Yevgenii Preobrashenski, la resolución se titula “Sobre la lucha contra el antisemitismo”. Cuando Preobrazhenski acabó de leerla en voz alta, un delegado judío se levantó para declarar su aprobación de todo corazón, añadiendo que, aunque no resucitaría a los judíos asesinados en los pogromos de 1905, la resolución sí ayudaría a curar algunas de las heridas que seguían causando tanto dolor en la comunidad judía. Fue aprobada por unanimidad en el congreso.
La resolución reafirmaba fundamentalmente el punto de vista socialdemócrata clásico de que el antisemitismo era lo mismo que la contrarrevolución. Sin embargo, contenía un importante reconocimiento: el “gran peligro”, leyó Preobrazhenski, es “la tendencia del antisemitismo a ocultarse tras consignas radicales”. Esta convergencia de la política revolucionaria y el antisemitismo, seguía la resolución, representa “un enorme peligro para el pueblo judío y el conjunto del movimiento revolucionario, pues amenaza con ahogar la liberación del pueblo en la sangre de nuestros hermanos y cubrir de desgracia al movimiento revolucionario entero”. Esta admisión de que el antisemitismo y la política radical podían confluir supuso pisar terreno nuevo para el movimiento socialista ruso, que hasta entonces solía situar el antisemitismo en el lado de la extrema derecha. Cuando el proceso revolucionario se aceleró a finales del verano de 1917, la presencia del antisemitismo en algunos sectores de la clase obrera y del movimiento revolucionario se había convertido en un problema creciente que requería una respuesta socialista.
La respuesta de los soviets
Al término del verano, los soviets lanzaron una amplia campaña contra el antisemitismo. El soviet de Moscú, por ejemplo, organizó charlas y reuniones en las fábricas sobre este tema durante los meses de agosto y septiembre. En la antigua Zona de Residencia 1/, los soviets locales se encargaron de prevenir el estallido de pogromos. En Chernigov (Ucrania), a mediados de agosto, las Centurias Negras acusaron a los judíos de acaparar reservas de pan, lo que dio lugar a una serie de disturbios antijudíos violentos. Una delegación del soviet de Kiev tuvo que organizar un grupo de tropas locales para poner fin a los desmanes.
El gobierno provisional trató de lanzar su propia respuesta al antisemitismo. A mediados de septiembre, el gobierno aprobó una resolución en que prometía adoptar “las medidas más drásticas contra todos los pogromistas”. Una declaración similar, emitida dos semanas después, ordenaba a los ministros del gobierno a emplear “todo el poder a su disposición” para acabar con los pogromos. No obstante, cuando ya estaba en marcha la transferencia del poder a los soviets, la autoridad del gobierno provisional se hallaba en plena desintegración. Una editorial del 1 de octubre del periódico progubernamental Russkie Vedomosti captó bien la situación: “la ola de pogromos crece y se expande… Todos los días llegan montañas de telegramas… [pero] el gobierno provisional está desbordado… La administración local es impotente para hacer nada… Los medios de coerción están completamente agotados”.
Pero no los de los soviets. A medida que se profundizó la crisis política y avanzó el proceso de bolchevización, numerosos soviets provinciales lanzaron sus propias campañas contra el antisemitismo. En Vitebsk, una ciudad situada a unos 560 kilómetros de Moscú, el soviet local constituyó a primeros de octubre una unidad militar para proteger la ciudad de los pogromistas. La semana siguiente, el soviet de Oryol aprobó una resolución para combatir con las armas toda forma de violencia antisemita. En el extremo oriente ruso, los soviets de toda Siberia adoptaron una resolución contra el antisemitismo, declarando que el ejército revolucionario local tomaría “todas las medidas necesarias” para impedir cualquier pogromo. Esto demuestra hasta qué punto la lucha contra el antisemitismo estaba profundamente arraigada en el movimiento socialista organizado: incluso en el extremo oriente, donde había relativamente pocos judíos y todavía menos pogromos, los soviets locales se identificaban con los judíos del frente occidental que sufrían la violencia de manos de las bandas de antisemitas.
No cabe duda de que los soviets se habían convertido, a mediados de 1917, en la principal oposición política al antisemitismo en Rusia. Un editorial del periódico Evreiskaia Nedelia (La Semana Hebrea) lo reflejó muy bien: “Hay que decir, y se lo debemos agradecer, que los soviets han llevado a cabo una lucha enérgica en contra [de los pogromos]. En muchos lugares, ha sido exclusivamente gracias a su firmeza que se ha restaurado la paz”. Conviene señalar, sin embargo, que estas campañas contra el antisemitismo estaban destinadas a los trabajadores fabriles y ocasionales activistas del movimiento socialista en sentido amplio. En otras palabras, el antisemitismo se identificaba como un problema en el seno de la base social de la izquierda radical e incluso de sectores del propio movimiento revolucionario. Lo que esto revelaba, por supuesto, es que el antisemitismo no emanaba simplemente de “arriba”, de las altas esferas que apoyaban al zarismo, sino que tenía una base orgánica en sectores de la clase obrera y que había que hacerle frente como tal.
[/justify]
Brendan McGeever (profesor de Sociología de la racialización y del antisemitismo en la Universidad de Londres) - junio 2017
publicado en jacobinmag.com
▬ 2 mensajes
En el Palacio de Invierno, el jefe del gobierno provisional, Alexander Kerensky, espera inquieto su coche para huir. En el exterior, los guardias rojos han tomado el control de la central telefónica. La toma del poder por los bolcheviques es inminente. En el palacio no hay luz ni teléfono. Desde la ventana, Kerensky puede ver el puente del Palacio: está ocupado por marinos bolcheviques. Finalmente, llega un coche enviado por la embajada estadounidense y Kerensky emprende su huida de la Petrogrado roja. Cuando el vehículo dobla una esquina, Kerensky observa algunas pintadas, recién escritas en las murallas del palacio: “¡Abajo con el judío Kerensky, viva el camarada Trotsky!”
La consigna sigue siendo absurda un siglo después: Kerensky, por descontado, no era judío, mientras que Trotsky sí lo era. Sin embargo, lo que refleja es el papel turbio y contradictorio que desempeñó el antisemitismo en el proceso revolucionario. En buena parte de la literatura publicada sobre la revolución rusa, el antisemitismo se concibe como una forma de “contrarrevolución”, como el coto privado de la derecha antibolchevique. Esto encierra una buena dosis de verdad, por supuesto: el régimen zarista se caracterizaba por su antisemitismo, y en la ola devastadora de violencia antijudía que siguió a la revolución de octubre, durante los años de guerra civil (1918-1921), el grueso de las atrocidades corrió a cargo del ejército blanco y de otras fuerzas opuestas al naciente Estado soviético. Pero este no es el cuadro completo.
El antisemitismo impregnaba a todas las fuerzas políticas de la Rusia revolucionaria, despertando adhesiones en todos los grupos sociales y afinidades políticas. En la corriente marxista, el racismo y el radicalismo político eran a menudo objeto de crítica, pero en 1917 el antisemitismo y el resentimiento de clase podían solaparse, como pasaba también con ideologías contrapuestas.
Febrero: una revolución en la vida de los judíos
La Revolución de Febrero cambió la vida de los judíos. Apenas unos días después de la abdicación del zar Nicolás II se levantaron todas las restricciones legales que pesaban sobre los judíos. Más de 140 estatutos, con un total de unas mil páginas, fueron abolidos de un plumazo. Para marcar este momento histórico, el soviet de Petrogrado convocó una reunión especial en la víspera de la Pascua judía, el 24 de marzo de 1917. El delegado judío que intervino estableció inmediatamente la conexión: la Revolución de Febrero, dijo, podía ponerse a la misma altura que la liberación de los judíos de la esclavitud en Egipto.
Sin embargo, la emancipación formal no vino acompañada de la desaparición de la violencia antijudía. El antisemitismo estaba profundamente arraigado en Rusia, y su persistencia en 1917 estaba estrechamente relacionada con los avances y retrocesos de la revolución. En el transcurso de 1917 se produjeron al menos 235 ataques a judíos. Aunque no representaban más del 4,5 % de la población, los judíos fueron víctimas ese año de alrededor de un tercio de todos los actos de violencia física contra minorías nacionales.
A partir del estallido de la Revolución de Febrero, en las calles de las ciudades rusas circularon rumores sobre pogromos antijudíos, hasta el punto de que en las primeras reuniones de los soviets de Petrogrado y Moscú, la cuestión del antisemitismo era un punto destacado del orden del día. En aquellas primeras semanas apenas hubo brotes de violencia, pero en junio la prensa judía empezó a informar de que “masas de trabajadores” se congregaban en las esquinas para aplaudir discursos pogromistas que declaraban que el soviet de Petrogrado estaba en manos de “los judíos”. En ocasiones, líderes bolcheviques se topaban con estos actos de antisemitismo. Caminando por la calle a comienzos de julio, Vladímir Bonch-Bruevich –el futuro secretario de Lenin– se encontró con una muchedumbre que llamaba abiertamente a realizar pogromos contra los judíos. Con la cabeza gacha apretó el paso. Llegaban cada vez más informaciones sobre reuniones similares.
A veces se solapaba el resentimiento de clase con representaciones antisemitas del judaísmo: más tarde en julio, oradores en una concentración callejera en Petrogrado llamaron a la muchedumbre a “aplastar a los judíos y a la burguesía”. Mientras que en el contexto inmediato de la Revolución de Febrero estas diatribas no cundían entre la gente, en julio atraían a un público amplio. En esta situación se reunió, en Petrogrado, el primer congreso panruso de consejos de diputados obreros y de soldados.
La cuestión del antisemitismo
Este primer congreso de los soviets fue una reunión histórica. Asistieron más de un millar de delegados de todos los partidos socialistas, en representación de cientos de soviets locales y de unos veinte millones de ciudadanos rusos. El 22 de junio, cuando llegaron noticias de más incidentes antisemitas, el congreso aprobó la declaración hasta entonces más contundente del movimiento socialista ruso sobre la cuestión del antisemitismo. Escrita por el bolchevique Yevgenii Preobrashenski, la resolución se titula “Sobre la lucha contra el antisemitismo”. Cuando Preobrazhenski acabó de leerla en voz alta, un delegado judío se levantó para declarar su aprobación de todo corazón, añadiendo que, aunque no resucitaría a los judíos asesinados en los pogromos de 1905, la resolución sí ayudaría a curar algunas de las heridas que seguían causando tanto dolor en la comunidad judía. Fue aprobada por unanimidad en el congreso.
La resolución reafirmaba fundamentalmente el punto de vista socialdemócrata clásico de que el antisemitismo era lo mismo que la contrarrevolución. Sin embargo, contenía un importante reconocimiento: el “gran peligro”, leyó Preobrazhenski, es “la tendencia del antisemitismo a ocultarse tras consignas radicales”. Esta convergencia de la política revolucionaria y el antisemitismo, seguía la resolución, representa “un enorme peligro para el pueblo judío y el conjunto del movimiento revolucionario, pues amenaza con ahogar la liberación del pueblo en la sangre de nuestros hermanos y cubrir de desgracia al movimiento revolucionario entero”. Esta admisión de que el antisemitismo y la política radical podían confluir supuso pisar terreno nuevo para el movimiento socialista ruso, que hasta entonces solía situar el antisemitismo en el lado de la extrema derecha. Cuando el proceso revolucionario se aceleró a finales del verano de 1917, la presencia del antisemitismo en algunos sectores de la clase obrera y del movimiento revolucionario se había convertido en un problema creciente que requería una respuesta socialista.
La respuesta de los soviets
Al término del verano, los soviets lanzaron una amplia campaña contra el antisemitismo. El soviet de Moscú, por ejemplo, organizó charlas y reuniones en las fábricas sobre este tema durante los meses de agosto y septiembre. En la antigua Zona de Residencia 1/, los soviets locales se encargaron de prevenir el estallido de pogromos. En Chernigov (Ucrania), a mediados de agosto, las Centurias Negras acusaron a los judíos de acaparar reservas de pan, lo que dio lugar a una serie de disturbios antijudíos violentos. Una delegación del soviet de Kiev tuvo que organizar un grupo de tropas locales para poner fin a los desmanes.
El gobierno provisional trató de lanzar su propia respuesta al antisemitismo. A mediados de septiembre, el gobierno aprobó una resolución en que prometía adoptar “las medidas más drásticas contra todos los pogromistas”. Una declaración similar, emitida dos semanas después, ordenaba a los ministros del gobierno a emplear “todo el poder a su disposición” para acabar con los pogromos. No obstante, cuando ya estaba en marcha la transferencia del poder a los soviets, la autoridad del gobierno provisional se hallaba en plena desintegración. Una editorial del 1 de octubre del periódico progubernamental Russkie Vedomosti captó bien la situación: “la ola de pogromos crece y se expande… Todos los días llegan montañas de telegramas… [pero] el gobierno provisional está desbordado… La administración local es impotente para hacer nada… Los medios de coerción están completamente agotados”.
Pero no los de los soviets. A medida que se profundizó la crisis política y avanzó el proceso de bolchevización, numerosos soviets provinciales lanzaron sus propias campañas contra el antisemitismo. En Vitebsk, una ciudad situada a unos 560 kilómetros de Moscú, el soviet local constituyó a primeros de octubre una unidad militar para proteger la ciudad de los pogromistas. La semana siguiente, el soviet de Oryol aprobó una resolución para combatir con las armas toda forma de violencia antisemita. En el extremo oriente ruso, los soviets de toda Siberia adoptaron una resolución contra el antisemitismo, declarando que el ejército revolucionario local tomaría “todas las medidas necesarias” para impedir cualquier pogromo. Esto demuestra hasta qué punto la lucha contra el antisemitismo estaba profundamente arraigada en el movimiento socialista organizado: incluso en el extremo oriente, donde había relativamente pocos judíos y todavía menos pogromos, los soviets locales se identificaban con los judíos del frente occidental que sufrían la violencia de manos de las bandas de antisemitas.
No cabe duda de que los soviets se habían convertido, a mediados de 1917, en la principal oposición política al antisemitismo en Rusia. Un editorial del periódico Evreiskaia Nedelia (La Semana Hebrea) lo reflejó muy bien: “Hay que decir, y se lo debemos agradecer, que los soviets han llevado a cabo una lucha enérgica en contra [de los pogromos]. En muchos lugares, ha sido exclusivamente gracias a su firmeza que se ha restaurado la paz”. Conviene señalar, sin embargo, que estas campañas contra el antisemitismo estaban destinadas a los trabajadores fabriles y ocasionales activistas del movimiento socialista en sentido amplio. En otras palabras, el antisemitismo se identificaba como un problema en el seno de la base social de la izquierda radical e incluso de sectores del propio movimiento revolucionario. Lo que esto revelaba, por supuesto, es que el antisemitismo no emanaba simplemente de “arriba”, de las altas esferas que apoyaban al zarismo, sino que tenía una base orgánica en sectores de la clase obrera y que había que hacerle frente como tal.
[/justify]
Última edición por lolagallego el Lun Ene 25, 2021 6:40 pm, editado 1 vez