Ángela Davis, un mito izquierdista de papel
publicado en octubre de 2018 en la web Berlín Confidencial
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Hace unos días pasó por Madrid Angela Davis, icono del neotroskismo y el progrefeminismo postmoderno, para hablar de racismos y feminismos. Davis militó en el CPUSA (el Partido comunista norteamericano), el cual abandonó precipitadamente después de que se consumaran los golpes de Estado en el Este socialista de Europa que posibilitaron la caída de aquellos sistemas políticos, cambiando Davis oportunamente de registro para hablar de sí misma como “socialista democrática”, una cuña que los “comunistas arrepentidos” empezaron a utilizar de contrabando como subterfugio semántico tras el cisco político de 1989 en los países del Pacto de Varsovia.
Davis, es sabido, es conocida por ser discípula de Herbert Marcuse, ese charlatán neoizquierdista de la Escuela pronorteamericana de Frankfurt, reverenciado en el altar del progresismo criptotroskista, que fue uno de los tontos útiles de la guerra fría cultural de la CIA para hacer propaganda antisoviética y llevar el timón de la creada Nueva izquierda por dónde quería la Agencia Central de Inteligencia. Y no sólo eso sino que Marcuse fue, al igual que Davis (pero esta en su parcela), uno de los beneficiarios de la Fundación Rockefeller, una de las cubiertas filantrópicas más importantes de la CIA, a través de un programa llamado Filosofía Política y Jurídica.
En concreto, Rockefeller financió la obra de Marcuse Razón y Revolución (1960). También el entonces trotskista y luego ultraconservador, Leo Strauss, fue otro beneficiario de una ayuda de la Fundación Rockefeller para su obra ¿Qué es filosofía política? (1959). La nómina de agraciados por la generosa “beca” de Rockefeller incluía a miembros de la Escuela de Frankfurt como Otto Kircheimer en un ensayo cien por cien anticomunista llamado “La Administración de Justicia y el Concepto de legalidad en Alemania Oriental”, publicado en la Yale Law Journal, así como a la reaccionaria Hannah Arendt y su obra La Condición Humana, Karl Popper y, “sorpresa”, Henry Kissinger. Como el tema daría para otra entrada, lo dejamos aquí.
Angela Davis enarbola la bandera del lesbianismo, el veganismo y, por encima de todo, la del feminismo, ese caballo de Troya postmoderno que ha hecho más que nadie por neutralizar a la izquierda comunista en Occidente y aupar el discurso reaccionario tanto de políticos como Jair Bolsonaro, Mauricio Macri o el español Santiago Abascal, teleñecos todos de Wall-Street, Washington y Tel-Aviv, como de personajes del intelectualismo de la neo-ultraderecha americana o canadiense (respectivamente, Ben Shapiro y Jordan Peterson), o bien ultraliberales de “nuevo” cuño como el argentino Agustín Laje, uno de esos niñatos que nació anteayer (1989) y ya es un ferviente apologista del golpe militar fascista de Videla, de 1976.
Pero es que se lo han puesto “a huevo” a todos estos showman de extrema derecha, que han encontrado una mina en un feminismo extremista y dogmático (el argentino y norteamericano se llevan la palma, seguido del español) que ha surgido en los campus universitarios de EEUU y en las agendas de Fundaciones billonarias neoliberales estrechamente vinculadas a la CIA; feminismo a su vez promocionado copiosamente por medios de comunicación e instituciones gubernamentales de los países capitalistas europeos y de los propios EEUU. Ambos contendientes se retroalimentan mutuamente de un discurso que ha servido para un objetivo: dividir y arrinconar las luchas sociales.
Precisamente, fundaciones como Rockefeller, Ford Foundation, etc, no han dudado en financiar el llamado activismo social como ha sido el caso, a gran escala, del llamado Foro Social Mundial (WSF) para desactivar cualquier foco revolucionario, al estilo de lo que hacen con sus ONGs en el Tercer Mundo, y también lo han hecho con organizaciones feministas como Women’s Link (Soros y Ford), el Lobby Europeo de Mujeres (Rockefeller) y otras entidades locales cuyo feminismo es subvencionado, adicional o exclusivamente, por el Estado.
Un feminismo que ha plagado los grandes medios de comunicación con secciones específicas sobre la materia (en medios clásicos neoprogres como ELPAIS, Diario16, Público, Eldiario y que se extienden incluso a los neoconservadores) o bien medios de relativa nueva creación (Buzzfeed, Playground, Huffington, La Marea, El Salto Diario, etc) donde se articulan mensajes y proclamas que llegan hasta el absurdo y lo caricaturesco contra los hombres y se deifica hasta la santidad a las mujeres, en razón de un sesgo concreto y utilizando una mercancía muy definida. Todo ello en una suerte de sonrojante maniqueísmo populachero feminista donde caben espantapájaros lingüísticos de nueva creación, se imponen códigos de conducta catequista, se construyen identidades a medida (a cada cual más extravagante, superflua y anticientífica) o bien se imparten seminarios de “deconstrucción” masculina equivalentes a aquellos Certificados de Buena conducta franquista.
Este ritual de adoctrinamiento ha sido asumido mimética y gustosamente por todo el arco feminista (se llame liberal o anticapitalista) y, lo que es peor, por todo el espectro izquierdista, alimentando de este modo una confrontación artificial donde el neoliberalismo más derechista queda a salvo y ganando partidarios para la causa por acción directa o indirecta del lobby violeta. Por no hablar de que ese Estado neoliberal, avispado él, “paradójicamente” ha ido en busca del voto clientelar cediendo a todas las peticiones y premisas demagógicas de los colectivos de la nueva sinrazón de género. Si le quitan el patriarcado del menú, la industria de género muere de inanición.
Cuando leí hace tiempo que papanatas totalitarias del discurso de género como Irantzu Varela (y sus papagayas gremiales que le dan palmaditas en Twitter) tenían a esta pope (Davis) por un referente casi místico ya me hizo dudar de la activista negra idolatrada por la izquierdada. Así que indagando un poco por el personaje encuentras que Angela Davis no es más que una señora a la que han inflado su épica. Bien es cierto que nos vendieron su activismo icónico antirracista de las “panteras negras” y esa triquiñuela de que apoyó (porque le convenía) a los países comunistas de Europa del Este mientras estuvieron en pie (Davis visitó la RDA y se fotografió con Erich Honecker, presidente del Consejo de Estado de la República Democrática Alemana, como deferencia por haber mostrado este país solidaridad con Davis cuando fue encarcelada en 1971). Y también, en la URSS, en 1972, a Angela Davis le dieron la medalla Lenin.
Pero cabe recordar que Davis se fue del CPUSA debido a que una fracción de este partido decidió apoyar a los miembros del PCUS, de la todavía Unión Soviética, que intentaron deponer al hombre de Washington en el Kremlin, el golpista Gorbachov, en agosto de 1991, para evitar la descomposición inminente de la URSS y proceder a su restauración. Es decir, Davis y sus previsibles seguidores aprobaron el putsch contrarrevolucionario de Yeltsin, Gorbachov y EEUU (también en 1993) para acabar con la resistencia de los últimos soviets. De igual modo Davis celebró la caída del Muro Antifascista de Berlín cuando casi veinte años atrás levantaba el puño con Honecker en Berlín Este. Lo que se dice una comunista coherente y comprometida como pocas, pero huyendo de la quema que llegaba Fukuyama.
Ahora vayamos a lo sustantivo, retrocediendo a la Davis más “genuina”. En diciembre de 1974, Charlene Mitchell, miembro del Comité Central del Partido Comunista de Estados Unidos, confirmó que el libro que lanzó a Angela Davis como una celebridad de todas las causas internacionales fue financiado por importantes fundaciones controladas por la CIA. El libro de Davis, If They Come in the Morning publicado por la editorial Third Press, recibió 125.000 dólares utilizados para su publicacion y la financiación de la publicidad anticipada, que procedían de la Fundación Ford, la Fundación Field, la Fundación New World controlada por la Fundación Rockefeller y una de las más importantes entidades financieras de EEUU, el Chase Manhattan Bank, todos (incluida la editorial Third Press) en la órbita de la CIA. La Fundación New World, en aquel momento, estaba encabezada por James Vorenburg, fundador de la Administración de Asistencia a las Fuerzas de Seguridad (el brazo doméstico de la CIA) y miembro de otro frente de la CIA, la Fundación de la Policía.
New Solidarity, un medio vinculado a Lyndon Larouche (1922), un activista político estadounidense ocho veces candidato a las elecciones de EEUU, documentó en su momento cómo la CIA utilizó al Partido Comunista de los EEUU (CPUSA) para el reclutamiento de militantes que dieran notoriedad a la carrera de Angela Davis e inundar esa organización con agentes de la CIA para intentar tomar el control total de sus políticas. En la Wikipedia, ese estercolero que vierte desinformación y propaganda cuando afecta al establishment, Larouche es calificado de “fascista”, “ultra” y de haber tenido “conexiones con el KKK (Ku, Klux, Klan) (sin comentarios), además de todo un repertorio de conspiraciones y difamaciones de lo más estrambótico.
Para “corroborar” el “carácter fascista” de Larouche (pillen la ironía), vayamos a las palabras que el propio Larouche dedicó a la Unión Soviética y que recogió en 2015 el site ruso Sputnik News: “Lyndon LaRouche dijo que el papel de la Unión Soviética en la defensa de la civilización durante la Segunda Guerra Mundial sigue siendo un elemento crucial, un referente en la lucha de toda la humanidad. Las celebraciones en Moscú del día de la Victoria en la Segunda Guerra Mundial deberían considerarse imprescindibles”
Pero vayamos a la Davis. En un esclarecedor artículo publicado el 17 de agosto de 1974 en la revista fundada por Larouche, EIR (Executive Intelligence Review) titulado Angela Davis: The Offer the CPUSA Could Not Refuse (Angela Davis, la oferta que el Partido Comunista de EEUU no podía rechazar) se especifican algunas de las líneas maestras de ese pucherazo por entregas que significó, de los años 60 en adelante, el eje político Angela Davis-CPUSA en los EEUU.