Hacia la extinción de la prostitución
Alicia Díaz Sánchez
publicado en febrero de 2021 en El Común
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Una de las razones que impiden la plena emancipación de las mujeres la hallamos en la prostitución. La prostitución ha estado presente a lo largo de la historia, pero no siempre ha existido ni se trata en absoluto, como quieren vender los sectores pro-regulacionistas, del oficio más antiguo del mundo. Las justificaciones para que siga produciéndose gozan de una larga y dilatada lista de pretextos asentados en multitud de subterfugios de diferentes índole. Sus exposiciones hoy, se nos presentan como una errabunda peregrinación destinada a morir de vieja en el museo de las antiguallas. Que millones de hombres se manifiesten melindrosos bajo la espada de Damocles que cierne sobre sus cabezas al oír la palabra «abolición» no debería extrañarnos, ya que el consumo de mujeres a través del comercio sexual sigue siendo en la actualidad uno de los mayores alardes de poder masculino. La prostitución es la aceptación política y social de la situación de la mujer en el mundo. Una situación que no es la causa sino producto de las relaciones productivas de las mujeres durante el desarrollo social a lo largo de la historia. Lo que sí debería extrañarnos es que numerosas formaciones e individuos, hayan decidido posicionarse a favor de este modo de explotación en nombre de la izquierda aferrando sus falsas esperanzas y viles deseos al mástil del socialismo. Son ellos, sin embargo, quienes prostituyen constantemente la ideología aunque para ello tengan que arrasar, como si de un tifón se tratase, hasta con los principios marxistas. Sirva este artículo como un breve recorrido por las raíces de la prostitución en el que serán protagonistas, precisamente, los ideadores e ideadoras del pensamiento prostituido al que se pretende denostar.
Flora Tristán es una de las referencias principales a las que cualquier socialista debe acudir no solo por su compromiso intelectual y vital en favor de la lucha obrera y la unión de los trabajadores, sino también por el llamamiento desgarrado hacia las mujeres de cara a la emancipación económica y emocional. «Mujeres, ¿qué papel desempeñáis en la sociedad? Ninguno. Pues bien, si queréis vivir dignamente vuestra vida, dedicadla al triunfo de las más sanas de las causas: la unión obrera» (La unión obrera, 1840).
Si bien es cierto que las proclamas agitadoras pueden resultar ingenuas ahora debido al carácter utópico del pensamiento de la socialista, dicha utopía no le resta un ápice de lucidez a su discurso que queda, además, respaldado por autores de la talla de Marx y Engels que refrendaron su compromiso tanto en Manifiesto comunista con el popular «¡Proletarios de todos los países, uníos!», como en La Sagrada Familia, o Crítica de la crítica crítica (1844) con la siguiente defensa de Friedrich Engels: «La propia afirmación de la crítica —si tomamos esta afirmación en el único sentido que ella pueda tener—, reclama, pues, la organización del trabajo. Flora Tristán —en la discusión de las ideas de Flora Tristán es donde encontramos por primera vez esta afirmación—, pide la misma cosa, y esta insolencia de haberse atrevido a adelantarse a la crítica crítica le vale el ser tratada en canaille (canalla)».
Flora Tristán consideraba la prostitución directamente como una carnicería: «Por el mismo precio, si hace más gracia, también se le puede escupir en la cara; no se ofenderá por ello. […] Qué más da, es una miserable, y se le puede hacer de todo; tiene que comer, tiene hambre. Esta palabra por sí sola lo explica todo. Se han vuelto a pintar las casas en las que ocurre este horrendo tráfico de carne humana» (Pérégrinations d’une paria, 1833-1834). En relación a los prostíbulos sostiene: «Aquella gran e infame casa ¡es la sociedad entera!». Con usual frecuencia se acude al mito de la libre elección, un argumento agazapado dentro de una enorme trampa para osos que de atractivo y apetitoso que resulta el cebo, somos incapaces de ver las dimensiones y el peligro del armadijo hasta caer en él. Asegura Tristán que «la falsa libertad es hermana de la tiranía, y la licencia requiere necesariamente esclavos pues precisa víctimas». Nunca cayó —como ninguno de los autores que aquí se presentan— en la hipocresía de la doble moral, otra excusa de los partidarios de la prostitución puesto que los matrimonios por conveniencia han sido dura y ampliamente criticados y rechazados por socialistas y comunistas a lo largo de sus obras. No se trata, pues, de ningún conflicto relacionado con la moral cristiana, sino de la oposición política contra todo tipo de prostitución ética y humana. Si estar en contra de la explotación en todas sus formas es un dilema moral, me declaro principal enemiga de la inmoralidad que algunos defienden para eludir cualquier tipo de compromiso relacional entre seres humanos fuera de los lazos de la corrupción y la prostitución. No se escuden en las religiones para lanzar el arma de la moral religiosa como excusa, recuerden que es un boomerang que les llegará de vuelta. Friedrich Engels calificaba la prostitución como la forma más extrema del heterismo. La prostitución es una institución de carácter burgués. «El heterismo es una institución social como cualquier otra y mantiene la antigua libertad sexual… en provecho de los hombres. No sólo tolerado de hecho, sino practicado libremente sobre todo por las clases dominantes, se reprueba de palabra. Pero, en realidad, esta reprobación nunca va dirigida contra los hombres que lo practican, sino solamente contra las mujeres, que son despreciadas y rechazadas, proclamando con ello, una vez más, la supremacía absoluta del hombre sobre el sexo femenino como ley fundamental de la sociedad» fragmento que podemos encontrar en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884). Engels sitúa los inicios de la prostitución junto a la propiedad privada y el fortalecimiento de la familia patriarcal. El primer intercambio de dinero fue un acto, casualmente, religioso. «La entrega por dinero fue al principio un acto religioso. Se practicaba en el templo de la diosa del amor y, primitivamente, el dinero ingresaba en las arcas del templo. Las hieródulas de Anaitis en Armenia, las de Afrodita en Corinto, al igual que las bailarinas religiosas de los templos de la India (conocidas por el nombre de bayaderas, derivado del portugués bailadeira), fueron las primeras prostitutas. El sacrificio de entregarse, en un principio obligación de todas las mujeres, fue más tarde ejercido solamente por estas sacerdotisas, en sustitución de todas las demás». Por otra parte August Bebel en La mujer y el socialismo (1879) ubica la prostitución en los mismos espacios que Engels. «Solón, que formuló el nuevo derecho para Atenas y que se celebra como fundador del nuevo estado de derecho, fue también el que fundó las casas públicas de mujeres, el deicterion (burdel público), rigiendo el mismo precio para todos los visitantes. Según Filemón ascendía a un óbolo, unos 25 pfennig de nuestro dinero. El deicterion, al igual que los templos de los griegos y romanos y las iglesias cristianas en la Edad Media, era inviolable, se hallaba bajo la protección de la fuerza pública. Hasta el año 150 a.C., aproximadamente, el templo de Jerusalén era también el lugar habitual de reunión de las prostitutas». A propósito de este derecho Bebel recoge las siguientes palabras que un contemporáneo le realizó a Solón: «¡Loado sea Solón! Pues compraste mujeres públicas para el bien de la ciudad, para las costumbres de una ciudad llena de hombres jóvenes y fuertes, que, sin tu sabia institución, se entregarían a las molestas persecuciones de las mujeres honorables», termina concluyendo el autor con una apreciación que podía haber hecho hoy perfectamente. «Veremos cómo en nuestros días se justifica exactamente con las mismas razones la necesidad de la prostitución y de los burdeles del Estado. De este modo, las leyes del Estado reconocían a los hombres, como un derecho natural, acciones que se consideraban abominables y un crimen grave si las cometían las mujeres». ¿No creen que estos ritos, costumbres y privilegios están bastante lejos de ser justificados bajo el manto del trabajo al que se le asocia la prostitución? ¿Puede defenderse la infame prostitución, la forma más extrema del heterismo, desde una posición ideológicamente transformadora? Quienes no quieren combatir la prostitución no desean transformar el mundo, sino mantener una serie de privilegios basados en el derecho natural de dominar a la otra mitad de la especie humana. No desean acabar con la propiedad privada, ni con los anticuados fundamentos del derecho de pernada, ni con la precariedad laboral ni con la explotación. No buscan libertad para las mujeres, sino para ellos mismos. Una libertad que se obtiene, entre otras, relegando a un estatus de subalternidad en términos gramscianos, al grupo que se encuentra en peores condiciones materiales.
Es habitual el cruce teórico acerca de si la prostitución puede considerarse trabajo. Para ello, se acude a la teoría del valor-trabajo de Karl Marx, algo que, además de reduccionista, resulta claramente capcioso. Si Marx, creador de dicha fórmula, no vio jamás una forma de trabajo digno en la prostitución, ¿qué debería hacernos pensar que un supuesto error matemático de fórmula o de teoría hubiera modificado la visión sobre la prostitución de los ideadores del marxismo? El trabajo, además de una teoría, es el resultado de las necesidades naturales del ser humano. Actividad por la que el hombre transforma la realidad para satisfacer sus necesidades físicas y espirituales. La prostitución no tiene nada de natural. No ha transformado absolutamente nada, todo lo contrario; ha contribuido a la deshumanización de las relaciones sexo-afectivas entre hombres y mujeres colocando a estas últimas en una situación de sumisión y dominación que se extiende al resto de mujeres aunque no practiquen la prostitución directa o indirectamente. «Nuestros burgueses, no bastándoles, por lo visto, con tener a su disposición a las mujeres y a los hijos de sus proletarios —¡y no hablemos de la prostitución oficial!—, sienten una grandísima fruición en seducirse unos a otros sus mujeres». Está claro que para Marx no es un problema de calado estrictamente laboral, se trata, más bien, de una cuestión social y económica.