por lolagallego Lun Abr 26, 2021 12:56 pm
Thomas Robert Malthus (1766-1834) parte de una aseveración que se hará famosa: los recursos aumentan en progresión aritmética, la población lo hace en geométrica. Y a partir de ahí, se adentra en las consecuencias que advierte en la política, la economía y la moral. Y aprovecha para poner los cimientos de la Demografía, y para criticar a numerosos personajes de su época: Condorcet, Godwin, Owen, y al mismo Adam Smith. Naturalmente, sus propuestas quedaron pronto desfasadas y superadas, cuando no directamente rechazadas, lo que no impide reconocer su importancia al abrir nuevas direcciones a la investigación. Sin embargo, en muchos aspectos puede resultar de gran interés apreciar las continuidades que generó y que se han prolongado hasta el presente.
El pasado 16 de enero, José Luis Mateos escribía en Heraldo de Aragón un artículo titulado Un virus muy maltusiano, que reproducimos aquí, y que constituyó el acicate para revisitar a Malthus.
«En 1798, un clérigo anglicano llamado Thomas Malthus discurrió la necesidad de todo lo que nos está ocurriendo en la actualidad en su Ensayo sobre el principio de la población. Tanta influencia tuvo el pastor inglés, protegido del primer ministro británico William Pitt, que el mundo actual está bañado en malthusianismo. Charles Darwin, que estuvo estudiando por el mundo la evolución de las especies, no escapó al influjo maltusiano. Su idea de la evolución de las especies nos abrió los ojos al criticar nuestro antropocentrismo, y defender la idea de que el hombre no es sino el primate que mejor se supo adaptar a las dificultades climáticas y de todo tipo. El mejor. Y Malthus propugnó que era necesario que el hombre aprendiese a controlar su excedente de población ―ya lo hacía a través de las guerras― para que los mejores pudiesen sobrevivir con fortuna. Eso cuando no eran las epidemias las protagonistas. Guerras y epidemias han cribado históricamente a la población. Estas ideas, que pasaron también por las cabezas de Nietzsche, de los jerarcas nazis, comunistas (para quien los mejores son sus mejores) o muchos otros totalitarios, tienen su reflejo en las sociedades actuales.
»Precisamente la China comunista impulsó todo un programa de reducción ―obligatoria, claro― de la natalidad. Pero también en el occidente más o menos democrático vamos en la misma dirección: anticoncepción (qué remedio), retraso en la edad del matrimonio (o como lo queramos llamar), eutanasia… Más claro: se trata de quitar gente de en medio. Antes se decía (Malthus) que era porque faltaban recursos para tanto incremento de la población. Ahora se dice que tanta población humana está acabando con el planeta. Y en lugar de luchar contra los que quieren cargarse la Tierra ―por ejemplo, los que deforestan nuestro gran pulmón, la inmensa cuenca del Amazonas― vamos a cortar por arriba y por abajo a la humanidad. Que haya el menor número de viejos y de bebés. Y de enfermos y discapacitados. Sólo debe sobrevivir el superhombre de Nietzsche. Una manera sutil de acabar con los más débiles es por medio de las epidemias, aunque a veces yerran en el blanco. Históricamente las epidemias estaban fuera del control humano. Pero la ciencia ha avanzado tanto por medio de las vacunas que nos creíamos a salvo. Pero también podemos dejar escapar microbios a investigar, queriendo o sin querer. Y es que 7.700 millones de personas dan mucho quehacer. Máxime cuando la inteligencia artificial ya está sustituyendo a muchas.»