El viejo socialchovinismo: la Escuela de Gustavo Bueno
Equipo de Bitácora (M-L) - mayo de 2020
en el Foro en 6 mensajes
«Desde hace años la Escuela de Gustavo Bueno ha sido la cuna de los chovinistas de todo pelaje. Viene siendo hora de desnudar sus más que evidentes contradicciones. Muchos de sus seguidores son orgullosos seguidores de sus tesis porque se reconocen como nacionalistas. Pero muchos otros, tienen la desvergüenza de autodenominarse como marxistas. He aquí la importancia de refutar este mito que ha calado hondo entre el revisionismo patrio.
¿Respeta el concepto de nación marxista la Escuela de Gustavo Bueno?
Unos la desconocen, otros la distorsionan.
Gustavo Bueno concibe que «España es tan grande», que no necesita ser explicada por los rasgos definitorios de la nación, mucho menos bajo la formulación marxista. Simplemente define que:
«— Entrevistador: ¿Y la idea de nación?
— Gustavo Bueno: No hay una teoría sobre la nación». (La España Nueva, 21 de noviembre de 1999)
He aquí un escéptico de los pies a la cabeza, que solo a través del subjetivismo trata de armar un relato.
Uno de sus discípulos, Santiago Armesilla se queja en sus conferencias de que la gente no comprende las obras clásicas del marxismo sobre la cuestión nacional como él hace. Pero su falta de capacidad de comprensión llega al punto de proclamar ridículamente que:
«Stalin elabora este texto [«El marxismo y la cuestión nacional» de 1913], y en él propone siete características que tiene que tener obligativamente una nación para ser nación». (Santiago Armesilla; Cuestión nacional, dialéctica de Estado y Revolución de Octubre de 1917, 2017)
Una vez más, citemos al propio autor para salir de dudas, Stalin corrigiendo precisamente distorsiones nocivas de la cuestión, diría a unos comunistas:
«Los marxistas rusos tienen desde hace ya tiempo su teoría de la nación. Según esta teoría, nación es una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de cuatro rasgos principales, a saber: la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de peculiaridades específicas de la cultura nacional. Como es sabido, esta teoría ha sido admitida unánimemente en nuestro Partido». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; La cuestión nacional y el leninismo, 1929)
¡Aquí Armesilla coge tres consecuencias de los cuatro rasgos constitutivos de una nación, y los eleva a causa! En la última parte Stalin rechaza las ideas metafísicas de que las naciones son tales cuando se independizan estatalmente.
Como se entiende, si Armesilla no entiende la médula de la cuestión nacional, no se puede permitir el lujo de impartir lecciones de la misma.
¿En qué descansa la argumentación de la Escuela de Gustavo Bueno sobre la cuestión nacional?
Sus principios claramente son una mezcolanza burda de argumentos metafísicos con reminiscencias del nacionalismo hegeliano. Pero sorprendentemente esta mezcla bastarda se intenta pasar por marxista o progresista.
Todo el pensamiento de Armesilla sobre cuestión nacional se basa en distorsionar una verdad histórica: que el marxismo saluda y prefiere encontrarse cuando el proletariado llega al poder un Estado grande y centralizado, no un Estado con varios problemas nacionales, descentralización económica y fragmentación legislativa y territorial. El primero facilita las tareas de socialización y coordinación de las fuerzas productivas. Pero el marxismo no actúa acorde a deseos sino a hechos, y como hemos visto antes, no es el caso de España cuando desarrolló el capitalismo. Si un marxista no reconoce el problema nacional que existe en su país, sus soluciones no irán más allá de una imposición subjetivista, que como han demostrado todos los gobiernos recientes, no sirve para frenar a los movimientos nacionales de la periferia, sino al revés, aviva sus pretensiones secesionistas que cada vez calan más entre la gente, y de paso también los rencores y trifulcas nacionales. Sobra comentar que adornar con cierto halo místico los mitos nacionales del chovinismo patrio y tachar de progreso en favor de la humanidad todo acto que conduzca a que el Estado mantenga o engulla por la fuerza a otros pueblos que no quieren formar parte del Estado, no solo es un nacionalismo ramplón imposible de camuflar, sino que es un mecanicismo antidialéctico ya refutado por la historia. Este nacionalismo, para justificar su expansionismo imperialista, cae con facilidad en la teoría menchevique que da prioridad absoluta al desarrollo técnico de las fuerzas productivas pero no se presta demasiada atención a las relaciones de producción que imperan, ni a la lucha de clases. Lo cierto es que la historia ha demostrado que pueblos como el ruso o albanés, mucho más atrasados en relación con otras potencias imperialistas de la época, pudieron hacer la revolución proletaria y lograr un vertiginoso avance de las fuerzas productivas e incluso abanderar el progreso técnico y productivo en algunos campos como ocurrió con la URSS. Este defecto nacionalista se refleja fácilmente en personajes trasnochados como Armesilla, el cual nunca es capaz de analizar críticamente las relaciones de producción de los regímenes capitalistas-revisionistas que publicita, de los cuales incluso saluda su fuerte contenido nacionalista e incluso religioso como ocurre con el maoísmo de China, el castrismo en Cuba o el juche en Corea. Esto recuerda a los viejos falangistas españoles saludando los progresos del fascismo europeo a la hora de avivar el veneno nacionalista y el fanatismo religioso y presentarlo como un avance progresivo para la humanidad.
Para tratar de desacreditar la existencia de otras naciones y su derecho a la autodeterminación, se utiliza el falso argumento siguiente: si se acepta la existencia de la nación catalana, eso significaría por ende, que la nación española no existe. Un silogismo barato:
«Así, muchos españoles, algunos incluso con asiento de diputado en las Cortes, dicen «no sentirse españoles», es decir, dicen no serlo, precisamente por no poder pertenecer a algo que se supone no existe». (Santiago Abascal y Gustavo Bueno; En defensa de España. Razones para el patriotismo español, 2008)
¡Esto sería tan estúpido como si los mencheviques discutiendo contra los bolcheviques en el siglo XX, propusiesen que si se reconoce la existencia de la nación ucraniana o finlandesa, se estaría negando a su vez la existencia de la nación rusa!
Para probar la nación castellana o española, y negar las demás, nos traen a colación la existencia del recuento del PIB a nivel estatal, el reconocimiento de España en las instituciones internacionales, la constitución, los emblemas del Estado, la historiografía española. Volvemos a lo mismo. ¿No tenía el zarato ruso y otras instituciones desaparecidas estos mismos mecanismos? ¿Qué se pretende demostrar con eso? ¿Significa esto que la nación rusa no existiera? No. ¿Significa que no existieran los polacos y otras naciones aunque estuvieran representados como dentro del zarato ruso? Tampoco.
Pero no se dan por vencidos, y de nuevo, bajo la senda idealista y metafísica, insisten ahora en que «una nación no puede estar oprimida porque no es una nación hasta que se libera del Estado que lo tutela»:
«Una «nación oprimida» es un contrasentido, por mucho que el pseudoconcepto se repita desde el discurso secesionista. La soberanía nacional, en general, implica precisamente libertad d. Y para poder hacer la ley y hacer cumplirla: una «nación no libre» –oprimida–, no es una nación. Otra cosa, es que si la secesión triunfa llegue a serlo, convirtiéndose lo que era una parte en un todo nacional; pero si «llega a serlo», porque insistimos, con anterioridad no lo era». (Santiago Abascal y Gustavo Bueno; En defensa de España. Razones para el patriotismo español, 2008)
De nuevo aquí se practican sofismas metafísicos. Una «nación oprimida» no quiere decir ni más ni menos que es una nación que ha llegado a su constitución como nación y sufre una opresión que le impide tomar sus decisiones de forma libre. Eso significa que puede ser una nación que tenía soberanía estatal y la ha perdido recientemente, o puede la haya formado con el devenir aunque nunca haya disfrutado históricamente de esa soberanía estatal o hace largo lapso de tiempo que no la tiene.
Un histérico Pedro Ínsua, haciéndose pasar por alguien muy ducho en marxismo, repetía a base de gritos todos estos argumentos de Bueno una y otra vez:
«Pedro Ínsua: El materialismo histórico no puede ser fuente por cuestiones teóricas, de esa conciencia nacional fragmentaria. (…) No justicia la realidad de una nación vasca, catalana o gallega. (…) La idea de una pluralidad con España es incompatible con el materialismo histórico». (La izquierda y los nacionalismos en España, con Paco Frutos, Pedro Ínsua y Santiago Armesilla, 2018)
Este argumento central, no lo explica en ningún momento, no sale de esa repetición en bucle. Pero nos ha quedado claro que está de acuerdo con Bueno, Armesilla y Abascal.
En cambio sí se atreve a manipular el materialismo histórico y afirma:
«Pedro Ínsua: La idea de la nación vasca, implica su separación, porque implica conformarse en un Estado, para administrar esa identidad. Esta petición de un Estado, esa conversación de una cultura vasca en política, en Estado de cultura, porque sino –según la idea de los nacionalistas vascos–, se pervertiría siempre, estaría penetrada por un Estado ajeno. (…) España tiene que romperse por razones políticas, si se reconoce a esas naciones, la consecuencia práctica es la ruptura». (La izquierda y los nacionalismos en España, con Paco Frutos, Pedro Ínsua y Santiago Armesilla, 2018)
Aquí hay tres engaños evidentes de este pobre desquiciado.
Primero. El engaño inicial se centra en hacer entender que el reconocimiento de la cuestión nacional por los marxistas, implica que los pueblos cuando sean libres de elegir –y esto solo puede ser de forma completa en el socialismo–, serán dirigidos por el nacionalismo elegirán automáticamente romper sus vínculos, lo cual es una incongruencia con la construcción del socialismo que implica la dirección de la vanguardia del partido del proletariado, que es per se internacionalista. Esto en el mejor de los casos una tesis derrotista, en el peor, una estafa argumental y consciente de un chovinista retorcido. Lenin afirmó que los revolucionarios internacionalistas:
«Deben exigir absolutamente que los partidos socialdemócratas de los países opresores –sobre todo de las llamadas «grandes» potencias– reconozcan y defiendan el derecho de las naciones oprimidas a la autodeterminación, y justamente en el sentido político de esta palabra, es decir, el derecho a la separación política. El socialista de una gran potencia o de una nación poseedora de colonias, que no defiende este derecho, es un chovinista. La defensa de este derecho no solamente no estimula la formación de pequeños Estados, sino que, por el contrario, conduce a que se constituyan, del modo más libre, más decidido y por lo tanto más amplio y universal, grandes Estados o federaciones de Estados que son más ventajosos para las masas y más adecuados para el desarrollo económico». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El socialismo y la guerra, 1915)
La historia de la URSS daría la razón a Lenin. En cambio, esta cita, deja a Ínsua en evidencia, le hace entrar dentro de la calificación de chovinista, socialchovinista si lo prefiere.
Segundo. La idea metafísica de que si una nación no se conforma como Estado propio perece, y que mientras no exista como Estado no existe como nación ni puede desarrollar mínimamente su idioma, su cultura, cuotas de representación poder o materia legislativa, autonomía económica:
«De vuestras cartas se desprende que consideráis incompleta esta teoría. Por ello proponéis añadir a los cuatro rasgos de la nación uno más, a saber: la existencia de un Estado nacional propio e independiente. Vosotros estimáis que, si no existe este quinto rasgo, no hay ni puede haber nación. Me parece que el esquema que proponéis, con su quinto rasgo del concepto «nación», es profundamente erróneo y no puede ser justificado ni desde el punto de vista de la teoría ni desde el punto de vista de la práctica de la política.
De aceptar vuestro esquema, sólo podríamos reconocer como naciones a las que tienen su propio Estado, independiente de los demás, y todas las naciones oprimidas, privadas de independencia estatal, deberían ser excluidas de la categoría de naciones; además, la lucha de las naciones oprimidas contra la opresión nacional y la lucha de los pueblos de las colonias contra el imperialismo deberían ser excluidas de los conceptos «movimiento nacional» y «movimiento de liberación nacional». Es más, de aceptar vuestro esquema, deberíamos afirmar que:
a) los irlandeses no se convirtieron en nación hasta después de haber formado el «Estado Libre de Irlanda», no constituyendo hasta entonces una nación;
b) los noruegos no fueron una nación mientras Noruega no se separó de Suecia, y únicamente se convirtieron en nación después de haberse separado;
c) los ucranianos no constituían una nación cuando Ucrania formaba parte de la Rusia zarista, y únicamente se convirtieron en nación cuando se separaron de la Rusia Soviética, bajo la Rada Central y el hetman Skoropadski, pero luego de nuevo dejaron de ser una nación, al unir su República Soviética de Ucrania con las demás Repúblicas Soviéticas en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; La cuestión nacional y el leninismo, 1929)
A vistas de esto, para estos señores ignorantes, no existe la nación galesa o escocesa porque no existen con Estados propios.
¿No se supone que según la Escuela de Gustavo Bueno los reclamos hoy existentes de los nacionalistas de vascos y catalanes son el resultado de la «excesiva autonomía» que se contempla en la Constitución de 1978? ¿En qué quedamos señores ilustrados? ¿Existe el problema nacional en España por culpa de una constitución o porque ya venía de lejos? ¿En qué posición deja vuestra idea místico-idealista joseantoniana de nación española cuando los pueblos de esas regiones eligen libremente a representantes de sus movimientos nacionales, cuando demandan el uso de su lengua, e incluso cuando reclaman más autonomía que dicha constitución no contempla como la elección a la federación o la secesión?
Tercero. La falsa idea de que el reconocimiento de los derechos a una nación implica automáticamente su secesión.
«No se puede ser demócrata y socialista sin exigir de inmediato la plena libertad de divorcio, pues la ausencia de tal libertad es una opresión adicional del sexo oprimido, aunque no es difícil comprender que el reconocimiento de la libertad de dejar al marido ¡no es una invitación a que lo hagan todas las esposas! (...) Cuanto más amplia sea la libertad de divorcio, tanto más claro será para la mujer que la fuente de su «esclavitud doméstica» es el capitalismo y no la falta de derechos. Cuanto más amplia sea la igualdad de derechos de las naciones –que no es completa sin la libertad de separación–, tanto más claro será para los obreros de las naciones oprimidas que la causa de su opresión es el capitalismo y no la falta de derechos, etc. (...) Debe repetirse una y otra vez: es molesto machacar el abecé del marxismo, pero, ¿qué podemos hacer si P. Kíevski no lo conoce? (...) En el fondo sólo queda en pie un argumento: ¡la revolución socialista lo resolverá todo! O el argumento que suelen esgrimir quienes comparten sus puntos de vista: la autodeterminación es imposible bajo el imperialismo y está demás en el socialismo. Desde el punto de vista teórico este criterio es absurdo; desde el punto de vista práctico y político es chovinista. No valora la significación de la democracia. Pues el socialismo es imposible sin democracia, porque: (1) el proletariado no puede llevar a cabo la revolución socialista si no se prepara para ella luchando por la democracia; (2) el socialismo triunfante no puede consolidar su victoria y llevar a la humanidad a la extinción del Estado, sin la realización de una democracia completa. Decir que la autodeterminación es superflua bajo el socialismo, es tan absurdo y tan irremediablemente confuso como decir que la democracia es superflua bajo el socialismo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Una caricatura del marxismo y el «economicismo imperialista», 1916)
«Antes se coge a un mentiroso que a un cojo», dice el refranero castellano.
¿Es cierto que no podemos hablar de cuestión nacional pendiente en Europa Occidental?
Por supuesto, el metafísico creerá que las naciones son santas y eternas. El socialimperialista negará el carácter del capitalismo en su etapa monopolista y la opresión nacional que genera. El socialchovinista justificará además la opresión nacional de su burguesía bajo argumentos variopintos.
Armesilla a veces dice defender el derecho de autodeterminación del marxismo-leninismo, pero siempre con sus propios matices. Intentando darse un barniz de expertos, trata de dar argumentos de autoridad, proclamando que en Europa Occidental Lenin ya estableció que la cuestión nacional había finalizado en 1914:
«En la Europa continental, de Occidente, la época de las revoluciones democráticas burguesas abarca un lapso bastante determinado, aproximadamente de 1789 a 1871. Esta fue precisamente la época de los movimientos nacionales y de la creación de los Estados nacionales. Terminada esta época, Europa Occidental había cristalizado en un sistema de Estados burgueses que, además, eran, como norma, Estados unidos en el aspecto nacional. Por eso, buscar ahora el derecho de autodeterminación en los programas de los socialistas de Europa Occidental significa no comprender el abecé del marxismo». (Lenin) (…) Lo que objeta Lenin a Rosa Luxemburgo en su texto sobre la autodeterminación, era que Rosa traba de aplicar al imperio de los zares, una forma de aplicar la cuestión nacional que solo era aplicable a los países de Europa Occidental. (…) Porque la composición de los imperios multiétnicos de Europa Oriental que eran tres, el imperio ruso, el imperio austro-húngaro, y el imperio otomano, era muy distinta a las naciones políticas de Europa Occidental». (Santiago Armesilla; Cuestión nacional, dialéctica de Estado y Revolución de Octubre de 1917, 2017)
Con esto nos quiere dar a entender que en Europa Occidental la cuestión nacional ya estaba resuelta. Bien, ya que parece que no ha leído toda la obra completa de Lenin sobre cuestión nacional, le ayudaremos con unos pocos ejemplos que muestran que esa cuestión nacional seguía pendiente:
«La consigna de autodeterminación de las naciones debe ser planteada igualmente en relación con la época imperialista del capitalismo (…) El imperialismo consiste precisamente en el deseo de las naciones que oprimen a una serie de naciones ajenas de ampliar y afianzar esa opresión, de repartirse de nuevo las colonias. Por eso, la médula del problema de la autodeterminación de las naciones reside en nuestra época, precisamente, en la conducta de los socialistas de las naciones opresoras. El socialista de una nación opresora –Inglaterra, Francia, Alemania, Japón, Rusia, Estados Unidos, etc. – que no reconoce ni defiende el derecho de las naciones oprimidas a la autodeterminación –es decir, a la libre separación– no es, de hecho, un socialista, sino un chovinista. (…) Si los socialistas de Inglaterra no reconocen ni defienden el derecho de Irlanda a la separación; los franceses, el de la Niza italiana; los alemanes, el de Alsacia y Lorena, el Schleswig danés y Polonia; los rusos, el de Polonia, Finlandia, Ucrania, etc.; y los polacos, el de Ucrania. Si todos los socialistas de las «grandes» potencias, es decir, de las potencias que realicen grandes saqueos, no defienden este mismo derecho para las colonias, es única y exclusivamente porque en la práctica son imperialistas y no socialistas. Y es ridículo hacerse la ilusión de que son capaces de aplicar una política socialista gentes que no defienden el «derecho de autodeterminación» de las naciones oprimidas, perteneciendo ellos mismos a las naciones opresoras». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El problema de la paz, 1915)
Efectivamente hoy, si un pretendido marxista en España después de estudiar la historia, no reconoce y defiende el derecho de autodeterminación –y es tan ridículo como para proclamar que después de siglos enquistada la problemática nacional, es un tema meramente artificial–, no puede esperar que nosotros ni las masas se tomen en serio su «política socialista» en otros campos.
Santiago Armesilla, siguiendo el discurso institucional de la monarquía parlamentaria actual, nos dice que:
«La nación política empieza a reclamar su soberanía en un acto de rebelión en ese día. Y tiene su culminación el 19 de marzo de 1812, cuando se proclama la Constitución de Cádiz. Fecha que también podría optar a Fiesta Nacional Española». (Santiago Armesilla; Entrevista, 2018)
¿Cómo es posible que esta gente diga aceptar la tesis marxista de que la nación moderna se forma en los albores del capitalismo y a la vez proclamar que la presunta nación española «se cristalizó definitivamente» en 1812, si hablamos de uno de los países más atrasados de Europa Occidental? Peor aún, ¿cómo se puede declarar en ese mismo espíritu antidialéctico que una única nación se formó acabadamente en 1812 y por ello se imposibilitó el desarrollo de otras naciones posteriores? Los delirios de Armesilla hacen que quiera afirmar que como explicamos al principio del documento: en un Estado latifundista, donde el primer ferrocarril se construyó en Cuba en 1837 y luego en Barcelona en 1848, donde el proyecto del Estado liberal se vino abajo varias veces, con repetidas quiebras bancarias e industriales durante los débiles gobiernos liberales y progresistas, un Estado que mantuvo durante todo ese siglo una dependencia externa para la poca industrialización que se logró, que sufrió tendencias centrífugas constantes… se considera que fue un Estado capaz de articular una única nación y eliminar cualquier resquicio de particularismo. No se reconoce que esa mezcla de dichos particularismos pasados y nuevos fue surgiendo y minando esos intentos centralizadores, e idealistamente, negando la realidad material, afirma que lo que ocurre hoy es algo artificial creado por algunos políticos e intelectuales de esas regiones en el siglo XIX.
Como hemos dicho en varias ocasiones, las teorizaciones de Prat de la Riba sobre la nación catalana en la década de los 80 del siglo XIX no es meramente el resultado del apasionamiento de un intelectual, son producto de una época muy concreta: pese a su filosofía idealista y a los artificios místicos, su reivindicación de Cataluña con una identidad nacional corresponde más bien a un reflejo de la realidad de aquel entonces con una Cataluña industrializada totalmente en auge como motor de la economía española, con una mentalidad propia. Todo esto con el telón de fondo de una mentalidad europea como es la del nacionalismo romántico, que traía a la palestra con mayor o menor fortuna el pasado histórico de ciertos pueblos y su derecho a existir –véase el nacionalismo checo, griego, noruego, serbio–. Exactamente lo mismo que haría el nacionalista Sabino Arana en Euskadi o que ya habían hecho los nacionalistas alemanes como Fitche o Hegel con sus reivindicaciones tanto reales como ficticias sobre la historia pasada, con perspectivas de presente y futuro para la Alemania de esos días. Esto no excluye que dichos personajes planteasen sobre la mesa visiones reaccionarias, ni tampoco, que como los nacionalistas españoles del siglo XIX, decorasen la realidad material con sus relatos llenos de mitos nacionales, pues el nacionalismo conlleva siempre tal deformación de la realidad consciente o inconsciente debido a su raíz filosófica idealista. Misma idealización que existe en varios de los autores ilustrados de la Revolución Francesa del siglo XVIII, incluso entre los filósofos del materialismo mecanicista.
La eclosión de un movimiento nacional, si se quiere llamar así, no solo se dio en España con las Guerras Napoleónicas (1803-1815), se dio en Polonia, se dio en Suecia, en Rusia y en otros lugares, pero eso no significa que estas zonas estuvieran completamente desarrolladas una identidad nacional según como lo entendemos hoy. Incluso aunque dicha hipótesis pudiera ser correcta, existe algo mucho más importante que algunos olvidan: la posterior formación y reivindicación nacional de los lituanos, alemanes o ucranianos en Polonia; de los noruegos en Suecia; de los bielorrusos, georgianos kazajos, y otros en Rusia, de los catalanes o vascos en España. ¡He ahí lo ridículo de retrotraerse de forma estéril una y otra vez a la Edad Media y a la Edad Moderna de forma unilateral!
Es más… ¿alguien pretende hablarnos de la cuestión nacional con artículos de Larra de la década 30 del siglo XIX? ¿Alguien pretende en serio fundamentar la cuestión nacional de hoy con los artículos de Marx sobre España de 1854 cuando los movimientos nacionales como el vasco o el catalán no habían echado a andar? Si alguien pretende negar la nación vasca o catalana con las críticas de Larra o Marx al carlismo de los vascos como hace Pedro Ínsua o Santiago Armesilla, significa que su dominio del materialismo histórico es ínfimo, y que en cambio son grandes maestros del sofismo, como el «gran mentor» Gustavo Bueno. Esto sería como querer comparar críticamente el bajo nivel productivo del campo y la falta de industria en España que anotaba Marx, con los problemas que afronta hoy como la cuestión de la tercerización de la economía y el fenómeno del turismo, es decir, nada que ver y temas de un carácter diferente del problema que estamos hablando, un mecanicismo de manual.
¿Qué da luz a la problemática nacional en España según la Escuela de Gustavo Bueno?
Siguiendo con el tema de la cuestión nacional en España, se intenta argumentar que tanto las reivindicaciones regionales como nacionales, ¡son culpa de la constitución vigente! (sic):
«22. ¿Por qué en toda España surgen ideas como el valencianismo, catalanismo, andalucismo...? ¿Cómo ha sido de ultra centralista la corona Española con los territorios que conquistaron o se incorporaron durante las cruzadas?
Santiago Armesilla: Esos grupos existen porque la Constitución de 1978 los promueve y los protege. Si España hubieses sido realmente «ultracentralista», esos grupos no existirían hoy día». (Entrevista a Santiago Armesilla sobre la historia y lucha de clases en España, 2018)
Para autodenominarse materialista, Armesilla actúa como un idealista de la peor calaña. Comulga con estos seres cortos de mente, que creen que el problema nacional catalán o el regionalismo andaluz es un problema que nace artificialmente con el sistema de las autonomías de la Constitución de 1978, otro argumento sacado de las cavernas mediáticas de la derecha tradicional. Suponemos que, como venimos demostrando en todo el documento, que el movimiento nacionalismo catalán y vasco consigan una gran hegemonía en las instituciones políticas de sus respectivas regiones cada vez que sus pueblos pueden expresarse, y que esto ya ocurriese desde mucho antes de 1978, no le dice nada de peso. Incluso el regionalismo que se pueda manifestar en otras partes, no es producto solo derivado de una estructura más o menos descentralizada, porque se manifiesta en cualquier país capitalista, incluso en los más centralizados, es lo que se conoce como ley desigual de desarrollo del capitalismo, que no solo se ve entre los países, sino entre el interior de cada país. Así lo explicamos en la primera parte del presente documento al estudiar el nacimiento del movimiento nacional catalán.
Incluso en el modelo idílico de Armesilla: el jacobismo francés burgués, tampoco ha estado exento de aplastar completamente los resquicios de los movimientos regionalistas/nacionalistas como el corso o bretón.
El nacionalismo bretón, localizado en una de las zonas más atrasadas de Francia, ha estado molestando al Estado francés con sus reivindicaciones políticas, lingüísticas y culturales durante todo el siglo XX –en la actualidad parece que la mayoría de sus movimientos se inclinan más por un regionalismo que reivindica su cultura y la unificación de sus departamentos históricos–. En Córcega, la Corsica Libre, como representante del nacionalismo corso obtiene en torno a un 7-10% de apoyo en las últimas elecciones. Estos datos sin duda estarían alejados de lo que podríamos ver en zonas como Euskadi o Cataluña, se acercan más a lo que precisamente podríamos ver en Galicia, pero es señal de que ha existido un problema y ni siquiera aún se ha extinguido del todo. Y más importante aún para los marxistas: el Estado francés con su látigo de hierro hacia cualquier particularismo, tampoco le ha salvado de estar exento de protestas, huelgas y motines sociales en todas las zonas importantes del país, porque ese sistema centralista no sirve para solucionar los problemas nacionales ni sociales del proletariado.
Equipo de Bitácora (M-L) - mayo de 2020
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«Desde hace años la Escuela de Gustavo Bueno ha sido la cuna de los chovinistas de todo pelaje. Viene siendo hora de desnudar sus más que evidentes contradicciones. Muchos de sus seguidores son orgullosos seguidores de sus tesis porque se reconocen como nacionalistas. Pero muchos otros, tienen la desvergüenza de autodenominarse como marxistas. He aquí la importancia de refutar este mito que ha calado hondo entre el revisionismo patrio.
¿Respeta el concepto de nación marxista la Escuela de Gustavo Bueno?
Unos la desconocen, otros la distorsionan.
Gustavo Bueno concibe que «España es tan grande», que no necesita ser explicada por los rasgos definitorios de la nación, mucho menos bajo la formulación marxista. Simplemente define que:
«— Entrevistador: ¿Y la idea de nación?
— Gustavo Bueno: No hay una teoría sobre la nación». (La España Nueva, 21 de noviembre de 1999)
He aquí un escéptico de los pies a la cabeza, que solo a través del subjetivismo trata de armar un relato.
Uno de sus discípulos, Santiago Armesilla se queja en sus conferencias de que la gente no comprende las obras clásicas del marxismo sobre la cuestión nacional como él hace. Pero su falta de capacidad de comprensión llega al punto de proclamar ridículamente que:
«Stalin elabora este texto [«El marxismo y la cuestión nacional» de 1913], y en él propone siete características que tiene que tener obligativamente una nación para ser nación». (Santiago Armesilla; Cuestión nacional, dialéctica de Estado y Revolución de Octubre de 1917, 2017)
Una vez más, citemos al propio autor para salir de dudas, Stalin corrigiendo precisamente distorsiones nocivas de la cuestión, diría a unos comunistas:
«Los marxistas rusos tienen desde hace ya tiempo su teoría de la nación. Según esta teoría, nación es una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de cuatro rasgos principales, a saber: la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de peculiaridades específicas de la cultura nacional. Como es sabido, esta teoría ha sido admitida unánimemente en nuestro Partido». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; La cuestión nacional y el leninismo, 1929)
¡Aquí Armesilla coge tres consecuencias de los cuatro rasgos constitutivos de una nación, y los eleva a causa! En la última parte Stalin rechaza las ideas metafísicas de que las naciones son tales cuando se independizan estatalmente.
Como se entiende, si Armesilla no entiende la médula de la cuestión nacional, no se puede permitir el lujo de impartir lecciones de la misma.
¿En qué descansa la argumentación de la Escuela de Gustavo Bueno sobre la cuestión nacional?
Sus principios claramente son una mezcolanza burda de argumentos metafísicos con reminiscencias del nacionalismo hegeliano. Pero sorprendentemente esta mezcla bastarda se intenta pasar por marxista o progresista.
Todo el pensamiento de Armesilla sobre cuestión nacional se basa en distorsionar una verdad histórica: que el marxismo saluda y prefiere encontrarse cuando el proletariado llega al poder un Estado grande y centralizado, no un Estado con varios problemas nacionales, descentralización económica y fragmentación legislativa y territorial. El primero facilita las tareas de socialización y coordinación de las fuerzas productivas. Pero el marxismo no actúa acorde a deseos sino a hechos, y como hemos visto antes, no es el caso de España cuando desarrolló el capitalismo. Si un marxista no reconoce el problema nacional que existe en su país, sus soluciones no irán más allá de una imposición subjetivista, que como han demostrado todos los gobiernos recientes, no sirve para frenar a los movimientos nacionales de la periferia, sino al revés, aviva sus pretensiones secesionistas que cada vez calan más entre la gente, y de paso también los rencores y trifulcas nacionales. Sobra comentar que adornar con cierto halo místico los mitos nacionales del chovinismo patrio y tachar de progreso en favor de la humanidad todo acto que conduzca a que el Estado mantenga o engulla por la fuerza a otros pueblos que no quieren formar parte del Estado, no solo es un nacionalismo ramplón imposible de camuflar, sino que es un mecanicismo antidialéctico ya refutado por la historia. Este nacionalismo, para justificar su expansionismo imperialista, cae con facilidad en la teoría menchevique que da prioridad absoluta al desarrollo técnico de las fuerzas productivas pero no se presta demasiada atención a las relaciones de producción que imperan, ni a la lucha de clases. Lo cierto es que la historia ha demostrado que pueblos como el ruso o albanés, mucho más atrasados en relación con otras potencias imperialistas de la época, pudieron hacer la revolución proletaria y lograr un vertiginoso avance de las fuerzas productivas e incluso abanderar el progreso técnico y productivo en algunos campos como ocurrió con la URSS. Este defecto nacionalista se refleja fácilmente en personajes trasnochados como Armesilla, el cual nunca es capaz de analizar críticamente las relaciones de producción de los regímenes capitalistas-revisionistas que publicita, de los cuales incluso saluda su fuerte contenido nacionalista e incluso religioso como ocurre con el maoísmo de China, el castrismo en Cuba o el juche en Corea. Esto recuerda a los viejos falangistas españoles saludando los progresos del fascismo europeo a la hora de avivar el veneno nacionalista y el fanatismo religioso y presentarlo como un avance progresivo para la humanidad.
Para tratar de desacreditar la existencia de otras naciones y su derecho a la autodeterminación, se utiliza el falso argumento siguiente: si se acepta la existencia de la nación catalana, eso significaría por ende, que la nación española no existe. Un silogismo barato:
«Así, muchos españoles, algunos incluso con asiento de diputado en las Cortes, dicen «no sentirse españoles», es decir, dicen no serlo, precisamente por no poder pertenecer a algo que se supone no existe». (Santiago Abascal y Gustavo Bueno; En defensa de España. Razones para el patriotismo español, 2008)
¡Esto sería tan estúpido como si los mencheviques discutiendo contra los bolcheviques en el siglo XX, propusiesen que si se reconoce la existencia de la nación ucraniana o finlandesa, se estaría negando a su vez la existencia de la nación rusa!
Para probar la nación castellana o española, y negar las demás, nos traen a colación la existencia del recuento del PIB a nivel estatal, el reconocimiento de España en las instituciones internacionales, la constitución, los emblemas del Estado, la historiografía española. Volvemos a lo mismo. ¿No tenía el zarato ruso y otras instituciones desaparecidas estos mismos mecanismos? ¿Qué se pretende demostrar con eso? ¿Significa esto que la nación rusa no existiera? No. ¿Significa que no existieran los polacos y otras naciones aunque estuvieran representados como dentro del zarato ruso? Tampoco.
Pero no se dan por vencidos, y de nuevo, bajo la senda idealista y metafísica, insisten ahora en que «una nación no puede estar oprimida porque no es una nación hasta que se libera del Estado que lo tutela»:
«Una «nación oprimida» es un contrasentido, por mucho que el pseudoconcepto se repita desde el discurso secesionista. La soberanía nacional, en general, implica precisamente libertad d. Y para poder hacer la ley y hacer cumplirla: una «nación no libre» –oprimida–, no es una nación. Otra cosa, es que si la secesión triunfa llegue a serlo, convirtiéndose lo que era una parte en un todo nacional; pero si «llega a serlo», porque insistimos, con anterioridad no lo era». (Santiago Abascal y Gustavo Bueno; En defensa de España. Razones para el patriotismo español, 2008)
De nuevo aquí se practican sofismas metafísicos. Una «nación oprimida» no quiere decir ni más ni menos que es una nación que ha llegado a su constitución como nación y sufre una opresión que le impide tomar sus decisiones de forma libre. Eso significa que puede ser una nación que tenía soberanía estatal y la ha perdido recientemente, o puede la haya formado con el devenir aunque nunca haya disfrutado históricamente de esa soberanía estatal o hace largo lapso de tiempo que no la tiene.
Un histérico Pedro Ínsua, haciéndose pasar por alguien muy ducho en marxismo, repetía a base de gritos todos estos argumentos de Bueno una y otra vez:
«Pedro Ínsua: El materialismo histórico no puede ser fuente por cuestiones teóricas, de esa conciencia nacional fragmentaria. (…) No justicia la realidad de una nación vasca, catalana o gallega. (…) La idea de una pluralidad con España es incompatible con el materialismo histórico». (La izquierda y los nacionalismos en España, con Paco Frutos, Pedro Ínsua y Santiago Armesilla, 2018)
Este argumento central, no lo explica en ningún momento, no sale de esa repetición en bucle. Pero nos ha quedado claro que está de acuerdo con Bueno, Armesilla y Abascal.
En cambio sí se atreve a manipular el materialismo histórico y afirma:
«Pedro Ínsua: La idea de la nación vasca, implica su separación, porque implica conformarse en un Estado, para administrar esa identidad. Esta petición de un Estado, esa conversación de una cultura vasca en política, en Estado de cultura, porque sino –según la idea de los nacionalistas vascos–, se pervertiría siempre, estaría penetrada por un Estado ajeno. (…) España tiene que romperse por razones políticas, si se reconoce a esas naciones, la consecuencia práctica es la ruptura». (La izquierda y los nacionalismos en España, con Paco Frutos, Pedro Ínsua y Santiago Armesilla, 2018)
Aquí hay tres engaños evidentes de este pobre desquiciado.
Primero. El engaño inicial se centra en hacer entender que el reconocimiento de la cuestión nacional por los marxistas, implica que los pueblos cuando sean libres de elegir –y esto solo puede ser de forma completa en el socialismo–, serán dirigidos por el nacionalismo elegirán automáticamente romper sus vínculos, lo cual es una incongruencia con la construcción del socialismo que implica la dirección de la vanguardia del partido del proletariado, que es per se internacionalista. Esto en el mejor de los casos una tesis derrotista, en el peor, una estafa argumental y consciente de un chovinista retorcido. Lenin afirmó que los revolucionarios internacionalistas:
«Deben exigir absolutamente que los partidos socialdemócratas de los países opresores –sobre todo de las llamadas «grandes» potencias– reconozcan y defiendan el derecho de las naciones oprimidas a la autodeterminación, y justamente en el sentido político de esta palabra, es decir, el derecho a la separación política. El socialista de una gran potencia o de una nación poseedora de colonias, que no defiende este derecho, es un chovinista. La defensa de este derecho no solamente no estimula la formación de pequeños Estados, sino que, por el contrario, conduce a que se constituyan, del modo más libre, más decidido y por lo tanto más amplio y universal, grandes Estados o federaciones de Estados que son más ventajosos para las masas y más adecuados para el desarrollo económico». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El socialismo y la guerra, 1915)
La historia de la URSS daría la razón a Lenin. En cambio, esta cita, deja a Ínsua en evidencia, le hace entrar dentro de la calificación de chovinista, socialchovinista si lo prefiere.
Segundo. La idea metafísica de que si una nación no se conforma como Estado propio perece, y que mientras no exista como Estado no existe como nación ni puede desarrollar mínimamente su idioma, su cultura, cuotas de representación poder o materia legislativa, autonomía económica:
«De vuestras cartas se desprende que consideráis incompleta esta teoría. Por ello proponéis añadir a los cuatro rasgos de la nación uno más, a saber: la existencia de un Estado nacional propio e independiente. Vosotros estimáis que, si no existe este quinto rasgo, no hay ni puede haber nación. Me parece que el esquema que proponéis, con su quinto rasgo del concepto «nación», es profundamente erróneo y no puede ser justificado ni desde el punto de vista de la teoría ni desde el punto de vista de la práctica de la política.
De aceptar vuestro esquema, sólo podríamos reconocer como naciones a las que tienen su propio Estado, independiente de los demás, y todas las naciones oprimidas, privadas de independencia estatal, deberían ser excluidas de la categoría de naciones; además, la lucha de las naciones oprimidas contra la opresión nacional y la lucha de los pueblos de las colonias contra el imperialismo deberían ser excluidas de los conceptos «movimiento nacional» y «movimiento de liberación nacional». Es más, de aceptar vuestro esquema, deberíamos afirmar que:
a) los irlandeses no se convirtieron en nación hasta después de haber formado el «Estado Libre de Irlanda», no constituyendo hasta entonces una nación;
b) los noruegos no fueron una nación mientras Noruega no se separó de Suecia, y únicamente se convirtieron en nación después de haberse separado;
c) los ucranianos no constituían una nación cuando Ucrania formaba parte de la Rusia zarista, y únicamente se convirtieron en nación cuando se separaron de la Rusia Soviética, bajo la Rada Central y el hetman Skoropadski, pero luego de nuevo dejaron de ser una nación, al unir su República Soviética de Ucrania con las demás Repúblicas Soviéticas en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; La cuestión nacional y el leninismo, 1929)
A vistas de esto, para estos señores ignorantes, no existe la nación galesa o escocesa porque no existen con Estados propios.
¿No se supone que según la Escuela de Gustavo Bueno los reclamos hoy existentes de los nacionalistas de vascos y catalanes son el resultado de la «excesiva autonomía» que se contempla en la Constitución de 1978? ¿En qué quedamos señores ilustrados? ¿Existe el problema nacional en España por culpa de una constitución o porque ya venía de lejos? ¿En qué posición deja vuestra idea místico-idealista joseantoniana de nación española cuando los pueblos de esas regiones eligen libremente a representantes de sus movimientos nacionales, cuando demandan el uso de su lengua, e incluso cuando reclaman más autonomía que dicha constitución no contempla como la elección a la federación o la secesión?
Tercero. La falsa idea de que el reconocimiento de los derechos a una nación implica automáticamente su secesión.
«No se puede ser demócrata y socialista sin exigir de inmediato la plena libertad de divorcio, pues la ausencia de tal libertad es una opresión adicional del sexo oprimido, aunque no es difícil comprender que el reconocimiento de la libertad de dejar al marido ¡no es una invitación a que lo hagan todas las esposas! (...) Cuanto más amplia sea la libertad de divorcio, tanto más claro será para la mujer que la fuente de su «esclavitud doméstica» es el capitalismo y no la falta de derechos. Cuanto más amplia sea la igualdad de derechos de las naciones –que no es completa sin la libertad de separación–, tanto más claro será para los obreros de las naciones oprimidas que la causa de su opresión es el capitalismo y no la falta de derechos, etc. (...) Debe repetirse una y otra vez: es molesto machacar el abecé del marxismo, pero, ¿qué podemos hacer si P. Kíevski no lo conoce? (...) En el fondo sólo queda en pie un argumento: ¡la revolución socialista lo resolverá todo! O el argumento que suelen esgrimir quienes comparten sus puntos de vista: la autodeterminación es imposible bajo el imperialismo y está demás en el socialismo. Desde el punto de vista teórico este criterio es absurdo; desde el punto de vista práctico y político es chovinista. No valora la significación de la democracia. Pues el socialismo es imposible sin democracia, porque: (1) el proletariado no puede llevar a cabo la revolución socialista si no se prepara para ella luchando por la democracia; (2) el socialismo triunfante no puede consolidar su victoria y llevar a la humanidad a la extinción del Estado, sin la realización de una democracia completa. Decir que la autodeterminación es superflua bajo el socialismo, es tan absurdo y tan irremediablemente confuso como decir que la democracia es superflua bajo el socialismo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Una caricatura del marxismo y el «economicismo imperialista», 1916)
«Antes se coge a un mentiroso que a un cojo», dice el refranero castellano.
¿Es cierto que no podemos hablar de cuestión nacional pendiente en Europa Occidental?
Por supuesto, el metafísico creerá que las naciones son santas y eternas. El socialimperialista negará el carácter del capitalismo en su etapa monopolista y la opresión nacional que genera. El socialchovinista justificará además la opresión nacional de su burguesía bajo argumentos variopintos.
Armesilla a veces dice defender el derecho de autodeterminación del marxismo-leninismo, pero siempre con sus propios matices. Intentando darse un barniz de expertos, trata de dar argumentos de autoridad, proclamando que en Europa Occidental Lenin ya estableció que la cuestión nacional había finalizado en 1914:
«En la Europa continental, de Occidente, la época de las revoluciones democráticas burguesas abarca un lapso bastante determinado, aproximadamente de 1789 a 1871. Esta fue precisamente la época de los movimientos nacionales y de la creación de los Estados nacionales. Terminada esta época, Europa Occidental había cristalizado en un sistema de Estados burgueses que, además, eran, como norma, Estados unidos en el aspecto nacional. Por eso, buscar ahora el derecho de autodeterminación en los programas de los socialistas de Europa Occidental significa no comprender el abecé del marxismo». (Lenin) (…) Lo que objeta Lenin a Rosa Luxemburgo en su texto sobre la autodeterminación, era que Rosa traba de aplicar al imperio de los zares, una forma de aplicar la cuestión nacional que solo era aplicable a los países de Europa Occidental. (…) Porque la composición de los imperios multiétnicos de Europa Oriental que eran tres, el imperio ruso, el imperio austro-húngaro, y el imperio otomano, era muy distinta a las naciones políticas de Europa Occidental». (Santiago Armesilla; Cuestión nacional, dialéctica de Estado y Revolución de Octubre de 1917, 2017)
Con esto nos quiere dar a entender que en Europa Occidental la cuestión nacional ya estaba resuelta. Bien, ya que parece que no ha leído toda la obra completa de Lenin sobre cuestión nacional, le ayudaremos con unos pocos ejemplos que muestran que esa cuestión nacional seguía pendiente:
«La consigna de autodeterminación de las naciones debe ser planteada igualmente en relación con la época imperialista del capitalismo (…) El imperialismo consiste precisamente en el deseo de las naciones que oprimen a una serie de naciones ajenas de ampliar y afianzar esa opresión, de repartirse de nuevo las colonias. Por eso, la médula del problema de la autodeterminación de las naciones reside en nuestra época, precisamente, en la conducta de los socialistas de las naciones opresoras. El socialista de una nación opresora –Inglaterra, Francia, Alemania, Japón, Rusia, Estados Unidos, etc. – que no reconoce ni defiende el derecho de las naciones oprimidas a la autodeterminación –es decir, a la libre separación– no es, de hecho, un socialista, sino un chovinista. (…) Si los socialistas de Inglaterra no reconocen ni defienden el derecho de Irlanda a la separación; los franceses, el de la Niza italiana; los alemanes, el de Alsacia y Lorena, el Schleswig danés y Polonia; los rusos, el de Polonia, Finlandia, Ucrania, etc.; y los polacos, el de Ucrania. Si todos los socialistas de las «grandes» potencias, es decir, de las potencias que realicen grandes saqueos, no defienden este mismo derecho para las colonias, es única y exclusivamente porque en la práctica son imperialistas y no socialistas. Y es ridículo hacerse la ilusión de que son capaces de aplicar una política socialista gentes que no defienden el «derecho de autodeterminación» de las naciones oprimidas, perteneciendo ellos mismos a las naciones opresoras». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El problema de la paz, 1915)
Efectivamente hoy, si un pretendido marxista en España después de estudiar la historia, no reconoce y defiende el derecho de autodeterminación –y es tan ridículo como para proclamar que después de siglos enquistada la problemática nacional, es un tema meramente artificial–, no puede esperar que nosotros ni las masas se tomen en serio su «política socialista» en otros campos.
Santiago Armesilla, siguiendo el discurso institucional de la monarquía parlamentaria actual, nos dice que:
«La nación política empieza a reclamar su soberanía en un acto de rebelión en ese día. Y tiene su culminación el 19 de marzo de 1812, cuando se proclama la Constitución de Cádiz. Fecha que también podría optar a Fiesta Nacional Española». (Santiago Armesilla; Entrevista, 2018)
¿Cómo es posible que esta gente diga aceptar la tesis marxista de que la nación moderna se forma en los albores del capitalismo y a la vez proclamar que la presunta nación española «se cristalizó definitivamente» en 1812, si hablamos de uno de los países más atrasados de Europa Occidental? Peor aún, ¿cómo se puede declarar en ese mismo espíritu antidialéctico que una única nación se formó acabadamente en 1812 y por ello se imposibilitó el desarrollo de otras naciones posteriores? Los delirios de Armesilla hacen que quiera afirmar que como explicamos al principio del documento: en un Estado latifundista, donde el primer ferrocarril se construyó en Cuba en 1837 y luego en Barcelona en 1848, donde el proyecto del Estado liberal se vino abajo varias veces, con repetidas quiebras bancarias e industriales durante los débiles gobiernos liberales y progresistas, un Estado que mantuvo durante todo ese siglo una dependencia externa para la poca industrialización que se logró, que sufrió tendencias centrífugas constantes… se considera que fue un Estado capaz de articular una única nación y eliminar cualquier resquicio de particularismo. No se reconoce que esa mezcla de dichos particularismos pasados y nuevos fue surgiendo y minando esos intentos centralizadores, e idealistamente, negando la realidad material, afirma que lo que ocurre hoy es algo artificial creado por algunos políticos e intelectuales de esas regiones en el siglo XIX.
Como hemos dicho en varias ocasiones, las teorizaciones de Prat de la Riba sobre la nación catalana en la década de los 80 del siglo XIX no es meramente el resultado del apasionamiento de un intelectual, son producto de una época muy concreta: pese a su filosofía idealista y a los artificios místicos, su reivindicación de Cataluña con una identidad nacional corresponde más bien a un reflejo de la realidad de aquel entonces con una Cataluña industrializada totalmente en auge como motor de la economía española, con una mentalidad propia. Todo esto con el telón de fondo de una mentalidad europea como es la del nacionalismo romántico, que traía a la palestra con mayor o menor fortuna el pasado histórico de ciertos pueblos y su derecho a existir –véase el nacionalismo checo, griego, noruego, serbio–. Exactamente lo mismo que haría el nacionalista Sabino Arana en Euskadi o que ya habían hecho los nacionalistas alemanes como Fitche o Hegel con sus reivindicaciones tanto reales como ficticias sobre la historia pasada, con perspectivas de presente y futuro para la Alemania de esos días. Esto no excluye que dichos personajes planteasen sobre la mesa visiones reaccionarias, ni tampoco, que como los nacionalistas españoles del siglo XIX, decorasen la realidad material con sus relatos llenos de mitos nacionales, pues el nacionalismo conlleva siempre tal deformación de la realidad consciente o inconsciente debido a su raíz filosófica idealista. Misma idealización que existe en varios de los autores ilustrados de la Revolución Francesa del siglo XVIII, incluso entre los filósofos del materialismo mecanicista.
La eclosión de un movimiento nacional, si se quiere llamar así, no solo se dio en España con las Guerras Napoleónicas (1803-1815), se dio en Polonia, se dio en Suecia, en Rusia y en otros lugares, pero eso no significa que estas zonas estuvieran completamente desarrolladas una identidad nacional según como lo entendemos hoy. Incluso aunque dicha hipótesis pudiera ser correcta, existe algo mucho más importante que algunos olvidan: la posterior formación y reivindicación nacional de los lituanos, alemanes o ucranianos en Polonia; de los noruegos en Suecia; de los bielorrusos, georgianos kazajos, y otros en Rusia, de los catalanes o vascos en España. ¡He ahí lo ridículo de retrotraerse de forma estéril una y otra vez a la Edad Media y a la Edad Moderna de forma unilateral!
Es más… ¿alguien pretende hablarnos de la cuestión nacional con artículos de Larra de la década 30 del siglo XIX? ¿Alguien pretende en serio fundamentar la cuestión nacional de hoy con los artículos de Marx sobre España de 1854 cuando los movimientos nacionales como el vasco o el catalán no habían echado a andar? Si alguien pretende negar la nación vasca o catalana con las críticas de Larra o Marx al carlismo de los vascos como hace Pedro Ínsua o Santiago Armesilla, significa que su dominio del materialismo histórico es ínfimo, y que en cambio son grandes maestros del sofismo, como el «gran mentor» Gustavo Bueno. Esto sería como querer comparar críticamente el bajo nivel productivo del campo y la falta de industria en España que anotaba Marx, con los problemas que afronta hoy como la cuestión de la tercerización de la economía y el fenómeno del turismo, es decir, nada que ver y temas de un carácter diferente del problema que estamos hablando, un mecanicismo de manual.
¿Qué da luz a la problemática nacional en España según la Escuela de Gustavo Bueno?
Siguiendo con el tema de la cuestión nacional en España, se intenta argumentar que tanto las reivindicaciones regionales como nacionales, ¡son culpa de la constitución vigente! (sic):
«22. ¿Por qué en toda España surgen ideas como el valencianismo, catalanismo, andalucismo...? ¿Cómo ha sido de ultra centralista la corona Española con los territorios que conquistaron o se incorporaron durante las cruzadas?
Santiago Armesilla: Esos grupos existen porque la Constitución de 1978 los promueve y los protege. Si España hubieses sido realmente «ultracentralista», esos grupos no existirían hoy día». (Entrevista a Santiago Armesilla sobre la historia y lucha de clases en España, 2018)
Para autodenominarse materialista, Armesilla actúa como un idealista de la peor calaña. Comulga con estos seres cortos de mente, que creen que el problema nacional catalán o el regionalismo andaluz es un problema que nace artificialmente con el sistema de las autonomías de la Constitución de 1978, otro argumento sacado de las cavernas mediáticas de la derecha tradicional. Suponemos que, como venimos demostrando en todo el documento, que el movimiento nacionalismo catalán y vasco consigan una gran hegemonía en las instituciones políticas de sus respectivas regiones cada vez que sus pueblos pueden expresarse, y que esto ya ocurriese desde mucho antes de 1978, no le dice nada de peso. Incluso el regionalismo que se pueda manifestar en otras partes, no es producto solo derivado de una estructura más o menos descentralizada, porque se manifiesta en cualquier país capitalista, incluso en los más centralizados, es lo que se conoce como ley desigual de desarrollo del capitalismo, que no solo se ve entre los países, sino entre el interior de cada país. Así lo explicamos en la primera parte del presente documento al estudiar el nacimiento del movimiento nacional catalán.
Incluso en el modelo idílico de Armesilla: el jacobismo francés burgués, tampoco ha estado exento de aplastar completamente los resquicios de los movimientos regionalistas/nacionalistas como el corso o bretón.
El nacionalismo bretón, localizado en una de las zonas más atrasadas de Francia, ha estado molestando al Estado francés con sus reivindicaciones políticas, lingüísticas y culturales durante todo el siglo XX –en la actualidad parece que la mayoría de sus movimientos se inclinan más por un regionalismo que reivindica su cultura y la unificación de sus departamentos históricos–. En Córcega, la Corsica Libre, como representante del nacionalismo corso obtiene en torno a un 7-10% de apoyo en las últimas elecciones. Estos datos sin duda estarían alejados de lo que podríamos ver en zonas como Euskadi o Cataluña, se acercan más a lo que precisamente podríamos ver en Galicia, pero es señal de que ha existido un problema y ni siquiera aún se ha extinguido del todo. Y más importante aún para los marxistas: el Estado francés con su látigo de hierro hacia cualquier particularismo, tampoco le ha salvado de estar exento de protestas, huelgas y motines sociales en todas las zonas importantes del país, porque ese sistema centralista no sirve para solucionar los problemas nacionales ni sociales del proletariado.
Última edición por RioLena el Lun Mayo 04, 2020 8:08 pm, editado 1 vez