República de Transnistria

YaakovBcn escribió:Hola, soy nuevo en este foro y esta es mi primera intervención.
Ante todo quisiera presentarme. Soy un aficionado a la Historia general de los pueblos y un ávido escudriñador del pasado. No me mueven ni posicionamientos políticos ni religiosos por lo que mis líneas de investigación son totalmente asépticas e impermeables a condicionamientos ideológicos de cualquier tipo o condición. Dicho esto os expongo el motivo por el cual me he registrado en este foro.
Hoy he recibido un correo en el que un amigo residente en Israel me solicita el favor de comenzar a investigar sobre un tema histórico y familiar relacionado con la República (no reconocida internacionalmente) de Transnistria.
Bien, a fuero de ser totalmente sincero he de reconocer que ni siquiera sabía de la existencia de este pequeño país y al comenzar a indagar he ido a parar a vuestro foro, concretamente al post que Gorky incluyó como Documental de Transnistria el cual ya me ha servido como forma de ubicarme en el tiempo y el espacio. Pero es solo u punto de partida.
El tema es el siguiente, transcribo directamente del mail:

«Llevo unos días recabando sobre el gueto de Transnistria, en la antigua Ucrania, que pasó a ser de Rumanía, que pasó a Moldavia y que ahora es un territorio independiente (si no me equivoco).
La razón es que el abuelo de Nadav estuvo ahí junto con su familia, en la que murieron todos salvo su mujer (la cual se casó con ella en el mismo gueto) y su madre. El resto fue asesinado.
El abuelo aun vive, con 94 años ya, y creemos que no le queda mucho por que ultimamente su estado de salud está deteriorándose cada vez más. Pero no es plan de preguntarle todo tipo de detalles sobre lo ocurrido ahi puesto que es muy doloroso para el, ya que aun siendo más joven, incluso, tampoco hablaban mucho del tema en casa.
El abuelo nació en la antigua Checoslovaquia pero cuando fue deportado vivía toda la familia (Schieber שיבר) en la ciudad norteña de Gura Humonului , en Rumania.
Al casarse la bisabuela de Nadav cambió su apellido Frenkel por Schieber (el de su marido).
Hay algunos nombres y apellidos Schieber, de la ciudad de Gura Humonului en las listas de Yad vaShem pero no estamos seguros de que sean familia.»

En fin, espero que alguno o alguna de vosotros/as me podáis ayudar, recibid un afectuoso saludo.

mario78912 escribió:El Transdniéster es el estado sucesor de la URSS?

Alexyevich escribió:Información sobre la República Socialista Soviética Moldava de Transnistria:

Transnistria existe realmente. Se trata de una estrecha franja de territorio moldavo situada entre el Río Dniester (de ahí el nombre) y la frontera con Ucrania. Tiene poco más de 4.000 kilómetros cuadrados (más o menos el tamaño de la provincia de Pontevedra) y en él viven unos 550.000 habitantes transnistrios. Su nombre oficial en ruso es Pridnestrovie, o Pridnestrovskaya Moldavskaya Republika, República Socialista Soviética Moldava de Transnistria. La capital es Tiraspol, ciudad de unos 150.000 habitantes. La principal institución de Transnistria es el Soviet Supremo. Sí, habéis leído bien, el Soviet Supremo. Es la única República Soviética superviviente tras la caida de la URSS en 1991. Resiste como un Estado independiente de facto, pese a que es unánimemente reconocida como una provincia de Moldavia, gracias a la protección que le brinda Rusia.

El problema transnistrio es, como en muchos otros casos, de origen étnico. La mayor parte de la población moldava es rumana (de hecho, Moldavia fue parte de Rumanía hasta 1940), pero la región al este del río Dniéster es mayoritariamente de habla rusa o ucraniana, siendo los rumanos una minoría importante (31% de la población), pero minoría. Una de las primeras medidas de la República Socialista de Moldavia, en el marco de la Perestroika, y antes del colapso de la URSS y de su independencia de ésta, fue retornar a la grafía latina y al idioma rumano, en lugar del cirílico y el ruso oficiales hasta entonces. Ello provocó los primeros roces entre la población rusófila y los moldavos rumanos de Transnistria, y, más tarde, la declaración unilateral de independencia por parte de mandos soviéticos opuestos a la Perestroika, el 2 de septiembre de 1990, un año antes de la independencia moldava. La declaración no tuvo ningún efecto inmediato, pero ni la Unión Soviética (que se desintegraría un año más tarde), ni la RSS de Moldavia, ni ningún otro país hicieron ningún movimiento, por lo que las fuerzas separatistas, ejerciendo una fortísima presión sobre la minoría rumana, fueron tomando lentamente el control del país. En septiembre de 1991, tras el fallido golpe de Estado en Moscú que hizo a Boris Yeltsin subirse a un tanque, Moldavia proclamó su independencia, pero, carente por completo de cualquier ejército o fuerzas armadas, no pudo realizar ningún tipo de movimiento para recuperar el control de Transnistria.

En marzo de 1992, mientras el ejército serbio preparaba el asedio de Sarajevo, las fuerzas armadas de Moldavia invadían Transnistria para recuperar el control de la región. Enfrente se encontraron al ejército de Transnistria, formado fundamentalmente por soldados soviéticos del 14º ejército ruso, y con material ruso, pues en Tiraspol se encuentra uno de los mayores almacenes de armas de Europa. El general al mando de dicho ejército en 1990, de hecho, fue el primer ministro de defensa de la República tras la declaración de independencia, aunque posteriormente fue sustituido por una figura más neutral, y gran parte de los soldados del ejército de Transnistria desertó de las filas rusas tras declarar Boris Yeltsin la neutralidad en el conflicto moldavo. No obstante, gran parte del material utilizado en la guerra era ruso, sustraido por los soldados transnistrios que habían cambiado de fuerzas armadas.

La guerra concluyó en julio de 1992, sin llegar nunca a ser una guerra abierta, sino más bien una sucesión de escaramuzas localizadas en tres puntos distintos del país.El ejército ruso permaneció desplegado por el territorio transnistrio como fuerza de paz, algo que es considerado por las autoridades moldavas como una ocupación ilegal. La guerra civil provocó, según las cifras oficiales, algo más de millar y medio de muertos entre soldados y civiles moldavos, y combatientes transnistrios y rusos.

Aunque de facto el país proclamó su independiencia hace más de 17 años (como República Socialista Soviética Moldava de Transnistria), ni un solo país del mundo ha reconocido a Transnistria, y tanto la ONU como todos los organismos internacionales reconocen a Transnistria como parte de Moldavia. Las únicas entidades que reconocen a Transnistria como régimen legítimo son Nagorno-Karabaj, Osetia del Sur y Abjasia, otros tres países no reconocidos de los que hablaremos otro día. Es por ello que Transnistria, oficialmente, no existe. Hasta tal punto está rechazado por la comunidad internacional que los miembros del Soviet Supremo tienen prohibida su entrada en la Unión Europea, incluido el presidente, Igor Smirnov. Pero a todos los efectos es un Estado independiente, con sus propias leyes, moneda e instituciones.

moneda oficial es el Rublo de Transnistria, que, obviamente, carece de cualquier tipo de cambio oficial más allá del que marquen las autoridades locales, y no es convertible en ningún otro lugar del mundo más que en la pequeña república. El cambio a día de hoy está en unos doce rublos por euro. Cualquier documento de identificación local es unánimemente rechazado fuera de las fronteras del país, lo que ha provocado que 400.000 residentes en Transnistria se hagan con el pasaporte moldavo, según las autoridades de Chisnau.

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[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] escribió:Un museo soviético viviente
POR: Brandon Presser



Bienvenidos a Transnistria, el lugar que el tiempo olvidó.



La camioneta se detiene bajo una gran bandera roja y verde, estampada con una hoz y un martillo dorados. Salimos de Chisinau, capital de Moldavia, casi al amanecer, y al cabo de más de dos horas de circular entre caminos en construcción y carretas de burros, finalmente llegamos a la frontera. Varios autos competían por lugares al frente de la oxidada verja donde, como sobrentendido soborno, los conductores obsequiaban botellas de vodka a los soldados uniformados. “Bienvenido a Transnistria, el museo soviético”, anunció mi guía moldavo, Sergiu Ghetiu, mientras el vehículo avanzaba sobre vigas de hierro.



Descrita —atinadamente— como una “no nación”, Transnistria tiene el nombre oficial de República Moldava Prinestroviana, territorio separatista que abarca una superficie del tamaño de Delaware, entre el río Dniéster, en Moldavia, y la frontera de Ucrania. Habitada por etnias rusa y moldava durante los primeros años del siglo XX, la región fue asimilada por los soviéticos luego de la Segunda Guerra Mundial; pero cuando se asentó el polvo del colapso de la Unión Soviética, Transnistria, que nunca forjó vínculos políticos o étnicos con Moldavia, de pronto se encontró dentro de las fronteras moldavas.



En la primavera de 1992,  las leyes cada vez más etnocentristas de Moldavia precipitaron la breve Guerra de Transnistria, y durante la conflagración, sus habitantes (de origen ruso y ucraniano) se rebelaron. En la actualidad, con una presencia militar rusa mezclada con la milicia local, Transnistria persiste como una zona de conflicto a falta de acuerdos de paz.



Un documento sellado en la frontera con la hora 19:27 establece el lapso de que dispongo para explorar este país atrapado en el tiempo: 10 horas. Nuestra primera escala es la capital, Tiraspol, donde nos detenemos ante un lóbrego edificio con aparatos de aire acondicionado que penden de las ventanas, el Parlamento. Aunque separada del resto de Moldavia, Transnistria ha sido propuesta como activo turístico y vehículo para vigorizar la economía eminentemente agraria de la cercada Moldavia (de hecho, mi guía, Ghetiu, es el ministro de agricultura moldavo). Luego del paquete de estímulos USAID recibido en 2012, Transnistria relajó sus fronteras y, así, mi grupo es uno de los primeros equipos periodísticos occidentales que pueden dar testimonio sobre el desarrollo de la infraestructura local. Sin embargo, lo único que vemos alrededor del Parlamento son calles amplias, limpias y desiertas; edificios de apartamentos que se yerguen en la distancia; y una colosal estatua de Lenin que proyecta su larga sombra sobre nuestra camioneta.



La siguiente escala en el recorrido parece ideada para brindarnos una muestra del sabor de Transnistria, por así decirlo. KVINT, la destilería local, ocupa un edificio indistinguible del resto de las torres de viviendas que circundan Tiraspol. El gerente —hombre alto, de cabello cortado a la moda y discreto vientre— sirve la primera degustación, consistente en un “coñac para los señores” y un “coñac para las señoras”. Aunque prefiero el segundo, debo fingir interés en el “complejo sabor” del primero, que más parece una buena alternativa a la acetona.



Aunque el licor deja mucho que desear, los cercanos valles de Tiraspol ofrecen una vasta extensión de tierras vitícolas que producen un vino sorprendentemente agradable. Mientras disfruto de una copa de tinto, pregunto al gerente: “¿Con qué acompañaría esto?”.



“Con buena ropa”, responde, con algo de sarcasmo. “Mejor que la que lleva puesta”. Visto una playera informal mientras que él —cual coronel Sanders soviético— luce un traje completamente blanco, incluyendo la corbata de moño negra.



A falta de escupidera y sin más contemplaciones, indican que terminemos nuestras bebidas para irnos a almorzar a Noul Neamt (Novo-Nyametsky, en ruso), el sitio religioso más grande de la región. Fundado en 1861, el apacible centro próximo a Tighina sirvió de hospital para tuberculosos durante el régimen soviético, pero en 1990 fue recuperado por la Iglesia Ortodoxa Oriental.



La comida consistió en una ración de pepinos, cocido de cabeza de pescado y vino de la casa. “¡Es el elixir de la vida!”, declaró Ghetiu, acerca de nuestro recorrido con tema enológico. Me resigno a consumir otra copa y cedo a lo que empieza a parecerme el pasatiempo no oficial de Transnistria. Luego del almuerzo, y como era de esperar, caminamos hasta una bodega recubierta de piedra donde operamos las espitas de varios barriles, con brebajes más burdos y fuertes que el vino que tomamos en KVINT.



Al aproximarse la hora autorizada por el gobierno, regresamos a Tiraspol para atestiguar los últimos acontecimientos en el turismo local de Transnistria. El hotel Rusia, como indica su nombre, fue construido para atraer visitantes de la “madre patria”. A decir de Ghetiu, Transnistria subsiste con fondos de Sheriff, monopolio comercial de la “no nación” que administra las estaciones de servicio, los supermercados y otras empresas —amén de un inmaculado campo de fútbol donde juega el equipo que domina a todos los países vecinos (con mucha sutileza, Ghetiu menciona la palabra “mafia”, pero todos tienen ideas propias sobre el favoritismo en ese deporte)—. Cuentan que Rusia proporciona dinero para preservar la prosperidad de quienes guardan vínculos de sangre con la madre patria, pero también para paralizar la economía de Moldavia, restringiendo sus activos energéticos.



Aunque el resto del grupo es conducido a las habitaciones, que —aseguran— cumplen con los estándares internacionales de hospitalidad, decido permanecer en el recibidor de mármol, cautivado por la máquina expendedora de caviar donde docenas de frascos relucen bajo un cálido fulgor violáceo. Me quedo cerca del aparato, esperando que alguien vaya a comprar un recipiente para llevar, cuando me doy cuenta de que no he visto un solo huésped en el hotel. Pero ¿cómo iba a verlos, cuando debemos abandonar Transnistria a las 19:27?



De vuelta en Moldavia y sin un sello en el pasaporte para señalar mi viaje, el único recordatorio de mi estancia en la no nación son los rublos que conseguí antes de partir. Saco los billetes del bolsillo y descubro que son un pintoresco catálogo de mi visita: la destilería KVINT en el de cinco rublos, el monasterio en el de 10 y el Parlamento en el de 50. Lo único que me hace falta es algún recuerdo de Sheriff.

Chapaev escribió:El talante del artículo es claro, pero dada la escasez de informacion lo público por si sirve para hacer ingenieria inversa.

La impresion que me ha dado es que no se debe de vivir mal...

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POR: Brandon Presser



Bienvenidos a Transnistria, el lugar que el tiempo olvidó.



La camioneta se detiene bajo una gran bandera roja y verde, estampada con una hoz y un martillo dorados. Salimos de Chisinau, capital de Moldavia, casi al amanecer, y al cabo de más de dos horas de circular entre caminos en construcción y carretas de burros, finalmente llegamos a la frontera. Varios autos competían por lugares al frente de la oxidada verja donde, como sobrentendido soborno, los conductores obsequiaban botellas de vodka a los soldados uniformados. “Bienvenido a Transnistria, el museo soviético”, anunció mi guía moldavo, Sergiu Ghetiu, mientras el vehículo avanzaba sobre vigas de hierro.



Descrita —atinadamente— como una “no nación”, Transnistria tiene el nombre oficial de República Moldava Prinestroviana, territorio separatista que abarca una superficie del tamaño de Delaware, entre el río Dniéster, en Moldavia, y la frontera de Ucrania. Habitada por etnias rusa y moldava durante los primeros años del siglo XX, la región fue asimilada por los soviéticos luego de la Segunda Guerra Mundial; pero cuando se asentó el polvo del colapso de la Unión Soviética, Transnistria, que nunca forjó vínculos políticos o étnicos con Moldavia, de pronto se encontró dentro de las fronteras moldavas.



En la primavera de 1992,  las leyes cada vez más etnocentristas de Moldavia precipitaron la breve Guerra de Transnistria, y durante la conflagración, sus habitantes (de origen ruso y ucraniano) se rebelaron. En la actualidad, con una presencia militar rusa mezclada con la milicia local, Transnistria persiste como una zona de conflicto a falta de acuerdos de paz.



Un documento sellado en la frontera con la hora 19:27 establece el lapso de que dispongo para explorar este país atrapado en el tiempo: 10 horas. Nuestra primera escala es la capital, Tiraspol, donde nos detenemos ante un lóbrego edificio con aparatos de aire acondicionado que penden de las ventanas, el Parlamento. Aunque separada del resto de Moldavia, Transnistria ha sido propuesta como activo turístico y vehículo para vigorizar la economía eminentemente agraria de la cercada Moldavia (de hecho, mi guía, Ghetiu, es el ministro de agricultura moldavo). Luego del paquete de estímulos USAID recibido en 2012, Transnistria relajó sus fronteras y, así, mi grupo es uno de los primeros equipos periodísticos occidentales que pueden dar testimonio sobre el desarrollo de la infraestructura local. Sin embargo, lo único que vemos alrededor del Parlamento son calles amplias, limpias y desiertas; edificios de apartamentos que se yerguen en la distancia; y una colosal estatua de Lenin que proyecta su larga sombra sobre nuestra camioneta.



La siguiente escala en el recorrido parece ideada para brindarnos una muestra del sabor de Transnistria, por así decirlo. KVINT, la destilería local, ocupa un edificio indistinguible del resto de las torres de viviendas que circundan Tiraspol. El gerente —hombre alto, de cabello cortado a la moda y discreto vientre— sirve la primera degustación, consistente en un “coñac para los señores” y un “coñac para las señoras”. Aunque prefiero el segundo, debo fingir interés en el “complejo sabor” del primero, que más parece una buena alternativa a la acetona.



Aunque el licor deja mucho que desear, los cercanos valles de Tiraspol ofrecen una vasta extensión de tierras vitícolas que producen un vino sorprendentemente agradable. Mientras disfruto de una copa de tinto, pregunto al gerente: “¿Con qué acompañaría esto?”.



“Con buena ropa”, responde, con algo de sarcasmo. “Mejor que la que lleva puesta”. Visto una playera informal mientras que él —cual coronel Sanders soviético— luce un traje completamente blanco, incluyendo la corbata de moño negra.



A falta de escupidera y sin más contemplaciones, indican que terminemos nuestras bebidas para irnos a almorzar a Noul Neamt (Novo-Nyametsky, en ruso), el sitio religioso más grande de la región. Fundado en 1861, el apacible centro próximo a Tighina sirvió de hospital para tuberculosos durante el régimen soviético, pero en 1990 fue recuperado por la Iglesia Ortodoxa Oriental.



La comida consistió en una ración de pepinos, cocido de cabeza de pescado y vino de la casa. “¡Es el elixir de la vida!”, declaró Ghetiu, acerca de nuestro recorrido con tema enológico. Me resigno a consumir otra copa y cedo a lo que empieza a parecerme el pasatiempo no oficial de Transnistria. Luego del almuerzo, y como era de esperar, caminamos hasta una bodega recubierta de piedra donde operamos las espitas de varios barriles, con brebajes más burdos y fuertes que el vino que tomamos en KVINT.



Al aproximarse la hora autorizada por el gobierno, regresamos a Tiraspol para atestiguar los últimos acontecimientos en el turismo local de Transnistria. El hotel Rusia, como indica su nombre, fue construido para atraer visitantes de la “madre patria”. A decir de Ghetiu, Transnistria subsiste con fondos de Sheriff, monopolio comercial de la “no nación” que administra las estaciones de servicio, los supermercados y otras empresas —amén de un inmaculado campo de fútbol donde juega el equipo que domina a todos los países vecinos (con mucha sutileza, Ghetiu menciona la palabra “mafia”, pero todos tienen ideas propias sobre el favoritismo en ese deporte)—. Cuentan que Rusia proporciona dinero para preservar la prosperidad de quienes guardan vínculos de sangre con la madre patria, pero también para paralizar la economía de Moldavia, restringiendo sus activos energéticos.



Aunque el resto del grupo es conducido a las habitaciones, que —aseguran— cumplen con los estándares internacionales de hospitalidad, decido permanecer en el recibidor de mármol, cautivado por la máquina expendedora de caviar donde docenas de frascos relucen bajo un cálido fulgor violáceo. Me quedo cerca del aparato, esperando que alguien vaya a comprar un recipiente para llevar, cuando me doy cuenta de que no he visto un solo huésped en el hotel. Pero ¿cómo iba a verlos, cuando debemos abandonar Transnistria a las 19:27?



De vuelta en Moldavia y sin un sello en el pasaporte para señalar mi viaje, el único recordatorio de mi estancia en la no nación son los rublos que conseguí antes de partir. Saco los billetes del bolsillo y descubro que son un pintoresco catálogo de mi visita: la destilería KVINT en el de cinco rublos, el monasterio en el de 10 y el Parlamento en el de 50. Lo único que me hace falta es algún recuerdo de Sheriff.

No lo he querido espurgar pero no seria demasiado dificil

si se estan arreglando las carreteras es mejor decir que por ella van burros (supongo que el autor no se cuenta)

el soborno, el oxido y las vigas de hierro para que circulen coches (¡¡) dan ese toque entrañable a telón de acero

si se habla de aparatos de aire acondicionado ¡¡  hay que situarlos en un edificio lugubre

y que decir de la Hollywoodiense "sombra alargada de Lenin"(bueno de su estatua)

¿será que el dinero de la USAID (¡¡) no ha ido a parar a los bolsillos sobornables y lo dedican en mejorar infraestructuras?.

Las calles estan limpias, porque estan desiertas (no deben de haber muchos ociosos en hora de trabajo y escuela, este no ha ido a mi pueblo durante esas horas)

en fin ... como si los gobiernos rusos tuvieran apego a la hoz y al martillo: hay que desacreditar y buscar explicaciones retorcidas cuando la gente vive bien con poco, pero sin que les roben y exploten como a nosotros

Bienvenidos a Transnistria, el lugar que el tiempo olvidó.

Varios autos competían por lugares al frente de la oxidada verja donde, como sobrentendido soborno, los conductores obsequiaban botellas de vodka a los soldados uniformados. “Bienvenido a Transnistria, el museo soviético”, anunció mi guía moldavo, Sergiu Ghetiu, mientras el vehículo avanzaba sobre vigas de hierro.

Habitada por etnias rusa y moldava durante los primeros años del siglo XX, la región fue asimilada por los soviéticos luego de la Segunda Guerra Mundial; pero cuando se asentó el polvo del colapso de la Unión Soviética, Transnistria, que nunca forjó vínculos políticos o étnicos con Moldavia, de pronto se encontró dentro de las fronteras moldavas.

En la primavera de 1992,  las leyes cada vez más etnocentristas de Moldavia precipitaron la breve Guerra de Transnistria, y durante la conflagración, sus habitantes (de origen ruso y ucraniano) se rebelaron. En la actualidad, con una presencia militar rusa mezclada con la milicia local, Transnistria persiste como una zona de conflicto a falta de acuerdos de paz.

(...) Transnistria ha sido propuesta como activo turístico y vehículo para vigorizar la economía eminentemente agraria de la cercada Moldavia (de hecho, mi guía, Ghetiu, es el ministro de agricultura moldavo).

Luego del paquete de estímulos USAID recibido en 2012, Transnistria relajó sus fronteras y, así, mi grupo es uno de los primeros equipos periodísticos occidentales que pueden dar testimonio sobre el desarrollo de la infraestructura local.

Sin embargo, lo único que vemos alrededor del Parlamento son calles amplias, limpias y desiertas; edificios de apartamentos que se yerguen en la distancia; y una colosal estatua de Lenin que proyecta su larga sombra sobre nuestra camioneta.

La siguiente escala en el recorrido parece ideada para brindarnos una muestra del sabor de Transnistria, por así decirlo. KVINT, la destilería local, ocupa un edificio indistinguible del resto de las torres de viviendas que circundan Tiraspol. El gerente —hombre alto, de cabello cortado a la moda y discreto vientre— sirve la primera degustación, consistente en un “coñac para los señores” y un “coñac para las señoras”. Aunque prefiero el segundo, debo fingir interés en el “complejo sabor” del primero, que más parece una buena alternativa a la acetona.

A decir de Ghetiu, Transnistria subsiste con fondos de Sheriff, monopolio comercial de la “no nación” que administra las estaciones de servicio, los supermercados y otras empresas —amén de un inmaculado campo de fútbol donde juega el equipo que domina a todos los países vecinos (con mucha sutileza, Ghetiu menciona la palabra “mafia”, pero todos tienen ideas propias sobre el favoritismo en ese deporte)—.

Cuentan que Rusia proporciona dinero para preservar la prosperidad de quienes guardan vínculos de sangre con la madre patria, pero también para paralizar la economía de Moldavia, restringiendo sus activos energéticos.