Desarrollar el movimiento obrero a partir de la Huelga General del 29-S
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La convocatoria de la Huelga General del 29 de septiembre de 2010 ha sido una respuesta necesaria a la política del gobierno consistente en salvar al capitalismo monopolista español y europeo en crisis (su “competitividad”) a costa de los salarios y de los derechos de los trabajadores. Así lo entendieron los millones de trabajadores que la han secundado en las principales empresas, sobre todo industriales, de España, entorpeciendo durante un día la reproducción del capital social en su conjunto. Así, a las graves agresiones perpetradas por los grandes capitalistas y el gobierno a su servicio contra los trabajadores asalariados (reducción del poder adquisitivo y desprotección legal de éstos), la clase obrera ha respondido con la acción en lugar de la resignación. Gracias a ello, el ataque de la clase capitalista no le ha salido gratis, no ha quedado impune, a la espera de saber si va a verse obligada a retroceder por esta Huelga –como sucedió tras los anteriores paros- o si va a continuar alimentando la confrontación de clases. Aunque los medios burgueses digan lo contrario, la Huelga General ha sido un éxito importante de la clase obrera si tenemos en cuenta las condiciones en las que se desarrolló, las cuales fueron mucho más adversas que en convocatorias anteriores.
Esta Huelga General no sólo ha servido para que grandes masas pasen de la crítica a la acción, se ejerciten, refuercen sus vínculos mutuos y demuestren la fuerza actual de la clase obrera. También ha servido para que los cientos de miles de militantes del movimiento obrero, que habitualmente priorizan en exceso la labor de representación de los trabajadores en la negociación con la patronal, dediquen por un período su actividad a la movilización de masas para la confrontación de clases: asambleas, debates a pie de tajo, piquetes de huelga, manifestaciones, etc. Son la columna vertebral del movimiento obrero y la experiencia de la Huelga General fortalecerá todo el organismo y, ante todo, su parte más dinámica.
El empeoramiento de la situación de las masas laboriosas a que conducen los recortes salariales y la reforma laboral va a estrechar aún más el mercado interior y, por consiguiente, va a profundizar y prolongar la crisis económica del capitalismo, a la espera de que la destrucción de fuerzas productivas y la centralización de capitales sean suficientes para recuperar la tasa de ganancia. Por esta razón, son inevitables nuevos ataques contra los trabajadores y será inevitable continuar la movilización de éstos y desarrollarla más y mejor. Una parte del movimiento sindical podrá amoldarse a esta situación y claudicar, pero el sindicalismo de clase crecerá necesariamente en estas condiciones. Para ayudar a que esta última tendencia se desarrolle, tenemos que analizar la situación concreta en que se desenvuelve la actual lucha de clases, comprender los factores que perjudican la acción de nuestra clase social y vencerlos o neutralizarlos en la mayor medida posible.
Los obstáculos que entorpecen la movilización de los trabajadores son de dos tipos: económicos y político-ideológicos.
Factores económicos
1) En cuanto a los factores económicos, encontramos a una masa de precarios que ahora se ensancha enormemente con la última reforma laboral. Estos trabajadores no son libres de ejercer su derecho de huelga porque están coaccionados por la amenaza de despido barato e inmediato de sus patronos. De no darse esta coerción, explícita o tácita, la participación en la Huelga General del 29S habría sido mucho mayor. Estos sectores no podrán defenderse si no les ayudamos a desplegar una acción sindical semi-clandestina en sus empresas y si no complementamos ésta con una presión desde el exterior de las mismas (denuncia pública de las arbitrariedades empresariales, propaganda de los logros de sus luchas, fiscalización del cumplimiento de los servicios mínimos en las huelgas mediante la intervención de los piquetes informativos sobre los que estén trabajando en una jornada de huelga, etc.).
2) Luego está la dura situación económica que están sufriendo cientos de miles de autónomos y de pequeños y medianos empresarios. Hacia los primeros, los sindicatos y demás organizaciones proletarias debemos dirigirnos, defendiendo sus intereses frente a la voracidad de los bancos y de la hacienda pública. Los segundos han sido ganados, hasta el momento, por el gran capital para su cruzada anti-obrera: éste les ha ofrecido la posibilidad de mejorar su situación económica mediante rebajas salariales y despidos baratos de sus empleados. Sin embargo, con ello, no hacen más que tirarse piedras contra su propio tejado porque serán víctimas de la caída de la demanda minorista que tales medidas provocan. Los intereses de las PYMES están objetivamente enfrentados a los de los bancos de cuyos préstamos dependen, a los del Estado a quien deben tributar y a los de las grandes empresas que les imponen sus condiciones y las explotan. A pesar de que los obreros asalariados sufrimos la explotación laboral de estos empresarios y hemos de defendernos contra ella, nuestras organizaciones sindicales y políticas deben desarrollar la contradicción entre ellos y el gran capital, deben defenderlos frente a éstos, deben ofrecerles una alianza antimonopolista y antioligárquica. Debemos conseguir que las próximas huelgas generales sean apoyadas efectivamente por un número creciente de pequeños y medianos empresarios: deben cerrar sus negocios en las jornadas de huelga para escenificar el aislamiento de la oligarquía financiera y la hostilidad del pueblo hacia ella. Son ejemplos que debemos divulgar y extender los apoyos a la pasada Huelga General por parte de las asociaciones de comerciantes chinos, de varios sindicatos policiales y de la guardia civil, de intelectuales y artistas, de asociaciones de vecinos, culturales, etc. Y debemos seguir luchando por convertir al movimiento republicano en la expresión política más elevada de esta alianza democrática de lucha de las clases populares contra la oligarquía financiera.
3) Por último, entre los factores económicos, está la cuestión de la acción sindical y la organización sindical. La campaña mediática que se ha desplegado en estos últimos meses contra los sindicatos –y que se tratará después- ha obtenido un éxito importante porque, además de contener muchas mentiras y difamaciones, se apoyaba en hechos ciertos. La presión de un imperialismo español en expansión no ha podido ser contrarrestada por la acción de un partido revolucionario desde que el PCE renegó de su historia y de la del movimiento comunista internacional. En aquellas condiciones, era inevitable que la aristocracia obrera, los sectores más acomodados y conservadores del proletariado, se hicieran con la dirección del movimiento sindical, con escasa oposición por parte de la mayoría de la masa trabajadora inundada de ideología burguesa. Ahora, mejoran las condiciones para corregir esta tendencia degenerativa, al acelerarse la contrarreforma neoliberal que incluye la liquidación sistemática de las conquistas históricas del movimiento sindical y la rápida disminución de los salarios. Durante años, los sindicatos sacrificaron los intereses estratégicos de la clase obrera y los intereses inmediatos de amplios sectores de la misma a cambio de mejoras superficiales y, sobre todo, de posiciones ventajosas para sus dirigentes y cuadros. Estos fenómenos enojaban y desmoralizaban a las masas y, ahora, es la burguesía más reaccionaria la que aprovecha esta “relajación” de los sindicatos –de la que tanto se ha beneficiado, por otra parte- para enfrentar a los trabajadores con sus sindicatos. Éstos no tendrán más remedio que ceder al chantaje o autocriticarse y reorganizarse.
La primera es la opción más probable a corto plazo, dada la tradición de pacto social de las direcciones sindicales y la desfavorable correlación de fuerzas que han puesto de manifiesto las huelgas del 8-J y del 29-S. A esta opción nos abocan los discursos de los líderes sindicales al cierre de la jornada de Huelga General, carentes de otra perspectiva que no sea la de la rectificación del gobierno. En efecto, éste ha tendido la mano a los sindicatos para negociar el reglamento de aplicación de la reforma laboral y la cuestión de las pensiones, pero se niega a dar marcha atrás a sus medidas anti-obreras: desde su punto de vista, son medidas de emergencia e irrenunciables, es decir, órdenes que le impone el gran capital con el que la socialdemocracia tiene un compromiso sagrado. La beligerancia verbal de la oposición de derechas al gobierno (PP y medios de comunicación afines) –desgraciadamente mayor que la del movimiento obrero- tiene por objeto prevenir el peligro de que el gobierno se vea tentado a hacer concesiones a los sindicatos. Sin embargo, la claudicación de éstos es una opción altamente peligrosa, a medio plazo, también para sus dirigentes, dada la perspectiva de mayores agresiones capitalistas y de consiguiente crecimiento del descontento de los trabajadores. Las condiciones objetivas son, por tanto, favorables al desarrollo de la acción sindical de clase, siempre que mantengamos la presión, la denuncia, la oposición a las políticas anti-obreras. Es hora de promover el debate en el sindicato, en las empresas, en la calle sobre cómo continuar la justa lucha que arrancó con la Huelga General del 29S hasta tumbar las decisiones reaccionarias del gobierno. Unión Proletaria ha difundido a las masas un comunicado en este sentido y promoverá llamamientos unitarios, a través de la Coordinación de Unidad Comunista y junto con el PCPE y otros grupos.
La segunda opción –que el movimiento obrero se autocritique y se reorganice- es la que defendemos los comunistas, pero tenemos que concretarla teniendo en cuenta tanto el objetivo estratégico como la correlación real de fuerzas de clase. No debemos condenar a priori la posibilidad de acuerdos puntuales con la patronal y el gobierno, porque una actitud así haría peligrar nuestros débiles vínculos con la mayoría de los militantes sindicales, todavía inclinados a la conciliación con los explotadores. Pero sí debemos difundir una posición de rechazo al pacto social, a la concertación social, al menos mientras se mantenga este rumbo político de sacrificarnos por la “competitividad” de los capitalistas. Incluso hay que constatar que el diálogo social ha resultado nefasto para el movimiento obrero porque lo ha debilitado sin que, a cambio, consiguiéramos contener las ansias depredadoras de los patronos. En general, debemos trabajar más en los sindicatos, debemos luchar en su seno contra la ideología burguesa, sobre todo en la variante socialdemócrata (promover el espíritu de lucha de clases contra la búsqueda de la conciliación entre ellas), debemos defender la unidad sindical y política de la clase obrera frente al corporativismo y a la división organizativa hoy existente y debemos reclamar el mejoramiento de los vínculos entre trabajadores y sindicatos en los muchos centros de trabajo donde dominan las prácticas burocráticas y corporativas.
La autocrítica sindical debe incluir un reconocimiento de que se confió en las buenas palabras del Ejecutivo mientras éste reflotaba a costa de las arcas públicas a un gran capital que hacía pagar la crisis a los trabajadores despidiéndolos y empobreciéndolos; que, desde ese momento, debió comenzar una movilización creciente hacia la huelga general; que los representantes sindicales debieron abandonar la negociación de la reforma laboral en cuanto el gobierno amenazó con imponerla si no había acuerdo; que, desde ese momento, debió comenzar la preparación expresa de la Huelga General; que, el plan de ajuste del gobierno era motivo suficiente para convocarla y que ésta debió adelantarse a las luchas parciales como la de Metro de Madrid que, al resolverse antes del 29S, restaron fuerza a la Huelga General.
Al mismo tiempo, hay que evitar la crítica oportunista “izquierdista” que, incluso cuando se hace con la honrada e ingenua pretensión de levantar un sindicalismo combativo fuera de las organizaciones más amplias, fomenta la confrontación con los sindicatos de masas actuales y contribuye a la división de la clase obrera, ayudando aun sin quererlo a la patronal. La crítica sólo es justa si va acompañada de un trabajo real por el frente único de los trabajadores contra los capitalistas, si no perjudica la unidad obrera. La dominación corriente del movimiento obrero por sus elementos más moderados y partidarios de un “capitalismo social” hace muy difícil la superación de la tentación “izquierdista” y sectaria en los proletarios revolucionarios, como constatamos en la plataforma Hay que pararles los pies, a la que seguiremos pidiendo que corrija su posición escisionista. Durante 15 años, la Internacional Comunista combatió esta desviación y, sin embargo, en su VII Congreso, tuvo que constatar que persistía y que había ayudado involuntariamente al ascenso del fascismo:
“Si los camaradas alemanes hubieran comprendido mejor la tarea sindical, de la cual les habló muchas veces el camarada Thaelmann, nuestra situación en los sindicatos hubiera sido mejor de lo que era en realidad cuando advino la dictadura fascista. Hacia fines de 1932, sólo un 10%, aproximadamente, de los miembros del partido estaban afiliados a los sindicatos libres. Y esto, a pesar de que los comunistas, después del VI Congreso de la IC, marchaban a la cabeza en toda una serie de huelgas. En la prensa, nuestros camaradas expresaban la necesidad de reservar el 90% de nuestras fuerzas para el trabajo sindical; pero, en realidad, todo giraba alrededor de la oposición sindical revolucionaria, que pretendía reemplazar a los sindicatos” (Dimitrov).
Finalmente, frente al fascismo y en la II Guerra Mundial, los comunistas lograron superar esta enfermedad infantil y construyeron poderosos sindicatos unitarios y partidos de masas. En la actualidad, el capitalismo nos conduce nuevamente al fascismo y a la guerra, pero los comunistas debemos ser capaces de impedírselo repudiando el sectarismo y volcándonos en la construcción del frente único de la clase obrera. Para eso, tenemos que aumentar nuestra actividad ante todo en los sindicatos de masas. Para facilitar la comprensión de esta necesidad entre los comunistas, Unión Proletaria editará las resoluciones sindicales de la Internacional Comunista y las difundirá ampliamente.
Factores ideológicos y políticos
1º) Entre las circunstancias político-ideológicas que han dificultado la acción de la clase obrera, llama poderosamente la atención la campaña anti-sindicatos, la mayor desde el franquismo, orquestada por los medios de comunicación del capital monopolista, sobre todo los más reaccionarios. Combinada con la propaganda desplegada desde hace dos años sobre la gravedad de la crisis y la fatalidad de las políticas de austeridad y sacrificio, ha sido el factor de desmovilización más importante para los estratos de asalariados mejor retribuidos y más cultos (funcionarios y empleados en general que suman más de un tercio de la clase obrera) y para la pequeña burguesía. Por eso, debemos desplegar una contra-propaganda creciente en la que también tienen que movilizarse las fuerzas sindicales, al menos CCOO, en atención a su naturaleza socio-política. El eje de la misma tiene que ser la constatación de que los intereses de la burguesía (sobre todo de la oligarquía financiera) y los de los trabajadores son antagónicos e inconciliables, máxime cuando el capitalismo ha alcanzado un desarrollo tal que no puede subsistir sin degradar las condiciones de vida de la mayoría de la población. Pero, además, hay que denunciar el carácter de clase de los grandes medios de comunicación, su pertenencia a un puñado de oligarcas, mientras los trabajadores carecen de diarios, de emisoras de radio, de canales de televisión para expresar y defender sus intereses. En definitiva, hace falta una gran campaña por la democratización del “cuarto poder”. El objetivo ha de ser el de atacar la dependencia ideológica de amplias masas respecto de estos medios, despertar el sentido crítico hacia ellos, alimentar la conciencia de clase y la desconfianza hacia la propaganda burguesa.
2) La movilización de los trabajadores en la Huelga General también se ha visto dificultada por la oposición a la misma de casi todos los partidos parlamentarios. Los seguidores más acérrimos del PSOE no participaron en esta huelga que iba dirigida contra su gobierno, por mucho que éste se mostró respetuoso y civilizado con ella, en comparación con la beligerancia fanática y semi-fascista de la “oposición” derechista contra los sindicatos y la huelga. El comportamiento de la derecha fomentaba la apariencia de una connivencia entre el gobierno del PSOE y los sindicatos, cuando, en realidad, éstos se estaban enfrentando al gobierno con hechos, mientras que la derecha sólo lo hacía de palabra. A esta apariencia contribuyó la simpatía que muchos dirigentes sindicales sienten y manifiestan por la socialdemocracia y, así como la falta de un partido político con un discurso revolucionario. La oligarquía financiera va a intentar acelerar su contrarreforma neoliberal a través del gobierno del PSOE, el cual contendrá mejor la oposición de los sindicatos, aunque irá perdiendo apoyo social favoreciendo cierto crecimiento de IU y sobre todo el ascenso al poder del PP. Pero, una vez éste en el gobierno, se verá obligado por las circunstancias objetivas a profundizar los ataques económicos contra la población trabajadora. Por eso, si en lo que queda de legislatura socialdemócrata fortalecemos la conciencia de clase y los vínculos con el núcleo industrial de la clase obrera evitando recaer en la política de pacto social, el siguiente gobierno probable del PP destrozará las ilusiones de amplios sectores de la aristocracia obrera y de la pequeña burguesía, proporcionándonos la oportunidad de ganarlos para la lucha de clases contra la oligarquía financiera y por la república y así poder avanzar efectivamente hacia el socialismo. En el período que queda de gobierno ZP, hay que consolidar en el movimiento obrero la desconfianza hacia la socialdemocracia como una opción política que hace el trabajo sucio del gran capital y que favorece el ascenso de la reacción. Claro que, si la política sigue este curso, es de esperar que el gran capital pase a la fase más política y policial de la lucha de clases: el PP sería el instrumento más apropiado para desarrollar un proceso de refascistización de la sociedad. Actualmente, la avanzadilla del mismo es la acción básicamente ideológica de los medios de comunicación reaccionarios. En consecuencia, dos deben ser los ejes de nuestro trabajo inmediato: la contra-propaganda y la lucha contra el pacto social y por la continuidad de la movilización obrera. Para esta tarea, también debemos estudiar cómo aprovechar las oportunidades especiales que brindan las campañas electorales, batallando por acrecentar la influencia comunista en el parlamento y otras instituciones representativas, de manera directa o indirecta, es decir, a través de las fuerzas pequeñoburguesas.
3) Para eso, nuestra mayor carencia es la del Partido Comunista. En España, la clase obrera carece de un partido político más o menos revolucionario y con fuerza, prestigio y autoridad entre las masas trabajadoras, como sí lo tiene en Grecia o en Portugal. Debemos desarrollar la unidad de acción en el marco de la CUC, con el PCPE, con el PCE(m-l), etc.; también con los grupos “izquierdistas”, siempre que no sea para alentar el sectarismo, e incluso con el PCE-IU, siempre que sea para la confrontación de clases. Debemos seguir reclamando la unidad organizativa de los comunistas en un solo partido sobre la base del marxismo-leninismo y dar pasos reales en esta dirección. Y debemos mejorar nuestra organización para desplegar más y mejor trabajo, fortalecernos y acelerar la reconstitución del Partido Comunista.
La tendencia fundamental en el desarrollo de las contradicciones sociales es favorable a la lucha por la emancipación de la clase obrera, aunque la conciencia política de la mayoría todavía no lo sea, sino que incluso empeorará probablemente mucho más si los comunistas no aceleramos nuestra vinculación con las masas. Por consiguiente, las condiciones presentes no aconsejan que los comunistas seamos demasiado exigentes en los procesos de unidad en cuanto a la definición de los objetivos y de la estrategia. Las cosas ya no se presentan igual a cómo estaban durante la mayor parte del siglo XX, cuando la conciencia estaba algo adelantada con respecto a la situación objetiva y, por tanto, lo principal era combatir el reflejo ideológico de las carencias materiales para retroceder lo menos posible en la correlación de fuerzas. Ahora que las condiciones económico-materiales tienden a sernos favorables, lo principal es el vínculo de los comunistas con las amplias masas obreras y populares (a la vez que estudiamos y asimilamos los principios del marxismo-leninismo). Ahí tiene que estar nuestra mayor exigencia, nuestra intransigencia, a la hora de recorrer procesos unitarios. Hay que combatir sobre todo lo que dificulte la relación de los comunistas con las masas, y no con unas masas idealizadas, confundidas con la minoría más consciente del proletariado, sino con las masas tal como son realmente, partiendo de su conciencia y su actividad actual.
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La convocatoria de la Huelga General del 29 de septiembre de 2010 ha sido una respuesta necesaria a la política del gobierno consistente en salvar al capitalismo monopolista español y europeo en crisis (su “competitividad”) a costa de los salarios y de los derechos de los trabajadores. Así lo entendieron los millones de trabajadores que la han secundado en las principales empresas, sobre todo industriales, de España, entorpeciendo durante un día la reproducción del capital social en su conjunto. Así, a las graves agresiones perpetradas por los grandes capitalistas y el gobierno a su servicio contra los trabajadores asalariados (reducción del poder adquisitivo y desprotección legal de éstos), la clase obrera ha respondido con la acción en lugar de la resignación. Gracias a ello, el ataque de la clase capitalista no le ha salido gratis, no ha quedado impune, a la espera de saber si va a verse obligada a retroceder por esta Huelga –como sucedió tras los anteriores paros- o si va a continuar alimentando la confrontación de clases. Aunque los medios burgueses digan lo contrario, la Huelga General ha sido un éxito importante de la clase obrera si tenemos en cuenta las condiciones en las que se desarrolló, las cuales fueron mucho más adversas que en convocatorias anteriores.
Esta Huelga General no sólo ha servido para que grandes masas pasen de la crítica a la acción, se ejerciten, refuercen sus vínculos mutuos y demuestren la fuerza actual de la clase obrera. También ha servido para que los cientos de miles de militantes del movimiento obrero, que habitualmente priorizan en exceso la labor de representación de los trabajadores en la negociación con la patronal, dediquen por un período su actividad a la movilización de masas para la confrontación de clases: asambleas, debates a pie de tajo, piquetes de huelga, manifestaciones, etc. Son la columna vertebral del movimiento obrero y la experiencia de la Huelga General fortalecerá todo el organismo y, ante todo, su parte más dinámica.
El empeoramiento de la situación de las masas laboriosas a que conducen los recortes salariales y la reforma laboral va a estrechar aún más el mercado interior y, por consiguiente, va a profundizar y prolongar la crisis económica del capitalismo, a la espera de que la destrucción de fuerzas productivas y la centralización de capitales sean suficientes para recuperar la tasa de ganancia. Por esta razón, son inevitables nuevos ataques contra los trabajadores y será inevitable continuar la movilización de éstos y desarrollarla más y mejor. Una parte del movimiento sindical podrá amoldarse a esta situación y claudicar, pero el sindicalismo de clase crecerá necesariamente en estas condiciones. Para ayudar a que esta última tendencia se desarrolle, tenemos que analizar la situación concreta en que se desenvuelve la actual lucha de clases, comprender los factores que perjudican la acción de nuestra clase social y vencerlos o neutralizarlos en la mayor medida posible.
Los obstáculos que entorpecen la movilización de los trabajadores son de dos tipos: económicos y político-ideológicos.
Factores económicos
1) En cuanto a los factores económicos, encontramos a una masa de precarios que ahora se ensancha enormemente con la última reforma laboral. Estos trabajadores no son libres de ejercer su derecho de huelga porque están coaccionados por la amenaza de despido barato e inmediato de sus patronos. De no darse esta coerción, explícita o tácita, la participación en la Huelga General del 29S habría sido mucho mayor. Estos sectores no podrán defenderse si no les ayudamos a desplegar una acción sindical semi-clandestina en sus empresas y si no complementamos ésta con una presión desde el exterior de las mismas (denuncia pública de las arbitrariedades empresariales, propaganda de los logros de sus luchas, fiscalización del cumplimiento de los servicios mínimos en las huelgas mediante la intervención de los piquetes informativos sobre los que estén trabajando en una jornada de huelga, etc.).
2) Luego está la dura situación económica que están sufriendo cientos de miles de autónomos y de pequeños y medianos empresarios. Hacia los primeros, los sindicatos y demás organizaciones proletarias debemos dirigirnos, defendiendo sus intereses frente a la voracidad de los bancos y de la hacienda pública. Los segundos han sido ganados, hasta el momento, por el gran capital para su cruzada anti-obrera: éste les ha ofrecido la posibilidad de mejorar su situación económica mediante rebajas salariales y despidos baratos de sus empleados. Sin embargo, con ello, no hacen más que tirarse piedras contra su propio tejado porque serán víctimas de la caída de la demanda minorista que tales medidas provocan. Los intereses de las PYMES están objetivamente enfrentados a los de los bancos de cuyos préstamos dependen, a los del Estado a quien deben tributar y a los de las grandes empresas que les imponen sus condiciones y las explotan. A pesar de que los obreros asalariados sufrimos la explotación laboral de estos empresarios y hemos de defendernos contra ella, nuestras organizaciones sindicales y políticas deben desarrollar la contradicción entre ellos y el gran capital, deben defenderlos frente a éstos, deben ofrecerles una alianza antimonopolista y antioligárquica. Debemos conseguir que las próximas huelgas generales sean apoyadas efectivamente por un número creciente de pequeños y medianos empresarios: deben cerrar sus negocios en las jornadas de huelga para escenificar el aislamiento de la oligarquía financiera y la hostilidad del pueblo hacia ella. Son ejemplos que debemos divulgar y extender los apoyos a la pasada Huelga General por parte de las asociaciones de comerciantes chinos, de varios sindicatos policiales y de la guardia civil, de intelectuales y artistas, de asociaciones de vecinos, culturales, etc. Y debemos seguir luchando por convertir al movimiento republicano en la expresión política más elevada de esta alianza democrática de lucha de las clases populares contra la oligarquía financiera.
3) Por último, entre los factores económicos, está la cuestión de la acción sindical y la organización sindical. La campaña mediática que se ha desplegado en estos últimos meses contra los sindicatos –y que se tratará después- ha obtenido un éxito importante porque, además de contener muchas mentiras y difamaciones, se apoyaba en hechos ciertos. La presión de un imperialismo español en expansión no ha podido ser contrarrestada por la acción de un partido revolucionario desde que el PCE renegó de su historia y de la del movimiento comunista internacional. En aquellas condiciones, era inevitable que la aristocracia obrera, los sectores más acomodados y conservadores del proletariado, se hicieran con la dirección del movimiento sindical, con escasa oposición por parte de la mayoría de la masa trabajadora inundada de ideología burguesa. Ahora, mejoran las condiciones para corregir esta tendencia degenerativa, al acelerarse la contrarreforma neoliberal que incluye la liquidación sistemática de las conquistas históricas del movimiento sindical y la rápida disminución de los salarios. Durante años, los sindicatos sacrificaron los intereses estratégicos de la clase obrera y los intereses inmediatos de amplios sectores de la misma a cambio de mejoras superficiales y, sobre todo, de posiciones ventajosas para sus dirigentes y cuadros. Estos fenómenos enojaban y desmoralizaban a las masas y, ahora, es la burguesía más reaccionaria la que aprovecha esta “relajación” de los sindicatos –de la que tanto se ha beneficiado, por otra parte- para enfrentar a los trabajadores con sus sindicatos. Éstos no tendrán más remedio que ceder al chantaje o autocriticarse y reorganizarse.
La primera es la opción más probable a corto plazo, dada la tradición de pacto social de las direcciones sindicales y la desfavorable correlación de fuerzas que han puesto de manifiesto las huelgas del 8-J y del 29-S. A esta opción nos abocan los discursos de los líderes sindicales al cierre de la jornada de Huelga General, carentes de otra perspectiva que no sea la de la rectificación del gobierno. En efecto, éste ha tendido la mano a los sindicatos para negociar el reglamento de aplicación de la reforma laboral y la cuestión de las pensiones, pero se niega a dar marcha atrás a sus medidas anti-obreras: desde su punto de vista, son medidas de emergencia e irrenunciables, es decir, órdenes que le impone el gran capital con el que la socialdemocracia tiene un compromiso sagrado. La beligerancia verbal de la oposición de derechas al gobierno (PP y medios de comunicación afines) –desgraciadamente mayor que la del movimiento obrero- tiene por objeto prevenir el peligro de que el gobierno se vea tentado a hacer concesiones a los sindicatos. Sin embargo, la claudicación de éstos es una opción altamente peligrosa, a medio plazo, también para sus dirigentes, dada la perspectiva de mayores agresiones capitalistas y de consiguiente crecimiento del descontento de los trabajadores. Las condiciones objetivas son, por tanto, favorables al desarrollo de la acción sindical de clase, siempre que mantengamos la presión, la denuncia, la oposición a las políticas anti-obreras. Es hora de promover el debate en el sindicato, en las empresas, en la calle sobre cómo continuar la justa lucha que arrancó con la Huelga General del 29S hasta tumbar las decisiones reaccionarias del gobierno. Unión Proletaria ha difundido a las masas un comunicado en este sentido y promoverá llamamientos unitarios, a través de la Coordinación de Unidad Comunista y junto con el PCPE y otros grupos.
La segunda opción –que el movimiento obrero se autocritique y se reorganice- es la que defendemos los comunistas, pero tenemos que concretarla teniendo en cuenta tanto el objetivo estratégico como la correlación real de fuerzas de clase. No debemos condenar a priori la posibilidad de acuerdos puntuales con la patronal y el gobierno, porque una actitud así haría peligrar nuestros débiles vínculos con la mayoría de los militantes sindicales, todavía inclinados a la conciliación con los explotadores. Pero sí debemos difundir una posición de rechazo al pacto social, a la concertación social, al menos mientras se mantenga este rumbo político de sacrificarnos por la “competitividad” de los capitalistas. Incluso hay que constatar que el diálogo social ha resultado nefasto para el movimiento obrero porque lo ha debilitado sin que, a cambio, consiguiéramos contener las ansias depredadoras de los patronos. En general, debemos trabajar más en los sindicatos, debemos luchar en su seno contra la ideología burguesa, sobre todo en la variante socialdemócrata (promover el espíritu de lucha de clases contra la búsqueda de la conciliación entre ellas), debemos defender la unidad sindical y política de la clase obrera frente al corporativismo y a la división organizativa hoy existente y debemos reclamar el mejoramiento de los vínculos entre trabajadores y sindicatos en los muchos centros de trabajo donde dominan las prácticas burocráticas y corporativas.
La autocrítica sindical debe incluir un reconocimiento de que se confió en las buenas palabras del Ejecutivo mientras éste reflotaba a costa de las arcas públicas a un gran capital que hacía pagar la crisis a los trabajadores despidiéndolos y empobreciéndolos; que, desde ese momento, debió comenzar una movilización creciente hacia la huelga general; que los representantes sindicales debieron abandonar la negociación de la reforma laboral en cuanto el gobierno amenazó con imponerla si no había acuerdo; que, desde ese momento, debió comenzar la preparación expresa de la Huelga General; que, el plan de ajuste del gobierno era motivo suficiente para convocarla y que ésta debió adelantarse a las luchas parciales como la de Metro de Madrid que, al resolverse antes del 29S, restaron fuerza a la Huelga General.
Al mismo tiempo, hay que evitar la crítica oportunista “izquierdista” que, incluso cuando se hace con la honrada e ingenua pretensión de levantar un sindicalismo combativo fuera de las organizaciones más amplias, fomenta la confrontación con los sindicatos de masas actuales y contribuye a la división de la clase obrera, ayudando aun sin quererlo a la patronal. La crítica sólo es justa si va acompañada de un trabajo real por el frente único de los trabajadores contra los capitalistas, si no perjudica la unidad obrera. La dominación corriente del movimiento obrero por sus elementos más moderados y partidarios de un “capitalismo social” hace muy difícil la superación de la tentación “izquierdista” y sectaria en los proletarios revolucionarios, como constatamos en la plataforma Hay que pararles los pies, a la que seguiremos pidiendo que corrija su posición escisionista. Durante 15 años, la Internacional Comunista combatió esta desviación y, sin embargo, en su VII Congreso, tuvo que constatar que persistía y que había ayudado involuntariamente al ascenso del fascismo:
“Si los camaradas alemanes hubieran comprendido mejor la tarea sindical, de la cual les habló muchas veces el camarada Thaelmann, nuestra situación en los sindicatos hubiera sido mejor de lo que era en realidad cuando advino la dictadura fascista. Hacia fines de 1932, sólo un 10%, aproximadamente, de los miembros del partido estaban afiliados a los sindicatos libres. Y esto, a pesar de que los comunistas, después del VI Congreso de la IC, marchaban a la cabeza en toda una serie de huelgas. En la prensa, nuestros camaradas expresaban la necesidad de reservar el 90% de nuestras fuerzas para el trabajo sindical; pero, en realidad, todo giraba alrededor de la oposición sindical revolucionaria, que pretendía reemplazar a los sindicatos” (Dimitrov).
Finalmente, frente al fascismo y en la II Guerra Mundial, los comunistas lograron superar esta enfermedad infantil y construyeron poderosos sindicatos unitarios y partidos de masas. En la actualidad, el capitalismo nos conduce nuevamente al fascismo y a la guerra, pero los comunistas debemos ser capaces de impedírselo repudiando el sectarismo y volcándonos en la construcción del frente único de la clase obrera. Para eso, tenemos que aumentar nuestra actividad ante todo en los sindicatos de masas. Para facilitar la comprensión de esta necesidad entre los comunistas, Unión Proletaria editará las resoluciones sindicales de la Internacional Comunista y las difundirá ampliamente.
Factores ideológicos y políticos
1º) Entre las circunstancias político-ideológicas que han dificultado la acción de la clase obrera, llama poderosamente la atención la campaña anti-sindicatos, la mayor desde el franquismo, orquestada por los medios de comunicación del capital monopolista, sobre todo los más reaccionarios. Combinada con la propaganda desplegada desde hace dos años sobre la gravedad de la crisis y la fatalidad de las políticas de austeridad y sacrificio, ha sido el factor de desmovilización más importante para los estratos de asalariados mejor retribuidos y más cultos (funcionarios y empleados en general que suman más de un tercio de la clase obrera) y para la pequeña burguesía. Por eso, debemos desplegar una contra-propaganda creciente en la que también tienen que movilizarse las fuerzas sindicales, al menos CCOO, en atención a su naturaleza socio-política. El eje de la misma tiene que ser la constatación de que los intereses de la burguesía (sobre todo de la oligarquía financiera) y los de los trabajadores son antagónicos e inconciliables, máxime cuando el capitalismo ha alcanzado un desarrollo tal que no puede subsistir sin degradar las condiciones de vida de la mayoría de la población. Pero, además, hay que denunciar el carácter de clase de los grandes medios de comunicación, su pertenencia a un puñado de oligarcas, mientras los trabajadores carecen de diarios, de emisoras de radio, de canales de televisión para expresar y defender sus intereses. En definitiva, hace falta una gran campaña por la democratización del “cuarto poder”. El objetivo ha de ser el de atacar la dependencia ideológica de amplias masas respecto de estos medios, despertar el sentido crítico hacia ellos, alimentar la conciencia de clase y la desconfianza hacia la propaganda burguesa.
2) La movilización de los trabajadores en la Huelga General también se ha visto dificultada por la oposición a la misma de casi todos los partidos parlamentarios. Los seguidores más acérrimos del PSOE no participaron en esta huelga que iba dirigida contra su gobierno, por mucho que éste se mostró respetuoso y civilizado con ella, en comparación con la beligerancia fanática y semi-fascista de la “oposición” derechista contra los sindicatos y la huelga. El comportamiento de la derecha fomentaba la apariencia de una connivencia entre el gobierno del PSOE y los sindicatos, cuando, en realidad, éstos se estaban enfrentando al gobierno con hechos, mientras que la derecha sólo lo hacía de palabra. A esta apariencia contribuyó la simpatía que muchos dirigentes sindicales sienten y manifiestan por la socialdemocracia y, así como la falta de un partido político con un discurso revolucionario. La oligarquía financiera va a intentar acelerar su contrarreforma neoliberal a través del gobierno del PSOE, el cual contendrá mejor la oposición de los sindicatos, aunque irá perdiendo apoyo social favoreciendo cierto crecimiento de IU y sobre todo el ascenso al poder del PP. Pero, una vez éste en el gobierno, se verá obligado por las circunstancias objetivas a profundizar los ataques económicos contra la población trabajadora. Por eso, si en lo que queda de legislatura socialdemócrata fortalecemos la conciencia de clase y los vínculos con el núcleo industrial de la clase obrera evitando recaer en la política de pacto social, el siguiente gobierno probable del PP destrozará las ilusiones de amplios sectores de la aristocracia obrera y de la pequeña burguesía, proporcionándonos la oportunidad de ganarlos para la lucha de clases contra la oligarquía financiera y por la república y así poder avanzar efectivamente hacia el socialismo. En el período que queda de gobierno ZP, hay que consolidar en el movimiento obrero la desconfianza hacia la socialdemocracia como una opción política que hace el trabajo sucio del gran capital y que favorece el ascenso de la reacción. Claro que, si la política sigue este curso, es de esperar que el gran capital pase a la fase más política y policial de la lucha de clases: el PP sería el instrumento más apropiado para desarrollar un proceso de refascistización de la sociedad. Actualmente, la avanzadilla del mismo es la acción básicamente ideológica de los medios de comunicación reaccionarios. En consecuencia, dos deben ser los ejes de nuestro trabajo inmediato: la contra-propaganda y la lucha contra el pacto social y por la continuidad de la movilización obrera. Para esta tarea, también debemos estudiar cómo aprovechar las oportunidades especiales que brindan las campañas electorales, batallando por acrecentar la influencia comunista en el parlamento y otras instituciones representativas, de manera directa o indirecta, es decir, a través de las fuerzas pequeñoburguesas.
3) Para eso, nuestra mayor carencia es la del Partido Comunista. En España, la clase obrera carece de un partido político más o menos revolucionario y con fuerza, prestigio y autoridad entre las masas trabajadoras, como sí lo tiene en Grecia o en Portugal. Debemos desarrollar la unidad de acción en el marco de la CUC, con el PCPE, con el PCE(m-l), etc.; también con los grupos “izquierdistas”, siempre que no sea para alentar el sectarismo, e incluso con el PCE-IU, siempre que sea para la confrontación de clases. Debemos seguir reclamando la unidad organizativa de los comunistas en un solo partido sobre la base del marxismo-leninismo y dar pasos reales en esta dirección. Y debemos mejorar nuestra organización para desplegar más y mejor trabajo, fortalecernos y acelerar la reconstitución del Partido Comunista.
La tendencia fundamental en el desarrollo de las contradicciones sociales es favorable a la lucha por la emancipación de la clase obrera, aunque la conciencia política de la mayoría todavía no lo sea, sino que incluso empeorará probablemente mucho más si los comunistas no aceleramos nuestra vinculación con las masas. Por consiguiente, las condiciones presentes no aconsejan que los comunistas seamos demasiado exigentes en los procesos de unidad en cuanto a la definición de los objetivos y de la estrategia. Las cosas ya no se presentan igual a cómo estaban durante la mayor parte del siglo XX, cuando la conciencia estaba algo adelantada con respecto a la situación objetiva y, por tanto, lo principal era combatir el reflejo ideológico de las carencias materiales para retroceder lo menos posible en la correlación de fuerzas. Ahora que las condiciones económico-materiales tienden a sernos favorables, lo principal es el vínculo de los comunistas con las amplias masas obreras y populares (a la vez que estudiamos y asimilamos los principios del marxismo-leninismo). Ahí tiene que estar nuestra mayor exigencia, nuestra intransigencia, a la hora de recorrer procesos unitarios. Hay que combatir sobre todo lo que dificulte la relación de los comunistas con las masas, y no con unas masas idealizadas, confundidas con la minoría más consciente del proletariado, sino con las masas tal como son realmente, partiendo de su conciencia y su actividad actual.