"Teoría marxiana de la explotación"
texto de Antonio Olivé
publicado en julio de 2013 en Marx desde cero
(...) ¿El resumen de todo esto? Explotación y más explotación. De unos seres humanos a otros. De la naturaleza. Del tiempo. De todo. Es por ello que os proponemos una breve lectura donde repasamos ese descubrimiento de Marx. Si sufres la explotación y quieres saber algo más …
La Teoría marxiana de la explotación
Hasta aquí las ideas que fueron apareciendo durante la época clásica en relación al funcionamiento del mercado de trabajo se han contemplado bajo el prisma de la ortodoxia económica. Naturalmente, la doctrina de la explotación de Marx queda fuera de este prisma. Sin embargo, no puede hacerse una revisión completa de las principales ideas relacionadas con del mercado de trabajo durante esta época sin mencionar los elementos esenciales de dicha teoría. Este capítulo se dedica a ello. En el primer apartado se trata situar la teoría de la explotación en el contexto de El Capital; en el segundo apartado se exponen las líneas generales de la teoría del valor-trabajo de Marx y se presenta el concepto marxiano de explotación. Finalmente, en los dos últimos apartados del capítulo, se intenta dar un esquema del razonamiento que lleva a Marx a postular la explotación de los trabajadores en el sistema capitalista. En ellos se trata la cuestión de la transformación de valores en precios (sin entrar en los aspectos más intrincados de la misma) y se hace una valoración de lo que, con posterioridad a Marx, se ha llamado teorema fundamental marxiano.
1. La doctrina de la explotación en el contexto de El Capital
Marx había llegado al estudio de la economía política procedente de la filosofía. Como filósofo había llegado a la conclusión de que la clave para el análisis del comportamiento humano estaba en la actividad productiva del hombre y su objetivo era nada más y nada menos que encontrar las grandes leyes explicativas del cambio histórico. Él creyó que esas leyes históricas existían, que eran identificables, y que precisamente el estudio de la economía le daría la clave para encontrarlas.
Marx centró su interés en el análisis de la vida económica en un período concreto de la historia (siglos XVII al XIX) y trató de identificar los rasgos diferenciales de la economía en ese período. Para él esos rasgos eran dos: (a) la propiedad privada de los medios de producción y (b) la polarización de la sociedad en dos clases – capitalista y trabajadora -. Tales rasgos configuraban un modo de producción, el capitalismo, y Marx se propuso construir un modelo económico que explicase la evolución de dicho modo de producción. Él hizo algunos esfuerzos en esta dirección e intentó identificar algunas leyes o tendencias evolutivas en el sistema capitalista: la concentración del capital, la disminución de la tasa de ganancia, la miseria creciente del proletariado, etc.
Antes de abordar este análisis dinámico, Marx trató de descubrir la verdadera esencia del capitalismo. Tras su lectura de la literatura económica clásica llegó a la conclusión de que el trabajo era la esencia de todo valor y postuló que el mecanismo que realmente mueve el sistema capitalista es la explotación del trabajo por el capital. Esta explotación se manifiesta a través de la apropiación de parte de lo producido por la mayoría de la población (los trabajadores) por la clase social minoritaria (los capitalistas) que controla la marcha del sistema.
El Capital puede entonces concebirse como una obra con dos objetivos. Por una parte, se trata de descubrir la esencia del capitalismo; algo que existe, pero que a simple vista no se ve: el capitalismo sólo puede subsistir gracias a la explotación de la clase trabajadora por la clase capitalista. Por otra parte, se intenta construir un sistema dinámico que explique la evolución del capitalismo.
Los dos objetivos no se encuentran claramente separados en El Capital. Ambas cuestiones se analizan a la vez y de manera entremezclada. La primera está formulada en el lenguaje de la teoría del valor-trabajo de Marx. La segunda, el análisis de la dinámica capitalista, queda bastante oscurecida por dicho lenguaje. No obstante, puede decirse, aunque aquí no trataremos de justificarlo, que el lenguaje de la teoría del valor no afecta a la validez del análisis de Marx en lo referente a las tendencias a largo plazo del sistema económico.[1]
En este capítulo no vamos a entrar en lo que tal vez sea la parte más importante de la teoría marxiana: el análisis de la evolución a largo plazo del sistema capitalista. Nuestro interés aquí se centrara exclusivamente en la teoría de la explotación. En primer lugar, trataremos de situar el concepto de explotación dentro de la Teoría del valor-trabajo de Marx. A continuación, discutiremos la conexión entre explotación y capitalismo y eso nos llevará a hacer algunas referencias al llamado problema de la transformación. Concluiremos el capítulo con una evaluación crítica de la teoría de la explotación de Marx.
2. La teoría del valor-trabajo y el concepto marxiano de explotación
La idea básica de la teoría del valor-trabajo es que los precios de los bienes se explican fundamentalmente a partir de las cantidades de trabajo incorporadas en los mismos. A veces se dice que la teoría clásica del valor, es decir, la idea de que los precios se determinan a largo plazo por los costes de producción, constituye, en la versión de Adam Smith y, sobre todo, en la versión de Ricardo una teoría del valor-trabajo.
Sin embargo, conviene hacer varias precisiones sobre este punto. Adam Smith defendió la validez de la teoría del valor-trabajo para un período histórico muy concreto: “el estado más temprano y rudo de la sociedad que precede a la acumulación de capital y a la apropiación de la tierra.” Para ilustrar su punto de vista, Smith utilizaba el ejemplo de un país de cazadores en el que la caza del ciervo requiere la mitad de tiempo que la caza del castor. Naturalmente, en una sociedad de este tipo sería de esperar que un castor se intercambiase por dos ciervos.[2] Pero Smith era perfectamente consciente de que, en una sociedad avanzada, los precios relativos no tienen por qué coincidir siempre con las cantidades relativas de trabajo.
Ricardo estuvo tal vez más cerca de la teoría del valor-trabajo, pero no llegó a defenderla con generalidad. Ricardo compartía la teoría básica de los precios, de raíz smithiana, basada en el coste de producción. Él simplemente creyó que la cantidad de trabajo incorporada en los bienes podía servir para describir la estructura de precios relativos de una manera aproximada; y no tuvo reparos en recurrir a dicha aproximación para resolver algunos problemas analíticos que le fueron surgiendo a lo largo de su obra.
Marx hizo suya la teoría del valor-trabajo y, aparentemente, quiso llevarla a sus últimas conclusiones lógicas. Pero el análisis de Marx no explica que en el capitalismo desarrollado el precio de un bien se determine por la cantidad del trabajo incorporado o que los precios relativos tiendan a la larga a ser proporcionales a la cantidad de trabajo que incorporan. Lo que en realidad hace Marx es utilizar la teoría del valor-trabajo para demostrar, según él, el carácter explotador del sistema capitalista.
El valor de un bien, para Marx, es prácticamente por definición, igual al trabajo socialmente necesario para la producción de dicho bien. Con alguna simplificación podría decirse que el valor de un bien es igual a la cantidad total de trabajo incorporado en una unidad del bien (tanto el trabajo directo como el trabajo incorporado en la producción de los inputs o trabajo indirecto). Por otra parte, los precios, según Marx, se determinan de la misma forma que en la teoría clásica ortodoxa, es decir, por los costes de producción a largo plazo. Es decir, para Marx, valor y precio son dos cosas distintas. Los valores relativos no tienen por qué coincidir siempre con los precios relativos. Es más, se espera que en el capitalismo desarrollado los unos no coincidan con los otros. Aunque sí se espera que haya algún tipo de relación entre valores y precios. De hecho, Marx, intenta encontrar una relación sistemática entre los valores y los precios con el propósito de desvelar la naturaleza explotadora del sistema capitalista. Así se origina el problema de la transformación al que nos referiremos más adelante.
Conviene ahora precisar el concepto marxiano de explotación. El sentido que el lenguaje corriente da a este término cuando se refiere a las relaciones laborales está cargado de connotaciones éticas. Marx, sin embargo, no quiere hacer una teoría normativa. Él da un concepto de explotación desprovisto de connotaciones valorativas.
Para Marx la explotación del trabajo se da cuando el obrero recibe, a cambio de una jornada de trabajo, bienes y servicios que incorporan menos de una jornada completa de trabajo. En otros términos, existe explotación cuando el trabajo se vende por menos de su valor. La diferencia entre la duración de la jornada laboral y el tiempo de trabajo incorporado en el salario (los bienes salariales) que percibe el trabajador constituye la plusvalía. Y el cociente entre la plusvalía y el tiempo de trabajo incorporado en los bienes salariales se define como tasa de explotación.
Dadas estas definiciones es bastante simple demostrar que la plusvalía, y por tanto la explotación, no existirían en un mundo hipotético en el que los trabajadores fueran productores independientes; donde cada trabajador poseyera sus propios medios de producción (que no podría alquilar a otros productores independientes), y comercializara sus propios productos. Este era el mundo hipotético al que Marx se refería al hablar de la producción simple de mercancías (una abstracción teórica con la cual pretendía representar esquemáticamente las economías precapitalistas). Bajo la producción simple de mercancías todos los trabajadores reciben el mismo ingreso por igual tiempo de trabajo (pues si no fuera así habría desplazamientos de trabajadores entre las distintas actividades productivas). Los precios coinciden con los valores y la plusvalía y la explotación no existen. Este mundo sería el equivalente al “estado más temprano y rudo de la sociedad” de Adam Smith, en el que los bienes se intercambian en proporción a la cantidad de trabajo incorporado porque no hay capital.
3. Capitalismo y explotación
Según Marx, la sociedad basada en la producción simple de mercancías da paso al capitalismo, una sociedad caracterizada por la separación entre propietarios de los medios de producción (capitalistas) y los que sólo poseen su fuerza de trabajo (trabajadores). Marx quiere demostrar que este cambio trae consigo la aparición de la plusvalía y la explotación.
No resulta difícil probar que la tasa de explotación es positiva en el nuevo modelo de sociedad, si introducimos algunos supuestos bastante restrictivos. Esencialmente hay que suponer que la composición orgánica del capital (aproximadamente equivalente a la relación capital-trabajo) y la tasa de rotación del capital son idénticas en todas las industrias. Bajo tales supuestos se sigue que la proporción entre beneficios y costes salariales es igual para todas las industrias (dado un salario uniforme entre industrias) y esto implica proporcionalidad entre los precios de los productos finales y las cantidades de inputs de trabajo. Los bienes se intercambiarán entonces en proporción al trabajo incorporado en su producción. Los precios relativos y los valores relativos serán iguales y la plusvalía será equivalente al beneficio.[3] De todo ello se deduce que va a haber una tasa de explotación homogénea en toda la economía.[4]
El problema se complica cuando se tiene en cuenta que en el mundo real la relación capital-trabajo y la tasa de rotación del capital varían de unas industrias a otras. En este caso los precios relativos no se corresponden con los valores relativos y la plusvalía deja de coincidir con el beneficio. Ahora los valores, la plusvalía y la tasa de explotación dejan de ser observables. Lo que sí se puede observar, y lo que en realidad determina el comportamiento de los empresarios, son los precios y los beneficios.
Marx no renuncia, sin embargo, a demostrar que detrás de estos precios y de estos beneficios sigue existiendo una plusvalía y una tasa de explotación positiva. Pero, para demostrar eso, hace falta explorar las relaciones entre valores y precios, entre tasa de explotación y tasa de beneficio. Con la transformación de valores en precios Marx pretende encontrar esas relaciones de forma que le permitan sostener la idea de que los beneficios dependen solamente de la cantidad de trabajo empleada (es decir, la idea de que la tasa de explotación es igual en todas las industrias independientemente de las variaciones observadas en la relación capital-trabajo).
4. El problema de la transformación y el teorema fundamental marxiano
Marx ilustra su concepción de la transformación de valores en precios en el libro tercero de El Capital, particularmente en los capítulos 8 al 12. A través de un ejemplo numérico[5] describe cómo pueden transformarse los valores en precios y demuestra, según él, que la única fuente de beneficios es la plusvalía. Sin embargo, cometió algunos errores en el proceso de la transformación, de forma que su solución fue incorrecta y originó lo que desde entonces se ha llamado problema de la transformación.
Desde la época de Marx ha habido varias tentativas para resolver el problema de la transformación. El primer autor que se ocupó del tema fue el estadístico y matemático de origen ruso Ladislaus von Bortkiewicz, que expuso su solución en un artículo publicado en alemán en 1906. Tras los escritos de Bortkiewicz, el problema de la transformación prácticamente desapareció del panorama del pensamiento económico anglosajón hasta que P. Sweezy, con su obra Teoría del Desarrollo Capitalista (1942), hace rebrotar el debate, que se amplía poco después, precisamente, con la edición en inglés del artículo de Bortkiewicz.[6] En los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo las contribuciones más importantes al problema de la transformación fueron la de J. Winternitz,[7] y sobre todo la de F. Seton,[8] que ha pasado a considerarse como el punto de partida del debate moderno de la transformación. Un artículo posterior de M. Morishima y F. Seton[9] contiene ya la primera demostración de que la existencia de una tasa de beneficios positiva implica la existencia de una tasa de explotación positiva y uniforme en el sistema económico. Tal demostración es calificada por el propio Morishima como teorema fundamental marxiano.[10]
De acuerdo con este teorema parece válida pues la presunción de Marx sobre el carácter explotador del sistema capitalista. No obstante, el teorema fundamental marxiano, aunque sea formalmente correcto, puede suscitar interpretaciones confusas.
El teorema en cuestión podría expresarse también en los siguientes términos: dado que el mantenimiento del sistema capitalista exige una tasa de beneficio positiva, y dado que no puede haber beneficios sin explotación, se sigue que tampoco puede haber capitalismo sin explotación. Así expuesto, puede pensarse lo siguiente: Como los trabajadores están explotados bajo el capitalismo, la sustitución de este sistema por otro que en el que se elimine la explotación ha de resultar ventajosa para ellos. Sin embargo, el teorema en realidad no dice nada de eso. Sus implicaciones desde el punto de vista del bienestar son nulas.
En realidad lo único que demuestra el teorema es que, bajo el sistema capitalista, el trabajo humano se vende por debajo de su valor. Partiendo de una definición objetiva de explotación y después de un desarrollo matemático de cierta complejidad, el resultado al que se llega es que una jornada de trabajo humano se intercambia por bienes y servicios que incorporaran una cantidad total de trabajo (directo e indirecto) de duración inferior a dicha jornada. El resultado sugiere que el intercambio de trabajo por salarios tiene algo de desigual e injusto. Más aún, algunos dirían en base a esta valoración que la diferencia entre el valor del trabajo y el salario recibido debería ir a parar a las manos de los trabajadores y no a las de los capitalistas; o, dicho de otro modo, algunos proclamarían el derecho de los trabajadores a todo el producto del trabajo. Sin embargo, no pueden deducirse conclusiones éticas a partir de supuestos de hecho. El que una hora de trabajo se intercambie por bienes y servicios que incorporen más o menos de una hora de trabajo no tiene ningún significado ético; desde luego tampoco tiene ningún significado desde el punto de vista del bienestar social: el teorema fundamental marxiano no quiere decir que si se aboliera la explotación – si se lograse crear un sistema económico en el que los salarios reflejaran el verdadero valor del trabajo – el nivel de vida de la clase trabajadora sería más alto.
texto de Antonio Olivé
publicado en julio de 2013 en Marx desde cero
(...) ¿El resumen de todo esto? Explotación y más explotación. De unos seres humanos a otros. De la naturaleza. Del tiempo. De todo. Es por ello que os proponemos una breve lectura donde repasamos ese descubrimiento de Marx. Si sufres la explotación y quieres saber algo más …
La Teoría marxiana de la explotación
Hasta aquí las ideas que fueron apareciendo durante la época clásica en relación al funcionamiento del mercado de trabajo se han contemplado bajo el prisma de la ortodoxia económica. Naturalmente, la doctrina de la explotación de Marx queda fuera de este prisma. Sin embargo, no puede hacerse una revisión completa de las principales ideas relacionadas con del mercado de trabajo durante esta época sin mencionar los elementos esenciales de dicha teoría. Este capítulo se dedica a ello. En el primer apartado se trata situar la teoría de la explotación en el contexto de El Capital; en el segundo apartado se exponen las líneas generales de la teoría del valor-trabajo de Marx y se presenta el concepto marxiano de explotación. Finalmente, en los dos últimos apartados del capítulo, se intenta dar un esquema del razonamiento que lleva a Marx a postular la explotación de los trabajadores en el sistema capitalista. En ellos se trata la cuestión de la transformación de valores en precios (sin entrar en los aspectos más intrincados de la misma) y se hace una valoración de lo que, con posterioridad a Marx, se ha llamado teorema fundamental marxiano.
1. La doctrina de la explotación en el contexto de El Capital
Marx había llegado al estudio de la economía política procedente de la filosofía. Como filósofo había llegado a la conclusión de que la clave para el análisis del comportamiento humano estaba en la actividad productiva del hombre y su objetivo era nada más y nada menos que encontrar las grandes leyes explicativas del cambio histórico. Él creyó que esas leyes históricas existían, que eran identificables, y que precisamente el estudio de la economía le daría la clave para encontrarlas.
Marx centró su interés en el análisis de la vida económica en un período concreto de la historia (siglos XVII al XIX) y trató de identificar los rasgos diferenciales de la economía en ese período. Para él esos rasgos eran dos: (a) la propiedad privada de los medios de producción y (b) la polarización de la sociedad en dos clases – capitalista y trabajadora -. Tales rasgos configuraban un modo de producción, el capitalismo, y Marx se propuso construir un modelo económico que explicase la evolución de dicho modo de producción. Él hizo algunos esfuerzos en esta dirección e intentó identificar algunas leyes o tendencias evolutivas en el sistema capitalista: la concentración del capital, la disminución de la tasa de ganancia, la miseria creciente del proletariado, etc.
Antes de abordar este análisis dinámico, Marx trató de descubrir la verdadera esencia del capitalismo. Tras su lectura de la literatura económica clásica llegó a la conclusión de que el trabajo era la esencia de todo valor y postuló que el mecanismo que realmente mueve el sistema capitalista es la explotación del trabajo por el capital. Esta explotación se manifiesta a través de la apropiación de parte de lo producido por la mayoría de la población (los trabajadores) por la clase social minoritaria (los capitalistas) que controla la marcha del sistema.
El Capital puede entonces concebirse como una obra con dos objetivos. Por una parte, se trata de descubrir la esencia del capitalismo; algo que existe, pero que a simple vista no se ve: el capitalismo sólo puede subsistir gracias a la explotación de la clase trabajadora por la clase capitalista. Por otra parte, se intenta construir un sistema dinámico que explique la evolución del capitalismo.
Los dos objetivos no se encuentran claramente separados en El Capital. Ambas cuestiones se analizan a la vez y de manera entremezclada. La primera está formulada en el lenguaje de la teoría del valor-trabajo de Marx. La segunda, el análisis de la dinámica capitalista, queda bastante oscurecida por dicho lenguaje. No obstante, puede decirse, aunque aquí no trataremos de justificarlo, que el lenguaje de la teoría del valor no afecta a la validez del análisis de Marx en lo referente a las tendencias a largo plazo del sistema económico.[1]
En este capítulo no vamos a entrar en lo que tal vez sea la parte más importante de la teoría marxiana: el análisis de la evolución a largo plazo del sistema capitalista. Nuestro interés aquí se centrara exclusivamente en la teoría de la explotación. En primer lugar, trataremos de situar el concepto de explotación dentro de la Teoría del valor-trabajo de Marx. A continuación, discutiremos la conexión entre explotación y capitalismo y eso nos llevará a hacer algunas referencias al llamado problema de la transformación. Concluiremos el capítulo con una evaluación crítica de la teoría de la explotación de Marx.
2. La teoría del valor-trabajo y el concepto marxiano de explotación
La idea básica de la teoría del valor-trabajo es que los precios de los bienes se explican fundamentalmente a partir de las cantidades de trabajo incorporadas en los mismos. A veces se dice que la teoría clásica del valor, es decir, la idea de que los precios se determinan a largo plazo por los costes de producción, constituye, en la versión de Adam Smith y, sobre todo, en la versión de Ricardo una teoría del valor-trabajo.
Sin embargo, conviene hacer varias precisiones sobre este punto. Adam Smith defendió la validez de la teoría del valor-trabajo para un período histórico muy concreto: “el estado más temprano y rudo de la sociedad que precede a la acumulación de capital y a la apropiación de la tierra.” Para ilustrar su punto de vista, Smith utilizaba el ejemplo de un país de cazadores en el que la caza del ciervo requiere la mitad de tiempo que la caza del castor. Naturalmente, en una sociedad de este tipo sería de esperar que un castor se intercambiase por dos ciervos.[2] Pero Smith era perfectamente consciente de que, en una sociedad avanzada, los precios relativos no tienen por qué coincidir siempre con las cantidades relativas de trabajo.
Ricardo estuvo tal vez más cerca de la teoría del valor-trabajo, pero no llegó a defenderla con generalidad. Ricardo compartía la teoría básica de los precios, de raíz smithiana, basada en el coste de producción. Él simplemente creyó que la cantidad de trabajo incorporada en los bienes podía servir para describir la estructura de precios relativos de una manera aproximada; y no tuvo reparos en recurrir a dicha aproximación para resolver algunos problemas analíticos que le fueron surgiendo a lo largo de su obra.
Marx hizo suya la teoría del valor-trabajo y, aparentemente, quiso llevarla a sus últimas conclusiones lógicas. Pero el análisis de Marx no explica que en el capitalismo desarrollado el precio de un bien se determine por la cantidad del trabajo incorporado o que los precios relativos tiendan a la larga a ser proporcionales a la cantidad de trabajo que incorporan. Lo que en realidad hace Marx es utilizar la teoría del valor-trabajo para demostrar, según él, el carácter explotador del sistema capitalista.
El valor de un bien, para Marx, es prácticamente por definición, igual al trabajo socialmente necesario para la producción de dicho bien. Con alguna simplificación podría decirse que el valor de un bien es igual a la cantidad total de trabajo incorporado en una unidad del bien (tanto el trabajo directo como el trabajo incorporado en la producción de los inputs o trabajo indirecto). Por otra parte, los precios, según Marx, se determinan de la misma forma que en la teoría clásica ortodoxa, es decir, por los costes de producción a largo plazo. Es decir, para Marx, valor y precio son dos cosas distintas. Los valores relativos no tienen por qué coincidir siempre con los precios relativos. Es más, se espera que en el capitalismo desarrollado los unos no coincidan con los otros. Aunque sí se espera que haya algún tipo de relación entre valores y precios. De hecho, Marx, intenta encontrar una relación sistemática entre los valores y los precios con el propósito de desvelar la naturaleza explotadora del sistema capitalista. Así se origina el problema de la transformación al que nos referiremos más adelante.
Conviene ahora precisar el concepto marxiano de explotación. El sentido que el lenguaje corriente da a este término cuando se refiere a las relaciones laborales está cargado de connotaciones éticas. Marx, sin embargo, no quiere hacer una teoría normativa. Él da un concepto de explotación desprovisto de connotaciones valorativas.
Para Marx la explotación del trabajo se da cuando el obrero recibe, a cambio de una jornada de trabajo, bienes y servicios que incorporan menos de una jornada completa de trabajo. En otros términos, existe explotación cuando el trabajo se vende por menos de su valor. La diferencia entre la duración de la jornada laboral y el tiempo de trabajo incorporado en el salario (los bienes salariales) que percibe el trabajador constituye la plusvalía. Y el cociente entre la plusvalía y el tiempo de trabajo incorporado en los bienes salariales se define como tasa de explotación.
Dadas estas definiciones es bastante simple demostrar que la plusvalía, y por tanto la explotación, no existirían en un mundo hipotético en el que los trabajadores fueran productores independientes; donde cada trabajador poseyera sus propios medios de producción (que no podría alquilar a otros productores independientes), y comercializara sus propios productos. Este era el mundo hipotético al que Marx se refería al hablar de la producción simple de mercancías (una abstracción teórica con la cual pretendía representar esquemáticamente las economías precapitalistas). Bajo la producción simple de mercancías todos los trabajadores reciben el mismo ingreso por igual tiempo de trabajo (pues si no fuera así habría desplazamientos de trabajadores entre las distintas actividades productivas). Los precios coinciden con los valores y la plusvalía y la explotación no existen. Este mundo sería el equivalente al “estado más temprano y rudo de la sociedad” de Adam Smith, en el que los bienes se intercambian en proporción a la cantidad de trabajo incorporado porque no hay capital.
3. Capitalismo y explotación
Según Marx, la sociedad basada en la producción simple de mercancías da paso al capitalismo, una sociedad caracterizada por la separación entre propietarios de los medios de producción (capitalistas) y los que sólo poseen su fuerza de trabajo (trabajadores). Marx quiere demostrar que este cambio trae consigo la aparición de la plusvalía y la explotación.
No resulta difícil probar que la tasa de explotación es positiva en el nuevo modelo de sociedad, si introducimos algunos supuestos bastante restrictivos. Esencialmente hay que suponer que la composición orgánica del capital (aproximadamente equivalente a la relación capital-trabajo) y la tasa de rotación del capital son idénticas en todas las industrias. Bajo tales supuestos se sigue que la proporción entre beneficios y costes salariales es igual para todas las industrias (dado un salario uniforme entre industrias) y esto implica proporcionalidad entre los precios de los productos finales y las cantidades de inputs de trabajo. Los bienes se intercambiarán entonces en proporción al trabajo incorporado en su producción. Los precios relativos y los valores relativos serán iguales y la plusvalía será equivalente al beneficio.[3] De todo ello se deduce que va a haber una tasa de explotación homogénea en toda la economía.[4]
El problema se complica cuando se tiene en cuenta que en el mundo real la relación capital-trabajo y la tasa de rotación del capital varían de unas industrias a otras. En este caso los precios relativos no se corresponden con los valores relativos y la plusvalía deja de coincidir con el beneficio. Ahora los valores, la plusvalía y la tasa de explotación dejan de ser observables. Lo que sí se puede observar, y lo que en realidad determina el comportamiento de los empresarios, son los precios y los beneficios.
Marx no renuncia, sin embargo, a demostrar que detrás de estos precios y de estos beneficios sigue existiendo una plusvalía y una tasa de explotación positiva. Pero, para demostrar eso, hace falta explorar las relaciones entre valores y precios, entre tasa de explotación y tasa de beneficio. Con la transformación de valores en precios Marx pretende encontrar esas relaciones de forma que le permitan sostener la idea de que los beneficios dependen solamente de la cantidad de trabajo empleada (es decir, la idea de que la tasa de explotación es igual en todas las industrias independientemente de las variaciones observadas en la relación capital-trabajo).
4. El problema de la transformación y el teorema fundamental marxiano
Marx ilustra su concepción de la transformación de valores en precios en el libro tercero de El Capital, particularmente en los capítulos 8 al 12. A través de un ejemplo numérico[5] describe cómo pueden transformarse los valores en precios y demuestra, según él, que la única fuente de beneficios es la plusvalía. Sin embargo, cometió algunos errores en el proceso de la transformación, de forma que su solución fue incorrecta y originó lo que desde entonces se ha llamado problema de la transformación.
Desde la época de Marx ha habido varias tentativas para resolver el problema de la transformación. El primer autor que se ocupó del tema fue el estadístico y matemático de origen ruso Ladislaus von Bortkiewicz, que expuso su solución en un artículo publicado en alemán en 1906. Tras los escritos de Bortkiewicz, el problema de la transformación prácticamente desapareció del panorama del pensamiento económico anglosajón hasta que P. Sweezy, con su obra Teoría del Desarrollo Capitalista (1942), hace rebrotar el debate, que se amplía poco después, precisamente, con la edición en inglés del artículo de Bortkiewicz.[6] En los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo las contribuciones más importantes al problema de la transformación fueron la de J. Winternitz,[7] y sobre todo la de F. Seton,[8] que ha pasado a considerarse como el punto de partida del debate moderno de la transformación. Un artículo posterior de M. Morishima y F. Seton[9] contiene ya la primera demostración de que la existencia de una tasa de beneficios positiva implica la existencia de una tasa de explotación positiva y uniforme en el sistema económico. Tal demostración es calificada por el propio Morishima como teorema fundamental marxiano.[10]
De acuerdo con este teorema parece válida pues la presunción de Marx sobre el carácter explotador del sistema capitalista. No obstante, el teorema fundamental marxiano, aunque sea formalmente correcto, puede suscitar interpretaciones confusas.
El teorema en cuestión podría expresarse también en los siguientes términos: dado que el mantenimiento del sistema capitalista exige una tasa de beneficio positiva, y dado que no puede haber beneficios sin explotación, se sigue que tampoco puede haber capitalismo sin explotación. Así expuesto, puede pensarse lo siguiente: Como los trabajadores están explotados bajo el capitalismo, la sustitución de este sistema por otro que en el que se elimine la explotación ha de resultar ventajosa para ellos. Sin embargo, el teorema en realidad no dice nada de eso. Sus implicaciones desde el punto de vista del bienestar son nulas.
En realidad lo único que demuestra el teorema es que, bajo el sistema capitalista, el trabajo humano se vende por debajo de su valor. Partiendo de una definición objetiva de explotación y después de un desarrollo matemático de cierta complejidad, el resultado al que se llega es que una jornada de trabajo humano se intercambia por bienes y servicios que incorporaran una cantidad total de trabajo (directo e indirecto) de duración inferior a dicha jornada. El resultado sugiere que el intercambio de trabajo por salarios tiene algo de desigual e injusto. Más aún, algunos dirían en base a esta valoración que la diferencia entre el valor del trabajo y el salario recibido debería ir a parar a las manos de los trabajadores y no a las de los capitalistas; o, dicho de otro modo, algunos proclamarían el derecho de los trabajadores a todo el producto del trabajo. Sin embargo, no pueden deducirse conclusiones éticas a partir de supuestos de hecho. El que una hora de trabajo se intercambie por bienes y servicios que incorporen más o menos de una hora de trabajo no tiene ningún significado ético; desde luego tampoco tiene ningún significado desde el punto de vista del bienestar social: el teorema fundamental marxiano no quiere decir que si se aboliera la explotación – si se lograse crear un sistema económico en el que los salarios reflejaran el verdadero valor del trabajo – el nivel de vida de la clase trabajadora sería más alto.
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