La militancia difusa.Néstor Estebenz Nogal
Aunque una cierta tradición en las formas verbales impetuosas de la conspiración pasa(ba) por entrar en el fragor temático sin la menor autopresentación entiendo que antes de tomar la palabra lo razonable es dedicar algunas a un mínimo de ella. Si bien sé que lo que más presenta a una persona no es su nombre, tampoco su origen ni sus títulos sino sus ideas y praxis, su pensar y su hacer; en un foro de disertatividad donde las identidades son atenuadas por los nicks, para permitir a quienes te lean que te ubiquen no es nada superfluo comentar algo de uno mismo. Pretendo decir pues quien soy y que pinto aquí.
Como que de lo primero, la ficha de los datos solo interesa a los ficheros policiales me abstendré salvo para decir que mi circuito biográfico pasó por una decena colmada de años con una devoción a la concepción comunista de la historia y una adhesión a la tesis de un partido de vanguardia como el instrumento de (contra)poder para garantizar una sociedad socialista. Como las informaciones de la historia que iban llegando de los países que habían hecho la revolución (¿que habían hecho, qué?) eran totalmente desalentadoras en la construcción de una persona y sociedad nuevas y como que mis experiencias militantes directas en la estructura jerárquica (dirigista-seguidista) de los grupos en los que simpaticé me demostraron que en su seno se reproducían los mismos errores que se pretendían corregir en el sistema capitalista, llegué a una severa conclusión: no eran y no iban a ser las organizaciones poderosas y unicentralistas las que vanguardizaran el proceso histórico y fueran los baluartes de un futuro de esperanza sino que iba a ser la confluencia (y confusión) de movimientos de iniciativa desde la base social, desde la marginalidad del sistema, los que inaugurarían algo nuevo. Creer en eso me dejó fuera de juego en el encuadramiento de mi colaboración dentro de una sigla, desde la que separar el mundo en aquella división tan voluntarista –de la que participé en algún grado- de lo que estaba dentro de ella y lo que quedaba fuera como una relación de cantidades a invertir. Pasando tal colaboración al nuevo fenómeno emergente de la militancia difusa o de la dedicación a un nuevo tipo de creatividad a favor de la conciencia social. En ese salto cualitativo -que así consideré- me encontré con el pasmo de la heterogeneidad y con nuevos factores de matización de la ya no llamada lucha en singular, sino de la multitud de luchas contra el sistema desde la desobediencia a sus ortodoxias. Advertí que no todas las luchas contra el orden de un sistema que imponía la alienación querían realmente cambiar este sistema sino conseguir más logros o conforts dentro de él. Distintos gestos reinvindicativos, (cada uno desde posicionamientos diferentes y sin ningún concepción unitaria ni teoría revolucionaria común) dieron lugar a una fragmentación del movimiento social y del mismo debate social. El ecologismo vino a demostrar que el supuesto sindicalismo de clase priorizaba el economicismo a la preservación del planeta, un feminismo de la diferencia terminó en un revanchismo antimasculinista algo que completaba el fracaso del feminismo de la igualdad dado que el hombre nunca fue modelo de éxito dentro de la sociedad productiva sino otra versión de la explotación doble por el aprovechamiento de su fuerza muscular. El ecologismo y el naturalismo nunca llegaron a alianzas solidas para llevar en la práctica individual los presupuestos consecuentes que se exigía conseguir a escala del sistema internacional. El boom del oenegerismo y su facturación presupuestaria en forma de altos dividendos de los estados dedicados a cooperación y desarrollo terminó por engordar a élites parasitarias en los países tercermundistas dejando que la miseria y la enfermedad siguiera su curso en las clases más bajas.
Si bien el boom del voluntariado cooperante ha incorporado millones de personas en los quehaceres solidarios y en las denuncias de tantas atrocidades a las que nos toca seguir como espectadores, todo el conjunto disgregacional de las buenas causas no parece que acerque a la sociedad paradisiaca imaginada por tantos librepensadores del pasado y que tanto ancla en sus aspiraciones en las edades mas juvenívolas.
En ese gran escenario mundial de multitud de acciones de protesta y de rebeldías reactivas porque el sistema lo sigue haciendo todo lo mal que puede no hay un norte claro para todas las luchas, ni siquiera una convención que vertebre todas las propuestas. La revuelta (cuyo origen etimológico significa rearmarse, prepararse para la pelea violenta) legítima no asegura las condiciones para la revolución (cuyo concepto fundamental no es de la fiesta del desorden y la del mobiliario público destrozado o los escaparates comerciales apedreados como sucede en las acciones de malestar, Atenas 2010 para citar algo reciente) ya que esta significa cambio radical de conceptos y de haceres desde posiciones constructivas y regenerativas.
Desde la militancia difusa, la mía (mas dedicada a la reflexión que al hacer político, más centrada en el análisis que en las confrontaciones estériles, mas desiderativa que ejecutiva) fui encontrando que de todos los frentes de lucha en los que a un sujeto le toca bregar en su biografía, el principal no era su centro de trabajo, su fábrica o su lugar de residencia, sino su casa, su gente inmediata, su mente. Eso me descartaba como militante de clase para serlo como militante de persona. Significó también dejar de creer en la humanidad como un filántropo ilusionado y dejar de creer en la clase obrera como esa supuesta clase mesiánica que iba a dirigir los grandes procesos que esperaban. Solo me quedaba creer en mí mismo y solo haciendo eso accedería a poder creer en las personas. Eso cambiaba totalmente el planteamiento. No había una clase aliada o un grupo-panacea que lo fuera a resolver todo sino el supuesto de individuos potenciales que por su conciencia y su energía cambiarían sus vidas y por extensión la vida. Obviamente tal heterodoxia me dejaba fuera del prototipo de agitador que había convertido la lucha política en una especie de sumatorio de convencidos siguiendo las pautas de una idea mecanicista de la historia. (a partir de una cierta cantidad de ellos el mundo cambiaria irremediablemente). El enemigo dejaba de ser el hijo de las clases pudientes y el amigo dejaba de serlo todo aquel que la fatalidad lo había hecho nacer en medio de la pobreza y perpetuarse en tal medio. Tocaba redefinir las categorías. A priori nadie es amigo o enemigo hasta que no demuestre lo que es y lo que tenga de confiable en su haber.
Ese criterio preventivo se extiende a todos y cada uno de los lugares de debate. Para mi sorpresa, los espacios disertativos no están exentos de clasismos, discriminaciones y burguesismos, tanto en los que –como en Telépolis donde participe- hubo una presencia notoria de saboteadores de ideología fascista como en los que hay un interés critico social predominante pero sin capacidad alternativa de cura social –como en A las Barricadas donde sigo participando y donde se me pueden rastrear opiniones y mi línea de pensamiento- .
Por suerte siguen existiendo foros dispuestos a la libertad de expresión crítica y correcta y esto es un indicativo de la inextinguibilidad de la inteligencia humana y de un humanismo idealista que no se ha dejado vencer por las corrupciones de un mundo que lleva mucho tiempo en el fracaso. La iconografía comunista, su rojo intenso, su lista de grandes figuras del pasado en las que creí expuestas a modo de serie semisolapada me inspiran a la discusión por entender que tras ella hay o puede haber gente dispuesta al trabajo intelectual, al hacer depurativo de sus actitudes cómplices con el sistema, y al amor universal por un ser humano de nuevo cuño que se libre del perfil del egocéntrico y del mentiroso perverso.
Entiendo que cuantos más espacios de discusión abierta sean posibles más consolidaremos una democracia electrónica cuya tecnología esta(ría) llamada a superar las actuales formas representativo-parlamentarias de las correlaciones de fuerzas en una realidad política. Para que eso sea (fuera) así toca esperar trillones de palabras intercambiadas y miles de ideas en juego que combinadas permitan la creación de nuevas alianzas y confluencias tras cambios de vida (y por añadidura del sistema).
Mi posición es que la mayor actitud revolucionaria ya no es tanto la panfletista de la consigna lanzada como la discursivo-metódica que lleve a cambios concretos de vida. Cada vez que uno/a de nosotros/as toma opciones radicales personales e irrevocables en contra del consumo alienante (dejar de fumar, dejar de comprar y comer carne, no casarse con una pareja de por vida, no hipotecarse en un banco por acceder a la propiedad de un piso, no aceptar c obrar el dinero a través de una banca que no sea ética, no hacer horas extras en su empresa, no aceptar trabajos indignos, no embriagar las neuronas con espectáculos como el futbol o los toros que impiden pensar en otras cosas o no permitir que los impuestos paguen a la iglesia católica entre otros miles de elecciones)está ya haciendo la revolución. La revolución es un proceso de incorporación de nuevos hábitos de autenticidad, no tiene nada que ver con el día de la toma de la Bastilla o la del palacio de la Moncloa que de verla habría que interpretarla como una eclosión de la rabia más que una planificación del futuro.
Como que no represento a nadie salvo a mí mismo, no cuento con aliados a priori(ni tampoco espero tenerlos a posteriori) que me apoyen en mis aportaciones si se me da paso a hacerlas después de ésta. Creo en la discusión (no exclusivamente política) por encima de todo como base del esclarecimiento y como invitación a la conciencia a pesar de que me consta los límites del lenguaje y los peligros inscritos en las trampas comunicativas de los hablantes. Creo en la inteligencia como factor que nos libere del ostracismo y de la frustración histórica de pertenecer a más de una generación de perdedores. Esa no es una garantía de que la inteligencia triunfe en un mundo en que las sin-razones siguen detentando el mando de los procesos mas importantes de la existencia social pero es la apuesta queda: la de la fuerza de la razón que venga a sustituir la razón de la fuerza, como tantas veces hemos dicho, escrito y repetido.
Aunque una cierta tradición en las formas verbales impetuosas de la conspiración pasa(ba) por entrar en el fragor temático sin la menor autopresentación entiendo que antes de tomar la palabra lo razonable es dedicar algunas a un mínimo de ella. Si bien sé que lo que más presenta a una persona no es su nombre, tampoco su origen ni sus títulos sino sus ideas y praxis, su pensar y su hacer; en un foro de disertatividad donde las identidades son atenuadas por los nicks, para permitir a quienes te lean que te ubiquen no es nada superfluo comentar algo de uno mismo. Pretendo decir pues quien soy y que pinto aquí.
Como que de lo primero, la ficha de los datos solo interesa a los ficheros policiales me abstendré salvo para decir que mi circuito biográfico pasó por una decena colmada de años con una devoción a la concepción comunista de la historia y una adhesión a la tesis de un partido de vanguardia como el instrumento de (contra)poder para garantizar una sociedad socialista. Como las informaciones de la historia que iban llegando de los países que habían hecho la revolución (¿que habían hecho, qué?) eran totalmente desalentadoras en la construcción de una persona y sociedad nuevas y como que mis experiencias militantes directas en la estructura jerárquica (dirigista-seguidista) de los grupos en los que simpaticé me demostraron que en su seno se reproducían los mismos errores que se pretendían corregir en el sistema capitalista, llegué a una severa conclusión: no eran y no iban a ser las organizaciones poderosas y unicentralistas las que vanguardizaran el proceso histórico y fueran los baluartes de un futuro de esperanza sino que iba a ser la confluencia (y confusión) de movimientos de iniciativa desde la base social, desde la marginalidad del sistema, los que inaugurarían algo nuevo. Creer en eso me dejó fuera de juego en el encuadramiento de mi colaboración dentro de una sigla, desde la que separar el mundo en aquella división tan voluntarista –de la que participé en algún grado- de lo que estaba dentro de ella y lo que quedaba fuera como una relación de cantidades a invertir. Pasando tal colaboración al nuevo fenómeno emergente de la militancia difusa o de la dedicación a un nuevo tipo de creatividad a favor de la conciencia social. En ese salto cualitativo -que así consideré- me encontré con el pasmo de la heterogeneidad y con nuevos factores de matización de la ya no llamada lucha en singular, sino de la multitud de luchas contra el sistema desde la desobediencia a sus ortodoxias. Advertí que no todas las luchas contra el orden de un sistema que imponía la alienación querían realmente cambiar este sistema sino conseguir más logros o conforts dentro de él. Distintos gestos reinvindicativos, (cada uno desde posicionamientos diferentes y sin ningún concepción unitaria ni teoría revolucionaria común) dieron lugar a una fragmentación del movimiento social y del mismo debate social. El ecologismo vino a demostrar que el supuesto sindicalismo de clase priorizaba el economicismo a la preservación del planeta, un feminismo de la diferencia terminó en un revanchismo antimasculinista algo que completaba el fracaso del feminismo de la igualdad dado que el hombre nunca fue modelo de éxito dentro de la sociedad productiva sino otra versión de la explotación doble por el aprovechamiento de su fuerza muscular. El ecologismo y el naturalismo nunca llegaron a alianzas solidas para llevar en la práctica individual los presupuestos consecuentes que se exigía conseguir a escala del sistema internacional. El boom del oenegerismo y su facturación presupuestaria en forma de altos dividendos de los estados dedicados a cooperación y desarrollo terminó por engordar a élites parasitarias en los países tercermundistas dejando que la miseria y la enfermedad siguiera su curso en las clases más bajas.
Si bien el boom del voluntariado cooperante ha incorporado millones de personas en los quehaceres solidarios y en las denuncias de tantas atrocidades a las que nos toca seguir como espectadores, todo el conjunto disgregacional de las buenas causas no parece que acerque a la sociedad paradisiaca imaginada por tantos librepensadores del pasado y que tanto ancla en sus aspiraciones en las edades mas juvenívolas.
En ese gran escenario mundial de multitud de acciones de protesta y de rebeldías reactivas porque el sistema lo sigue haciendo todo lo mal que puede no hay un norte claro para todas las luchas, ni siquiera una convención que vertebre todas las propuestas. La revuelta (cuyo origen etimológico significa rearmarse, prepararse para la pelea violenta) legítima no asegura las condiciones para la revolución (cuyo concepto fundamental no es de la fiesta del desorden y la del mobiliario público destrozado o los escaparates comerciales apedreados como sucede en las acciones de malestar, Atenas 2010 para citar algo reciente) ya que esta significa cambio radical de conceptos y de haceres desde posiciones constructivas y regenerativas.
Desde la militancia difusa, la mía (mas dedicada a la reflexión que al hacer político, más centrada en el análisis que en las confrontaciones estériles, mas desiderativa que ejecutiva) fui encontrando que de todos los frentes de lucha en los que a un sujeto le toca bregar en su biografía, el principal no era su centro de trabajo, su fábrica o su lugar de residencia, sino su casa, su gente inmediata, su mente. Eso me descartaba como militante de clase para serlo como militante de persona. Significó también dejar de creer en la humanidad como un filántropo ilusionado y dejar de creer en la clase obrera como esa supuesta clase mesiánica que iba a dirigir los grandes procesos que esperaban. Solo me quedaba creer en mí mismo y solo haciendo eso accedería a poder creer en las personas. Eso cambiaba totalmente el planteamiento. No había una clase aliada o un grupo-panacea que lo fuera a resolver todo sino el supuesto de individuos potenciales que por su conciencia y su energía cambiarían sus vidas y por extensión la vida. Obviamente tal heterodoxia me dejaba fuera del prototipo de agitador que había convertido la lucha política en una especie de sumatorio de convencidos siguiendo las pautas de una idea mecanicista de la historia. (a partir de una cierta cantidad de ellos el mundo cambiaria irremediablemente). El enemigo dejaba de ser el hijo de las clases pudientes y el amigo dejaba de serlo todo aquel que la fatalidad lo había hecho nacer en medio de la pobreza y perpetuarse en tal medio. Tocaba redefinir las categorías. A priori nadie es amigo o enemigo hasta que no demuestre lo que es y lo que tenga de confiable en su haber.
Ese criterio preventivo se extiende a todos y cada uno de los lugares de debate. Para mi sorpresa, los espacios disertativos no están exentos de clasismos, discriminaciones y burguesismos, tanto en los que –como en Telépolis donde participe- hubo una presencia notoria de saboteadores de ideología fascista como en los que hay un interés critico social predominante pero sin capacidad alternativa de cura social –como en A las Barricadas donde sigo participando y donde se me pueden rastrear opiniones y mi línea de pensamiento- .
Por suerte siguen existiendo foros dispuestos a la libertad de expresión crítica y correcta y esto es un indicativo de la inextinguibilidad de la inteligencia humana y de un humanismo idealista que no se ha dejado vencer por las corrupciones de un mundo que lleva mucho tiempo en el fracaso. La iconografía comunista, su rojo intenso, su lista de grandes figuras del pasado en las que creí expuestas a modo de serie semisolapada me inspiran a la discusión por entender que tras ella hay o puede haber gente dispuesta al trabajo intelectual, al hacer depurativo de sus actitudes cómplices con el sistema, y al amor universal por un ser humano de nuevo cuño que se libre del perfil del egocéntrico y del mentiroso perverso.
Entiendo que cuantos más espacios de discusión abierta sean posibles más consolidaremos una democracia electrónica cuya tecnología esta(ría) llamada a superar las actuales formas representativo-parlamentarias de las correlaciones de fuerzas en una realidad política. Para que eso sea (fuera) así toca esperar trillones de palabras intercambiadas y miles de ideas en juego que combinadas permitan la creación de nuevas alianzas y confluencias tras cambios de vida (y por añadidura del sistema).
Mi posición es que la mayor actitud revolucionaria ya no es tanto la panfletista de la consigna lanzada como la discursivo-metódica que lleve a cambios concretos de vida. Cada vez que uno/a de nosotros/as toma opciones radicales personales e irrevocables en contra del consumo alienante (dejar de fumar, dejar de comprar y comer carne, no casarse con una pareja de por vida, no hipotecarse en un banco por acceder a la propiedad de un piso, no aceptar c obrar el dinero a través de una banca que no sea ética, no hacer horas extras en su empresa, no aceptar trabajos indignos, no embriagar las neuronas con espectáculos como el futbol o los toros que impiden pensar en otras cosas o no permitir que los impuestos paguen a la iglesia católica entre otros miles de elecciones)está ya haciendo la revolución. La revolución es un proceso de incorporación de nuevos hábitos de autenticidad, no tiene nada que ver con el día de la toma de la Bastilla o la del palacio de la Moncloa que de verla habría que interpretarla como una eclosión de la rabia más que una planificación del futuro.
Como que no represento a nadie salvo a mí mismo, no cuento con aliados a priori(ni tampoco espero tenerlos a posteriori) que me apoyen en mis aportaciones si se me da paso a hacerlas después de ésta. Creo en la discusión (no exclusivamente política) por encima de todo como base del esclarecimiento y como invitación a la conciencia a pesar de que me consta los límites del lenguaje y los peligros inscritos en las trampas comunicativas de los hablantes. Creo en la inteligencia como factor que nos libere del ostracismo y de la frustración histórica de pertenecer a más de una generación de perdedores. Esa no es una garantía de que la inteligencia triunfe en un mundo en que las sin-razones siguen detentando el mando de los procesos mas importantes de la existencia social pero es la apuesta queda: la de la fuerza de la razón que venga a sustituir la razón de la fuerza, como tantas veces hemos dicho, escrito y repetido.