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    ¿Qué es hoy ser de izquierdas?, de Dario L. Machado

    Roberto Jordán
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    ¿Qué es hoy ser de izquierdas?, de Dario L. Machado Empty ¿Qué es hoy ser de izquierdas?, de Dario L. Machado

    Mensaje por Roberto Jordán Lun Ene 03, 2011 1:35 am

    Buenas, os dejo un texto, dividido en cuatro partes, de uno de los marxistas cubanos contemporános que más tengo en consideración: Dario L. Machado, junto a otros como Carlos Tablada u Osvaldo Martínez.

    En este caso se trata de identificar "la izquierda" en el contexto actual del capitalismo contemporáneo. Me parece una buena guía de estudio y debate para cualquier militante revolucionario y comunista y os ánimo a que debatamos a partir de sus reflexiones sobre el papel de la ética, del internacionalismo, de la creatividad, de los principios que deben inspirar el pensamiento comunista hoy.

    Fue publicado si no recuerdo mal en "Cuba Socialista", revista del P.C. de Cuba, la cual recomiendo a todos y todas.

    Salud


    ¿Qué es hoy ser de izquierda? (1)

    En realidad, la humanidad no demoró mucho en poner nuevamente sobre la mesa la discusión acerca de conceptos como “progreso”, “socialismo”, “izquierda”, “revolución” y otros -que quedaron velados cuando no sepultados, luego de la desaparición del campo socialista de Europa del Este y la URSS- como resultado de la victoria del mundo capitalista desarrollado en la llamada “Guerra Fría”. Y no demoró, porque luego de la euforia del pensamiento único, del brillo fugaz de teóricos como Francis Fukuyama, quedó el capitalismo con sus contradicciones insalvables y su darwinismo social, y una humanidad necesitada de alternativa ante la catástrofe; el “Fin de la Historia”, como escribió el intelectual cubano Eliades Acosta, no fue sino el fin de las teorías de Fukuyama.
    La secuencia de artículos que me propongo publicar sobre el tema tiene la intención de ensayar una aproximación que responda a la pregunta del título desde diversos ángulos o características. No es el caso repetir al inicio la conocida historia del surgimiento del concepto político de “izquierda”, pero sí decir que en la tradición de las luchas sociales de los siglos XIX y XX se generalizó y afianzó una interpretación, un código compartido: “a la derecha” estarían las fuerzas del conservadurismo, “a la izquierda” las fuerzas del cambio, “a la derecha” quedaba la reacción, “a la izquierda” la revolución, “a la derecha” estaba el retroceso, “a la izquierda” el progreso, a “la derecha” los capitalistas, “a la izquierda” los socialistas, etc.

    Como que derecha e izquierda aluden inevitablemente a un posicionamiento en el espacio, no es difícil entender el carácter convencional y relativo de tales denominaciones. ¿A la derecha de qué o de quién?, ¿A la izquierda de qué o de quién?, pero el entendimiento universal, el hábito en la actividad social y política, entronizó un uso que no desbancó ni siquiera la desaparición de lo que la humanidad conoció como campo socialista europeo; acontecimiento que significó un viraje en la historia que también repercutió en los usos tradicionales de estos términos y derivó en no poca confusión.

    Los artículos que siguen retoman el concepto en la tradición de su uso en el pasado siglo, pero con algunas precisiones para lo cual considero imprescindible, de entrada, diferenciar dos conceptos: “estar a la izquierda” y “ser de izquierda”. Esta precisión es netamente conceptual, está destinada a la metodología en el estudio y análisis de los procesos políticos y no tiene nada en común, como veremos con más detalle en los próximos textos, con el establecimiento de líneas divisorias, etiquetas, etc. para “diferenciarse” en el ejercicio de la actividad política entre los “poseedores de la verdad” y “los demás”. La finalidad es contribuir a captar los grados de enfrentamiento a la realidad del capitalismo tardío, estudiar los eslabones mediadores del movimiento anticapitalista.

    Cuando un individuo, grupo, u organización política, rechaza, por ejemplo, el neoliberalismo y la acción depredadora de las transnacionales, se sitúa “a la izquierda” de esa realidad, pero para ello no necesariamente se es “de izquierda”. Un posicionamiento y accionar político de tales características identifican en un determinado grado a los que “están a la izquierda” con los que “son de izquierda” y obviamente juegan un papel histórico y políticamente positivo. De hecho, en las realidades de hoy ese “estar a la izquierda” resulta identificarse con muchas finalidades que están en el pensamiento y proceder revolucionarios.

    Para el socialismo como propósito y salvación de la humanidad debe desarrollarse un pensamiento y una actividad concretos, cuya organicidad es compleja y diferenciada según las características específicas de la existencia actual del capitalismo.

    El debate renovado acerca de la caracterización de la izquierda, es relativo, está sujeto -como todo debate sobre la sociedad- a determinantes históricas concretas. Estar “a la izquierda” puede significar hoy una cosa y mañana otra que presente determinadas características nuevas. Así, por ejemplo, sectores de empresarios medios que defiendan la recuperación de los recursos nacionales usurpados por las transnacionales se sitúan hoy indiscutiblemente en línea con posiciones de izquierda, aunque no compartan los propósitos estratégicos anticapitalistas.

    Una definición de la “izquierda”, en el sentido de “ser de izquierda”, en una perspectiva histórica integral, estratégica, de largo plazo, debe en mi opinión incluir las cualidades de anticapitalista, científica, incluyente, ética, revolucionaria, activa y creativa e internacionalista. Estas cualidades o rasgos merecen ser explicados, lo cual me propongo en este y en los artículos que siguen y que cierran con una reflexión acerca del carácter abierto del debate sobre el tema.
    Ser de izquierda es ser anticapitalista

    Luego de lo dicho en el artículo anterior, parecería una verdad de Perogrullo, decir que ser de izquierda es ser anticapitalista, pero hay aún no poca confusión y por ello vale reiterar que “estar a la izquierda” hoy no necesariamente implica una clara definición anticapitalista. Todo aquel que rechace el capitalismo neoliberal, todo aquel que se oponga a la dominación de las transnacionales, al saqueo de los recursos materiales y humanos de las naciones menos desarrolladas por parte de las desarrolladas, todo aquel que se oponga a las guerras imperialistas de rapiña se situará en algún punto “a la izquierda”, pero “ser de izquierda” implicará estar en contra de la explotación del hombre por el hombre, del egoísmo que genera la propiedad privada, implica la conciencia de la necesidad de superar integralmente el sistema capitalista.

    El capitalismo existe hace más de 500 años. En su devenir ha acumulado experiencias acerca de cómo superar sus crisis, aun a costa de la naturaleza y de la salud física y mental de la humanidad, su superación es una necesidad, pero no se producirá sin la acción en su contra. Las posiciones de izquierda y sus acciones tienen que ser claramente, argumentadamente anticapitalistas, de lo contrario podrá tratarse de una posición “a la izquierda”, pero no “de izquierda”, será una posición “más a la izquierda” del neoliberalismo, pero “a la derecha” de la “izquierda” definidamente anticapitalista, aunque se autoproclame por ejemplo, de “centro”. Las formas que velan lo que podríamos llamar “insuficiencia anticapitalista” de algunos posicionamientos sociopolíticos autodenominados “de izquierda” son diversas. Muchos se autocalifican por ejemplo de “centroizquierda”, otros como “socialistas democráticos”, pero como escribió en una ocasión Lenin, a los movimientos políticos hay que valorarlos por lo que hacen no por lo que dicen, los hechos concretos resultan el principal indicador de sus motivaciones verdaderas.

    Por lo tanto, aunque estoy empleando calificativos en uso a manera de ejemplo, me estoy refiriendo a los temas de contenido, no a las denominaciones. Los rótulos que asumen los movimientos sociales y políticos pueden ser más o menos logrados, eficientes para la comunicación, etc., pero para el estudio de las características de los movimientos sociopolíticos que reaccionan frente a la explotación y degradación del capitalismo tardío, frente a su esencia depredadora, sigue siendo definitorio lo planteado acerca de las políticas reales y los hechos políticos.

    Por otra parte, el esclarecimiento de las definiciones, vale repetirlo, no implica sectarismo alguno, oposición a las alianzas, comprensión de las mediaciones imprescindibles, sino simplemente eso: una precisión política que persigue contribuir a comprender la complejidad de esos movimientos sociopolíticos, las transiciones al interior de éstos, su calidad en el sentido social filosófico de la palabra, una contribución a esclarecer la confusión con la que de modo perverso no pocas veces los sectores aliados al poder capitalista logran desviar las conductas sociales y políticas de sectores de la población que buscan hoy su redención.
    Parte de los hechos políticos de una organización la constituyen su plataforma ideológica, su programa político, su lucha concreta. Ello requiere un enfoque riguroso de la realidad social, que no excluya todo lo contingente inherente a la riqueza de los procesos sociopolíticos, pero necesitada del examen riguroso del devenir social. La izquierda, por tanto debe ser científica, pero eso será objeto de un próximo artículo.

    Darío L. Machado Rodríguez
    08 / 08 / 2008

    ¿Qué es hoy ser de izquierda? (2)

    La actitud revolucionaria ante la sociedad no puede ser dejada a la espontaneidad ni puede ser un simple asunto de fe o de tener construidos sentidos de la vida a partir de presupuestos falsos, tiene que ser, sobre todo, consciente, como igualmente consciente es la acción del capitalismo para contrarrestar las fuerzas del cambio.

    Una de las luchas fundamentales que plantea el enfrentamiento actual contra el capitalismo estriba precisamente en la necesidad de recuperar una visión científica, que contribuya a elucidar los nexos existentes en el proceso social hoy visto de modo desestructurado, fragmentado, convertido en infinitos micromundos, sin relación entre sí, tan pulverizados que muy frecuentemente un trabajador, sin otra propiedad que su capacidad de trabajar, encuentra hoy más razones para enfrentar a otro igual que él, en las mismas condiciones sociales ante los dueños del poder económico, que para identificarse ambos.

    Si no se encuentra la explicación científica de realidades como la arriba descrita, si no se estudian los procesos que han dado lugar a la crisis civilizatoria que hoy afecta tanto las conciencias y las actitudes de las personas, si no se comprenden las estructuras socioeconómicas y políticas vigentes que han logrado hoy los niveles de dominación que exhibe el capitalismo tardío, tampoco se podrá trabajar en la concertación de voluntades, en la concienciación de la gente.

    Al desaparecer virtualmente los nexos reales, desaparecen también las explicaciones lógicas. Nada más conveniente a la ideología del mercado, se queda sola en el cuadrilátero y tiene al árbitro de su parte.

    La batalla de ideas requiere de un arsenal de ideas, pero estas no pueden salir de una construcción arbitraria de sentidos para la vida, sino de una construcción de sentidos que se base en los procesos reales, que parta de la caducidad social y de la perversidad del capitalismo tardío, las desnude, pruebe el daño actual y futuro que ese sistema hace a la humanidad en su conjunto y para sus realidades culturales diversas y fundamente los programas de acción.

    La visión científica acerca del capitalismo que aportó el marxismo, sigue siendo hoy el mejor punto de partida para reconstruir su crítica, pero la visión de Marx era una visión integral, no puede, por tanto, so pena de caricaturizarla, tomarse por pedazos según la conveniencia. El carácter científico del enfoque marxista de la sociedad es precisamente integral por su esencia. Marx descubrió las contradicciones fundamentales de la sociedad capitalista y puso en manos de los seres humanos un camino totalmente terrenal, científico, para cambiar las cosas.

    La ciencia no puede nacer de otro lugar que no sea de la relación hombre – naturaleza, las ciencias naturales, explica Marx, “…perderán su tendencia abstractamente material –o más bien, idealista- y se convertirán en la base de la ciencia humana, así como se han convertido ya en la base de la vida humana real, aunque en forma alienada.”[1]

    Estas consideraciones las hace Marx a partir de su análisis del papel de las ciencias naturales en el desarrollo de la industria. En realidad, la industria aparece como una realización histórica de la relación hombre – naturaleza, y las ciencias naturales que han desarrollado la industria, como un factor de transformación de la vida humana. ¿De dónde puede producirse la ciencia sino es de la realidad, de la naturaleza y de la segunda naturaleza en su constante interacción con los seres humanos en tanto individuos y grupos sociales? La propia segunda naturaleza, es la cultura propiamente dicha y esta es objetiva respecto de los individuos, que nacen y se desarrollan interactuando con la naturaleza, mediados por esa segunda naturaleza. El material científico, en tanto sistematización, conocimiento de la realidad, tiene como origen a la naturaleza propiamente dicha y a la segunda naturaleza, ambas identificadas por su materialidad como rasgo esencial y determinante. Por eso Marx prosigue:: “Una base para la vida y otra base para la ciencia es una mentira a priori.”[2]

    La creciente complejidad de la humanidad y de las sociedades humanas en todo el planeta, la enorme profusión de conocimientos, su relativa independencia de la realidad de la cual nace, la especulación con lo ya sabido, la imaginación que puede conducir a numerosas conclusiones erradas, en capacidad de conquistar mentes humanas e incidir en la realidad social, constituyen el medio en el que debe desenvolverse el conocimiento científico, en el que debe realizar su finalidad práctica.

    Las ciencias del hombre, las ciencias de la sociedad, también. “La naturaleza que se hace historia humana –la génesis de la sociedad humana- es la verdadera naturaleza del hombre;…”[3], escribe Marx, de ahí también concluye que solo cuando la ciencia procede de la naturaleza es verdadera ciencia.

    En consecuencia, una visión revolucionaria del mundo, si es consciente o pretende ser consciente, tiene que ser también científica, tiene que explicar la sociedad con argumentos sólidos, con base real, capaces de concitar voluntades, de lograr la racionalidad práctica que permita poner fin a la dominación capitalista. Otra es la discusión –aunque vinculada a lo anterior- respecto al proceso del conocimiento científico, de los elementos que deben integrarlo, del modo en que se debe construir ese conocimiento, de los métodos, y del modo con el que pedagógicamente deben compartirse los conocimientos colectivamente obtenidos, pero eso en nada cambia la esencia de la historia, como parte del proceso de la naturaleza: “La historia misma es una parte real de la historia natural: de la naturaleza que viene a ser hombre, lo mismo que la ciencia del hombre incluirá a las ciencias naturales; habrá –concluye lapidariamente Marx- una sola ciencia.”[4]

    No hay espacio en este artículo para un análisis exhaustivo del pensamiento de Marx sobre el tema, pero vale la pena reproducir finalmente otras líneas de los Manuscritos que expresan el vínculo marxista de teoría y práctica, de ciencia y ética, ”Puesto que para el hombre socialista toda la llamada historia universal no es sino la procreación del hombre a través del trabajo humano, nada sino el devenir de la naturaleza para el hombre, él posee la prueba visible, irrefutable de su nacimiento a través de sí mismo de su proceso de llegar a ser. Puesto que la existencia real del hombre y la naturaleza se ha hecho práctica, sensorial y perceptible –puesto que el hombre se ha hecho para el hombre como el ser de la naturaleza, y la naturaleza para el hombre como el ser del hombre- la cuestión del ser alienado, acerca de un ser por encima de la naturaleza y del hombre –una cuestión que admite la insubstancialidad de la naturaleza y del hombre- se ha hecho imposible en la práctica.”[5]

    Ciertamente, la ciencia de Marx se inscribe en el dominio de las certezas; en su lógica histórica la revolución que finalmente transformaría la sociedad la vio como el resultado inevitable del desarrollo capitalista, en ese continuum contradictorio aparecería la negación de la negación.[6] Más allá del debate acerca de la causal y lo casual, de lo necesario y lo contingente, los argumentos de partida de Marx, explicados básicamente en los Manuscritos, tienen, a mi modo de ver, una indiscutible vigencia.

    De los tiempos en que Marx estudió la sociedad capitalista hasta nuestros días, muchas cosas han cambiado, pero la esencia del capitalismo se mantiene en su fase tardía, sus rasgos esenciales siguen siendo: la propiedad privada, la explotación del hombre por el hombre, el egoísmo, el predominio de la ley de la ganancia, la violencia económica y extraeconómica y las guerras.

    Los argumentos de la izquierda no pueden ser hoy, como tampoco ayer, improvisados, superficiales, místicos ni míticos. Tienen que ser racionales, científicos, claros, explicables. La mística posible de una izquierda tiene que nacer de su capacidad real de conquistar las conciencias con las verdades que construye y las conquistas que se alcanzan en el devenir de su lucha.

    En otras palabras, la unidad de pensamiento y acción, incluye como elemento fundamental el pensamiento científico. Si la finalidad es la transformación de la sociedad capitalista, entonces hay que pensar las vías y modos, que serán los más disímiles en condiciones históricas concretas de las diferentes existencias culturales humanas.

    En el transcurso de la lucha revolucionaria confluyen con todo derecho en los objetivos de liberación social personas y grupos sociales de diferentes cosmovisiones, se producen alianzas estratégicas, numerosas articulaciones necesarias, coexisten diversas explicaciones del mundo, que generan interacciones sociales, expresiones culturales del más variado tipo, influencias e interinfluencias de diferentes calidades y duración, ninguna de las cuales puede eliminar la necesidad de la explicación científica de la realidad que trace caminos ciertos, que genere soluciones posibles, cuyo signo esperanzador nazca del argumento, no de la contemplación enajenada, no de una fe vana. La izquierda, revolucionaria, se identifica con la cientificidad y el laicismo.

    Eso significa la capacidad de mostrar caminos para superar la explotación del hombre por el hombre, la propiedad privada, el individualismo, el egoísmo, la insensibilidad ante la naturaleza, definir y recrear sitemáticamente la estrategia y las tácticas de esa lucha. Esa labor imprescindible para el movimiento revolucionario es una labor colectiva, nadie puede, en medio de la creciente complejidad de la sociedad humana, pretender erigirse como un sabio universal, todos pueden y deben contribuir a construir ese saber de la revolución, pero si nadie se ocupa de eso, dentro de “la izquierda” ¿cómo se logrará aunar las voluntades para el cambio?, ¿cómo se logrará la integridad sistémica imprescindible para derrotar al capitalismo?. Es evidente que impulsar a la gente bajo consignas, con sentidos construidos sin asidero en la realidad o con prédicas de fe puede alcanzar para un tramo de la lucha, pero si no hay contenido científico, si no se tiene una perspectiva científica en ello, a la larga todo se diluirá y finalmente el favor se le hará al capitalismo, ese reto debe ser encarado, sin detrimento de la mayor participación colectiva, sino por el contrario con la mayor participación colectiva posible.

    Precisamente una de las aristas del pensamiento neoconservador de hoy es (precisamente) aquella que anula el contenido, la existencia como necesidad, de las ideologías, cuya finalidad política particular es la anulación de la ideología revolucionaria, de los metarrelatos que den cuenta del carácter sistémico del capitalismo y expliquen sus contradicciones, así como los caminos de su superación.

    La ideología del movimiento revolucionario se construye sobre bases científicas, su ética debe ser una ética de carne y hueso, que incluye la espiritualidad, pero no el esoterismo. En esa ideología revolucionaria confluyen inevitablemente diferentes sistemas éticos que comparten principios fundamentales deviniendo en la práctica una alianza histórica y estratégica debido a la indiscutible complejidad del proceso mismo de transformación de la sociedad; la propia ideología revolucionaria es una construcción dialéctica, histórica concreta, inacabada, es el sistema de ideas y valores que aglutina y orienta la acción, es la base de la eficiencia del esfuerzo transformador, su aprendizaje debe comprender todas las experiencias positivas, pero su eficiencia se fundamenta en el contenido científico de sus postulados, en el conocimiento de las realidades, saber colectivo que fundamenta la explicación eficiente del mundo cambiante que nos rodea, traza el camino del cambio y aporta las herramientas para su corrección.

    Notas
    [1] Carlos Marx, Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, Editora Política, La Habana, 1965, p.
    [2] Ibídem.
    [3] Ibídem.
    [4] Op. Cit., p. 117.
    [5] Op. Cit. P. 120.
    [6] Para ampliar en este debate puede consultarse del propio autor: Pensar la sociedad. Las ciencias sociales en Cuba, Editora Política, La Habana, 2006, Capítulo: Las ciencias sociales y el marxismo, pp. 9 – 60.

    Darío L. Machado Rodríguez
    08 / 08 / 2008

    ¿Qué es hoy ser de izquierda? (3)

    La izquierda no puede ser sectaria

    Uno de los más graves errores cometidos por la izquierda en el pasado siglo ha sido el espíritu sectario, el considerarse algunos “la” vanguardia, el asumir que o se está con uno o se está contra uno. Tal punto de vista, muy difundido en el espectro mundial de la izquierda en el siglo XX, fue causa de divisiones, de pérdidas de energía y tiempo en discusiones muchas veces estériles, de falta de transparencia y de freno al conocimiento real de los problemas.

    El velo que impuso a muchos sectores de izquierda el rechazo a nuevos argumentos, simplemente porque no se correspondían con los dogmas asumidos por unos u otros, impedían ver con claridad las motivaciones de aquellos sectores que también buscaban su espacio en la lucha contra el capitalismo. La izquierda soberbia que se autoproclamaba la meca del cambio revolucionario no aceptaba ella misma cambiar.

    Esa visión dogmática y sectaria impedía ver a los demás como lo que realmente eran, los nuevos enterradores que le habían nacido al capitalismo como resultado de sus propias y para éste insolubles contradicciones, y los veían muchas veces como sectores “que le hacían el juego al capitalismo” o, en el mejor de los casos, como advenedizos equivocados. En lugar de comprender la posición social de esos sectores, sus motivaciones, su situación real, sus necesidades y su interpretación de los problemas, recibían el rechazo por la opinión diferente, produciéndose roces y enfrentamientos que laceraban la necesaria articulación de fuerzas y dejaban heridas muchas veces difíciles de sanar.

    Aquel proceder, lejos de multiplicar la labor de aquella izquierda, lo que hizo fue debilitarla. El querer alzarse con una única verdad, convirtió a ésta en absoluta, en consecuencia, acabada y total, incapaz de desarrollo y enriquecimiento, cerrada para comprender eficientemente los cambios. Y la correcta comprensión acerca de los cambios que se han producido y producen en el mundo es arma principal en el arsenal político de la izquierda.

    No ser sectario resulta hoy, no simplemente “una posición política correcta” sino una necesidad de la propia lucha, lo fue ayer, pero lo es mucho más hoy y lo será cada día más. La lógica de esa necesidad estriba en las características propias del capitalismo tardío, en la dispersión, la desestructuración social que sus prácticas entrañan.

    La homogeneización de los seres humanos que impone el capitalismo tardío implica una atomización de la gente frente al mercado, un extrañamiento de unos y otros, articulados cada vez más solo por el mercado omnipotente, por donde todos tienen que pasar, en el que junto a los marginados y excluidos del mercado hay un movimiento consumista febril que está deteriorando crecientemente el equilibrio medioambiental y el equilibrio emocional de las personas. La crisis del sistema es evidente, pero su superación ya no será con un esquema vanguardista–uniclasista, sino multiclasista, incluyente, colectivista, participativo, profundamente democrático y horizontal.

    La izquierda debe ser ética

    La transparencia es aliada de la izquierda. Si alguien tiene que mentir, disfrazarse con pseudoargumentos, esas son las fuerzas del conservadurismo, las de la derecha. La izquierda debe ser siempre consecuente en su actuación con lo que piensa y proclama. La ética de las convicciones solo se prueba en la práctica política.

    Por ello -como asegura Fidel Castro- el socialismo es la ciencia del el ejemplo. Se trata entonces para decirlo con palabras de Isabel Rauber, de “transformarnos para transformar”. Ello implica que la construcción sistemática del nuevo mundo comienza desde dentro mismo del movimiento revolucionario, desde la actuación de cada uno de sus integrantes, comienza con la construcción de un nuevo tipo de relaciones dentro del propio movimiento que constituyan prácticas alterativas, comportamientos diferentes que transmitan la nueva ética que debe regir el comportamiento desde las cotas de poder que se vayan conquistando en la lucha.
    Altruismo, colectivismo, tolerancia, democracia, diálogo, persuasión, educación, humanismo, solidaridad, justicia, igualdad, deben ser valores que constituyan la axiología del revolucionario, la estimativa de la izquierda. Igualmente, su capacidad para aprender solo puede estar asegurada por la necesaria modestia, la izquierda no puede ser soberbia; ella debe reconocer el derecho al error y a la rectificación, de igual manera también al acierto donde quiera que este esté y la difusión de la experiencia y, en cualquier caso, el aprendizaje.

    Finalmente, la ética de la izquierda tiene que identificarse con prácticas totalmente diferentes de las habituales del poder que quiere desplazar, sustituir. En consecuencia, la izquierda no puede ser arbitraria, ni impositiva, ni verticalista, ni autoritaria. La nueva ética del poder revolucionario tiene que nacer con prácticas, estilo y métodos raigalmente diferentes de los practicados por el capitalismo y por los anteriores ordenamientos sociales fundados en la propiedad privada, el individualismo y el egoísmo. Estas prácticas deben ser naturalmente revolucionarias, a ello nos referiremos a continuación.

    La izquierda debe ser por definición revolucionaria

    Ser “de izquierda” significa ser revolucionario. Ser revolucionario implica una actitud activa frente a la necesidad del cambio, una actitud consecuente con la necesidad de transformar el mundo. Una izquierda que se autoproclame tal, pero en los hechos no actúe en dirección al cambio, no puede considerarse “izquierda”, será presa del conservadurismo, no será revolucionaria. En política ser es hacer. Ser de izquierda es hacer la revolución.

    Aquí no estoy, por supuesto, asumiendo un único modo de hacerla, por el contrario, las vías, modos, plazos, objetivos estratégicos y tácticos, abren un amplio y abigarrado espectro de variantes, tan amplio como condiciones históricas concretas haya en la multiplicidad de realidades culturales políticas que existen en constante movimiento y cambio el mundo de hoy. El sistema capitalista padece de un evidente agotamiento, pero sigue siendo un sistema vivo. Hacer la revolución es el modo de demostrar en la práctica su agotamiento, aunar conciencias para acelerar su superación. Es la única posición verdaderamente anticapitalista, por ello pasa a ser fundamental el propio concepto de revolución.

    Hoy se ha extendido y globalizado el capitalismo monopolista transnacional, y la sociedad humana es en su conjunto una clara demostración de su desarrollo desigual. Ningún país donde se haya iniciado una revolución socialista ha logrado instalar de modo irrefutablemente irreversible el socialismo. Sin embargo, la pregunta es si es posible mantener el rumbo socialista en un determinado país y eventualmente por cuánto tiempo sin que exista un movimiento mundial generalizado de superación del capitalismo. Las respuestas definitivas a esas preguntas solo puede darlas la historia, sin embargo, ejemplos como el de la revolución cubana, demuestran que es posible mantener un rumbo de transformaciones de signo socialista, aún en medio de la creciente complejidad de la sociedad humana actual. Para ello es imprescindible mantener la actividad revolucionaria transformadora con un sentido de integralidad y con toda la flexibilidad posible según lo exijan las circunstancias.

    Fidel Castro ha sintetizado el concepto de revolución, que a continuación transcribo por su importante significado actual para el enfrentamiento al capitalismo. Este se inscribe en la tradición práctico-transformadora del marxismo, y constituye en esa dirección un importante referente para la izquierda en la actualidad.

    “Revolución –dijo Fidel Castro el 1ro de mayo de 2005 en la Plaza de la Revolución en Ciudad de La Habana- es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado, es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo”.

    En consecuencia, situarse a la izquierda y ser de izquierda es situarse en todo momento del lado del progreso social. De esta suerte, la izquierda tiene que ser por definición también ajena a todo burocratismo, opuesta a todo lo que frene las necesarias soluciones de continuidad a los problemas de la sociedad. Tiene que interiorizar el carácter efímero del Estado desde que se esté cumpliendo el deber de fortalecerlo para asegurar las tareas socialistas. Tiene, en consecuencia, que concebir al poder como un instrumento colectivo de la transformación revolucionaria de la sociedad, y en ningún caso como un fin en sí mismo, lo cual significaría imitar las prácticas habituales del poder político del capitalismo.

    La izquierda, por tanto, tiene que estar siempre dispuesta al cambio, a comprender los problemas nuevos y buscar y encontrar las soluciones nuevas que reclaman. Debe ser creativa y actuar, a eso me referiré en el próximo artículo y final.

    Darío L. Machado Rodríguez
    11 / 08 / 2008

    ¿Qué es hoy ser de izquierda? (4)

    La izquierda tiene que ser creativa y actuar

    El pensamiento revolucionario de la izquierda anticapitalista tiene que estar acompañado de la acción. Una “izquierda” que solo piense y enarbole argumentos y puntos de vista, pero no practique políticamente, no corra riesgos, quedaría en la contemplación de los problemas y, de hecho, sus puntos de vista estarían lastrados por la falta de comprobación práctica, además de resultar poco o nada útiles a la sociedad y las más de las veces contraproducentes.

    De nada sirve llenar cuartillas y gastar tiempo, haciendo revoluciones en el papel o en el discurso. El vínculo entre el pensar y el hacer constituye un principio de la existencia de la izquierda como fuerza del cambio.

    Aquí se trata del carácter del movimiento social, no de enarbolar nombres o proclamarse “de izquierda”, sino del reconocimiento de la existencia de intereses raigalmente opuestos en el mundo de hoy, que exigen deslindar propósitos, explicar alternativas, construir objetivos que se conviertan en líneas de acción y actuar en consecuencia, acumular la experiencia, tanto del éxito como del fracaso, y seguir adelante. La derrota se convierte en experiencia solo si se continúa la lucha.

    Cuando se habla de construir sentidos y de trazar finalidades de la lucha, no se está aludiendo a ningún programa en específico, ni a un modo determinado de concebirlo. Por ejemplo, las condiciones del mundo de hoy convierten en una finalidad revolucionaria el rescate de la soberanía, el rescate de las riquezas, la defensa de la cultura y la identidad nacional, propósitos elementales todos que permiten incluir dentro del concepto de pueblo y gestores del cambio a sectores que muy probablemente no compartirían propósitos ulteriores más profundos.

    Sin embargo, son muchos los dogmas que el capitalismo ha sembrado en la conciencia de la población, los esquemas mentales que hacen entender sus señales y estereotipos de modo casi automático y que deben ser objeto de la batalla de ideas que tiene que enfrentar la izquierda.

    Conceptos actuales como los de Estado de derecho, derechos civiles, derechos humanos, libertad, democracia, política, etc., constituyen para la izquierda objeto primario de abordaje revolucionario, de pensamiento crítico, de esclarecimiento de su torcida interpretación por los aparatos ideológicos de la dominación capitalista.

    Eso implica para la izquierda un reto, el de ser renovadamente creativa, debe autoconocerse mejor, reconstruir su autoestima, sobre la base del reencuentro entre la militancia revolucionaria y la cotidianidad de la sociedad, para eso no tiene otra opción que salir del laberinto de sus propios mitos, de sus errores y esquemas mentales.

    La creatividad siempre implica una ruptura con lo anterior, pero también una continuidad. Ser creativo es ser uno mismo y diferente a la vez. La creatividad es la negación del sometimiento a la rutina, al conocimiento alcanzado, pero no vigente; para la creatividad resulta imprescindible el optimismo, la confianza en el pueblo, el repudio a la soberbia que conduce inevitablemente al aislamiento y la soledad. La creatividad no puede ser autosuficiente, porque solo puede nacer de la realidad que existe, las personas sí, los individuos sí, porque los comportamientos humanos pueden estar guiados por desviaciones, hijas de la ignorancia y los malos hábitos.
    Solo en un estrecho vínculo con la sociedad, puede la izquierda encontrar el camino de la creatividad. Aun en medio de la maleza a veces implacable de las costumbres corruptas que anidan en la propia población como resultado de largas décadas de enturbiamiento de las conciencias, es posible encontrar un hilo conductor para reinventar el tejido popular consciente en las nuevas condiciones.
    Lo primero para ello es que cada quien con conciencia anticapitalista, con conciencia de izquierda, sea capaz de desembarazarse de sus propios fantasmas, de sus propios ariques y encontrar lo nuevo, aprender de ello y transformarse a sí mismos junto con todos.
    La izquierda en su expresión cotidiana, esto es, las personas conscientes de su posición anticapitalista y las más diversas formas de asociación e integración de estas para luchar contra ese sistema, deben integrarse al máximo en los espacios prepolíticos o antepolíticos para vivir desde la cotidianidad su propia experiencia de lucha. No pocas veces la mayor debilidad de las izquierdas en el pasado siglo y todavía hoy estriba en ofrecer un mundo tan inalcanzable como ininteligible para los demás, no porque los demás sean ignorantes, sino porque esa izquierda ha sido ignorante, no ha sabido explicar ni explicarse a sí misma los caminos de los sentimientos humanos.

    Lo anterior implica poner en un primer plano para todos el objetivo de la formación política, que toca a todos los revolucionarios. Una formación que debe ser en sí misma creativa en todos los órdenes, tanto en sus contenidos como en las formas de hacerse.
    Lamentablemente, no pocas veces se asume la formación política como más de lo mismo, como repetición de lugares comunes, con el empleo de un lenguaje en desuso, como si nada en este mundo hubiera cambiado. Obviamente, las nuevas generaciones, quedan fuera con tales conceptos y prácticas. La creatividad de la izquierda implica constituirse en un foco de atracción para las personas, particularmente para la juventud.

    La izquierda tiene que unir la creatividad a la alegría. La izquierda debe ser alegre porque le sobran razones para el optimismo histórico; el tono hierático y grandilocuente explicable y aceptable en muy escasas coyunturas históricas, no puede ser el estilo de comunicación de la práctica política de la izquierda.

    La responsabilidad de cualquier movimiento sociopolítico que se reconozca de izquierda para con la sociedad en la que actúa implica la necesidad de verse en su realidad cultural como un ente requerido constantemente de renovación, a partir de su propia realidad le corresponde encontrar caminos para enfrentar con éxito el capitalismo tardío, caminos en los que lo nacional y lo internacional están hoy indisolublemente vinculados.

    La izquierda es internacionalista por definición

    Enfrentar al capitalismo tardío es una tarea de doble vía, es un problema nacional, pero simultáneamente es la expresión concreta de la crisis de un sistema mundial. Nadie puede avanzar en el mundo de hoy en el aislamiento total, nadie es autárquico, ni económica, ni políticamente.

    La lógica internacionalista de la lucha contra el capitalismo es correspondiente con la realidad internacional del sistema, cuya voracidad no ha dejado prácticamente espacio donde no haya penetrado con sus reglas y ambiciones.

    Lo que ha ocurrido en el mundo, luego de la desaparición del equilibrio bipolar, ha sido el reforzamiento de las formas institucionales globales de dominación de los poderes nortecéntricos. Las articulaciones de los centros de poder del primer mundo capitalista a través de reuniones de sus representantes gubernamentales, las internacionales liberales y socialdemócratas, la Unión Europea, la OMC, la expansión de la OTAN, la dominación mediática, el renacimiento de la IV Flota y muchas otras formas, contrasta con la aún escasa articulación de las fuerzas anticapitalistas.

    Ante esta realidad, renunciar al internacionalismo significa abandonar el terreno estratégico de la lucha anticapitalista.
    El principio del internacionalismo es para la izquierda un imperativo ético y político nacido de la realidad elemental que entraña la necesidad del apoyo mutuo; no es un principio imponderable, etéreo, sino necesario en el sentido más auténtico de la palabra. La solidaridad internacionalista es un propósito que da contenido a la lucha y se construye como uno de los sentidos de esa lucha, ante todo por su carácter de condición sine qua non para el éxito.

    De hecho, hoy resulta muy difícil cuando no imposible lograr objetivos básicos de liberación, como la recuperación de las riquezas en manos de las transnacionales, o condiciones elementales para el desarrollo, sin avanzar en la cooperación e integración regional cada vez más plena, en el multilateralismo y en otras formas de cooperación internacional e integración regional. incluyendo eventualmente la integración política.

    En la lógica de una estrategia revolucionaria, las posiciones de izquierda irían contra natura si no fuesen cada vez más internacionalistas. Lo anterior implica comprender dónde están los enemigos verdaderos de los pueblos y sin perder el fiel de esa brújula proyectar su estrategia de conocimiento de la realidad y de actividad sociopolítica transformadora.
    A modo de “cierre” de lo que no puede ser “cerrado”

    He intentado explicar siete rasgos o características que pueden contribuir a conceptuar lo que hoy debemos entender por “ser de izquierda”. Sobra decir que todos son rasgos estrechamente vinculados entre sí, que se complementan mutuamente, pero que pueden ser diferenciados para contribuir a esclarecer la estructura del concepto que he querido esbozar.

    Considero oportuno también recalcar al final de estos artículos la intención de contribuir a la elaboración de un mejor enfoque metodológico para el análisis, no para establecer diferenciaciones sectarias en política. Una cosa es la caracterización de una tendencia, como concepto general, otra los postulados y las acciones concretas de tal o cual expresión política orgánica.
    La crítica obligada y necesaria de los errores del socialismo y de la izquierda como tendencia política, particularmente durante el siglo XX, pero también ahora, en modo alguno puede conducir a vaciar de contenido teórico el accionar político del enfrentamiento al capitalismo hoy globalizado y sostenido por los poderes nortecéntricos con una orientación neoliberal y la imposición de un pensamiento único, a lo cual se resisten masas cada vez más amplias de seres humanos. No puede oponerse al pensamiento único otro pensamiento único, pero tampoco puede vencerse al capitalismo sistémico, articulado mediante numerosos instrumentos económicos, financieros, comerciales, políticos, jurídicos, ideológicos, psicológicos, mediáticos, militares, sin una concepción también sistémica, sin una teoría del cambio, parte de la cual es también el estudio y conocimiento de las características de las fuerzas sociales que lo enfrentan.

    Claro está, en el terreno de lo que debe comprenderse hoy como “ser de izquierda” no hay un punto final. Podría eludirse el debate sobre las posiciones, sobre el análisis de lo que significa hoy ser de izquierda, con el argumento de que ello provocaría obligadamente un enfoque sectario y traería la división. Ojalá el problema del sectarismo, tan vinculado con el egoísmo y la soberbia, con la tozudez y el engreimiento humano tuviera su solución con el silenciamiento de una discusión.

    Darío L. Machado Rodríguez
    11 / 08 / 2008

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