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    La crítica contemplativa

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    Mensaje por RDC Miér Ene 06, 2010 12:40 pm

    La crítica contemplativa

    Resistencia núm.4, noviembre de 1986

    Sumario:

    — Introducción
    — La teología de la insurrección
    — Un falso dilema: la violencia de unos pocos o la violencia de muchos
    — Lo falso y lo verdadero en el nuevo movimiento revolucionario de Europa occidental

    Introducción


    La polémica entablada en los medios revolucionarios de los países de Europa Occidental, en torno a las experiencias más importantes de la lucha de clases de estos últimos años, está rebasando ese ámbito para convertirse en un debate mucho más general. En número cada vez mayor, los obreros, los estudiantes y otros demócratas, se interesan y participan vivamente en la discusión abierta. Existen varias causas que motivan este creciente interés, pero la principal de todas ellas -conviene retenerlo- no es otra sino la persistencia y la gran extensión que está adquiriendo el mal llamado fenómeno terrorista, o sea, la incapacidad de los Estados imperialistas para aniquilar el movimiento de resistencia popular que se viene levantando en todas partes en contra de sus medidas explotadoras y opresivas, no obstante el arsenal de leyes y cuerpos especiales de que se vienen dotando.

    Es en este clima general y en medio de las expectativas que se están creando, donde tiene lugar ese amplio debate a que aludíamos. Naturalmente, entre el caudal de propuestas, de autocríticas y críticas más o menos severas, de ideas nuevas y viejas, de sinceros propósitos de rectificación, aparece también de vez en cuando, como voz ajena, la crítica propia de algunos intelectuales ociosos y engreídos -auténticos pedantes-, que jamás han hecho ni harán cosa alguna que no sea criticar, mientras se arrogan el derecho de enseñar a los demás lo que deben y no deben hacer.

    Una de esas voces chirriantes, la de un tal P.Becker, ha salido a la palestra con un artículo (La falsa vía de la guerrilla urbana en Europa Occidental) publicado en la revista Un mundo nuevo que ganar, núm. 4, órgano del autodenominado Movimiento Revolucionario Internacionalista. Resultaría largo y tedioso recoger aquí las abundantes tergiversaciones, las omisiones y todos los lugares comunes del repertorio de la prensa burguesa más reaccionaria que contiene ese texto. Por esta razón tan sólo nos vamos a detener en las cuestiones de más candente actualidad, en aquellas que en nuestra opinión, revisten un mayor interés.

    P.Becker comienza el artículo confesando su propósito de hacer una crítica decisiva, aniquiladora, y desde una pretendida posición científica, marxista-leninista, a lo que no duda en calificar como continuas desviaciones revisionistas y reformistas en el nuevo movimiento revolucionario de los países de Europa Occidental. Veamos cómo lo hace: El pasado año, en Europa Occidental, se han llevado a cabo una serie de actos de sabotaje y de asesinatos, desde la explosión de bombas contra objetivos de la OTAN y contra compañías que tienen relaciones con Sudáfrica, hasta episodios más dramáticos: la ejecución de un general francés y de un traficante de armas de Alemania Occidental en el invierno del 85. Tales son las desviaciones revisionistas y reformistas (los dramáticos episodios, los sabotajes y asesinatos), que provocan las reacciones más incontroladas en el señor Becker. Ciertamente, pudiera suponerse, siquiera sea por un momento, que se trata tan solo de un lapsus, de una de esas malas pasadas que suelen jugar a individuos como él los duendes del inconsciente; para nosotros, sin embargo, ese pasaje que acabamos de citar supone la expresión más acabada de su verdadera posición de clase. Esta misma posición se manifiesta, a todo lo largo de su extenso artículo, de otras muchas maneras. Pero prosigamos con su exposición: En algunos países -remacha más adelante Becker citando la declaración del MIR- un pequeño número de personas se ha pasado al terrorismo, una línea política e ideológica que no se apoya en las masas revolucionarias y que no tiene una perspectiva correcta del derrocamiento del imperialismo. Mientras quieren aparecer como muy ‘revolucionarios’ estos movimientos terroristas han incorporado en la mayor parte de los casos, toda una serie de desviaciones revisionistas y reformistas, como ‘la lucha de liberación’ en los países imperialistas, la defensa de la imperialista URSS y así mucho más. Estos movimientos comparten con el economismo la incapacidad fundamental de comprender la importancia del deber de elevar la conciencia política de las masas y de guiarlas a la lucha política como preparación para la revolución.

    He ahí la síntesis de la crítica al terrorismo que hace Becker, así como la concepción que la alumbra y su programa político. Pero hay más, según él, en los países imperialistas no existen generalmente situaciones revolucionarias, sino que éstas se producen solo raramente. En semejantes condiciones de paz, estabilidad política y progreso general, pregunta Becker, ¿cómo puede una estrategia de guerra de desgaste movilizar a las masas para la guerra revolucionaria?. La respuesta, como puede apreciarse fácilmente, está contenida en la misma pregunta, por lo que creemos está de más cualquier otro comentario sobre este particular. Lo que importa destacar es que, no obstante esa visión idílica de la actual sociedad burguesa que, como tendremos ocasión de comprobar se trocará inmediatamente en una visión catastrofista, no le impide reconocer que en los países imperialistas surgirán inevitablemente situaciones revolucionarias. El mismo funcionamiento del sistema, pontifica Becker, incluidas las dinámicas que lo conducen hacia una guerra imperialista mundial... empujarán a millares de personas al escenario de la historia.

    Será entonces cuando se habrán creado las condiciones para la insurrección, habrá sonado la hora tan esperada para dar un salto en el preciso momento.

    Para escribir lo que acabamos de leer, Becker ha debido pasar por alto un dato tan claro y tan esencial como es la crisis general en que se debate actualmente el mundo capitalista; ha tenido que escamotear los acelerados preparativos para la guerra que vienen haciendo los imperialistas, así como el ascenso de las oleadas de lucha revolucionaria que se observa en todas partes. Becker sostiene que en los países capitalistas no se dan situaciones revolucionarias para, a renglón seguido, reconocer que surgirán inevitablemente dichas condiciones. Claro que él las hace depender en todos los casos del estallido -y suponemos que también del desarrollo-, de una tercera guerra mundial. Todas las ideas de Becker giran en torno a esta concepción. ¿Es esta una posición marxista? Así lo pretende Becker. Mao ha escrito: 0 la revolución impide la guerra, o la guerra hará estallar la revolución. Becker, sin embargo, descarta toda posibilidad de revolución para antes de que estalle la guerra y nos deja desnudos e impotentes frente a las fuerzas ciegas desencadenadas por el capitalismo. Esta conclusión nuestra podía ser objetada afirmando que Mao se refería a la revolución en los países atrasados o del Tercer Mundo, no obstante, no sabemos muy bien cómo podrían éstos evitar la guerra sin la alianza y el apoyo de los países del segundo mundo, tal como sostienen los actuales dirigentes chinos. Como se ve, al menos esta tesis archirevisionista contiene alguna lógica.

    La concepción que nosotros calificamos como catastrofista del mundo (uno sólo e indivisible, que se dirige inevitablemente hacia los abismos de su autodestrucción), forma la base ideológica de las posiciones políticas de Becker. Según esa concepción, en el mundo actual no existe más que un sólo sistema económico-social (el sistema imperialista) y éste se encamina, por la propia inercia de sus contradicciones internas, hacia una nueva conflagración general. Las masas populares de los distintos países, según esta misma concepción, no tienen aquí ningún papel que jugar; los millones de personas a que se refiere Becker, no han sido empujadas ya por la corriente histórica (por la crisis, el imperialismo y las convulsiones que éste provoca), al escenario de la historia. Por lo visto, las dos guerras mundiales y las revoluciones a que dieron lugar, fueron un juego de niños. Por lo demás, la crisis general del sistema que han generado, según Becker no merecen ser tenidas tampoco siquiera en cuenta; y en cuanto a la próxima guerra que preparan los círculos imperialistas más agresivos, tampoco denotan una situación de aguda crisis del sistema y, en cualquier caso, las masas revolucionarias deberán esperar tranquilamente sentadas a que sean empujadas al escenario por el estallido de las bombas. Cuando éstas caigan sobre sus pobres cabezas, entonces, a decir de Becker, habrá sonado la hora final (la hora de la insurrección); mientras tanto, los trabajadores de todos los países, y en particular los de la Europa Occidental -pues de esto se trata-, no podrán hacer nada para evitar esa guerra, fomentando en todas partes la revolución, oponiendo a la guerra imperialista, la guerra revolucionaria.

    En realidad, lo que persigue Becker y otros como él no es otra cosa que atar las manos de los trabajadores y asegurar la retaguardia del imperialismo, ya que de no lograrse ese objetivo, la URSS y los demás países socialistas y progresistas se hallarían en mejores condiciones para enfrentar la agresión. En teoría, la posición que defiende Becker, llama a la lucha contra las dos superpotencias y a mantenerse equidistantes de ellas para poder hacer la revolución, pero aún suponiendo un propósito revolucionario sincero en este planteamiento, la fuerza de los hechos le empuja una y otra vez hacia uno de los dos bandos, precisamente de la parte de los capitalistas y en contra, no sólo de la imperialista URSS, sino también de todos los países y movimientos revolucionarios. No tiene nada de extraño que el señor Becker corone su articulo con un ataque rabioso dirigido contra la guerrilla urbana de Europa Occidental, calificándola de tropa de asalto de Gorbachov. ¿Qué podríamos decir de él y de los que como él arriman continuamente el ascua a la sardina del imperialismo yanki?

    La teología de la insurrección

    Su menosprecio de la lucha armada organizada y la apología que hace de los brotes espontáneos de la lucha de masas (que él considera como auténticamente revolucionaria), nos alerta, ya desde el comienzo de su artículo, sobre sus verdaderas ideas políticas: Un día de revuelta de masas en Birmingham -afirma Becker- hace a los imperialistas cien veces más daño material que años de guerra de guerrilla urbana -por no hablar del hecho de que el daño más importante que se inflige está constituido por los golpes políticos e ideológicos inferidos a la burguesía y a todas sus pretensiones de ser una sociedad justa y satisfactoria-; al lado de esto las acciones de los terroristas empalidecen.

    Nuestro héroe se sitúa a una prudente distancia del campo de batalla y desde el promontorio arenga a los revolucionarios organizados y a las masas revoltosas, y les dice: ¡deponed vuestra actitud, abandonad las armas! ¡¿es que no sabéis que el daño más importante que se le inflige está constituido por los golpes políticos e ideológicos?! Las luchas espontáneas, por una parte, y los golpes políticos e ideológicos, por la otra; tal es la plataforma del economismo que Becker quiere hacer pasar de matute como la última palabra del marxismo revolucionario. Todas esas baratijas, ciertamente, nos hacen palidecer.

    Lo que verdaderamente nos deja confusos y boquiabiertos, es esa constante preocupación que parece quitar el sueño al señor Becker y que le induce a criticar de la manera más desabrida y demagógica una línea política que, según él, sustituye con ataques armados de un pequeño grupo la lucha revolucionaria de las masas. Ahora bien, a la luz de lo que acabarnos de leer, a la luz de su concepción de la lucha revolucionaria de las masas ¿no estamos legitimados para afirmar que lo que realmente le preocupa es justamente lo contrario de lo que afirma?; o sea, que la lucha armada de la guerrilla urbana, dirigida por un auténtico destacamento comunista, no sólo no sustituya (¿cómo podría hacerlo?) la lucha de las masas sino que, por el contrarío, la estimule -como sostenemos nosotros-, contribuya a su mejor organización, le allane el camino y permita dotarla de un programa y de unos objetivos claros. De nuestra parte no existe ningún género de dudas a este respecto, pero aunque lo hubiese, aunque no estuviéramos convencidos, la sola aparición de la crítica de Becker al terrorismo habría bastado para convencernos definitivamente de ello.

    Los oportunistas temen ser desenmascarados por el desarrollo de la lucha de clases. Por este motivo, su labor más destacada consiste en atacar a los que se levantan con las armas en la mano para combatir al imperialismo, pretextando continuamente que realizan sus actos al margen de la lucha de masas, que la sustituyen, retrasan o desarticulan su movimiento, etc. Esto lo dicen mientras, por otro lado, predican la sumisión y el respeto supersticioso a la legalidad impuesta con los fusiles por la burguesía, predican el pacifismo y el reformismo; y cuando a pesar de esa labor traicionera los obreros y otros trabajadores se lanzan al combate decidido y abierto, entonces, para evitar quedar completamente desenmascarados, rebuscan en los clásicos para argumentar sobre la inoportunidad del momento sobre la correlación de fuerzas desfavorable, la falta de preparación de la lucha armada y cosas por el estilo; cuando no se escudan tras los sectores más atrasados para aislar y hacer retroceder a los que van por delante, a aquellos que están dispuestos a luchar de verdad y a dar ejemplo a los demás. ¿Qué nos enseña la experiencia de nuestro país? Durante años, los carrillistas y demás rufianes centraron su actividad en la liquidación del movimiento obrero revolucionario basados en el argumento supremo de que no se daban las condiciones de crisis del sistema y al tiempo que llamaban a los obreros a copar el sindicato fascista y se reunían en mesas redondas con los sectores evolucionistas de la oligarquía, se dedicaban a perseguir a los comunistas (a todos los que se oponían y denunciaban sus manejos anti-obreros), tachándonos de impacientes, de querer hacer política sólo con la metralleta, de revanchistas, provocadores, etc. De manera que, cuando se desencadenó la crisis económica y política del régimen y éste puso en marcha sus planes de reforma, no nos sorprendió en absoluto ver aparecer a los mismos elementos proclamando la urgente necesidad de sacar al país de la crisis a fin de salvar la democracia y las migajas del gran festín que la burguesía financiera había dejado caer de la mesa para tenerlos a ellos contentos.

    Pues bien, ahora descubrimos en el artículo de Becker, sin poder evitar hacer una mueca de desprecio, la misma cantinela demagógica con que nos aturdieron los oídos años pasados toda la jauría de la izquierda (comunista, marxista-leninista y hasta maoísta). Porque el discurso es el mismo, sólo difiere en algunos detalles. Lo nuevo en Becker -y es lo que más ha atraído nuestra atención- es el encono y ensañamiento que le impulsa en su manía persecutoria. Oigámosle una vez más: Las miradas de los que arden de impaciencia en espera del día en que puedan arreglar cuentas con la burguesía deben elevarse un poco más alto, más allá de la pura y simple sed de venganza, hacia el horizonte en que se perfila la perspectiva de emprender la lucha armada con el objetivo de hacer avanzar al género humano hacia una época enteramente nueva en la historia de la especie. Esta postura beatífica es complementada por Becker con un dolorido llamamiento a reemplazar la crítica de las armas a la podrida sociedad burguesa, con el arma de la critica, o como él dice, con el arma de la ciencia de la revolución.

    También la beatería ha querido hacer siempre de la teología una ciencia. El que en este caso Becker llame a su teología ciencia de la revolución no cambia para nada las bases del asunto. En ambos la mediación de la práctica no existe. En esto estriba toda la diferencia: en que el marxismo es una doctrina para la acción, mientras que el marxismo trasnochado de Becker no pasa de ser, suponiendo lo mejor, un doctrinarismo inoperante y contemplativo. Es así, mediante esta postura contemplativa -muy satisfecha, por demás, de sí misma-, como propone Becker que elevemos las miradas (por encima de las cosas mundanas), un poco más alto a fin de hacer avanzar al género humano y sacarlo de las tinieblas que lo envuelven. ¡Nada de arreglar cuentas predica; ¡dejad a un lado la pura y simple sed de venganza!; ¡¡hay que mirar hacia el horizonte en que se perfila la perspectiva!!

    Un falso dilema: la violencia de unos pocos o la violencia de muchos

    La violencia no es, efectivamente, la cuestión central en la crítica que hace Becker a la guerrilla urbana. Su tentativa está orientada a establecer el falso dilema de si serán las masas o un grupito quienes la ejerzan. Pero que sepamos, aquí nadie ha dicho que la revolución pueda ser obra de unos cuantos elegidos, por muy heroicos, esforzados o dispuestos que se muestren al sacrificio. Lo que sostenemos es la absoluta necesidad de incorporar la lucha armada a la estrategia revolucionaria, concibiéndola como una parte esencial, como algo que se desprende de todo el desarrollo histórico y de las condiciones objetivo-materiales en que se libra hoy día la lucha de clases en los Estados capitalistas, de su naturaleza fascista y explotadora, profundamente reaccionaria. En estas condiciones, que el señor Becker se cuida muy bien de no mencionar, la lucha armada surge de manera inevitable como resultado de la crisis, de la intensificación de la explotación de la clase obrera y de otros trabajadores, de las brutalidades y la opresión que sufren a manos del Estado; surge de la resistencia que vienen ofreciendo las masas, de manera consciente, al sistema de la burguesía en proceso de ruina y descomposición. Esta forma de lucha, llegado un determinado momento que no viene al caso ahora precisar, deberá convertirse en la principal y a la cual tendrán que subordinarse todas las demás.

    ¿Excluye esta concepción la labor propia de un partido, la lucha política e ideológica, el trabajo de organización, etc.? Nosotros sostenemos que no sólo no la excluye, sino que, por el contrario, la presupone y la refuerza; la hace necesaria de la manera más patente. No negamos que existan grupitos empeñados en rechazar la necesidad del partido proletario armado de la teoría marxista-leninista, grupos cuya actividad armada, en la mayoría de los casos, revierte en perjuicio de sí mismos. Pero esta es otra cuestión que nada o muy poco tiene que ver con lo que aquí venimos tratando. Lo que sostenemos, una vez más, es que la propaganda y la critica, la lucha política y la lucha ideológica a la manera en que eran concebidas en la fase anterior del desarrollo del sistema capitalista, ya no bastan por sí mismas para elevar a las masas hasta la comprensión de sus objetivos históricos y menos aún para llevarlas al combate por el poder.

    Nuestras ideas al respecto son bien conocidas, ya que este problema lo hemos analizado en muchísimas ocasiones, de manera que de nada le van a servir al señor Becker las numerosas tergiversaciones que hace en su artículo. Por ejemplo: ¿Cuándo hemos negado que la guerra revolucionaria sea una guerra de masas? Sin embargo, nosotros no nos limitamos a repetir como papagayos una verdad tan simple. Nuestra atención está centrada en buscar los caminos que permitirán a las masas acercarse a su meta, abandonando las vías muertas y los caminos trillados (que ya está sobradamente demostrado no conducen a ninguna parte). ¿No consiste en esto, precisamente, la misión de todo partido verdaderamente comunista? También para los bolcheviques chinos y la Komintern que les respaldaba, la línea propugnada por Mao para la revolución china no tenía nada de marxista-leninista; era nacionalista y oportunista, pequeño burguesa y escasamente científica. Lo mismo se puede decir de los ataques lanzados por Kautski y consortes contra Lenin y la revolución de Octubre por lo que ésta supuso de ruptura con la carcomida ortodoxia que él y otros habían incubado durante decenas de años de desarrollo pacífico del capitalismo. En ambos casos, tal como quiere hacer ahora Becker buscando la apoyatura de Lenin y Mao, se trataba de conservar a toda costa, es decir, a costa del movimiento real, la pureza doctrinaria que tan buenos resultados venía reportando al imperialismo. Y es que, como recordaba Lenin, frente a doctrinarios de esta calaña, la teoría es siempre gris y eternamente verde el árbol de la vida.

    Nuestro Partido, el PCE(r), no renuncia a la herencia legada por las dos grandes revoluciones, lo que si nos negamos a aceptar es el esquema escolástico que ha traicionado a la revolución, por lo menos, tantas veces como la ha prometido (relegándola una y otra vez a las calendas griegas), con parecidos subterfugios a los empleados ahora por Becker.

    Si bien no es posible separar el objetivo (la liberación de las masas), del modo como se combate ¿por qué, entonces no habría de ser aplicado este mismo principio a los métodos de lucha de la revolución? Si de lo que aquí se trata es de preparar las condiciones generales (y no sólo las de tipo ideológico) para la insurrección de las masas, ¿por qué no empezar desde ahora mismo a prepararlas en todos los terrenos? ¿Hay que confiar una vez más (es decir, después de todas las experiencias vividas), en las promesas insurreccionales que habrán de cumplirse en la última hora? ¿Es posible improvisar un acto de tal naturaleza? Por esa vía mal llamada de Octubre, jamás se llegará a la insurrección y si ésta llegara a producirse por una reacción espontánea de los trabajadores es seguro que fracasaría.

    ¿Dónde está, en nuestro planteamiento, la estrechez de miras, la sed de venganza, la exhortación moral, la carga del hombre blanco a lo R.Kipling y otras lindezas que nos prodiga el señor Becker? ¿Qué marxista se atrevería a afirmar que la incorporación de las masas a la lucha política y a la lucha armada por el poder, como su más alta expresión, se ha producido alguna vez de golpe o en la primera fase de un proceso revolucionario? Cuando Mao sostiene que una sola chispa puede incendiar la pradera, ¿no está aludiendo a la incorporación de las masas a un combate que desde tiempo atrás viene librando un pequeño ejercito? ¿no eran las masas hasta entonces quienes venían combatiendo? Habría que desentrañar la ambigüedad y la relatividad del concepto mismo de masas para terminar de aclarar este asunto. Pero incluso ni en la experiencia de la insurrección de Octubre de 1917, que el señor Becker toma como modelo, se puede hablar, como generalmente se hace, de un acto único o automático. Es una falacia completa presentar la historia de esa manera, deformar de tal modo la experiencia de la revolución de Octubre para luego contraponerla, de la manera más oportunista, a las formas más avanzadas de la lucha de clases que se vienen dando en los países capitalistas, alegando la ausencia de condiciones revolucionarías en estos mismos países. ¿Cómo explicar el fenómeno de la lucha armada? ¿Por las elucubraciones y el deseo de venganza de unos cuantos individuos? Becker quiere que lo tomemos en serio y que demos por científico su marxismo-leninismo-pensamiento de Mao pero nosotros no somos unos polluelos que se acaban de caer del nido; hace tiempo que nos salieron espolones. De ser como afirma este hombre, es seguro que ni él ni toda la propaganda embustera burguesa le habrían dedicado tanto espacio ni mostrarían tanta preocupación en combatir al terrorismo.

    Resultaría imposible comprender la insurrección de Octubre sin la revolución democrático-burguesa de Febrero que destronó al zar, y ambas revoluciones sin la precedente de 1905. Además, la guerra imperialista había desarticulado el ya de por sí corrupto y maltrecho Estado ruso. Las masas, encuadradas en su mayor parte en el ejército y la marina, se encontraban armadas y decididas a luchar hasta el fin. En tales condiciones resultó relativamente fácil hacer que volvieran los fusiles contra sus opresores.

    De todo esto se desprende otra pregunta: ¿puede darse una situación parecida en cualquier país de Europa Occidental, de modo que ofrezca al proletariado la posibilidad de concentrar sus fuerzas para hacerse de esa manera con el poder? Desde luego no puede descartarse en absoluto, por muy improbable que nos parezca. Pero la estrategia revolucionaria no está constituida por un cálculo de probabilidades sometidas, todas ellas, a los caprichos del azar; la revolución exige en todo momento que se parta de las condiciones reales, de las experiencias que se desprenden todos los días de la lucha; no es un amasijo de experiencias pasadas ni un juego de adivinanzas.

    Lo falso y lo verdadero en el nuevo movimiento revolucionario de Europa occidental

    Lo que hace perder los estribos a Becker es la serie de perversiones de los principios consagrados que acusa en los grupos y organizaciones revolucionarias, cuando en sus desmesuradas ambiciones éstas afirman ser la vanguardia de la lucha de clases, guiadas por el marxismo-leninismo y que su objetivo es la revolución y el comunismo. Además -se lamenta histérico-, su guerrilla urbana es definida como expresión práctica de un auténtico internacionalismo. Pero el colmo de los colmos, lo que supone un auténtico sacrilegio, una intolerable intromisión en los asuntos de su iglesia, es que algunos de esos grupos hayan comenzado a escribir sobre la necesidad de una nueva Internacional Comunista y vean en el Frente de la Guerrilla una especie de paso en esa dirección.

    Pues bien, por nuestra parte no vamos a cometer la tontería de salir en defensa de este movimiento en su conjunto ni de las concepciones políticas que viene avanzando, de la misma manera que no suscribimos todas y cada una de sus actuaciones; sabemos que en su seno confluyen y combaten diversas corrientes (y no una sola, señor Becker), algunas de las cuales, ciertamente, son muy subjetivas, anarquistas y hasta francamente nacionalistas. Es como ha ocurrido siempre en todo movimiento en proceso de formación. Su hetereogeneidad e indefinido bagaje ideológico son rasgos que lo definen mejor que ninguna otra cosa. De todo ello se deriva el culto al espontaneísmo y el papel preponderante que conceden algunos a las acciones armadas desprovistas, muchas veces, de una clara orientación política que sólo un verdadero partido marxista-leninista puede darles. La ausencia de esos partidos en la mayoría de los países de Europa Occidental: tal es lo que ha hecho de este movimiento un buen caldo de cultivo de las ideas y concepciones burguesas y pequeño burguesas más peregrinas. Pero ¿quién, que no sea un ignorante rematado, se atrevería hoy a negar que en su seno trabajan y libran una lucha política e ideológica incesante las únicas fuerzas sanas, no corrompidas hasta la médula, y los militantes comunistas honestos que después de todo han sobrevivido a la debacle prochina y pro-albanesa de los años 60 y 70? ¿Quién, que no sea un revisionista redomado o algo mucho peor (si es que puede haber algo aún peor que eso), se atrevería a negar que este movimiento, pese a su hetereogeneidad, la rigidez que se observa en él otras veces, su exagerado romanticismo, etc., no representa un gigantesco paso hacia adelante respecto a aquel otro conglomerado de estetas y gesticulantes?

    Es inútil que el señor Becker se extienda en consideraciones acerca del fracaso de la vía terrorista, como si los partidos que él representa nos estuvieran brindando la alegría de una revolución victoriosa todos los días; es inútil que se desmelene haciendo abundante demagogia de la mano de los arrepentidos, como si en las cárceles de Italia y de otros países no hubiera centenares de militantes purgando larguísimas condenas, sufriendo interminables torturas, por no abjurar de sus ideas revolucionarias. En realidad, lo que Becker está proponiendo en nombre del marxismo-leninismo, no es otra cosa que el paso en bloque de todos estos revolucionarios y de numerosos comunistas al bando de los arrepentidos, al bando de los delatores y colaboradores de la policía y la reacción. Busca de esta manera completar el trabajo sucio que la burguesía imperialista, con todo su aparato represivo y propagandístico, no ha podido ni podrá lograr jamás.

    Becker no mantienen ningún momento, ni ante esta importante cuestión ni ante ningún otro problema, la posición marxista. Habría que considerar como un milagro el hecho de que después de las traiciones revisionistas, la apostasía de otros y el abandono de casi todos los demás, lo más granado de la juventud de Europa, los jóvenes más sagaces, más sanos y más inteligentes, hayan optado por el comunismo y anden buscando el camino. No hace falta decir que este milagro no lo debemos a la iglesia de Becker, sino que obedece a causas enteramente ajenas a su labor evangelizadora contraria, como acabamos de ver, a la fuerza de atracción que ejerce el marxismo-leninismo y el comunismo en cada vez más amplios sectores de trabajadores y de la juventud inquieta y combativa.

    En este punto, el doctrinarismo de Becker no denota otra cosa sino un subjetivismo extremo. Para él, tal como tuvimos oportunidad de comprobar al comienzo de su artículo, en el mundo no existe más que lo blanco y lo negro; esto es esto y lo de más allá una cosa totalmente distinta, sin conexión, sin relación alguna entre sí y, lo que es más importante, sin que en el seno de cada una de ellas se esté dando un proceso de lucha, de cambio y de transformación. Los estados de transición tampoco existen para el señor Becker; o sea, una cosa es como es y no puede llegar a ser otra distinta. Si en el movimiento revolucionario se da una lucha de tendencias, eso no sabe o no quiere reconocerlo, pues para Becker sólo existen las cosas y los fenómenos en estado puro, en forma estática. Este método le evita el trabajo de tener que indagar las causas profundas y de separar el grano de la paja. Desde luego, resulta mucho más fácil etiquetarlo todo con el mismo nombre (terrorismo), meterlo en un mismo saco y arrojarlo por el acantilado como a una manada de gatos rabiosos. En política, esa concepción idealista y su método escolástico, metafísico -de lo que ya nos ha ofrecido suficientes muestras el señor Becker-, se traducen en las mayores aberraciones que pueda imaginarse. Pero dejemos este tema y lo que queda apuntado al comienzo de este apartado para mejor ocasión.
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    Mensaje por RDC Miér Ene 06, 2010 12:45 pm

    Recomendable para todos los que critícan la guerrilla urbana.
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    Mensaje por carlos Jue Ene 07, 2010 3:27 pm

    que gran texto , joder , buenisimo habia otro muy bueno frente al monopolismo no hay otro camino

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