El texto más utilizado y falsificado desde hace más de cuarenta años
por todas las carroñas oportunistas y cuya impúdica invocación caracteriza y define a la carroña.
Título original: «L'Estremismo, malattia infantile del comunismo»,
condanna dei futuri rinnegati, Partito Comunista Internazionale, 1960.
Traducido al español por el Partido Comunista Internacional, Madrid, 1995.
ADVERTENCIA
El trabajo que presentamos fue escrito en el año 1960, y publicado en los números 16 a 21, y 24 de 1960 y 1 de 1961 del periódico quincenal Il Programma Comunista, que por aquel entonces era el órgano de prensa de nuestro partido. Al leerlo debe tenerse en cuenta que apareció por entregas en una publicación periódica, y que en él se alude a la época de 1960.
Con respecto a la presente edición en español, debemos aclarar algunas cuestiones que pueden crear confusión al lector.
En primer lugar, la obra a la cual se hace referencia en este libro es conocida en español como «La enfermedad infantil del "izquierdismo" en el comunismo», escrita por Lenin en 1920. Sin embargo, al referirse a ella a lo largo de todo el libro se la nombra como el «Extremismo». Hemos preferido mantener el término «Extremismo», siguiendo fielmente el original italiano, por considerar que la palabra «Extremismo» expresa con más precisión la idea que Lenin pretendía transmitir con su escrito. Por consiguiente, cuando en el texto dice el «Extremismo» debe entenderse que se refiere a «La enfermedad infantil del "izquierdismo" en el comunismo».
Por otro lado, en el texto original, al citar la obra de Lenin se utilizaron tres traducciones diferentes: en su mayor parte, se usó la versión en italiano de las Opere Scelte de Lenin publicadas en Moscú en 1948; en algunos casos, se prefirió utilizar otras versiones en alemán y francés porque se pensó que se ajustaban mejor al original. En concreto se usaron estas dos ediciones: 1) La Maladie infantile du Communisme (Le Communisme de gauche), París, 1920 (Bibliothèque Communiste, 123 rue Montmartre). 2) Der «Radikalismus», die Kinderkrankheit des Kommunismus, Leipzig, 1920 (publicada por el Secretariado de la Internacional Comunista).
En la presente edición, y tras comparar las diferentes versiones, hemos optado por sacar todas las citas de las Obras Completas en español publicadas por la Editorial Progreso (Moscú, 1986).
I. La escena del drama histórico de 1920
En la conmemoración de Lenin celebrada poco después de su muerte en la Casa del Popolo de Roma por iniciativa de la izquierda comunista, el conferenciante, después de haber hecho justicia acerca del «presunto oportunismo táctico de Lenin», citaba un pasaje del comienzo del libro clásico El Estado y la Revolución con estas palabras: «Lenin dice que es fatal que los grandes pioneros revolucionarios sean falsificados, como ha sucedido con Marx y con sus mejores seguidores. ¿Escapará el mismo Lenin a esta suerte? ¡Ciertamente no!».
Han pasado 36 años desde esta fácil previsión, y su balance, forjado paso a paso por la crítica despiadada de la izquierda, demuestra que el volumen de estiércol falsificador que el oportunismo ha intentado acumular sobre la figura de Lenin es al menos diez veces más nauseabundo que el arrojado sobre Marx.
El medio vil de los falsificadores siempre es el mismo: construir una leyenda en lugar de la realidad histórica que generó la formación del método y del programa de aquellos máximos comunistas, pescar en esa leyenda con citas locales, artificiales, separadas de las condiciones efectivas de lucha que dieron lugar a la formación de estos textos clásicos, y desvirtuar desvergonzadamente su valor aprovechándose de las difíciles condiciones de combate de la clase revolucionaria que, en la mayor parte de los casos, debido a la carencia económica en la que vive, debe contentarse con adquirir en traperías de tercera y cuarta mano el arsenal de sus armas teóricas.
Pero un trabajo marxista que sea conducido, como sucede en nuestras filas, sin diletantismos vacíos y vanidosos, y sin despreciables arribismos corruptores, muestra que en el Extremismo no hay página, no hay frase, que no deba volver a caer como un látigo implacable sobre la cara tan dura de los traidores y de los renegados.
Para hacer esto, es necesario dejar a un lado la retórica y la demagogia y hacer hincapié en la historia positiva de los hechos, único lugar en donde – y no en la baja crónica chismosa de los eventos contemporáneos – se lee el único curso luminoso de la doctrina y de la actuación revolucionaria, que desde hace un siglo los duendes intentan poner en contradicción.
Primavera de 1920
Solo cuatro años después del desembarco de Lenin en Rusia acontecía el Octubre de 1917, y superada la afrenta del oportunismo de la II Internacional naufragada en la guerra, apenas un año después (marzo de 1919) era fundada la Tercera.
En torno al partido bolchevique llegaban desde todas las partes del mundo maldiciones y aplausos, feroces invectivas y ardientes adhesiones. Durante la época a la que nos referimos el asunto prioritario del partido ruso no había dejado de ser la guerra civil contra los blancos, Denikin, Kolchak, Yudenich, Wrangel, las mil avalanchas apoyadas por los planes de ataque alemanes, ingleses, franceses, japoneses. Este período, que ya hemos tratado a fondo en los extensos trabajos acerca del camino de la revolución en Rusia, tuvo en primerísimo lugar esta lucha, no solo política sino abiertamente militar: todo estaba subordinado a la victoria.
Desde hace cuarenta años han intentado transformar a Lenin en un oportunista, y si lo hubiese sido, no habría dudado ni un minuto en elegir entre las adhesiones y las declaraciones de guerra. En un mundo de enemigos feroces, todos los amigos habrían sido aceptados incondicionalmente, ya que era urgente encontrar apoyos en un mundo internacional en el que todas las burguesías centuplicaban sus feroces esfuerzos, enfurecidas por el terror de la dictadura roja.
Lenin, por el contrario escribe ese texto de cara a la preparación del II congreso convocado para junio de 1920. Él sabe por las lecciones de la historia que – como este texto demuestra en primer lugar – la victoria en Rusia ha llegado porque el partido ha sido despiadado en su formación y preparación y porque no ha tenido miramientos a la hora de reconocer enemigos y aliados. Su primera preocupación es que el partido revolucionario mundial no se forme sin una rigurosa base doctrinal programática y de organización, incluso a costa de rechazar muchos adherentes de fuera de Rusia.
De esta operación selectiva se ofrece la versión banal, tomando prestadas las formas de la política burguesa parlamentaria. Ya estaba claro que había un peligro por la «derecha» puesto que elementos que estaban a caballo entre la II y la III Internacional querían penetrar en la nueva para enturbiarla: el centrismo, el kautskismo; contra éstos había golpeado ya ferozmente Lenin. Pero había otras adhesiones a las que había que analizar atentamente, y eran las que venían, según la jerga de los politicastros, de la «izquierda». Se trataba de anarquistas, libertarios, sindicalistas así llamados revolucionarios de la escuela de Sorel.
Todos estos elementos se adhirieron a los acontecimientos de Rusia en virtud de su aceptación de la violencia armada en la lucha de clase. Pero Lenin sabía muy bien que el ánimo de muchos necios (exquisitos cobardes individuales) frente al espectáculo de una tunda o de un tiroteo, no tenía nada que ver con la posición revolucionaria. Sabía que estos elementos, erróneamente llamados de izquierda, son frecuentemente de origen proletario y sinceros en su equivocación, pero sabía por lo demás muy bien que no se trata de impartir absoluciones morales sino de organizar las fuerzas revolucionarias, y sólo hacia estos elementos desviados usaba términos menos lacerantes que los empleados con los oportunistas de derecha (si bien tanto en un lado como en otro hay obreros engañados e intelectualoides que aspiran a jefes).
El peligro central contenido en este falso izquierdismo consiste en el rechazo de las enseñanzas fundamentales de la revolución rusa acerca del Estado y del partido como medios esenciales de la revolución, a lo largo de toda una fase histórica. En su doctrina y en su organización los anarquistas habían sido juzgados en la polémica de Marx y Engels dentro de la I Internacional. Lenin dice que en Rusia los anarquistas se habían mostrado completamente incapaces cuando predominaban en 1870-1880, «revelando la ineptitud del anarquismo como teoría revolucionaria». Por lo que respecta a los sindicalistas sorelianos, estos eran menos conocidos por Lenin ya que estaban en los países latinos, donde preferentemente la crítica de su doctrina había partido de los marxistas de derecha casi hasta la guerra (no sucedió así entre nosotros en Italia; por lo demás, es sabido que en el socialchovinismo cayeron socialistas reformistas, sindicalistas sorelianos y también anarquistas: Francia e Italia).
Pero Lenin veía el avance de esta escuela errónea en un ala llamada de izquierda de los comunistas alemanes del partido Spartakus, que se había dividido en KPD (Partido Comunista de Alemania) y KAPD (Partido Comunista Obrero de Alemania), y en los grupos holandeses de la Tribune de Gorter y Pannekoek.
¿Por qué ésta corriente, a pesar de su declarada simpatía por la revolución de Octubre, preocupa a Lenin? Precisamente porque Lenin no era un oportunista, sino un defensor del rigor teórico.
Lenin casi excusa a los falsos izquierdistas de Rusia y Francia ya que nunca habían estado sobre la línea de una tradición marxista. Con su genial intuición se preocupa de aquellos que se dicen siempre marxistas, al igual que hacemos nosotros hoy con quienes se dicen... leninistas. Lenin cita un artículo de Karl Erler con el edificante título «La disolución del partido» y con esta perla: «La clase obrera no puede destruir el Estado burgués sin destruir la democracia burguesa, y no puede destruir la democracia burguesa sin destruir los partidos». Lenin estalla diciendo: «Las cabezas más confusas entre los sindicalistas y los anarquistas de los países latinos pueden sentirse satisfechos al ver que alemanes sólidos, que se consideran firmes marxistas, llegan a decir disparates increíbles».
Punto central: la dictadura del partido
La Internacional Comunista no podía definirse solo por la reunión de aquellos socialistas que como medio de la lucha de clase del proletariado reivindican la violencia armada. La distinción habría sido insuficiente: Lenin tiene justamente sospechas de todos estos grupos (pero no tantas como de los derechistas, y dice en cierto pasaje: «También en el IX congreso de nuestro partido ruso (abril 1920) hubo una pequeña oposición que habló contra la "dictadura de los jefes", contra la "oligarquía", etc. Por tanto en la "enfermedad infantil" del "comunismo de izquierda" entre los alemanes, no hay nada de extraño, nada de nuevo, nada de terrible. Es una enfermedad que pasa sin peligro, y después de ella el organismo se fortalece»). Esta es la idea de Lenin sobre la famosa enfermedad infantil. Pero Lenin sabía muy bien el peligro que venía de los centristas y de la famosa «derecha». Ha sido la «enfermedad senil» del comunismo la que ha conducido al organismo revolucionario a la muerte actual, con un efecto mucho más deletéreo que la ruinosa crisis de la II Internacional.
En la ola de comentarios que la revolución rusa trajo consigo, la mayor parte de nuestros críticos y detractores, sin haber entendido nada de la grandiosa teoría de Marx-Lenin sobre la dictadura del proletariado, y con un coro que iba desde los burgueses de derecha a los demócratas y a los anarquistas, se puso a bramar contra los «dictadores», o el dictador Lenin.
Los liberales olvidaban las colosales figuras de sus dictadores, desde Cromwell a Robespierre, y a Garibaldi; entre los libertarios los hubo como los que se han citado en la conmemoración antes mencionada («Lenin en el camino de la revolución», conferencia pronunciada en la Casa del Popolo de Roma, el 24 de febrero de 1924 - NdT), los cuales habían escrito estúpidamente: ¿luto o fiesta? Los izquierdistas de Holanda, Alemania y otros países dudaban acerca de la «dictadura», y Lenin mostró justamente que lo hacían porque estaban imbuidos de una mentalidad democrática y pequeño-burguesa nada distinta de la que empujó al escándalo de los centristas kautskianos y de todos los imbéciles que desde entonces hasta hoy han gritado: ¡socialismo no es más que democracia, que libertad para todos! Y son las mismas figuras asquerosas que hoy hablan en nombre de Lenin.
Porque es precisamente en estas páginas, que habrían sido escritas contra nosotros, verdaderos marxistas de izquierda, donde Lenin elimina toda duda y toda distinción de principio entre dictadura del proletariado, dictadura del partido, e incluso dictadura de determinadas personas.
Lenin de hecho, en su V parágrafo titulado: «El comunismo en Alemania. Jefes, partido, clase, masas», cita ampliamente un opúsculo de los comunistas alemanes de izquierda, que plantea la vacía alternativa siguiente: ¿se debe, por principio, aspirar a la dictadura del partido comunista, o a la de la clase proletaria? y que, un poco más adelante, contrapone dos soluciones: el partido de los jefes que actúa desde arriba, y el partido de las masas que espera el ascenso de la lucha desde abajo.
La crítica que desarrolla Lenin contra esto se reduce a establecer que si se renuncia al «dominio del partido», cosa que escandalizaba a esos comunistas, se renuncia a la dictadura del proletariado y a la revolución, y si se quiere que el partido no actúe por mediación de los «jefes» solo por miedo a esta palabra, se vuelve a caer en la misma impotencia. El nuestro es un partido distinto a todos los partidos, nuestro engranaje de hombres revolucionarios es distinto a todos los engranajes aduladores y publicitarios de los demás movimientos. Y Lenin volverá a ligar esto a la necesidad vital de la organización «ilegal».
Con sus formidables dotes de claridad, Lenin no nos dará aquí definiciones filosóficas de las «categorías»: masas, clase, partido y jefes. El tiempo apremiaba y la sistematización viene por otro camino. Pero el texto de Lenin elimina cualquier duda acerca de la necesidad de que la dictadura sea del partido, y en determinados extremos incluso de determinados hombres del partido; lo cual desde entonces hasta hoy hace estremecerse a todos los bien pensantes, dispuestos no obstante a arrodillarse siempre ante un grupo de cuatro duces o, como decimos nosotros, de cuatro títeres.
¡Muy distinto a permitir designaciones electorales y consultas internas!
«El solo hecho de plantear la cuestión de "¿dictadura del partido o bien dictadura de la clase?, ¿dictadura (partido) de los jefes o bien dictadura (partido) de las masas?" testimonia la más increíble e irremediable confusión de ideas (...) Todo el mundo sabe que las masas se dividen en clases; que contraponer las masas y las clases solo es admisible en un sentido: si se opone una inmensa mayoría en su totalidad, sin dividirla según la posición ocupada en el régimen social de la producción, a categorías que ocupan una posición especial en ese régimen; que las clases son dirigidas de ordinario y en la mayoría de los casos (al menos en los países civilizados modernos) por partidos políticos; que los partidos políticos están dirigidos, como regla general, por grupos más o menos estables integrados por las personas más prestigiosas, influyentes y expertas, elegidas para los cargos de mayor responsabilidad y llamadas jefes. Todo eso es el abecé, todo eso es sencillo y claro» (Lenin, "La enfermedad infantil del "izquierdismo" en el comunismo", en Obras Completas, tomo 41, págs. 24-25, Ed. Progreso, Moscú, 1986).
Diagnosis correcta de la traición de los «jefes»
Estas límpidas palabras recuerdan a las de Engels con respecto a los anarquistas españoles: «Una revolución es el acto más autoritario que existe». La revolución de clase es una guerra, guerra civil; son necesarios un ejército, un estado mayor, un partido, y con la victoria un Estado, un gobierno, unos hombres en el poder.
El texto explica aquí que la confusión de las ideas surge por la necesidad de actuar en una situación ilegal, como la que se generó en Alemania después de la primera guerra, en lugar de la plena legalidad precedente:
«Cuando la marcha impetuosa de la revolución y del desarrollo de la guerra civil ha hecho necesario pasar rápidamente, de esta rutina a la sucesión de la legalidad y la ilegalidad y a su combinación, a procedimientos "incómodos", "no democráticos" para designar, formar o conservar los "grupos de dirigentes", la gente ha perdido la cabeza y ha empezado a inventar un monstruoso absurdo» (Ibídem, pág. 25).
Muchos buenos proletarios escaldados por las traiciones de los socialistas en 1914 adquirieron la desconfianza hacia el jefe, cualquiera que fuese. Lenin recuerda que la degeneración de los jefes es un tema antiguo y aclarado para los marxistas, y no se resuelve con la «contraposición de los jefes a las masas». No se trata de jefes malos y masas buenas, sino de un proceso degenerativo de los jefes y de las masas.
«La causa fundamental de este fenómeno la explicaron muchas veces Marx y Engels de 1852 a 1892 con el ejemplo de Inglaterra. La situación monopolista de dicho país destacó de la masa una "aristocracia obrera" semipequeñoburguesa y oportunista. Los jefes de esta aristocracia obrera desertaban constantemente al campo de la burguesía, que los mantenía de manera directa o indirecta. Marx se granjeó el odio, que le honra, de estos canallas por haberles tildado públicamente de traidores» (Ibídem, pág. 26).
Este fenómeno, dice Lenin, se ha repetido con la guerra en la II Internacional.
«(...) Ha surgido en todas partes dentro de la II Internacional ese tipo de jefes-traidores, oportunistas, socialchovinistas, que defienden los intereses de su gremio, de su grupito de aristocracia obrera. Estos partidos oportunistas se han aislado de "las masas", es decir, de los sectores más vastos de trabajadores, de su mayoría, de los obreros peor retribuidos. La victoria del proletariado revolucionario es imposible sin combatir este mal, sin arrancar la careta, poner en la picota y expulsar a los jefes oportunistas, socialtraidores. Tal es precisamente la política que ha aplicado la III Internacional» (Ibídem).
¿Qué marxista puede confundir esta posición histórica con la propuesta libertaria "... el mal está en el partido, el mal está en los famosos «jefes»"?
La cuestión era de principio y de programa y no de táctica contingente, o peor aún, local, nacional, alemana. El hecho histórico de que jefes y partidos enteros, los unos y los otros reclamándose al proletariado y también a su específica y clásica doctrina revolucionaria, se hayan pasado al bando del enemigo de clase, no conduce a repudiar el arma partido y el arma, si así queremos llamarla, «jefe». La doctrina marxista desde su aparición ha confutado para siempre tales objeciones, desde el Manifiesto que exige la organización del proletariado en partido de clase (que según los estatutos de la I Internacional «se opone a todos los demás partidos») a los escritos de Marx y Engels sobre la revolución y la contrarrevolución en Alemania; y así sucesivamente.
Hoy podemos decir más. En la época de Marx y de Lenin no se había dado todavía que un «Estado» proletario victorioso, como el ruso, degenerase hasta pasar al bando del enemigo de clase en la política exterior (alianzas bélicas) e interna (medidas económico-sociales capitalistas). Un hecho histórico semejante basta por sí solo para mostrar lo imbécil que es no ver que el oportunismo actual ha consumado algo veinte veces más infame que el del pasado, conocido por Marx y Lenin; no solo ha deshonrado a partidos y hombres del proletariado sino que ha deshonrado al primer estado de la dictadura proletaria. Pero este hecho no se explica únicamente diciendo: el hombre es corruptible, el proletariado es corruptible, el socialista y comunista es corruptible, y el partido es corruptible; sino: que el mismo Estado proletario sea corruptible – ¡por efecto de las relaciones entre fuerzas históricas reales y no porque la carne sea débil, u otras explicaciones éticas! – no autoriza a decir: renunciamos al Estado; ¡el poder es una porquería, y corrompe a todos!
Esta herejía teórica era bien conocida por Marx y por Lenin, que la trituraron para siempre. Lenin percibe en los errores de principio de los izquierdistas alemanes la misma idea equivocada: horror hacia el poder; y remacha que debemos saber empuñar todas estas armas difíciles: los hombres, el partido, el timón del gobierno estatal. El problema es el de indicar la vía histórica por la cual nuestros militantes políticos, nuestro partido revolucionario, nuestro aparato estatal, serán diametralmente distintos a todos los que ha presentado el pasado, desgraciadamente en parte también proletarios: y alcanzarán la forma original teorizada en nuestra doctrina.
Lenin que ha planteado este problema insuperablemente pero que – como hombre y mortal que era – no ha visto llegar la solución, comprendió que los izquierdistas de Alemania, al igual que habían abierto la brecha a las dudas contra la forma partido, dudaban también de la forma Estado, y no habían comprendido, doctrinalmente, la forma histórica de la dictadura, enunciada sin vacilaciones por el marxismo. Ellos creían falsamente que el partido se debía disolver rápidamente para no ver más traidores, e incluso disolver el Estado para evitar las famosas y pequeño burguesas, «seducciones corruptoras del ejercicio del poder».
Duración de la dictadura
Antes de cerrar esta demostración, de que el peligro contra el cual se levantó Lenin no era el error de táctica del cual hablaremos en otro momento, sino un fundamental error de principio, y por lo tanto un error que no se soluciona solo con medidas de organización interna de partido – y en aquel momento histórico se trataba de tomar las medidas «constituyentes» del nuevo partido comunista mundial, en cuyo seno se evita el error, en la mayoría de los casos, no dejándose seducir por la llegada de un flujo de adherentes, sino cortando por lo sano con el hierro inmisericorde de las escisiones y de las difamadas «excomuniones» – ofreceremos el pasaje de Lenin, de incomparable vigor, del cual se deduce que la dictadura debe aceptarse no para un breve instante, sino para toda una dura y larga fase histórica. La dictadura no es un remedio «de emergencia», como se diría hoy en la jerga de moda, sino que es la parte vital, el oxígeno que alimenta nuestra teoría y nuestra batalla.
«(...) Proclamar en general la inutilidad y el carácter burgués de los partidos políticos (...) [confirma] ¡Cuán cierto es que de un pequeño error puede hacerse siempre uno monstruosamente grande si se insiste en él, si se profundiza para encontrarle justificación y se intenta llevarlo hasta el fin!»
«Negar la necesidad del partido y de la disciplina de partido: tal es el resultado a que ha llegado la oposición. Y eso equivale a desarmar por completo al proletariado en provecho de la burguesía. Equivale precisamente a la dispersión, la volubilidad y la incapacidad para dominarse, unirse y actuar de manera organizada, defectos típicamente pequeñoburgueses que, de ser indulgente con ellos, llevan de manera inevitable a la ruina todo movimiento revolucionario del proletariado» (Ibíd. pág. 27).
Desde este punto en adelante el texto es tan clásico, y – con esto concluiremos el presente apartado – y concuerda tan plenamente con las tesis de la izquierda marxista italiana, las cuales sostenemos hoy que ya no vive Lenin, sostuvimos cuando él estaba presente y habíamos sostenido antes de la unión de nuestro movimiento en Italia con la nueva Internacional y con Lenin (unión que acaeció precisamente en aquellos meses de 1920, en los que Lenin personalmente organizó el viaje a Moscú de un delegado de la fracción comunista abstencionista del partido socialista, no incluida en la delegación «democráticamente elegida») que, como decíamos, desde este punto en adelante, las cursivas están puestas por nosotros y no por Lenin.
«Negar la necesidad del partido desde el punto de vista del comunismo significa saltar de la víspera de la bancarrota del capitalismo (en Alemania), no a la fase inferior o media del comunismo, sino a su fase superior. En Rusia (después de más de dos años de haber derribado a la burguesía) estamos dando aún los primeros pasos en la transición del capitalismo al socialismo o fase inferior del comunismo. Las clases siguen existiendo y existirán durante años [subrayado de Lenin] en todas partes después [idem] de que el proletariado conquiste el poder. Es posible que en Inglaterra, donde no hay campesinos (¡pero existen, sin embargo, pequeños patronos!), ese plazo sea más corto. Suprimir las clases no significa sólo expulsar [o aniquilar, nota nuestra] a los latifundistas y a los capitalistas – esto lo hemos hecho nosotros con relativa facilidad – significa también [aquí es Lenin quien subraya] suprimir a los pequeños productores de mercancías. Pero a éstos no se les puede expulsar, no se les puede reprimir; hay que convivir con ellos, y sólo se puede (y se debe) transformarlos, reeducarlos, mediante una labor de organización muy larga, lenta y prudente. Estos pequeños productores cercan de elemento pequeñoburgués al proletariado, lo impregnan de ese elemento, lo corrompen con él, provocan sin cesar en el seno del proletariado recaídas de pusilanimidad pequeñoburguesa, de atomización, de individualismo, de vaivenes entre la exaltación y el abatimiento. Para hacer frente a eso, para conseguir que el proletariado desempeñe acertada, eficaz y victoriosamente su función organizadora (que es su función principal) [Los últimos subrayados de Lenin quieren decir que los semiproletarios pueden haber ayudado en la guerra civil, pero después desorganizan y descentran] son necesarias una centralización y una disciplina severísimas en el partido político del proletariado. La dictadura del proletariado es una lucha tenaz, cruenta e incruenta, violenta y pacífica, militar y económica, pedagógica y administrativa contra las fuerzas y las tradiciones de la vieja sociedad. La fuerza de la costumbre de millones y decenas de millones de personas es la fuerza más terrible. Sin un partido férreo y templado en la lucha, sin un partido que goce de la confianza de todo lo que haya de honrado en la clase dada [nosotros añadimos que, al igual que en las masas, también en la clase existen residuos malsanos, víctimas de la influencia contrarrevolucionaria, y que en principio, allí donde no se los pueda tratar pedagógicamente, se los tratará represivamente sin piedad], sin un partido que sepa pulsar el estado de ánimo de las masas e influir en él [¡no examinarlo!] es imposible sostener con éxito esta lucha».
«Es mil veces más fácil vencer a la gran burguesía centralizada [léase monopolista y fascista] que "vencer" a millones y millones de pequeños patronos, los cuales llevan con su cotidiana y prosaica labor corruptora, invisible e inaprehensible a los mismos resultados que necesita la burguesía y que restauran a ésta [subrayados de Lenin]. Quien debilita, por poco que sea, la disciplina férrea del partido del proletariado (sobre todo en la época de su dictadura), ayuda de hecho a la burguesía contra el proletariado» (Ibídem, pág. 27-28).
Con esta explícita y resuelta formulación Lenin ha querido quitar de en medio otra superstición de los comunistas de izquierda, que pensaban que el soviet obrero era un sustituto del partido comunista, y que por lo tanto su instauración, equivalente a la dictadura del proletariado ya que los burgueses no votaban para los soviets, autorizaba la «disolución del partido político», hasta el punto de sugerir la convocatoria de los soviets antes de la lucha revolucionaria. Los izquierdistas italianos desde 1919 habían combatido decididamente esta tesis antimarxista, que después fue condenada en el II congreso en la resolución sobre los soviets o consejos de fábrica, de los cuales convendrá hablar luego.
Estrategia y táctica de la Internacional
La prensa del oportunismo estalinista durante estos días ha subrayado que han pasado cuarenta años desde la aparición del Extremismo de Lenin. Para esta gentuza solo existen ceremoniales, y notas de apuntes de fechas establecidas para lanzar cumplidos convencionales, cumpleaños, onomásticas y demás chirigotas. Naturalmente los fragmentos del Extremismo interesan muchísimo, y siempre manipulándolos, para usarlos contra la izquierda italiana, y los reproducen si bien son elogiosos más que otra cosa. Pero este es un mínimo aspecto dentro de nuestra exposición, y también con Lenin dimos prioridad a la discusión del método internacional, y no de la pequeña provincia itálica.
Nos interesa establecer aquí que Lenin trató cuestiones de táctica contingente o nacional con el único fin de clarificar puntos de principio acerca de la constitución y la estrategia histórica del movimiento comunista revolucionario, con la mirada siempre clavada en los objetivos de la revolución mundial y de la organización del partido comunista mundial.
Demostraremos que la izquierda italiana le apoya en esta tarea vital, y le comprende mejor que nadie en sus puntos cruciales. Pero para ser más claros en nuestra exposición, que no puede ser breve, se citan los puntos tácticos que, según la acepción más conocida, fueron imputados en aquella ocasión a los alemano-holandeses, en la medida en que siempre ha sido cómodo identificar la posición de aquellos con la de los italianos.
La oposición alemana se sostenía sobre dos puntos prácticos. Ante todo, defendía la salida de los comunistas de los sindicatos oportunistas, llamados en aquel tiempo «reaccionarios»; y sobre este punto no tenía nada en común con los comunistas italianos. Si bien en Italia hubo, con tendencia anarquista, esos sindicatos de izquierda que el KAPD proponía fundar en Alemania, nosotros nunca sostuvimos la escisión sindical en Italia y trabajamos dentro de la muy reformista «Confederazione Generale del Lavoro» para derribar a sus dirigentes, según la precisa táctica preferida por Lenin.
Aquí la solución táctica se deriva directamente de los principios. De forma primaria la función revolucionaria está en el partido, y no en los sindicatos, o en los consejos de fábrica. Por lo tanto la exigencia era, y Lenin obviamente lo aprobaba, formar el nuevo partido comunista escindiendo el partido político, y no boicoteando el sindicato de derecha u otro sindicato; más bien propugnando, entonces, el sindicato unitario.
Pero el segundo error de los izquierdistas alemanes era el boicot a las elecciones parlamentarias. He aquí, gritan los filisteos, lo que Lenin estigmatizó en alemanes e italianos. Pero Lenin sabía y enseñó que en cada caso la posición era diferente.
No es fácil que el tonto común entienda que una cosa es negar la función primaria del partido comunista en la insurrección revolucionaria y en el Estado, para dejársela a otros órganos proletarios «inmediatos» como los sindicatos, consejos, y soviets, en los que el inmediatismo es nuestro principal enemigo, y de esta negación del aspecto político de la lucha hacer derivar la negación de la lucha parlamentaria; distinto es contraponer, en este pasaje histórico dado, la política legalista a la política revolucionaria, punto sobre el cual discutimos con Lenin sin ponernos de acuerdo, pero aceptando su resolución por disciplina.
Nos resultará fácil al final de este estudio o en uno sucesivo, dedicado al parlamentarismo, demostrar que realmente en principio nosotros estábamos con Lenin, y la divergencia era táctica, mientras que los traidores actuales en principio están, en la cuestión del parlamentarismo, contra Lenin y contra nosotros. De hecho en el II Congreso se discutió acerca de la vía mejor para destruir el parlamentarismo, y Lenin con la mayoría preponderante sostuvo que la destrucción se hiciese desde dentro y no desde fuera. Se entró dentro, y los parlamentos no solo siguen estando ahí, sino que los bufones que se llaman leninistas juran sobre su eternidad y están dispuestos a combatir para defenderlos. Siguiendo sus huellas, las masas no están menos desviadas y van a votar con fe socialdemocrática como si se tratase de una «vía al socialismo».
La trama del trabajo de Lenin
Para mostrar nuestra diferencia con aquellos que citan frases sueltas, y que haciendo esto no pueden dejar de ser alumnos de los falsificadores estalinistas, deduciremos las posiciones de programa y de principio con un examen de todas las partes, ordenadas, del opúsculo sobre el Extremismo.
Recordaremos el sumario, después de haber suministrado otros datos históricos. En las tesis del II congreso «Sobre las tareas principales de la Internacional Comunista», en el punto 18, se declaran inadecuadas las concepciones que sobre las relaciones entre el partido, la clase obrera y las masas, tienen una serie de movimientos, presentes en el Partido obrero comunista de Alemania, en parte del Partido comunista suizo, en la revista húngara Kommunismus (cuya lucha a favor de la revolución rusa no escondía errores doctrinales en un sentido idealista), en la Federación obrera socialista inglesa, en los I.W.W. (Trabajadores Industriales del Mundo) estadounidenses, en los Shop Stewards escoceses (comités de fábrica). Es cierto que aquí también se condena conjuntamente el boicoteo sindical y el de los parlamentos, pero se trata en efecto de una toma de posición de los marxistas ortodoxos contra aquello que aún hoy combatimos, incluso en grupos antiestalinistas, bajo el nombre de«inmediatismo».
Otra cuestión. En una reunión precongresual en Petrogrado se discute si estos movimientos podían ser admitidos al congreso como secciones, y no como simples oyentes. En medio de una cierta sorpresa, incluso entre los rusos, el delegado de la izquierda italiana propuso su exclusión con el argumento de que se trataba del congreso de la Internacional de los partidos políticos, y solo los partidos comunistas se podían adherir. Esto fue después aclarado a fondo en las «condiciones de admisión», los célebres 21 puntos.
¿Queremos pues hacer uso del Extremismo de Lenin? Bien. Se trata de leerlo y de saberlo leer. El marco histórico ya lo hemos dado. Este es el sumario:
1.- ¿En qué sentido puede hablarse de la importancia internacional de la revolución rusa?
2.- Una condición fundamental del éxito de los bolcheviques.
3.- Etapas principales de la historia del bolchevismo.
4.- ¿En lucha contra qué enemigos en el seno del movimiento obrero ha podido crecer, fortalecerse y templarse el bolchevismo?
5.- El comunismo "de izquierda" en Alemania. Jefes, partido, clase, masas.
6.- ¿Deben actuar los revolucionarios en los sindicatos reaccionarios?
7.- ¿Cabe participar en los parlamentos burgueses?
8.- ¿Ningún compromiso?
9.- El comunismo "de izquierda" en Inglaterra.
10.- Algunas conclusiones.
Anexo:
1.- La escisión de los comunistas alemanes.
2.- Los comunistas y los independientes en Alemania.
3.- Turati y Cía en Italia.
4.- Conclusiones erróneas partiendo de premisas justas.
Como hemos dicho, hemos recordado el momento histórico que induce a Lenin a escribir este texto, importantísimo por contener tesis válidas en todas las épocas y que hoy los proclamados leninistas oficiales ultrajan a cada momento. Después nos hemos detenido en el tema del parágrafo 5 para mostrar cual fue la principal preocupación de Lenin: el peligro de la desvalorización de la función primaria del partido, y el temor a la dictadura del partido. Una auténtica y clásica condena del abusado antipoliticismo inmediatista y obrerista, siempre derrotado por el marxismo clásico.
Tocaremos a continuación todos los demás puntos. Sobre la cuestión del parlamentarismo subrayaremos que la línea de Lenin prevé boicot y participación; recordaremos la historia del partido italiano, y la ridícula fase de la salida conjunta del Aventino(1) burgués propugnada por los centristas, mientras la izquierda, que ya no dirigía el partido, impuso la vuelta al parlamento.
Citaremos un pasaje en el que Lenin muestra que tal vez los abstencionistas habrían hecho bien en escindirse en Bolonia, en octubre de 1919, de la enorme mayoría que se mostraba a favor de las elecciones y de Turati.
Sobre la teoría del compromiso recordaremos que se trata del rechazo a la paz de Brest-Litovsk en 1918, mientras que la izquierda italiana, sin ningún vínculo aún, hizo propia la tesis de Lenin sobre la firma del tratado con los bandidos alemanes, y no la de la guerra revolucionaria hasta el exterminio (2). Sobre la cuestión de los sindicatos y consejos de fábrica será fácil demostrar que, entonces y después, la tesis combatida por la Internacional fue precisamente la de los ordinovistas gramscianos, de sospechosa ortodoxia siempre.
Reconocemos que un modo como éste de leer a Lenin o a Marx es laborioso. Pero es el único que protege contra la extendida ruina oportunista. Quien quiera ir tras lo facilón y quien quiera contentarse con lugares comunes y frases entresacadas fraudulentamente, que espere sentado.
por todas las carroñas oportunistas y cuya impúdica invocación caracteriza y define a la carroña.
Título original: «L'Estremismo, malattia infantile del comunismo»,
condanna dei futuri rinnegati, Partito Comunista Internazionale, 1960.
Traducido al español por el Partido Comunista Internacional, Madrid, 1995.
ADVERTENCIA
El trabajo que presentamos fue escrito en el año 1960, y publicado en los números 16 a 21, y 24 de 1960 y 1 de 1961 del periódico quincenal Il Programma Comunista, que por aquel entonces era el órgano de prensa de nuestro partido. Al leerlo debe tenerse en cuenta que apareció por entregas en una publicación periódica, y que en él se alude a la época de 1960.
Con respecto a la presente edición en español, debemos aclarar algunas cuestiones que pueden crear confusión al lector.
En primer lugar, la obra a la cual se hace referencia en este libro es conocida en español como «La enfermedad infantil del "izquierdismo" en el comunismo», escrita por Lenin en 1920. Sin embargo, al referirse a ella a lo largo de todo el libro se la nombra como el «Extremismo». Hemos preferido mantener el término «Extremismo», siguiendo fielmente el original italiano, por considerar que la palabra «Extremismo» expresa con más precisión la idea que Lenin pretendía transmitir con su escrito. Por consiguiente, cuando en el texto dice el «Extremismo» debe entenderse que se refiere a «La enfermedad infantil del "izquierdismo" en el comunismo».
Por otro lado, en el texto original, al citar la obra de Lenin se utilizaron tres traducciones diferentes: en su mayor parte, se usó la versión en italiano de las Opere Scelte de Lenin publicadas en Moscú en 1948; en algunos casos, se prefirió utilizar otras versiones en alemán y francés porque se pensó que se ajustaban mejor al original. En concreto se usaron estas dos ediciones: 1) La Maladie infantile du Communisme (Le Communisme de gauche), París, 1920 (Bibliothèque Communiste, 123 rue Montmartre). 2) Der «Radikalismus», die Kinderkrankheit des Kommunismus, Leipzig, 1920 (publicada por el Secretariado de la Internacional Comunista).
En la presente edición, y tras comparar las diferentes versiones, hemos optado por sacar todas las citas de las Obras Completas en español publicadas por la Editorial Progreso (Moscú, 1986).
I. La escena del drama histórico de 1920
En la conmemoración de Lenin celebrada poco después de su muerte en la Casa del Popolo de Roma por iniciativa de la izquierda comunista, el conferenciante, después de haber hecho justicia acerca del «presunto oportunismo táctico de Lenin», citaba un pasaje del comienzo del libro clásico El Estado y la Revolución con estas palabras: «Lenin dice que es fatal que los grandes pioneros revolucionarios sean falsificados, como ha sucedido con Marx y con sus mejores seguidores. ¿Escapará el mismo Lenin a esta suerte? ¡Ciertamente no!».
Han pasado 36 años desde esta fácil previsión, y su balance, forjado paso a paso por la crítica despiadada de la izquierda, demuestra que el volumen de estiércol falsificador que el oportunismo ha intentado acumular sobre la figura de Lenin es al menos diez veces más nauseabundo que el arrojado sobre Marx.
El medio vil de los falsificadores siempre es el mismo: construir una leyenda en lugar de la realidad histórica que generó la formación del método y del programa de aquellos máximos comunistas, pescar en esa leyenda con citas locales, artificiales, separadas de las condiciones efectivas de lucha que dieron lugar a la formación de estos textos clásicos, y desvirtuar desvergonzadamente su valor aprovechándose de las difíciles condiciones de combate de la clase revolucionaria que, en la mayor parte de los casos, debido a la carencia económica en la que vive, debe contentarse con adquirir en traperías de tercera y cuarta mano el arsenal de sus armas teóricas.
Pero un trabajo marxista que sea conducido, como sucede en nuestras filas, sin diletantismos vacíos y vanidosos, y sin despreciables arribismos corruptores, muestra que en el Extremismo no hay página, no hay frase, que no deba volver a caer como un látigo implacable sobre la cara tan dura de los traidores y de los renegados.
Para hacer esto, es necesario dejar a un lado la retórica y la demagogia y hacer hincapié en la historia positiva de los hechos, único lugar en donde – y no en la baja crónica chismosa de los eventos contemporáneos – se lee el único curso luminoso de la doctrina y de la actuación revolucionaria, que desde hace un siglo los duendes intentan poner en contradicción.
Primavera de 1920
Solo cuatro años después del desembarco de Lenin en Rusia acontecía el Octubre de 1917, y superada la afrenta del oportunismo de la II Internacional naufragada en la guerra, apenas un año después (marzo de 1919) era fundada la Tercera.
En torno al partido bolchevique llegaban desde todas las partes del mundo maldiciones y aplausos, feroces invectivas y ardientes adhesiones. Durante la época a la que nos referimos el asunto prioritario del partido ruso no había dejado de ser la guerra civil contra los blancos, Denikin, Kolchak, Yudenich, Wrangel, las mil avalanchas apoyadas por los planes de ataque alemanes, ingleses, franceses, japoneses. Este período, que ya hemos tratado a fondo en los extensos trabajos acerca del camino de la revolución en Rusia, tuvo en primerísimo lugar esta lucha, no solo política sino abiertamente militar: todo estaba subordinado a la victoria.
Desde hace cuarenta años han intentado transformar a Lenin en un oportunista, y si lo hubiese sido, no habría dudado ni un minuto en elegir entre las adhesiones y las declaraciones de guerra. En un mundo de enemigos feroces, todos los amigos habrían sido aceptados incondicionalmente, ya que era urgente encontrar apoyos en un mundo internacional en el que todas las burguesías centuplicaban sus feroces esfuerzos, enfurecidas por el terror de la dictadura roja.
Lenin, por el contrario escribe ese texto de cara a la preparación del II congreso convocado para junio de 1920. Él sabe por las lecciones de la historia que – como este texto demuestra en primer lugar – la victoria en Rusia ha llegado porque el partido ha sido despiadado en su formación y preparación y porque no ha tenido miramientos a la hora de reconocer enemigos y aliados. Su primera preocupación es que el partido revolucionario mundial no se forme sin una rigurosa base doctrinal programática y de organización, incluso a costa de rechazar muchos adherentes de fuera de Rusia.
De esta operación selectiva se ofrece la versión banal, tomando prestadas las formas de la política burguesa parlamentaria. Ya estaba claro que había un peligro por la «derecha» puesto que elementos que estaban a caballo entre la II y la III Internacional querían penetrar en la nueva para enturbiarla: el centrismo, el kautskismo; contra éstos había golpeado ya ferozmente Lenin. Pero había otras adhesiones a las que había que analizar atentamente, y eran las que venían, según la jerga de los politicastros, de la «izquierda». Se trataba de anarquistas, libertarios, sindicalistas así llamados revolucionarios de la escuela de Sorel.
Todos estos elementos se adhirieron a los acontecimientos de Rusia en virtud de su aceptación de la violencia armada en la lucha de clase. Pero Lenin sabía muy bien que el ánimo de muchos necios (exquisitos cobardes individuales) frente al espectáculo de una tunda o de un tiroteo, no tenía nada que ver con la posición revolucionaria. Sabía que estos elementos, erróneamente llamados de izquierda, son frecuentemente de origen proletario y sinceros en su equivocación, pero sabía por lo demás muy bien que no se trata de impartir absoluciones morales sino de organizar las fuerzas revolucionarias, y sólo hacia estos elementos desviados usaba términos menos lacerantes que los empleados con los oportunistas de derecha (si bien tanto en un lado como en otro hay obreros engañados e intelectualoides que aspiran a jefes).
El peligro central contenido en este falso izquierdismo consiste en el rechazo de las enseñanzas fundamentales de la revolución rusa acerca del Estado y del partido como medios esenciales de la revolución, a lo largo de toda una fase histórica. En su doctrina y en su organización los anarquistas habían sido juzgados en la polémica de Marx y Engels dentro de la I Internacional. Lenin dice que en Rusia los anarquistas se habían mostrado completamente incapaces cuando predominaban en 1870-1880, «revelando la ineptitud del anarquismo como teoría revolucionaria». Por lo que respecta a los sindicalistas sorelianos, estos eran menos conocidos por Lenin ya que estaban en los países latinos, donde preferentemente la crítica de su doctrina había partido de los marxistas de derecha casi hasta la guerra (no sucedió así entre nosotros en Italia; por lo demás, es sabido que en el socialchovinismo cayeron socialistas reformistas, sindicalistas sorelianos y también anarquistas: Francia e Italia).
Pero Lenin veía el avance de esta escuela errónea en un ala llamada de izquierda de los comunistas alemanes del partido Spartakus, que se había dividido en KPD (Partido Comunista de Alemania) y KAPD (Partido Comunista Obrero de Alemania), y en los grupos holandeses de la Tribune de Gorter y Pannekoek.
¿Por qué ésta corriente, a pesar de su declarada simpatía por la revolución de Octubre, preocupa a Lenin? Precisamente porque Lenin no era un oportunista, sino un defensor del rigor teórico.
Lenin casi excusa a los falsos izquierdistas de Rusia y Francia ya que nunca habían estado sobre la línea de una tradición marxista. Con su genial intuición se preocupa de aquellos que se dicen siempre marxistas, al igual que hacemos nosotros hoy con quienes se dicen... leninistas. Lenin cita un artículo de Karl Erler con el edificante título «La disolución del partido» y con esta perla: «La clase obrera no puede destruir el Estado burgués sin destruir la democracia burguesa, y no puede destruir la democracia burguesa sin destruir los partidos». Lenin estalla diciendo: «Las cabezas más confusas entre los sindicalistas y los anarquistas de los países latinos pueden sentirse satisfechos al ver que alemanes sólidos, que se consideran firmes marxistas, llegan a decir disparates increíbles».
Punto central: la dictadura del partido
La Internacional Comunista no podía definirse solo por la reunión de aquellos socialistas que como medio de la lucha de clase del proletariado reivindican la violencia armada. La distinción habría sido insuficiente: Lenin tiene justamente sospechas de todos estos grupos (pero no tantas como de los derechistas, y dice en cierto pasaje: «También en el IX congreso de nuestro partido ruso (abril 1920) hubo una pequeña oposición que habló contra la "dictadura de los jefes", contra la "oligarquía", etc. Por tanto en la "enfermedad infantil" del "comunismo de izquierda" entre los alemanes, no hay nada de extraño, nada de nuevo, nada de terrible. Es una enfermedad que pasa sin peligro, y después de ella el organismo se fortalece»). Esta es la idea de Lenin sobre la famosa enfermedad infantil. Pero Lenin sabía muy bien el peligro que venía de los centristas y de la famosa «derecha». Ha sido la «enfermedad senil» del comunismo la que ha conducido al organismo revolucionario a la muerte actual, con un efecto mucho más deletéreo que la ruinosa crisis de la II Internacional.
En la ola de comentarios que la revolución rusa trajo consigo, la mayor parte de nuestros críticos y detractores, sin haber entendido nada de la grandiosa teoría de Marx-Lenin sobre la dictadura del proletariado, y con un coro que iba desde los burgueses de derecha a los demócratas y a los anarquistas, se puso a bramar contra los «dictadores», o el dictador Lenin.
Los liberales olvidaban las colosales figuras de sus dictadores, desde Cromwell a Robespierre, y a Garibaldi; entre los libertarios los hubo como los que se han citado en la conmemoración antes mencionada («Lenin en el camino de la revolución», conferencia pronunciada en la Casa del Popolo de Roma, el 24 de febrero de 1924 - NdT), los cuales habían escrito estúpidamente: ¿luto o fiesta? Los izquierdistas de Holanda, Alemania y otros países dudaban acerca de la «dictadura», y Lenin mostró justamente que lo hacían porque estaban imbuidos de una mentalidad democrática y pequeño-burguesa nada distinta de la que empujó al escándalo de los centristas kautskianos y de todos los imbéciles que desde entonces hasta hoy han gritado: ¡socialismo no es más que democracia, que libertad para todos! Y son las mismas figuras asquerosas que hoy hablan en nombre de Lenin.
Porque es precisamente en estas páginas, que habrían sido escritas contra nosotros, verdaderos marxistas de izquierda, donde Lenin elimina toda duda y toda distinción de principio entre dictadura del proletariado, dictadura del partido, e incluso dictadura de determinadas personas.
Lenin de hecho, en su V parágrafo titulado: «El comunismo en Alemania. Jefes, partido, clase, masas», cita ampliamente un opúsculo de los comunistas alemanes de izquierda, que plantea la vacía alternativa siguiente: ¿se debe, por principio, aspirar a la dictadura del partido comunista, o a la de la clase proletaria? y que, un poco más adelante, contrapone dos soluciones: el partido de los jefes que actúa desde arriba, y el partido de las masas que espera el ascenso de la lucha desde abajo.
La crítica que desarrolla Lenin contra esto se reduce a establecer que si se renuncia al «dominio del partido», cosa que escandalizaba a esos comunistas, se renuncia a la dictadura del proletariado y a la revolución, y si se quiere que el partido no actúe por mediación de los «jefes» solo por miedo a esta palabra, se vuelve a caer en la misma impotencia. El nuestro es un partido distinto a todos los partidos, nuestro engranaje de hombres revolucionarios es distinto a todos los engranajes aduladores y publicitarios de los demás movimientos. Y Lenin volverá a ligar esto a la necesidad vital de la organización «ilegal».
Con sus formidables dotes de claridad, Lenin no nos dará aquí definiciones filosóficas de las «categorías»: masas, clase, partido y jefes. El tiempo apremiaba y la sistematización viene por otro camino. Pero el texto de Lenin elimina cualquier duda acerca de la necesidad de que la dictadura sea del partido, y en determinados extremos incluso de determinados hombres del partido; lo cual desde entonces hasta hoy hace estremecerse a todos los bien pensantes, dispuestos no obstante a arrodillarse siempre ante un grupo de cuatro duces o, como decimos nosotros, de cuatro títeres.
¡Muy distinto a permitir designaciones electorales y consultas internas!
«El solo hecho de plantear la cuestión de "¿dictadura del partido o bien dictadura de la clase?, ¿dictadura (partido) de los jefes o bien dictadura (partido) de las masas?" testimonia la más increíble e irremediable confusión de ideas (...) Todo el mundo sabe que las masas se dividen en clases; que contraponer las masas y las clases solo es admisible en un sentido: si se opone una inmensa mayoría en su totalidad, sin dividirla según la posición ocupada en el régimen social de la producción, a categorías que ocupan una posición especial en ese régimen; que las clases son dirigidas de ordinario y en la mayoría de los casos (al menos en los países civilizados modernos) por partidos políticos; que los partidos políticos están dirigidos, como regla general, por grupos más o menos estables integrados por las personas más prestigiosas, influyentes y expertas, elegidas para los cargos de mayor responsabilidad y llamadas jefes. Todo eso es el abecé, todo eso es sencillo y claro» (Lenin, "La enfermedad infantil del "izquierdismo" en el comunismo", en Obras Completas, tomo 41, págs. 24-25, Ed. Progreso, Moscú, 1986).
Diagnosis correcta de la traición de los «jefes»
Estas límpidas palabras recuerdan a las de Engels con respecto a los anarquistas españoles: «Una revolución es el acto más autoritario que existe». La revolución de clase es una guerra, guerra civil; son necesarios un ejército, un estado mayor, un partido, y con la victoria un Estado, un gobierno, unos hombres en el poder.
El texto explica aquí que la confusión de las ideas surge por la necesidad de actuar en una situación ilegal, como la que se generó en Alemania después de la primera guerra, en lugar de la plena legalidad precedente:
«Cuando la marcha impetuosa de la revolución y del desarrollo de la guerra civil ha hecho necesario pasar rápidamente, de esta rutina a la sucesión de la legalidad y la ilegalidad y a su combinación, a procedimientos "incómodos", "no democráticos" para designar, formar o conservar los "grupos de dirigentes", la gente ha perdido la cabeza y ha empezado a inventar un monstruoso absurdo» (Ibídem, pág. 25).
Muchos buenos proletarios escaldados por las traiciones de los socialistas en 1914 adquirieron la desconfianza hacia el jefe, cualquiera que fuese. Lenin recuerda que la degeneración de los jefes es un tema antiguo y aclarado para los marxistas, y no se resuelve con la «contraposición de los jefes a las masas». No se trata de jefes malos y masas buenas, sino de un proceso degenerativo de los jefes y de las masas.
«La causa fundamental de este fenómeno la explicaron muchas veces Marx y Engels de 1852 a 1892 con el ejemplo de Inglaterra. La situación monopolista de dicho país destacó de la masa una "aristocracia obrera" semipequeñoburguesa y oportunista. Los jefes de esta aristocracia obrera desertaban constantemente al campo de la burguesía, que los mantenía de manera directa o indirecta. Marx se granjeó el odio, que le honra, de estos canallas por haberles tildado públicamente de traidores» (Ibídem, pág. 26).
Este fenómeno, dice Lenin, se ha repetido con la guerra en la II Internacional.
«(...) Ha surgido en todas partes dentro de la II Internacional ese tipo de jefes-traidores, oportunistas, socialchovinistas, que defienden los intereses de su gremio, de su grupito de aristocracia obrera. Estos partidos oportunistas se han aislado de "las masas", es decir, de los sectores más vastos de trabajadores, de su mayoría, de los obreros peor retribuidos. La victoria del proletariado revolucionario es imposible sin combatir este mal, sin arrancar la careta, poner en la picota y expulsar a los jefes oportunistas, socialtraidores. Tal es precisamente la política que ha aplicado la III Internacional» (Ibídem).
¿Qué marxista puede confundir esta posición histórica con la propuesta libertaria "... el mal está en el partido, el mal está en los famosos «jefes»"?
La cuestión era de principio y de programa y no de táctica contingente, o peor aún, local, nacional, alemana. El hecho histórico de que jefes y partidos enteros, los unos y los otros reclamándose al proletariado y también a su específica y clásica doctrina revolucionaria, se hayan pasado al bando del enemigo de clase, no conduce a repudiar el arma partido y el arma, si así queremos llamarla, «jefe». La doctrina marxista desde su aparición ha confutado para siempre tales objeciones, desde el Manifiesto que exige la organización del proletariado en partido de clase (que según los estatutos de la I Internacional «se opone a todos los demás partidos») a los escritos de Marx y Engels sobre la revolución y la contrarrevolución en Alemania; y así sucesivamente.
Hoy podemos decir más. En la época de Marx y de Lenin no se había dado todavía que un «Estado» proletario victorioso, como el ruso, degenerase hasta pasar al bando del enemigo de clase en la política exterior (alianzas bélicas) e interna (medidas económico-sociales capitalistas). Un hecho histórico semejante basta por sí solo para mostrar lo imbécil que es no ver que el oportunismo actual ha consumado algo veinte veces más infame que el del pasado, conocido por Marx y Lenin; no solo ha deshonrado a partidos y hombres del proletariado sino que ha deshonrado al primer estado de la dictadura proletaria. Pero este hecho no se explica únicamente diciendo: el hombre es corruptible, el proletariado es corruptible, el socialista y comunista es corruptible, y el partido es corruptible; sino: que el mismo Estado proletario sea corruptible – ¡por efecto de las relaciones entre fuerzas históricas reales y no porque la carne sea débil, u otras explicaciones éticas! – no autoriza a decir: renunciamos al Estado; ¡el poder es una porquería, y corrompe a todos!
Esta herejía teórica era bien conocida por Marx y por Lenin, que la trituraron para siempre. Lenin percibe en los errores de principio de los izquierdistas alemanes la misma idea equivocada: horror hacia el poder; y remacha que debemos saber empuñar todas estas armas difíciles: los hombres, el partido, el timón del gobierno estatal. El problema es el de indicar la vía histórica por la cual nuestros militantes políticos, nuestro partido revolucionario, nuestro aparato estatal, serán diametralmente distintos a todos los que ha presentado el pasado, desgraciadamente en parte también proletarios: y alcanzarán la forma original teorizada en nuestra doctrina.
Lenin que ha planteado este problema insuperablemente pero que – como hombre y mortal que era – no ha visto llegar la solución, comprendió que los izquierdistas de Alemania, al igual que habían abierto la brecha a las dudas contra la forma partido, dudaban también de la forma Estado, y no habían comprendido, doctrinalmente, la forma histórica de la dictadura, enunciada sin vacilaciones por el marxismo. Ellos creían falsamente que el partido se debía disolver rápidamente para no ver más traidores, e incluso disolver el Estado para evitar las famosas y pequeño burguesas, «seducciones corruptoras del ejercicio del poder».
Duración de la dictadura
Antes de cerrar esta demostración, de que el peligro contra el cual se levantó Lenin no era el error de táctica del cual hablaremos en otro momento, sino un fundamental error de principio, y por lo tanto un error que no se soluciona solo con medidas de organización interna de partido – y en aquel momento histórico se trataba de tomar las medidas «constituyentes» del nuevo partido comunista mundial, en cuyo seno se evita el error, en la mayoría de los casos, no dejándose seducir por la llegada de un flujo de adherentes, sino cortando por lo sano con el hierro inmisericorde de las escisiones y de las difamadas «excomuniones» – ofreceremos el pasaje de Lenin, de incomparable vigor, del cual se deduce que la dictadura debe aceptarse no para un breve instante, sino para toda una dura y larga fase histórica. La dictadura no es un remedio «de emergencia», como se diría hoy en la jerga de moda, sino que es la parte vital, el oxígeno que alimenta nuestra teoría y nuestra batalla.
«(...) Proclamar en general la inutilidad y el carácter burgués de los partidos políticos (...) [confirma] ¡Cuán cierto es que de un pequeño error puede hacerse siempre uno monstruosamente grande si se insiste en él, si se profundiza para encontrarle justificación y se intenta llevarlo hasta el fin!»
«Negar la necesidad del partido y de la disciplina de partido: tal es el resultado a que ha llegado la oposición. Y eso equivale a desarmar por completo al proletariado en provecho de la burguesía. Equivale precisamente a la dispersión, la volubilidad y la incapacidad para dominarse, unirse y actuar de manera organizada, defectos típicamente pequeñoburgueses que, de ser indulgente con ellos, llevan de manera inevitable a la ruina todo movimiento revolucionario del proletariado» (Ibíd. pág. 27).
Desde este punto en adelante el texto es tan clásico, y – con esto concluiremos el presente apartado – y concuerda tan plenamente con las tesis de la izquierda marxista italiana, las cuales sostenemos hoy que ya no vive Lenin, sostuvimos cuando él estaba presente y habíamos sostenido antes de la unión de nuestro movimiento en Italia con la nueva Internacional y con Lenin (unión que acaeció precisamente en aquellos meses de 1920, en los que Lenin personalmente organizó el viaje a Moscú de un delegado de la fracción comunista abstencionista del partido socialista, no incluida en la delegación «democráticamente elegida») que, como decíamos, desde este punto en adelante, las cursivas están puestas por nosotros y no por Lenin.
«Negar la necesidad del partido desde el punto de vista del comunismo significa saltar de la víspera de la bancarrota del capitalismo (en Alemania), no a la fase inferior o media del comunismo, sino a su fase superior. En Rusia (después de más de dos años de haber derribado a la burguesía) estamos dando aún los primeros pasos en la transición del capitalismo al socialismo o fase inferior del comunismo. Las clases siguen existiendo y existirán durante años [subrayado de Lenin] en todas partes después [idem] de que el proletariado conquiste el poder. Es posible que en Inglaterra, donde no hay campesinos (¡pero existen, sin embargo, pequeños patronos!), ese plazo sea más corto. Suprimir las clases no significa sólo expulsar [o aniquilar, nota nuestra] a los latifundistas y a los capitalistas – esto lo hemos hecho nosotros con relativa facilidad – significa también [aquí es Lenin quien subraya] suprimir a los pequeños productores de mercancías. Pero a éstos no se les puede expulsar, no se les puede reprimir; hay que convivir con ellos, y sólo se puede (y se debe) transformarlos, reeducarlos, mediante una labor de organización muy larga, lenta y prudente. Estos pequeños productores cercan de elemento pequeñoburgués al proletariado, lo impregnan de ese elemento, lo corrompen con él, provocan sin cesar en el seno del proletariado recaídas de pusilanimidad pequeñoburguesa, de atomización, de individualismo, de vaivenes entre la exaltación y el abatimiento. Para hacer frente a eso, para conseguir que el proletariado desempeñe acertada, eficaz y victoriosamente su función organizadora (que es su función principal) [Los últimos subrayados de Lenin quieren decir que los semiproletarios pueden haber ayudado en la guerra civil, pero después desorganizan y descentran] son necesarias una centralización y una disciplina severísimas en el partido político del proletariado. La dictadura del proletariado es una lucha tenaz, cruenta e incruenta, violenta y pacífica, militar y económica, pedagógica y administrativa contra las fuerzas y las tradiciones de la vieja sociedad. La fuerza de la costumbre de millones y decenas de millones de personas es la fuerza más terrible. Sin un partido férreo y templado en la lucha, sin un partido que goce de la confianza de todo lo que haya de honrado en la clase dada [nosotros añadimos que, al igual que en las masas, también en la clase existen residuos malsanos, víctimas de la influencia contrarrevolucionaria, y que en principio, allí donde no se los pueda tratar pedagógicamente, se los tratará represivamente sin piedad], sin un partido que sepa pulsar el estado de ánimo de las masas e influir en él [¡no examinarlo!] es imposible sostener con éxito esta lucha».
«Es mil veces más fácil vencer a la gran burguesía centralizada [léase monopolista y fascista] que "vencer" a millones y millones de pequeños patronos, los cuales llevan con su cotidiana y prosaica labor corruptora, invisible e inaprehensible a los mismos resultados que necesita la burguesía y que restauran a ésta [subrayados de Lenin]. Quien debilita, por poco que sea, la disciplina férrea del partido del proletariado (sobre todo en la época de su dictadura), ayuda de hecho a la burguesía contra el proletariado» (Ibídem, pág. 27-28).
Con esta explícita y resuelta formulación Lenin ha querido quitar de en medio otra superstición de los comunistas de izquierda, que pensaban que el soviet obrero era un sustituto del partido comunista, y que por lo tanto su instauración, equivalente a la dictadura del proletariado ya que los burgueses no votaban para los soviets, autorizaba la «disolución del partido político», hasta el punto de sugerir la convocatoria de los soviets antes de la lucha revolucionaria. Los izquierdistas italianos desde 1919 habían combatido decididamente esta tesis antimarxista, que después fue condenada en el II congreso en la resolución sobre los soviets o consejos de fábrica, de los cuales convendrá hablar luego.
Estrategia y táctica de la Internacional
La prensa del oportunismo estalinista durante estos días ha subrayado que han pasado cuarenta años desde la aparición del Extremismo de Lenin. Para esta gentuza solo existen ceremoniales, y notas de apuntes de fechas establecidas para lanzar cumplidos convencionales, cumpleaños, onomásticas y demás chirigotas. Naturalmente los fragmentos del Extremismo interesan muchísimo, y siempre manipulándolos, para usarlos contra la izquierda italiana, y los reproducen si bien son elogiosos más que otra cosa. Pero este es un mínimo aspecto dentro de nuestra exposición, y también con Lenin dimos prioridad a la discusión del método internacional, y no de la pequeña provincia itálica.
Nos interesa establecer aquí que Lenin trató cuestiones de táctica contingente o nacional con el único fin de clarificar puntos de principio acerca de la constitución y la estrategia histórica del movimiento comunista revolucionario, con la mirada siempre clavada en los objetivos de la revolución mundial y de la organización del partido comunista mundial.
Demostraremos que la izquierda italiana le apoya en esta tarea vital, y le comprende mejor que nadie en sus puntos cruciales. Pero para ser más claros en nuestra exposición, que no puede ser breve, se citan los puntos tácticos que, según la acepción más conocida, fueron imputados en aquella ocasión a los alemano-holandeses, en la medida en que siempre ha sido cómodo identificar la posición de aquellos con la de los italianos.
La oposición alemana se sostenía sobre dos puntos prácticos. Ante todo, defendía la salida de los comunistas de los sindicatos oportunistas, llamados en aquel tiempo «reaccionarios»; y sobre este punto no tenía nada en común con los comunistas italianos. Si bien en Italia hubo, con tendencia anarquista, esos sindicatos de izquierda que el KAPD proponía fundar en Alemania, nosotros nunca sostuvimos la escisión sindical en Italia y trabajamos dentro de la muy reformista «Confederazione Generale del Lavoro» para derribar a sus dirigentes, según la precisa táctica preferida por Lenin.
Aquí la solución táctica se deriva directamente de los principios. De forma primaria la función revolucionaria está en el partido, y no en los sindicatos, o en los consejos de fábrica. Por lo tanto la exigencia era, y Lenin obviamente lo aprobaba, formar el nuevo partido comunista escindiendo el partido político, y no boicoteando el sindicato de derecha u otro sindicato; más bien propugnando, entonces, el sindicato unitario.
Pero el segundo error de los izquierdistas alemanes era el boicot a las elecciones parlamentarias. He aquí, gritan los filisteos, lo que Lenin estigmatizó en alemanes e italianos. Pero Lenin sabía y enseñó que en cada caso la posición era diferente.
No es fácil que el tonto común entienda que una cosa es negar la función primaria del partido comunista en la insurrección revolucionaria y en el Estado, para dejársela a otros órganos proletarios «inmediatos» como los sindicatos, consejos, y soviets, en los que el inmediatismo es nuestro principal enemigo, y de esta negación del aspecto político de la lucha hacer derivar la negación de la lucha parlamentaria; distinto es contraponer, en este pasaje histórico dado, la política legalista a la política revolucionaria, punto sobre el cual discutimos con Lenin sin ponernos de acuerdo, pero aceptando su resolución por disciplina.
Nos resultará fácil al final de este estudio o en uno sucesivo, dedicado al parlamentarismo, demostrar que realmente en principio nosotros estábamos con Lenin, y la divergencia era táctica, mientras que los traidores actuales en principio están, en la cuestión del parlamentarismo, contra Lenin y contra nosotros. De hecho en el II Congreso se discutió acerca de la vía mejor para destruir el parlamentarismo, y Lenin con la mayoría preponderante sostuvo que la destrucción se hiciese desde dentro y no desde fuera. Se entró dentro, y los parlamentos no solo siguen estando ahí, sino que los bufones que se llaman leninistas juran sobre su eternidad y están dispuestos a combatir para defenderlos. Siguiendo sus huellas, las masas no están menos desviadas y van a votar con fe socialdemocrática como si se tratase de una «vía al socialismo».
La trama del trabajo de Lenin
Para mostrar nuestra diferencia con aquellos que citan frases sueltas, y que haciendo esto no pueden dejar de ser alumnos de los falsificadores estalinistas, deduciremos las posiciones de programa y de principio con un examen de todas las partes, ordenadas, del opúsculo sobre el Extremismo.
Recordaremos el sumario, después de haber suministrado otros datos históricos. En las tesis del II congreso «Sobre las tareas principales de la Internacional Comunista», en el punto 18, se declaran inadecuadas las concepciones que sobre las relaciones entre el partido, la clase obrera y las masas, tienen una serie de movimientos, presentes en el Partido obrero comunista de Alemania, en parte del Partido comunista suizo, en la revista húngara Kommunismus (cuya lucha a favor de la revolución rusa no escondía errores doctrinales en un sentido idealista), en la Federación obrera socialista inglesa, en los I.W.W. (Trabajadores Industriales del Mundo) estadounidenses, en los Shop Stewards escoceses (comités de fábrica). Es cierto que aquí también se condena conjuntamente el boicoteo sindical y el de los parlamentos, pero se trata en efecto de una toma de posición de los marxistas ortodoxos contra aquello que aún hoy combatimos, incluso en grupos antiestalinistas, bajo el nombre de«inmediatismo».
Otra cuestión. En una reunión precongresual en Petrogrado se discute si estos movimientos podían ser admitidos al congreso como secciones, y no como simples oyentes. En medio de una cierta sorpresa, incluso entre los rusos, el delegado de la izquierda italiana propuso su exclusión con el argumento de que se trataba del congreso de la Internacional de los partidos políticos, y solo los partidos comunistas se podían adherir. Esto fue después aclarado a fondo en las «condiciones de admisión», los célebres 21 puntos.
¿Queremos pues hacer uso del Extremismo de Lenin? Bien. Se trata de leerlo y de saberlo leer. El marco histórico ya lo hemos dado. Este es el sumario:
1.- ¿En qué sentido puede hablarse de la importancia internacional de la revolución rusa?
2.- Una condición fundamental del éxito de los bolcheviques.
3.- Etapas principales de la historia del bolchevismo.
4.- ¿En lucha contra qué enemigos en el seno del movimiento obrero ha podido crecer, fortalecerse y templarse el bolchevismo?
5.- El comunismo "de izquierda" en Alemania. Jefes, partido, clase, masas.
6.- ¿Deben actuar los revolucionarios en los sindicatos reaccionarios?
7.- ¿Cabe participar en los parlamentos burgueses?
8.- ¿Ningún compromiso?
9.- El comunismo "de izquierda" en Inglaterra.
10.- Algunas conclusiones.
Anexo:
1.- La escisión de los comunistas alemanes.
2.- Los comunistas y los independientes en Alemania.
3.- Turati y Cía en Italia.
4.- Conclusiones erróneas partiendo de premisas justas.
Como hemos dicho, hemos recordado el momento histórico que induce a Lenin a escribir este texto, importantísimo por contener tesis válidas en todas las épocas y que hoy los proclamados leninistas oficiales ultrajan a cada momento. Después nos hemos detenido en el tema del parágrafo 5 para mostrar cual fue la principal preocupación de Lenin: el peligro de la desvalorización de la función primaria del partido, y el temor a la dictadura del partido. Una auténtica y clásica condena del abusado antipoliticismo inmediatista y obrerista, siempre derrotado por el marxismo clásico.
Tocaremos a continuación todos los demás puntos. Sobre la cuestión del parlamentarismo subrayaremos que la línea de Lenin prevé boicot y participación; recordaremos la historia del partido italiano, y la ridícula fase de la salida conjunta del Aventino(1) burgués propugnada por los centristas, mientras la izquierda, que ya no dirigía el partido, impuso la vuelta al parlamento.
Citaremos un pasaje en el que Lenin muestra que tal vez los abstencionistas habrían hecho bien en escindirse en Bolonia, en octubre de 1919, de la enorme mayoría que se mostraba a favor de las elecciones y de Turati.
Sobre la teoría del compromiso recordaremos que se trata del rechazo a la paz de Brest-Litovsk en 1918, mientras que la izquierda italiana, sin ningún vínculo aún, hizo propia la tesis de Lenin sobre la firma del tratado con los bandidos alemanes, y no la de la guerra revolucionaria hasta el exterminio (2). Sobre la cuestión de los sindicatos y consejos de fábrica será fácil demostrar que, entonces y después, la tesis combatida por la Internacional fue precisamente la de los ordinovistas gramscianos, de sospechosa ortodoxia siempre.
Reconocemos que un modo como éste de leer a Lenin o a Marx es laborioso. Pero es el único que protege contra la extendida ruina oportunista. Quien quiera ir tras lo facilón y quien quiera contentarse con lugares comunes y frases entresacadas fraudulentamente, que espere sentado.