Haymarket vive

Por Palermo Bronx
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Los socialistas conmemoramos otro Día Internacional de los Trabajadores, sin que la importancia de esta gloriosa fecha sea aún comprendida en toda su profundidad por la clase obrera en general. Mientras se siguen imponiendo fechas religiosas como las navidades, los carnavales y las pascuas año tras año, obligados todos, inclusive los no creyentes, a celebrar el carácter universal del aquellas fiestas, muchos trabajadores con más superstición que conciencia desconocen el significado de este día tan suyo; otros, en países como la Argentina, creen que se trata de exaltar la ideología de algún militar populista del pasado. En los Estados Unidos la situación es todavía más desoladora, ya que el 1º. de Mayo directamente no se celebra allí.

La industria americana daba sus primeros pasos en la Revolución Industrial y en Europa las dos más importantes corrientes del movimiento obrero ya habían sido organizadas por Marx y Bakunin. Era el año 1886. El farmacéutico Pemberton inventaba y comercializaba la Coca-Cola y el ingeniero Benz patentaba el primer automóvil. Hertz, a partir de las teorías de Maxwell y Faraday, descubría la radiación electromagnética, un invento que más tarde posibilitaría el desarrollo del radio, de la televisión, del teléfono y, en fin, de las telecomunicaciones tal cual las conocemos en el presente. Pero también eran tiempos muy difíciles para la clase obrera, que se encontraba sometida a jornadas extenuantes de hasta 18 horas, a la represión de la patronal y a la negligencia del Estado reaccionario. He ahí el capitalismo en su estado más puro: explotación de la mano de obra, progreso vertiginoso de la tecnología y ausencia estatal en las cuestiones sociales y laborales, todo puesto al servicio de una burguesía desalmada y sedienta de lucro.

En ese contexto se organizaban los obreros para la lucha en Chicago por la implementación efectiva del régimen de 8 horas diarias de trabajo, algo que ya se acordara y que pocos meses antes se había convertido en ley. La huelga —y su respectiva represión— no se hicieron esperar. Tres días más tarde, en la Plaza Haymarket, un policía resultaría muerto y otros tantos heridos. Por esta fatalidad habrían de pagar los más notorios líderes del movimiento anarquista: Parsons, Engel, Fischer, Spies (ahorcados), Lingg (se suicidó para eludir la ejecución), Schwab, Neebe y Fielden (encarcelados). Sus nombres deberán quedar grabados por siempre en la memoria de todo el pueblo.

José Martí, quién fue testigo de la ejecución de estos héroes como periodista corresponsal en Chicago, nos dejó el siguiente relato: “[…] Salen de sus celdas. Se dan la mano y sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas plateadas, les ciñen los brazos al cuerpo con una cinta de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en una hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro. Hay plegaria en el rostro de Spies, firmeza en el de Fischer, orgullo en el del Parsons; Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: ‘la voz que quieren sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora’. Los encapuchan, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos cuelgan y se balancean en una danza espantosa”.

Feliz día. A no olvidar nunca a los ocho camaradas, los “Mártires de Chicago”: