AL HILO DEL TIEMPO
En una cita de Engels (1) hecha recientemente a propósito de la valoración
marxista de la revolución rusa destacamos la frase: "el tiempo de los pueblos elegidos
ha terminado". Es poco probable que llegue alguien que quiera romper lanzas en
favor de la tesis opuesta, después de la infame escalada que ha conducido al nazismo
alemán; y tras la suerte sufrida por los hebreos que purgan muy caro la increíble y
milenaria furia racista: triturados, primero por el odio ario de Hitler, luego por los
negocios imperiales británicos, hoy por el inexorable aparato soviético, mañana muy
probablemente por la cosmopolita, tolerante y cháchara política estadounidense que ya
está incando el diente en la carne negra.
Mucho más difícil será hacer reconocer que ha pasado el tiempo de los
individuos elegidos, de los "hombres del destino" – como Shaw llamó a Napoleón,
sobre todo para ridiculizarlo vestido con pijama –
en una palabra, de los grandes
hombres, de los caudillos y jefes históricos, de los Supremos Guías de la humanidad.
En realidad desde todos los lados y al unísono en todos los credos, católicos
o masones, fascistas o demócratas, liberales o socialistoides, parece que - en una
medida mucho más extensa que en el pasado – no se pueda hacer otra cosa que exaltar y
postrarse con servil admiración ante el nombre de cualquier personaje, atribuyéndole a
cada paso el mérito entero del éxito de la "causa" de que se trate.
Todos coinciden en atribuirle influencias determinantes sobre los
acontecimientos pasados y sobre los por venir, y en otorgarle por supuesto las
cualidades personales de los jefes que ya se aposentaron en la sublimidad: disputan
hasta la náusea si debe hacerse por aclamación o votación democrática, o bien por
imposición del partido, e incluso mediante un golpe de fuerza del sujeto en cuestión,
pero coinciden en hacer que todo dependa del éxito de esta acción, tanto en el campo
amigo como en el enemigo.
Pues bien, si este criterio generalizado fuera cierto, y nosotros no tuviéramos
la fuerza de negarlo y minarlo, deberíamos confesar que la doctrina marxista ha caído
en la peor de las bancarrotas. Pero muy al contrario, y como de costumbre, no hemos
cesado de fortalecer estas dos posiciones: la del marxismo clásico, que ya había
jubilado a los grandes hombres; y la de los tejedores de telarañas, que con la actual
revalorización de la obra de los grandes hombres, puesta recientemente en circulación,
confirma la teoría marxista por otros caminos.
El resto de la obra se puede descargar aquí:
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
En una cita de Engels (1) hecha recientemente a propósito de la valoración
marxista de la revolución rusa destacamos la frase: "el tiempo de los pueblos elegidos
ha terminado". Es poco probable que llegue alguien que quiera romper lanzas en
favor de la tesis opuesta, después de la infame escalada que ha conducido al nazismo
alemán; y tras la suerte sufrida por los hebreos que purgan muy caro la increíble y
milenaria furia racista: triturados, primero por el odio ario de Hitler, luego por los
negocios imperiales británicos, hoy por el inexorable aparato soviético, mañana muy
probablemente por la cosmopolita, tolerante y cháchara política estadounidense que ya
está incando el diente en la carne negra.
Mucho más difícil será hacer reconocer que ha pasado el tiempo de los
individuos elegidos, de los "hombres del destino" – como Shaw llamó a Napoleón,
sobre todo para ridiculizarlo vestido con pijama –
en una palabra, de los grandes
hombres, de los caudillos y jefes históricos, de los Supremos Guías de la humanidad.
En realidad desde todos los lados y al unísono en todos los credos, católicos
o masones, fascistas o demócratas, liberales o socialistoides, parece que - en una
medida mucho más extensa que en el pasado – no se pueda hacer otra cosa que exaltar y
postrarse con servil admiración ante el nombre de cualquier personaje, atribuyéndole a
cada paso el mérito entero del éxito de la "causa" de que se trate.
Todos coinciden en atribuirle influencias determinantes sobre los
acontecimientos pasados y sobre los por venir, y en otorgarle por supuesto las
cualidades personales de los jefes que ya se aposentaron en la sublimidad: disputan
hasta la náusea si debe hacerse por aclamación o votación democrática, o bien por
imposición del partido, e incluso mediante un golpe de fuerza del sujeto en cuestión,
pero coinciden en hacer que todo dependa del éxito de esta acción, tanto en el campo
amigo como en el enemigo.
Pues bien, si este criterio generalizado fuera cierto, y nosotros no tuviéramos
la fuerza de negarlo y minarlo, deberíamos confesar que la doctrina marxista ha caído
en la peor de las bancarrotas. Pero muy al contrario, y como de costumbre, no hemos
cesado de fortalecer estas dos posiciones: la del marxismo clásico, que ya había
jubilado a los grandes hombres; y la de los tejedores de telarañas, que con la actual
revalorización de la obra de los grandes hombres, puesta recientemente en circulación,
confirma la teoría marxista por otros caminos.
El resto de la obra se puede descargar aquí:
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]