Marta Harnecker o el método de la tergiversación
Marta Harnecker niega la posibilidad de un proyecto socialista estrechamente vinculado a toda doctrina científica de Marx
Manuel Pérez Martínez "Arenas" | 24-6-2010 a las 22:44 | 341 lecturas
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Marta Harnecker o el método de la tergiversación
Publicado en Resistencia n° 15, marzo 1991
Ko’eyu Latinoamericano, revista de análisis político-cultural, ha publicado, en su n° 55, una entrevista con Marta Harnecker, autora de Conceptos elementales del Materialismo Histórico, libro que, como ya sabrán nuestros lectores, fue muy difundido en España en los años sesenta. Esta entrevista, a decir verdad, ha llamado mucho más nuestra atención que aquel libro, por cuanto que, además de exponer en ella sus ideas sobre la crisis del marxismo y hablar del pasado, el presente y el futuro del socialismo -situando a la revolución cubana en el centro de sus reflexiones- Marta Harnecker esboza una crítica a las concepciones que ella misma ha estado defendiendo. Esta nueva toma de posición supone, sin ninguna duda, un paso hacia delante. Sin embargo, aún se hace notar el peso del fardo que lleva a cuestas y del que, al parecer, no puede o no sabe desprenderse. Su eclecticismo en todas las cuestiones básicas o de principios, se hace notar desde las primeras líneas. Esto es lo más característico, lo que más destaca en toda la entrevista.
Tomemos sus propias declaraciones: «Creo que es preciso separar la crisis del marxismo y la crisis del socialismo. Son dos cosas distintas. El marxismo es una ciencia. El socialismo es un proyecto de sociedad». En esta separación arbitraria que hace Marta entre marxismo y socialismo -fórmula que ha cogido prestada de su maestro, el gran Althusser*-, se halla el meollo de su concepción teórica y política. Luego la veremos establecer otras divisiones del mismo estilo.
Que el marxismo es una ciencia que, por lo demás, no ha de ser confundida con el «proyecto», está fuera de toda discusión. Pero, ¿en qué consiste la diferencia? ¿No puede haber un proyecto socialista igualmente científico? Sabemos que sí puede haberlo y que este proyecto se halla unido, como la uña a la carne, a la ciencia del marxismo. ¿No conoce Marta dicho proyecto? Naturalmente, también existe otro, el mismo que han defendido siempre los revisionistas, desde Bernstein hasta Gorbachov. Si M. Harnecker se refiere a este último tendríamos que darle la razón. Mas ella no menciona en ningún momento el revisionismo y, por el contrario, niega la posibilidad de un proyecto socialista estrechamente vinculado a toda doctrina científica de Marx; de lo que resulta una apología de todas las aberraciones de los oportunistas. La idea expuesta por Marta Harnecker puede servirles a éstos, además, para seguir ostentando la insignia del marxismo sin tener que preocuparse para nada de camuflar el verdadero carácter burgués de sus proyectos. ¿Acaso no es lo que tratan de seguir haciendo? Pocas veces se presentan tales proyectos como lo que realmente son: distintas variantes del viejo programa liberal-reformista. En cambio, a la hora de hacer balance de sus fracasos, nadie duda en atribuírselos al marxismo. La jugada del imperialismo y de la burguesía resulta, en este caso, una verdadera obra maestra.
Marx contra el marxismo
El marxismo no es la «misma cosa» que el socialismo, ciertamente, pero tampoco es ajeno. El socialismo forma parte del marxismo junto a la economía política y la filosofía el materialismo dialéctico. Por este motivo, separar el socialismo del marxismo, o de cualquier otra de sus partes constitutivas, equivale a vaciarlo de contenido.
Marta Harnecker despoja al marxismo de sus partes más esenciales. Para ella, el marxismo no es, como para nosotros, una concepción integral del mundo, de la sociedad y del mismo proceso del pensamiento del hombre; no es un arma afilada para la transformación revolucionaria de la sociedad por el proletariado, sino tan sólo «un método de análisis», una «ciencia» del método aséptica, que no toma partido ni se mancha las manos en la lucha de clases. O sea, ella concibe el marxismo como una nueva metafísica, como una teología desligada de la práctica, capaz de explicar los misterios del mundo, pero inoperante a efectos prácticos e incluso teóricos.
Lenin definió al marxismo como «el sistema de las ideas y la doctrina de Marx». «El estudio de las relaciones de producción de una sociedad determinada y concreta en su aparición, su desarrollo y su decadencia en la historia, es lo que constituye el contenido de la doctrina de Marx»; en tanto que sus ideas «dan en conjunto el materialismo moderno como teoría y programa del movimiento obrero de todos los países». Lenin destaca, además, que para Marx, «el materialismo despojado de este aspecto era, y con razón, un materialismo a medias, unilateral, sin vida». Marx analiza las relaciones de producción «en una sociedad determinada y concreta», y lo hace con fines prácticos, es decir, para poder precisar la estrategia de la lucha revolucionaria del proletariado. Esto es, en resumen, el socialismo científico.
Pero M. Harnecker, no contenta con su logro anterior, y continuando en la misma línea de razonamiento, lleva a cabo un divorcio mucho más importante y decisivo: el del propio Marx con el marxismo. Veamos como lo consigue: «Marx fue reacio a utilizar el término marxismo para denominar sus investigaciones». La razón de esta supuesta reserva de Marx no puede ser más simple, ya que, según explica más adelante la misma autora, «se habla de matemática, de física, de antropología, de psicoanálisis, pero no se habla de galileismo, newtonismo, levy-straussismo, freudismo, porque toda ciencia tiene un desarrollo que trasciende a su fundador y a la vez tiende a requerir un desarrollo cada vez más colectivo».
Marx no fue «marxista» en el sentido dogmático del término, y en este punto Marta tiene toda la razón. Recordemos al respecto la diatriba lanzada por el propio Marx contra tales «marxistas»: «¡He sembrado dragones y han salido pulgas!». ¿Quiere decir esto que Marx se hubiera mostrado en desacuerdo con los dragones que nacieron posteriormente bajo la denominación de marxismo? Lenin y Mao fueron marxistas. Además, hoy podemos decir que Lenin fue leninista y Mao maoísta; o sea que su marxismo no les impidió desarrollar la ciencia de su fundador. Más bien lo contrario. Su firmeza en los principios les permitió hacer importantísimas contribuciones al desarrollo de las «investigaciones científicas» comenzadas por Marx y Engels y, al igual que ellos, siempre vincularon sus estudios a la práctica del movimiento revolucionario de los obreros y campesinos explotados y oprimidos por el capitalismo; estimularon su organización, la orientaron y se pusieron al frente de ella. De modo que sus investigaciones nunca tuvieron que ver con las que se realizan en laboratorios y gabinetes; no investigaron «por amor a las ciencias» ni para que la burguesía se aprovechara de sus descubrimientos (cosa, por demás, imposible, dada la naturaleza de clase de su doctrina), sino para que los trabajadores de todo el mundo se unieran y dispusieran de un arma afilada con la que abatir a los explotadores.
«La doctrina de Marx es todo poderosa porque es exacta. Es completa y ordenada y da a la gente una concepción monolítica del mundo, una concepción intransigente con toda superstición, con toda reacción y con toda defensa de la opresión burguesa» (1). De estas palabras de Lenin no se infiere, como lo han interpretado siempre las mentes más estrechas, que aquél considerara al marxismo como un sistema de ideas cerrado o ya acabado. Marx, efectivamente, tomó distancias respecto a tales «marxistas», declarando en tono irónico: «por lo que a mí respecta, yo no soy marxista», lo cual, como se podrá comprender fácilmente, tiene muy poco que ver con la denominación a que alude Harnecker. En ese pasaje que acabamos de citar, Lenin se refiere al marxismo como doctrina «completa y ordenada», como «concepción monolítica del mundo», frente a los que, como Marta Harnecker, pretenden revisarlo, parcelarlo y hacerlo compatible con la superstición.
Del Marx «científico» o del Marx «teórico» hemos oído hablar muchas veces. Del Marx marxista, del Marx revolucionario, del Marx que vincula la teoría a la práctica, rara vez se habla.
Generalmente este aspecto de las ideas y de la actividad de Marx suele ser presentado como un «momento», como un accidente sin ninguna trascendencia. Marta Harnecker olvida la crítica que hiciera el mismo Marx al viejo materialismo, poniendo al descubierto, como uno de sus defectos fundamentales, su incomprensión de la importancia de la acción revolucionaria. De ahí que ella no pueda comprender tampoco por qué Marx, «dedica durante toda su vida, paralelamente a los problemas teóricos, gran atención a las cuestiones de táctica de la lucha de clase del proletariado» (Lenin); no puede entender que Marx integrara la teoría a la práctica, su participación activa en la Liga de los Comunistas o que posteriormente fundara la I Internacional, convirtiéndose en el «alma de la Asociación».
El marxismo actúa en el dinámico y complejo mundo de la economía y de la lucha de clases, y no puede ser equiparado con la matemática o con cualquier otra ciencia que opera con axiomas, categorías y magnitudes más o menos fijas y, por tanto, mensurables. Por la misma razón, Marx tampoco puede ser comparado con ningún antropólogo o matemático, ya que en él se funde el científico con el hombre de acción: el pensador con el revolucionario proletario.
La misma confusión que ha hecho incubar a Marta una idea tan peregrina del marxismo, a reducirlo a tan sólo una mera cuestión de metodología, ignorando todo lo demás, le impide comprender que no puede ser designado con otra denominación distinta, aunque sea referido a una sola de sus partes constituyentes. Pues el marxismo no es sólo una filosofía, no es sólo una economía, no es sólo una política. Es todo eso junto y otras muchas cosas a la vez. De ahí el término. Este se deriva del nombre de Marx, y designa toda la obra realizada por él, junto con Engels, la cual, ya hemos visto, se extiende también a la participación de ambos en las luchas sociales de su tiempo, a su posición de clase, etc. Eso es el marxismo, lo demás viene dado por el uso y el abuso que han hecho muchas veces los discípulos de Marx de sus ideas y de su nombre.
Marta Harnecker hace un llamamiento para que se abandone la posición clasista en las ciencias, pues considera que éstas son «neutrales» o poco menos. Ni siquiera es capaz de reconocer el partidismo de la burguesía en aquellas ciencias cuyo objetivo específico suscita, según palabras de Marx, «las más violentas, mezquinas y abominables pasiones del corazón humano: la furia del interés privado». Por su parte, Lenin también denunció esta actitud de la burguesía, adoptada con relación a la doctrina de Marx, al tiempo que añadía: «esperar una ciencia imparcial en una sociedad de esclavitud asalariada sería la misma pueril ingenuidad que esperar de los fabricantes imparcialidad en cuanto a la conveniencia de aumentar los salarios de los obreros en detrimento de las ganancias del capital» (2). La posición de clase de Marx y su actitud como científico concuerda perfectamente con el carácter social de los fines que persigue. En esta unidad de compromiso político militante a favor de los explotados y oprimidos, asumida por Marx, y lo que él mismo llama la «libre investigación científica», radica, precisamente, la revolución realizada por el marxismo en la ciencia.
La crisis estructural del revisionismo
Al enjuiciar la crisis del socialismo Harnecker hace mucho hincapié en la necesidad de distinguir «el proyecto socialista de un determinado modelo de socialismo». Esta distinción le parece básica. Sin embargo, la misma ambigüedad de su discurso le impide establecerla. Pues unas veces, el proyecto aparece como una proyección hacia delante del socialismo (ejemplo de Cuba), y otras como la forma en que dicho proyecto se ha materializado en los países del Este de Europa; finalmente, el proyecto se convierte en un «modelo de desarrollo» en la URSS.
Es cierto, ella quiere defender el «proyecto socialista», pero al no señalar claramente la línea que separa en todos los campos dicho proyecto del «modelo de desarrollo» revisionista, lo único que consigue es que aparezcan de nuevo confundidos.
No se debe escribir de estos problemas entre líneas. Marta reconoce haberse «quedado en silencio respecto a ciertos errores que veía». Este reconocimiento es digno de ser tenido en cuenta. La cuestión es que no se trata tan sólo de «ciertos errores». Hay errores permisibles; mas cuando se permite que las cosas lleguen hasta donde han llegado sin decir esta boca es mía, entonces la responsabilidad es mucho más grave y exige, por tanto, una rectificación más seria y más profunda.
Marta intenta rectificar y ayudarnos al mismo tiempo. Pero ¿cómo lo hace? Antes proponía separar al marxismo del socialismo para salvar al primero del naufragio; luego quiso convencernos de la necesidad de amputar al marxismo de sus partes más esenciales para librarlo del dogmatismo; y ahora nos está proponiendo el abandono del comunismo a fin de poder salvar el proyecto socialista. Y no es, como pudiera parecer a primera vista, una cuestión semántica. No. La clásica e inevitable separación en dos etapas del proceso revolucionario (una primera socialista y otra comunista) ella la hace desaparecer, precisamente, para dar entrada en la conceptualización marxista (esta vez nada «dogmática», es cierto) al ya referido «proyecto» y al no menos célebre «modelo»; aunque, eso sí, los dos igualmente «socialistas».
En los países de Europa del Este -se podría decir, siguiendo el hilo de los razonamientos de Marta-, hubo un modelo, pero carecieron de un proyecto. Mas, nosotros preguntamos, ¿puede calificarse de socialista un modelo que no esté inspirado en un proyecto comunista? Parece un juego de palabras, ¿verdad? Y volvemos a preguntar, ¿cómo se ha de llamar tal proyecto para que no se confunda con el modelo y pueda servirle como marco y punto obligado de referencia?, ¿cuál es el contenido esencial del proyecto y en qué se diferencia del modelo de la señora Marta Harnecker? Porque todos los modelos «socialistas», que no lo han sido realmente, han carecido de este punto de referencia y era lógico que así fuese, ya que, si el socialismo no se plantea como etapa de transición hacia el comunismo, ¿adónde, si no, puede conducir? La experiencia está demostrando que tales modelos «socialistas» sólo pueden llevar al desastre o a la restauración del capitalismo.
Los «dogmáticos», podrá objetar Marta Harnecker, también hicieron ese planteamiento de las dos fases del comunismo, y ya ves... Cierto. Los dogmáticos han facilitado mucho las cosas a la burguesía. Se quedaron estancados, no han sabido resolver ni en la teoría ni en la práctica ninguno de los problemas que se han presentado en el período de transición; y no han sabido resolverlo porque eran (o son, en otros casos) revisionistas; es decir, se negaban a reconocer la realidad de esos países o enfocaban sus problemas desde la óptica de la ideología, la política y los intereses de la clase burguesa a la que realmente representan dentro de nuestro movimiento.
Ahora, Marta hace acopio de valor para hablar de algunas de esas realidades. Sin embargo, ella no cree que sea correcto «hacer un juicio moral de la crisis del socialismo. Tenemos que conocer -afirma- sus causas objetivas. Sin los instrumentos de la teoría marxista, sin el análisis de la forma que adopta la lucha de clases en esos países, no podemos entender lo que ocurre en esas sociedades...» Pero ¿¡cómo!?, ¿¡es que existen las clases en el socialismo!? ¿¡Desde cuándo!? No nos hagamos demasiadas ilusiones. Marta Harnecker no reconoce en ningún momento que existan las clases en el socialismo. Sólo se refiere a «la forma que adopta la lucha de clases en esos países», lo cual es muy distinto. Es decir, todo el problema se reduce, según ella, a un problema de «forma», ya que las clases hace tiempo que han desaparecido. La burguesía no existe como tal clase en el socialismo. Tampoco se da la lucha de esa burguesía por el poder, apoyada por el imperialismo. Todo lo más, Marta Harnecker admite la existencia de «una fuerte tendencia en grupos, por desgracia cada día más mayoritarios, que reniegan del socialismo y que quieren retornar al capitalismo». Este es, como se sabe, uno de los temas tabús del revisionismo moderno, al que M. Harnecker no se atreve a hincarle el diente, ya que, entre otras cosas, eso la obligaría a tener que reconocer la necesidad de la dictadura revolucionaria del proletariado sobre la burguesía para toda la etapa de transición del capitalismo al comunismo; algo que ella, como tendremos ocasión de comprobar, no está dispuesta a admitir.
Aclaremos de pasada que esa «forma» que adopta la lucha de clases en países donde, «teóricamente» las clases ya no existen, siempre ha sido reconocida por los capitostes revisionistas. De no hacerlo así es claro a todas luces que no podrían justificar la dictadura burocrática que vienen imponiendo a los trabajadores bajo la «forma» del «Estado de todo el pueblo». Por lo demás, los revisionistas también intentan fundamentar la necesidad de dicha dictadura relacionándola de manera muy «dialéctica» (como hace Marta) con la lucha contra el capitalismo fuera de sus fronteras. Respecto a este asunto, como en tantos otros, no se diferencian gran cosa de la burguesía. Es sabido que ésta presenta siempre su Estado en la misma «forma», es decir, como «Estado nacional» o «de todo el pueblo» en sus enfrentamientos con los otros Estados capitalistas.
Marta Harnecker nos alerta contra el peligro de ver las cosas en blanco y negro: «como se trata de un problema de lucha de clases dentro de los países socialistas con el apoyo de fuerzas contrarrevolucionarias externas -advierte-, nuestro análisis no puede ser simplista», pero el suyo lo es a más no poder. «Lucha de clases dentro de los países socialistas con el apoyo de fuerzas contrarrevolucionarias externas», ¿a quiénes están sosteniendo dichas fuerzas, a las nubes? La simplificación del análisis aparece, precisamente, con este escamoteo: cuando se hace desaparecer de la escena a las fuerzas contrarrevolucionarias internas, compuestas por el revisionismo y la burguesía como principales enemigos de la clase obrera y de la causa socialista.
Compartimos enteramente la proposición de Marta Harnecker en el sentido de apoyar a las fuerzas revolucionarias que dentro de esos países «representan el proyecto socialista» (es lo que hemos hecho siempre) pero en realidad ella no nos está facilitando en nada la tarea.
Al llegar a este punto de la entrevista, Marta hace un retrato bastante fiel de la historia del socialismo y de la situación que se ha creado, particularmente, en la URSS. No obstante, encontramos en él un defecto, para nosotros capital: deja completamente en la sombra, una vez más, al revisionismo, justamente cuando es lo que hace falta destacar.
«Es incorrecto -afirma- que se pretenda hacer un juicio moral de la crisis del socialismo», proponiendo como alternativa un análisis de las «causas objetivas» que han conducido a la crisis. Una parte de este análisis ya lo hemos visto. Ahora queremos preguntar: ¿no sería necesario incluir también, como parte de ese análisis, una valoración de las causas subjetivas, ideológicas, de la crisis del socialismo? Marta intenta hacerlo a su modo, es decir, sin descorrer el velo que lo dificulta. Introduce, por ejemplo, el concepto de «crisis estructural» como algo novísimo, «hasta ahora sólo aplicado al capitalismo». Más adelante explica: «Estoy convencida de que no se puede estudiar teóricamente el socialismo sin distinguir los conceptos de relaciones sociales de producción y de relaciones técnicas de producción». De nuevo el camuflaje, de nuevo la mistificación, ésta es la constante a lo largo de toda la entrevista de Marta Harnecker.
Cuando ella habla de «crisis estructural», como concepto aplicable no sólo al capitalismo, sino también al socialismo, ¿a qué se está refiriendo? Cuando llama a «distinguir los conceptos de relaciones sociales de producción y de relaciones técnicas de producción», ¿por qué lo hace? Evidentemente para no tener que reconocer, franca y llanamente, la existencia de la contradicción que enfrenta a las fuerzas productivas con las relaciones de producción, así como la contradicción existente entre la base económica y la superestructura política, ideológica, cultural, etc., de la sociedad. Los revisionistas siempre han negado que en el socialismo existieran tales contradicciones, al igual que han negado la existencia de las clases y su lucha. Para ellos, en el sistema socialista, se da una «correspondencia» entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción y no hace falta, por tanto, cambiar nada ni efectuar numerosos ajustes. Sólo reconocen la necesidad de desarrollar aún más las fuerzas productivas, en tanto que las relaciones de producción y la superestructura política e ideológica ligada a ellas -aseguran-, se irán ajustando «por sí solas». De ahí que hayan llevado a todos los países al estancamiento, a la crisis y al desastre.
No es casual que Marta haya realizado en estos mismos momentos un descubrimiento tan decisivo y que trate de presentarlo como un fenómeno nuevo en el socialismo. Quiere dar a entender con ello que la crisis no pudo ser prevista y evitada y que, por consiguiente, el revisionismo queda eximido de cualquier juicio «moral» al respecto. No se da cuenta de que, de esta manera, del concepto de «crisis estructural», que hace extensivo al socialismo, también se desprenden el caos y la bancarrota inevitables: no comprende que está condenando al socialismo a correr la misma suerte que el capitalismo, que lo está condenando a una muerte segura antes de que haya alcanzado su etapa última y natural de desarrollo: la etapa propiamente comunista.
Cabe pensar en una crisis «estructural» en los países socialistas que no conduzca a la restauración capitalista, sino a «más socialismo», como dice Marta, intentando enmendar de muy mala manera su propia tesis. Pero, en ese caso, ya no sería una crisis estructural. Al poder ser previstas y controladas, las crisis «estructurales» pierden el carácter que tienen en el capitalismo. Por consiguiente, este mismo concepto no «puede ser también aplicado al socialismo». Y si Marta Harnecker lo aplica es para poder salvar al revisionismo y poder salvarse ella al mismo tiempo de la condena y el ridículo.