Del Infierno a la Libertad
Escapé milagrosamente de la policía secreta de mi país en 1996.
Aquel momento es inolvidable para mí: tras dieciocho años de
aislamiento y vigilancia permanente al fin soy libre. Siempre recordaré
que aquella noche había una fiesta en Melilla.
He conocido a gente que se ha querido aprovechar de mi memoria:
mi vida real no es la que ellos desean saber. He conocido a traidores
que me han hecho sufrir, personas a las que he creído amigas, traidoras
al fin y al cabo porque ni la verdad ni el amor se venden.
Comenzaré a narrar mi vida a partir del año 1971: es el resumen de mi
lucha y se basa en la verdad de los hechos. Estamos en la ciudad de
Riche, próxima a la montañas del Atlas. Mi padre, Oufkir, es el jefe de
la guardia fronteriza y tiene conocimiento de lo que ocurre en el país
a través de su hermano, el general Oufkir. Le recuerdo como un hombre
cariñoso, muy bueno con su familia.
Cuando se comete el atentado, fallido, contra el rey yo tengo ocho
años. El sufrimiento comienza cuando los militares paracaidistas
apresan a toda la familia. Nos trasladan sin que en un primer momento
sepamos el destino. Mi padre en un coche del ejército, y en otro mi
primo, mis hermanas, mi madre y yo. Cuando al fin llegamos nos
encontramos en una casa militar en medio del desierto: es en ese
momento cuando nos damos cuenta de que se trata de una cárcel secreta
aislada completamente del mundo exterior, y es en ese momento cuando
comienza nuestro infierno.
Encierran a mi hermano pequeño ya mi madre en un cuarto, ya mi hermana
Halim ya mí en otro. Estuvimos quince días sin saber nada de nuestro
padre. Cuando al fin pudimos verlo, estaba blanco como la nieve y lleno
de moratones: sin duda alguna mi padre ha sido torturado.
Mi padre había demostrado con hechos su afecto por su patria, la gente
más necesitada, con el pueblo sin excepción, un hombre de buen corazón
que adoraba a su familia. Hassan II no sólo no tuvo corazón con
nosotros: no puede tenerlo una persona que asesina a seres humanos. De
todos modos hay tanto que decir que creo mejor no hablar de estas cosas.
Sí nombraré en este punto del relato a mis queridos familiares que
fueron víctimas de Hassan II: Oufkir Mohamadine, Oufkir AbdelHaque,
Ikram, Alía, mi madre Chahira elMahi, mis queridas Oufkir Halima,
Oufkir Samia y mi padre Oufkir Mehdi.
Pasan los días y seguimos en esa caverna: apenas nos dan una lata de
sardinas para comer. Siento miedo cuando veo llorar a algunos de mis
hermanos o a mis padres. Yo no puedo hacer nada, salvo llorar también.
Mi padre y mi madre hablan mucho conmigo en esos momentos. Yo entonces
no entendía lo que me querían transmitir. Sólo el con el paso de los
años comprendo que tenían la esperanza de que yo algún día contase lo
sucedido, que nuestra historia saliese a la luz y que con ayuda de Dios
pudiese explicar lo que el rey nos hizo, cómo aquél al que sus amigos
llamaban "rey del Islam" permitió que violasen a mi madre ante mis ojos.
Hassan II era más que cruel.
A medida que iba creciendo mi padre me inculcaba que la única salida
era escapar. Escapar y contar mi historia. A veces me pregunto porqué
amargarme con este pasado cruel, porqué no hablar del amor y de la
comprensión que es lo que más se necesita en el mundo. En verdad lo
siento hermanos, pero mi verdad es el dolor y para que la humanidad
funcione es necesario que se sepa que el reyes un criminal, asesino no
sólo de hombres sino también de niños.
El tiempo pasa y el aislamiento continúa. Yo empiezo a pensar en el
modo de escapar. Sé que los perros de vigilancia suponen un problema,
por lo que decido excavar un túnel. Sólo mi hermana Halima está al
tanto de mis intenciones. El trabajo es costoso, pero de todos modos sé
que es suficiente con tener espacio para mi cuerpo yeso no es difícil
porque soy un esqueleto viviente. Con ayuda de Dios voy haciendo el
túnel por las noches. Durante este tiempo a menudo hago ruido con
hierros para que los perros ladren y así desconcertar a los guardias,
que simplemente les hacen callar.
Llega el día de la evasión. Mi hermana llora porque piensa que me van a
matar. Yo la tranquilizo: le digo que ha comenzado la lucha por
levantar el aislamiento de nuestra familia. Tomo un poco de pan y
sardinas para el viaje, y mientras mi hermana vigila la puerta de
entrada ala estancia emprendo la huída. Es de noche. Sé que me puedo
guiar por el sol y las estrellas para averiguar dónde están el norte y
el sur, tal y como mi padre me había enseñado. Tengo miedo, es la
verdad, pero continúo hasta encontrar la carretera. Sé que de día
alguien puede verme y alertar ala policía, así que cuando sale el sol
decido dormir: estoy muy cansado, y además es la única forma de que los
helicópteros no me localicen. Me dirijo hacia las montañas, caminando
siempre de noche y soportando el frío del invierno: más allá de estas
montañas está el Sáhara, y en esa dirección la frontera de Argelia.
Recuerdo que sólo me faltaban unos quince kilómetros para alcanzar mi
meta cuando la sed pudo conmigo. Me acerqué aun pueblo con la esperanza
de beber un poco de agua, pero la región había sido cercada y esta vez
la suerte me fue esquiva: fui localizado por los perros de mis
perseguidores.
Tras ser torturado me llevaron de nuevo con mi familia. Al cabo de sólo
dos días fuimos trasladados aun lugar aún más aislado. Ahora tan sólo
sé que estamos cerca de las montañas del Atlas. Yo no abandono la idea
de escapar y de liberar mi familia. Mientras Hassán II, el "hermano de
Franco", el llamado Rey de los creyentes continúa asesinando a los
creyentes de verdad, desde Benberka el Corand, un gran hombre defensor
de los derechos humanos, pasando por nosotros mismos y sin olvidar a
los desaparecidos que anhelaron un Marruecos democrático y respetuoso
con los derechos humanos. Esto es contrario al Corán y al Islam, como
también lo es a la Biblia.
La segunda vez que planeo fugarme es invierno, y llueve mucho. En esta
ocasión están conmigo Halima y Samia. Ahora evadirme será aún más
dificil ya que los guardias verifican todas las mañanas nuestra
presencia.
Decido ir ganándome su confianza poco a poco. Aquel invierno mi madre
cae enferma: tiene mucha fiebre, pero el médico que la atiende tan sólo
le da unas pastillas y le dice que no tiene nada. Yo sé que es grave.
Nadie hace caso de mis gritos de ayuda, e inicio una huelga de hambre
que dura tres días con la esperanza de que fuese debidamente atendida.
Finalmente, al cuarto día es trasladada a un hospital siguiendo las
órdenes del ministro del Interior Driss Basri, mano derecha del rey. El
trato es infrahumano, y llegan incluso a violar a mi madre ante mis
ojos. Yo por entonces tenía catorce o dieciséis años. Este insoportable
acontecimiento me trastorna la memoria y me recluyo en mí mismo. Poco a
poco me repongo y recupero mi idea de fugarme, de encontrar la salida.
Recuerdo que en aquél lugar llovía y hacía mucho viento.
Pero las cosas van a cambiar a mejor. Una hija de mi tía, también
recluida cerca de Marrakech, consigue huir. Se pone en contacto con la
emisora de radio "France Interne" y da a conocer al mundo la situación
de la familia Oufkir. Es entonces cuando Amnistía Internacional se pone
en contacto con el gobierno de Marruecos. Tras estos sucesos comenzamos
a notar cambios en la comida y en el trato de los guardias: como se
suele decir, mientras hay vida hay esperanza. Somos trasladados a
Rabat, y un médico acude a visitarnos: comenzamos a ser tratados como
humanos.
Nos recuperamos rápidamente gracias a la buena comida que nos preparan
y a las vitaminas que nos proporcionan. Sin embargo al principio no
permiten que nadie de la calle nos visite dado nuestro lamentable
aspecto físico y aún peor estado moral: hemos sufrido mucho más que la
cárcel.
Comenzamos a vivir en libertad vigilada. Somos visitados por defensores
de los derechos humanos, pero siempre bajo vigilancia. Sin embargo
esta "libertad" ha llegado tarde. Mi padre está postrado en la cama,
parece un esqueleto, mi bella madre habla sola como una loca, y mis
hermanos están hundidos. Es el resultado de una tortura psicológica
prolongada durante dieciocho años. Hassán II y Dris Basri han hecho de
nosotros muertos vivientes. Confío en que los culpables no tardarán en
pagar lo que han hecho.
Oufkir karim
Exiliado Político
Escapé milagrosamente de la policía secreta de mi país en 1996.
Aquel momento es inolvidable para mí: tras dieciocho años de
aislamiento y vigilancia permanente al fin soy libre. Siempre recordaré
que aquella noche había una fiesta en Melilla.
He conocido a gente que se ha querido aprovechar de mi memoria:
mi vida real no es la que ellos desean saber. He conocido a traidores
que me han hecho sufrir, personas a las que he creído amigas, traidoras
al fin y al cabo porque ni la verdad ni el amor se venden.
Comenzaré a narrar mi vida a partir del año 1971: es el resumen de mi
lucha y se basa en la verdad de los hechos. Estamos en la ciudad de
Riche, próxima a la montañas del Atlas. Mi padre, Oufkir, es el jefe de
la guardia fronteriza y tiene conocimiento de lo que ocurre en el país
a través de su hermano, el general Oufkir. Le recuerdo como un hombre
cariñoso, muy bueno con su familia.
Cuando se comete el atentado, fallido, contra el rey yo tengo ocho
años. El sufrimiento comienza cuando los militares paracaidistas
apresan a toda la familia. Nos trasladan sin que en un primer momento
sepamos el destino. Mi padre en un coche del ejército, y en otro mi
primo, mis hermanas, mi madre y yo. Cuando al fin llegamos nos
encontramos en una casa militar en medio del desierto: es en ese
momento cuando nos damos cuenta de que se trata de una cárcel secreta
aislada completamente del mundo exterior, y es en ese momento cuando
comienza nuestro infierno.
Encierran a mi hermano pequeño ya mi madre en un cuarto, ya mi hermana
Halim ya mí en otro. Estuvimos quince días sin saber nada de nuestro
padre. Cuando al fin pudimos verlo, estaba blanco como la nieve y lleno
de moratones: sin duda alguna mi padre ha sido torturado.
Mi padre había demostrado con hechos su afecto por su patria, la gente
más necesitada, con el pueblo sin excepción, un hombre de buen corazón
que adoraba a su familia. Hassan II no sólo no tuvo corazón con
nosotros: no puede tenerlo una persona que asesina a seres humanos. De
todos modos hay tanto que decir que creo mejor no hablar de estas cosas.
Sí nombraré en este punto del relato a mis queridos familiares que
fueron víctimas de Hassan II: Oufkir Mohamadine, Oufkir AbdelHaque,
Ikram, Alía, mi madre Chahira elMahi, mis queridas Oufkir Halima,
Oufkir Samia y mi padre Oufkir Mehdi.
Pasan los días y seguimos en esa caverna: apenas nos dan una lata de
sardinas para comer. Siento miedo cuando veo llorar a algunos de mis
hermanos o a mis padres. Yo no puedo hacer nada, salvo llorar también.
Mi padre y mi madre hablan mucho conmigo en esos momentos. Yo entonces
no entendía lo que me querían transmitir. Sólo el con el paso de los
años comprendo que tenían la esperanza de que yo algún día contase lo
sucedido, que nuestra historia saliese a la luz y que con ayuda de Dios
pudiese explicar lo que el rey nos hizo, cómo aquél al que sus amigos
llamaban "rey del Islam" permitió que violasen a mi madre ante mis ojos.
Hassan II era más que cruel.
A medida que iba creciendo mi padre me inculcaba que la única salida
era escapar. Escapar y contar mi historia. A veces me pregunto porqué
amargarme con este pasado cruel, porqué no hablar del amor y de la
comprensión que es lo que más se necesita en el mundo. En verdad lo
siento hermanos, pero mi verdad es el dolor y para que la humanidad
funcione es necesario que se sepa que el reyes un criminal, asesino no
sólo de hombres sino también de niños.
El tiempo pasa y el aislamiento continúa. Yo empiezo a pensar en el
modo de escapar. Sé que los perros de vigilancia suponen un problema,
por lo que decido excavar un túnel. Sólo mi hermana Halima está al
tanto de mis intenciones. El trabajo es costoso, pero de todos modos sé
que es suficiente con tener espacio para mi cuerpo yeso no es difícil
porque soy un esqueleto viviente. Con ayuda de Dios voy haciendo el
túnel por las noches. Durante este tiempo a menudo hago ruido con
hierros para que los perros ladren y así desconcertar a los guardias,
que simplemente les hacen callar.
Llega el día de la evasión. Mi hermana llora porque piensa que me van a
matar. Yo la tranquilizo: le digo que ha comenzado la lucha por
levantar el aislamiento de nuestra familia. Tomo un poco de pan y
sardinas para el viaje, y mientras mi hermana vigila la puerta de
entrada ala estancia emprendo la huída. Es de noche. Sé que me puedo
guiar por el sol y las estrellas para averiguar dónde están el norte y
el sur, tal y como mi padre me había enseñado. Tengo miedo, es la
verdad, pero continúo hasta encontrar la carretera. Sé que de día
alguien puede verme y alertar ala policía, así que cuando sale el sol
decido dormir: estoy muy cansado, y además es la única forma de que los
helicópteros no me localicen. Me dirijo hacia las montañas, caminando
siempre de noche y soportando el frío del invierno: más allá de estas
montañas está el Sáhara, y en esa dirección la frontera de Argelia.
Recuerdo que sólo me faltaban unos quince kilómetros para alcanzar mi
meta cuando la sed pudo conmigo. Me acerqué aun pueblo con la esperanza
de beber un poco de agua, pero la región había sido cercada y esta vez
la suerte me fue esquiva: fui localizado por los perros de mis
perseguidores.
Tras ser torturado me llevaron de nuevo con mi familia. Al cabo de sólo
dos días fuimos trasladados aun lugar aún más aislado. Ahora tan sólo
sé que estamos cerca de las montañas del Atlas. Yo no abandono la idea
de escapar y de liberar mi familia. Mientras Hassán II, el "hermano de
Franco", el llamado Rey de los creyentes continúa asesinando a los
creyentes de verdad, desde Benberka el Corand, un gran hombre defensor
de los derechos humanos, pasando por nosotros mismos y sin olvidar a
los desaparecidos que anhelaron un Marruecos democrático y respetuoso
con los derechos humanos. Esto es contrario al Corán y al Islam, como
también lo es a la Biblia.
La segunda vez que planeo fugarme es invierno, y llueve mucho. En esta
ocasión están conmigo Halima y Samia. Ahora evadirme será aún más
dificil ya que los guardias verifican todas las mañanas nuestra
presencia.
Decido ir ganándome su confianza poco a poco. Aquel invierno mi madre
cae enferma: tiene mucha fiebre, pero el médico que la atiende tan sólo
le da unas pastillas y le dice que no tiene nada. Yo sé que es grave.
Nadie hace caso de mis gritos de ayuda, e inicio una huelga de hambre
que dura tres días con la esperanza de que fuese debidamente atendida.
Finalmente, al cuarto día es trasladada a un hospital siguiendo las
órdenes del ministro del Interior Driss Basri, mano derecha del rey. El
trato es infrahumano, y llegan incluso a violar a mi madre ante mis
ojos. Yo por entonces tenía catorce o dieciséis años. Este insoportable
acontecimiento me trastorna la memoria y me recluyo en mí mismo. Poco a
poco me repongo y recupero mi idea de fugarme, de encontrar la salida.
Recuerdo que en aquél lugar llovía y hacía mucho viento.
Pero las cosas van a cambiar a mejor. Una hija de mi tía, también
recluida cerca de Marrakech, consigue huir. Se pone en contacto con la
emisora de radio "France Interne" y da a conocer al mundo la situación
de la familia Oufkir. Es entonces cuando Amnistía Internacional se pone
en contacto con el gobierno de Marruecos. Tras estos sucesos comenzamos
a notar cambios en la comida y en el trato de los guardias: como se
suele decir, mientras hay vida hay esperanza. Somos trasladados a
Rabat, y un médico acude a visitarnos: comenzamos a ser tratados como
humanos.
Nos recuperamos rápidamente gracias a la buena comida que nos preparan
y a las vitaminas que nos proporcionan. Sin embargo al principio no
permiten que nadie de la calle nos visite dado nuestro lamentable
aspecto físico y aún peor estado moral: hemos sufrido mucho más que la
cárcel.
Comenzamos a vivir en libertad vigilada. Somos visitados por defensores
de los derechos humanos, pero siempre bajo vigilancia. Sin embargo
esta "libertad" ha llegado tarde. Mi padre está postrado en la cama,
parece un esqueleto, mi bella madre habla sola como una loca, y mis
hermanos están hundidos. Es el resultado de una tortura psicológica
prolongada durante dieciocho años. Hassán II y Dris Basri han hecho de
nosotros muertos vivientes. Confío en que los culpables no tardarán en
pagar lo que han hecho.
Oufkir karim
Exiliado Político