Una crítica marxista del marxismo
En la ciencia no hay caminos reales y sólo podrán ascender a sus cumbres luminosas quienes no teman cansarse al escalar por senderos escarpados.[*]
PRESENTACIÓN
VIGENCIA DEL MARXISMO
COMO CIENCIA DEL DESARROLLO Y REVOLUCIÓN DE LA SOCIEDAD
Según anuncian los ideólogos de la burguesía, los acontecimientos que hicieron explosión en los países de Europa del este, mostrando al mundo el rostro de la restauración de la propiedad privada capitalista, son la demostración más acabada del fracaso del comunismo y de los defectos del marxismo como ciencia del desarrollo de la sociedad.
A este coro de regocijadas voces se unieron en el acto, con no menor hilaridad, los oportunistas de la izquierda social y política que hacía ya mucho tiempo habían renegado del marxismo, pero cuyos escrúpulos pequeño-burgueses les impedían quitarse la máscara y mostrar a las masas su rostro perruno y capitulacionista con respecto a los barones del capital y sus lacayos.
Hoy, que el fantasma del comunismo parece vagar más solo y más alejado de la posibilidad de procurarse una vestidura de carne que le de el sustento y la terrenalidad que se le niegan, el eco sonoro de dos voces que se levantan del polvo de mediados del siglo XIX se escucha más claro y más preciso que el chillar de la canalla oportunista y la cohorte de ideólogos de la burguesía:
“El poder social, es decir, la fuerza de producción multiplicada, que nace por la obra de la cooperación de diferentes individuos bajo la acción de la división del trabajo, se les aparece a estos individuos, por no tratarse de una cooperación voluntaria, sino espontánea, no como un poder propio, asociado, sino como un poder ajeno, situado al margen de ellos, que no saben de dónde procede ni a dónde se dirige y que, por tanto, no pueden ya dominar, sino que recorre, por el contrario, una serie de fases y etapas de desarrollo peculiar e independiente de la voluntad y los actos de los hombres y que incluso dirige esta voluntad y estos actos.’
‘Con esta enajenación, para expresarnos en términos comprensibles para los filósofos, sólo puede acabarse partiendo de dos premisas prácticas. Para que se convierta en un poder insoportable, es decir, en un poder contra el que hay que sublevarse, es necesario que engendre a una masa de la humanidad como absolutamente desposeída en contradicción con un mundo de riquezas y de conocimientos, lo que presupone, en ambos casos, un gran incremento de la fuerza productiva y un alto grado de su desarrollo. De otra parte, este desarrollo de las fuerzas productivas, que entraña ya, al mismo tiempo, una existencia empírica dada en un plano histórico-universal y no en la existencia puramente local de los hombres, constituye también una premisa práctica absolutamente necesaria, porque sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la mierda anterior. Además, porque este desarrollo universal de las fuerzas productivas lleva consigo un intercambio universal de los hombres, en virtud de lo cual, por una parte, el fenómeno de la masa desposeía se produce simultáneamente en todos los pueblos (competencia general), haciendo que cada uno de ellos dependa de las conmociones de los otros y, por último, instituye individuos histórico-universales, empíricamente universales, en vez de individuos locales. Sin esto, 1) el comunismo sólo llegaría a existir como fenómeno local, 2) las mismas potencias del intercambio no podrían desplegarse como potencias universales y, por tanto, insoportables, sino que seguirían siendo simples circunstancias supersticiosas de puertas adentro, y 3) toda ampliación del intercambio acabaría con el comunismo local. El comunismo, empíricamente, sólo puede darse como la acción coincidente o simultánea de los pueblos dominantes, lo que presupone el desarrollo universal de las fuerzas productivas y el intercambio universal que lleva aparejado.”[1]
Lo más interesante de este párrafo es que los fundadores del marxismo resultan más globalifílicos y neoliberales que el más recalcitrante pregonero de las bondades del libre cambio y la globalización neoliberal.
Otro detalle que bien vale la pena destacar de esta genial intuición, casi rayana en la profecía, es la similitud de la descripción hipotética con relación a los acontecimientos más importantes de finales del siglo XX: el altísimo grado de desarrollo y extensión de las fuerzas productivas y la explosión del desempleo a escala global, el desmoronamiento del llamado bloque socialista y el desarrollo del mercado mundial como un poder omnímodo bajo cuya opresión son sojuzgados pueblos y naciones de todas las latitudes de la tierra.
¿Simple casualidad o demostración genial de la profundidad y penetración histórica del análisis marxista?
Mucho se ha dicho y escrito sobre el marxismo, juzgándolo, según esto, por el desarrollo de sus realizaciones concretas. Así, se parte casi siempre de elementos externos a los fundamentos metodológicos del materialismo dialéctico, de fenómenos de carácter histórico, de los hechos y la actuación de individuos determinados, y se le endilgan en conjunto al marxismo, como si éste hubiera sido realmente el elemento causal de su aparición y desarrollo, contribuyendo a establecer una concepción fetichista del marxismo como un conjunto de fórmulas mágicas capaces de transformar a un simple mortal: el ideólogo revolucionario, o cuanto más, a un conjunto de mortales específicos: los proletarios, en el demiurgo todopoderoso destructor y constructor de imperios.
Marx afirma que:
“… los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado”.[2]
Que su punto de vista:
“… con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación económico-social, menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una criatura por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas.”[3]
¿Quiere esto decir que el marxismo es perfecto, que no se encuentran en él los elementos que han dado origen a las desviaciones del revisionismo social-demócrata, estalinista, nacional-socialista, fascista, estatista, foquista, eurocomunista y restauracionista, para justificar los aberrantes procesos sociales que los caracterizan?
De ninguna manera, el propio Marx había entonado ya en su tiempo las pompas fúnebres del capitalismo y sus miserias. Sin embargo, no sólo se equivocó respecto a ello, sino que dejó abierta la puerta para lo que posteriormente sería la más grande falsificación del proceso histórico-social, después, claro está, de la equiparación del catolicismo con el reino milenario de Jesucristo durante la edad media: la concepción estalinista del socialismo como un estadio de desarrollo particular de la formación social ubicada entre el capitalismo y el comunismo, que sirvió de fundamento para justificar la existencia de ese híbrido reaccionario de feudalismo y capitalismo que fue la Unión Soviética, el bloque socialista y todos sus primos hermanos basados en la propiedad estatal de los medios de producción.
Sin embargo, esto no significa que haya un defecto fundamental en las premisas metodológicas del marxismo o en sus conclusiones ineludibles. Quiere decir simplemente, y aplicando las premisas del marxismo a la obra literaria y la actuación práctica de sus fundadores y sucesores, que en la historia hay límites infranqueables establecidos por el grado de desarrollo de las fuerzas productivas más allá de los cuales no pueden desplazarse la acción y el pensamiento de los individuos y las colectividades, por más geniales e intuitivos que los unos puedan ser o por más imbuidas del espíritu revolucionario que las otras puedan estar en algún momento determinado del desarrollo de la sociedad.
Marx mismo reconoce que:
“… ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua.”[4]
En esta dinámica ubica no sólo los factores objetivos de su desenvolvimiento: el incremento de las fuerzas productivas y el grado de su desarrollo, sino los factores subjetivos que los determinan: las clases sociales y las luchas de las clases sociales.
Analiza, descubre y expone con precisión y claridad el modo como el proceso se desarrolla, describiendo con deducciones rigurosamente lógicas e intuiciones geniales sustentadas en ellas, los nexos empíricos existentes entre el desarrollo general de la sociedad (la continuidad del proceso histórico de la formación social) y la ruptura (revolución social) entre unos estadios y otros, hasta el surgimiento del comunismo.
“El comunismo, ─afirma─ no es un estado que debe implantarse, un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente”.[5]
Destacó, y afirmó categóricamente en una y otra ocasión, que la revolución social es un proceso de carácter superestructural en el que las relaciones de propiedad son objeto de una modificación para adecuarlas a las relaciones de producción determinadas por el grado de desarrollo y extensión de las fuerzas productivas. En otras palabras: que la revolución social es un proceso de actualización de la superestructura jurídico-política con relación a la estructura socioeconómica. Un salto al presente, no el salto al futuro del revisionismo socialista, que degeneró no siendo más que un patético salto al pasado del autoritarismo voluntarista.
Este doble vínculo de los factores del desenvolvimiento de la formación social ha sido, en la práctica, el problema fundamental del carácter de la revolución social a lo largo, cuando menos, de los últimos ciento cincuenta años. De un lado las leyes generales del desarrollo de la sociedad nos remiten al hecho ineludible de la necesidad de un alto grado de desarrollo y una extensión universal de las fuerzas productivas y del intercambio de los hombres, a efecto de que sea posible y necesario el tránsito revolucionario al comunismo. Por otro lado, se han venido presentando situaciones en las que la superestructura de la formación social en distintas partes del mundo se ve afectada por un proceso de agitación revolucionaria por la acción convergente y la radicalización de todas las contradicciones presentes en un momento determinado y el poder se disgrega entre los diferentes sujetos del proceso histórico-social.
¿Qué hacer? ¿Cómo resolver esta cuestión?
Tomando como referente el desarrollo de las luchas de clases en Francia durante los años de 1789 a 1871 y la base tecnológica sobre la que se desarrollaba el proceso de la explotación del trabajo socialmente necesario en la gran industria de su época, principalmente en Inglaterra, Marx extrae toda una serie de conclusiones geniales, lógicamente impecables, sobre el carácter de la revolución social en los países tecnológicamente avanzados, el sujeto histórico de la nueva revolución social, el ejercicio y la forma del poder político en el proceso de la nueva revolución social y la forma de la propiedad derivada de esta nueva revolución social, integrando lo que podríamos llamar justamente el programa político-económico de la revolución socialista, el cual sería desarrollado de manera magistral por el genio de Lenin y la actuación de los bolcheviques en el proceso de la revolución social de la Rusia de 1905 a 1917.
Lenin y el partido bolchevique demostraron, efectivamente, con una operación política impecable, que: 1. El desarrollo de las fuerzas productivas en la Rusia zarista y el entorno capitalista dominante en Europa habían creado las condiciones para el desarrollo de la revolución social. 2. Estas mismas condiciones impedían que la burguesía rusa asumiera una posición radical frente a la nobleza feudal para el desarrollo más consecuente de la revolución social. 3. El proletariado asumiría de manera natural el papel de vanguardia de la revolución social. 4. El proletariado estaría en condiciones de hacerse con el poder político, sobre la base de una alianza obrero-campesina, para derrocar junto a la nobleza feudal, cuya opresión autocrática se extendía sobre las amplias masas de los siervos y campesino depauperados, a la burguesía vacilante y conciliacionista.
Así, lo que le tomo casi cien años a la revolución social en Francia, la revolución social en Rusia lo desarrolló 116 años después en el breve período de 12 años. Sin embargo, las premisas en las que basaba Lenin la posibilidad del tránsito al comunismo de la Rusia semifeudal con un capitalismo en pañales: la transformación de la guerra imperialista, por obra del proletariado revolucionario de las potencias capitalistas de Europa, en guerras civiles nacionales, el derrocamiento del poder político de la burguesía y el establecimiento de gobiernos proletarios en los países beligerantes, se desmoronaron en virtud del peso y la influencia del chovinismo colaboracionista y el oportunismo capitulacionista dominantes en el seno de la II Internacional y el movimiento proletario de Europa.
Este hecho singular marcaría el destino de la primera revolución proletaria victoriosa del mundo, la historia ulterior del movimiento revolucionario internacional y el desenvolvimiento del marxismo en vertientes revisionistas cada vez más alejadas entre sí, de la realidad y de sus fundamentos originarios.
¿Quién habría de sospechar siquiera que un acontecimiento, en apariencia poco significativo, como lo fue la derrota en el seno de la II Internacional de la línea leninista, en particular de su estrategia del derrotismo revolucionario y de la izquierda revolucionaria en el momento en que la burguesía europea, compelida por las necesidades imperialistas del capital, se enfrascaba en una lucha fratricida por el dominio del mercado europeo, presentando un flanco sumamente vulnerable frente al proletariado de cada país, habría de culminar, más de setenta años después, con la capitulación en masa de la izquierda socialista, la restauración y/o profundización de la propiedad privada capitalista en los países con predominio del capitalismo monopolista de estado (tanto del bloque del llamado socialismo como del llamado tercer mundo), con las miserias de un proceso de acumulación capitalista tardío, agravadas por la especulación más descarada que la oligarquía financiera ha realizado jamás en la historia del capitalismo, pasando por la deformación burocrática y autoritaria de la superestructura de los países del llamado socialismo, la derrota de la Revolución Cultural, la traición y capitulación del Partido Comunista de China, el repliegue defensivo del Partido Comunista del Perú y de su glorioso ejercito popular “Sendero Luminoso”, la marginalidad, dispersión y cuasi extinción del Movimiento Comunista Internacional?
Tales fueron la euforia y el entusiasmo que despertaron entre las fuerzas del movimiento revolucionario internacional la victoria bolchevique, el establecimiento del primer estado dirigido por los comunistas y la conformación de la III Internacional, que acríticamente se asumió como una realidad la inevitabilidad del establecimiento del comunismo en el corto plazo, la obligatoriedad para el movimiento revolucionario de la defensa a toda costa del primer estado “proletario” del mundo y la aceptación dogmática del revisionismo estalinista del socialismo como estadio particular del desarrollo de la formación social, olvidándose por completo de la necesidad permanente del análisis concreto de la situación concreta, bajo la luz clarificadora de las premisas, leyes y fundamentos del desarrollo y revolución de la sociedad sistematizados en el Materialismo Histórico por Marx, Engels y Lenin.
La represión por el poder soviético de los obreros de Krondast, la invasión de Checoslovaquia por las tropas soviéticas, la disputa y ruptura chino-soviética y la disolución de la III Internacional, fueron la manifestación clara y dramática de que algo estaba pudriéndose en el seno del movimiento revolucionario internacional, que la gran mierda de Stalin había echado a perder los avances y el progreso alcanzados por el movimiento revolucionario y de que había la urgente necesidad de volver sobre los pasos, revisar críticamente la experiencia histórica, las desviaciones revisionistas y poner al marxismo y al movimiento revolucionario nuevamente en la senda de la ofensiva a la que Lenin y el partido bolchevique del 17 los habían elevado.
Mao y la Revolución Cultural jugaron un papel luminoso en esta tarea. Denunciaron la gran falsificación histórica del socialismo como estadio particular del desarrollo de la formación social y demostraron que:
“… aunque una sociedad haya descubierto la ley natural que preside su propio desarrollo… no puede saltearse fases naturales de desarrollo ni abolirlas por decreto. Pero puede abreviar y mitigar los dolores del parto”.[6]
La derrota de Mao y de la estrategia de la revolución popular en el seno de la III Internacional, dominada por el revisionismo estalinista y la estrategia capitulacionista de la coexistencia pacífica, en un período en el que el imperialismo militarista perdía terreno ante el incontenible avance de las guerras de liberación nacional en Asia, África y América, y las potencias imperialistas de Europa se encontraban aún agotadas y en plena recuperación de los estragos causados por la Segunda Guerra Mundial, sin energía suficiente y sin capacidad para retener a sus colonias o para salir victoriosas de sus aventuras bélicas de intervención, puso nuevamente al movimiento revolucionario internacional de espaldas a los acontecimientos mundiales, con las funestas consecuencias que hemos descrito ya en párrafos anteriores.
Esta situación parece apabullante y desalentadora.
“Hoy ─afirmamos con Marx─ la sociedad parece haber retrocedido más allá de su punto de partida; en realidad, lo que ocurre es que tiene que empezar por crearse el punto de partida revolucionario, la situación, las relaciones, las condiciones, sin las cuales no adquiere un carácter serio la revolución moderna”.[7]
Los ensayos generales previos, la experiencia acumulada por las derrotas del pasado y el agotamiento del capitalismo como modelo de sistema viable para el conjunto de la humanidad, están en condiciones de ubicar al movimiento revolucionario internacional en la antesala del triunfo definitivo sobre la apropiación privativa del producto social.
Es hora de dejar de lado las patrañas e ilusiones que los ideólogos de la burguesía y los oportunistas renegados de toda laya han diseminado entre las masas del pueblo con la finalidad de oscurecer su conciencia revolucionaria, de combatir resueltamente el revisionismo capitulacionista de la izquierda “democrática” y abocarse con toda seriedad a la tarea ineludible y necesaria de prepararse para tomar el cielo por asalto, contribuyendo denodadamente a la conformación del partido revolucionario: el Partido Comunista (Marxista-Leninista-Maoísta), la alianza pluriclasista con una orientación revolucionaria: el Frente Nacional Popular, y el destacamento que ha de garantizar y consolidar la derrota del capital y de la oligarquía: el Ejército Revolucionario del Pueblo. Y, a escala mundial, a la conformación de la organización del movimiento revolucionario internacional: la Internacional Comunista, Marxista-Leninista-Maoísta, a la voz de:
PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÍSES:
¡UNÍOS NUEVAMENTE!
CONVOCAD A LOS DESEMPLEADOS
Y A TODOS LOS NÚCLEOS DEL TRABAJO SOCIALMENTE NECESARIO
A LA BATALLA FINAL CONTRA EL CAPITALISMO
En la ciencia no hay caminos reales y sólo podrán ascender a sus cumbres luminosas quienes no teman cansarse al escalar por senderos escarpados.[*]
PRESENTACIÓN
VIGENCIA DEL MARXISMO
COMO CIENCIA DEL DESARROLLO Y REVOLUCIÓN DE LA SOCIEDAD
Según anuncian los ideólogos de la burguesía, los acontecimientos que hicieron explosión en los países de Europa del este, mostrando al mundo el rostro de la restauración de la propiedad privada capitalista, son la demostración más acabada del fracaso del comunismo y de los defectos del marxismo como ciencia del desarrollo de la sociedad.
A este coro de regocijadas voces se unieron en el acto, con no menor hilaridad, los oportunistas de la izquierda social y política que hacía ya mucho tiempo habían renegado del marxismo, pero cuyos escrúpulos pequeño-burgueses les impedían quitarse la máscara y mostrar a las masas su rostro perruno y capitulacionista con respecto a los barones del capital y sus lacayos.
Hoy, que el fantasma del comunismo parece vagar más solo y más alejado de la posibilidad de procurarse una vestidura de carne que le de el sustento y la terrenalidad que se le niegan, el eco sonoro de dos voces que se levantan del polvo de mediados del siglo XIX se escucha más claro y más preciso que el chillar de la canalla oportunista y la cohorte de ideólogos de la burguesía:
“El poder social, es decir, la fuerza de producción multiplicada, que nace por la obra de la cooperación de diferentes individuos bajo la acción de la división del trabajo, se les aparece a estos individuos, por no tratarse de una cooperación voluntaria, sino espontánea, no como un poder propio, asociado, sino como un poder ajeno, situado al margen de ellos, que no saben de dónde procede ni a dónde se dirige y que, por tanto, no pueden ya dominar, sino que recorre, por el contrario, una serie de fases y etapas de desarrollo peculiar e independiente de la voluntad y los actos de los hombres y que incluso dirige esta voluntad y estos actos.’
‘Con esta enajenación, para expresarnos en términos comprensibles para los filósofos, sólo puede acabarse partiendo de dos premisas prácticas. Para que se convierta en un poder insoportable, es decir, en un poder contra el que hay que sublevarse, es necesario que engendre a una masa de la humanidad como absolutamente desposeída en contradicción con un mundo de riquezas y de conocimientos, lo que presupone, en ambos casos, un gran incremento de la fuerza productiva y un alto grado de su desarrollo. De otra parte, este desarrollo de las fuerzas productivas, que entraña ya, al mismo tiempo, una existencia empírica dada en un plano histórico-universal y no en la existencia puramente local de los hombres, constituye también una premisa práctica absolutamente necesaria, porque sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la mierda anterior. Además, porque este desarrollo universal de las fuerzas productivas lleva consigo un intercambio universal de los hombres, en virtud de lo cual, por una parte, el fenómeno de la masa desposeía se produce simultáneamente en todos los pueblos (competencia general), haciendo que cada uno de ellos dependa de las conmociones de los otros y, por último, instituye individuos histórico-universales, empíricamente universales, en vez de individuos locales. Sin esto, 1) el comunismo sólo llegaría a existir como fenómeno local, 2) las mismas potencias del intercambio no podrían desplegarse como potencias universales y, por tanto, insoportables, sino que seguirían siendo simples circunstancias supersticiosas de puertas adentro, y 3) toda ampliación del intercambio acabaría con el comunismo local. El comunismo, empíricamente, sólo puede darse como la acción coincidente o simultánea de los pueblos dominantes, lo que presupone el desarrollo universal de las fuerzas productivas y el intercambio universal que lleva aparejado.”[1]
Lo más interesante de este párrafo es que los fundadores del marxismo resultan más globalifílicos y neoliberales que el más recalcitrante pregonero de las bondades del libre cambio y la globalización neoliberal.
Otro detalle que bien vale la pena destacar de esta genial intuición, casi rayana en la profecía, es la similitud de la descripción hipotética con relación a los acontecimientos más importantes de finales del siglo XX: el altísimo grado de desarrollo y extensión de las fuerzas productivas y la explosión del desempleo a escala global, el desmoronamiento del llamado bloque socialista y el desarrollo del mercado mundial como un poder omnímodo bajo cuya opresión son sojuzgados pueblos y naciones de todas las latitudes de la tierra.
¿Simple casualidad o demostración genial de la profundidad y penetración histórica del análisis marxista?
Mucho se ha dicho y escrito sobre el marxismo, juzgándolo, según esto, por el desarrollo de sus realizaciones concretas. Así, se parte casi siempre de elementos externos a los fundamentos metodológicos del materialismo dialéctico, de fenómenos de carácter histórico, de los hechos y la actuación de individuos determinados, y se le endilgan en conjunto al marxismo, como si éste hubiera sido realmente el elemento causal de su aparición y desarrollo, contribuyendo a establecer una concepción fetichista del marxismo como un conjunto de fórmulas mágicas capaces de transformar a un simple mortal: el ideólogo revolucionario, o cuanto más, a un conjunto de mortales específicos: los proletarios, en el demiurgo todopoderoso destructor y constructor de imperios.
Marx afirma que:
“… los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado”.[2]
Que su punto de vista:
“… con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación económico-social, menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una criatura por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas.”[3]
¿Quiere esto decir que el marxismo es perfecto, que no se encuentran en él los elementos que han dado origen a las desviaciones del revisionismo social-demócrata, estalinista, nacional-socialista, fascista, estatista, foquista, eurocomunista y restauracionista, para justificar los aberrantes procesos sociales que los caracterizan?
De ninguna manera, el propio Marx había entonado ya en su tiempo las pompas fúnebres del capitalismo y sus miserias. Sin embargo, no sólo se equivocó respecto a ello, sino que dejó abierta la puerta para lo que posteriormente sería la más grande falsificación del proceso histórico-social, después, claro está, de la equiparación del catolicismo con el reino milenario de Jesucristo durante la edad media: la concepción estalinista del socialismo como un estadio de desarrollo particular de la formación social ubicada entre el capitalismo y el comunismo, que sirvió de fundamento para justificar la existencia de ese híbrido reaccionario de feudalismo y capitalismo que fue la Unión Soviética, el bloque socialista y todos sus primos hermanos basados en la propiedad estatal de los medios de producción.
Sin embargo, esto no significa que haya un defecto fundamental en las premisas metodológicas del marxismo o en sus conclusiones ineludibles. Quiere decir simplemente, y aplicando las premisas del marxismo a la obra literaria y la actuación práctica de sus fundadores y sucesores, que en la historia hay límites infranqueables establecidos por el grado de desarrollo de las fuerzas productivas más allá de los cuales no pueden desplazarse la acción y el pensamiento de los individuos y las colectividades, por más geniales e intuitivos que los unos puedan ser o por más imbuidas del espíritu revolucionario que las otras puedan estar en algún momento determinado del desarrollo de la sociedad.
Marx mismo reconoce que:
“… ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua.”[4]
En esta dinámica ubica no sólo los factores objetivos de su desenvolvimiento: el incremento de las fuerzas productivas y el grado de su desarrollo, sino los factores subjetivos que los determinan: las clases sociales y las luchas de las clases sociales.
Analiza, descubre y expone con precisión y claridad el modo como el proceso se desarrolla, describiendo con deducciones rigurosamente lógicas e intuiciones geniales sustentadas en ellas, los nexos empíricos existentes entre el desarrollo general de la sociedad (la continuidad del proceso histórico de la formación social) y la ruptura (revolución social) entre unos estadios y otros, hasta el surgimiento del comunismo.
“El comunismo, ─afirma─ no es un estado que debe implantarse, un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente”.[5]
Destacó, y afirmó categóricamente en una y otra ocasión, que la revolución social es un proceso de carácter superestructural en el que las relaciones de propiedad son objeto de una modificación para adecuarlas a las relaciones de producción determinadas por el grado de desarrollo y extensión de las fuerzas productivas. En otras palabras: que la revolución social es un proceso de actualización de la superestructura jurídico-política con relación a la estructura socioeconómica. Un salto al presente, no el salto al futuro del revisionismo socialista, que degeneró no siendo más que un patético salto al pasado del autoritarismo voluntarista.
Este doble vínculo de los factores del desenvolvimiento de la formación social ha sido, en la práctica, el problema fundamental del carácter de la revolución social a lo largo, cuando menos, de los últimos ciento cincuenta años. De un lado las leyes generales del desarrollo de la sociedad nos remiten al hecho ineludible de la necesidad de un alto grado de desarrollo y una extensión universal de las fuerzas productivas y del intercambio de los hombres, a efecto de que sea posible y necesario el tránsito revolucionario al comunismo. Por otro lado, se han venido presentando situaciones en las que la superestructura de la formación social en distintas partes del mundo se ve afectada por un proceso de agitación revolucionaria por la acción convergente y la radicalización de todas las contradicciones presentes en un momento determinado y el poder se disgrega entre los diferentes sujetos del proceso histórico-social.
¿Qué hacer? ¿Cómo resolver esta cuestión?
Tomando como referente el desarrollo de las luchas de clases en Francia durante los años de 1789 a 1871 y la base tecnológica sobre la que se desarrollaba el proceso de la explotación del trabajo socialmente necesario en la gran industria de su época, principalmente en Inglaterra, Marx extrae toda una serie de conclusiones geniales, lógicamente impecables, sobre el carácter de la revolución social en los países tecnológicamente avanzados, el sujeto histórico de la nueva revolución social, el ejercicio y la forma del poder político en el proceso de la nueva revolución social y la forma de la propiedad derivada de esta nueva revolución social, integrando lo que podríamos llamar justamente el programa político-económico de la revolución socialista, el cual sería desarrollado de manera magistral por el genio de Lenin y la actuación de los bolcheviques en el proceso de la revolución social de la Rusia de 1905 a 1917.
Lenin y el partido bolchevique demostraron, efectivamente, con una operación política impecable, que: 1. El desarrollo de las fuerzas productivas en la Rusia zarista y el entorno capitalista dominante en Europa habían creado las condiciones para el desarrollo de la revolución social. 2. Estas mismas condiciones impedían que la burguesía rusa asumiera una posición radical frente a la nobleza feudal para el desarrollo más consecuente de la revolución social. 3. El proletariado asumiría de manera natural el papel de vanguardia de la revolución social. 4. El proletariado estaría en condiciones de hacerse con el poder político, sobre la base de una alianza obrero-campesina, para derrocar junto a la nobleza feudal, cuya opresión autocrática se extendía sobre las amplias masas de los siervos y campesino depauperados, a la burguesía vacilante y conciliacionista.
Así, lo que le tomo casi cien años a la revolución social en Francia, la revolución social en Rusia lo desarrolló 116 años después en el breve período de 12 años. Sin embargo, las premisas en las que basaba Lenin la posibilidad del tránsito al comunismo de la Rusia semifeudal con un capitalismo en pañales: la transformación de la guerra imperialista, por obra del proletariado revolucionario de las potencias capitalistas de Europa, en guerras civiles nacionales, el derrocamiento del poder político de la burguesía y el establecimiento de gobiernos proletarios en los países beligerantes, se desmoronaron en virtud del peso y la influencia del chovinismo colaboracionista y el oportunismo capitulacionista dominantes en el seno de la II Internacional y el movimiento proletario de Europa.
Este hecho singular marcaría el destino de la primera revolución proletaria victoriosa del mundo, la historia ulterior del movimiento revolucionario internacional y el desenvolvimiento del marxismo en vertientes revisionistas cada vez más alejadas entre sí, de la realidad y de sus fundamentos originarios.
¿Quién habría de sospechar siquiera que un acontecimiento, en apariencia poco significativo, como lo fue la derrota en el seno de la II Internacional de la línea leninista, en particular de su estrategia del derrotismo revolucionario y de la izquierda revolucionaria en el momento en que la burguesía europea, compelida por las necesidades imperialistas del capital, se enfrascaba en una lucha fratricida por el dominio del mercado europeo, presentando un flanco sumamente vulnerable frente al proletariado de cada país, habría de culminar, más de setenta años después, con la capitulación en masa de la izquierda socialista, la restauración y/o profundización de la propiedad privada capitalista en los países con predominio del capitalismo monopolista de estado (tanto del bloque del llamado socialismo como del llamado tercer mundo), con las miserias de un proceso de acumulación capitalista tardío, agravadas por la especulación más descarada que la oligarquía financiera ha realizado jamás en la historia del capitalismo, pasando por la deformación burocrática y autoritaria de la superestructura de los países del llamado socialismo, la derrota de la Revolución Cultural, la traición y capitulación del Partido Comunista de China, el repliegue defensivo del Partido Comunista del Perú y de su glorioso ejercito popular “Sendero Luminoso”, la marginalidad, dispersión y cuasi extinción del Movimiento Comunista Internacional?
Tales fueron la euforia y el entusiasmo que despertaron entre las fuerzas del movimiento revolucionario internacional la victoria bolchevique, el establecimiento del primer estado dirigido por los comunistas y la conformación de la III Internacional, que acríticamente se asumió como una realidad la inevitabilidad del establecimiento del comunismo en el corto plazo, la obligatoriedad para el movimiento revolucionario de la defensa a toda costa del primer estado “proletario” del mundo y la aceptación dogmática del revisionismo estalinista del socialismo como estadio particular del desarrollo de la formación social, olvidándose por completo de la necesidad permanente del análisis concreto de la situación concreta, bajo la luz clarificadora de las premisas, leyes y fundamentos del desarrollo y revolución de la sociedad sistematizados en el Materialismo Histórico por Marx, Engels y Lenin.
La represión por el poder soviético de los obreros de Krondast, la invasión de Checoslovaquia por las tropas soviéticas, la disputa y ruptura chino-soviética y la disolución de la III Internacional, fueron la manifestación clara y dramática de que algo estaba pudriéndose en el seno del movimiento revolucionario internacional, que la gran mierda de Stalin había echado a perder los avances y el progreso alcanzados por el movimiento revolucionario y de que había la urgente necesidad de volver sobre los pasos, revisar críticamente la experiencia histórica, las desviaciones revisionistas y poner al marxismo y al movimiento revolucionario nuevamente en la senda de la ofensiva a la que Lenin y el partido bolchevique del 17 los habían elevado.
Mao y la Revolución Cultural jugaron un papel luminoso en esta tarea. Denunciaron la gran falsificación histórica del socialismo como estadio particular del desarrollo de la formación social y demostraron que:
“… aunque una sociedad haya descubierto la ley natural que preside su propio desarrollo… no puede saltearse fases naturales de desarrollo ni abolirlas por decreto. Pero puede abreviar y mitigar los dolores del parto”.[6]
La derrota de Mao y de la estrategia de la revolución popular en el seno de la III Internacional, dominada por el revisionismo estalinista y la estrategia capitulacionista de la coexistencia pacífica, en un período en el que el imperialismo militarista perdía terreno ante el incontenible avance de las guerras de liberación nacional en Asia, África y América, y las potencias imperialistas de Europa se encontraban aún agotadas y en plena recuperación de los estragos causados por la Segunda Guerra Mundial, sin energía suficiente y sin capacidad para retener a sus colonias o para salir victoriosas de sus aventuras bélicas de intervención, puso nuevamente al movimiento revolucionario internacional de espaldas a los acontecimientos mundiales, con las funestas consecuencias que hemos descrito ya en párrafos anteriores.
Esta situación parece apabullante y desalentadora.
“Hoy ─afirmamos con Marx─ la sociedad parece haber retrocedido más allá de su punto de partida; en realidad, lo que ocurre es que tiene que empezar por crearse el punto de partida revolucionario, la situación, las relaciones, las condiciones, sin las cuales no adquiere un carácter serio la revolución moderna”.[7]
Los ensayos generales previos, la experiencia acumulada por las derrotas del pasado y el agotamiento del capitalismo como modelo de sistema viable para el conjunto de la humanidad, están en condiciones de ubicar al movimiento revolucionario internacional en la antesala del triunfo definitivo sobre la apropiación privativa del producto social.
Es hora de dejar de lado las patrañas e ilusiones que los ideólogos de la burguesía y los oportunistas renegados de toda laya han diseminado entre las masas del pueblo con la finalidad de oscurecer su conciencia revolucionaria, de combatir resueltamente el revisionismo capitulacionista de la izquierda “democrática” y abocarse con toda seriedad a la tarea ineludible y necesaria de prepararse para tomar el cielo por asalto, contribuyendo denodadamente a la conformación del partido revolucionario: el Partido Comunista (Marxista-Leninista-Maoísta), la alianza pluriclasista con una orientación revolucionaria: el Frente Nacional Popular, y el destacamento que ha de garantizar y consolidar la derrota del capital y de la oligarquía: el Ejército Revolucionario del Pueblo. Y, a escala mundial, a la conformación de la organización del movimiento revolucionario internacional: la Internacional Comunista, Marxista-Leninista-Maoísta, a la voz de:
PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÍSES:
¡UNÍOS NUEVAMENTE!
CONVOCAD A LOS DESEMPLEADOS
Y A TODOS LOS NÚCLEOS DEL TRABAJO SOCIALMENTE NECESARIO
A LA BATALLA FINAL CONTRA EL CAPITALISMO