Notas sobre el texto de Stéphane Hessel “¡Indignaos!”
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Lo primero que me vino a la mente tras la lectura del texto de Hessel es una cierta sorpresa, no exenta de ternura, ante la ingenuidad del autor, que formula un texto cuajado de idealismo, entendido en el sentido de elevar los deseos a la categoría de realidad, por más que éstas refuten machaconamente sus tesis.
Me sorprendió sobremanera que una persona con el currículo que autoproclama (no he tenido tiempo de comprobar la veracidad de su trayectoria), de miembro de la resistencia francesa y partícipe en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pudiera caer en un grado tal de subjetiva ingenuidad.
La confesión en los primeros párrafos de su texto de haber pertenecido a la resistencia francesa (en el sector gaullista, una especie de derecha nacionalista), choca poderosamente con sus constantes apelaciones a la no violencia, que parece argumentar no tanto como estrategia de lucha, que podría ser discutible, como en cuanto a los principios. Es precisamente el tema de la violencia una de las cuestiones más espinosas que se pueden abordar en estos días, por cuanto la ideología dominante persigue con especial saña a toda persona que cuestione el monopolio de la violencia por parte del opresor.
La experiencia histórica de la resistencia francesa no abunda precisamente en pro de sus tesis, por cuanto no fue precisamente de un modo no violento como se pudo derrotar al nazi-fascismo; Cualquier texto, histórico o novelado, de ese periodo de la historia, arroja la existencia de un grado importante de autodefensa violenta frente a la mucha más violenta ocupación por parte del fascismo, lo cual incluyó un cierto nivel represivo tras la liberación de Francia (ejecución de Laval, primer ministro de la Francia de Vichy, etc.). Incluso pretender que tal resistencia no hubo de cometer injusticia alguna supone una concepción idealista de la historia, que se forja por la acción de colectivos humanos con el correspondiente corolario de errores y subjetivismo.
Para quienes nos reclamamos del marxismo, que es la parte más consecuente de la tradición humanista del pensamiento, en la medida en que pretendemos abolir la opresión no solo política sino también económica (léase explotación), el problema no es la elección de vías (pacífica o violenta), para la liberación de las gentes oprimidas, sino el análisis de cómo y por qué se produce la violencia, de modo que la observación histórica y cotidiana de la existencia de un mundo basado en la opresión violenta se convierte en una constatación dolorosa de la realidad, no como nos gustaría que fuera, sino como es en realidad.
Las lecciones de la historia:
Para no remontarnos a la prehistoria, debemos recordar como la acumulación originaria del capitalismo se basa en la explotación hasta el exterminio de las poblaciones indígenas de América, y a la mano de obra esclava de África. La experiencia colonial francesa e inglesa del siglo XIX (la llamada estrategia de las cañoneras), son pruebas históricas de cómo el interés económico se impone a sangre y fuego sobre los deseos e intereses de los pueblos
La experiencia histórica demuestra machaconamente que el poder económico y político, cuando teme por la pérdida de sus privilegios, no duda ni un momento en acudir a la matanza en masa de la gente que ingenuamente pensaba que por ser más y tener razón iban a organizar el mundo de otra manera. Para no hacer excesivamente prolijo este texto, y refiriéndonos ahora a los proyectos emancipadores en una amplia acepción del término, la historia del siglo XX abunda en tal constatación: Invasiones norteamericanas en Guatemala (1954), República Dominicana (1965), Granada (1983), Panamá (1989)…Golpe de estado en Chile en 1973 contra el intento de transformación pacífica e institucional de la sociedad de ese país. Asesinatos y desapariciones masivas en las dictaduras del Cono sur de América Latina en los años 70. Matanza masiva de comunistas en Indonesia en 1965, en Sudán en 1971. Golpe de estado de los Coroneles en Grecia en 1967, Guerra sucia a través de la red Gladio en Italia en la década de los 70, por no hablar de las cruentas guerras de liberación de Argelia y Vietnam, entre otras.
Llegados a este punto, llama poderosamente la atención como el Sr. Hessel alude al “terrorismo” independentista argelino, y no menciona el terrorismo institucional practicado sistemáticamente por Francia contra el independentismo en ese país, practicado sobre todo por sus paracaidistas; basta consultar cualquier libro de historia para acreditar la feroz represión desencadenada contra la población argelina, con el apoyo entusiasta de la mayoría de organizaciones políticas de la metrópoli.
Ya no puede ser ingenuidad sino fragilidad de memoria la alusión a la estrategia no violenta de Nelson Mandela, ocultando a un lector poco informado como en la lucha contra el régimen criminal del apartheid, ante la feroz represión del régimen, la población negra respondía con todas las formas de lucha que tenía a su alcance, y que el partido de Mandela, el Congreso Nacional Africano, sostenía una organización armada, la Lanza de la Nación, en su enfrentamiento con el régimen segregacionista. Solo cuando era insostenible dicho régimen (embargo internacional, hundimiento de la moneda, consecuencias de la guerra con Namibia…) , y ante una inminente insurrección popular, se saca en 1991 a un anciano Mandela de la cárcel para proclamarle tres años después Presidente de un estado sudafricano renovado, asegurándose, eso si, que el control del uranio, los diamantes y demás riquezas de ese país siguieran en manos de los de siempre. A día de hoy la mayoría de la población negra sigue marginada, sin poder acceder a una educación de nivel. La pobreza ronda el 60%, el desempleo alcanza al 35% de los habitantes y 12 de cada 100 sudafricanos están infectados de VIH.
Igualmente, la alusión a la estrategia no violenta de Gandhi como único modo de lucha válido, hace que no pueda considerarse una casualidad la extraordinaria difusión del texto de Hessel. La historia de la India está marcada por la llamada “rebelión de los cipayos” (tropas indígenas al servicio de los británicos), que devino en la lucha anticolonial más importante del siglo XIX contra un imperio europeo, sobre el cual Carlos Marx escribió un artículo llamado “La rebelión india”, en la que saluda dicha lucha calificándola como levantamiento anticolonial. En muchos lugares, los cipayos fueron apoyados por un enorme movimiento rebelde de la población civil. Aunque se inició como una guerra de religión, en seguida se integró en una lucha más general por la liberación de la ocupación occidental. La violenta represión de la rebelión de los cipayos en 1857 constituyó un punto de inflexión en la historia del imperialismo británico en India. Marcó el fin de la Compañía de las Indias Orientales y de la dinastía mogola, las dos fuerzas que modelaron el país durante los últimos tres siglos. Dichas fuerzas fueron reemplazadas por una dominación directa del gobierno del Imperio británico. Y marca un doloroso camino hacia la independencia con episodios como los acorridos en 1919 por la promulgación de la Ley Rowlatt, mediante la cual se le confirió al Virrey extraordinarios poderes para reprimir cualquier acto que pudiese ser considerado como sedicioso, lo cual incluía el silenciar la prensa, detener a activistas políticos sin orden judicial y arrestar a cualquier persona que fuese sospechosa de rebeldía. En protesta se llamó a un huelga general en el país, la cual fue el inicio de un creciente descontento con el poder colonial. El 13 de abril de 1919 se produce la llamada Masacre de Amristsar, en Punyab, cuando el comandante militar británico ordenó disparar contra un grupo de 10.000 indios que se habían congregado en un jardín amurallado llamada Jallianwala Bagh, para celebrar un festival hindú desafiando la existencia de una orden marcial. Los muertos ascendieron a 379 y los heridos 1137, todo lo cual echó por tierra las esperanzas de la autonomía india y la buena voluntad de los indios hacia los británicos.
Haría especialmente largo este artículo detenerse en todos los episodios de lucha y represión violenta acaecidas en el subcontinente en los casi 100 años anteriores a la independencia. Lo cierto es que, tras un movimiento de huelgas masivas que se inicia en 1942, con más de 100.000 detenidos y apaleamientos masivos de opositores y represión salvaje, es en 1947, estando el Imperio Británico en franca decadencia y desangrado tras la Segunda Guerra Mundial, cuando el virrey Lord Mounbatten (pariente de la reina de Inglaterra), negoció y accedió a la independencia, no sin antes agitar las diferencias religiosas hasta conseguir dividirlo en dos estados, la India y Pakistán, a fin de contrarrestar la potencial fuerza económica de una India unida, lo que ocasionó desplazamientos masivos de población y tremendos episodios de violencia religiosa. Se abría paso la independencia formal asegurándose el encaje de los nuevos países en la estructura económica dominada por la nueva potencia hegemónica; los Estados Unidos; lo que ha dado en llamarse neocolonialismo.
En cualquier caso, ¿Es el modelo indio, con sus cientos de millones de personas subalimentadas y analfabetas viviendo en la calle, al que hemos de aspirar? ¿Habrían aceptado pacíficamente los imperialistas una India soberana con un sistema político más o menos socialista? La experiencia paralela en el tiempo de Vietnam parece apuntar a que no.
Es en este contexto en el que hemos de enmarcar el relativo éxito de la estrategia no violenta de Gandhi, que al fin y al cabo sirvió para alcanzar una independencia formal en la cual los intereses de las capas privilegiadas nativas y de las multinacionales estaban plenamente asegurados.
En otros casos en los procesos emancipadores de los pueblos del llamado tercer mundo, cuando se ha planteado de modo institucional la construcción de proyectos emancipadores que contrariaban los interesas del imperialismo y las transnacionales, la respuesta última ha sido la eliminación física de las personas que encabezaban tales procesos; es el caso de Patricio Lumumba en el Congo y Thomas Sankara en Burkina Fasso, e incluso podríamos apuntar a la muerte en atentado de Martin Luther King en Estados Unidos, líder de la emancipación negra que también practicaba una estrategia no violenta.
Y para quien entienda que en el siglo XXI se ha superado dicho esquema de violencia y represión, hemos de recordar golpes de estado como el fallido de Venezuela (2002), el de Honduras (2009), las invasiones de Iraq y Afganistán o la reciente agresión a Libia, para ilustrar como el poder sigue recurriendo sistemáticamente a la violencia para defender sus intereses.
La Declaración Universal de Derechos Humanos:
Hessel afirma en su texto haber participado en la redacción de la Declaración Universal de Derechos Humanos, algo que tampoco hemos comprobado pero que, si es cierto, le honra. No pretendemos por tanto negar importancia histórica a dicho tratado, de relevancia capital en el mundo jurídico, con independencia de que, en la perspectiva del tiempo transcurrido desde 1948, hemos de constatar que gran parte de los principios consagrados en dicho texto ni se cumplen ni tienen perspectivas de cumplirse. Y ello es así por cuanto el cumplimiento de los tratados internacionales está al arbitrio de que exista un poder militar para hacerlos cumplir, y en según que casos. A este respecto, mientras se procesa por la Corte Penal Internacional a miembros del bando perdedor en la guerra de la ex Yugoslavia, el principal incumplidor de los derechos humanos, los Estados Unidos, con sus limbos legales como la prisión de Guantánamo, sus torturas sistemáticas, sus cárceles secretas y sus sistemática violación de las más elementales normas procesales, pena de muerte incluida, nunca somete a sus peones a proceso alguno. Persigue y ejecuta a sus opositores en todo el planeta mientras los asesinos del periodista José Couso, soldados del imperio, eluden tranquilamente las órdenes de busca y captura dictadas contra ellos.
Tal vez por ello los redactores de la Declaración Universal de Derechos Humanos, o al menos la mayoría de ellos, más perspicaces que Stéphane Hessel, iniciaron dicho texto con un preámbulo en el que se reconoce el derecho a la rebelión, estableciendo textualmente “Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”. Parece ser que los redactores del texto tampoco se auto limitaban respecto a la no violencia.
Pasa de puntillas el Sr. Hessel sobre como, cuando se debatía este tratado, la Unión Soviética y otros países intentaron sin éxito promulgar en paralelo una Declaración Universal de los Derechos Sociales, que consagrara los derechos de personas y pueblos frente a la miseria, la opresión y la explotación. Derechos que por su categorización como meramente cosméticos por los estados capitalistas son conculcados entonces y ahora, sistemáticamente, por el sistema dominante, arrojando el de sobra conocido panorama de miles de millones de personas sin educación ni sanidad, sin trabajo ni vivienda dignas, alta mortalidad infantil por enfermedades curables, menores trabajando en canteras, etnicidios, hambrunas…
Porque la mención a este espinoso asunto; los derechos del pueblo, apartaba al autor de su guión de persona asombrada por una situación actual que no es sino consecuencia lógica del propio capitalismo.
Sorprendente que una persona del nivel de los redactores de un Tratado Internacional de tamaña importancia esté sinceramente sorprendida de la evolución de la sociedad capitalista hacia un panorama de miseria e injustita generalizadas, cuando tantas personas llevan más de 150 años hablando de ello.
¿Socialismo?
Algo ha oído hablar (que no se si leído) sobre el socialismo, aunque confiesa haberse decepcionado por las purgas estalinistas (sic). Con independencia de lo que cada cual piense sobre esta u otras cuestiones, lo cierto es que pasar de puntillas sobre las propuestas y análisis del socialismo es colocar a los potenciales destinatarios del texto de Hessel en la perspectiva de correr como un pollo sin cabeza. Podemos decirnos: Vale, ¡Ya estamos indignad@s! Y, ahora ¿Qué proponemos? Si consideramos que el modelo actual de sociedad no defiende los derechos de las personas, o al menos de la gran mayoría de ellas, no nos queda más remedio que analizar por qué y avanzar alternativas. De no hacerlo así nos vemos reducidos a ver el mundo como una película de Walt Disney con sus malvados y bondadosos.
Si proponemos un modelo de participación y control del poder, el momento y lugar histórico donde tales principios se materializaron más cabalmente fue la Comuna de París (1871), donde la población se organizó distrito a distrito controlando todos los poderes, incluyendo judicatura y policía, fijando la línea política y económica y estableciendo el mandato imperativo y mecanismos permanentes de revocación de todos los cargos públicos y funcionarios. Tal experiencia, destruida por el poder tras una sangrienta represión (miles de ejecuciones y deportaciones), hizo que Karl Marx afirmara que eso era el socialismo.
Despachar el socialismo como hace el Sr. Hessel es caer en la trampa de la propaganda, que ha hecho mover océanos de tinta distorsionando y demonizando sus análisis y propuestas. Podemos preguntarnos si no es normal que los dueños de las empresas y los bancos, que son a la postre los dueños de los medios de comunicación, van a invertir lo que sea necesario para desacreditar a la más importante corriente de pensamiento que cuestiona sus privilegios; lo extraño sería que hablaran bien.
Por el contrario, esa misma propaganda equipara de un modo falsario capitalismo y libertad: Para el poder el concepto libertad es la facultad de despedir y explotar trabajador@s, desahuciar hipotecad@s, apalear y encarcelar opositores, expulsar inmigrantes… Solo es libertad el llamado “libre mercado”.Que el pueblo decida y planifique la economía para satisfacer las necesidades de la población es una idea subversiva propia de roj@s.
Ahora, debemos organizarnos:
La única propuesta que comparto del texto de Hassel es la necesidad de organizarnos, ante una realidad que no solo está podrida (ya lo está desde hace muchos años), sino que huele de tal modo que el hedor es insoportable.
La movilización y organización de miles de personas frente a este estado de cosas a partir del 15 de mayo es un soplo de aire fresco, y la organización de asambleas a nivel local, para abordar y movilizarse respecto a las consecuencias sociales y políticas de una sociedad a todas luces injustas, desde todas las perspectivas; laboral, de género, medioambiental…, está creando unas redes de coordinación de personas que no existían desde hacía muchos años, al menos en estas tierras.
La actitud del poder ante este fenómeno se está reflejando (¿Cómo no?) en la respuesta mediática. Como siempre que surge algo que puede potencialmente cuestionar el status quo, el sistema responde intentando integrar al movimiento, para desvirtuar los aspectos incompatibles con el capitalismo, o bien ejerciendo la represión.
Parece que se está ensayando una combinación de ambos factores, y la prensa convencional se ha dividido, como el policía bueno y el policía malo, entre quienes de un modo paternalista “comprenden” el fenómeno, y quienes piden mano dura. Hemos visto y veremos apaleamientos como el de Plaza de Catalunya, o tal vez algo peor, y también propuestas parlamentarias de “transparencia”, alegaciones contra la corrupción, etc.
Todo con tal de evitar que nos demos cuenta que la realidad no admite parches, y que el único camino para responder a las preocupaciones de l@s indignad@s es superar el propio sistema capitalista, edificada sobre la miseria y la explotación de la mayoría de la población, algo que tal vez sea demasiado radical para el propio Sr. Hassel.
Francisco García Cediel
Portavoz de Iniciativa Comunista.
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Lo primero que me vino a la mente tras la lectura del texto de Hessel es una cierta sorpresa, no exenta de ternura, ante la ingenuidad del autor, que formula un texto cuajado de idealismo, entendido en el sentido de elevar los deseos a la categoría de realidad, por más que éstas refuten machaconamente sus tesis.
Me sorprendió sobremanera que una persona con el currículo que autoproclama (no he tenido tiempo de comprobar la veracidad de su trayectoria), de miembro de la resistencia francesa y partícipe en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pudiera caer en un grado tal de subjetiva ingenuidad.
La confesión en los primeros párrafos de su texto de haber pertenecido a la resistencia francesa (en el sector gaullista, una especie de derecha nacionalista), choca poderosamente con sus constantes apelaciones a la no violencia, que parece argumentar no tanto como estrategia de lucha, que podría ser discutible, como en cuanto a los principios. Es precisamente el tema de la violencia una de las cuestiones más espinosas que se pueden abordar en estos días, por cuanto la ideología dominante persigue con especial saña a toda persona que cuestione el monopolio de la violencia por parte del opresor.
La experiencia histórica de la resistencia francesa no abunda precisamente en pro de sus tesis, por cuanto no fue precisamente de un modo no violento como se pudo derrotar al nazi-fascismo; Cualquier texto, histórico o novelado, de ese periodo de la historia, arroja la existencia de un grado importante de autodefensa violenta frente a la mucha más violenta ocupación por parte del fascismo, lo cual incluyó un cierto nivel represivo tras la liberación de Francia (ejecución de Laval, primer ministro de la Francia de Vichy, etc.). Incluso pretender que tal resistencia no hubo de cometer injusticia alguna supone una concepción idealista de la historia, que se forja por la acción de colectivos humanos con el correspondiente corolario de errores y subjetivismo.
Para quienes nos reclamamos del marxismo, que es la parte más consecuente de la tradición humanista del pensamiento, en la medida en que pretendemos abolir la opresión no solo política sino también económica (léase explotación), el problema no es la elección de vías (pacífica o violenta), para la liberación de las gentes oprimidas, sino el análisis de cómo y por qué se produce la violencia, de modo que la observación histórica y cotidiana de la existencia de un mundo basado en la opresión violenta se convierte en una constatación dolorosa de la realidad, no como nos gustaría que fuera, sino como es en realidad.
Las lecciones de la historia:
Para no remontarnos a la prehistoria, debemos recordar como la acumulación originaria del capitalismo se basa en la explotación hasta el exterminio de las poblaciones indígenas de América, y a la mano de obra esclava de África. La experiencia colonial francesa e inglesa del siglo XIX (la llamada estrategia de las cañoneras), son pruebas históricas de cómo el interés económico se impone a sangre y fuego sobre los deseos e intereses de los pueblos
La experiencia histórica demuestra machaconamente que el poder económico y político, cuando teme por la pérdida de sus privilegios, no duda ni un momento en acudir a la matanza en masa de la gente que ingenuamente pensaba que por ser más y tener razón iban a organizar el mundo de otra manera. Para no hacer excesivamente prolijo este texto, y refiriéndonos ahora a los proyectos emancipadores en una amplia acepción del término, la historia del siglo XX abunda en tal constatación: Invasiones norteamericanas en Guatemala (1954), República Dominicana (1965), Granada (1983), Panamá (1989)…Golpe de estado en Chile en 1973 contra el intento de transformación pacífica e institucional de la sociedad de ese país. Asesinatos y desapariciones masivas en las dictaduras del Cono sur de América Latina en los años 70. Matanza masiva de comunistas en Indonesia en 1965, en Sudán en 1971. Golpe de estado de los Coroneles en Grecia en 1967, Guerra sucia a través de la red Gladio en Italia en la década de los 70, por no hablar de las cruentas guerras de liberación de Argelia y Vietnam, entre otras.
Llegados a este punto, llama poderosamente la atención como el Sr. Hessel alude al “terrorismo” independentista argelino, y no menciona el terrorismo institucional practicado sistemáticamente por Francia contra el independentismo en ese país, practicado sobre todo por sus paracaidistas; basta consultar cualquier libro de historia para acreditar la feroz represión desencadenada contra la población argelina, con el apoyo entusiasta de la mayoría de organizaciones políticas de la metrópoli.
Ya no puede ser ingenuidad sino fragilidad de memoria la alusión a la estrategia no violenta de Nelson Mandela, ocultando a un lector poco informado como en la lucha contra el régimen criminal del apartheid, ante la feroz represión del régimen, la población negra respondía con todas las formas de lucha que tenía a su alcance, y que el partido de Mandela, el Congreso Nacional Africano, sostenía una organización armada, la Lanza de la Nación, en su enfrentamiento con el régimen segregacionista. Solo cuando era insostenible dicho régimen (embargo internacional, hundimiento de la moneda, consecuencias de la guerra con Namibia…) , y ante una inminente insurrección popular, se saca en 1991 a un anciano Mandela de la cárcel para proclamarle tres años después Presidente de un estado sudafricano renovado, asegurándose, eso si, que el control del uranio, los diamantes y demás riquezas de ese país siguieran en manos de los de siempre. A día de hoy la mayoría de la población negra sigue marginada, sin poder acceder a una educación de nivel. La pobreza ronda el 60%, el desempleo alcanza al 35% de los habitantes y 12 de cada 100 sudafricanos están infectados de VIH.
Igualmente, la alusión a la estrategia no violenta de Gandhi como único modo de lucha válido, hace que no pueda considerarse una casualidad la extraordinaria difusión del texto de Hessel. La historia de la India está marcada por la llamada “rebelión de los cipayos” (tropas indígenas al servicio de los británicos), que devino en la lucha anticolonial más importante del siglo XIX contra un imperio europeo, sobre el cual Carlos Marx escribió un artículo llamado “La rebelión india”, en la que saluda dicha lucha calificándola como levantamiento anticolonial. En muchos lugares, los cipayos fueron apoyados por un enorme movimiento rebelde de la población civil. Aunque se inició como una guerra de religión, en seguida se integró en una lucha más general por la liberación de la ocupación occidental. La violenta represión de la rebelión de los cipayos en 1857 constituyó un punto de inflexión en la historia del imperialismo británico en India. Marcó el fin de la Compañía de las Indias Orientales y de la dinastía mogola, las dos fuerzas que modelaron el país durante los últimos tres siglos. Dichas fuerzas fueron reemplazadas por una dominación directa del gobierno del Imperio británico. Y marca un doloroso camino hacia la independencia con episodios como los acorridos en 1919 por la promulgación de la Ley Rowlatt, mediante la cual se le confirió al Virrey extraordinarios poderes para reprimir cualquier acto que pudiese ser considerado como sedicioso, lo cual incluía el silenciar la prensa, detener a activistas políticos sin orden judicial y arrestar a cualquier persona que fuese sospechosa de rebeldía. En protesta se llamó a un huelga general en el país, la cual fue el inicio de un creciente descontento con el poder colonial. El 13 de abril de 1919 se produce la llamada Masacre de Amristsar, en Punyab, cuando el comandante militar británico ordenó disparar contra un grupo de 10.000 indios que se habían congregado en un jardín amurallado llamada Jallianwala Bagh, para celebrar un festival hindú desafiando la existencia de una orden marcial. Los muertos ascendieron a 379 y los heridos 1137, todo lo cual echó por tierra las esperanzas de la autonomía india y la buena voluntad de los indios hacia los británicos.
Haría especialmente largo este artículo detenerse en todos los episodios de lucha y represión violenta acaecidas en el subcontinente en los casi 100 años anteriores a la independencia. Lo cierto es que, tras un movimiento de huelgas masivas que se inicia en 1942, con más de 100.000 detenidos y apaleamientos masivos de opositores y represión salvaje, es en 1947, estando el Imperio Británico en franca decadencia y desangrado tras la Segunda Guerra Mundial, cuando el virrey Lord Mounbatten (pariente de la reina de Inglaterra), negoció y accedió a la independencia, no sin antes agitar las diferencias religiosas hasta conseguir dividirlo en dos estados, la India y Pakistán, a fin de contrarrestar la potencial fuerza económica de una India unida, lo que ocasionó desplazamientos masivos de población y tremendos episodios de violencia religiosa. Se abría paso la independencia formal asegurándose el encaje de los nuevos países en la estructura económica dominada por la nueva potencia hegemónica; los Estados Unidos; lo que ha dado en llamarse neocolonialismo.
En cualquier caso, ¿Es el modelo indio, con sus cientos de millones de personas subalimentadas y analfabetas viviendo en la calle, al que hemos de aspirar? ¿Habrían aceptado pacíficamente los imperialistas una India soberana con un sistema político más o menos socialista? La experiencia paralela en el tiempo de Vietnam parece apuntar a que no.
Es en este contexto en el que hemos de enmarcar el relativo éxito de la estrategia no violenta de Gandhi, que al fin y al cabo sirvió para alcanzar una independencia formal en la cual los intereses de las capas privilegiadas nativas y de las multinacionales estaban plenamente asegurados.
En otros casos en los procesos emancipadores de los pueblos del llamado tercer mundo, cuando se ha planteado de modo institucional la construcción de proyectos emancipadores que contrariaban los interesas del imperialismo y las transnacionales, la respuesta última ha sido la eliminación física de las personas que encabezaban tales procesos; es el caso de Patricio Lumumba en el Congo y Thomas Sankara en Burkina Fasso, e incluso podríamos apuntar a la muerte en atentado de Martin Luther King en Estados Unidos, líder de la emancipación negra que también practicaba una estrategia no violenta.
Y para quien entienda que en el siglo XXI se ha superado dicho esquema de violencia y represión, hemos de recordar golpes de estado como el fallido de Venezuela (2002), el de Honduras (2009), las invasiones de Iraq y Afganistán o la reciente agresión a Libia, para ilustrar como el poder sigue recurriendo sistemáticamente a la violencia para defender sus intereses.
La Declaración Universal de Derechos Humanos:
Hessel afirma en su texto haber participado en la redacción de la Declaración Universal de Derechos Humanos, algo que tampoco hemos comprobado pero que, si es cierto, le honra. No pretendemos por tanto negar importancia histórica a dicho tratado, de relevancia capital en el mundo jurídico, con independencia de que, en la perspectiva del tiempo transcurrido desde 1948, hemos de constatar que gran parte de los principios consagrados en dicho texto ni se cumplen ni tienen perspectivas de cumplirse. Y ello es así por cuanto el cumplimiento de los tratados internacionales está al arbitrio de que exista un poder militar para hacerlos cumplir, y en según que casos. A este respecto, mientras se procesa por la Corte Penal Internacional a miembros del bando perdedor en la guerra de la ex Yugoslavia, el principal incumplidor de los derechos humanos, los Estados Unidos, con sus limbos legales como la prisión de Guantánamo, sus torturas sistemáticas, sus cárceles secretas y sus sistemática violación de las más elementales normas procesales, pena de muerte incluida, nunca somete a sus peones a proceso alguno. Persigue y ejecuta a sus opositores en todo el planeta mientras los asesinos del periodista José Couso, soldados del imperio, eluden tranquilamente las órdenes de busca y captura dictadas contra ellos.
Tal vez por ello los redactores de la Declaración Universal de Derechos Humanos, o al menos la mayoría de ellos, más perspicaces que Stéphane Hessel, iniciaron dicho texto con un preámbulo en el que se reconoce el derecho a la rebelión, estableciendo textualmente “Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”. Parece ser que los redactores del texto tampoco se auto limitaban respecto a la no violencia.
Pasa de puntillas el Sr. Hessel sobre como, cuando se debatía este tratado, la Unión Soviética y otros países intentaron sin éxito promulgar en paralelo una Declaración Universal de los Derechos Sociales, que consagrara los derechos de personas y pueblos frente a la miseria, la opresión y la explotación. Derechos que por su categorización como meramente cosméticos por los estados capitalistas son conculcados entonces y ahora, sistemáticamente, por el sistema dominante, arrojando el de sobra conocido panorama de miles de millones de personas sin educación ni sanidad, sin trabajo ni vivienda dignas, alta mortalidad infantil por enfermedades curables, menores trabajando en canteras, etnicidios, hambrunas…
Porque la mención a este espinoso asunto; los derechos del pueblo, apartaba al autor de su guión de persona asombrada por una situación actual que no es sino consecuencia lógica del propio capitalismo.
Sorprendente que una persona del nivel de los redactores de un Tratado Internacional de tamaña importancia esté sinceramente sorprendida de la evolución de la sociedad capitalista hacia un panorama de miseria e injustita generalizadas, cuando tantas personas llevan más de 150 años hablando de ello.
¿Socialismo?
Algo ha oído hablar (que no se si leído) sobre el socialismo, aunque confiesa haberse decepcionado por las purgas estalinistas (sic). Con independencia de lo que cada cual piense sobre esta u otras cuestiones, lo cierto es que pasar de puntillas sobre las propuestas y análisis del socialismo es colocar a los potenciales destinatarios del texto de Hessel en la perspectiva de correr como un pollo sin cabeza. Podemos decirnos: Vale, ¡Ya estamos indignad@s! Y, ahora ¿Qué proponemos? Si consideramos que el modelo actual de sociedad no defiende los derechos de las personas, o al menos de la gran mayoría de ellas, no nos queda más remedio que analizar por qué y avanzar alternativas. De no hacerlo así nos vemos reducidos a ver el mundo como una película de Walt Disney con sus malvados y bondadosos.
Si proponemos un modelo de participación y control del poder, el momento y lugar histórico donde tales principios se materializaron más cabalmente fue la Comuna de París (1871), donde la población se organizó distrito a distrito controlando todos los poderes, incluyendo judicatura y policía, fijando la línea política y económica y estableciendo el mandato imperativo y mecanismos permanentes de revocación de todos los cargos públicos y funcionarios. Tal experiencia, destruida por el poder tras una sangrienta represión (miles de ejecuciones y deportaciones), hizo que Karl Marx afirmara que eso era el socialismo.
Despachar el socialismo como hace el Sr. Hessel es caer en la trampa de la propaganda, que ha hecho mover océanos de tinta distorsionando y demonizando sus análisis y propuestas. Podemos preguntarnos si no es normal que los dueños de las empresas y los bancos, que son a la postre los dueños de los medios de comunicación, van a invertir lo que sea necesario para desacreditar a la más importante corriente de pensamiento que cuestiona sus privilegios; lo extraño sería que hablaran bien.
Por el contrario, esa misma propaganda equipara de un modo falsario capitalismo y libertad: Para el poder el concepto libertad es la facultad de despedir y explotar trabajador@s, desahuciar hipotecad@s, apalear y encarcelar opositores, expulsar inmigrantes… Solo es libertad el llamado “libre mercado”.Que el pueblo decida y planifique la economía para satisfacer las necesidades de la población es una idea subversiva propia de roj@s.
Ahora, debemos organizarnos:
La única propuesta que comparto del texto de Hassel es la necesidad de organizarnos, ante una realidad que no solo está podrida (ya lo está desde hace muchos años), sino que huele de tal modo que el hedor es insoportable.
La movilización y organización de miles de personas frente a este estado de cosas a partir del 15 de mayo es un soplo de aire fresco, y la organización de asambleas a nivel local, para abordar y movilizarse respecto a las consecuencias sociales y políticas de una sociedad a todas luces injustas, desde todas las perspectivas; laboral, de género, medioambiental…, está creando unas redes de coordinación de personas que no existían desde hacía muchos años, al menos en estas tierras.
La actitud del poder ante este fenómeno se está reflejando (¿Cómo no?) en la respuesta mediática. Como siempre que surge algo que puede potencialmente cuestionar el status quo, el sistema responde intentando integrar al movimiento, para desvirtuar los aspectos incompatibles con el capitalismo, o bien ejerciendo la represión.
Parece que se está ensayando una combinación de ambos factores, y la prensa convencional se ha dividido, como el policía bueno y el policía malo, entre quienes de un modo paternalista “comprenden” el fenómeno, y quienes piden mano dura. Hemos visto y veremos apaleamientos como el de Plaza de Catalunya, o tal vez algo peor, y también propuestas parlamentarias de “transparencia”, alegaciones contra la corrupción, etc.
Todo con tal de evitar que nos demos cuenta que la realidad no admite parches, y que el único camino para responder a las preocupaciones de l@s indignad@s es superar el propio sistema capitalista, edificada sobre la miseria y la explotación de la mayoría de la población, algo que tal vez sea demasiado radical para el propio Sr. Hassel.
Francisco García Cediel
Portavoz de Iniciativa Comunista.
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