Sólida y monolítica la perspectiva de la lucha revolucionaria del proletariado de todos los países, bajo la guía del partido de clase, por la conquista del poder político, la destrucción del Estado burgués y la transformación de la economía capitalista en economía socialista y comunista; es la única lucha que puede romper definitivamente con una sociedad dedicada exclusivamente a la producción y reproducción del capital, a través de la extorsión sistemática y creciente de plusvalor obtenido por medio de la general y cada vez más creciente explotación de la fuerza de trabajo asalariada en cada país del mundo.
1. Partiendo de los Estados Unidos en julio/agosto de 2007, la crisis financiera que ha golpeado a todo el sistema financiero internacional, agravándose en septiembre y octubre de 2008, atravesando Europa y Asia y difundiéndose por todos los demás países del mundo, es diferente de las anteriores por al menos tres razones: 1) no ha sido concentrada sólo en los Estados Unidos, sino que aceleradamente ha golpeado a todos los grandes centros imperialistas del mundo; 2) se ha incertado a la crisis económica ya en camino en todos los principales países imperialistas, agravando progresivamente a esta última; 3) ha obligado a los diversos Estados a intervenir vigorosamente para salvar a sus bancos en quiebra, acentuando drásticamente la tendencia del Estado capitalista no sólo a intervenir para sostener la producción industrial, sino también en apoyo al capital financiero, tomando bajo su responsabilidad masas enormes de títulos-basura que han sido la causa por la cual las mayores instituciones financieras han sufrido un colosal crac, y, sobre todo, nacionalizando total o parcialmente a los institutos bancarios y financieros. El pánico que ha invadido a todos los capitalistas del mundo ha sido provocado por el hecho de que el crac ha creado una persistente desconfianza de las instituciones bancarias entre sí, las cuales han puesto muy difíciles las condiciones para otorgarse créditos mutuamente, creando como consecuencia una profunda crisis de liquidez: de dinero que circula mucho, pero mucho menos que antes, y de los mismos patrimonios de los institutos de crédito que han venido perdiendo drásticamente su valor precedente. Si el capital no se valoriza, muere.
2. En la época imperialista es el capital financiero que en cada país domina a la sociedad y que guía la actividad económica ligada a la producción y a la distribución. El capital financiero es la máxima expresión del curso del desarrollo del modo de producción capitalista: el capital y su autovaloración son el punto de partida y el punto de llegada, el origen y el fin de la producción (Marx, El Capital). La producción es sólo producción para el capital, cuya composición orgánica está formada por capital fijo, trabajo muerto (edificios, maquinarias, materias primas, tierra) y capital variable, trabajo vivo (salarios). En el capitalismo el trabajo muerto aplasta y sofoca al trabajo vivo: el capital y su valorización están primero que nada. Durante el curso de la historia de su desarrollo y de la formación del mercado mundial, el capitalismo genera sobreproducción de mercancías y capitales: el mercado no logra absorber todas las mercancías producidas ni todos los capitales disponibles, y entra en crisis provocando destrucciones de mercancías y capitales; las empresas entran en crisis, quiebran, aumenta la desocupación obrera. Mientras la riqueza se acumula y aumenta para las clases burguesas poseedoras, para los proletarios sólo se acumula y aumenta la miseria; la teoría marxista de la miseria creciente se confirma en cada crisis capitalista.
Si se observa al mundo entero, es imposible no ver que las clases dominantes de los países más ricos viven sobre las espaldas de las clases trabajadoras, tanto las de sus propios países como las de los países más pobres. La crisis financiera golpea, además, a la economía productiva, a la economía llamada “real” que depende siempre más del crédito, transformando a la actual crisis en verdadera crisis social general que se prevé será de larga duración. La amplitud y gravedad de este proceso de crisis están determinadas por el nivel de sobreproducción capitalista alcanzado y por el nivel de las divergencias acumuladas en el tiempo entre los más grandes centros imperialistas mundiales. Directa o indirectamente, todos los países del mundo han sido golpeados, ninguno ha sido excluido. Los mismos economistas burgueses declaran que la actual crisis financiera decreta la “derrota del mercado”, la “implosión” del sistema financiero internacional; y tienen razón, pero no desde el punto de vista del capitalismo, sino desde el punto de vista del marxismo. A pesar de ellos mismos. El mercado jamás ha sido realmente el equilibrador de las contradicciones capitalistas; la competencia no ha sido nunca sólo la palanca del progreso, sino también el vehículo de las crisis. Aún con todas las reglas que las clases burguesas hayan buscado establecer para controlar el mercado, la competencia, las contradicciones inherentes al modo de producción capitalista, en las fases de mayor desarrollo y por lo tanto de mayores contrastes, es el mismo mercado que las hace saltar provocando una desregulación que no es otra cosa que la más amplia libertad por parte de los gigantes financieros e imperialistas, forzando y condicionando el curso económico y financiero del mundo entero, a fin de acrecentar de manera exponencial la autovaloración del capital. Pero este proceso inevitablemente se encuentra con obstáculos que el mismo modo de producción capitalista, junto a su mismo desarrollo económico y financiero, ha erigido: la sobreproducción de mercancías y capitales obstaculiza el proceso de auto valorización del capital, luego entra inexorablemente en crisis.
3. La intervención del Estado, deseada por la clase dominante burguesa de cada país, se realiza con miras a reparar los daños financieros ocasionados en el tiempo, pero, para beneficio exclusivo de la propia clase dominante burguesa. Los recursos estatales han servido ante todo para salvar a los bancos, templos del moderno crédito y de la moderna trapacería, luego siguen las grandes industrias, y, con las migajas que queden, las pequeñas y medianas empresas. Por último, como siempre, se encuentra el proletariado al que siempre se le reserva el constante empeoramiento de sus condiciones de vida y de trabajo. El Estado, asumiendo las deudas de la banca y de los institutos financieros colapsados, en sí no hace sino distribuirlas a toda la población que en su gran mayoría está constituida por proletarios, endeudándolos a futuro en función de estas operaciones de rescate, y endeudando también a las futuras generaciones de proletarios, todo con el único fin de reanudar a todo galope la producción de capital y su auto-valorización. En la actual crisis financiera global, el Estado central de los USA ha intervenido como rara vez en el pasado lo había hecho (1929, por ejemplo): para evitar la hemorragia, una parte de los créditos votados urgentemente por el congreso han sido destinados a nacionalizar o semi-nacionalizar a los mayores grupos bancarios norteamericanos: primero fue Bear Stearns en marzo de este año, luego, en julio, llegó el turno a otros dos gigantes del crédito inmobiliario: Fannie Mae y Freddie Mac, luego le tocó a la más grande aseguradora del mundo, la AIG. Pero el “octubre negro” de las Bolsas ha compelido a los Estados Unidos a continuar su política de nacionalizaciones ya experimentada por Inglaterra y Europa, algo que fue acogido por estos últimos rechinando de dientes, tratando sin embargo de proteger, cada quien por su lado, sus propios intereses. Lo que demuestra una vez más que la tendencia a la concentración y centralización estatales de la economía y las finanzas, anticipada durante los años Veinte del siglo pasado por el fascismo italiano, y en los años Treinta por el nazismo alemán, es una tendencia histórica irreversible del capitalismo y su desarrollo. Por otra parte, el estalinismo en Rusia y la política del partido comunista chino, han continuado exactamente sobre el mismo surco, con el fin de acelerar en cada una de estas dos regiones geohistóricas el proceso interno de desarrollo capitalista. Nuestra corriente de la Izquierda comunista había acertado ya en los años Veinte y, aún mejor, al final de la segunda guerra mundial, cuando preveía que la democracia post-bélica no se parecería en nada a la democracia liberal de antes de la guerra, caracterizándose más bien por una cada vez más acentuada tendencia al totalitarismo económico y financiero cubierto con un manto democrático, a fin de engañar durante décadas al proletariado del mundo entero. Desgraciadamente, hasta hoy, este diseño ha tenido éxito.
4. La crisis capitalista ha solicitado de todos los grandes grupos financieros del mundo y, por lo tanto, de los Estados que los defienden a concordar acciones destinadas a conjurar el crac del sistema financiero mundial, y a combatir la desconfianza que invade no sólo a los inversionistas habituales que especulan en las Bolsas, sino también a los ahorristas comunes que aportan a las taquillas de los bancos el tan ambicionado “dinero fresco”. Las instituciones supranacionales, las reuniones en los vértices entre los grandes managers de las finanzas, entre gobernadores de las bancas centrales, las famosas “cumbres” de ministros y gobernantes de los grandes países imperialistas, han servido y sirven para coordinar las intervenciones en los mercados financieros, a fin de que el dinero continúe fluyendo hacia la red bancaria internacional. La crisis, a pesar de todo lo grave y aún sin saber los burgueses cuánto durará, ha sido considerada por estos últimos como un “incidente del camino”, más grave que los otros, pero un “incidente” al fin y al cabo, bastando sólo una robusta inyección de dineros estatales, y la confianza de los inversionistas. Sin embargo, aun con todo lo global y seria, esta crisis no tiene la potencia para cambiar de orientación el capitalismo que continúa siendo producción y reproducción del capital. La búsqueda de soluciones para superar la crisis, por muy concertada que haya sido en los más altos niveles políticos, económicos y financieros entre las mayores potencias imperialistas del mundo, no producirá sino una tregua, más o menos breve, entre esta crisis y la crisis que viene, cosa que sucede sistemáticamente en el capitalismo: 1929-32 (La Gran Depresión), 1939-45 (la segunda guerra imperialista mundial), 1973-75 (la gran crisis petrolera y económica mundial), 1981, 1987-89, 1991, 2001 (las crisis de las bolsas y la consiguiente crisis económica), 2007-2008 (los cracs financieros actuales, más una latente pero inexorable recesión económica). Más allá de los llamados a la calma, del grito “que no cunda el pánico”, de las garantías que ofrecen todos los gobernantes para crear confianza en torno a los mercados financieros, los mismos burgueses declaran abiertamente que esta crisis será larga y tendrá efectos muy graves sobre la vida de la gran mayoría de la población. ¡Lágrimas, sacrificios y sangre estarán a la orden del día, para los burgueses que perderán sus capitales privados en beneficio de otros burgueses, y para la gran mayoría del proletariado de cada país agobiado por deudas que no puede ya pagar, con salarios que llegarán a penas a mitad de mes, inmersos en una precariedad progresiva y en un aumento de la desocupación!
5. Con el cinismo típico que caracteriza a la clase burguesa, en tiempos de crisis de su sistema económico y financiero, ésta todavía pide al proletariado más sacrificios; sacrificios que espera obtener a través de diversos medios: aumento del costo de la vida, rebaja del salario real y del poder de compra que ya este salario no respalda, aumento del tiempo de trabajo por obrero, creciente intensidad del trabajo, aumento de la productividad en cada nivel del proceso productivo. Todo ello aumentará la inseguridad laboral, y los accidentes mortales se multiplicarán, aumentará la competencia entre los proletarios, así como también la discriminación tanto racista como sexista entre proletarios. La ocasión de la crisis y el consecuente aniquilamiento del proletariado con respecto a su capacidad de resistencia actual contra la degradación de sus condiciones de vida y de trabajo, facilitan a la burguesía la adopción de medidas antiproletarias en todos los campos, económico y social (de la escuela a la salud, de los servicios públicos en general a las relaciones con los sindicatos, de los métodos de negociación a las formulas contractuales, todo bajo un clima opresivo de oscurantismo cultural y religioso). ¡El futuro del capital cercena el futuro del proletariado!
6. Por su experiencia en el dominio político y social, la burguesía sabe no obstante que el proletariado no soporta tácita e indefinidamente la presión creciente sobre sus condiciones de vida y de trabajo. Ella prevé que el proletariado se movilizará y que podrá desencadenar episodios de verdadera violencia social; por ello, junto al aumento del despotismo de fábrica y al cada vez más extendido despotismo social, la burguesía seguirá adoptando, aunque de manera limitada con respecto a los períodos de expansión económica, una serie de amortiguadores sociales que permitirán resolver las necesidades de una fracción de la clase obrera (logrando también dividir aún más a los proletarios entre sí), y utilizar como vehículo de consenso y de paz social a los partidos y organizaciones sindicales del reformismo, las organizaciones del voluntariado y de las estructuras religiosas, siempre listas para desviar la indignación y la reacción proletarias hacia actividades que tiendan a sedar las tensiones acumuladas, y a entregar a la voracidad del capital a un proletariado víctima de prejuicios pequeñoburgueses y encerrado en sí mismo. Pero la burguesía dominante está siempre pronta a “cambiar de caballo” en la medida en que los sindicatos tradicionalmente oportunistas no logren someter – como lo han hecho hasta ahora – a los proletarios a las diversas y oscilantes exigencias de Su Majestad el Capital.
7. La profundidad de la crisis evidencia una fuerte caída tendencial de la tasa media de ganancias, contra la cual la burguesía sólo tiene un arma decisiva para ella: aumentar la tasa de extorsión de plusvalor del trabajo asalariado. De esto el proletariado no debe esperar sino un aumento de la presión capitalista sobre su vida cotidiana y en su lugar de trabajo: mientras empeoran cada vez más las condiciones de trabajo y de vida, aumentan las condiciones de precariedad e inseguridad de la vida de los proletarios. ¡Trabajo al negro, trabajo precario, desocupación, bajos salarios, intimidaciones, vejaciones y abusos estarán siempre y cada vez más a la orden del día! Aumentará todavía más la competencia entre proletarios, empujados por el miedo a perder el puesto de trabajo y el salario, y por la prepotencia burguesa hacia los sectores más débiles del proletariado como las mujeres, los niños, los inmigrados, así como hacia los proletarios desorganizados. Aumentará también el aislamiento de los proletarios, generado por la criminal política oportunista que hace depender cualquier reivindicación obrera de la “compatibilidad” con las exigencias de la empresa o de la Nación. Los proletarios de los países más ricos han gozado hasta ahora, aun si en parte ha sido inconscientemente, de la bestial explotación mediante la cual sus ricas y gordas burguesías han saqueado a continentes enteros, aplastando a centenas de millones de proletarios de los países capitalistamente subdesarrollados. Gracias a los gigantescos beneficios acumulados mediante esta explotación de los recursos naturales y humanos del mundo, las clases burguesas de los países imperialistas han podido forjar un tremendo sistema de amortiguadores sociales que ha servido para constituir una sólida base material para el consenso social y la sumisión del proletariado al capitalismo. Los proletarios de los países más ricos tienen la tarea, primero que los demás, de romper completamente con la política conciliadora y colaboracionista a la cual los tiene habituados el reformismo y el colaboracionismo de los sindicatos y de los partidos tricolor: esta es la condición indispensable para que los proletarios reconozcan una perspectiva histórica, dentro de la cual la lucha de clase vuelva a ser el centro de toda actividad de defensa económica inmediata y de iniciativa política independiente.
8. Luego de décadas de expansión capitalista comenzada al finalizar la segunda guerra mundial, luego que los otros grandes y poblados países como China, India, Brasil y la misma Rusia después de la implosión de 1989-91, han acelerado un desarrollo capitalista interno, al punto de constituir hoy no sólo mercados muy ambicionados por los viejos países imperialistas, sino también anclas de salvamento financiero; luego de que las viejas potencias del capitalismo europeo han constituido una suerte de estricta alianza económico-política en la Unión Europea, para hacer frente a la competencia tanto de la aún gran potencia imperialista mundial – los Estados Unidos de América – como de las más jóvenes y agresivas potencias emergentes – bástese nombrar a la China – , las clases dominantes burguesas han venido afrontando desde hace más de veinte años un período de crisis que no podrá terminar – si el proceso de crisis capitalista no es interrumpido por la crisis social y revolucionaria – sino con el estallido de la tercera guerra mundial. Hoy, los proletarios de los países ricos comienzan a percibir que el futuro próximo no será de bienestar, que no se volverá a un mayor tenor de vida; comienzan a percibir que su destino se asemeja cada vez más al de esos cientos de millones de desheredados, campesinos y proletarios que huyen de los países de la periferia del imperialismo (reino de los desastres de las guerras, de las carestías, de la miseria y del hambre perennes) para buscar en los países ricos una posibilidad de sobrevivencia, aun a costa de morir ahogados durante la travesía de los mares, asfixiados dentro de los camiones o muertos de hambre o de sed al atravesar el desierto. Los proletarios de los países ricos están perdiendo sistemáticamente toda una serie de beneficios y de “garantías” que las democracias occidentales les habían asegurado, luego de la tan cacareada victoria contra el fascismo; aquellas ventajas, aquellas garantías, fueron el precio pagado por la burguesía para corromper durante décadas a las grandes masas proletarias en Occidente, pero ha sido un precio pagado con la sangre de los proletarios de todo el mundo, en las guerras mundiales como en las paces imperialistas; en las guerras locales como en la cada vez más aguda competencia capitalista: a los millones de proletarios muertos en la segunda carnicería imperialista mundial se agregan los millones y millones de proletarios muertos en las guerras locales, en las penurias, en la represión, en la huida lejos de la pobreza.
9. El futuro que el capitalismo imperialista ofrece al proletariado es el de una sistemática degradación de sus condiciones de vida y de trabajo; y esta vez no será durante un breve período, sino más bien un tiempo largo y doloroso de sufrimientos y horrores, como ya sucede en vastas zonas de África, Cercano, Medio y Extremo Oriente, en América Latina. Hasta ahora las clases burguesas dominantes de los países más fuertes han seguido un método planificador de la economía que le dado una ventaja enorme sobre el proletariado. “El nuevo método planificador de conducir la economía capitalista – léase en el texto de partido Fuerza, Violencia, Dictadura en la lucha de clase, de 1946 – constituyendo, respecto al limitado liberalismo clásico de un pasado hoy superado, una forma de autolimitación del capitalismo, conduce a nivelar en torno a un promedio la extorsión de plusvalor”. Esta forma de autolimitación del capitalismo ha tenido por efecto una menor acumulación de ganancias capitalistas y un mejoramiento del salario obrero; si por un lado tiende moderar las puntas máximas y más agudas de la explotación patronal desarrollando al mismo tiempo las formas de material asistencia social (el famoso welfare), por el otro ha permitido a la burguesía de cada país, y sobre todo de los países más ricos, saquear y meter mano de toda posible riqueza en cada parte del mundo, financiando una parte de aquellas formas de material asistencia social (los amortiguadores sociales) para los “propios” proletarios con la más bestial explotación de los proletariados de los países de la periferia del capitalismo desarrollado. La opulencia de los países occidentales ha constituido siempre un suénelo para los proletarios de los países periféricos del imperialismo, que ya en los años Sesenta-Setenta del siglo pasado comenzaron a dirigirse en masas cada vez más numerosas hacia los USA y Europa. Sin embargo, los amortiguadores sociales no beneficiaban en absoluto a estos proletarios inmigrados, los cuales se contentaban con un salario considerado de hambre para los proletarios europeos o americanos, pero que, al ser comparado con la miseria negra de la que provenían , aparecía más bien como un “privilegio”: la competencia entre proletarios de los países pobres, que anteriormente surgía a distancias bastante notables, se avecinaba siempre más hasta actuar espalda con espalda en las obras, en las mismas fabricas, en las mismas calles, en las mismas metrópolis del capitalismo desarrollado. Más aumentaba la competencia entre proletarios, más disminuía la autolimitación del capitalismo en la extorsión media de plusvalor, como lo demuestra el hecho de que la burguesía sabe también confrontar y gestionar las puntas más agudas de la explotación proletaria, pero que el proletariado al no constituir un peligro efectivo contra el poder burgués durante este largo período, la burguesía suprime los frenos que anteriormente puso y se lanza sin ninguna clase de escrúpulos hacia la búsqueda espasmódica del fácil beneficio, hasta virtual, tal como ha sucedido en estos últimos quince años de finanzas totalmente “desregulada”.
10. Después de la guerra y en el período de expansión capitalista, la finalidad común de las clases burguesas dominantes era la de permitir que cada burguesía nacional, de acuerdo a sus fuerzas y su peso luego de la carnicería y de las destrucciones de guerra, pudiese acapararse un pedazo de la riqueza mundialmente producida, contribuyendo también así al desarrollo general del capitalismo. Con la repartición en zonas de influencia, que llevaban por sello “condominio ruso-americano sobre el mundo”, y teniendo firme los dos polos centrales de la conservación burguesa internacional: los Estados Unidos de América y Rusia con las respectivas zonas, o “imperios”, de influencia sobre países por estos dominados y controlados, pero al mismo tiempo respaldados en su reactivación económica posbélica, las clases burguesas dominantes han logrado poner en marcha sus respectivos aparatos productivos en un crescendo aún más agudo que en el período prebélico. Alemania y Japón han sido los ejemplos más claros, junto a Italia y hasta el mismo Estado de Israel creado sobre la base de una estrategia mesoriental, bajo la influencia directa de los USA; Polonia, Checoslovaquia y Hungría, conjuntamente con China, han representado otros ejemplos esta vez bajo la influencia directa de la URSS. En todo el período de posguerra, que se alargará hasta la primera gran crisis general posbélica del capitalismo mundial de 1973-75, el nuevo método planificador de la economía capitalista con formas de autolimitación del capitalismo en su tarea de extorsionar plusvalor funcionó perfectamente de cada lado de la llamada “cortina de hierro”, sin dejar de tomar en cuenta las debidas diferencias en la efectiva capacidad de producir y reproducir capital. Pero esa crisis general del capitalismo mundial marcó un viraje: el período de fuerte expansión económica había terminado, y se iniciaba un período de crisis cada vez más cercanas unas de las otras y donde cada vez más aumentaba el número de países envueltos simultáneamente. La obra del oportunismo sindical y político cambió de signo, pero no de dirección: de propugnadores de reivindicaciones obreras compatibles de manera indudable con las exigencias del capital, a gestores de las exigencias del capital a la cual se deben someter en forma absoluta las reivindicaciones obreras. Buena parte de las mejoras salariales y sociales obtenidas en los años de la curva ascendente de la expansión económica capitalista fue progresivamente demolida en los años de la curva descendente de la economía capitalista no se encontraban aún al final del precipicio, pero ahora se están acercando. La crisis recesiva de la economía de los grandes países capitalistas, y a la cual se agrega ahora la tremenda crisis financiera que todavía no ha terminado de producir todos sus efectos devastadores, está envolviendo, también, cada vez más a las más poderosas economías de los llamados países emergentes, de China, Rusia, India, Brasil; el progresivo asalto de la sobreproducción capitalista que comienza a hacerse un camino también en estas economías emergentes terminará por cercenar la yugular por donde pasaba, desde hace unos quince años, el oxígeno hacia los asfixiados países superdesarrollados. Bajo el capitalismo, las guerras comerciales y financieras entre los colosos imperialistas del mundo marcan cada jornada, y tarde o temprano se transformarán en guerras bélicas; no porque el presidente americano, el emperador japonés, el nuevo zar ruso o el próximo kaiser alemán hayan “decidido” atacar a esta o aquella coalición imperialista considerada enemiga, sino porque el mercado mundial, al cual se arrodillan en acto de fe absoluta todos los capitalistas del mundo, estará cada vez más tan saturado de mercancías y de capitales que la única solución para la burguesía será la mayor destrucción posible de estas mercancías y estos capitales en superabundancia, y así poder acceder a un nuevo ciclo de producción y reproducción de capital, como un tiovivo infernal girando sin fin. La guerra imperialista tiene la tarea de rejuvenecer al capitalismo, eliminando montañas de desperdicios del mercado que con el tiempo se han ido acumulando, tal como si esta fuese un gigantesco incinerador. Pero la guerra no está hecha por máquinas, sino por hombres, en este caso por el proletariado que en esta situación está destinado a ser arrojado a este incinerador junto a ingentes masas de instrumentos de producción y de mercancías que han saturado al mercado mundial. Para volver a poner en movimiento la producción de ganancias capitalistas, las clases dominantes burguesas envían al proletariado a la carnicería de sus guerras; todas las motivaciones ideológicas, patrióticas, raciales, religiosas que la burguesía siempre ha utilizado para justificar estas carnicerías de guerra, no son más que colosales engaños expresamente construidos para movilizar a las grandes masas proletarias en su propio beneficio. De esta manera los proletarios vienen a ser derrotados doblemente: primero, sobre el terreno de las relaciones de producción capitalistas en las cuales el proletariado, aun siendo por excelencia la clase históricamente antagónica a la clase burguesa, esta vez aparece como si fuese un libre prestador de fuerza de trabajo a ser vendida en el mercado del trabajo; luego, sobre el terreno de las relaciones políticas entre las clases en las cuales el proletariado , aun siendo la clase históricamente antagónica a la burguesía, aparece como la clase más interesada en defender los intereses nacionales y los confines de la patria. Todas las fuerzas sociales y políticas que contribuyen al mantenimiento de estos engaños, y sobre todo cuando se hacen pasar por socialistas o comunistas, representan un serio y permanente obstáculo a la lucha por la emancipación del proletariado del capitalismo.
11. El proletariado mundial sufre desde hace décadas de la nefasta influencia oportunista por parte de todas las organizaciones que luchaban, en principio, en nombre de la defensa de sus condiciones de vida y de trabajo, de sus derechos y de sus perspectivas históricas de clase pero que, habiendo cedido a la corrupción a la cual fueron convidados por la burguesía dominante, han traicionado la causa proletaria, tanto en el terreno de la lucha de defensa inmediata como en el terreno más amplio y decisivo de la lucha política por la conquista del poder. La lucha de clase proletaria que las mismas contradicciones de la sociedad burguesa hace surgir de sus vísceras, no puede impedir el surgimiento de amplias organizaciones de asociaciones económicas de defensa en la que las grandes masas proletarias se reconozcan; estas organizaciones, si son influenciadas y dirigidas por el partido proletario de clase, representan un real peligro para la clase burguesa dominante y para su permanencia misma en el poder político, y por eso es que las clases burguesas siempre han tratado de corromperlas y atraerlas hacia sí, transformándolas de “correas de transmisión” de la lucha revolucionaria conducida y guiada por el partido proletario de clase en “correas de transmisión” del interclasismo y de la colaboración entre las clases. El gran obstáculo inmediato que el proletariado encuentra en el camino de la reanudación de la lucha clase lo constituyen precisamente estas organizaciones de carácter sindical y político que actúan en el cuadro de las compatibilidades con las exigencias de la economía capitalista y de la conciliación entre los intereses burgueses y los intereses proletarios. Los partidos políticos del proletariado, los cuales se proponen tendencialmente una finalidad mucho más amplia e histórica que la lucha de defensa inmediata, con el tiempo han tenido un destino similar: cediendo a la corrupción burguesa, sobre el plano económico como sobre el político y ideológico, se han transformado en los vehículos más insidiosos y perversos de la contrarrevolución, contribuyendo incluso con la acción directa de Estado, como en la contrarrevolución rusa de los años 20 del siglo pasado, arrojando al proletariado a la desorientación general haciendo de este una fácil presa de los prejuicios individualistas, nacionalistas, racistas y religiosos característicos de las clases burguesas y pequeñas burguesas.
Sólo en algunos particulares giros históricos, como en el 1848 proletario y europeo, en el 1871 de la Comuna de Paris y, sobre todo, en la época del Octubre Rojo de 1917, el proletariado alzó la cabeza y afrontó la lucha de clase revolucionaria contra la burguesía y la llevó hasta el fondo, hasta la victoria o la derrota. La historia ha querido que esos particulares giros históricos fueran apuntados, a fin de cuentas, como derrotas. Pero, de cada derrota el partido de clase del proletariado, aun cuando por momentos este se reduzca a pocas unidades, ha sabido sacar potentes lecciones históricas que han servido y servirán para las luchas del presente y del mañana. Por muy invencible que parezca la clase burguesa dominante, a pesar de sus crisis económicas y financieras y las imponentes guerras bélicas que devastan periódicamente al planeta, y por muy insuperables que parezcan los obstáculos representados por los sindicatos tricolor y por los partidos obreros burgueses, el proletariado volverá a encontrar el camino de la reanudación de su lucha de clase, ya que las contradicciones, los factores de crisis económica, social y política, las cada vez más dramáticas consecuencias de la civilización del capital, no harán más que demostrar la imposibilidad por parte del capitalismo, por tanto de las clases burguesas dominantes, de resolver definitivamente las crisis cada vez más agudas de la sociedad presente.
12. El proletariado volverá a encontrar la fuerza de luchar sobre el terreno del abierto antagonismo de clase con la burguesía porque aceptará el hecho de que la defensa de sus intereses inmediatos y futuros ya no es posible sobre el terreno de la paz social, del consenso social, de la conciliación de los intereses burgueses con los intereses proletarios; porque aceptará el hecho que a la burguesía capitalista no le basta explotar al máximo la fuerza de trabajo asalariada en todos los países, sino que la debe movilizar hacia sus guerras de competencia y de repartición del mercado mundial; porque aceptará el hecho de que las organizaciones que se declaran obreras pero que profesan su fe en la democracia burguesa y la práctica en la colaboración de clase, son organizaciones que tienen la tarea de sabotear la lucha proletaria, de aprisionar los empujes hacia la lucha y su prolongación hacia los más amplios estratos proletarios en las redes de las leyes burguesas y constitucionales y en el respeto del orden constituido. La lucha antagónica que la burguesía libra sin descanso contra los intereses del proletariado no se deja canalizar por leyes que la misma burguesía emana y propugna; ella desarrolla sus ataques tanto dentro de la legalidad como fuera de ella, tal como lo demuestran los incidentes y los muertos en el puesto de trabajo, la utilización de bandas mafiosas para controlar una parte consistente del proletariado, la difusión de todo tipo de droga en el seno de la jóvenes y adolescentes, la corrupción capilar inherente a cualquier actividad o movimiento en el plano comercial, industrial, bancario o político. Los marxistas no creen en el poder sobrenatural del sufrimiento humano, como tampoco en la “conciencia” que las grandes masas proletarias tomarían al conocer la bondad de la perspectiva del comunismo, gracias a las cuales mover la lucha contra el capitalismo y la clase burguesa que representa su baluarte social y político. Los marxistas sostienen que los antagonismos de clase, en el seno mismo de las contradicciones de la sociedad capitalista, están destinados material y físicamente a hacer entrechocar las gigantescas fuerzas sociales que expresan estos antagonismos, al choque entre proletariado y burguesía, venciendo al final del mismo la clase del proletariado, la clase portadora de la efectiva emancipación histórica de la opresión de clase, la que precisamente en la sociedad capitalista no tiene nada que defender y todo que perder. El curso histórico del desarrollo de la sociedad humana demuestra que el desemboque de este desarrollo material jamás ha sido lineal, pura y gradualmente progresivo; es, por el contrario, un curso de desarrollo tremendamente accidentado, de avances y retrocesos, de grandes conquistas y muy dolorosas derrotas, pero, al final del ciclo de desarrollo de la producción para la supervivencia de la sociedad humana un cambio radical y profundo del modo de producción se impone objetiva y dialécticamente. El proletariado, en cuanto clase productora de la riqueza social y en cuanto portadora de la perspectiva histórica de la sociedad sin clases, en la cual los antagonismos entre las clases serán completamente superados para poner en su lugar un desarrollo armónico de la sociedad de especie, es la sola clase históricamente revolucionaria de la edad moderna, la única capaz de encargarse de la lucha de emancipación de toda opresión y de toda explotación, que liberará a la especie humana de los vínculos de la propiedad privada y la apropiación privada de las riquezas sociales. De esta verdadera y propia tarea histórica cada proletario tomado individualmente no está consciente, pero el partido de clase revolucionario, el partido comunista que representa, desde la aparición del Manifiesto de 1848, en la realidad capitalista de hoy, la lucha revolucionaria por la emancipación futura del proletariado y, junto con él, de todo el género humano, de toda opresión clasista.
13. El proletariado ha demostrado en la historia pasada, en 1848, en 1871, en 1917, ser la única clase revolucionaria de la sociedad moderna: la única clase que expresa, en su lucha contra las viejas clases feudales y aristocráticas y la nueva clase dominante burguesa, una perspectiva que superará toda formación social dividida en clases. El marxismo es la teoría revolucionaria del movimiento histórico del proletariado, es fundamento irrenunciable del partido comunista intransigentemente anticapitalista, antiburgués, y, por tanto, antidemocrático. El proletariado ha sufrido, está sufriendo y sufrirá cada vez más los efectos devastadores de las crisis capitalistas, bien sea que ello ocurra en el campo de la producción, del comercio o de la finanza. Mientras siga siendo clase para el capital, es decir, mientras continúe en la posición de clase asalariada sometida al dominio incontestable social y político de la burguesía, el proletariado no tendrá ninguna posibilidad de luchar con éxito por su emancipación ni en el terreno de la defensa inmediata, ni tampoco en el terreno político y revolucionario. Mientras que el proletariado siga influenciado, organizado, dirigido y encuadrado por las fuerzas de la conservación burguesa y del colaboracionismo interclasista, este no tendrá ninguna posibilidad de obtener un real y duradero mejoramiento de sus condiciones de vida y de trabajo, mejoramiento que algunas veces se concretiza en términos económicos y sociales – durante los períodos de expansión capitalista – pero al precio de arrojar a las ortigas toda ambición de emancipación del trabajo asalariado.
14. Las crisis de la economía capitalista han marcado sistemáticamente una serie de etapas en el empeoramiento de las condiciones proletarias, una creciente cancelación por parte de la burguesía de las concesiones otorgadas en períodos precedentes y bajo la presión de las luchas obreras. La burguesía ha mostrado una vez más su verdadero rostro, su interés más profundo: arrancar a la clase proletaria una ulterior porción de plusvalor, hacer todavía más opresivo el dominio sobre el trabajo asalariado, difundir todavía más en la sociedad precariedad de la vida y del trabajo y aumentar la competencia entre proletarios. Las crisis de la economía capitalista han empujado y empujan a la burguesía no sólo a agudizar la explotación del trabajo asalariado en todos los países para sacar de este el mayor beneficio nacional posible, sino también a aliarse más estrechamente al campo internacional a fin de afrontar con más capacidad a las crisis: puesto que las divergencias entre las diversas potencias imperialistas están acentuándose, las alianzas comerciales, industriales, financieras tienden a estrechar vínculos políticos y militares útiles en situaciones de crisis. Las burguesías de los diversos países saben que las crisis económicas y financieras llevan inevitablemente, antes y después, al enfrentamiento militar entre competidores, a la guerra bélica; y ninguna burguesía en el mundo es capaz de sostener el esfuerzo militar si no puede movilizar a su proletariado en defensa de sus intereses de clase dominante. Esta es la razón por la cual, en tiempos de paz, cada burguesía nacional no se limita a prepararse a sí misma y a su Estado para la guerra, sino que desarrolla una larga y capilar obra de propaganda y de influencia ideológica en las filas proletarias, a través de los instrumentos del oportunismo, no desdeñando precipitar sobre los estratos proletarios más combativos y rebeldes la fuerza estatal de la represión y, cada vez con más frecuencia, de fuerzas ilegales (mafias, escuadrones fascistas).
La lucha de clase que la burguesía desarrolla contra el proletariado es permanente, no tiene un minuto de tregua y no se deja frenar por escrúpulos; utiliza cualquier palanca que le sea posible para la conservación social – mejor si es de “izquierda” y se disfraza de “obrera” – para dividir, aislar, desmoralizar a los proletarios, con la finalidad de intimidar a las franjas más rebeldes y de paralizar a las vastas masas proletarias. Así sucedió en el período de la primera guerra mundial, cuando las burguesías europeas debieron enfrentarse a proletariados en pleno ascenso revolucionario. Las lecciones sacadas por las burguesías políticamente más avanzadas de la época se concentrarán en la triple acción de máxima represión de las fuerzas de vanguardia del proletariado y en particular de las fuerzas revolucionarias (la legalidad democrática unida a la ilegalidad de los escuadrones), de máxima centralización del poder político y económico en las manos del Estado (el fascismo con el partido único y el sindicato único y obligatorio), de máxima dotación de instrumentos sociales para acallar así las necesidades de las clases trabajadoras y apagar su impulso hacia la lucha de clase (los amortiguadores sociales). Tal lección se transferirá, luego de la victoria militar de las “plutocracias democráticas” contra el “fascismo” en la segunda carnicería imperialista mundial, del método fascista de gobierno al método democrático de gobierno. Los Estados democráticos adoptarán desde esta época la sustancia del método fascista de gobierno, la sustancia tanto totalitaria y represiva como reformista, pero la disfrazarán de parlamentarismo democrático, y así seguir engañando a las clases trabajadoras, desviando sus impulsos de lucha clasista del terreno del enfrentamiento abierto contra las clases antagónicas al terreno del parlamentarismo, de la conciliación interclasista, del colaboracionismo con el Estados burgués y sus instituciones. En este proceso de verdadera y propia integración en el Estado burgués de las organizaciones un tiempo proletarias, las fuerzas del oportunismo socialdemócrata pasarán la mano a las fuerzas del estalinismo que, traicionando los objetivos, los métodos y los medios del movimiento comunista internacional de los años Veinte del siglo pasado, abrirán el camino a la victoria de la más feroz contrarrevolución conocida en la historia.
15. Los efectos dramáticamente negativos de esta victoria contrarrevolucionaria de la burguesía, el proletariado, tanto de los países imperialistas más potentes como de los países de la periferia del imperialismo, hoy todavía los están pagando. La destrucción del partido revolucionario del proletariado, a partir del partido bolchevique de Lenin, pasando a través de la aniquilación del partido comunista de Alemania, Italia y, finalmente, de China, ha demostrado una verdad histórica incontrovertible: el proletariado, sin la guía férrea e intransigente de su partido de clase, aun con toda la fuerza que puedan expresar sus choques sociales y el heroísmo en su “asalto al cielo”, está destinado a la derrota segura. Y esta derrota es tanto más profunda, cuanto más sus asalto al poder burgués ha estado cercano a la victoria definitiva. La burguesía jamás ha tenido escrúpulos humanitarios, jamás ha concedido al proletariado derrotado “el honor de las armas”: a los treinta mil comunardos de Paris en 1871, masacrados sistemáticamente en la histórica semana sangrienta de las tropas del carnicero Thiers, se han hecho eco centenas de miles de proletarios masacrados en todas las tentativas revolucionarias en las décadas posteriores, como en el 1905 y 1917 rusos, en el 1918-19 alemán, en el 1919 húngaro, en el 1927 chino, para no hablar de los millones de proletarios enviados a las guerras de reparto del mercado mundial que la burguesía de los países más potentes se hacen desde hace casi cien años. El partido revolucionario del proletariado es la única verdadera fuerza histórica de clase, independiente, con capacidad para unir la futura emancipación del proletariado del capitalismo al glorioso pasado de la lucha proletaria en todas sus tentativas revolucionarias: el partido revolucionario del proletariado representa en el hoy el futuro de la clase del proletariado, el futuro de su revolución anticapitalista, la única revolución que podrá emancipar a toda la humanidad del yugo de la opresión capitalista, de su modo de producción, de su violencia sistemática aun cuando esta aparezca enmascarada de democracia.
16. Las crisis cíclicas del capitalismo, económicas y financieras, son la anticipación de la crisis más profunda y sistémica de la estructura del capitalismo; la reacción de las fuerzas burguesas de cada país y estas crisis implican una mayor centralización del poder político, además de económica (intervención del Estado en la economía), un mayor despotismo social agravando las condiciones ya agravadas del proletariado de cada país. El proletariado, aun con todo lo intoxicado por decenios de políticas y prácticas del colaboracionismo sindical y político, continúa siendo a pesar de todo la única fuerza social de explotación de la cual la clase burguesa usurpa sistemáticamente plusvalor.
Por mucho que la burguesía impida al proletariado de volver a encontrar el camino de lucha sobre el terreno del enfrentamiento de clase, por mucho que lo desvíe a través de las fuerzas del oportunismo, por mucho que reprima en la opresión más violenta, lo mate de hambre, lo destroce en sus guerras de rapiña, no puede eliminarlo de su sistema productivo, no puede aniquilarlo completamente puesto que es la única fuerza social que, aplicada al capital, produce beneficios capitalistas. La burguesía, así como está condenada a producir y reproducir capital, valorizándolo en cantidades cada vez mayores, también está condenada a utilizar la fuerza de trabajo representada por el proletariado asalariado, sin la cual no podría tan sólo existir el sistema capitalista de producción y apropiación privada de la riqueza social producida.
“La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condición esencial la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos individuos, la formación e incremento constante del capital; y éste, a su vez, no puede existir sin el trabajo asalariado. El trabajo asalariado presupone, inevitablemente, la competencia de los obreros entre sí. Los progresos de la industria, que tienen por cauce automático y espontáneo a la burguesía, imponen, en vez del aislamiento de los obreros por la competencia, su unión revolucionaria por la organización”. Y así, al desarrollarse la gran industria, la burguesía ve tambalearse bajo sus pies las bases sobre las que produce y se apropia lo producido. Y a la par que avanza, se cava su fosa y engendra a sus propios sepultureros. Su muerte y el triunfo del proletariado son igualmente inevitables. (Marx-Engels, Manifiesto del Partido Comunista, cursivas nuestras).
El análisis histórico descrito en el Manifiesto de 1848 se confirma continuamente a través de las vicisitudes que han distinguido a todas las fases del capitalismo en su desarrollo. Y es un hecho que los progresos de la gran industria “imponen, en vez del aislamiento de los obreros por la competencia, su unión revolucionaria por la organización”, razón por la cual las burguesías de todo el mundo invierten grandes cantidades de recursos para mantener y aumentar la competencia entre los proletarios, única condición material fundamental para la explotación sistemática del trabajo asalariado. Los obreros, en su lucha por su emancipación del capitalismo, deben por lo tanto poner en el centro de sus objetivos la lucha sistemática contra la competencia entre sí. Y es esta lucha que favorece la asociación revolucionaria de los proletarios por encima de las diferencias de categorías, sectores, sexo, edad, nacionalidad. Es esta lucha la que refuerza la unificación de los proletarios sobre la base de su condición económica y social común, de trabajadores asalariados, más allá de los confines estatales y por encima del nivel de progreso económico y de civilización burguesía alcanzado en los respectivos países.
17. Las luchas que los proletarios han librado durante las décadas luego de la derrota de la revolución comunista en Rusia y en el mundo, han sido condicionadas ideológicamente por la teoría de la “construcción del socialismo en un solo país”; políticamente, por medio de la traición de todos los partidos de la Internacional Comunista, vendiéndose a la conservación social de cada burguesía nacional; económicamente, por medio del sometimiento mucho más fuerte aún al capital, por ende, al trabajo asalariado; sindicalmente, mediante el abandono general a las instancias de la compatibilidad y las exigencias de la economía y la política burguesas. Pese a la tremenda capa oportunista baja la cual el proletariado ha sido sometido en todas estas décadas, la lucha de clase, el empuje genuino de la lucha anticapitalista, aun episódicamente, no obstante ha emergido a la superficie a través de luchas contra el costo de la vida de los años Cuarenta/Cincuenta, la revueltas de Berlín en 1953 y en Budapest en 1956, las luchas obreras contra el aumento de la explotación en la fabrica de los años Sesenta/Setenta, tanto en Europa Occidental como en Europa Oriental, los grandes movimientos en los años Ochenta de los estibadores en Polonia, de los mineros en Gran Bretaña, en los Estados Unidos, en Rusia, las primeras grandes huelgas en Brasil, en la India a caballo entre los años Noventa y comienzos de este siglo.
A los movimientos proletarios de los países capitalistas avanzados, junto a los de los países llamados países emergentes, se agregarán, durante todo el período que va del fin de la guerra imperialista mundial hasta los años Setenta, los movimientos anticoloniales en los países del mundo aún no industrializado, que hubiese podido representar la reanudación de la lucha de clase revolucionaria en el mundo si este hubiese podido contar con la guía segura y firme del partido comunista mundial, cosa que la victoria de la contrarrevolución estalinista no permitió, enviando a un futuro lejano la cita con la revolución proletaria y comunista. Hoy, todos los países del mundo, están ligados los unos a los otros a la misma suerte, mucho mas de cuanto lo hubiesen estado en la época en la que Marx y Engels escribieron el Manifiesto del Partido Comunista, anunciando la históricamente necesaria revolución comunista con el famoso grito de batalla: “Proletarios de todos los países, uníos” ¡Asóciense no por la defensa del capitalismo, sino por la revolución anticapitalista! La crisis financiera y económica actual, así como las que la han precedido, demuestran ampliamente que el mundo es uno solo, en el cual el capitalismo domina bajo cada cielo y a través de clases dominantes organizadas políticamente aunque de manera diferente las unas de las otras, pero siempre burguesas, aun cuando se trate del PC chino o del presidente norteamericano, del canciller alemán, de la oligarquía rusa o de los jeques árabes.
18. Paradójicamente, más las clases burguesas dominantes en los diversos países han tratado de reforzar sus propias fronteras nacionales, levantando barreras y muros de todo tipo, más el desarrollo de la gran industria y de la gran finanza los han echado por tierra; a los movimientos internacionales de mercancías y capitales corresponde un similar movimiento internacional del proletariado de todos los países. Las exportaciones de mercancías y capitales tienen la finalidad de conquistar mercados, combatiendo la competencia de otras mercancías y capitales presentes en esos mercados; la emigración de los proletarios, sobre todo aquella que viene de los países poco industrializados hacia los países más avanzados desde el punto de vista capitalista, tiene por finalidad la sobrevivencia pura y simple: no es un movimiento de “conquista”, es un movimiento de “defensa” de la propia supervivencia, es expresión de la gran debilidad del proletariado mundial obligado a emplear todas sus fuerzas para buscar los medios para poder sobrevivir, combatiendo los efectos del desarrollo del capitalismo y no la causa de su opresión, de su miseria, de su condición de simple instrumento de producción de capital. La causa de todo esto es el capitalismo mismo, y no habrá jamás una solución a estas condiciones de modernos esclavos hasta tanto no se luche y se venza contra la clase burguesa dominante que detenta el poder político, económico y militar gracias al cual el modo de producción capitalista es defendido y mantenido con vida.
La emigración forzada de los proletarios de los diversos países puede ser transformada de debilidad en fuerza a condición de asociar a los proletarios inmigrantes con los proletarios nativos en la misma lucha, en la misma defensa de las condiciones de vida y de trabajo que vuelve comunión los unos con los otros: los accidentes en el trabajo golpean indiferentemente, tanto a unos como a otros, inmigrados y nativos; son producto de la organización capitalista del trabajo asalariado, contra los cuales los proletarios pueden luchar con eficacia sólo si se unen en la misma lucha, en la misma común defensa de los efectos de la organización capitalista del trabajo asalariado. Así mismo, los proletarios inmigrados y nativos deben afrontar las cuestiones correspondientes a su condición social; del salario por jornada trabajada, de las horas extras a la enfermedad, del trabajo nocturno a los trabajos agotadores, al trabajo negro, a la pensión. El nudo central, como nos lo recuerda el Manifiesto de Marx-Engels, es la competencia de los obreros entre sí: o se le combate, y entonces los proletarios se unen para organizar la lucha en este terreno, o se le acepta, y entonces se entregan pies y manos atadas a la explotación capitalista más bestial favoreciendo el aislamiento de cada proletario de todos los otros, siendo desde luego la situación ideal absoluta para el dominio patronal y burgués no sólo en la empresa, sino en toda la sociedad.
19. En cada país, en cada período, en la paz o en la guerra, la clase dominante burguesa tiene intereses completamente antagónicos a los intereses del proletariado.
La clase dominante burguesa busca constantemente dividir al proletariado a través de la competencia de los obreros entre sí, presión que se incrementa en la medida en que la crisis capitalista se torna más vasta y profunda.
La clase dominante burguesa de cada país se prepara para afrontar períodos de crisis mucho más agudas, crisis de guerra bélica entre las mayores potencias imperialistas del mundo, cuya finalidad no es otra que participar en una nueva repartición del mercado mundial, y, en tal perspectiva, refuerza el proceso de centralización y concentración que ya se encuentra en movimiento en los países de capitalismo desarrollado. El Estado burgués se convierte cada vez más en el pivote decisivo del reforzamiento del poder burgués en las confrontaciones que las crisis capitalistas provocan y, paralelamente, en las confrontaciones de los Estados burgueses competidores en el mercado mundial con vistas a alianzas de guerra que no necesariamente corresponden a las actuales alianzas comerciales, económicas y políticas en tiempos de paz.
La clase dominante burguesa aumenta su despotismo social y su presión sobre todos los estratos de la sociedad, con el fin de canalizar todos los recursos nacionales hacia la defensa prioritaria del capitalismo nacional y de sus beneficios, incluso a costa de aplastar los intereses de algunas fracciones burguesas y de la pequeña burguesía.
La clase dominante burguesa tiende a adoptar todos los instrumentos de dominio que tiene a disposición, en todos los terrenos, económico, político, social, militar; tiende al mismo tiempo a reforzar la propaganda apta para reforzar la regimentación del proletariado en el frente de la defensa nacional, de la patria, la familia, la Iglesia, aumentando las intervenciones que buscan dividir a los proletarios que compartan los intereses empresariales y los intereses nacionales de los proletarios de aquellos intereses que desean combatir para defender sus propios intereses de clase. Aumentará por ende el apoyo económico y político a todas las formas de división entre proletarios nativos y proletarios extranjeros, entre instruidos y no instruidos, entre hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, especializados y genéricos, entre aquellos que se muestren dóciles y obedientes a las leyes y a la voluntad del mando patronal y aquellos que se oponen, entre violentos y pacíficos, entre militares y civiles, etcétera.
La clase dominante burguesa tenderá cada vez más a violentar su propia práctica democrática que, en realidad, le complica burocráticamente toda actividad tanto en el plano social y económico como en el plano de la represión de toda actividad de divergencia y oposición. El totalitarismo típico de la sociedad capitalista más avanzada será cubierto por un velo cada vez más sutil de democracia y derechos constitucionales, tal como la Izquierda comunista italiana había ya previsto desde finales de los años Veinte del siglo pasado.
La clase dominante burguesa seguirá apoyando a las fuerzas del oportunismo obrero, por cuanto la experiencia de dominio ha demostrado que estas fuerzas son indispensables para la conservación social burguesa, en los diversos períodos en los cuales los métodos de gobierno burgués han podido cambiar de democrático a abiertamente dictatorial, tanto llamando al gobierno directamente las fuerzas de la vieja socialdemocracia, del estalinismo y pos estalinismo, del radicalismo de izquierda, como llamando al gobierno a las fuerzas de la conservación más abiertamente reaccionarias o militarescas. El rol del oportunismo obrero en la sociedad capitalista no desaparece; podrá incluso sufrir una lenta erosión, pero, en la necesidad, resurgirá bajo otras máscaras, como ya sucedió en los períodos que precedieron a la primera guerra mundial imperialista, bajo la forma de la socialdemocracia clásica y del maximalismo reformista, en el período inmediatamente sucesivo a la victoria revolucionaria comunista en Rusia en 1917, bajo la forma del estalinismo y del centrismo burocrático, en el período que acompañó y sucedió a la segunda guerra imperialista mundial, bajo las formas de un partidismo popular y nacionalcomunista; hasta hoy, en el cual estas formas están dejando lugar a formas regeneradas de sindicalismo revolucionario y de radicalismo democrático de izquierda, formas todas absolutamente antiproletarias y anticomunistas.
Partido comunista internacional
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1. Partiendo de los Estados Unidos en julio/agosto de 2007, la crisis financiera que ha golpeado a todo el sistema financiero internacional, agravándose en septiembre y octubre de 2008, atravesando Europa y Asia y difundiéndose por todos los demás países del mundo, es diferente de las anteriores por al menos tres razones: 1) no ha sido concentrada sólo en los Estados Unidos, sino que aceleradamente ha golpeado a todos los grandes centros imperialistas del mundo; 2) se ha incertado a la crisis económica ya en camino en todos los principales países imperialistas, agravando progresivamente a esta última; 3) ha obligado a los diversos Estados a intervenir vigorosamente para salvar a sus bancos en quiebra, acentuando drásticamente la tendencia del Estado capitalista no sólo a intervenir para sostener la producción industrial, sino también en apoyo al capital financiero, tomando bajo su responsabilidad masas enormes de títulos-basura que han sido la causa por la cual las mayores instituciones financieras han sufrido un colosal crac, y, sobre todo, nacionalizando total o parcialmente a los institutos bancarios y financieros. El pánico que ha invadido a todos los capitalistas del mundo ha sido provocado por el hecho de que el crac ha creado una persistente desconfianza de las instituciones bancarias entre sí, las cuales han puesto muy difíciles las condiciones para otorgarse créditos mutuamente, creando como consecuencia una profunda crisis de liquidez: de dinero que circula mucho, pero mucho menos que antes, y de los mismos patrimonios de los institutos de crédito que han venido perdiendo drásticamente su valor precedente. Si el capital no se valoriza, muere.
2. En la época imperialista es el capital financiero que en cada país domina a la sociedad y que guía la actividad económica ligada a la producción y a la distribución. El capital financiero es la máxima expresión del curso del desarrollo del modo de producción capitalista: el capital y su autovaloración son el punto de partida y el punto de llegada, el origen y el fin de la producción (Marx, El Capital). La producción es sólo producción para el capital, cuya composición orgánica está formada por capital fijo, trabajo muerto (edificios, maquinarias, materias primas, tierra) y capital variable, trabajo vivo (salarios). En el capitalismo el trabajo muerto aplasta y sofoca al trabajo vivo: el capital y su valorización están primero que nada. Durante el curso de la historia de su desarrollo y de la formación del mercado mundial, el capitalismo genera sobreproducción de mercancías y capitales: el mercado no logra absorber todas las mercancías producidas ni todos los capitales disponibles, y entra en crisis provocando destrucciones de mercancías y capitales; las empresas entran en crisis, quiebran, aumenta la desocupación obrera. Mientras la riqueza se acumula y aumenta para las clases burguesas poseedoras, para los proletarios sólo se acumula y aumenta la miseria; la teoría marxista de la miseria creciente se confirma en cada crisis capitalista.
Si se observa al mundo entero, es imposible no ver que las clases dominantes de los países más ricos viven sobre las espaldas de las clases trabajadoras, tanto las de sus propios países como las de los países más pobres. La crisis financiera golpea, además, a la economía productiva, a la economía llamada “real” que depende siempre más del crédito, transformando a la actual crisis en verdadera crisis social general que se prevé será de larga duración. La amplitud y gravedad de este proceso de crisis están determinadas por el nivel de sobreproducción capitalista alcanzado y por el nivel de las divergencias acumuladas en el tiempo entre los más grandes centros imperialistas mundiales. Directa o indirectamente, todos los países del mundo han sido golpeados, ninguno ha sido excluido. Los mismos economistas burgueses declaran que la actual crisis financiera decreta la “derrota del mercado”, la “implosión” del sistema financiero internacional; y tienen razón, pero no desde el punto de vista del capitalismo, sino desde el punto de vista del marxismo. A pesar de ellos mismos. El mercado jamás ha sido realmente el equilibrador de las contradicciones capitalistas; la competencia no ha sido nunca sólo la palanca del progreso, sino también el vehículo de las crisis. Aún con todas las reglas que las clases burguesas hayan buscado establecer para controlar el mercado, la competencia, las contradicciones inherentes al modo de producción capitalista, en las fases de mayor desarrollo y por lo tanto de mayores contrastes, es el mismo mercado que las hace saltar provocando una desregulación que no es otra cosa que la más amplia libertad por parte de los gigantes financieros e imperialistas, forzando y condicionando el curso económico y financiero del mundo entero, a fin de acrecentar de manera exponencial la autovaloración del capital. Pero este proceso inevitablemente se encuentra con obstáculos que el mismo modo de producción capitalista, junto a su mismo desarrollo económico y financiero, ha erigido: la sobreproducción de mercancías y capitales obstaculiza el proceso de auto valorización del capital, luego entra inexorablemente en crisis.
3. La intervención del Estado, deseada por la clase dominante burguesa de cada país, se realiza con miras a reparar los daños financieros ocasionados en el tiempo, pero, para beneficio exclusivo de la propia clase dominante burguesa. Los recursos estatales han servido ante todo para salvar a los bancos, templos del moderno crédito y de la moderna trapacería, luego siguen las grandes industrias, y, con las migajas que queden, las pequeñas y medianas empresas. Por último, como siempre, se encuentra el proletariado al que siempre se le reserva el constante empeoramiento de sus condiciones de vida y de trabajo. El Estado, asumiendo las deudas de la banca y de los institutos financieros colapsados, en sí no hace sino distribuirlas a toda la población que en su gran mayoría está constituida por proletarios, endeudándolos a futuro en función de estas operaciones de rescate, y endeudando también a las futuras generaciones de proletarios, todo con el único fin de reanudar a todo galope la producción de capital y su auto-valorización. En la actual crisis financiera global, el Estado central de los USA ha intervenido como rara vez en el pasado lo había hecho (1929, por ejemplo): para evitar la hemorragia, una parte de los créditos votados urgentemente por el congreso han sido destinados a nacionalizar o semi-nacionalizar a los mayores grupos bancarios norteamericanos: primero fue Bear Stearns en marzo de este año, luego, en julio, llegó el turno a otros dos gigantes del crédito inmobiliario: Fannie Mae y Freddie Mac, luego le tocó a la más grande aseguradora del mundo, la AIG. Pero el “octubre negro” de las Bolsas ha compelido a los Estados Unidos a continuar su política de nacionalizaciones ya experimentada por Inglaterra y Europa, algo que fue acogido por estos últimos rechinando de dientes, tratando sin embargo de proteger, cada quien por su lado, sus propios intereses. Lo que demuestra una vez más que la tendencia a la concentración y centralización estatales de la economía y las finanzas, anticipada durante los años Veinte del siglo pasado por el fascismo italiano, y en los años Treinta por el nazismo alemán, es una tendencia histórica irreversible del capitalismo y su desarrollo. Por otra parte, el estalinismo en Rusia y la política del partido comunista chino, han continuado exactamente sobre el mismo surco, con el fin de acelerar en cada una de estas dos regiones geohistóricas el proceso interno de desarrollo capitalista. Nuestra corriente de la Izquierda comunista había acertado ya en los años Veinte y, aún mejor, al final de la segunda guerra mundial, cuando preveía que la democracia post-bélica no se parecería en nada a la democracia liberal de antes de la guerra, caracterizándose más bien por una cada vez más acentuada tendencia al totalitarismo económico y financiero cubierto con un manto democrático, a fin de engañar durante décadas al proletariado del mundo entero. Desgraciadamente, hasta hoy, este diseño ha tenido éxito.
4. La crisis capitalista ha solicitado de todos los grandes grupos financieros del mundo y, por lo tanto, de los Estados que los defienden a concordar acciones destinadas a conjurar el crac del sistema financiero mundial, y a combatir la desconfianza que invade no sólo a los inversionistas habituales que especulan en las Bolsas, sino también a los ahorristas comunes que aportan a las taquillas de los bancos el tan ambicionado “dinero fresco”. Las instituciones supranacionales, las reuniones en los vértices entre los grandes managers de las finanzas, entre gobernadores de las bancas centrales, las famosas “cumbres” de ministros y gobernantes de los grandes países imperialistas, han servido y sirven para coordinar las intervenciones en los mercados financieros, a fin de que el dinero continúe fluyendo hacia la red bancaria internacional. La crisis, a pesar de todo lo grave y aún sin saber los burgueses cuánto durará, ha sido considerada por estos últimos como un “incidente del camino”, más grave que los otros, pero un “incidente” al fin y al cabo, bastando sólo una robusta inyección de dineros estatales, y la confianza de los inversionistas. Sin embargo, aun con todo lo global y seria, esta crisis no tiene la potencia para cambiar de orientación el capitalismo que continúa siendo producción y reproducción del capital. La búsqueda de soluciones para superar la crisis, por muy concertada que haya sido en los más altos niveles políticos, económicos y financieros entre las mayores potencias imperialistas del mundo, no producirá sino una tregua, más o menos breve, entre esta crisis y la crisis que viene, cosa que sucede sistemáticamente en el capitalismo: 1929-32 (La Gran Depresión), 1939-45 (la segunda guerra imperialista mundial), 1973-75 (la gran crisis petrolera y económica mundial), 1981, 1987-89, 1991, 2001 (las crisis de las bolsas y la consiguiente crisis económica), 2007-2008 (los cracs financieros actuales, más una latente pero inexorable recesión económica). Más allá de los llamados a la calma, del grito “que no cunda el pánico”, de las garantías que ofrecen todos los gobernantes para crear confianza en torno a los mercados financieros, los mismos burgueses declaran abiertamente que esta crisis será larga y tendrá efectos muy graves sobre la vida de la gran mayoría de la población. ¡Lágrimas, sacrificios y sangre estarán a la orden del día, para los burgueses que perderán sus capitales privados en beneficio de otros burgueses, y para la gran mayoría del proletariado de cada país agobiado por deudas que no puede ya pagar, con salarios que llegarán a penas a mitad de mes, inmersos en una precariedad progresiva y en un aumento de la desocupación!
5. Con el cinismo típico que caracteriza a la clase burguesa, en tiempos de crisis de su sistema económico y financiero, ésta todavía pide al proletariado más sacrificios; sacrificios que espera obtener a través de diversos medios: aumento del costo de la vida, rebaja del salario real y del poder de compra que ya este salario no respalda, aumento del tiempo de trabajo por obrero, creciente intensidad del trabajo, aumento de la productividad en cada nivel del proceso productivo. Todo ello aumentará la inseguridad laboral, y los accidentes mortales se multiplicarán, aumentará la competencia entre los proletarios, así como también la discriminación tanto racista como sexista entre proletarios. La ocasión de la crisis y el consecuente aniquilamiento del proletariado con respecto a su capacidad de resistencia actual contra la degradación de sus condiciones de vida y de trabajo, facilitan a la burguesía la adopción de medidas antiproletarias en todos los campos, económico y social (de la escuela a la salud, de los servicios públicos en general a las relaciones con los sindicatos, de los métodos de negociación a las formulas contractuales, todo bajo un clima opresivo de oscurantismo cultural y religioso). ¡El futuro del capital cercena el futuro del proletariado!
6. Por su experiencia en el dominio político y social, la burguesía sabe no obstante que el proletariado no soporta tácita e indefinidamente la presión creciente sobre sus condiciones de vida y de trabajo. Ella prevé que el proletariado se movilizará y que podrá desencadenar episodios de verdadera violencia social; por ello, junto al aumento del despotismo de fábrica y al cada vez más extendido despotismo social, la burguesía seguirá adoptando, aunque de manera limitada con respecto a los períodos de expansión económica, una serie de amortiguadores sociales que permitirán resolver las necesidades de una fracción de la clase obrera (logrando también dividir aún más a los proletarios entre sí), y utilizar como vehículo de consenso y de paz social a los partidos y organizaciones sindicales del reformismo, las organizaciones del voluntariado y de las estructuras religiosas, siempre listas para desviar la indignación y la reacción proletarias hacia actividades que tiendan a sedar las tensiones acumuladas, y a entregar a la voracidad del capital a un proletariado víctima de prejuicios pequeñoburgueses y encerrado en sí mismo. Pero la burguesía dominante está siempre pronta a “cambiar de caballo” en la medida en que los sindicatos tradicionalmente oportunistas no logren someter – como lo han hecho hasta ahora – a los proletarios a las diversas y oscilantes exigencias de Su Majestad el Capital.
7. La profundidad de la crisis evidencia una fuerte caída tendencial de la tasa media de ganancias, contra la cual la burguesía sólo tiene un arma decisiva para ella: aumentar la tasa de extorsión de plusvalor del trabajo asalariado. De esto el proletariado no debe esperar sino un aumento de la presión capitalista sobre su vida cotidiana y en su lugar de trabajo: mientras empeoran cada vez más las condiciones de trabajo y de vida, aumentan las condiciones de precariedad e inseguridad de la vida de los proletarios. ¡Trabajo al negro, trabajo precario, desocupación, bajos salarios, intimidaciones, vejaciones y abusos estarán siempre y cada vez más a la orden del día! Aumentará todavía más la competencia entre proletarios, empujados por el miedo a perder el puesto de trabajo y el salario, y por la prepotencia burguesa hacia los sectores más débiles del proletariado como las mujeres, los niños, los inmigrados, así como hacia los proletarios desorganizados. Aumentará también el aislamiento de los proletarios, generado por la criminal política oportunista que hace depender cualquier reivindicación obrera de la “compatibilidad” con las exigencias de la empresa o de la Nación. Los proletarios de los países más ricos han gozado hasta ahora, aun si en parte ha sido inconscientemente, de la bestial explotación mediante la cual sus ricas y gordas burguesías han saqueado a continentes enteros, aplastando a centenas de millones de proletarios de los países capitalistamente subdesarrollados. Gracias a los gigantescos beneficios acumulados mediante esta explotación de los recursos naturales y humanos del mundo, las clases burguesas de los países imperialistas han podido forjar un tremendo sistema de amortiguadores sociales que ha servido para constituir una sólida base material para el consenso social y la sumisión del proletariado al capitalismo. Los proletarios de los países más ricos tienen la tarea, primero que los demás, de romper completamente con la política conciliadora y colaboracionista a la cual los tiene habituados el reformismo y el colaboracionismo de los sindicatos y de los partidos tricolor: esta es la condición indispensable para que los proletarios reconozcan una perspectiva histórica, dentro de la cual la lucha de clase vuelva a ser el centro de toda actividad de defensa económica inmediata y de iniciativa política independiente.
8. Luego de décadas de expansión capitalista comenzada al finalizar la segunda guerra mundial, luego que los otros grandes y poblados países como China, India, Brasil y la misma Rusia después de la implosión de 1989-91, han acelerado un desarrollo capitalista interno, al punto de constituir hoy no sólo mercados muy ambicionados por los viejos países imperialistas, sino también anclas de salvamento financiero; luego de que las viejas potencias del capitalismo europeo han constituido una suerte de estricta alianza económico-política en la Unión Europea, para hacer frente a la competencia tanto de la aún gran potencia imperialista mundial – los Estados Unidos de América – como de las más jóvenes y agresivas potencias emergentes – bástese nombrar a la China – , las clases dominantes burguesas han venido afrontando desde hace más de veinte años un período de crisis que no podrá terminar – si el proceso de crisis capitalista no es interrumpido por la crisis social y revolucionaria – sino con el estallido de la tercera guerra mundial. Hoy, los proletarios de los países ricos comienzan a percibir que el futuro próximo no será de bienestar, que no se volverá a un mayor tenor de vida; comienzan a percibir que su destino se asemeja cada vez más al de esos cientos de millones de desheredados, campesinos y proletarios que huyen de los países de la periferia del imperialismo (reino de los desastres de las guerras, de las carestías, de la miseria y del hambre perennes) para buscar en los países ricos una posibilidad de sobrevivencia, aun a costa de morir ahogados durante la travesía de los mares, asfixiados dentro de los camiones o muertos de hambre o de sed al atravesar el desierto. Los proletarios de los países ricos están perdiendo sistemáticamente toda una serie de beneficios y de “garantías” que las democracias occidentales les habían asegurado, luego de la tan cacareada victoria contra el fascismo; aquellas ventajas, aquellas garantías, fueron el precio pagado por la burguesía para corromper durante décadas a las grandes masas proletarias en Occidente, pero ha sido un precio pagado con la sangre de los proletarios de todo el mundo, en las guerras mundiales como en las paces imperialistas; en las guerras locales como en la cada vez más aguda competencia capitalista: a los millones de proletarios muertos en la segunda carnicería imperialista mundial se agregan los millones y millones de proletarios muertos en las guerras locales, en las penurias, en la represión, en la huida lejos de la pobreza.
9. El futuro que el capitalismo imperialista ofrece al proletariado es el de una sistemática degradación de sus condiciones de vida y de trabajo; y esta vez no será durante un breve período, sino más bien un tiempo largo y doloroso de sufrimientos y horrores, como ya sucede en vastas zonas de África, Cercano, Medio y Extremo Oriente, en América Latina. Hasta ahora las clases burguesas dominantes de los países más fuertes han seguido un método planificador de la economía que le dado una ventaja enorme sobre el proletariado. “El nuevo método planificador de conducir la economía capitalista – léase en el texto de partido Fuerza, Violencia, Dictadura en la lucha de clase, de 1946 – constituyendo, respecto al limitado liberalismo clásico de un pasado hoy superado, una forma de autolimitación del capitalismo, conduce a nivelar en torno a un promedio la extorsión de plusvalor”. Esta forma de autolimitación del capitalismo ha tenido por efecto una menor acumulación de ganancias capitalistas y un mejoramiento del salario obrero; si por un lado tiende moderar las puntas máximas y más agudas de la explotación patronal desarrollando al mismo tiempo las formas de material asistencia social (el famoso welfare), por el otro ha permitido a la burguesía de cada país, y sobre todo de los países más ricos, saquear y meter mano de toda posible riqueza en cada parte del mundo, financiando una parte de aquellas formas de material asistencia social (los amortiguadores sociales) para los “propios” proletarios con la más bestial explotación de los proletariados de los países de la periferia del capitalismo desarrollado. La opulencia de los países occidentales ha constituido siempre un suénelo para los proletarios de los países periféricos del imperialismo, que ya en los años Sesenta-Setenta del siglo pasado comenzaron a dirigirse en masas cada vez más numerosas hacia los USA y Europa. Sin embargo, los amortiguadores sociales no beneficiaban en absoluto a estos proletarios inmigrados, los cuales se contentaban con un salario considerado de hambre para los proletarios europeos o americanos, pero que, al ser comparado con la miseria negra de la que provenían , aparecía más bien como un “privilegio”: la competencia entre proletarios de los países pobres, que anteriormente surgía a distancias bastante notables, se avecinaba siempre más hasta actuar espalda con espalda en las obras, en las mismas fabricas, en las mismas calles, en las mismas metrópolis del capitalismo desarrollado. Más aumentaba la competencia entre proletarios, más disminuía la autolimitación del capitalismo en la extorsión media de plusvalor, como lo demuestra el hecho de que la burguesía sabe también confrontar y gestionar las puntas más agudas de la explotación proletaria, pero que el proletariado al no constituir un peligro efectivo contra el poder burgués durante este largo período, la burguesía suprime los frenos que anteriormente puso y se lanza sin ninguna clase de escrúpulos hacia la búsqueda espasmódica del fácil beneficio, hasta virtual, tal como ha sucedido en estos últimos quince años de finanzas totalmente “desregulada”.
10. Después de la guerra y en el período de expansión capitalista, la finalidad común de las clases burguesas dominantes era la de permitir que cada burguesía nacional, de acuerdo a sus fuerzas y su peso luego de la carnicería y de las destrucciones de guerra, pudiese acapararse un pedazo de la riqueza mundialmente producida, contribuyendo también así al desarrollo general del capitalismo. Con la repartición en zonas de influencia, que llevaban por sello “condominio ruso-americano sobre el mundo”, y teniendo firme los dos polos centrales de la conservación burguesa internacional: los Estados Unidos de América y Rusia con las respectivas zonas, o “imperios”, de influencia sobre países por estos dominados y controlados, pero al mismo tiempo respaldados en su reactivación económica posbélica, las clases burguesas dominantes han logrado poner en marcha sus respectivos aparatos productivos en un crescendo aún más agudo que en el período prebélico. Alemania y Japón han sido los ejemplos más claros, junto a Italia y hasta el mismo Estado de Israel creado sobre la base de una estrategia mesoriental, bajo la influencia directa de los USA; Polonia, Checoslovaquia y Hungría, conjuntamente con China, han representado otros ejemplos esta vez bajo la influencia directa de la URSS. En todo el período de posguerra, que se alargará hasta la primera gran crisis general posbélica del capitalismo mundial de 1973-75, el nuevo método planificador de la economía capitalista con formas de autolimitación del capitalismo en su tarea de extorsionar plusvalor funcionó perfectamente de cada lado de la llamada “cortina de hierro”, sin dejar de tomar en cuenta las debidas diferencias en la efectiva capacidad de producir y reproducir capital. Pero esa crisis general del capitalismo mundial marcó un viraje: el período de fuerte expansión económica había terminado, y se iniciaba un período de crisis cada vez más cercanas unas de las otras y donde cada vez más aumentaba el número de países envueltos simultáneamente. La obra del oportunismo sindical y político cambió de signo, pero no de dirección: de propugnadores de reivindicaciones obreras compatibles de manera indudable con las exigencias del capital, a gestores de las exigencias del capital a la cual se deben someter en forma absoluta las reivindicaciones obreras. Buena parte de las mejoras salariales y sociales obtenidas en los años de la curva ascendente de la expansión económica capitalista fue progresivamente demolida en los años de la curva descendente de la economía capitalista no se encontraban aún al final del precipicio, pero ahora se están acercando. La crisis recesiva de la economía de los grandes países capitalistas, y a la cual se agrega ahora la tremenda crisis financiera que todavía no ha terminado de producir todos sus efectos devastadores, está envolviendo, también, cada vez más a las más poderosas economías de los llamados países emergentes, de China, Rusia, India, Brasil; el progresivo asalto de la sobreproducción capitalista que comienza a hacerse un camino también en estas economías emergentes terminará por cercenar la yugular por donde pasaba, desde hace unos quince años, el oxígeno hacia los asfixiados países superdesarrollados. Bajo el capitalismo, las guerras comerciales y financieras entre los colosos imperialistas del mundo marcan cada jornada, y tarde o temprano se transformarán en guerras bélicas; no porque el presidente americano, el emperador japonés, el nuevo zar ruso o el próximo kaiser alemán hayan “decidido” atacar a esta o aquella coalición imperialista considerada enemiga, sino porque el mercado mundial, al cual se arrodillan en acto de fe absoluta todos los capitalistas del mundo, estará cada vez más tan saturado de mercancías y de capitales que la única solución para la burguesía será la mayor destrucción posible de estas mercancías y estos capitales en superabundancia, y así poder acceder a un nuevo ciclo de producción y reproducción de capital, como un tiovivo infernal girando sin fin. La guerra imperialista tiene la tarea de rejuvenecer al capitalismo, eliminando montañas de desperdicios del mercado que con el tiempo se han ido acumulando, tal como si esta fuese un gigantesco incinerador. Pero la guerra no está hecha por máquinas, sino por hombres, en este caso por el proletariado que en esta situación está destinado a ser arrojado a este incinerador junto a ingentes masas de instrumentos de producción y de mercancías que han saturado al mercado mundial. Para volver a poner en movimiento la producción de ganancias capitalistas, las clases dominantes burguesas envían al proletariado a la carnicería de sus guerras; todas las motivaciones ideológicas, patrióticas, raciales, religiosas que la burguesía siempre ha utilizado para justificar estas carnicerías de guerra, no son más que colosales engaños expresamente construidos para movilizar a las grandes masas proletarias en su propio beneficio. De esta manera los proletarios vienen a ser derrotados doblemente: primero, sobre el terreno de las relaciones de producción capitalistas en las cuales el proletariado, aun siendo por excelencia la clase históricamente antagónica a la clase burguesa, esta vez aparece como si fuese un libre prestador de fuerza de trabajo a ser vendida en el mercado del trabajo; luego, sobre el terreno de las relaciones políticas entre las clases en las cuales el proletariado , aun siendo la clase históricamente antagónica a la burguesía, aparece como la clase más interesada en defender los intereses nacionales y los confines de la patria. Todas las fuerzas sociales y políticas que contribuyen al mantenimiento de estos engaños, y sobre todo cuando se hacen pasar por socialistas o comunistas, representan un serio y permanente obstáculo a la lucha por la emancipación del proletariado del capitalismo.
11. El proletariado mundial sufre desde hace décadas de la nefasta influencia oportunista por parte de todas las organizaciones que luchaban, en principio, en nombre de la defensa de sus condiciones de vida y de trabajo, de sus derechos y de sus perspectivas históricas de clase pero que, habiendo cedido a la corrupción a la cual fueron convidados por la burguesía dominante, han traicionado la causa proletaria, tanto en el terreno de la lucha de defensa inmediata como en el terreno más amplio y decisivo de la lucha política por la conquista del poder. La lucha de clase proletaria que las mismas contradicciones de la sociedad burguesa hace surgir de sus vísceras, no puede impedir el surgimiento de amplias organizaciones de asociaciones económicas de defensa en la que las grandes masas proletarias se reconozcan; estas organizaciones, si son influenciadas y dirigidas por el partido proletario de clase, representan un real peligro para la clase burguesa dominante y para su permanencia misma en el poder político, y por eso es que las clases burguesas siempre han tratado de corromperlas y atraerlas hacia sí, transformándolas de “correas de transmisión” de la lucha revolucionaria conducida y guiada por el partido proletario de clase en “correas de transmisión” del interclasismo y de la colaboración entre las clases. El gran obstáculo inmediato que el proletariado encuentra en el camino de la reanudación de la lucha clase lo constituyen precisamente estas organizaciones de carácter sindical y político que actúan en el cuadro de las compatibilidades con las exigencias de la economía capitalista y de la conciliación entre los intereses burgueses y los intereses proletarios. Los partidos políticos del proletariado, los cuales se proponen tendencialmente una finalidad mucho más amplia e histórica que la lucha de defensa inmediata, con el tiempo han tenido un destino similar: cediendo a la corrupción burguesa, sobre el plano económico como sobre el político y ideológico, se han transformado en los vehículos más insidiosos y perversos de la contrarrevolución, contribuyendo incluso con la acción directa de Estado, como en la contrarrevolución rusa de los años 20 del siglo pasado, arrojando al proletariado a la desorientación general haciendo de este una fácil presa de los prejuicios individualistas, nacionalistas, racistas y religiosos característicos de las clases burguesas y pequeñas burguesas.
Sólo en algunos particulares giros históricos, como en el 1848 proletario y europeo, en el 1871 de la Comuna de Paris y, sobre todo, en la época del Octubre Rojo de 1917, el proletariado alzó la cabeza y afrontó la lucha de clase revolucionaria contra la burguesía y la llevó hasta el fondo, hasta la victoria o la derrota. La historia ha querido que esos particulares giros históricos fueran apuntados, a fin de cuentas, como derrotas. Pero, de cada derrota el partido de clase del proletariado, aun cuando por momentos este se reduzca a pocas unidades, ha sabido sacar potentes lecciones históricas que han servido y servirán para las luchas del presente y del mañana. Por muy invencible que parezca la clase burguesa dominante, a pesar de sus crisis económicas y financieras y las imponentes guerras bélicas que devastan periódicamente al planeta, y por muy insuperables que parezcan los obstáculos representados por los sindicatos tricolor y por los partidos obreros burgueses, el proletariado volverá a encontrar el camino de la reanudación de su lucha de clase, ya que las contradicciones, los factores de crisis económica, social y política, las cada vez más dramáticas consecuencias de la civilización del capital, no harán más que demostrar la imposibilidad por parte del capitalismo, por tanto de las clases burguesas dominantes, de resolver definitivamente las crisis cada vez más agudas de la sociedad presente.
12. El proletariado volverá a encontrar la fuerza de luchar sobre el terreno del abierto antagonismo de clase con la burguesía porque aceptará el hecho de que la defensa de sus intereses inmediatos y futuros ya no es posible sobre el terreno de la paz social, del consenso social, de la conciliación de los intereses burgueses con los intereses proletarios; porque aceptará el hecho que a la burguesía capitalista no le basta explotar al máximo la fuerza de trabajo asalariada en todos los países, sino que la debe movilizar hacia sus guerras de competencia y de repartición del mercado mundial; porque aceptará el hecho de que las organizaciones que se declaran obreras pero que profesan su fe en la democracia burguesa y la práctica en la colaboración de clase, son organizaciones que tienen la tarea de sabotear la lucha proletaria, de aprisionar los empujes hacia la lucha y su prolongación hacia los más amplios estratos proletarios en las redes de las leyes burguesas y constitucionales y en el respeto del orden constituido. La lucha antagónica que la burguesía libra sin descanso contra los intereses del proletariado no se deja canalizar por leyes que la misma burguesía emana y propugna; ella desarrolla sus ataques tanto dentro de la legalidad como fuera de ella, tal como lo demuestran los incidentes y los muertos en el puesto de trabajo, la utilización de bandas mafiosas para controlar una parte consistente del proletariado, la difusión de todo tipo de droga en el seno de la jóvenes y adolescentes, la corrupción capilar inherente a cualquier actividad o movimiento en el plano comercial, industrial, bancario o político. Los marxistas no creen en el poder sobrenatural del sufrimiento humano, como tampoco en la “conciencia” que las grandes masas proletarias tomarían al conocer la bondad de la perspectiva del comunismo, gracias a las cuales mover la lucha contra el capitalismo y la clase burguesa que representa su baluarte social y político. Los marxistas sostienen que los antagonismos de clase, en el seno mismo de las contradicciones de la sociedad capitalista, están destinados material y físicamente a hacer entrechocar las gigantescas fuerzas sociales que expresan estos antagonismos, al choque entre proletariado y burguesía, venciendo al final del mismo la clase del proletariado, la clase portadora de la efectiva emancipación histórica de la opresión de clase, la que precisamente en la sociedad capitalista no tiene nada que defender y todo que perder. El curso histórico del desarrollo de la sociedad humana demuestra que el desemboque de este desarrollo material jamás ha sido lineal, pura y gradualmente progresivo; es, por el contrario, un curso de desarrollo tremendamente accidentado, de avances y retrocesos, de grandes conquistas y muy dolorosas derrotas, pero, al final del ciclo de desarrollo de la producción para la supervivencia de la sociedad humana un cambio radical y profundo del modo de producción se impone objetiva y dialécticamente. El proletariado, en cuanto clase productora de la riqueza social y en cuanto portadora de la perspectiva histórica de la sociedad sin clases, en la cual los antagonismos entre las clases serán completamente superados para poner en su lugar un desarrollo armónico de la sociedad de especie, es la sola clase históricamente revolucionaria de la edad moderna, la única capaz de encargarse de la lucha de emancipación de toda opresión y de toda explotación, que liberará a la especie humana de los vínculos de la propiedad privada y la apropiación privada de las riquezas sociales. De esta verdadera y propia tarea histórica cada proletario tomado individualmente no está consciente, pero el partido de clase revolucionario, el partido comunista que representa, desde la aparición del Manifiesto de 1848, en la realidad capitalista de hoy, la lucha revolucionaria por la emancipación futura del proletariado y, junto con él, de todo el género humano, de toda opresión clasista.
13. El proletariado ha demostrado en la historia pasada, en 1848, en 1871, en 1917, ser la única clase revolucionaria de la sociedad moderna: la única clase que expresa, en su lucha contra las viejas clases feudales y aristocráticas y la nueva clase dominante burguesa, una perspectiva que superará toda formación social dividida en clases. El marxismo es la teoría revolucionaria del movimiento histórico del proletariado, es fundamento irrenunciable del partido comunista intransigentemente anticapitalista, antiburgués, y, por tanto, antidemocrático. El proletariado ha sufrido, está sufriendo y sufrirá cada vez más los efectos devastadores de las crisis capitalistas, bien sea que ello ocurra en el campo de la producción, del comercio o de la finanza. Mientras siga siendo clase para el capital, es decir, mientras continúe en la posición de clase asalariada sometida al dominio incontestable social y político de la burguesía, el proletariado no tendrá ninguna posibilidad de luchar con éxito por su emancipación ni en el terreno de la defensa inmediata, ni tampoco en el terreno político y revolucionario. Mientras que el proletariado siga influenciado, organizado, dirigido y encuadrado por las fuerzas de la conservación burguesa y del colaboracionismo interclasista, este no tendrá ninguna posibilidad de obtener un real y duradero mejoramiento de sus condiciones de vida y de trabajo, mejoramiento que algunas veces se concretiza en términos económicos y sociales – durante los períodos de expansión capitalista – pero al precio de arrojar a las ortigas toda ambición de emancipación del trabajo asalariado.
14. Las crisis de la economía capitalista han marcado sistemáticamente una serie de etapas en el empeoramiento de las condiciones proletarias, una creciente cancelación por parte de la burguesía de las concesiones otorgadas en períodos precedentes y bajo la presión de las luchas obreras. La burguesía ha mostrado una vez más su verdadero rostro, su interés más profundo: arrancar a la clase proletaria una ulterior porción de plusvalor, hacer todavía más opresivo el dominio sobre el trabajo asalariado, difundir todavía más en la sociedad precariedad de la vida y del trabajo y aumentar la competencia entre proletarios. Las crisis de la economía capitalista han empujado y empujan a la burguesía no sólo a agudizar la explotación del trabajo asalariado en todos los países para sacar de este el mayor beneficio nacional posible, sino también a aliarse más estrechamente al campo internacional a fin de afrontar con más capacidad a las crisis: puesto que las divergencias entre las diversas potencias imperialistas están acentuándose, las alianzas comerciales, industriales, financieras tienden a estrechar vínculos políticos y militares útiles en situaciones de crisis. Las burguesías de los diversos países saben que las crisis económicas y financieras llevan inevitablemente, antes y después, al enfrentamiento militar entre competidores, a la guerra bélica; y ninguna burguesía en el mundo es capaz de sostener el esfuerzo militar si no puede movilizar a su proletariado en defensa de sus intereses de clase dominante. Esta es la razón por la cual, en tiempos de paz, cada burguesía nacional no se limita a prepararse a sí misma y a su Estado para la guerra, sino que desarrolla una larga y capilar obra de propaganda y de influencia ideológica en las filas proletarias, a través de los instrumentos del oportunismo, no desdeñando precipitar sobre los estratos proletarios más combativos y rebeldes la fuerza estatal de la represión y, cada vez con más frecuencia, de fuerzas ilegales (mafias, escuadrones fascistas).
La lucha de clase que la burguesía desarrolla contra el proletariado es permanente, no tiene un minuto de tregua y no se deja frenar por escrúpulos; utiliza cualquier palanca que le sea posible para la conservación social – mejor si es de “izquierda” y se disfraza de “obrera” – para dividir, aislar, desmoralizar a los proletarios, con la finalidad de intimidar a las franjas más rebeldes y de paralizar a las vastas masas proletarias. Así sucedió en el período de la primera guerra mundial, cuando las burguesías europeas debieron enfrentarse a proletariados en pleno ascenso revolucionario. Las lecciones sacadas por las burguesías políticamente más avanzadas de la época se concentrarán en la triple acción de máxima represión de las fuerzas de vanguardia del proletariado y en particular de las fuerzas revolucionarias (la legalidad democrática unida a la ilegalidad de los escuadrones), de máxima centralización del poder político y económico en las manos del Estado (el fascismo con el partido único y el sindicato único y obligatorio), de máxima dotación de instrumentos sociales para acallar así las necesidades de las clases trabajadoras y apagar su impulso hacia la lucha de clase (los amortiguadores sociales). Tal lección se transferirá, luego de la victoria militar de las “plutocracias democráticas” contra el “fascismo” en la segunda carnicería imperialista mundial, del método fascista de gobierno al método democrático de gobierno. Los Estados democráticos adoptarán desde esta época la sustancia del método fascista de gobierno, la sustancia tanto totalitaria y represiva como reformista, pero la disfrazarán de parlamentarismo democrático, y así seguir engañando a las clases trabajadoras, desviando sus impulsos de lucha clasista del terreno del enfrentamiento abierto contra las clases antagónicas al terreno del parlamentarismo, de la conciliación interclasista, del colaboracionismo con el Estados burgués y sus instituciones. En este proceso de verdadera y propia integración en el Estado burgués de las organizaciones un tiempo proletarias, las fuerzas del oportunismo socialdemócrata pasarán la mano a las fuerzas del estalinismo que, traicionando los objetivos, los métodos y los medios del movimiento comunista internacional de los años Veinte del siglo pasado, abrirán el camino a la victoria de la más feroz contrarrevolución conocida en la historia.
15. Los efectos dramáticamente negativos de esta victoria contrarrevolucionaria de la burguesía, el proletariado, tanto de los países imperialistas más potentes como de los países de la periferia del imperialismo, hoy todavía los están pagando. La destrucción del partido revolucionario del proletariado, a partir del partido bolchevique de Lenin, pasando a través de la aniquilación del partido comunista de Alemania, Italia y, finalmente, de China, ha demostrado una verdad histórica incontrovertible: el proletariado, sin la guía férrea e intransigente de su partido de clase, aun con toda la fuerza que puedan expresar sus choques sociales y el heroísmo en su “asalto al cielo”, está destinado a la derrota segura. Y esta derrota es tanto más profunda, cuanto más sus asalto al poder burgués ha estado cercano a la victoria definitiva. La burguesía jamás ha tenido escrúpulos humanitarios, jamás ha concedido al proletariado derrotado “el honor de las armas”: a los treinta mil comunardos de Paris en 1871, masacrados sistemáticamente en la histórica semana sangrienta de las tropas del carnicero Thiers, se han hecho eco centenas de miles de proletarios masacrados en todas las tentativas revolucionarias en las décadas posteriores, como en el 1905 y 1917 rusos, en el 1918-19 alemán, en el 1919 húngaro, en el 1927 chino, para no hablar de los millones de proletarios enviados a las guerras de reparto del mercado mundial que la burguesía de los países más potentes se hacen desde hace casi cien años. El partido revolucionario del proletariado es la única verdadera fuerza histórica de clase, independiente, con capacidad para unir la futura emancipación del proletariado del capitalismo al glorioso pasado de la lucha proletaria en todas sus tentativas revolucionarias: el partido revolucionario del proletariado representa en el hoy el futuro de la clase del proletariado, el futuro de su revolución anticapitalista, la única revolución que podrá emancipar a toda la humanidad del yugo de la opresión capitalista, de su modo de producción, de su violencia sistemática aun cuando esta aparezca enmascarada de democracia.
16. Las crisis cíclicas del capitalismo, económicas y financieras, son la anticipación de la crisis más profunda y sistémica de la estructura del capitalismo; la reacción de las fuerzas burguesas de cada país y estas crisis implican una mayor centralización del poder político, además de económica (intervención del Estado en la economía), un mayor despotismo social agravando las condiciones ya agravadas del proletariado de cada país. El proletariado, aun con todo lo intoxicado por decenios de políticas y prácticas del colaboracionismo sindical y político, continúa siendo a pesar de todo la única fuerza social de explotación de la cual la clase burguesa usurpa sistemáticamente plusvalor.
Por mucho que la burguesía impida al proletariado de volver a encontrar el camino de lucha sobre el terreno del enfrentamiento de clase, por mucho que lo desvíe a través de las fuerzas del oportunismo, por mucho que reprima en la opresión más violenta, lo mate de hambre, lo destroce en sus guerras de rapiña, no puede eliminarlo de su sistema productivo, no puede aniquilarlo completamente puesto que es la única fuerza social que, aplicada al capital, produce beneficios capitalistas. La burguesía, así como está condenada a producir y reproducir capital, valorizándolo en cantidades cada vez mayores, también está condenada a utilizar la fuerza de trabajo representada por el proletariado asalariado, sin la cual no podría tan sólo existir el sistema capitalista de producción y apropiación privada de la riqueza social producida.
“La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condición esencial la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos individuos, la formación e incremento constante del capital; y éste, a su vez, no puede existir sin el trabajo asalariado. El trabajo asalariado presupone, inevitablemente, la competencia de los obreros entre sí. Los progresos de la industria, que tienen por cauce automático y espontáneo a la burguesía, imponen, en vez del aislamiento de los obreros por la competencia, su unión revolucionaria por la organización”. Y así, al desarrollarse la gran industria, la burguesía ve tambalearse bajo sus pies las bases sobre las que produce y se apropia lo producido. Y a la par que avanza, se cava su fosa y engendra a sus propios sepultureros. Su muerte y el triunfo del proletariado son igualmente inevitables. (Marx-Engels, Manifiesto del Partido Comunista, cursivas nuestras).
El análisis histórico descrito en el Manifiesto de 1848 se confirma continuamente a través de las vicisitudes que han distinguido a todas las fases del capitalismo en su desarrollo. Y es un hecho que los progresos de la gran industria “imponen, en vez del aislamiento de los obreros por la competencia, su unión revolucionaria por la organización”, razón por la cual las burguesías de todo el mundo invierten grandes cantidades de recursos para mantener y aumentar la competencia entre los proletarios, única condición material fundamental para la explotación sistemática del trabajo asalariado. Los obreros, en su lucha por su emancipación del capitalismo, deben por lo tanto poner en el centro de sus objetivos la lucha sistemática contra la competencia entre sí. Y es esta lucha que favorece la asociación revolucionaria de los proletarios por encima de las diferencias de categorías, sectores, sexo, edad, nacionalidad. Es esta lucha la que refuerza la unificación de los proletarios sobre la base de su condición económica y social común, de trabajadores asalariados, más allá de los confines estatales y por encima del nivel de progreso económico y de civilización burguesía alcanzado en los respectivos países.
17. Las luchas que los proletarios han librado durante las décadas luego de la derrota de la revolución comunista en Rusia y en el mundo, han sido condicionadas ideológicamente por la teoría de la “construcción del socialismo en un solo país”; políticamente, por medio de la traición de todos los partidos de la Internacional Comunista, vendiéndose a la conservación social de cada burguesía nacional; económicamente, por medio del sometimiento mucho más fuerte aún al capital, por ende, al trabajo asalariado; sindicalmente, mediante el abandono general a las instancias de la compatibilidad y las exigencias de la economía y la política burguesas. Pese a la tremenda capa oportunista baja la cual el proletariado ha sido sometido en todas estas décadas, la lucha de clase, el empuje genuino de la lucha anticapitalista, aun episódicamente, no obstante ha emergido a la superficie a través de luchas contra el costo de la vida de los años Cuarenta/Cincuenta, la revueltas de Berlín en 1953 y en Budapest en 1956, las luchas obreras contra el aumento de la explotación en la fabrica de los años Sesenta/Setenta, tanto en Europa Occidental como en Europa Oriental, los grandes movimientos en los años Ochenta de los estibadores en Polonia, de los mineros en Gran Bretaña, en los Estados Unidos, en Rusia, las primeras grandes huelgas en Brasil, en la India a caballo entre los años Noventa y comienzos de este siglo.
A los movimientos proletarios de los países capitalistas avanzados, junto a los de los países llamados países emergentes, se agregarán, durante todo el período que va del fin de la guerra imperialista mundial hasta los años Setenta, los movimientos anticoloniales en los países del mundo aún no industrializado, que hubiese podido representar la reanudación de la lucha de clase revolucionaria en el mundo si este hubiese podido contar con la guía segura y firme del partido comunista mundial, cosa que la victoria de la contrarrevolución estalinista no permitió, enviando a un futuro lejano la cita con la revolución proletaria y comunista. Hoy, todos los países del mundo, están ligados los unos a los otros a la misma suerte, mucho mas de cuanto lo hubiesen estado en la época en la que Marx y Engels escribieron el Manifiesto del Partido Comunista, anunciando la históricamente necesaria revolución comunista con el famoso grito de batalla: “Proletarios de todos los países, uníos” ¡Asóciense no por la defensa del capitalismo, sino por la revolución anticapitalista! La crisis financiera y económica actual, así como las que la han precedido, demuestran ampliamente que el mundo es uno solo, en el cual el capitalismo domina bajo cada cielo y a través de clases dominantes organizadas políticamente aunque de manera diferente las unas de las otras, pero siempre burguesas, aun cuando se trate del PC chino o del presidente norteamericano, del canciller alemán, de la oligarquía rusa o de los jeques árabes.
18. Paradójicamente, más las clases burguesas dominantes en los diversos países han tratado de reforzar sus propias fronteras nacionales, levantando barreras y muros de todo tipo, más el desarrollo de la gran industria y de la gran finanza los han echado por tierra; a los movimientos internacionales de mercancías y capitales corresponde un similar movimiento internacional del proletariado de todos los países. Las exportaciones de mercancías y capitales tienen la finalidad de conquistar mercados, combatiendo la competencia de otras mercancías y capitales presentes en esos mercados; la emigración de los proletarios, sobre todo aquella que viene de los países poco industrializados hacia los países más avanzados desde el punto de vista capitalista, tiene por finalidad la sobrevivencia pura y simple: no es un movimiento de “conquista”, es un movimiento de “defensa” de la propia supervivencia, es expresión de la gran debilidad del proletariado mundial obligado a emplear todas sus fuerzas para buscar los medios para poder sobrevivir, combatiendo los efectos del desarrollo del capitalismo y no la causa de su opresión, de su miseria, de su condición de simple instrumento de producción de capital. La causa de todo esto es el capitalismo mismo, y no habrá jamás una solución a estas condiciones de modernos esclavos hasta tanto no se luche y se venza contra la clase burguesa dominante que detenta el poder político, económico y militar gracias al cual el modo de producción capitalista es defendido y mantenido con vida.
La emigración forzada de los proletarios de los diversos países puede ser transformada de debilidad en fuerza a condición de asociar a los proletarios inmigrantes con los proletarios nativos en la misma lucha, en la misma defensa de las condiciones de vida y de trabajo que vuelve comunión los unos con los otros: los accidentes en el trabajo golpean indiferentemente, tanto a unos como a otros, inmigrados y nativos; son producto de la organización capitalista del trabajo asalariado, contra los cuales los proletarios pueden luchar con eficacia sólo si se unen en la misma lucha, en la misma común defensa de los efectos de la organización capitalista del trabajo asalariado. Así mismo, los proletarios inmigrados y nativos deben afrontar las cuestiones correspondientes a su condición social; del salario por jornada trabajada, de las horas extras a la enfermedad, del trabajo nocturno a los trabajos agotadores, al trabajo negro, a la pensión. El nudo central, como nos lo recuerda el Manifiesto de Marx-Engels, es la competencia de los obreros entre sí: o se le combate, y entonces los proletarios se unen para organizar la lucha en este terreno, o se le acepta, y entonces se entregan pies y manos atadas a la explotación capitalista más bestial favoreciendo el aislamiento de cada proletario de todos los otros, siendo desde luego la situación ideal absoluta para el dominio patronal y burgués no sólo en la empresa, sino en toda la sociedad.
19. En cada país, en cada período, en la paz o en la guerra, la clase dominante burguesa tiene intereses completamente antagónicos a los intereses del proletariado.
La clase dominante burguesa busca constantemente dividir al proletariado a través de la competencia de los obreros entre sí, presión que se incrementa en la medida en que la crisis capitalista se torna más vasta y profunda.
La clase dominante burguesa de cada país se prepara para afrontar períodos de crisis mucho más agudas, crisis de guerra bélica entre las mayores potencias imperialistas del mundo, cuya finalidad no es otra que participar en una nueva repartición del mercado mundial, y, en tal perspectiva, refuerza el proceso de centralización y concentración que ya se encuentra en movimiento en los países de capitalismo desarrollado. El Estado burgués se convierte cada vez más en el pivote decisivo del reforzamiento del poder burgués en las confrontaciones que las crisis capitalistas provocan y, paralelamente, en las confrontaciones de los Estados burgueses competidores en el mercado mundial con vistas a alianzas de guerra que no necesariamente corresponden a las actuales alianzas comerciales, económicas y políticas en tiempos de paz.
La clase dominante burguesa aumenta su despotismo social y su presión sobre todos los estratos de la sociedad, con el fin de canalizar todos los recursos nacionales hacia la defensa prioritaria del capitalismo nacional y de sus beneficios, incluso a costa de aplastar los intereses de algunas fracciones burguesas y de la pequeña burguesía.
La clase dominante burguesa tiende a adoptar todos los instrumentos de dominio que tiene a disposición, en todos los terrenos, económico, político, social, militar; tiende al mismo tiempo a reforzar la propaganda apta para reforzar la regimentación del proletariado en el frente de la defensa nacional, de la patria, la familia, la Iglesia, aumentando las intervenciones que buscan dividir a los proletarios que compartan los intereses empresariales y los intereses nacionales de los proletarios de aquellos intereses que desean combatir para defender sus propios intereses de clase. Aumentará por ende el apoyo económico y político a todas las formas de división entre proletarios nativos y proletarios extranjeros, entre instruidos y no instruidos, entre hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, especializados y genéricos, entre aquellos que se muestren dóciles y obedientes a las leyes y a la voluntad del mando patronal y aquellos que se oponen, entre violentos y pacíficos, entre militares y civiles, etcétera.
La clase dominante burguesa tenderá cada vez más a violentar su propia práctica democrática que, en realidad, le complica burocráticamente toda actividad tanto en el plano social y económico como en el plano de la represión de toda actividad de divergencia y oposición. El totalitarismo típico de la sociedad capitalista más avanzada será cubierto por un velo cada vez más sutil de democracia y derechos constitucionales, tal como la Izquierda comunista italiana había ya previsto desde finales de los años Veinte del siglo pasado.
La clase dominante burguesa seguirá apoyando a las fuerzas del oportunismo obrero, por cuanto la experiencia de dominio ha demostrado que estas fuerzas son indispensables para la conservación social burguesa, en los diversos períodos en los cuales los métodos de gobierno burgués han podido cambiar de democrático a abiertamente dictatorial, tanto llamando al gobierno directamente las fuerzas de la vieja socialdemocracia, del estalinismo y pos estalinismo, del radicalismo de izquierda, como llamando al gobierno a las fuerzas de la conservación más abiertamente reaccionarias o militarescas. El rol del oportunismo obrero en la sociedad capitalista no desaparece; podrá incluso sufrir una lenta erosión, pero, en la necesidad, resurgirá bajo otras máscaras, como ya sucedió en los períodos que precedieron a la primera guerra mundial imperialista, bajo la forma de la socialdemocracia clásica y del maximalismo reformista, en el período inmediatamente sucesivo a la victoria revolucionaria comunista en Rusia en 1917, bajo la forma del estalinismo y del centrismo burocrático, en el período que acompañó y sucedió a la segunda guerra imperialista mundial, bajo las formas de un partidismo popular y nacionalcomunista; hasta hoy, en el cual estas formas están dejando lugar a formas regeneradas de sindicalismo revolucionario y de radicalismo democrático de izquierda, formas todas absolutamente antiproletarias y anticomunistas.
Partido comunista internacional
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