Federico Engels
(1820-1895)
Sumario:
— El niño que quería aprender
— Comienzo de la actividad revolucionaria
— Voluntario en el ejército prusiano
— El paso al materialismo y el comunismo
— Una ciencia para transformar el mundo
— La Liga de los Comunistas
— En las batallas revolucionarias
— La hora de la reacción
— La práctica teórica
— La Primera Internacional
— La Comuna de París
— Últimos años junto a Marx
— Maestro del proletariado europeo
— La lucha contra el revisionismo
El niño que quería aprender
Federico Engels nació el 28 de noviembre de 1820 en la ciudad de Barmen, en la Prusia renana, en el seno de la familia de un fabricante textil.
Su país de origen era la provincia alemana desde la que comenzó a extenderse la gran industria capitalista, donde surgió el proletariado y comenzaron a perfilarse los antagonismos de clase entre el proletariado y la burguesía. En Federico dejó una impresión indeleble la miseria y los sufrimientos de los humildes, que él observó desde niño. En su primer escrito -Cartas de Wuppertal- describió con sincera compasión la aciaga vida de los obreros fabriles y artesanos de Barmen y Elberfeld, exponiendo que hubiera sido distinta si los capitalistas no las dirigieran de un modo tan insensato.
Las Cartas de Wuppertal provocaron una tremenda indignación en la hipócrita clase explotadora denunciada por Engels. Ninguno de los lectores de aquel artículo anónimo sospechaba que su autor pertenecía a una respetable familia de acaudalados.
El padre de Engels era un hombre muy religioso, conservador y déspota. Federico tenía tres hermanos y cuatro hermanas. Los primeros siguieron el camino de su padre y se hicieron fabricantes. Las segundas se casaron con hombres de su misma condición social. Sólo él rompió con el espíritu que imperaba en el hogar paterno. Voluntarioso y con ganar de aprender, demostró muy temprano tener una mente aguda, así como un modo de pensar y de proceder independiente. Una carta conservada de las que Engels padre escribía a su esposa testimonia la preocupación que le causaba Federico, que a la sazón tenía 15 años de edad: Como sabes, en apariencia se ha hecho cortés, pero, pese a las sanciones severas que le imponemos, yo diría que no teme nuevos castigos y rehuye la obediencia absoluta. Por ejemplo, con gran pesar mío, otra vez he encontrado hoy en su escritorio un abominable libro de la biblioteca pública, una novela épica sobre la vida del siglo XIII. Que Dios guarde su alma; temo por este chico, excelente en general.
En setiembre de 1837 Federico Engels se vio obligado a dejar el instituto cuando le faltaba un año para concluir los estudios. El padre quería hacer un comerciante de su primogénito y adiestrarle en los negocios, haciéndole trabajar primero durante un año en su propia oficina y luego destinándole a una importante casa comercial de Brema. Pero la perspectiva de hacerse comerciante atraía poco al joven Federico. Su padre, muy preocupado por el rumbo que tomaba, le alojó en casa de un pastor protestante. Pero precisamente allí el joven se vio dominado por fuertes dudas respecto a la religión y rompió para siempre con ella. Cada vez pensaba más en los problemas políticos y sociales. La situación de entonces en la Alemania prerrevolucionaria y en los países vecinos ofrecía abundante material para la meditación e influyó grandemente en las ideas de Federico Engels. En Brema, gran puerto comercial con estatuto de ciudad libre, Federico tuvo la posibilidad de leer periódicos ingleses, holandeses y franceses, así como libros prohibidos en el resto de Alemania. La literatura y la prensa ampliaban los horizontes ideológicos y le ayudaban mucho a conocer los idiomas extranjeros. Se interesaba por la vida de los trabajadores desposeídos, que son lo mejor que el rey puede tener en su Estado.
Comienzo de la actividad revolucionaria
La revolución burguesa de 1830 en Francia rompió la calma de la que disfrutaba la reacción europea. Luego vinieron las primeras expresiones clasistas del proletariado: las sublevaciones de los tejedores lioneses en 1831 y 1834. Comenzó la agitación en Bélgica, Polonia, Italia y España. La lucha de clases se agudizó también en Inglaterra, donde en 1832 una reforma parlamentaria dio acceso al poder a la burguesía industrial; los obreros, protagonistas de aquella lucha, comprendieron que la burguesía les había traicionado y crearon su propio movimiento, el cartista.
En la segunda mitad de la década de los treinta y a comienzos de los cuarenta en Alemania se fueron formando, en el seno de la burguesía y la intelectualidad, grupos oposicionistas de distinta índole, literarios y filosóficos, cuyos miembros criticaban -tímidamente aún- el régimen dominante en sus escritos. Uno de aquellos grupos eran los neohegelianos, discípulos de izquierda del filósofo alemán Hegel, cuyo mayor mérito consistió analizar todos los fenómenos del mundo dialécticamente. Empleando este método, trató de descubrir las leyes que rigen el desarrollo de la naturaleza y la sociedad humana, demostrar que la lucha de los contrarios era la base de este desarrollo. Pero, por muy erudito y progresista que fuese su método, Hegel no pudo cumplir la tarea que se había planteado. Su sistema filosófico adolecía de un vicio esencial: Hegel era idealista y su dialéctica también. Estimaba que en la base de desarrollo de la naturaleza y la sociedad radicaba el desarrollo del espíritu, de la idea absoluta, que existía antes de que surgiera el mundo. Esa idea absoluta que Hegel consideró hacedora de la naturaleza y de la sociedad humana no era sino una fe en dios, encubierta con un velo filosófico. En favor de sus conceptos políticos conservadores, Hegel traicionó la dialéctica, proyectándola únicamente al pasado y nunca al presente ni al futuro.
Influidos por la revolución francesa de 1830 y la agudización de las contradicciones en Alemania, los discípulos de Hegel sacaron conclusiones distintas a las de su maestro. Si todo lo existente debía, tarde o temprano, retroceder ante lo nuevo, también debía sobrevenir el fin de la monarquía prusiana y del dominio de los feudales. Como la política era entonces un tema prohibido en Alemania, los neohegelianos apuntaron sus críticas contra la religión, uno de los pilares de la monarquía prusiana. Pero a Engels no le satisfacían las ideas de los neohegelianos: encerrados en las cuestiones de la filosofía y la religión, permanecían distantes de la práctica, de la política. Engels se propuso demostrar que eran necesarias la unidad y la interacción de la ciencia y la vida, la filosofía y la política, el pensamiento y la acción. Sus primeros escritos y cartas a sus amigos evidencian sus inquietudes políticas y su energía revolucionaria. Soñaba con que un día el viejo mundo se derrumbara; le llenaban de júbilo las luchas que se avecinaban y la seguridad de la victoria. Poco a poco llegó a la decisión de consagrarse al periodismo, a la denuncia y a la agitación.
En los artículos que publicó con seudónimo en el Telegraph für Deutschland, Engels aparece como un vehemente demócrata revolucionario. En estos primeros escritos juveniles se percibe el odio a la monarquía, la compasión por los pueblos oprimidos y un vigoroso temperamento rebelde. Engels critica la monarquía, la propiedad feudal de tierra, los privilegios de la nobleza y las arbitrariedades de los burócratas. Lanza la consigna: ¡Abajo todos los estamentos! ¡Arriba una gran nación unida de ciudadanos con derechos iguales! En sus artículos planteaba como primera tarea de la revolución democrático-burguesa, la unidad del país dividido en lo económico y lo político (eran 38 los Estados pequeños y minúsculos que lo formaban). Propugnando un Estado democrático alemán unificado, Engels rebatía a la vez los intentos de la Prusia reaccionaria de llevar la voz cantante en el país unificado.
Esas eran las ideas políticas que Engels desarrolló en sus artículos y cartas, escritos cuando trabajaba para una casa comercial de Brema. Amplios horizontes, temperamento revolucionario, honda compasión por las sufridas masas trabajadoras: todo esto ponía al joven Engels muy por encima de su medio.
Voluntario en el ejército prusiano
En la primavera de 1841 Engels regresó a Wuppertal, y poco tiempo después estuvo en Berlín cumpliendo el servicio militar obligatorio. En la capital se enganchó como voluntario a una brigada de artillería, en la que conoció de cerca el adiestramiento militar prusiano y sacar buen provecho de ello: aprendió el arte de la guerra y pronto sería cañonero. Más tarde estudió a fondo la ciencia militar.
En las horas libres de servicio, asistía como oyente a los cursos de la Universidad de Berlín, especialmente a las lecciones de filosofía. Fue entonces cuando conoció al grupo de los neohegelianos: los hermanos Bruno y Edgar Bauer, Max Stirner y otros. Marx, que había formado parte de dicho grupo, ya no estaba en la ciudad, pero Engels oyó hablar mucho acerca de él, no siempre en buenos términos. Participó en los debates filosóficos que libraban entonces los neohegelianos. Publicó bajo seudónimo un artículo y luego dos folletos anónimos que inicialmente fueron atribuidos a Bakunin. En ellos criticaba los conceptos reaccionarios de Schelling y sus intentos de conciliar religión y ciencia, fe y saber. Contrariamente a Schelling, que se había propuesto liquidar la filosofía de Hegel, Engels defendió cuanto de racional y progresista contenía. Al mismo tiempo destacó la inconsecuencia de Hegel y la profunda contradicción que había entre su dialéctica intranquila y sus conclusiones políticas conservadoras. Al criticar la mística y reaccionaria filosofía de Schelling, Engels fue el primero de los neohegelianos en levantar abiertamente la bandera del ateísmo. Para ello se remitió en varias ocasiones al libro de Feuerbach La esencia del cristianismo, aparecido en 1841, donde criticaba la religión, que ejerció una enorme influencia sobre él y sobre todos los intelectuales avanzados de aquella época. En aquellos escritos contra Schelling, aún asumiendo todavía posiciones idealistas, se perfila ya el viraje de Engels hacia el materialismo. Estos ensayos filosóficos se diferencian de los de otros neohegelianos también por su espíritu militante, revolucionario. En los artículos que tratan problemas filosóficos, se deja oír ya el fragor de la revolución en ciernes, a la que el joven Engels saluda al final de su folleto Schelling y la revelación con estas palabras: ¡El día de la gran solución, el día del batallar de los pueblos se está aproximando, y la victoria será nuestra!
El 8 de octubre de 1842 se licenció del ejército. Cuando regresó a Barmen, su padre le propuso trasladarse a realizar prácticas comerciales a Inglaterra a la fábrica textil Ermen and Engels de Manchester. Más que proporcionar una cualificación profesional a su hijo, quería alejarlo de las luchas ideológicas de la Alemania prerrevolucionaria. Si bien Engels no había publicado todavía nada con su firma, sus ideas democrático-revolucionarias no eran un secreto para la familia.
De camino a Inglaterra, Engels se detuvo en Colonia donde en la redacción de la Gaceta Renana conoció a aquel Marx del que le habían hablado en Berlín. Desde allí le había enviado algunos artículos para su publicación en la revista, y lo continuaría haciendo después desde Manchester hasta que la censura acabó con ella. Se intercambiaron las direcciones postales para poder mantenerse en contacto y contrastar ideas. Se inicio así una historia de 60 años de algo que siempre fue mucho más allá de la amistad y de la intimidad: una lucha común que bajo la bandera del marxismo le pertenece a Engels tanto como a Marx, aunque él siempre insistiera en situarse en un modesto segundo plano.
El paso al materialismo y al comunismo
En noviembre de 1842 Engels llegó a Londres. Su estancia en Inglaterra le fue muy útil y dio comienzo al viraje en su evolución ideológica. La atrasada Alemania que dejaba atrás, un país entonces agrario, contrastaba con Inglaterra, el país capitalista por excelencia. En ningún otro lugar del mundo las contradicciones entre el proletariado y la burguesía eran tan acusadas como en Inglaterra.
Engels estudió atentamente la situación de los obreros, así como los métodos de lucha que empleaban. No se limitó a leer libros y documentos oficiales. Deambuló por las ruidosas calles de Londres, Leeds y Manchester. Conocía muy bien Manchester, donde vivía y trabajaba. En las horas libres se marchaba de la parte comercial de la ciudad y recorría los barrios obreros. Con frecuencia le acompañaba Mary Burns, la joven trabajadora irlandesa de la que se había enamorado en Manchester.
La estancia de Engels en Inglaterra coincidió con el auge del movimiento cartista. Engels asistía a las reuniones y mítines cartistas, entró en contacto con los dirigentes del ala izquierda de dicho movimiento, entre ellos, con George Julian Harney, director del periódico cartista The Northern Star (La Estrella del Norte). Conoció también a los seguidores ingleses del socialista utópico Robert Owen. Empezó a colaborar con su publicación The New Moral World, donde insertaba artículos informando a los obreros ingleses del movimiento socialista en Francia, Alemania y Suiza, familiarizándolos con los conceptos de los grandes socialistas utópicos franceses Saint-Simon y Fourier, con las teorías de Cabet, Leroux, Proudhon y Weitling. De forma escueta habló de los filósofos alemanes Kant, Fichte y Schelling, así como de la doctrina de Hegel, cumbre de toda la filosofía idealista alemana. Criticando sus defectos, consignaba lo positivo que cada uno de ellos había aportado a la cultura universal.
En el artículo Los progresos del movimiento por la transformación social en el continente, Engels narró que ya en el otoño de 1842 algunos de los discípulos de izquierda de Hegel habían llegado a la conclusión de que las reformas políticas no bastaban y que el régimen social consonante con sus principios podría implantarse sólo como producto de una revolución social, cuyo elemento básico sería la propiedad colectiva. Entre estos hegelianos de izquierda -con quienes se solidarizaba- mencionó a Carlos Marx. De modo que ya antes de trasladarse a Inglaterra Engels había dado el primer paso hacia el comunismo, pero un comunismo aún indefinido y difuso.
Se hizo comunista durante su estancia en Inglaterra. Sus obras de aquel período muestran el camino que, sobre la base de sus propias experiencias científicas y vitales, recorrió del materialismo al comunismo. En los Esbozos para la crítica de la economía política criticó la teoría burguesa sobre el capitalismo desde las posiciones del proletariado. A diferencia de los economistas burgueses, que creían las leyes del capitalismo eternas e invariables, Engels las enfocó como históricamente determinadas y pasajeras. El paso a las concepciones comunistas coincidió con su viraje del idealismo al materialismo. El que Engels acabara por asumir las posiciones materialistas se pone de manifiesto en el análisis que hizo del sistema social y político de Inglaterra. Dedujo que la base de las luchas políticas en ese país eran los intereses materiales de las diferentes clases; describió el carácter de clase de los partidos políticos rivales y la naturaleza clasista del Estado inglés. Caracterizó el partido reaccionario -el de los tories- propio de la nobleza y el clero reaccionario, el partido liberal -el de los whigs- como representante de fabricantes y comerciantes, y, finalmente, el cartista, como partido cuyos principios interpretaban la conciencia común de los obreros ingleses.
Engels resumió sus estudios de las relaciones sociales y, en primer término, de la vida y las luchas del proletariado, en el libro La situación de la clase obrera en Inglaterra, que publicó en Alemania en 1845. En esta obra fue el primero en analizar las profundas secuelas de la revolución industrial en Inglaterra y descubrió varias leyes del capitalismo: las crisis económicas periódicas, la formación del ejército industrial de reserva o de desempleados, así como el aumento de la explotación de la clase obrera a medida que el capital se acumula. Al describir las condiciones de vida y de trabajo de los obreros, sus salarios, sus jornadas laborales, sus viviendas, el duro trabajo de las mujeres y los niños, así como la situación desesperada de los parados, Engels sacaba en conclusión que los intereses del proletariado y de la burguesía eran irreconciliables.
Una ciencia para transformar el mundo
A finales de agosto de 1844 Engels abandonó Manchester. De retorno a su país pasó por París, donde visitó a Marx, que estaba allí desde finales de octubre del año anterior. Desde Manchester Engels había seguido enviando sus artículos a la redacción de la Gaceta Renana en Colonia hasta que en enero de 1843 el gobierno prusiano la clausuró por su carácter democrático-revolucionario cada vez más marcado. En París Marx editaba otra publicación revolucionaria y socialista en colaboración con Arnold Ruge: los Anales franco-alemanes. También a ella envió Engels sus colaboraciones. En esta revista se publicaron los Esbozos para la crítica de la economía política, la obra que impulsó a Marx a reanudar sus estudios en la materia.
Aquellos diez días de contacto permanente en París en agosto de 1844, dieron comienzo a una amistad que ambos cultivarían toda la vida, a la coordinación de dos mentes lúcidas que proporcionarían a la clase obrera la teoría revolucionaria y los fundamentos de la estrategia y la táctica. Las leyendas de la antigüedad nos ofrecen conmovedores ejemplos de amistad. El proletariado europeo puede decir que su ciencia fue creada por dos sabios y luchadores cuyas relaciones superan a las leyendas más emocionantes, escribió Lenin.
Al reunirse en París, Marx y Engels eran ya ambos comunistas. En el hecho de que optaran por el materialismo, desempeñó un gran papel el filósofo alemán Ludwig Feuerbach, quien en su libro La esencia del cristianismo demostraba que no era dios quien había creado al hombre, sino el hombre quien había creado a dios a su imagen y semejanza; que no era el espíritu, ni la idea, ni el pensamiento quien daba origen a la existencia, sino al contrario: la existencia daba origen al pensamiento. Aun valorando altamente la filosofía de Feuerbach, Marx y Engels vieron que el materialismo de aquel hombre era limitado. En la interpretación del proceso histórico, Feuerbach seguía siendo idealista. Por el contrario, Marx y Engels consideraban que el materialismo debía aplicarse de modo consecuente también para explicar los fenómenos sociales al estudiar la historia. A diferencia de Feuerbach, que simplemente rechazó la dialéctica idealista de Hegel, Marx y Engels comenzaron a revisarla críticamente con el fin de que el materialismo y la dialéctica confluyesen en una cosmovisión científica integral.
En París ambos concluyeron que habían llegado a conclusiones semejantes, aunque por caminos diferentes. Decidieron iniciar su colaboración escribiendo un libro para exponer los fundamentos de la nueva concepción del mundo, materialista y revolucionaria. Empezaron la obra allí mismo, en París. Engels tuvo tiempo de redactar varios capítulos, pero la mayor parte del libro la escribió Marx. Publicado bajo el irónico título de La sagrada familia o la Crítica de la crítica crítica. Contra Bruno Bauer y compañía, estaba dirigido contra los neohegelianos, con quienes los autores habían roto ya.
Rebatiendo las concepciones idealistas de Bruno Bauer y de sus correligionarios, quienes consideraban que sólo seres escogidos hacían la historia, Marx y Engels formularon en La sagrada familia uno de los postulados básicos del materialismo histórico, que afirma lo siguiente: los verdaderos artífices de la historia no son los individuos heroicos, sino las masas populares. Demostraron que las masas irían convirtiéndose cada vez más en conscientes protagonistas del desarrollo histórico. En La sagrada familia expusieron de forma casi consumada ya su criterio respecto a la misión liberadora universal del proletariado. Contrariamente a los socialistas utópicos, para quienes la clase obrera era una masa impotente y sufrida, Marx y Engels demostraron que el proletariado, la clase más oprimida, pero organizada ya en el propio proceso de la producción capitalista, estaba llamado a realizar la transformación revolucionaria del mundo.
La idea sobre la misión histórica mundial del proletariado se constituyó en el sólido fundamento sobre el que se levantaría el edificio del comunismo científico: Lo principal en la doctrina de Marx es el haber puesto en claro el papel histórico universal del proletariado como creador de la sociedad socialista, consignó luego Lenin. Expuesto este descubrimiento esencial, el socialismo pasó de la utopía a la ciencia y entró en terreno firme de las luchas revolucionarias de la clase obrera.
De regreso a Barmen, Engels, ocupado en concluir su ensayo La situación de la clase obrera en Inglaterra, se volcó también en la acción revolucionaria. Recorrió varias ciudades para establecer contactos con los socialistas locales. En sus discursos explicaba que la revolución social era la consecuencia inexorable del desarrollo capitalista, a raíz de la cual surgiría una sociedad basada en el colectivismo y en que los medios de producción serían patrimonio del pueblo. Semejante sociedad, predecía Engels, no provocaría guerras de rapiña. Engels narraba por carta aquellas reuniones a Marx, diciéndole que le alegraba la posibilidad de tratar con hombres de carne y hueso, predicándoles en directo, de forma manifiesta. Sin embargo, aquella alegría se veía aguada por la tirantez reinante en su familia por sus actividades políticas y por su renuncia a ocuparse del maldito comercio.
En la primavera de 1845 Engels partía para Bruselas, donde residía entonces Marx, expulsado de París por instigación del gobierno prusiano. Al evocar su encuentro con Marx en la capital belga, Engels escribióa más tarde: Cuando volvimos a reunirnos en Bruselas, en la primavera de 1845, Marx [...] había desarrollado ya, en líneas generales, su teoría materialista de la historia, y nos pusimos a especificarla en los más diversos aspectos.
Marx y Engels expusieron sus nuevas concepciones en una obra extensa que titularon La ideología alemana, pero que no pudieron publicar por no haber editor que la aceptase. En vista de ello, entregamos de muy buen grado el manuscrito a la crítica roedora de los ratones, pues nuestro objeto principal, poner en claro nuestras propias ideas, estaba ya conseguido. Por primera vez el texto íntegro de esta obra se publicó en la Unión Soviética en 1932 en alemán.
En La ideología alemana, Marx y Engels criticaron a los neohegelianos, la filosofía de Hegel y la filosofía idealista en general. Aun rindiendo tributo a la aportación que había hecho Feuerbach a la lucha contra el idealismo, mostraron los defectos de su materialismo metafísico, limitado y pasivamente contemplativo. Dedicaron un amplio espacio a denunciar el socialismo pequeño burgués, cuyos dirigentes rechazaban la lucha de clases y predicaban con hipocresía el amor, la fraternidad, la justicia, etc.
El mérito teórico de La ideología alemana consistía en formular por vez primera las tesis básicas del materialismo histórico, el gran descubrimiento de Marx que señalaba un viraje cardinal, una verdadera revolución en la filosofía y en la concepción de la historia universal que hizo de ella una ciencia verdadera. Marx y Engels demostraron que las condiciones de la vida material de la sociedad y el modo de producción de los bienes materiales son la base del proceso histórico. Por consiguiente, las raíces de los cambios históricos y de las revueltas sociales no debían buscarse en ideas, teorías y conceptos políticos abstractos, sino en las condiciones de la vida material de la sociedad, en la existencia social, cuyo reflejo eran dichas ideas, teorías y criterios políticos.
En La ideología alemana apareció por primera vez la tesis de que la sucesión de las formaciones socioeconómicas es una regularidad objetiva e históricamente determinada. El crecimiento de las fuerzas productivas pone éstos en contradicción con las relaciones de producción existentes. Estas contradicciones tienen su expresión política en la lucha de clases, fuerza motriz de las sociedades antagónicas, que conduce a la revolución y al cambio de una formación sociopolítica por otra (por ejemplo, feudalismo en lugar de capitalismo). En el proceso de la revolución, los hombres no sólo modifican las relaciones sociales, también cambian ellos.
La ideología alemana contiene varias tesis básicas de la economía política marxista. Al analizar las leyes que rigen el desarrollo del capitalismo, Marx y Engels demostraron que el fracaso de este sistema era irreversible y fundamentaron la necesidad de la revolución socialista. Para destruir la sociedad capitalista, el proletariado, como toda clase que quiere regir sus destinos, debe, en primer lugar, conquistar el poder político. De esta tesis nacería la doctrina marxista sobre la dictadura del proletariado.
En La ideología alemana sus autores bosquejaron también la sociedad comunista del futuro. A diferencia de los socialistas utópicos, el comunismo no fue para Marx y Engels un sueño fantástico de un futuro idílico, sino una meta objetivamente necesaria e históricamente determinada, a alcanzar por la acción revolucionaria. Criticando el materialismo contemplativo de Feuerbach, Marx y Engels establecieron la indisoluble unidad de la teoría y la práctica revolucionarías, así como la eficacia transformadora de la teoría avanzada. Marx formuló esta idea con claridad meridiana y con el máximo laconismo en sus famosas tesis sobre Feuerbach trazadas en 1845: Los filósofos no han hecho más que ínterpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.
La ideología alemana constituyó una etapa trascendental en la formación de los fundamentos teóricos y filosóficos del comunismo científico: el materialismo dialéctico e histórico.
La Liga de los Comunistas
En contraste con la filosofía de Feuerbach, Marx y Engels insistían en el fondo eficaz y revolucionario de su doctrina. No podían conformarse con abonar con argumentos científicos sus tesis y limitarse a exponerlos al mundo de los estudiosos. A la vez que iban creando su teoría revolucionaría, empezaron a esforzarse por unir el socialismo y el movimiento obrero, por fundar un partido obrero. Esta tarea urgía ya que en varios países europeos se estaba gestando una situación revolucionaria.
En aquella época, en París y Londres había varias secciones de la organización clandestina Liga de los Justos integrada en su mayor parte por artesanos alemanes. En 1843 Engels conoció en Londres a tres dirigentes de aquella Liga: Karl Schapper, Heinrich Bauer y Joseph Moll; durante el viaje de seis semanas que hizo a Inglaterra en compañía de Marx en 1845, reanudó sus contactos con ellos, que para entonces se habían convertido en dirigentes también de la Sociedad Cultural de Obreros Alemanes, fundada en Londres en 1840.
A comienzos de junio de 1847 Londres acogía el Congreso de la Liga. Marx no pudo asistir al mismo por sus dificultades económicas; en representación de las comunidades parisinas lo hizo Engels; de la de Bruselas, Guillermo Wolff.
En aquel Congreso la Liga cambió la denominación de los Justos por la de los Comunistas. En vez del viejo lema Todos los hombres son hermanos, se adoptó el proclamado por Marx y Engels: ¡Proletarios de todos los países, uníos! que, como expresión de internacionalismo proletario, se convirtió desde entonces en el grito de guerra frente a la esclavitud capitalista. El proyecto de Estatutos y de Programa adoptado por el Congreso se distribuyó en los comités para ser discutido y luego ratificado definitivamente en el Segundo Congreso de la Liga.
Aquel Segundo Congreso se inauguró el 29 de noviembre de 1847 en Londres. Engels representaba en él a las comunidades de París; Marx a la de Bruselas. El Congreso aprobó con algunas reformas el proyecto de Estatutos. La fórmula clásica de su primer artículo, propuesta por Marx y Engels, rezaba: La finalidad de la Liga es derrocar a la burguesía, alcanzar el dominio para el proletariado, suprimir la vieja sociedad burguesa, basada en los antagonismos de clase, y crear una nueva sociedad, sin clases y sin propiedad privada. Tras largos y animados debates en torno al Programa, en los que Marx y Engels esgrimieron la nueva teoría, los principios que propugnaban fueron aprobados por unanimidad y se les propuso redactar el Manifiesto.
Marx y Engels aprovecharon su estancia en Londres también para ampliar los contactos con los obreros comunistas y con los demócratas de diferentes países. Asistieron al mitin democrático internacional organizado para conmemorar el aniversario de la insurrección de 1830 en Polonia. En sus discursos trazaron las líneas fundamentales de la política del proletariado en la cuestión de las nacionalidades. Así Engels lanzó una tesis que se constituiría en principio rector del proletariado en lo relativo a las nacionalidades: Ninguna nación puede ser libre si continúa oprimiendo a otras.
De regreso a Bruselas, Marx y Engels trabajaron juntos en el Manifiesto hasta fines de diciembre. Luego Engels volvió a Paris, y Marx se dedicó a poner a punto el Programa de la Liga de los Comunista.
En febrero de 1848 se publicó en Londres el Manifiesto del Partido Comunista, el primer documento programático del comunismo científico que, a la larga, como escribió Engels, se convirtiría en la obra más difundida, la más internacional de toda la literatura socialista, el programa de muchos millones de obreros de todos los países, desde Siberia hasta California.
En el Manifiesto del Partido Comunista se acuñó por primera vez, con extraordinaria sencillez, la teoría revolucionaria del proletariado, el comunismo científico: Esta obra -escribió Lenin- expone con una claridad y una brillantez geniales, la nueva concepción del mundo, el materialismo consecuente aplicado también al campo de la vida social, la dialéctica como la más completa y profunda doctrina del desarrollo, la teoría de la lucha de clases y del papel revolucionario histórico mundial del proletariado como creador de una sociedad nueva, de la sociedad comunista. El Manifiesto explica científicamente que históricamente es irreversible la desaparición del capitalismo, y en su lugar -por obra de la revolución proletaria y la implantación del dominio político del proletariado- se levantará una sociedad nueva, sin clases.
Los fundadores del marxismo demuestran en el Manifiesto que la historia de la sociedad humana ha sido la de las luchas de clases, entre los explotadores y los explotados, entre dominadores y oprimidos. La sociedad capitalista que reemplazó al feudalismo no ha hecho sino crear, en vez de las viejas, unas clases nuevas, ha intensificado y enconado los antagonismos de clase. A diferencia de los ideólogos burgueses, pregoneros de la ideología de que el Estado está por encima de las clases sociales, los fundadores del marxismo señalan en el Manifiesto que en la sociedad capitalista el poder político no es más que el consejo de administración que rige los intereses comunes de toda la clase burguesa.
Marx y Engels mostraban en el Manifiesto que la propiedad privada sobre los medios de producción se convierte en una traba para las fuerzas productivas en desarrollo. Intensifica cada vez más el antagonismo del sistema capitalista, el que existe entre el carácter social de la producción y el modo capitalista privado de apropiarse los productos. Los antagonismos del capitalismo desembocan en las crisis que periódicamente sacuden a la sociedad. La burguesía se sobrepone a estas crisis destruyendo buena parte de los productos elaborados, conquistando nuevos mercados y librando guerras de rapiña que acarrean indecibles sufrimientos a la humanidad. Pero así remedia unas crisis preparando otras, más extensas y alarmantes. La burguesía, defensora de la propiedad privada sobre los medios de producción, pasa de ser la clase progresista que fue a convertirse en la clase más reaccionaria, al obstáculo que se interpone al avance del género humano hacia el comunismo.
Sólo la revolución socialista y la instauración del dominio político del proletariado puede liberar a los trabajadores de los padecimientos y penalidades que genera el capitalismo. Al crecer, el capitalismo crea premisas materiales para la futura sociedad comunista y produce, ante todo, a sus propios enterradores: los proletarios, artífices de la nueva sociedad. El proletariado, la clase consecuentemente revolucionaria, no puede liberarse sin liberar también de toda explotación, de toda opresión, a la humanidad entera.
El Manifiesto contiene la tesis del papel dirigente del partido comunista como requisito para que el proletariado gane sus luchas. Los comunistas, explican Marx y Engels, son la parte más decidida, el acicate siempre en tensión de todos los partidos del mundo; teóricamente, llevan de ventaja a las grandes masas del proletariado su clara visión de las condiciones, los derroteros y los resultados generales del movimiento proletario. Interpretan los intereses de todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad, y propugnan el internacionalismo proletario. En todas las fases históricas que recorre la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento, enfocado en su conjunto: acabar con toda opresión, con toda explotación.
Refutando los embustes que sobre los propósitos de los comunistas iba propalando la burguesía, en el Manifiesto Marx y Engels formularon los objetivos reales del partido proletario: derribar el dominio de la burguesía y hacer que el proletariado conquiste el poder político. El proletariado se valdrá del poder político para ir despojando gradualmente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrunientos de producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante y procurando aumentar, con la mayor rapidez posible las fuerzas productivas. Esta tesis del Manifiesto contiene una de las más brillantes ideas del marxismo respecto al Estado. El Estado, es decir, el proletariado organizado como clase dominante, no es otra cosa que la dictadura del proletariado, escribió Lenin analizando este documento.
Marx y Engels proclamaron y fundamentaron teóricamente en el Manifiesto el principio del internacionalismo proletario. El dominio del proletariado, sostuvieron, pondría fin a la opresión colonial y salvaría para siempre de las guerras de conquista y rapiña a la humanidad.
El valor de la previsión científica que hicieron los fundadores del marxismo estaba también en que supieron trazar en el Manifiesto los contornos generales de la futura sociedad comunista y demostrar la gran superioridad de un sistema social cuyo artífice sería el proletariado. Marx y Engels señalaron que en la sociedad comunista no habría trabas y, por consiguiente, ningún límite para el desarrollo de las fuerzas productivas. Contrariamente a la sociedad capitalista, en la que impera el principio de que quien trabaja, nada adquiere, mientras que quien adquiere, no trabaja, en la sociedad comunista el trabajo será un medio para dilatar, fomentar y enriquecer la vida del obrero, afirmaron.
(1820-1895)
Sumario:
— El niño que quería aprender
— Comienzo de la actividad revolucionaria
— Voluntario en el ejército prusiano
— El paso al materialismo y el comunismo
— Una ciencia para transformar el mundo
— La Liga de los Comunistas
— En las batallas revolucionarias
— La hora de la reacción
— La práctica teórica
— La Primera Internacional
— La Comuna de París
— Últimos años junto a Marx
— Maestro del proletariado europeo
— La lucha contra el revisionismo
El niño que quería aprender
Federico Engels nació el 28 de noviembre de 1820 en la ciudad de Barmen, en la Prusia renana, en el seno de la familia de un fabricante textil.
Su país de origen era la provincia alemana desde la que comenzó a extenderse la gran industria capitalista, donde surgió el proletariado y comenzaron a perfilarse los antagonismos de clase entre el proletariado y la burguesía. En Federico dejó una impresión indeleble la miseria y los sufrimientos de los humildes, que él observó desde niño. En su primer escrito -Cartas de Wuppertal- describió con sincera compasión la aciaga vida de los obreros fabriles y artesanos de Barmen y Elberfeld, exponiendo que hubiera sido distinta si los capitalistas no las dirigieran de un modo tan insensato.
Las Cartas de Wuppertal provocaron una tremenda indignación en la hipócrita clase explotadora denunciada por Engels. Ninguno de los lectores de aquel artículo anónimo sospechaba que su autor pertenecía a una respetable familia de acaudalados.
El padre de Engels era un hombre muy religioso, conservador y déspota. Federico tenía tres hermanos y cuatro hermanas. Los primeros siguieron el camino de su padre y se hicieron fabricantes. Las segundas se casaron con hombres de su misma condición social. Sólo él rompió con el espíritu que imperaba en el hogar paterno. Voluntarioso y con ganar de aprender, demostró muy temprano tener una mente aguda, así como un modo de pensar y de proceder independiente. Una carta conservada de las que Engels padre escribía a su esposa testimonia la preocupación que le causaba Federico, que a la sazón tenía 15 años de edad: Como sabes, en apariencia se ha hecho cortés, pero, pese a las sanciones severas que le imponemos, yo diría que no teme nuevos castigos y rehuye la obediencia absoluta. Por ejemplo, con gran pesar mío, otra vez he encontrado hoy en su escritorio un abominable libro de la biblioteca pública, una novela épica sobre la vida del siglo XIII. Que Dios guarde su alma; temo por este chico, excelente en general.
En setiembre de 1837 Federico Engels se vio obligado a dejar el instituto cuando le faltaba un año para concluir los estudios. El padre quería hacer un comerciante de su primogénito y adiestrarle en los negocios, haciéndole trabajar primero durante un año en su propia oficina y luego destinándole a una importante casa comercial de Brema. Pero la perspectiva de hacerse comerciante atraía poco al joven Federico. Su padre, muy preocupado por el rumbo que tomaba, le alojó en casa de un pastor protestante. Pero precisamente allí el joven se vio dominado por fuertes dudas respecto a la religión y rompió para siempre con ella. Cada vez pensaba más en los problemas políticos y sociales. La situación de entonces en la Alemania prerrevolucionaria y en los países vecinos ofrecía abundante material para la meditación e influyó grandemente en las ideas de Federico Engels. En Brema, gran puerto comercial con estatuto de ciudad libre, Federico tuvo la posibilidad de leer periódicos ingleses, holandeses y franceses, así como libros prohibidos en el resto de Alemania. La literatura y la prensa ampliaban los horizontes ideológicos y le ayudaban mucho a conocer los idiomas extranjeros. Se interesaba por la vida de los trabajadores desposeídos, que son lo mejor que el rey puede tener en su Estado.
Comienzo de la actividad revolucionaria
La revolución burguesa de 1830 en Francia rompió la calma de la que disfrutaba la reacción europea. Luego vinieron las primeras expresiones clasistas del proletariado: las sublevaciones de los tejedores lioneses en 1831 y 1834. Comenzó la agitación en Bélgica, Polonia, Italia y España. La lucha de clases se agudizó también en Inglaterra, donde en 1832 una reforma parlamentaria dio acceso al poder a la burguesía industrial; los obreros, protagonistas de aquella lucha, comprendieron que la burguesía les había traicionado y crearon su propio movimiento, el cartista.
En la segunda mitad de la década de los treinta y a comienzos de los cuarenta en Alemania se fueron formando, en el seno de la burguesía y la intelectualidad, grupos oposicionistas de distinta índole, literarios y filosóficos, cuyos miembros criticaban -tímidamente aún- el régimen dominante en sus escritos. Uno de aquellos grupos eran los neohegelianos, discípulos de izquierda del filósofo alemán Hegel, cuyo mayor mérito consistió analizar todos los fenómenos del mundo dialécticamente. Empleando este método, trató de descubrir las leyes que rigen el desarrollo de la naturaleza y la sociedad humana, demostrar que la lucha de los contrarios era la base de este desarrollo. Pero, por muy erudito y progresista que fuese su método, Hegel no pudo cumplir la tarea que se había planteado. Su sistema filosófico adolecía de un vicio esencial: Hegel era idealista y su dialéctica también. Estimaba que en la base de desarrollo de la naturaleza y la sociedad radicaba el desarrollo del espíritu, de la idea absoluta, que existía antes de que surgiera el mundo. Esa idea absoluta que Hegel consideró hacedora de la naturaleza y de la sociedad humana no era sino una fe en dios, encubierta con un velo filosófico. En favor de sus conceptos políticos conservadores, Hegel traicionó la dialéctica, proyectándola únicamente al pasado y nunca al presente ni al futuro.
Influidos por la revolución francesa de 1830 y la agudización de las contradicciones en Alemania, los discípulos de Hegel sacaron conclusiones distintas a las de su maestro. Si todo lo existente debía, tarde o temprano, retroceder ante lo nuevo, también debía sobrevenir el fin de la monarquía prusiana y del dominio de los feudales. Como la política era entonces un tema prohibido en Alemania, los neohegelianos apuntaron sus críticas contra la religión, uno de los pilares de la monarquía prusiana. Pero a Engels no le satisfacían las ideas de los neohegelianos: encerrados en las cuestiones de la filosofía y la religión, permanecían distantes de la práctica, de la política. Engels se propuso demostrar que eran necesarias la unidad y la interacción de la ciencia y la vida, la filosofía y la política, el pensamiento y la acción. Sus primeros escritos y cartas a sus amigos evidencian sus inquietudes políticas y su energía revolucionaria. Soñaba con que un día el viejo mundo se derrumbara; le llenaban de júbilo las luchas que se avecinaban y la seguridad de la victoria. Poco a poco llegó a la decisión de consagrarse al periodismo, a la denuncia y a la agitación.
En los artículos que publicó con seudónimo en el Telegraph für Deutschland, Engels aparece como un vehemente demócrata revolucionario. En estos primeros escritos juveniles se percibe el odio a la monarquía, la compasión por los pueblos oprimidos y un vigoroso temperamento rebelde. Engels critica la monarquía, la propiedad feudal de tierra, los privilegios de la nobleza y las arbitrariedades de los burócratas. Lanza la consigna: ¡Abajo todos los estamentos! ¡Arriba una gran nación unida de ciudadanos con derechos iguales! En sus artículos planteaba como primera tarea de la revolución democrático-burguesa, la unidad del país dividido en lo económico y lo político (eran 38 los Estados pequeños y minúsculos que lo formaban). Propugnando un Estado democrático alemán unificado, Engels rebatía a la vez los intentos de la Prusia reaccionaria de llevar la voz cantante en el país unificado.
Esas eran las ideas políticas que Engels desarrolló en sus artículos y cartas, escritos cuando trabajaba para una casa comercial de Brema. Amplios horizontes, temperamento revolucionario, honda compasión por las sufridas masas trabajadoras: todo esto ponía al joven Engels muy por encima de su medio.
Voluntario en el ejército prusiano
En la primavera de 1841 Engels regresó a Wuppertal, y poco tiempo después estuvo en Berlín cumpliendo el servicio militar obligatorio. En la capital se enganchó como voluntario a una brigada de artillería, en la que conoció de cerca el adiestramiento militar prusiano y sacar buen provecho de ello: aprendió el arte de la guerra y pronto sería cañonero. Más tarde estudió a fondo la ciencia militar.
En las horas libres de servicio, asistía como oyente a los cursos de la Universidad de Berlín, especialmente a las lecciones de filosofía. Fue entonces cuando conoció al grupo de los neohegelianos: los hermanos Bruno y Edgar Bauer, Max Stirner y otros. Marx, que había formado parte de dicho grupo, ya no estaba en la ciudad, pero Engels oyó hablar mucho acerca de él, no siempre en buenos términos. Participó en los debates filosóficos que libraban entonces los neohegelianos. Publicó bajo seudónimo un artículo y luego dos folletos anónimos que inicialmente fueron atribuidos a Bakunin. En ellos criticaba los conceptos reaccionarios de Schelling y sus intentos de conciliar religión y ciencia, fe y saber. Contrariamente a Schelling, que se había propuesto liquidar la filosofía de Hegel, Engels defendió cuanto de racional y progresista contenía. Al mismo tiempo destacó la inconsecuencia de Hegel y la profunda contradicción que había entre su dialéctica intranquila y sus conclusiones políticas conservadoras. Al criticar la mística y reaccionaria filosofía de Schelling, Engels fue el primero de los neohegelianos en levantar abiertamente la bandera del ateísmo. Para ello se remitió en varias ocasiones al libro de Feuerbach La esencia del cristianismo, aparecido en 1841, donde criticaba la religión, que ejerció una enorme influencia sobre él y sobre todos los intelectuales avanzados de aquella época. En aquellos escritos contra Schelling, aún asumiendo todavía posiciones idealistas, se perfila ya el viraje de Engels hacia el materialismo. Estos ensayos filosóficos se diferencian de los de otros neohegelianos también por su espíritu militante, revolucionario. En los artículos que tratan problemas filosóficos, se deja oír ya el fragor de la revolución en ciernes, a la que el joven Engels saluda al final de su folleto Schelling y la revelación con estas palabras: ¡El día de la gran solución, el día del batallar de los pueblos se está aproximando, y la victoria será nuestra!
El 8 de octubre de 1842 se licenció del ejército. Cuando regresó a Barmen, su padre le propuso trasladarse a realizar prácticas comerciales a Inglaterra a la fábrica textil Ermen and Engels de Manchester. Más que proporcionar una cualificación profesional a su hijo, quería alejarlo de las luchas ideológicas de la Alemania prerrevolucionaria. Si bien Engels no había publicado todavía nada con su firma, sus ideas democrático-revolucionarias no eran un secreto para la familia.
De camino a Inglaterra, Engels se detuvo en Colonia donde en la redacción de la Gaceta Renana conoció a aquel Marx del que le habían hablado en Berlín. Desde allí le había enviado algunos artículos para su publicación en la revista, y lo continuaría haciendo después desde Manchester hasta que la censura acabó con ella. Se intercambiaron las direcciones postales para poder mantenerse en contacto y contrastar ideas. Se inicio así una historia de 60 años de algo que siempre fue mucho más allá de la amistad y de la intimidad: una lucha común que bajo la bandera del marxismo le pertenece a Engels tanto como a Marx, aunque él siempre insistiera en situarse en un modesto segundo plano.
El paso al materialismo y al comunismo
En noviembre de 1842 Engels llegó a Londres. Su estancia en Inglaterra le fue muy útil y dio comienzo al viraje en su evolución ideológica. La atrasada Alemania que dejaba atrás, un país entonces agrario, contrastaba con Inglaterra, el país capitalista por excelencia. En ningún otro lugar del mundo las contradicciones entre el proletariado y la burguesía eran tan acusadas como en Inglaterra.
Engels estudió atentamente la situación de los obreros, así como los métodos de lucha que empleaban. No se limitó a leer libros y documentos oficiales. Deambuló por las ruidosas calles de Londres, Leeds y Manchester. Conocía muy bien Manchester, donde vivía y trabajaba. En las horas libres se marchaba de la parte comercial de la ciudad y recorría los barrios obreros. Con frecuencia le acompañaba Mary Burns, la joven trabajadora irlandesa de la que se había enamorado en Manchester.
La estancia de Engels en Inglaterra coincidió con el auge del movimiento cartista. Engels asistía a las reuniones y mítines cartistas, entró en contacto con los dirigentes del ala izquierda de dicho movimiento, entre ellos, con George Julian Harney, director del periódico cartista The Northern Star (La Estrella del Norte). Conoció también a los seguidores ingleses del socialista utópico Robert Owen. Empezó a colaborar con su publicación The New Moral World, donde insertaba artículos informando a los obreros ingleses del movimiento socialista en Francia, Alemania y Suiza, familiarizándolos con los conceptos de los grandes socialistas utópicos franceses Saint-Simon y Fourier, con las teorías de Cabet, Leroux, Proudhon y Weitling. De forma escueta habló de los filósofos alemanes Kant, Fichte y Schelling, así como de la doctrina de Hegel, cumbre de toda la filosofía idealista alemana. Criticando sus defectos, consignaba lo positivo que cada uno de ellos había aportado a la cultura universal.
En el artículo Los progresos del movimiento por la transformación social en el continente, Engels narró que ya en el otoño de 1842 algunos de los discípulos de izquierda de Hegel habían llegado a la conclusión de que las reformas políticas no bastaban y que el régimen social consonante con sus principios podría implantarse sólo como producto de una revolución social, cuyo elemento básico sería la propiedad colectiva. Entre estos hegelianos de izquierda -con quienes se solidarizaba- mencionó a Carlos Marx. De modo que ya antes de trasladarse a Inglaterra Engels había dado el primer paso hacia el comunismo, pero un comunismo aún indefinido y difuso.
Se hizo comunista durante su estancia en Inglaterra. Sus obras de aquel período muestran el camino que, sobre la base de sus propias experiencias científicas y vitales, recorrió del materialismo al comunismo. En los Esbozos para la crítica de la economía política criticó la teoría burguesa sobre el capitalismo desde las posiciones del proletariado. A diferencia de los economistas burgueses, que creían las leyes del capitalismo eternas e invariables, Engels las enfocó como históricamente determinadas y pasajeras. El paso a las concepciones comunistas coincidió con su viraje del idealismo al materialismo. El que Engels acabara por asumir las posiciones materialistas se pone de manifiesto en el análisis que hizo del sistema social y político de Inglaterra. Dedujo que la base de las luchas políticas en ese país eran los intereses materiales de las diferentes clases; describió el carácter de clase de los partidos políticos rivales y la naturaleza clasista del Estado inglés. Caracterizó el partido reaccionario -el de los tories- propio de la nobleza y el clero reaccionario, el partido liberal -el de los whigs- como representante de fabricantes y comerciantes, y, finalmente, el cartista, como partido cuyos principios interpretaban la conciencia común de los obreros ingleses.
Engels resumió sus estudios de las relaciones sociales y, en primer término, de la vida y las luchas del proletariado, en el libro La situación de la clase obrera en Inglaterra, que publicó en Alemania en 1845. En esta obra fue el primero en analizar las profundas secuelas de la revolución industrial en Inglaterra y descubrió varias leyes del capitalismo: las crisis económicas periódicas, la formación del ejército industrial de reserva o de desempleados, así como el aumento de la explotación de la clase obrera a medida que el capital se acumula. Al describir las condiciones de vida y de trabajo de los obreros, sus salarios, sus jornadas laborales, sus viviendas, el duro trabajo de las mujeres y los niños, así como la situación desesperada de los parados, Engels sacaba en conclusión que los intereses del proletariado y de la burguesía eran irreconciliables.
Una ciencia para transformar el mundo
A finales de agosto de 1844 Engels abandonó Manchester. De retorno a su país pasó por París, donde visitó a Marx, que estaba allí desde finales de octubre del año anterior. Desde Manchester Engels había seguido enviando sus artículos a la redacción de la Gaceta Renana en Colonia hasta que en enero de 1843 el gobierno prusiano la clausuró por su carácter democrático-revolucionario cada vez más marcado. En París Marx editaba otra publicación revolucionaria y socialista en colaboración con Arnold Ruge: los Anales franco-alemanes. También a ella envió Engels sus colaboraciones. En esta revista se publicaron los Esbozos para la crítica de la economía política, la obra que impulsó a Marx a reanudar sus estudios en la materia.
Aquellos diez días de contacto permanente en París en agosto de 1844, dieron comienzo a una amistad que ambos cultivarían toda la vida, a la coordinación de dos mentes lúcidas que proporcionarían a la clase obrera la teoría revolucionaria y los fundamentos de la estrategia y la táctica. Las leyendas de la antigüedad nos ofrecen conmovedores ejemplos de amistad. El proletariado europeo puede decir que su ciencia fue creada por dos sabios y luchadores cuyas relaciones superan a las leyendas más emocionantes, escribió Lenin.
Al reunirse en París, Marx y Engels eran ya ambos comunistas. En el hecho de que optaran por el materialismo, desempeñó un gran papel el filósofo alemán Ludwig Feuerbach, quien en su libro La esencia del cristianismo demostraba que no era dios quien había creado al hombre, sino el hombre quien había creado a dios a su imagen y semejanza; que no era el espíritu, ni la idea, ni el pensamiento quien daba origen a la existencia, sino al contrario: la existencia daba origen al pensamiento. Aun valorando altamente la filosofía de Feuerbach, Marx y Engels vieron que el materialismo de aquel hombre era limitado. En la interpretación del proceso histórico, Feuerbach seguía siendo idealista. Por el contrario, Marx y Engels consideraban que el materialismo debía aplicarse de modo consecuente también para explicar los fenómenos sociales al estudiar la historia. A diferencia de Feuerbach, que simplemente rechazó la dialéctica idealista de Hegel, Marx y Engels comenzaron a revisarla críticamente con el fin de que el materialismo y la dialéctica confluyesen en una cosmovisión científica integral.
En París ambos concluyeron que habían llegado a conclusiones semejantes, aunque por caminos diferentes. Decidieron iniciar su colaboración escribiendo un libro para exponer los fundamentos de la nueva concepción del mundo, materialista y revolucionaria. Empezaron la obra allí mismo, en París. Engels tuvo tiempo de redactar varios capítulos, pero la mayor parte del libro la escribió Marx. Publicado bajo el irónico título de La sagrada familia o la Crítica de la crítica crítica. Contra Bruno Bauer y compañía, estaba dirigido contra los neohegelianos, con quienes los autores habían roto ya.
Rebatiendo las concepciones idealistas de Bruno Bauer y de sus correligionarios, quienes consideraban que sólo seres escogidos hacían la historia, Marx y Engels formularon en La sagrada familia uno de los postulados básicos del materialismo histórico, que afirma lo siguiente: los verdaderos artífices de la historia no son los individuos heroicos, sino las masas populares. Demostraron que las masas irían convirtiéndose cada vez más en conscientes protagonistas del desarrollo histórico. En La sagrada familia expusieron de forma casi consumada ya su criterio respecto a la misión liberadora universal del proletariado. Contrariamente a los socialistas utópicos, para quienes la clase obrera era una masa impotente y sufrida, Marx y Engels demostraron que el proletariado, la clase más oprimida, pero organizada ya en el propio proceso de la producción capitalista, estaba llamado a realizar la transformación revolucionaria del mundo.
La idea sobre la misión histórica mundial del proletariado se constituyó en el sólido fundamento sobre el que se levantaría el edificio del comunismo científico: Lo principal en la doctrina de Marx es el haber puesto en claro el papel histórico universal del proletariado como creador de la sociedad socialista, consignó luego Lenin. Expuesto este descubrimiento esencial, el socialismo pasó de la utopía a la ciencia y entró en terreno firme de las luchas revolucionarias de la clase obrera.
De regreso a Barmen, Engels, ocupado en concluir su ensayo La situación de la clase obrera en Inglaterra, se volcó también en la acción revolucionaria. Recorrió varias ciudades para establecer contactos con los socialistas locales. En sus discursos explicaba que la revolución social era la consecuencia inexorable del desarrollo capitalista, a raíz de la cual surgiría una sociedad basada en el colectivismo y en que los medios de producción serían patrimonio del pueblo. Semejante sociedad, predecía Engels, no provocaría guerras de rapiña. Engels narraba por carta aquellas reuniones a Marx, diciéndole que le alegraba la posibilidad de tratar con hombres de carne y hueso, predicándoles en directo, de forma manifiesta. Sin embargo, aquella alegría se veía aguada por la tirantez reinante en su familia por sus actividades políticas y por su renuncia a ocuparse del maldito comercio.
En la primavera de 1845 Engels partía para Bruselas, donde residía entonces Marx, expulsado de París por instigación del gobierno prusiano. Al evocar su encuentro con Marx en la capital belga, Engels escribióa más tarde: Cuando volvimos a reunirnos en Bruselas, en la primavera de 1845, Marx [...] había desarrollado ya, en líneas generales, su teoría materialista de la historia, y nos pusimos a especificarla en los más diversos aspectos.
Marx y Engels expusieron sus nuevas concepciones en una obra extensa que titularon La ideología alemana, pero que no pudieron publicar por no haber editor que la aceptase. En vista de ello, entregamos de muy buen grado el manuscrito a la crítica roedora de los ratones, pues nuestro objeto principal, poner en claro nuestras propias ideas, estaba ya conseguido. Por primera vez el texto íntegro de esta obra se publicó en la Unión Soviética en 1932 en alemán.
En La ideología alemana, Marx y Engels criticaron a los neohegelianos, la filosofía de Hegel y la filosofía idealista en general. Aun rindiendo tributo a la aportación que había hecho Feuerbach a la lucha contra el idealismo, mostraron los defectos de su materialismo metafísico, limitado y pasivamente contemplativo. Dedicaron un amplio espacio a denunciar el socialismo pequeño burgués, cuyos dirigentes rechazaban la lucha de clases y predicaban con hipocresía el amor, la fraternidad, la justicia, etc.
El mérito teórico de La ideología alemana consistía en formular por vez primera las tesis básicas del materialismo histórico, el gran descubrimiento de Marx que señalaba un viraje cardinal, una verdadera revolución en la filosofía y en la concepción de la historia universal que hizo de ella una ciencia verdadera. Marx y Engels demostraron que las condiciones de la vida material de la sociedad y el modo de producción de los bienes materiales son la base del proceso histórico. Por consiguiente, las raíces de los cambios históricos y de las revueltas sociales no debían buscarse en ideas, teorías y conceptos políticos abstractos, sino en las condiciones de la vida material de la sociedad, en la existencia social, cuyo reflejo eran dichas ideas, teorías y criterios políticos.
En La ideología alemana apareció por primera vez la tesis de que la sucesión de las formaciones socioeconómicas es una regularidad objetiva e históricamente determinada. El crecimiento de las fuerzas productivas pone éstos en contradicción con las relaciones de producción existentes. Estas contradicciones tienen su expresión política en la lucha de clases, fuerza motriz de las sociedades antagónicas, que conduce a la revolución y al cambio de una formación sociopolítica por otra (por ejemplo, feudalismo en lugar de capitalismo). En el proceso de la revolución, los hombres no sólo modifican las relaciones sociales, también cambian ellos.
La ideología alemana contiene varias tesis básicas de la economía política marxista. Al analizar las leyes que rigen el desarrollo del capitalismo, Marx y Engels demostraron que el fracaso de este sistema era irreversible y fundamentaron la necesidad de la revolución socialista. Para destruir la sociedad capitalista, el proletariado, como toda clase que quiere regir sus destinos, debe, en primer lugar, conquistar el poder político. De esta tesis nacería la doctrina marxista sobre la dictadura del proletariado.
En La ideología alemana sus autores bosquejaron también la sociedad comunista del futuro. A diferencia de los socialistas utópicos, el comunismo no fue para Marx y Engels un sueño fantástico de un futuro idílico, sino una meta objetivamente necesaria e históricamente determinada, a alcanzar por la acción revolucionaria. Criticando el materialismo contemplativo de Feuerbach, Marx y Engels establecieron la indisoluble unidad de la teoría y la práctica revolucionarías, así como la eficacia transformadora de la teoría avanzada. Marx formuló esta idea con claridad meridiana y con el máximo laconismo en sus famosas tesis sobre Feuerbach trazadas en 1845: Los filósofos no han hecho más que ínterpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.
La ideología alemana constituyó una etapa trascendental en la formación de los fundamentos teóricos y filosóficos del comunismo científico: el materialismo dialéctico e histórico.
La Liga de los Comunistas
En contraste con la filosofía de Feuerbach, Marx y Engels insistían en el fondo eficaz y revolucionario de su doctrina. No podían conformarse con abonar con argumentos científicos sus tesis y limitarse a exponerlos al mundo de los estudiosos. A la vez que iban creando su teoría revolucionaría, empezaron a esforzarse por unir el socialismo y el movimiento obrero, por fundar un partido obrero. Esta tarea urgía ya que en varios países europeos se estaba gestando una situación revolucionaria.
En aquella época, en París y Londres había varias secciones de la organización clandestina Liga de los Justos integrada en su mayor parte por artesanos alemanes. En 1843 Engels conoció en Londres a tres dirigentes de aquella Liga: Karl Schapper, Heinrich Bauer y Joseph Moll; durante el viaje de seis semanas que hizo a Inglaterra en compañía de Marx en 1845, reanudó sus contactos con ellos, que para entonces se habían convertido en dirigentes también de la Sociedad Cultural de Obreros Alemanes, fundada en Londres en 1840.
A comienzos de junio de 1847 Londres acogía el Congreso de la Liga. Marx no pudo asistir al mismo por sus dificultades económicas; en representación de las comunidades parisinas lo hizo Engels; de la de Bruselas, Guillermo Wolff.
En aquel Congreso la Liga cambió la denominación de los Justos por la de los Comunistas. En vez del viejo lema Todos los hombres son hermanos, se adoptó el proclamado por Marx y Engels: ¡Proletarios de todos los países, uníos! que, como expresión de internacionalismo proletario, se convirtió desde entonces en el grito de guerra frente a la esclavitud capitalista. El proyecto de Estatutos y de Programa adoptado por el Congreso se distribuyó en los comités para ser discutido y luego ratificado definitivamente en el Segundo Congreso de la Liga.
Aquel Segundo Congreso se inauguró el 29 de noviembre de 1847 en Londres. Engels representaba en él a las comunidades de París; Marx a la de Bruselas. El Congreso aprobó con algunas reformas el proyecto de Estatutos. La fórmula clásica de su primer artículo, propuesta por Marx y Engels, rezaba: La finalidad de la Liga es derrocar a la burguesía, alcanzar el dominio para el proletariado, suprimir la vieja sociedad burguesa, basada en los antagonismos de clase, y crear una nueva sociedad, sin clases y sin propiedad privada. Tras largos y animados debates en torno al Programa, en los que Marx y Engels esgrimieron la nueva teoría, los principios que propugnaban fueron aprobados por unanimidad y se les propuso redactar el Manifiesto.
Marx y Engels aprovecharon su estancia en Londres también para ampliar los contactos con los obreros comunistas y con los demócratas de diferentes países. Asistieron al mitin democrático internacional organizado para conmemorar el aniversario de la insurrección de 1830 en Polonia. En sus discursos trazaron las líneas fundamentales de la política del proletariado en la cuestión de las nacionalidades. Así Engels lanzó una tesis que se constituiría en principio rector del proletariado en lo relativo a las nacionalidades: Ninguna nación puede ser libre si continúa oprimiendo a otras.
De regreso a Bruselas, Marx y Engels trabajaron juntos en el Manifiesto hasta fines de diciembre. Luego Engels volvió a Paris, y Marx se dedicó a poner a punto el Programa de la Liga de los Comunista.
En febrero de 1848 se publicó en Londres el Manifiesto del Partido Comunista, el primer documento programático del comunismo científico que, a la larga, como escribió Engels, se convirtiría en la obra más difundida, la más internacional de toda la literatura socialista, el programa de muchos millones de obreros de todos los países, desde Siberia hasta California.
En el Manifiesto del Partido Comunista se acuñó por primera vez, con extraordinaria sencillez, la teoría revolucionaria del proletariado, el comunismo científico: Esta obra -escribió Lenin- expone con una claridad y una brillantez geniales, la nueva concepción del mundo, el materialismo consecuente aplicado también al campo de la vida social, la dialéctica como la más completa y profunda doctrina del desarrollo, la teoría de la lucha de clases y del papel revolucionario histórico mundial del proletariado como creador de una sociedad nueva, de la sociedad comunista. El Manifiesto explica científicamente que históricamente es irreversible la desaparición del capitalismo, y en su lugar -por obra de la revolución proletaria y la implantación del dominio político del proletariado- se levantará una sociedad nueva, sin clases.
Los fundadores del marxismo demuestran en el Manifiesto que la historia de la sociedad humana ha sido la de las luchas de clases, entre los explotadores y los explotados, entre dominadores y oprimidos. La sociedad capitalista que reemplazó al feudalismo no ha hecho sino crear, en vez de las viejas, unas clases nuevas, ha intensificado y enconado los antagonismos de clase. A diferencia de los ideólogos burgueses, pregoneros de la ideología de que el Estado está por encima de las clases sociales, los fundadores del marxismo señalan en el Manifiesto que en la sociedad capitalista el poder político no es más que el consejo de administración que rige los intereses comunes de toda la clase burguesa.
Marx y Engels mostraban en el Manifiesto que la propiedad privada sobre los medios de producción se convierte en una traba para las fuerzas productivas en desarrollo. Intensifica cada vez más el antagonismo del sistema capitalista, el que existe entre el carácter social de la producción y el modo capitalista privado de apropiarse los productos. Los antagonismos del capitalismo desembocan en las crisis que periódicamente sacuden a la sociedad. La burguesía se sobrepone a estas crisis destruyendo buena parte de los productos elaborados, conquistando nuevos mercados y librando guerras de rapiña que acarrean indecibles sufrimientos a la humanidad. Pero así remedia unas crisis preparando otras, más extensas y alarmantes. La burguesía, defensora de la propiedad privada sobre los medios de producción, pasa de ser la clase progresista que fue a convertirse en la clase más reaccionaria, al obstáculo que se interpone al avance del género humano hacia el comunismo.
Sólo la revolución socialista y la instauración del dominio político del proletariado puede liberar a los trabajadores de los padecimientos y penalidades que genera el capitalismo. Al crecer, el capitalismo crea premisas materiales para la futura sociedad comunista y produce, ante todo, a sus propios enterradores: los proletarios, artífices de la nueva sociedad. El proletariado, la clase consecuentemente revolucionaria, no puede liberarse sin liberar también de toda explotación, de toda opresión, a la humanidad entera.
El Manifiesto contiene la tesis del papel dirigente del partido comunista como requisito para que el proletariado gane sus luchas. Los comunistas, explican Marx y Engels, son la parte más decidida, el acicate siempre en tensión de todos los partidos del mundo; teóricamente, llevan de ventaja a las grandes masas del proletariado su clara visión de las condiciones, los derroteros y los resultados generales del movimiento proletario. Interpretan los intereses de todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad, y propugnan el internacionalismo proletario. En todas las fases históricas que recorre la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento, enfocado en su conjunto: acabar con toda opresión, con toda explotación.
Refutando los embustes que sobre los propósitos de los comunistas iba propalando la burguesía, en el Manifiesto Marx y Engels formularon los objetivos reales del partido proletario: derribar el dominio de la burguesía y hacer que el proletariado conquiste el poder político. El proletariado se valdrá del poder político para ir despojando gradualmente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrunientos de producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante y procurando aumentar, con la mayor rapidez posible las fuerzas productivas. Esta tesis del Manifiesto contiene una de las más brillantes ideas del marxismo respecto al Estado. El Estado, es decir, el proletariado organizado como clase dominante, no es otra cosa que la dictadura del proletariado, escribió Lenin analizando este documento.
Marx y Engels proclamaron y fundamentaron teóricamente en el Manifiesto el principio del internacionalismo proletario. El dominio del proletariado, sostuvieron, pondría fin a la opresión colonial y salvaría para siempre de las guerras de conquista y rapiña a la humanidad.
El valor de la previsión científica que hicieron los fundadores del marxismo estaba también en que supieron trazar en el Manifiesto los contornos generales de la futura sociedad comunista y demostrar la gran superioridad de un sistema social cuyo artífice sería el proletariado. Marx y Engels señalaron que en la sociedad comunista no habría trabas y, por consiguiente, ningún límite para el desarrollo de las fuerzas productivas. Contrariamente a la sociedad capitalista, en la que impera el principio de que quien trabaja, nada adquiere, mientras que quien adquiere, no trabaja, en la sociedad comunista el trabajo será un medio para dilatar, fomentar y enriquecer la vida del obrero, afirmaron.