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    ¿Qué fue de la Autonomía Obrera?

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    ¿Qué fue de la Autonomía Obrera? Empty ¿Qué fue de la Autonomía Obrera?

    Mensaje por Maverick Mar Nov 24, 2009 9:20 pm

    ¿Qué fue de la Autonomía Obrera?
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    La palabra “autonomía” ha estado relacionada con la causa de la emancipación del proletariado desde hace tiempo. En el Manifiesto Comunista Marx definía al movimiento obrero como “el movimiento autónomo de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría”. Más tarde, pero basándose en la experiencia de 1848, en “La Capacidad Política de la Clase Obrera” Proudhon afirmaba que para que una clase actuase de manera específica había de cumplir los tres requerimientos de la autonomía: que tuviera consciencia de sí misma, que como consecuencia afirmase “su idea”, es decir, que conociese “la ley de su ser” y que supiese “expresarla por la palabra y explicarla por la razón”, y que de esa idea sacase conclusiones prácticas

    . Tanto Marx como Proudhon habían sido testigos de la influencia de la burguesía radical en los rangos obreros y trataban de que el proletariado se separase políticamente de ella. En 1890 existía en Londres un grupo anarquista de exilados alemanes cuyo órgano de expresión se llamaba “La Autonomía”, donde se hacía hincapié en la libertad individual y en la independencia de los grupos. En 1920 el marxista Karl Korsch designaba la “autonomía industrial” como una forma superior de socialización que vendría a coincidir con las colectividades libertarias del 36. El teórico de los Consejos Obreros, Pannekoek, habla más bien de “autoactividad” (como Marx) refiriéndose a la acción independiente de los trabajadores, a su autogobierno, lo que a la postre es la autonomía obrera. Hoy el uso de las palabras “autonomía” o “autónomo” en todo tipo de situaciones y con las más opuestas intenciones es más un motivo de confusión que de esclarecimiento. Se las puede encontrar en boca de un ciudadanista o de un nacionalista, pronunciadas por un universitario toninegrista o dicha por un okupa…. Definen pues realidades diferentes y responden a conceptos distintos. Los Comandos Autónomos Anticapitalistas se llamaron así en 1976 para señalar su carácter no jerárquico y sus distancias con ETA. Al ciudadano responsable de una sociedad capaz de dotarse de sus propias leyes el gelatinoso Castoriadis le llamaba “autónomo” (como los diccionarios), una especie de burgués con alas de querubín, pero en otros ámbitos “autónomo” es como se llama aquél que rehuye calificarse de anarquista para evitar el reduccionismo que implica esa marca, y “autónomo” es además el partidario de una moda italiana de la que existen varias y muy desiguales versiones, la peor de todas inventada por el profesor Negri en 1977 cuando era leninista creativo… La autonomía obrera tiene un significado inequívoco que se muestra durante un periodo de la historia concreto: como tal, aparece en la península a principios de los setenta en tanto que conclusión fundamental de la lucha de clases de la década anterior.

    LOS AÑOS PREAUTONÓMICOS

    No es casual que cuando los obreros comenzaban a radicalizar su movimiento reivindicaran su “autonomía”, es decir, la independencia frente a representaciones exteriores, bien fueran la burocracia vertical del Estado, los partidos de oposición o los grupos sindicales clandestinos. Pues para ellos de eso se trataba, de actuar en conjunto, de llevar directamente sus propios asuntos con sus propias normas, de tomar sus propias decisiones y de definir su estrategia y su táctica de lucha: en suma, de constituirse como clase revolucionaria. El movimiento obrero moderno, es decir, el que apareció tras la guerra civil, arrancó en los años sesenta una vez agotado el que representaban las centrales CNT y UGT. Lo formaron mayoritariamente obreros de extracción campesina, emigrados a las ciudades y alojados en barrios periféricos de “casas baratas”, bloques de patronatos y chabolas. Desde 1958, inicio del primer Plan de Desarrollo franquista, la industria y los servicios experimentaron un fuerte auge que se tradujo en una oferta generalizada de trabajo. Sobrevino la despoblación de las áreas rurales y la muerte de la agricultura tradicional, alumbrándose en los núcleos urbanos barriadas obreras de nuevo cuño. Las condiciones de explotación de la población obrera de entonces –bajos salarios, horarios prolongados, malos alojamientos, lugar de trabajo alejado, deficientes infraestructuras, analfabetismo, hábitos de servidumbre- hacían de ella una clase abandonada y marginal que, no obstante, supo abrirse camino y defender su dignidad a bocados. La protesta se coló por las iglesias y por los resquicios del Sindicato Vertical que pronto se revelaron estrechos y sin salida. En Madrid, Vizcaya, Asturias, Barcelona y otros lugares los obreros, junto con sus representantes elegidos en el marco de la ley de jurados, comenzaron a reunirse en asambleas para tratar cuestiones laborales, estableciendo una red informal de contactos que dio pie a las originales “Comisiones Obreras”. Dichas comisiones se movían dentro de la legalidad, aunque, dados sus límites, se salían frecuentemente de ella o se la saltaban si era necesario. La estructura informal de las Comisiones Obreras, su autolimitación reivindicativa y su cobertura católicovertical, en una época intensamente represiva, fueron eficaces en los primeros momentos; a la sombra de la ley de convenios las Comisiones llevaron a cabo importantes huelgas, creadoras de una nueva conciencia de clase. Pero en la medida en que dicha conciencia ganaba en solidez, se contemplaba la lucha obrera no simplemente contra el patrón, sino contra el capital y el Estado encarnado en la dictadura de Franco. El objetivo final de la lucha no era más que el “socialismo”, o sea, la apropiación de los medios de producción por parte de los mismos trabajadores. Después de Mayo del 68 ya se habló de “autogestión”. Las Comisiones Obreras habían de asumir ese objetivo y radicalizar sus métodos abriéndose a todos los trabajadores. Pronto se dio cuenta el régimen franquista del peligro y las reprimió; pronto se dieron cuenta los partidos con militantes obreros –el PCE y el FLP- de su utilidad como instrumento político y las recuperaron.
    La única posibilidad de sindicalismo era la ofrecida por el régimen, por lo que el PCE y sus aliados católicos aprovecharon la ocasión construyendo un sindicato dentro de otro, el oficial. El ascenso de la influencia del PCE a partir de 1968 asentó el reformismo y conjuró la radicalización de Comisiones. Las consecuencias habrían sido graves si el la incrustación del PCE no hubiera sido relativa: por un lado la representación obrera se separaba de las asambleas y escapaba al control de la base. El protagonismo recaía en exclusiva sobre los supuestos líderes. Por otro lado el movimiento obrero se circunscribía en una práctica legalista, soslayando en lo posible el recurso a la huelga, solamente empleado como demostración de fuerza de los dirigentes. La lucha obrera perdía su carácter anticapitalista recién adquirido. Finalmente se despolitizaba la lucha al tutelar los comunistas la orientación del movimiento. Los objetivos políticos pasaban de ser los del “socialismo” a los de la democracia burguesa. La jugada estaba clara; las “Comisiones Obreras” se erigían en interlocutores únicos de la patronal en las negociaciones laborales, ninguneando a los trabajadores. Ese pretendido diálogo sindical no era más que el reflejo del diálogo político institucional perseguido por el PCE. El reformismo estalinista no triunfó, pero provocó la división del movimiento obrero arrastrando a la fracción más moderada y proclive al aburguesamiento; sin embargo, la conciencia de clase se había desarrollado lo suficiente como para que los sectores obreros más avanzados defendieran primero dentro, y después fuera de Comisiones, tácticas más congruentes, impulsando organizaciones de base más combativas llamadas según los lugares “círculos”, “plataformas de comisiones”, “comités obreros” o “grupos obreros autónomos”. Por primera vez la palabra “autónomo” surgía en el área de Barcelona para subrayar la independencia de un grupo partidario de la democracia directa frente a los partidos y a cualquier organización ajena a la clase. Además, habiendo permitido los resquicios de una ley la creación de asociaciones de vecinos, la lucha se traslado a los barrios y entró en el ámbito de la vida cotidiana. Del mismo modo, en las barriadas y los pueblos, se planteó la alternativa de permanecer en el marco institucional de las asociaciones o de organizar comités de barrio e ir a la asamblea de barrio como órgano representativo.

    EL MOMENTO DE LA AUTONOMÍA

    La resistencia del régimen franquista a cualquier veleidad reformista hizo que las huelgas a partir de la del sector de la construcción en Granada, en 1969 fuesen siempre salvajes y duras, imposibles de desarrollarse bajo la legalidad que querían mantener los estalinistas. Los obreros anticapitalistas entendían que lejos de amontonarse a las puertas de la CNS esperando los resultados de las gestiones de los representantes legales lo que había que hacer era celebrar asambleas en las mismas fábricas, en el tajo o en el barrio y elegir allí a sus delegados, que no habían de ser permanentes, sino revocables en todo momento. Aunque sólo fuera para resistir a la represión un delegado debía durar el tiempo entre dos asambleas, y un comité de huelga, el tiempo de una huelga. La asamblea era soberana porque representaba a todos los trabajadores. La vieja táctica de obligar al patrón a negociar con delegados asamblearios “ilegales” extendiendo la lucha a todo el ramo productivo o convirtiendo la huelga en huelga general mediante los “piquetes”, es decir, la “acción directa”, conquistaba cada vez las adeptos. Con la solidaridad la conciencia de clase hacía progresos, mientras que las manifestaciones verificaban ese avance cada vez más escandaloso. Los obreros habían perdido el miedo a la represión y le hacían frente en la calle. Cada manifestación era no sólo una protesta contra la patronal, sino que, al ser tenida como una alteración del orden público, era una desautorización política del Estado. Ahora, el proletariado si quería avanzar tenía que separarse de todos los que hablaban en su nombre –que con la aparición de los grupos y partidos a la izquierda del PCE eran legión- y pretendían tutelarlo. Debía “autoorganizarse”, o sea, “conquistar su autonomía”, como se dijo en Mayo del 68. Entonces empezó a hablarse de la “autonomía proletaria”, de “luchas autónomas”, entendiendo por ello las luchas realizadas al margen de los partidos, y de “grupos autónomos”, grupos de trabajadores revolucionarios llevando una actividad práctica autónoma en el seno de la clase obrera con el objetivo claro de contribuir a su “concienciación”. Salvando las distancias históricas e ideológicas, los grupos autónomos no podían ser diferentes de aquellos grupos de “afinidad” de la antigua FAI, la de antes de 1937.
    Los primeros setenta acabaron el proceso de industrialización emprendido por los tecnócratas franquistas con el resultado no deseado de la cristalización de una nueva clase obrera cada vez más convencida de sus posibilidades históricas y más dispuesta a la lucha. El miedo al proletariado empujaba el régimen franquista al autoritarismo perpetuo contra el que conspiraban incluso los nuevos valores burgueses y religiosos. La muerte del dictador aflojó la represión justo lo suficiente como para que se desencadenase un proceso imparable de huelgas en todo el país. El reformismo sindical estalinista fue completamente desbordado. La continua celebración de asambleas con la finalidad de resolver los problemas reales de los trabajadores en la empresa, en el barrio y hasta en su casa de acuerdo con sus intereses de clase más elementales, no tenía ante sí a ningún aparato burocrático que la frenase. Los enlaces de Comisiones y los responsables comunistas no eran tolerados sino en la medida en que no incomodaban, viéndose obligados a fomentar las asambleas si querían ejercer el menor control. Las masas trabajadoras empezaban a ser conscientes del papel de sujeto principal en el desarrollo de los acontecimientos y rechazaban una reglamentación políticosindical de los problemas que concernían a su vida real. En 1976 las ideas de autoorganización, autogestión generalizada y revolución social podían revestir fácilmente una expresión de masas inmediata. Así, las vías que conducían a las mismas quedaban abiertas. La dinámica social de las asambleas empujaba a los obreros a tomar en sus manos todos los asuntos que les concernían, empezando por el de la autonomía. Ese modo de acción autónoma que llevaba a las masas a pisar sembrados que hasta entonces parecían ajenos debió causar verdadero pánico en la clase dominante, puesto que ametralló a los obreros en Vitoria, liquidó la reforma continuista del franquismo, disolvió el sindicato vertical con las Comisiones dentro y legalizó a los partidos y sindicatos. El Pacto de La Moncloa de todos los partidos y sindicatos fue un pacto contra las asambleas. No nos detendremos a narrar las peripecias del movimiento asambleario, ni en contar el número de obreros caídos; baste con afirmar que el movimiento fue derrotado en 1978 después de tres años de arduos combates. El Estatuto de los Trabajadores promulgado por el nuevo régimen “democrático” en 1980 sentenció legalmente las asambleas. Las elecciones sindicales proporcionaron un contingente de profesionales de la representación que con la ayuda de asambleístas contemporizadores secuestraron la dirección de las luchas. Eso no significa que las asambleas desapareciesen, lo que realmente desapareció fue su independencia, su autonomía, y tal extravío fue seguido de una degradación irreversible de la conciencia de clase que ni la resistencia a la reestructuración económica de los ochenta pudo detener.

    AUTONOMÍA Y CONSEJOS OBREROS

    La teoría que mejor podía servir a la autonomía obrera no era el anarcosindicalismo sino la teoría consejista, tal como fue formulada por los comunistas revolucionarios alemanes y holandeses basándose en las experiencias rusa y alemana. En efecto, la formación de “sindicatos únicos” correspondía a una fase del capitalismo español completamente superada en la que predominaba la pequeña empresa y una mayoría campesina subsistía al margen. El capitalismo español estaba entonces en expansión y el sindicato era un organismo proletario eminentemente defensivo. Los que conocen la historia previa a la guerra civil saben los problemas que causó la mentalidad sindical cuando los obreros tuvieron que defenderse del terrorismo patronal en 1920 – 24, o cuando hubieron de resistirse a los organismos estatales corporativos que quiso implantar la Dictadura de Primo de Rivera, o en el periodo 1931-33 cuando los obreros trataron de pasar a la ofensiva mediante insurrecciones. Organizar sindicatos en 1976, aunque fuesen “únicos”, con un capitalismo desarrollado y en crisis, significaba integrar a los trabajadores en el mercado laboral a la baja. Prolongar la tarea de las Comisiones Obreras en el franquismo. El sindicalismo, aunque se llamase revolucionario, no tenía otra opción que actuar dentro del capitalismo a la defensiva. La “acción directa”, la “democracia directa” ya no eran posibles a la sombra de los sindicatos. Las condiciones modernas de lucha exigían otra forma de organización de acuerdo con los nuevos tiempos porque ante una ofensiva capitalista paralizada el proletariado tenía que pasar al ataque. Las asambleas, los piquetes y los comités de huelga eran los organismos unitarios adecuados. Lo que les faltaba para llegar a Consejos Obreros era una mayor y más estable coordinación y la conciencia de lo que estaban haciendo. En algún momento se consiguió: en Vitoria, en Elche, en Gavà… pero no fue suficiente. ¿En qué medida pues la teoría consejista en tanto que expresión teórica más real del movimiento obrero sirvió para que “la clase llamada a la acción” tomase conciencia de la naturaleza de su proyecto indicándole el camino? En muy poca. La teoría de los Consejos tuvo muchos más practicantes inconscientes que partidarios. Las asambleas y los comités representativos eran órganos espontáneos de lucha todavía sin conciencia plena de ser al mismo tiempo órganos efectivos de poder obrero. Con la extensión de las huelgas las funciones de las asambleas se ampliaban y abarcaban cuestiones extralaborales. El poder de las asambleas afectaba a todas las instituciones del Capital y el Estado, incluidos los partidos y sindicatos, que trabajaban conjuntamente para desactivarlo. Parece que los únicos en no darse cuenta de ello fueron los propios obreros. La consigna “Todo el poder a las asambleas” o significaba ningún poder a los partidos, a los sindicatos y al Estado, o no significaba nada. Al no plantearse seriamente los problemas que su propio poder levantaba, la ofensiva obrera no acababa de cuajar. Los trabajadores podían con menos desgaste renunciar a su antisindicalismo primario y servirse de los intermediarios habituales entre Capital y Trabajo, los sindicatos. En ausencia de perspectivas revolucionarias las asambleas acaban por ser inútiles y aburridas, y los Consejos Obreros, inviables. El sistema de Consejos no funciona sino como forma de lucha de una clase obrera revolucionaria, y en 1978 la clase volvía la espalda a una segunda revolución.

    LAS MALAS AUTONOMÍAS

    Un error estratégico descomunal que sin duda contribuyó a la derrota fue la decisión de la mayoría de activistas autónomos de las fábricas y los barrios de participar en la reconstrucción de la CNT con la ingenua convicción de crear un aglutinante de todos los antiautoritarios. Un montón de trabajo colectivo de coordinación se evaporó. La experiencia resultó fallida en muy corto espacio de tiempo pero el precio que se pagó en desmovilización fue alto. También contribuyó a la derrota el obrerismo obtuso que se manifestó en la tendencia “por la autonomía de la clase”, partidaria de colaborar con los sindicatos y de encajonar las asambleas en el terreno sindical de las reivindicaciones parciales separadas y de la autogestión de la miseria (trasformación de fábricas en quiebra en cooperativas, candidaturas electorales “autónomas”, representación “mixta” asamblea-sindicato, lenguaje conciliador, etc.). Es propio de los tiempos en que los revolucionarios tienen razón que los mayores enemigos del proletariado se presenten como partidarios de las asambleas para mejor sabotearlas. Ese fue el caso de unas docenas de grupúsculos y “movimientos”. Sin embargo, poca influencia tuvo la autonomía “a la italiana”, pues su importación como ideología leninistoide tuvo lugar al final del periodo asambleario y la intoxicación ocurrió post festum. En realidad, lo que se importó no fueron las prácticas del movimiento de 1977 en varias ciudades italianas bautizado como “Autonomia Operaia”, sino la parte más retardataria y espectacular de dicha “autonomía”, la que correspondía a la descomposición del bolchevismo milanés –Potere Operaio—especialmente las masturbaciones literarias de los que fueron señalados por la prensa como líderes, a saber, Negri, Piperno, Scalzone… En resumen, muy pocos grupos fueron consecuentes en la defensa activa de la autonomía obrera aparte de los Trabajadores por la Autonomía Proletaria (consejistas libertarios), algunos colectivos de fábrica (por ejemplo, los de FASA-Renault, los de Roca radiadores, los estibadores del puerto de Barcelona…) y los Grupos Autónomos. Detengámonos en éstos últimos.

    LA AUTONOMÍA ARMADA

    La organización “1000” o “MIL” (Movimiento Ibérico de Liberación) pionera en tantas cosas, se autodenominó en 1972 “grupos autónomos de combate” (GAC). La lucha armada debutaba con la finalidad de apoyar a la clase obrera, no de sustituirla. Así de “autónomos” se consideraron después los grupos que se coordinaron en 1974 para sostener y liberar a los presos del MIL –que la policía denominó OLLA- y los grupos que siguieron en 1976, quienes tras un debate en la prisión de Segovia adoptaron el nombre de “Grupos Autónomos” o GGAA (en 1979). Sin ánimo de dar lecciones a toro pasado señalaremos no obstante que el considerarse “fracción armada del proletariado revolucionario” era algo, además de criticable, falso de principio. Todos los grupos, practicasen o no la lucha armada, eran grupos separados que no se representaban más que a sí mismos, eso es lo que realmente quiere decir ser “autónomos”. Autonomía que dicho sea de paso había que poner en entredicho al existir en el MIL una especialización de tareas que dividía a sus miembros en teóricos y activistas. El proletariado se representa a sí mismo como clase a través de sus propios órganos. Y nunca se arma sino cuando lo necesita, cuando se dispone a destruir el Estado. Pero entonces no se arma una fracción sino toda la clase, formando sus milicias, “el proletariado en armas”. La existencia de grupos armados, incluso al servicio de las huelgas salvajes, no aportaba nada a la autonomía de la lucha por cuanto que se trataba de gente al margen de la decisión colectiva y fuera del control de las asambleas. Eran un poder separado, y más que una ayuda un peligro si eran infiltrados por algún confidente o provocador. En la fase en que se encontraba la lucha, bastaban los piquetes. La práctica más radical de la lucha de clases no eran las expropiaciones o los petardos en empresas y sedes de organismos oficiales. Lo realmente radical era aquello que ayudaba al proletariado a pasar a la ofensiva: la generalización de la insubordinación contra toda jerarquía, el sabotaje de la producción y el consumo capitalistas, las huelgas salvajes, los delegados revocables, la coordinación de las luchas, su autodefensa, la creación de medios informativos específicamente obreros, el rechazo del nacionalismo y del sindicalismo, las ocupaciones de fábricas y edificios públicos, las barricadas… La aportación a la autonomía del proletariado de los grupos mencionados quedaba limitada por su posición voluntarista en la cuestión de las armas.
    En el caso particular de los Grupos Autónomos consta que deseaban situarse en el interior de las masas y que perseguían su radicalización máxima, pero las condiciones de clandestinidad que imponía la lucha armada les alejaban de ellas. Eran plenamente lúcidos en cuanto a lo que podía servir a la extensión de la lucha de clases, es decir, en cuanto a la autonomía proletaria. Conocían la herencia de Mayo del 68 y condenaban toda ideología como elemento de separación, incluso la ideología de la autonomía, puesto que en los periodos ascendentes los enemigos de la autonomía son los primeros en declararse por la autonomía. Según uno de sus comunicados, la autonomía del grupo simplemente era “no sólo una práctica común basada en un mínimo de acuerdos para la acción, sino también en una teoría autónoma correspondiente a nuestra manera de vivir, de luchar y de nuestras necesidades concretas”. Se llegaron a sacar la “L” de libertarios para evitar ser etiquetados y caer en la oposición espectacular anarquismo-marxismo. También para no ser recuperados por la CNT en tanto que anarquistas, organización a la que por sindical consideraban burocrática, integradora y favorable a la existencia del trabajo asalariado y en consecuencia, del capital. No tenían vocación de permanencia como los partidos porque rechazaban el poder; todo grupo verdaderamente autónomo se organizaba para unas tareas concretas y se disolvía cuando dichas tareas finalizaban. La represión les puso abrupto fin pero su práctica resulta tanto en sus aciertos como en sus fallos ejemplar y por lo tanto, pedagógica.

    LA TÉCNICA AUTÓNOMA

    Entre los ambientes proletarios de los sesenta y setenta y el mundo tecnificado y globalizado media un abismo. Vivimos una realidad histórica radicalmente diferente creada sobre las ruinas de la anterior. El movimiento obrero se esfumó, por eso hablar de “autonomía”, ibérica o no, no tiene sentido si con ello tratamos de adherirnos a una figura inexistente del proletariado y edificar sobre ella un programa de acción fantasmagórico, en base a una ideología hecha de pedazos de otras. En el peor de los casos significaría la resurrección del cadáver leninista y de la idea de “vanguardia”, lo más opuesto a la autonomía. Tampoco se trata de distraerse en el ciberespacio, ni en el “movimiento de movimientos”, exigiendo la democratización del orden establecido mediante la participación en sus instituciones de los pretendidos representantes de la sociedad civil. No hay sociedad civil; dicha “sociedad” se halla disgregada en sus componentes básicos, los individuos, y éstos no sólo están separados de los resultados y productos de su actividad, sino que están separados unos de otros. Toda la libertad que la sociedad capitalista pueda ofrecer reposa no en la asociación entre individuos autónomos sino en su separación y desposesión más completa, de forma que un individuo descubra en otro no un apoyo a su libertad sino un competidor y un obstáculo. Esa separación la técnica digital viene a consumarla en tanto que comunicación virtual. Los individuos entonces para relacionarse dependen absolutamente de los medios técnicos, pero lo que obtienen no es un contacto real sino una relación en el éter. En el extremo los individuos adictos a los aparatos son incapaces de mantener relaciones directas con sus semejantes. Las tecnologías de la información y de la comunicación han llevado a cabo el viejo proyecto burgués de la separación total de los individuos entre sí y a su vez han creado la ilusión de una autonomía individual gracias al funcionamiento en red que aquellas han hecho posible. Por una parte crean un individuo totalmente dependiente de las máquinas, y por lo tanto, neurótico y perfectamente controlable; por la otra imponen las condiciones en las que se desenvuelve toda actividad social, le marcan los ritmos y exigen una adaptación permanente a los cambios. Quien ha conquistado la autonomía no es pues el individuo sino la técnica. A pesar de todo, si la autonomía individual es imposible en las condiciones productivas actuales, la lucha por la autonomía no lo es, aunque no deberá reducirse a un descuelgue del modo de sobrevivir capitalista técnicamente equipado. Negarse a trabajar, a consumir, a usar artefactos, a ir en vehículo privado, a vivir en ciudades, etc., constituye de por sí un vasto programa, pero la supervivencia bajo el capitalismo impone sus reglas. La autonomía personal no es simple autosuficiencia pagada con el aislamiento y la marginación de los que se escape con la telefonía móvil y el correo electrónico. La lucha contra dichas reglas y constricciones es hoy el abecedario de la autonomía individual y tiene ante sí muchas vías, todas legítimas. El sabotaje será complementario del aprender un oficio extinguido o del practicar el trueque. En cuanto a la acción colectiva, hoy resultan imposibles los movimientos conscientes de masas, porque no hay conciencia de clase. Las masas son exactamente lo contrario de las clases. Sin clase obrera es absurdo hablar de “autonomía obrera”, pero no lo es hablar de grupos autónomos. Las condiciones actuales no son tan desastrosas como para no permitir la organización de grupos con vistas a acciones concretas defensivas. El avance del capitalismo espectacular se efectúa siempre como agresión, a la que hay que responder donde se pueda: contra el TAV, los parques eólicos, las incineradoras, los campos de golf, los planes hidrológicos, los puertos deportivos, las autopistas, las líneas de alta tensión, las segundas residencias, las pistas de esquí, los centros comerciales, la especulación inmobiliaria, la precariedad, los productos transgénicos… Se trata de establecer líneas de resistencia desde donde reconstruir un medio refractario al capital en el que cristalice de nuevo la conciencia revolucionaria. Si el mundo no está para grandes estrategias, si lo está en cambio para acciones de guerrilla y la fórmula organizativa más conveniente son los grupos autónomos. Esa es la autonomía que interesa.

    Miguel Amorós
    Charlas en la nave ocupada La Rabia, 23 de enero de 2005, y en el RAI del barrio Ribera el 10 de febrero de 2005. Barcelona.
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    Mensaje por obreromadrileño Lun Jul 25, 2011 10:24 pm

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    Mensaje por Agitación Lun Jul 25, 2011 11:38 pm

    Interesante que se cuelguen textos de anticomunistas declarados como Miguel Amorós.
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    Mensaje por Maverick Jue Jul 28, 2011 2:28 am

    ¿Tienes fuentes sobre Amorós autodeclarándose anticomunista o simplemente inventas? El dogmatismo de algunos resulta incorregible.
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    Mensaje por Agitación Jue Jul 28, 2011 9:18 am

    Hombre, tiene un texto que se titula directamente: Leninismo, ideología fascista. Donde carga contra los comunistas una y otra vez.

    Eso por decir algo que está publciado en internet, porque luego las charlitas que se marca el hijo puta son de traca. El clásico inútil profe de historia que basa su "miltiancia" es llamar fascista a todo quisqui. Hasta los que se rebelaron contra la policía por el botellón han aportado más a la luicha que este indeseable.

    La autonomía obrera fue una cosa fugaz, sólo tubo algo de importancia en Italia con LC y PO, en España los miembros más conscientes de las organizaciones armadas que mencionas asumieron la lucha antifascista del GRAPO y en cualquier caso nunca ha habido grupos tan extensos como lo fueron los italianos, así que lo podemos resumir en un fenómeno local causa de determinadas conidciones, ya que en España pese a la traición del PCE fueron otros los grupos que recogieron el testigo de la leucha sin abandonar los principios leninistas.

    Hoy en día sólo se reclaman autónomos marxistas 4 frikis que lo único que esconden es falta de compromiso y disciplina con el proyecto revolucionario, suelen ser del tipo que el Che definía como de los que viven de hablar de la revolución. La inmensa mayoría que se identifica con el "autonomismo" son anarquistas que irónicamente niegan la existencia siquiera de la clase obrera (la génesis de su supuesto movimiento) entre ellos, por cierto, Amorós.

    Por otra parte está el tema de su falso "antisautoritarismo", pero eso es otro debate.

    Claro que lo mio es dogmatismo, todo lo que viene de un comunista es dogmatismo, así se resuelven fálcimente las discusiones y todo debate con nosotros. Pese a que el movimiento comunista ha aportado a la humanidad el mayor compendio de sabiduría, reflexiones y análisis del mundo, tanto individuales como colectivos, fruto del debate y la reflexión de múltiples generaciones, aun hoy seguimos siendo dogmáticos y cerrados. Sin embargo, lo primero que se le pase por la cabeza al subnormal de turno...eso es si que mola.
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    Mensaje por Maverick Vie Jul 29, 2011 1:17 am

    De Amorós valoro su aportación a la crítica antidesarrollista y su ferrea oposición al falso discurso crítico del decrecimiento, pero tampoco es santo de mi devoción. Sin embargo, hasta donde yo sé siempre se ha declarado comunista. Como sabes, el leninismo, al que ataca en el texto que nombras, es solo una de las corrientes comunistas. Al igual que lo es el trotskismo, por ejemplo ¿También toda crítica al trotskismo convierte a quien la ejecuta en "declarado anticomunista"? ¿Por qué toda crítica al leninismo sí? La cerrazón ideológica que pretende hacer pasar al leninismo y sus derivados como corriente única del comunismo sí que resulta problemática (y común, por desgracia).

    Vuelves a soltar ciertas afirmaciones que, en fin, se descalifican por sí solas. Solo queda sonreir y asentir, porque está claro que cualquier intento de discutirlas sería como jugar al frontón. Sí, Amorós es un profe de historia que no aporta una mierda y los autónomos han sido y son cuatro frikis sin compromiso. Ante tal capacidad de análisis, chico, no hay mucho que decir. Lo dicho: asentir y sonreir.

    Por cierto, para negar la existencia de clase obrera, Amorós es bastante explícito en algún texto suyo. Así a bote pronto:
    Los proletarios griegos conforman una variopinta masa de empleados, funcionarios, pensionistas, precarios, parados, trabajadores de servicios y obreros de la industria, con intereses sectoriales específicos que habrán de superarse para que el capitalismo se desplome.

    Lo que sí suele argumentar es que, debido a que el proletariado no ha superado esos "intereses sectoriales" que lo dividen, es decir, debido a la falta de conciencia de clase, los proletarios modernos no constituyan una clase con capacidad para oponerse (como clase) a la burguesía.

    Dogmatismo es atrincherarse en las filas del leninismo y considerar a todos quienes la critiquen como anticomunistas. Ya veo que en el último párrafo también excluyes la posibilidad de que yo pueda considerarme comunista ("todo lo que viene de un comunista es dogmatismo, así se resuelven fálcimente las discusiones y todo debate con nosotros.") Desde luego, con tales muestras de camaradería no se necesitan enemigos.
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    ¿Qué fue de la Autonomía Obrera? Empty Re: ¿Qué fue de la Autonomía Obrera?

    Mensaje por EZLN Vie Jul 29, 2011 1:27 am

    Agitación escribió:Hombre, tiene un texto que se titula directamente: Leninismo, ideología fascista. Donde carga contra los comunistas una y otra vez.

    Eso por decir algo que está publciado en internet, porque luego las charlitas que se marca el hijo puta son de traca. El clásico inútil profe de historia que basa su "miltiancia" es llamar fascista a todo quisqui. Hasta los que se rebelaron contra la policía por el botellón han aportado más a la luicha que este indeseable.

    La autonomía obrera fue una cosa fugaz, sólo tubo algo de importancia en Italia con LC y PO, en España los miembros más conscientes de las organizaciones armadas que mencionas asumieron la lucha antifascista del GRAPO y en cualquier caso nunca ha habido grupos tan extensos como lo fueron los italianos, así que lo podemos resumir en un fenómeno local causa de determinadas conidciones, ya que en España pese a la traición del PCE fueron otros los grupos que recogieron el testigo de la leucha sin abandonar los principios leninistas.

    Hoy en día sólo se reclaman autónomos marxistas 4 frikis que lo único que esconden es falta de compromiso y disciplina con el proyecto revolucionario, suelen ser del tipo que el Che definía como de los que viven de hablar de la revolución. La inmensa mayoría que se identifica con el "autonomismo" son anarquistas que irónicamente niegan la existencia siquiera de la clase obrera (la génesis de su supuesto movimiento) entre ellos, por cierto, Amorós.

    Por otra parte está el tema de su falso "antisautoritarismo", pero eso es otro debate.

    Claro que lo mio es dogmatismo, todo lo que viene de un comunista es dogmatismo, así se resuelven fálcimente las discusiones y todo debate con nosotros. Pese a que el movimiento comunista ha aportado a la humanidad el mayor compendio de sabiduría, reflexiones y análisis del mundo, tanto individuales como colectivos, fruto del debate y la reflexión de múltiples generaciones, aun hoy seguimos siendo dogmáticos y cerrados. Sin embargo, lo primero que se le pase por la cabeza al subnormal de turno...eso es si que mola.

    Aceptar al marxismo como dogmático, no es negar el carácter dialéctico de la realidad que el marxismo estudia y supera?
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    Mensaje por Shenin Vie Jul 29, 2011 1:41 am

    Como sabes, el leninismo, al que ataca en el texto que nombras, es solo una de las corrientes comunistas. Al igual que lo es el trotskismo, por ejemplo ¿También toda crítica al trotskismo convierte a quien la ejecuta en "declarado anticomunista"? ¿Por qué toda crítica al leninismo sí? La cerrazón ideológica que pretende hacer pasar al leninismo y sus derivados como corriente única del comunismo sí que resulta problemática (y común, por desgracia).

    Una corriente no es comunista porque quienes la integren se autoproclamen así.
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    Mensaje por Shenin Vie Jul 29, 2011 1:45 am

    Aceptar al marxismo como dogmático, no es negar el carácter dialéctico de la realidad que el marxismo estudia y supera?

    Lo que desde luego es negar la dialéctica es confundir ésta con el eclecticismo.
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    Mensaje por incontrolable Sáb Jul 30, 2011 11:12 pm

    Agitación escribió:Interesante que se cuelguen textos de anticomunistas declarados como Miguel Amorós.

    Lo correcto sería decir que es anti-leninista. Para ser comunista no hace falta ser marxista-leninista.
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    Mensaje por Agitación Lun Ago 01, 2011 11:57 pm

    Maverick escribió:De Amorós valoro su aportación a la crítica antidesarrollista y su ferrea oposición al falso discurso crítico del decrecimiento, pero tampoco es santo de mi devoción. Sin embargo, hasta donde yo sé siempre se ha declarado comunista. Como sabes, el leninismo, al que ataca en el texto que nombras, es solo una de las corrientes comunistas. Al igual que lo es el trotskismo, por ejemplo ¿También toda crítica al trotskismo convierte a quien la ejecuta en "declarado anticomunista"? ¿Por qué toda crítica al leninismo sí? La cerrazón ideológica que pretende hacer pasar al leninismo y sus derivados como corriente única del comunismo sí que resulta problemática (y común, por desgracia).

    Me encanta tu eufemismo de "ataca" el texto criminaliza y categoriza como enemigo al leninismo, por lo que es una razón más que evidente para que ese autor esté en el cuarto de desesechos podridos en descoposición de este foro. Corrientes socialistas hay dos: El socialismo utópico inicial y su avance, el socialismo científico desarrollado por Marx y Engels y adaptado a nuestros tiempos por Lenin. Como comprenderás, tanto Trotsky, como Amorós son dos payasos con un nexo común, cargar tintas contra el leninismo y no dar un palo al agua por la revolución. Ahora resulta que atacar a quienes nos tacan es problemático, sin embargo atacarnos no es problemático sino según se deduce de tus palabras es algo muy respetable. Pues no majo, no somos cristianos dispuestos a darte nuestra otra mejilla, eso sí aun estamos esperando a que toda esa pléyade anticomunista ponga a funcionar un nuevo orden social de una vez.


    Vuelves a soltar ciertas afirmaciones que, en fin, se descalifican por sí solas. Solo queda sonreir y asentir, porque está claro que cualquier intento de discutirlas sería como jugar al frontón. Sí, Amorós es un profe de historia que no aporta una mierda y los autónomos han sido y son cuatro frikis sin compromiso. Ante tal capacidad de análisis, chico, no hay mucho que decir. Lo dicho: asentir y sonreir.

    Bueno dime una sóla organización de la autonomía obrera que sobreviva en la actualidad. Entiendo que para ti mis argumentos sean un frontón impenetrable, pero para mi los tuyos son una lámina de papel de fumar.

    Por cierto, para negar la existencia de clase obrera, Amorós es bastante explícito en algún texto suyo. Así a bote pronto:
    Los proletarios griegos conforman una variopinta masa de empleados, funcionarios, pensionistas, precarios, parados, trabajadores de servicios y obreros de la industria, con intereses sectoriales específicos que habrán de superarse para que el capitalismo se desplome.

    Muestra del clásico oportunismo, se ha tirado años diciendo que no existía la clase orbrera, con la crisis y el movimeinto obrero griego los negacionistas derrepente volvienton a hablar del tema. No tenía precio la propaganda de ls "amorosistas" madrileños en la huelga general. No hay más que ver como bailan el agua a las modas, tu mismo lo dices con lo del antidesarrollismo como crítica al decrecimiento. A esta gente les encanta inventarse nombres para hablar de cualquier cosa menos de lo que importa. Negar esto es desconocer profundamente la trayectoria del autor.



    Dogmatismo es atrincherarse en las filas del leninismo y considerar a todos quienes la critiquen como anticomunistas. Ya veo que en el último párrafo también excluyes la posibilidad de que yo pueda considerarme comunista ("todo lo que viene de un comunista es dogmatismo, así se resuelven fálcimente las discusiones y todo debate con nosotros.") Desde luego, con tales muestras de camaradería no se necesitan enemigos.

    Dogmatismo es decirle a los niños que los comunistas somos el lobo feroz y que nos los comemos crudos, que somos como los fascistas. Eso es dogmatismo. A mi me da igual uqe te consideres selenita si quieres. Es increible, primero nos llaman fascistas y si se contesta se termina la argumetnación diciendo que como nos alteramos tanto, que somos peores que los enemigos. Yo soy camarada de quien lo demuestra andando, así somos los comunstas que nos fiamos más de la praxis que de las palabras bonitas, por eso es bastante chocante que se nos llame fascistas cuando somos los únicos que fuimos capaces de enfrentarlo.

    Un comunista lucha por y para la revolución proletaria, para ello utiliza las herramientas y esperiencia histórica que el movimeinto obrero le ha legado, para alcanzar la sociedad sin clases. Los utopistas tuvieron su momento y fallaron en todas y cada una de sus proclamas, los científicos fuimos mejorando el método hasta instaurar la dictadura del proletariado en el primer estado de obreros y campesinos del mundo que funcionó. El resto es charlatanería, idealismo puro y duro.


    Y aun tendrás la cara de seguir defendiendo la cara de Amorós en un foro donde el 80% dice ser marxista leninista.
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    Mensaje por incontrolable Mar Ago 02, 2011 12:34 am

    Documental sobre la Autonomia Obrera:

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    Mensaje por Bagauda Mar Ago 02, 2011 11:54 am

    En mi opinión M. Amorós es un sicofante de tendencia anarquista. Quienes hemos discutido personalmente con él, coincidimos en que su critica al cuestionamiento del proletariado reune puntos en comun con las posiciones de Marcuse y está preñada de una desconfianza esencial a la capacidad revolucionaria del proletariado.
    Por otra parte es reincidente en sus presentaciones de la historia de los "movimientos autonomos" del periodo de la transición española a los que se refiere siempre con una buena dosis de romanticismo y cuestiona cualquier intento de superación de la clase que no responda a sus concepciones idealistas.

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