martes 2 de agosto de 2011
Habemus Papa
Decía mi abuela “una misa no hace daño a nadie” cuando, habiendo fallecido un amigo de mi padre, pedía que se celebrase una por el difunto en la iglesia de su pueblo, aunque éste no hubiera pisado lugar más santo que
los bares en los que había brindado con mi viejo. No sabía mi abuela por
entonces, claro, del coste de la misa que el Papa va a celebrar en Madrid
a propósito de las Jornadas de la Juventud convocadas en mi ciudad.
Dicen que al Estado no le costará nada, que sólo reportará beneficios para
la capital, pero lo cierto es que entre la cesión de los espacios públicos
(colegios, polideportivos), el trabajo de los funcionarios, las exenciones
fiscales a las empresas patrocinadoras y otras cosas (como el traslado de
los papamóvil en un avión Hércules del ejército español) los
contribuyentes aportaremos cerca de 30 millones de euros para sufragar la
visita del Papa. Que por cierto no viene como Jefe de Estado sino como
autoridad máxima de la Iglesia, para evangelizar a la descarriada España,
víctima del azote laicista que sufre occidente.
Más allá de este gasto, la propia Iglesia ha reconocido que el coste de
las jornadas y de la visita serán de entre unos 47 a 54 millones de euros,
según declaraciones del propio obispo auxiliar de Madrid.
La ayuda del Estado español mandada a Somalia, que sufre una hambruna
aberrante, es de 25 millones de euros.
Respeto profundamente las convicciones religiosas de cada uno. Admiro el
trabajo de aquellos que, movidos por su Fe, sacrifican su tiempo y sus
vidas intentando paliar el sufrimiento ajeno, poniéndose del lado de los
excluidos, de los que menos tienen. Muchos de ellos pertenecen a la
Iglesia Católica. Es por ese respeto que me parece totalmente
indispensable la separación definitiva del Estado y de la Iglesia. Y es
por esto que considero lamentable que el dinero de los contribuyentes se
emplee en unos actos de estas características, en tiempos tan difíciles
como los que nos tocan vivir.
La Iglesia católica también tiene sus indignados y son muchos los que
tratan de hacerse escuchar enfrentándose a una jerarquía que se ha alejado
de sus feligreses. Se llenarán las plazas jaleando al Papa, pero las
parroquias se van quedando cada vez más vacías.
Desde el otro lado del océano observo como se desarrollan los
acontecimientos en mi ciudad. Aquí, en Argentina, ponemos una cinta roja
en un altar del Gauchito Gil, bandolero bueno, santo pagano, para que nos
proteja en la carretera, pegamos una estampa de Osvaldo Pugliese, pianista
militante, otro santo que espanta la mala suerte, en las fundas de
nuestras guitarras, hay quien le pide a Rodrigo, cantante de cuarteto, que
le cure el alma y quien le suplica a la Pachamama para que el invierno no
nos maltrate. Yo le rezo a mi amada y venero su rostro, dulce, ferozmente,
bebo del breve hueco de sus manos la savia sagrada que cura el olvido,
cuento las pecas de su cara como los misterios de un rosario. Brindo por
el futuro mientras observo a lo lejos mi ciudad y su imagen, trémula por
el calor que se eleva desde el horizonte, me trae recuerdos de los amigos,
abrazos solidarios, fotos de la familia y rumor de tormenta.
--
Habemus Papa
Decía mi abuela “una misa no hace daño a nadie” cuando, habiendo fallecido un amigo de mi padre, pedía que se celebrase una por el difunto en la iglesia de su pueblo, aunque éste no hubiera pisado lugar más santo que
los bares en los que había brindado con mi viejo. No sabía mi abuela por
entonces, claro, del coste de la misa que el Papa va a celebrar en Madrid
a propósito de las Jornadas de la Juventud convocadas en mi ciudad.
Dicen que al Estado no le costará nada, que sólo reportará beneficios para
la capital, pero lo cierto es que entre la cesión de los espacios públicos
(colegios, polideportivos), el trabajo de los funcionarios, las exenciones
fiscales a las empresas patrocinadoras y otras cosas (como el traslado de
los papamóvil en un avión Hércules del ejército español) los
contribuyentes aportaremos cerca de 30 millones de euros para sufragar la
visita del Papa. Que por cierto no viene como Jefe de Estado sino como
autoridad máxima de la Iglesia, para evangelizar a la descarriada España,
víctima del azote laicista que sufre occidente.
Más allá de este gasto, la propia Iglesia ha reconocido que el coste de
las jornadas y de la visita serán de entre unos 47 a 54 millones de euros,
según declaraciones del propio obispo auxiliar de Madrid.
La ayuda del Estado español mandada a Somalia, que sufre una hambruna
aberrante, es de 25 millones de euros.
Respeto profundamente las convicciones religiosas de cada uno. Admiro el
trabajo de aquellos que, movidos por su Fe, sacrifican su tiempo y sus
vidas intentando paliar el sufrimiento ajeno, poniéndose del lado de los
excluidos, de los que menos tienen. Muchos de ellos pertenecen a la
Iglesia Católica. Es por ese respeto que me parece totalmente
indispensable la separación definitiva del Estado y de la Iglesia. Y es
por esto que considero lamentable que el dinero de los contribuyentes se
emplee en unos actos de estas características, en tiempos tan difíciles
como los que nos tocan vivir.
La Iglesia católica también tiene sus indignados y son muchos los que
tratan de hacerse escuchar enfrentándose a una jerarquía que se ha alejado
de sus feligreses. Se llenarán las plazas jaleando al Papa, pero las
parroquias se van quedando cada vez más vacías.
Desde el otro lado del océano observo como se desarrollan los
acontecimientos en mi ciudad. Aquí, en Argentina, ponemos una cinta roja
en un altar del Gauchito Gil, bandolero bueno, santo pagano, para que nos
proteja en la carretera, pegamos una estampa de Osvaldo Pugliese, pianista
militante, otro santo que espanta la mala suerte, en las fundas de
nuestras guitarras, hay quien le pide a Rodrigo, cantante de cuarteto, que
le cure el alma y quien le suplica a la Pachamama para que el invierno no
nos maltrate. Yo le rezo a mi amada y venero su rostro, dulce, ferozmente,
bebo del breve hueco de sus manos la savia sagrada que cura el olvido,
cuento las pecas de su cara como los misterios de un rosario. Brindo por
el futuro mientras observo a lo lejos mi ciudad y su imagen, trémula por
el calor que se eleva desde el horizonte, me trae recuerdos de los amigos,
abrazos solidarios, fotos de la familia y rumor de tormenta.
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