Interesante escrito de Rafael Narbona en el que se echa un poco de luz al asunto de las RAF, ya que parece muy dificil acceder a información objetiva de este grupo guerrillero en lengua castellana.
ULRIKE MEINHOF: LA GUERRILLA URBANA (ROTE ARMEE FRAKTION)
Para Ulrike Meinhof, “tirar una piedra es una acción punible, tirar mil piedras es una acción política. Incendiar un coche es una acción punible, incendiar cien coches es una acción política”. Lo que determina el significado de un acto no es el acto en sí mismo, sino su magnitud y finalidad. Fundadora con Gudrun Ensslin y Andreas Baader de la Fracción del Ejército Rojo (RAF), apareció ahorcada en su celda el nueve de mayo de 1976. Todo indica que se trató de un crimen de Estado, disfrazado de suicidio, curiosamente en la fecha que se cumplía el aniversario de la derrota de la Alemania nazi. En 1963, cuando aún participaba en debates y coloquios en los medios de comunicación, se preguntaba: “¿qué se puede hacer contra las armas atómicas, contra la guerra, contra un gobierno que no negocia, sino que sólo se rearma?” En 1970, después de una intensa labor como periodista y agitadora social, consideró agotada la vía meramente política y ayudó a fugarse a Andreas Baader, organizando una guerrilla urbana basada en la tesis foquistas de Ernesto Che Guevara: “no siempre hay que esperar a que se den todas las condiciones para la revolución”. A veces, hay que anticiparse y preparar el terreno, aunque esa iniciativa implique terribles sacrificios personales. Ulrike Meinhof asumió el coste, logrando establecer una dolorosa coherencia entre su vida y su compromiso revolucionario.
EL MILAGRO ECONÓMICO ALEMÁN
Columnista durante diez años de konkret, un modesto periódico de izquierdas que escaló posiciones gracias a su constancia y combatividad, Ulrike Meinhof pertenece a la generación que creció a la sombra de Auschwitz y creció con el mito del “milagro alemán”. La recuperación económica de la República Federal impulsó un crecimiento desigual que acentuó las diferencias sociales. El primer paso de la reconstrucción fue la reforma monetaria que entró en vigor el 20 de junio de 1948, reemplazando el Reichsmark por el Deutsche Mark. La medida acabó con el mercado negro y la economía de trueque, pero provocó un notable aumento del desempleo y la inflación. Los sindicatos convocaron una huelga general para luchar contra las penalidades impuestas por una economía de mercado que actuaba por decreto, ignorando negociaciones y consensos. A finales de 1948, el paro afectaba a 760.000 personas. En 1950, había crecido hasta los dos millones. Gracias a la devaluación del Deutsche Mark, la economía alemana mejora su competitividad en los mercados internacionales y en 1952 se logra el primer excedente comercial. Sin embargo, el desarrollo económico es tan desigual –sueldos raquíticos, altos beneficios empresariales, un cifra escandalosa de accidentes laborales- que hasta los Altos Comisarios aliados frenan una reforma fiscal, donde se incluían importantes rebajas en los impuestos de las rentas más elevadas. La opinión pública interpreta el veto como una intolerable injerencia y la prohibición se retira nueve días más tarde. La República Federal considera que avanza hacia su definitiva emancipación de las fuerzas aliadas.
Ludwig Erhard, canciller entre 1963 y 1966, defendió públicamente que no se debían establecer barreras para el enriquecimiento individual. El Estado debe retirarse y permitir que los agentes económicos actúen sin ninguna clase de regulación. El canciller manifestó sin rubor que “los elementos motivadores de desigualdad” dinamizan la economía y consolidan la democracia. Se afirma que Ludwig Erhard es uno de los arquitectos del Estado del bienestar, pero lo cierto es que nunca se desvió de los dogmas del capitalismo más ortodoxo. Sus palabras despejan cualquier duda: “Nosotros rechazamos el Estado benefactor de carácter socialista, y la protección total y general del ciudadano, no solamente porque esta tutela, al parecer tan bien intencionada, crea unas dependencias tales que a la postre sólo produce súbditos, sino también porque esta especie de auto-enajenación, es decir, la renuncia a la responsabilidad humana, desemboca en la paralización de la voluntad individual de rendimiento y conduce inevitablemente a un descenso el rendimiento económico de pueblo”. Ludwig Erhard no creó el Estado del Bienestar. Simplemente, se limitó a adoptar ciertas medidas concebidas para disminuir la conflictividad social, sin alterar la lógica del beneficio, la plusvalía y la concentración de capital. Su política recibió el nombre de “Estado social”, pero eso no evitó que en 1964 la República Federal figurara en primer lugar en la estadística de accidentes de trabajo en Europa.
LA PROTESTA ESTUDIANTIL
Ulrike Meinhof nació en 1934 en Oldenburg. A los dos años, la familia se trasladó a Jena, cuando su padre, el historiador de arte Werner Meinhof, aceptó dirigir el museo local. Su prematura muerte en 1940 a causa de un cáncer, obligó a su madre, Ingeborg Meinhof, a alquilar una habitación a Renate Riemeck, licenciada en historia. En 1946, Jena es ocupada por los soviéticos, conforme a lo establecido en los acuerdos de Yalta, y la familia regresa a Oldenburg, con su huésped, que ha establecido una relación afectiva con la madre y sus dos hijas. Ingeborg se dedica a la docencia en la postguerra, pero un cáncer precipita su muerte y Renate Riemeck se convierte en la tutora de las huérfanas. Ulrike creció en un ambiente politizado, pues su Renate militaba en el SPD hasta que decidió romper con el partido y fundar con otros disidentes la Unión Alemana por la Paz (DFU), que se oponía al rearme de Alemania y a su ingreso en la OTAN. Sólo después de su muerte se descubrió que había militado en el partido nazi en su primera juventud.
Ulrike realiza sus estudios de secundaria en Weilburg y, al finalizarlos con unas calificaciones extraordinarias, se matricula en la facultad de pedagogía de la Universidad de Marburg, donde se implica de inmediato en actividades políticas. En 1957, se traslada a la Universidad de Münster, donde conoce al filósofo marxista español Manuel Sacristán (más tarde traductor al español de una selección de sus artículos en konkret). Se embarca con Peter Meier y Jürgen Seifert en la creación de una pequeña publicación periódica, Das Argument, orientada a combatir las armas atómicas y participa en las manifestaciones contra la política belicista del canciller Konrad Adenauer, que defiende el rearme del ejército de la República Federal y la instalación de cabezas nucleares bajo el mandato de la OTAN. Es elegida por sus compañeros de la Universidad de Münster para representarles en un congreso de estudiantes contra la bomba atómica organizado por la Universidad Libre de Berlín. Conoce a Klaus Rainer Röhl, militante del ilegalizado Partido Comunista de Alemania (KPD) y director de la revista konkret. En septiembre de 1959 comienza a escribir sus columnas y, al cabo de un año, se traslada a Hamburgo, interrumpiendo definitivamente sus estudios universitarios.
Se casa con Röhl y se convierte en madre de dos mellizas, Regine y Bettina. Será redactora jefa de konkret entre 1962 y 1964. Comienza a participar en coloquios radiofónicos y televisivos, integrándose en los círculos de la burguesía intelectual y progresista de Hamburgo. La situación le produce un agudo malestar interno, pues aprecia la contradicción entre sus convicciones comunistas y su vida acomodada. Su matrimonio no marcha bien. Röhl es un cínico que introduce publicidad semipornográfica en konkret para mejorar la situación financiera de la publicación. En 1967, Ulrike decide separarse y establecerse con sus dos hijas en Berlín. Pese a todo, continuará enviando colaboraciones a konkret durante un tiempo. Sus artículos denuncian las insuficiencias de la escuela pública, la escasa calidad de las viviendas obreras, la situación de hacinamiento y maltrato de los centros de menores y las cárceles. Afiliada al KPD, abandona el partido cuando es legalizado con unas nuevas siglas DKP. Cada vez más radicalizada, participa en las protestas violentas contra el monopolio informativo ejercido por el grupo Springer, editor de Bild y Die Welt. Escribir le parece insuficiente. Considera que ha llegado la hora de pasar a la acción. Poco a poco, se desprende de los lazos familiares, sociales y profesionales.
DE LA PROTESTA A LA RESISTENCIA
Entre 1968 y 1970, Ulrike Meinhof establece los primeros contactos con los futuros miembros de la Fracción del Ejército Rojo. Se ha intentado explicar su acercamiento a la lucha armada como una consecuencia de su fracaso matrimonial o incluso como una reacción patológica derivada de una intervención quirúrgica. No hay ningún dato que corrobore unas hipótesis concebidas para desacreditar y escarnecer su figura. Ulrike Meinhof entiende que la socialdemocracia ha pactado con el capitalismo y que no hay alternativas de cambio, sin el recurso de la violencia revolucionaria. En una conversación que mantuvieron en 1979 Jorid Guiu y Antoni Munné con Manuel Sacristán para El Viejo Topo, el filósofo marxista español afirmó: “Lo que me llamó la atención de Ulrike es que iba en serio. No era una intelectual, sino una científica que pretendía alcanzar un conocimiento objetivo de las cosas”. Sacristán apunta que sus tesis no eran “dogmas ciegos”, aunque se muestra escéptico con la idea de crear un foco revolucionario en el centro de Europa en la década de los 70. Sacristán opina que fue una locura, pero eso no significa que Ulrike obrara como una loca, sino como una idealista incapaz de amoldarse a una realidad que le resultaba inaceptable. Tal vez actuó con falta de sentido común, pero no sin una clara motivación política que se oponía a los intereses de la clase dominante.
Conviene recordar que Ulrike Meinhof escoge la vía de la lucha armada después del atentado contra su íntimo amigo Rudi Dutschke, carismático líder estudiantil que ejercía una enorme influencia como agitador de la izquierda extraparlamentaria. Rudi sobrevivió –aunque con graves secuelas- a los disparos de un ultraderechista, que le abordó en la calle con un revólver y le hirió tres veces en la cabeza. “¿Es de extrañar que le disparen precisamente a él? Al más querido de mis amigos políticos”, se preguntó públicamente Ulrike, poco después de conocer la noticia. Rudi Dutschke y Ulrike Meinhof no eran dos locos, sino dos izquierdistas comprometidos con el pacifismo, los derechos de los trabajadores, la liberación de las mujeres y el fin de la presencia de antiguos nazis en la cúpula del poder político. El Tercer Reich no había durado mil años, pero persistía su hedor. Kurt Georg Kiesinger, canciller entre 1966 y 1969, fue abofeteado en público por la activista Beate Klarsfeld para denunciar su pasado como afiliado al partido nazi y alto funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores bajo las órdenes de Joachim von Ribbentrop, condenado a muerte en los juicios de Núremberg por crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y genocidio. No era un caso excepcional y los estudiantes no se cansaban de protestar por su intervención en la vida pública.
En 1967, el Sah de Persia, Reza Pahlevi, un déspota acusado de violar los derechos humanos y de mantener a su pueblo en la miseria, visita la República Federal para refrendar una vez más su fidelidad a los países occidentales que le respaldan, especialmente Estados Unidos. Los estudiantes organizan varios actos de protesta. El Senado alemán advierte que enviará a la policía con instrucciones de actuar con la máxima dureza y los periódicos del grupo Springer aplauden la amenaza, exigiendo medidas represivas que acaben de una vez por todas con los disturbios estudiantiles. Las amenazas no causan efecto. El 2 de junio de 1967 se reúne un grupo de estudiantes a la puerta de la Ópera de Berlín para abuchear al Sah, que acude a presenciar una representación de La Flauta Mágica. La policía consiente que los escoltas del Sah golpeen a los estudiantes con porras y palos. Un agente de policía mata a sangre fría a Benno Ohnesorg, estudiante de lenguas románicas, casado e inminente padre de una hija que no llegará a conocer. Era la primera vez que acudía a una manifestación. Günter Grass afirma: "Es el primer asesinato político en la historia de la República Federal". El policía que cometió el crimen (Karl Heinz Kurras) fue juzgado y absuelto. Décadas más tarde, circuló el rumor –nunca corroborado- de que era un agente de la Stasi infiltrado para realizar actos de sabotaje y desestabilización. El asesinato de Benno Ohnesorg inspira la creación del Movimiento 2 de junio, un grupo de guerrilla urbana que escoge como modelo de referencia a los Tupamaros uruguayos y que acabaría uniéndose a la Fracción del Ejército Rojo, pese a sus planteamientos anarquistas que chocaban con el marxismo de Ulrike Meinhof y sus compañeros. Su acción más conocida se produjo el 27 de febrero de 1975, cuando secuestraron a Peter Lorenz, candidato a la alcaldía de Berlín por la CDU, para exigir la liberación de varios militantes de la Fracción del Ejército Rojo. El gobierno alemán aceptó el canje y Peter Lorenz fue liberado.
El periodista y escritor iraní Bahman Nirumand conoció en esa época a Ulrike Meinhof. Nirumand había adquirido notoriedad entre el movimiento estudiantil internacionalista después de escribir Persia, el modelo de un país en desarrollo o la dictadura del Mundo Libre (1967). Invitado a impartir conferencias en la República Federal, se entrevistó con Rudi y Ulrike en Berlín. Los tres coincidieron en la necesidad de una lucha global contra el imperialismo norteamericano, que implicara una solidaridad activa con los países del Tercer Mundo. Había que propagar la consigna del Che, multiplicando los focos de rebelión (“¡Dos, tres, muchos Vietnam”). Nirumand mantuvo una última conversación con Ulrike poco antes de que pasara a la clandestinidad: “Nos conocíamos hacía mucho tiempo y eso nos permitía hablar sin tapujos. A diferencia de muchos izquierdistas que se habían unido al movimiento a través de posiciones teóricas y del estudio de las obras de Marx, Lenin, Stalin o Mao Tse Tung, y de los que simplemente se habían sumado a la moda, las actividades políticas de Ulrike estaban basadas en un carácter profundamente humano: en sus palabras podían leerse claramente su implicación moral y su justificada indignación”.
Ulrike se presentó una mañana en casa de Nirumand. En ese momento, el escritor iraní se encontraba atareado, pintando de rojo el marco de las ventanas de la cocina. Ulrike le recriminó su aparente indiferencia. “¿Cómo puedes pintar tus ventanas cuando hay tanta miseria en el mundo? Ayer murieron miles de vietnamitas, víctimas de las bombas estadounidenses, millones de personas mueren de hambre en tu país y en otros lugares, decenas de miles están siendo torturados en prisiones. ¿Cómo puedes aceptar esos crímenes con tanta despreocupación?” Nirumand se quedó muy sorprendido. Conocía el compromiso de Ulrike con los pueblos estragados por la guerra y las desigualdades, pero nunca la había visto tan agitada. No dejaba de caminar por la cocina, gesticulando. “He decidido poner fin de una vez a esta hipócrita vida burguesa y aceptar las consecuencias de incorporarme a la lucha armada. El izquierdismo de salón sólo sirve para incrementar las posibilidades de supervivencia del capitalismo. Tenemos que desenmascarar al Estado, obligarle a mostrar su verdadero rostro. Sólo así será posible preparar aquí la revolución, despertar a la gente de su letargo. Tenemos que plantear y responder aquí y ahora a la cuestión de la contraviolencia revolucionaria”. Nirumand le manifestó su escepticismo: “No creerás en serio que un puñado de personas armadas puede hacerle siquiera un arañazo al aparato del poder de Alemania. Si lo que te preocupa es concienciar y movilizar a la gente contra la represión del Estado, puedes hacerlo mucho mejor con la pluma que con la metralleta. Eres una gran periodista. Tus artículos los leen cada semana miles de lectores e influyen en la opinión pública”.
Ulrike rebatió sus argumentos: “Estás equivocado. ¿Por qué crees que la guerrilla urbana será menos efectiva en la lucha contra el Estado que mis artículos? Mis artículos sólo los leen normalmente los que están de acuerdo con ellos. La derecha, en cambio, los utiliza como hoja de parra de la democracia. No sabes cómo temblarían los poderosos si lleváramos la violencia a la puerta de su casa. Si vieran amenazados sus privilegios y sus vidas, negociarían para no perderlo todo. Las acciones armadas revelarían al mundo la cobardía y la hipocresía de las oligarquías. Las acciones armadas mostrarían al mundo el verdadero rostro del enemigo. Desenmascararíamos al Estado y mostraríamos su debilidad. Demostraríamos que es posible luchar contra él con sus métodos y derrotarle en su propio terreno. El miedo de la gente se transformaría en insurrección, cuando descubrieran que es posible vencer”. Nirumand discutió con Ulrike durante horas para intentar que cambiara de opinión y no empezara un camino sin marcha atrás. “No hubo forma de disuadirla. No volví a verla nunca más”.
LAS COLUMNAS EN KONKRET
Se ha dicho que Ulrike Meinhof se unió a la Fracción del Ejército Rojo casi por accidente, cuando el 14 de mayo de 1970 se implicó en la fuga de Andreas Baader de forma espontánea, obedeciendo a un arrebato. Se trata de una versión caricaturesca de la verdad, que pretende describir a Ulrike como una mujer inestable e inmadura, incapaz de controlar sus emociones. Su progresiva radicalización puede apreciarse leyendo sus columnas en konkret, donde el pacifismo antinuclear de los inicios se transforma en una apología de la violencia revolucionaria. Cuando en 1960, el Ministro del Interior, el democristiano Gehrard Schröeder, presentó su proyecto de leyes de emergencia, Ulrike advierte que el Estado alemán “prepara un estado de excepción permanente, según el modelo de la España franquista”. Ulrike ironiza sobre el tránsito del nacionalsocialismo a la democracia: “Soldados contra obreros, intervención militar para la defensa del orden interior, el ejército contra la población civil: ¿es eso nuevo en Alemania? No. Lo único nuevo es que esta vez estos métodos de relación entre el poder del estado y el pueblo se llaman democracia” (“¿Emergencia? ¡Emergencia!”). En 1966, denuncia las condiciones de vida de los inmigrantes extranjeros: “campos de barracas, acuartelamiento en grandes bloques (silos humanos), cuatro, seis u ocho hombres embutidos en una sola habitación, instalaciones sanitarias primitivas, sin lavanderías o con servicios miserables, casi sin viviendas para matrimonios ni familias”. La explotación laboral de los inmigrantes no ha mejorado la situación del trabajador alemán. Jornadas extenuantes, salarios raquíticos, accidentes laborales: “¿No mejorarían las cosas si la industria alemana robusteciera su reserva de fuerza de trabajo mediante aumento de salarios y disminución del tiempo de trabajo, o sea, cuidando la fuerza de trabajo, en vez de desgastarla por exceso de carga?” (“La lucha salarial”). En 1967, Ulrike protesta contra los límites impuestos por la ley para ejercer el derecho de reunión y manifestación: “No hace falta abolir la voluntad de reunión cuando las leyes existentes al respecto se manejan de tal modo que sólo se autorizan manifestaciones en el extrarradio, anunciadas mucho tiempo antes y con un control cuidadoso, y cuando, además, existe una policía siempre dispuesta a apalear”.
En 1967, Hubert Humprhey, vicepresidente de los Estados Unidos, visita Berlín y los estudiantes le arrojan bolsas de plástico llenas de natillas. Es su forma de responder a los bombardeos con napalm sobre la población civil vietnamita. El gobierno y la prensa conservadora del grupo Springer acusan a los estudiantes de conducta criminal. Ulrike responde: “Parece ser que lo criminal no es lanzar bombas de napalm contra mujeres, niños y viejos, sino protestar contra esas bombas. Lo criminal no es la destrucción de cosechas vitales, destrucción que significa para millones de personas el hambre y la muerte; lo criminal es protestar contra eso. Lo criminal no son el terror y la tortura practicados por las fuerzas especiales, sino protestar contra eso. […] Se considera que no es elegante bombardear a los políticos con natillas y requesón, pero que es adecuado y necesario recibir solemnemente a políticos que mandan borrar aldeas del mapa y bombardear grandes ciudades. No es elegante discutir en las naciones y en las esquinas sobre la opresión del pueblo vietnamita, pero sí que lo es colonizar un pueblo entero en nombre del anticomunismo”. (“Napalm y pudding”). En su artículo “Vietnam y los alemanes”, Ulrike comienza a interrogarse sobre la utilidad de las manifestaciones y se plantea acciones más eficaces: “La muerte de mujeres y niños, la destrucción de hospitales y escuelas, la destrucción de cosechas y de industrias vitales –‘hasta que nos pidan misericordia con lágrimas en los ojos’, ‘hasta que el negocio esté concluido’, según las palabras del general norteamericano William Westmoreland- obliga a preguntarse por la eficacia de las manifestaciones autorizadas por un gobierno que envía helicópteros a Vietnam y que, naturalmente, no permitirá que las manifestaciones perturben su política exterior, ni menos aún que la alteren”. Ulrike relata que se han arrojado octavillas en los cuarteles norteamericanos en Berlín, pidiendo la deserción a los soldados. Es una iniciativa ilegal en la República Federal, pero cuando se trata de salvar a mujeres y niños, cosechas e industrias, la meta debe ser “la voluntad de eficacia. Hay que reflexionar sobre ello”.
Las protestas son absurdas si se limitan a ejercer una función testimonial. La guerra continúa masacrando a la población civil y la policía no deja de aporrear a los estudiantes: “Los estudiantes han aprendido que la porra de la policía es la revelación de un poder intrínseco al sistema en el que viven, no simple defecto, sino columna vertebral del sistema”. Para acabar con el sistema, hay que realizar una labor pedagógica, un trabajo de ilustración sobre las relaciones de poder y de propiedad, sobre el sentido de la violencia institucional y sobre la posibilidad de una respuesta contundente, que será calificada de terrorismo por el gobierno, pero que constituye un acto de legítima resistencia. En 1968, Ulrike avanza un poco más en su determinación de escoger el camino de la lucha armada. En su artículo “Contraviolencia”, apunta que el sentido último de la dictadura nazi fue “liquidar para décadas la posibilidad del fascismo en Alemania”. Durante la posguerra, el gobierno y la prensa conservadora han continuado la labor, promoviendo “la identificación de la opresión con la protesta contra la opresión”. Ahora se trata de enfrentarse al poder y romper su discurso: “Los estudiantes han comprendido que las formas solemnes y el orden docente no dejan sitio para los contenidos críticos y las discusiones democráticas, si antes no se quiebran dolorosamente”. En 1968, Ulrike escribe el artículo “De la protesta a la resistencia”, después del atentado contra su amigo Rudi Dutschke, que provocó violentos enfrentamientos entre la policía y los estudiantes. “El 2 de junio sólo volaron por los aires tomates y huevos; esta vez han volado piedras. En febrero todo se redujo a proyectar una película alegre y divertida sobre la fabricación de cócteles Molotov; ahora ha habido llamas. Se ha cruzado la barrera entre la violencia y la resistencia”. Ulrike denuncia la hipocresía de los políticos que hablan de no violencia, pero envían a la policía a aporrear a los disidentes. No quieren que los estudiantes desafíen a las fuerzas del orden con sus gritos y sus piedras, pues su intención es mantener a la sociedad en un estado de minoría de edad e impotencia. “Se acabó la broma”, anuncia Ulrike. “Se ha hecho resistencia, pero no se han ocupado posiciones de fuerza”. Hay que adoptar una estrategia más ambiciosa, con un potencial transformador. Si la violencia no está orientada hacia una finalidad política, se convierte en “violencia sin sentido, desbordada, terrorista, apolítica, impotente”. Ulrike escribe la famosa consigna que anticipa su activismo revolucionario. “Si digo que tal o cual cosa no me gusta, estoy protestando. Si me preocupo además porque eso que no me gusta no vuelva a ocurrir, estoy resistiendo. Protesto cuando digo que no sigo colaborando. Resisto cuando me ocupo de que los demás tampoco colaboren”.
Los disturbios estudiantiles alarman al gobierno, que amenaza con recurrir al estado de emergencia. Ulrike responde que “la legislación de emergencia es un ataque generalizado del poder político y financiero contra todos los que no se benefician del sistema”. El estado de emergencia es la esencia de un capitalismo que se esconde detrás de fórmulas legales aprobadas por decreto, aplicando la represión más feroz cuando la disidencia adquiere posibilidades de alterar el orden establecido. La noche del 2 de abril de 1968, Gudrun Ensslin, Andreas Baader, Thorwald Proll y Horst Söhnlein fueron arrestados bajo la acusación de provocar un incendio en unos grandes almacenes de Frankfurt. Ulrike Meinhof comentó el suceso una vez más en konkret: “La ley no protege a los seres humanos, sino la propiedad. ¿Sirve de algo quemar unos grandes almacenes? Los almacenes destruidos por los incendios son saqueados. No suelen acudir los burgueses, sino los que no pueden realizar compras porque son pobres y no tienen trabajo. El saqueador aprende que un sistema que le priva de lo necesario para vivir es un sistema podrido e inmoral. […] Fritz Teufel ha dicho en la conferencia de delegados del SDS: ‘Siempre es mejor quemar unos grandes almacenes que tener unos grandes almacenes’. Realmente, Fritz Teufel es a veces capaz de formulaciones muy buenas”.
Ulrike entrevista en la cárcel a Gudrun Ensslin y el encuentro sólo acentúa su convicción de que la actividad periodística es una filigrana sin consecuencias, si no está acompañada de acciones concretas, capaces de provocar reacciones emocionales, semejantes a las que expresan los padres de Gudrun, después del juicio celebrado contra su hija. Helmut Ensslin, pastor evangélico, declaró a la prensa que Gudrun pertenecía a una generación con la necesidad de romper con la anterior para demostrar su repugnancia hacia la política exterminadora de la dictadura nazi. Incendiar unos grandes almacenes puede parecer un gesto trivial e injustificable, pero la motivación es profunda: advertir que no se tolerarán la aparición de nuevas formas de intransigencia o totalitarismo y denunciar un consumismo embrutecedor y alienante. La madre de Gudrun añadió que la acción de su hija había “representado algo liberador, incluso para la familia. De pronto, yo misma me siento liberada de un miedo y de un ahogo que antes dominaban mi vida. Lo que ha hecho mi hija me ha rescatado de mis propios miedos”. En su entrevista con Ulrike, Gudrun afirmó: “No nos cruzaremos de brazos mientras el fascismo se extiende por el mundo, como sucedió con Hitler. Esta vez ofreceremos resistencia. Tenemos una responsabilidad histórica”. Gudrun Ensslin había adquirido cierta notoriedad en la universidad, cuando hizo un juicio lapidario de la generación anterior: "Es la generación de Auschwitz. No se puede discutir con ellos". En aquella época, un tercio de la población aún simpatizaba con el nazismo, sin esconder sus prejuicios antisemitas. Se ha dicho que Gudrun comenzó su activismo político arrastrada por Andreas Baader, cuando sucedió exactamente al revés. Günter Grass, que la conoció personalmente, intentó describirla, afirmando que "era una idealista sin concesiones. Tenía sed de Absoluto".
En 1969, Ulrike participa en el guión y la producción de Bambule, una película documental que denuncia los abusos y malos tratos cometidos en los centros de menores con niñas y adolescentes huérfanas. Bambule es una palabra de origen africano que significa “danza” o “motín”. Ulrike aprovecha la ocasión para incitar a las mujeres a implicarse en la lucha por la igualdad de género. La revuelta femenina sólo es un aspecto de la lucha de clases, que refleja las tensiones entre el poder masculino y la discriminación de las mujeres o, lo que es lo mismo, entre una clase dominante y otra oprimida por factores económicos y culturales. Las ventajas de los hombres en el mercado laboral, con sueldos más altos y el monopolio de los cargos de responsabilidad, sólo es un ejemplo más de un reparto desigual del poder, que consolida la hegemonía de unos grupos sobre otros, de acuerdo con principios no equitativos. Bambule no se estrenó en la televisión alemana hasta finales de los 90. La cinta se archivó cuando se desataron las sospechas sobre la participación de Ulrike en la fuga de Andreas Baader.
LA GUERRILLA URBANA: LA FRACCIÓN DEL EJÉRCITO ROJO
Ulrike y Gudrun concibieron un plan para liberar a Andreas Baader. Ulrike afirmaría años después desde la cárcel que la liberación de prisioneros políticos era un componente esencial de la lucha armada y que, además, pretendían dejar muy claro con desafiaban al Estado y no reconocían su autoridad ni sus leyes. Con el pretexto de realizar un estudio sobre la delincuencia juvenil, Ulrike logró que Andreas obtuviera un permiso judicial para reunirse con ella durante unas horas en el Instituto Alemán de Estudios Sociológicos. Se concedió el permiso y Andreas acudió a la cita, escoltado por dos policías. El plan tuvo éxito, pero Georg Linke, un bibliotecario de 64 años, recibió un disparo, que le causó graves daños hepáticos, y los policías resultaron malheridos. Es ridículo afirmar que Ulrike se unió al comando de forma impulsiva y sin calcular las consecuencias. Todo había sido cuidadosamente planificado y Ulrike ya había resuelto empezar la vía de la lucha armada. De inmediato, se ordenó la busca y captura de Ulrike y sus compañeros y se ofreció una recompensa de 10.000 Deutsche Mark. En los próximos dos años, Ulrike abandonó la República Federal y recibió instrucción militar en un campamento de Al Fatah en Jordania, con Andreas Baader, Gudrun Ensslin y otros compañeros. La convivencia entre los fedayines palestinos y los activistas de la Fracción del Ejército Rojo resultó altamente conflictiva por culpa de las diferencias culturales. Además, los alemanes se cuestionaron la utilidad de un entrenamiento concebido para escenarios de guerra convencionales y no para la lucha de una guerrilla urbana. Al parecer, Ulrike no se caracterizó por sus cualidades de combatiente y estuvo a punto de perder la vida mientras manipulaba una granada antitanque. Andreas Baader observó que carecía de aptitudes para manejar armas y explosivos. Gudrun Ensslin se mostró mucho más eficaz.
De regreso a la República Federal en junio de 1970, el grupo considera que ya está preparado para actuar. No está claro si escoge el nombre de Fracción del Ejército Rojo inspirándose en el Ejército Rojo Japonés (otra guerrilla urbana) o si pretende emular al Ejército Rojo de la Unión Soviética. De hecho, su símbolo es una estrella roja sobre la que se ha añadido una ametralladora Heckler & Koch MP5. Se especula que se elige el término de Fracción para señalar que se trata de una sección de una fuerza internacional de orientación marxista, cuyo fin es la liquidación del capitalismo. Se atribuye a Ulrike Meinhof el comunicado inicial de la Fracción del Ejército Rojo, que se envía a los medios de comunicación en abril de 1971. El texto empieza con una cita de Mao Tse Tung: “El imperialismo y todos los reaccionarios, vistos en su esencia, a largo plazo, desde un punto de vista estratégico, deben contemplarse como lo que son: tigres de papel. Sobre este punto de vista deberíamos construir nuestra estrategia”. El comunicado justifica la necesidad de un internacionalismo revolucionario. El capitalismo debe ser combatido en todos los países que sufren su opresión directa o indirectamente. Hay que abrir nuevos frentes, internacionalizar la lucha, no dejarse intimidar, no subestimar el potencial de una minoría con una clara conciencia revolucionaria. Hay que combatir el dogmatismo y el aventurerismo. El concepto de guerrilla urbana procede de América Latina, donde las fuerzas revolucionarias son relativamente débiles, pero han conseguido importantes victorias.
La guerrilla urbana es una necesidad en la República Federal de Alemania. Es la respuesta inevitable a las leyes de emergencia y a la violencia policial. La guerrilla urbana se basa en el internacionalismo y se constituye como la vanguardia armada de los trabajadores. Es una expresión de la lucha de clases y pretende neutralizar el intento de los gobiernos occidentales de volver irrelevante el comunismo en el juego político, abocándolo a la clandestinidad o a la oposición extraparlamentaria. “La guerrilla urbana tiene como fin tocar el aparato del Estado en puntos muy precisos, ponerlo fuera de servicio, destruir el mito de su omnipresencia y de su invulnerabilidad. La guerrilla urbana es la lucha antiimperialista ofensiva. O somos parte del problema o de la solución, pero entremedio no hay nada”. La guerrilla urbana excluye el trabajo con las bases, pues la infiltración de los servicios de seguridad impide hablar con libertad en reuniones, asambleas y comités. “No se puede combinar el activismo político legal con el activismo político ilegal”. Ser parte de la guerrilla urbana implica no dejarse afectar por los ataques de la prensa, que hostigará y condenará todas las acciones revolucionarias. No hay marcha atrás para el que se incorpora a la lucha armada. El comunicado cita de nuevo a Mao. “Sólo el que no tiene miedo de ser ejecutado –escribe el líder chino- puede atreverse a tirar al rey de su caballo”. La guerrilla urbana no se limita a hablar. Su esencia revolucionaria es actuar, oponer la resistencia más dura al capital financiero y aceptar el sacrificio personal. Debe haber un deseo, incluso un phatos, que refleje la consigna de Blanqui: “El deber de todo revolucionario es luchar, llevar a cabo la lucha, luchar hasta la muerte”. Sin esta motivación, jamás habrían triunfado las revoluciones de la Unión Soviética, China o Cuba. Ese pathos está presente en los combatientes argelinos, palestinos, vietnamitas y es la semilla de la victoria.
LOS AÑOS DE CLANDESTINIDAD
Ulrike Meinhof participa en varios atracos de bancos e intercambia disparos con la policía. Se acostumbra a vivir en la clandestinidad, con documentos falsos, coches robados y la compañía permanente de un arma. No ejerce el liderazgo político ni militar, que recae sobre Gudrun Ensslin, con una mentalidad mejor adaptada a la lucha revolucionaria y con una notable fortaleza psicológica. El 29 de septiembre comienza la escala de violencia. Tres comandos armados asaltan simultáneamente en Berlín tres bancos, consiguiendo reunir algo más de 200.000 marcos. El 8 de octubre se producen las primeras detenciones, que incluyen a Horst Mahler e Ingrid Schubert (la gran olvidada de la RAF, asesinada por el gobierno alemán en la prisión de Munich-Stadelheim el 12 de noviembre de 1977, fingiendo un inverosímil suicidio).
La policía incauta armas, explosivos, documentos falsos y matrículas de coche. El 15 de noviembre de 1970, Ulrike participa en el asalto a la Jefatura Civil de Laggöns, cerca de Frankfurt, sustrayendo documentos de identidad, sellos oficiales y pasaportes. El 15 de enero de 1971 dos comandos asaltan simultáneamente dos bancos en Kassel, logrando un botín de 114.000 marcos. El 15 de julio de 1971 la policía intercepta un Mercedes Benz blanco, ocupado por Werner Hoppe y Petra Schelm, militantes de la RAF. Se produce un tiroteo y Petra Schelm muere de un disparo en la cabeza. Algunas versiones apuntan que se ha tratado de una ejecución a sangre fría. Es la primera baja de la RAF.
En noviembre de 1971, Renate Riemeck, madre adoptiva de Ulrike, se dirige públicamente a su hija, pidiéndole que abandone la lucha armada. “Eres demasiado inteligente para confundir las protestas contra el autoritarismo con un guerra revolucionaria. La República Federal no es América Latina. La opinión pública reprueba vuestras acciones y no aprecia ninguna intención política o moral”. Tres semanas más tarde, la policía encontró en uno de los pisos utilizados por los activistas la carta de respuesta que Ulrike nunca llegó a enviar: “Me pides que renuncie a mi espíritu crítico y a mi libertad. No puedo hacerlo. Mi conciencia revolucionaria es lo más valioso de mi ser”. La prensa afirma que Ulrike ha muerto, pero en realidad se encuentra en Italia y en 1972 regresa a Hamburgo para iniciar una nueva campaña de atentados. El 11 de mayo estalla una bomba en el cuartel militar de Estados Unidos en Frankfurt, el más grande de la República Federal. Hay un muerto y trece heridos. Lo reivindica el “Comando Petra Schelm”. Al día siguiente, estallan dos bombas en las comisarías de Múnich y Augsburg. Cinco policías resultan heridos.
El 15 de mayo una bomba colocada un coche causa heridas muy graves a la mujer de un juez implicado en los procesos abiertos contra activistas de la RAF. El comando que reivindica el atentado señala que su objetivo era el juez y no su esposa. El 19 de mayo una bomba destroza las oficinas de Bild, el diario sensacionalista del grupo Springer. El “Comando 2 de junio” realiza varias llamadas, advirtiendo del peligro, pero el edificio no es desalojado. 17 personas resultan heridas. El 24 de mayo una bomba explota en la base militar norteamericana de Heidelberg, la más grande de Europa. Es una acción de especial importancia, pues se trata del lugar de partida de los bombarderos norteamericanos que atacan con napalm a los civiles vietnamitas, obligándoles a huir de sus aldeas con el cuerpo en llamas.
El 14 de junio de 1972, el profesor Fritz Rodewald delata a Ulrike Meinhof, que se halla oculta en su piso. Hasta entonces, Rodewald había escondido a los desertores de las Fuerzas Armadas norteamericanas y ocasionalmente a algún activista de la RAF, pero su punto de vista ha cambiado poco a poco, hasta estimar que la guerrilla urbana representa un camino equivocado. Algunas versiones afirman que Rodewald desconocía la identidad de la mujer refugiada en su apartamento. Sabía que pertenecía a la RAF, pero no que se tratara de Ulrike Meinhof. No es cierto, pues les unía una vieja amistad, pero se oculta para no revelar que la policía le garantiza la impunidad a cambio de su colaboración y le entrega una cuantiosa recompensa. En ese mismo mes, son detenidos Andreas Baader, Gudrun Ensslin, Holger Meins y Jan-Carl Raspe. Al igual que el resto, Ulrike será acusada de cuatro asesinatos consumados, 54 en grado de tentativa y de la creación de un grupo armado.