"De la dictadura del proletariado a la democracia proletaria" - de Marcel Koch - capítulo del libro ¿Qué es un soviet?, publicado en España en 1937
En el convulso período de entregueras (1918-1939) la marea totalitaria amenazaba con anegarlo todo. La crisis económica capitalista de 1929, consecuencia de la Primera Guerra Mundial, alentó las luchas sociales y convirtió a la Unión Soviética en un modelo para los trabajadores y en una amenaza para sectores burgueses que creyeron poder defenderse de ella detrás del fascismo. Esa política bipolar fue un anticipo de lo que posteriormente se llamó Guerra Fría.
En España, durante la Guerra Civil, el PCE hizo un gran esfuerzo propagandístico para ensalzar las virtudes de la URSS y atraer a sus filas a un importante número de trabajadores. Uno de los libros más difundidos fue "¿Qué es un soviet?. Así es la URSS”, de Marcel Koch, publicado en castellano en 1937 con apenas 60 páginas, del que aquí se presenta su capítulo más significativo, del que se hicieron copias para repartir entre los trabajadores y soldados.
DE LA DICTADURA DEL PROLETARIADO A LA DEMOCRACIA PROLETARIAEn España, durante la Guerra Civil, el PCE hizo un gran esfuerzo propagandístico para ensalzar las virtudes de la URSS y atraer a sus filas a un importante número de trabajadores. Uno de los libros más difundidos fue "¿Qué es un soviet?. Así es la URSS”, de Marcel Koch, publicado en castellano en 1937 con apenas 60 páginas, del que aquí se presenta su capítulo más significativo, del que se hicieron copias para repartir entre los trabajadores y soldados.
No es raro oír decir: “la U.R.S.S. es el país de la dictadura roja”. Son muchos los que distinguen mal entre Mussolini o Hitler y Stalin. Profundamente afectos al ideal democrático, no comprenden el abismo que separa a los desgraciados Estados que padecen el yugo fascista, negro o pardo, del país de los Soviets.
Sin embargo, los resultados solos muestran ya que en la U.R.S.S. todo ha sido realizado en favor de las masas. El aumento incesante del bienestar de pueblos que han pasado, en algunos años, de un estado primitivo a la civilización; la progresión acelerada de la producción soviética, sin crisis y sin paro; la unión total de sus ciudadanos; su participación creciente en la dirección del Estado; la acción pacifista de la U.R.S.S., todo esto son elementos de apreciación que impiden incluso superficialmente decir: “No hacemos diferencia entre la dictadura staliniana y la de un Mussolini o de un Hitler”.
En primer lugar, no hay en la U.R.S.S. dictadura staliniana, sino dictadura del proletariado, ejercida por los Soviets en nombre de la soberanía popular. ¿Quién es Stalin, pues? El jefe del Partido Comunista de la U.R.S.S. Cualquiera que sea la posición que se quiera tomar personalmente con respecto a la III Internacional, se ve obligado a reconocer que este Partido ha sido el artífice de la edificación de la Unión Soviética. Es con este título como Stalin se encuentra al servicio de los Soviets, cuya actividad se diferencia totalmente de la de la III Internacional. Es con este mismo título como, en la Unión Soviética, dos millones de comunistas están al frente de toda la actividad. Nadie puede pensar en reprochar a los comunistas de la U.R.S.S. que proporcionen a su patria sus ciudadanos más ilustrados y sus guías más seguros. Los desacuerdos políticos que existen en el mundo capitalista, entre los comunistas y las otras fracciones no pueden ser una razón para que los miembros de estas últimas condenen el mundo socialista.
En general, si se ha atacado tanto a los dirigentes de la U.R.S.S., si se ha calumniado a Lenin, si se intenta macular a Stalin, es porque a través de los jefes, se apunta a la obra: los Soviets. No estamos tan lejos de los grandes cartelones en los que “el hombre con el cuchillo entre los dientes” personificaba la dictadura del proletariado. No es sorprendente, pues, que tanta buena gente se estremezca todavía de miedo sólo a oírle nombrar, y que repudien, sin razonarlo, todo lo que de cerca o de lejos toca a la Unión Soviética.
Para otros, las hazañas de los señores Mussolini, Hitler y compañía han hecho de la palabra “dictadura” un término que, sólo al pronunciarlo, choca con la conciencia libre. En Francia, sobre todo, donde sobrevive el recuerdo de la gran Revolución del 89, que grabó sobre todos los monumentos y en los cerebros las palabras sublimes de Libertad, Igualdad y Fraternidad, símbolo del ideal democrático, se es ferozmente enemigo de toda dictadura.
Sin embargo, porque nosotros, los franceses, somos apasionadamente afectos a este espíritu libre, que, desde hace siglos, triunfó en nuestro país de la opresión debemos comprender mejor que nadie el sentido exacto de la dictadura del proletariado. No tiene nada de común con la de la svástica o del fascio. La dictadura fascista no es más que el último refugio de una clase tambaleante, que se resiste a abandonar sus privilegios; mientras que la dictadura del proletariado es un medio que los pueblos de la U.R.S.S. han utilizado para invertir la relación de las fuerzas en favor de la masa, es decir: para construir la democracia popular. Democráticamente, si una minoría amenaza a las masas, ellas tienen el deber de imponerle su dictadura. Porque en un Estado democrático la soberanía solamente puede pertenecer a la mayoría numérica. Esta mayoría es siempre el proletariado, formado por todos los que viven de su trabajo.
Si en la U.R.S.S. se hubiese tratado solamente de instaurar una democracia de fachada, a ejemplo de las de los países burgueses, se hubiera podido dar al pueblo una pretendida democracia política. Pero la minoría que se hubiera reservado el control económico de la nación, hubiera sido aquí como en otras partes, dueña absoluta de sus destinos. Es porque los Soviets eran concebidos para dar al pueblo todo el poder, por lo que han debido ejercer, en su nombre, una dictadura implacable contra la minoría, quien, habiendo perdido el poder político, quería, para recuperarlo, conservar el poder económico.
No se podía, de la noche a la mañana, dar a los ciudadanos de la U.R.S.S. el control de una producción que era necesario desarrollar rápidamente, porque, analfabetos e inconscientes en su mayoría, ignoraban todo lo que se refiere a la gestión de las empresas. Era necesario, sin embargo, conservar y consolidar la victoria, construir y regentar, adelantar sector tras sector, y al mismo tiempo educar y defenderse contra los privilegiados del mundo entero, coaligados para derrumbar por todos los medios la primera democracia popular. Es por esto por lo que la democracia soviética ha debido ser una democracia de combate, dirigiendo todos sus golpes contra los enemigos de los trabajadores: los blancos, los intervencionistas, los traidores, los espías, los saboteadores.
La dictadura del proletariado ha sido la muralla levantada por los trabajadores más conscientes, tras la cual pudieron abrigarse los que un inmenso movimiento de revuelta había podido librarse de sus cadenas. Al amparo de esta muralla, se pudo educar y construir, conservando todos estos derechos y esta libertad arrancada por su propia lucha con el sufrimiento y la sangre.
Basta con mirar a otros países para comprender que no hubiera sido posible actuar de otro modo. En Italia, en Alemania, en Austria, los dirigentes del pueblo no pudieron o no quisieron ejercer la dictadura en nombre de la masa. Fueron derrumbados por el fascismo, que ejerce ahora esta dictadura contra la masa, en nombre de los privilegiados.
Mientras en estos desgraciados países centenares de millares de trabajadores están confinados en los campos de concentración, otros se mueren de hambre, y los dirigentes del pueblo son asesinados, la U.R.S.S. va de libertad en libertad.
El liberalismo no es lo propio de las democracias o de los poderes absolutos: es lo propio de las naciones fuertes, de los regímenes poderosamente asentados. Por esto en todas partes las democracias burguesas están dispuestas hoy a transformarse en países de dictadura, al mismo tiempo que la dictadura del proletariado de la U.R.S.S. se transforma en democracia proletaria.
Por un lado, en efecto, no es ya posible a los amos de la producción, cada día más absoluta, conservar un régimen político, negación de la Economía del país. No pueden hacer otra cosa sino crearlo a su imagen, y destrozar todo lo que, incluso superficialmente, puede asegurar a los trabajadores la menor posibilidad de resistencia.
Por otra parte, existe la concordancia absoluta entre la política y la producción. La Economía socialista tiene necesidad de la democracia política. No puede contentarse con hacer a los obreros colectivamente propietarios de su instrumento: la fábrica; a los campesinos colectivamente poseedores de sus koljoses; con poner colectivamente a todos los trabajadores al servicio de la Economía del país. Necesita hacer de ellos hombres libres que vivan fraternalmente unidos en el respeto de los derechos de cada uno y de todos.
Es por esto por lo que en la U.R.S.S. nada separa al pueblo de su Estado, de sus Soviets. Su unidad, su conciencia, su fuerza, su ideal de fraternidad y de paz, que hace de él la parte más avanzada de la humanidad, sabe que los debe a los que, en su nombre, ejercieron durante años la dictadura del proletariado, para llevarle a la democracia proletaria.
Sin embargo, los resultados solos muestran ya que en la U.R.S.S. todo ha sido realizado en favor de las masas. El aumento incesante del bienestar de pueblos que han pasado, en algunos años, de un estado primitivo a la civilización; la progresión acelerada de la producción soviética, sin crisis y sin paro; la unión total de sus ciudadanos; su participación creciente en la dirección del Estado; la acción pacifista de la U.R.S.S., todo esto son elementos de apreciación que impiden incluso superficialmente decir: “No hacemos diferencia entre la dictadura staliniana y la de un Mussolini o de un Hitler”.
En primer lugar, no hay en la U.R.S.S. dictadura staliniana, sino dictadura del proletariado, ejercida por los Soviets en nombre de la soberanía popular. ¿Quién es Stalin, pues? El jefe del Partido Comunista de la U.R.S.S. Cualquiera que sea la posición que se quiera tomar personalmente con respecto a la III Internacional, se ve obligado a reconocer que este Partido ha sido el artífice de la edificación de la Unión Soviética. Es con este título como Stalin se encuentra al servicio de los Soviets, cuya actividad se diferencia totalmente de la de la III Internacional. Es con este mismo título como, en la Unión Soviética, dos millones de comunistas están al frente de toda la actividad. Nadie puede pensar en reprochar a los comunistas de la U.R.S.S. que proporcionen a su patria sus ciudadanos más ilustrados y sus guías más seguros. Los desacuerdos políticos que existen en el mundo capitalista, entre los comunistas y las otras fracciones no pueden ser una razón para que los miembros de estas últimas condenen el mundo socialista.
En general, si se ha atacado tanto a los dirigentes de la U.R.S.S., si se ha calumniado a Lenin, si se intenta macular a Stalin, es porque a través de los jefes, se apunta a la obra: los Soviets. No estamos tan lejos de los grandes cartelones en los que “el hombre con el cuchillo entre los dientes” personificaba la dictadura del proletariado. No es sorprendente, pues, que tanta buena gente se estremezca todavía de miedo sólo a oírle nombrar, y que repudien, sin razonarlo, todo lo que de cerca o de lejos toca a la Unión Soviética.
Para otros, las hazañas de los señores Mussolini, Hitler y compañía han hecho de la palabra “dictadura” un término que, sólo al pronunciarlo, choca con la conciencia libre. En Francia, sobre todo, donde sobrevive el recuerdo de la gran Revolución del 89, que grabó sobre todos los monumentos y en los cerebros las palabras sublimes de Libertad, Igualdad y Fraternidad, símbolo del ideal democrático, se es ferozmente enemigo de toda dictadura.
Sin embargo, porque nosotros, los franceses, somos apasionadamente afectos a este espíritu libre, que, desde hace siglos, triunfó en nuestro país de la opresión debemos comprender mejor que nadie el sentido exacto de la dictadura del proletariado. No tiene nada de común con la de la svástica o del fascio. La dictadura fascista no es más que el último refugio de una clase tambaleante, que se resiste a abandonar sus privilegios; mientras que la dictadura del proletariado es un medio que los pueblos de la U.R.S.S. han utilizado para invertir la relación de las fuerzas en favor de la masa, es decir: para construir la democracia popular. Democráticamente, si una minoría amenaza a las masas, ellas tienen el deber de imponerle su dictadura. Porque en un Estado democrático la soberanía solamente puede pertenecer a la mayoría numérica. Esta mayoría es siempre el proletariado, formado por todos los que viven de su trabajo.
Si en la U.R.S.S. se hubiese tratado solamente de instaurar una democracia de fachada, a ejemplo de las de los países burgueses, se hubiera podido dar al pueblo una pretendida democracia política. Pero la minoría que se hubiera reservado el control económico de la nación, hubiera sido aquí como en otras partes, dueña absoluta de sus destinos. Es porque los Soviets eran concebidos para dar al pueblo todo el poder, por lo que han debido ejercer, en su nombre, una dictadura implacable contra la minoría, quien, habiendo perdido el poder político, quería, para recuperarlo, conservar el poder económico.
No se podía, de la noche a la mañana, dar a los ciudadanos de la U.R.S.S. el control de una producción que era necesario desarrollar rápidamente, porque, analfabetos e inconscientes en su mayoría, ignoraban todo lo que se refiere a la gestión de las empresas. Era necesario, sin embargo, conservar y consolidar la victoria, construir y regentar, adelantar sector tras sector, y al mismo tiempo educar y defenderse contra los privilegiados del mundo entero, coaligados para derrumbar por todos los medios la primera democracia popular. Es por esto por lo que la democracia soviética ha debido ser una democracia de combate, dirigiendo todos sus golpes contra los enemigos de los trabajadores: los blancos, los intervencionistas, los traidores, los espías, los saboteadores.
La dictadura del proletariado ha sido la muralla levantada por los trabajadores más conscientes, tras la cual pudieron abrigarse los que un inmenso movimiento de revuelta había podido librarse de sus cadenas. Al amparo de esta muralla, se pudo educar y construir, conservando todos estos derechos y esta libertad arrancada por su propia lucha con el sufrimiento y la sangre.
Basta con mirar a otros países para comprender que no hubiera sido posible actuar de otro modo. En Italia, en Alemania, en Austria, los dirigentes del pueblo no pudieron o no quisieron ejercer la dictadura en nombre de la masa. Fueron derrumbados por el fascismo, que ejerce ahora esta dictadura contra la masa, en nombre de los privilegiados.
Mientras en estos desgraciados países centenares de millares de trabajadores están confinados en los campos de concentración, otros se mueren de hambre, y los dirigentes del pueblo son asesinados, la U.R.S.S. va de libertad en libertad.
El liberalismo no es lo propio de las democracias o de los poderes absolutos: es lo propio de las naciones fuertes, de los regímenes poderosamente asentados. Por esto en todas partes las democracias burguesas están dispuestas hoy a transformarse en países de dictadura, al mismo tiempo que la dictadura del proletariado de la U.R.S.S. se transforma en democracia proletaria.
Por un lado, en efecto, no es ya posible a los amos de la producción, cada día más absoluta, conservar un régimen político, negación de la Economía del país. No pueden hacer otra cosa sino crearlo a su imagen, y destrozar todo lo que, incluso superficialmente, puede asegurar a los trabajadores la menor posibilidad de resistencia.
Por otra parte, existe la concordancia absoluta entre la política y la producción. La Economía socialista tiene necesidad de la democracia política. No puede contentarse con hacer a los obreros colectivamente propietarios de su instrumento: la fábrica; a los campesinos colectivamente poseedores de sus koljoses; con poner colectivamente a todos los trabajadores al servicio de la Economía del país. Necesita hacer de ellos hombres libres que vivan fraternalmente unidos en el respeto de los derechos de cada uno y de todos.
Es por esto por lo que en la U.R.S.S. nada separa al pueblo de su Estado, de sus Soviets. Su unidad, su conciencia, su fuerza, su ideal de fraternidad y de paz, que hace de él la parte más avanzada de la humanidad, sabe que los debe a los que, en su nombre, ejercieron durante años la dictadura del proletariado, para llevarle a la democracia proletaria.