LOS ASUSTADOS POR EL FRACASO DE LO VIEJO Y LOS QUE LUCHAN POR EL TRIUNFO DE LO NUEVO - artículo de V. I. Lenin***
***Escrito entre el 24 y el 27 de diciembre de 1917. Publicado en Pravda.
tomado del blog El camino de hierro
***Escrito entre el 24 y el 27 de diciembre de 1917. Publicado en Pravda.
tomado del blog El camino de hierro
"Los bolcheviques llevan ya dos meses en el poder y, en vez del paraíso socialista, vemos el infierno del caos, de la guerra civil y de una ruina aún mayor". Así escriben, hablan y piensan los capitalistas, junto con sus adeptos conscientes y semiconscientes.
Los bolcheviques llevamos solo dos meses en el poder -respondemos nosotros- y se ha dado ya un paso gigantesco hacia el socialismo. No ven esto quienes no quieren ver o no saben valorar los acontecimientos históricos en su conexión. No quieren ver que, en unas semanas, han sido destruidos casi hasta sus cimientos los organismos no demócraticos en el ejército, en el campo y en las fábricas. Y no hay ni puede haber otro camino hacia el socialismo que no pase por esa destrucción. No quieren ver que, en unas semanas, la mentira imperialista en política exterior -que prolongaba la guerra y encubría con los tratados secretos la expoliación y la conquista- ha sido sustituida por una verdadera política democrática revolucionaria de paz auténticamente democrática, que ha proporcionado ya un éxito práctico tan grande como el armisticio y el alimento en cien veces de la fuerza propagandística de la revolución. No quieren ver que ha comenzado a aplicarse el control obrero y la nacionalización de los bancos, y que esto constituye precisamente los primeros pasos hacia el socialismo.
No saben comprender la perspectiva histórica quienes están abatidos por la rutina del capitalismo; quienes están ensordecidos por la potente quiebra de lo viejo, por crujido, el estruendo y el "caos" (un caos aparente) de las viejas estructuras zaristas y burguesas al desmoronarse y derrumbarse: quienes se asustan de que la lucha de clases llegue a una exacerbación extrema y se transforme en guerra civil, la única guerra legítima, la única justa, la única sagrada, no en el sentido clerical de la palabra, sino en el sentido humano de guerra sagrada de los oprmidos contra los opresores para derrocar a estos últimos, para emancipar de toda opresión a los trabajadores. En el fondo, todos esos abatidos, ensordecidos y asustados burgueses, pequeños burgueses y "servidores de la burguesía" se guían, a menudo sin darse cuenta ellos mismos, por la vieja noción, absurda, sentimental y trivial a lo intelectual, sobre la "implantación del socialismo". Una noción que han asimilado "de oídas", tomando retazos de la doctrina socialista, repitiendo las adulteraciones de esta doctrina por ignorantes y adocenados y atribuyéndonos a nosotros, los marxistas, la idea e incluso el plan de "implantar" el socialismo.
A nosotros, los marxistas, nos son ajenas semejantes ideas, sin hablar ya de esos planes. Siempre hemos sabido, dicho y repetido que el socialismo no se puede "implantar", que surge en el curso de la lucha de clases y de la guerra civil más intensas y violentas, violentas hasta el frenesí y la desesperación; que entre el capitalismo y el socialismo media un largo periodo de "doloroso alumbramiento"; que la violencia es siempre la comadrona de la vieja sociedad; que al periodo de la transición de la sociedad burguesa a la socialista corresponde un Estado especial (es decir, un sistema especial de violencia organizada sobre una clase determinada), a saber: la dictadura del proletariado. Y la dictadura presupone y significa un estado de guerra latente, un estado de medidas militares contra los enmigos del poder proletario. La Comuna fue la dictadura del proletariado, y Marx y Engels reprocharon a la Comuna, viendo en ello una de las causas de su derrota, que no empleara con suficiente energía su fuerza armada para vencer la resistencia de los explotadores.
En el fondo, todos esos aullidos propios de intelectual con motivo del aplastamiento de la resistencia de los capitalistas no son otra cosa, hablando "cortésmente", que un eructo del viejo "conciliacionismo". Pero si hablamos con la franqueza inherente al proletariado, habrá que decir que el persistente servilismo ante la caja de caudales es la esencia de los aullidos contra la violencia actual, obrera, que se aplica (por desgracia, aún con demasiada suavidad y poca energía) contra la burguesía, contra los saboteadores y contrarrevolucionarios. "La resistencia de los capitalistas ha sido vencida", proclamaba el bueno de Peshejónov, ministro de los conciliadores, en junio de 1917. Este bonachón no sospechaba siquiera que la resistencia debe ser, en efecto, vencida; que será vencida, y que eso se llama, en lenguaje científico, dictadura del proletariado; que todo un periodo histórico se caracteriza por el aplastamiento de la resistencia de los capitalistas; se caracteriza, en consecuencia, por la violencia sistemática contra toda una clase (la burguesía) y contra sus cómplices.
La codicia, la repugnante, ruin y furiosa codicia del ricachón; el acoquinamiento y el servilismo de sus paniaguados: ahí está la verdadera base social de los aullidos que lanzan ahora los intelectualillos, desde Riech hasta Nóvaya Zhizn, contra la violencia por parte del proletariado y del campesinado revolucionario. Tal es el significado objetivo de sua aullidos, de sus mezquinas palabras, de sus gritos de comediantes acerca de la "libertad" (la libertad de los capitalistas para oprimir al pueblo), y etcétera, etcétera. Estarían "dispuestos" a reconocer el socialismo si la humanidad pasase a él en el acto, con un salto efectista, sin desavenencias, sin lucha, sin rechinar de dientes de los explotadores, sin multiples tentativas por su parte de perpetuar los viejos tiempos o volver a ellos dando un rodeo en secreto, sin nuevas y nuevas "réplicas" de la violencia proletaria revolucionaria a esas tentativas. Estos paniaguados intelectuales de la burguesía están "dispuestos" a lavar la piel, como dice un conocido refrán alemán, pero a condición de que la piel quede siempre seca.
Cuando la burguesía y los funcionarios, empleados médicos, ingenieros, etc., acostumbrados a servirla recurren a las medidas de resistencia más extremas, los intelectuales se horrorizan. Tiemblan de miedo y aúllan con mayor estridencia, proclamando la necesidad de retornar al "espíritu de conciliación". Pero a nosotros, como a todos los amigos sinceros de la clase oprimida, las medidas extremas de resistencia de los explotadores solo pueden alegrarnos, pues esperamos que el proletariado madure para el ejercicio del poder en la escuela de la vida, en la escuela de la lucha, y no en la escuela de las exhortaciones y los sermones, no en la escuela de las prédicas dulzarronas y de las declamaciones conceptuosas. Para convertirse en clase dominante y vencer definitivamente a la burguesía, el proletariado debe aprender eso, pues no tiene dónde encontrar en el acto esa capacidad. Y hay que aprender en la lucha. Y enseña solo la lucha seria, tenaz y encarnizada. Cuanto más extrema sea la resistencia de los explotadores, tanto más enérgica, firme, implacable y eficaz será su represión por los explotados. Cuanto más variados sean las tentativas y los esfuerzos de los explotadores por mantener los viejo, con tanta mayor rapidez aprenderá el proletariado a expulsar sus enemigos de clase de sus últimos escondrijos, a arrancar las raices de su dominación y a liquidar el terreno mismo en que podían (y debían) crecer la esclavitud asalariada, la miseria de las masas, el lucro y la insolencia de los ricos.
A medida que aumenta la resistencia de la burguesía y de sus paniaguados crece también la fuerza del proletariado y del campesinado, que se une a él. Los explotados se fortalecen, maduran, crecen, aprenden, se sacuden la "antigua maldición" del trabajo asalariado a medida que aumenta la resistencia de sus enemigos: los explotadores. La victoria será de los explotados, pues tienen a su lado la vida, la fuerza del número, la fuerza de las masas, la fuerza de los veneros inagotables de todo lo abnegado, ideológico y honesto que pugna por avanzar y despierta para edificar los nuevo; tienen consigo la fuerza de la reserva gigantesca de energía y de talento del llamado "vulgo"; de los obreros y de los campesinos. La victoria será suya.
Los bolcheviques llevamos solo dos meses en el poder -respondemos nosotros- y se ha dado ya un paso gigantesco hacia el socialismo. No ven esto quienes no quieren ver o no saben valorar los acontecimientos históricos en su conexión. No quieren ver que, en unas semanas, han sido destruidos casi hasta sus cimientos los organismos no demócraticos en el ejército, en el campo y en las fábricas. Y no hay ni puede haber otro camino hacia el socialismo que no pase por esa destrucción. No quieren ver que, en unas semanas, la mentira imperialista en política exterior -que prolongaba la guerra y encubría con los tratados secretos la expoliación y la conquista- ha sido sustituida por una verdadera política democrática revolucionaria de paz auténticamente democrática, que ha proporcionado ya un éxito práctico tan grande como el armisticio y el alimento en cien veces de la fuerza propagandística de la revolución. No quieren ver que ha comenzado a aplicarse el control obrero y la nacionalización de los bancos, y que esto constituye precisamente los primeros pasos hacia el socialismo.
No saben comprender la perspectiva histórica quienes están abatidos por la rutina del capitalismo; quienes están ensordecidos por la potente quiebra de lo viejo, por crujido, el estruendo y el "caos" (un caos aparente) de las viejas estructuras zaristas y burguesas al desmoronarse y derrumbarse: quienes se asustan de que la lucha de clases llegue a una exacerbación extrema y se transforme en guerra civil, la única guerra legítima, la única justa, la única sagrada, no en el sentido clerical de la palabra, sino en el sentido humano de guerra sagrada de los oprmidos contra los opresores para derrocar a estos últimos, para emancipar de toda opresión a los trabajadores. En el fondo, todos esos abatidos, ensordecidos y asustados burgueses, pequeños burgueses y "servidores de la burguesía" se guían, a menudo sin darse cuenta ellos mismos, por la vieja noción, absurda, sentimental y trivial a lo intelectual, sobre la "implantación del socialismo". Una noción que han asimilado "de oídas", tomando retazos de la doctrina socialista, repitiendo las adulteraciones de esta doctrina por ignorantes y adocenados y atribuyéndonos a nosotros, los marxistas, la idea e incluso el plan de "implantar" el socialismo.
A nosotros, los marxistas, nos son ajenas semejantes ideas, sin hablar ya de esos planes. Siempre hemos sabido, dicho y repetido que el socialismo no se puede "implantar", que surge en el curso de la lucha de clases y de la guerra civil más intensas y violentas, violentas hasta el frenesí y la desesperación; que entre el capitalismo y el socialismo media un largo periodo de "doloroso alumbramiento"; que la violencia es siempre la comadrona de la vieja sociedad; que al periodo de la transición de la sociedad burguesa a la socialista corresponde un Estado especial (es decir, un sistema especial de violencia organizada sobre una clase determinada), a saber: la dictadura del proletariado. Y la dictadura presupone y significa un estado de guerra latente, un estado de medidas militares contra los enmigos del poder proletario. La Comuna fue la dictadura del proletariado, y Marx y Engels reprocharon a la Comuna, viendo en ello una de las causas de su derrota, que no empleara con suficiente energía su fuerza armada para vencer la resistencia de los explotadores.
En el fondo, todos esos aullidos propios de intelectual con motivo del aplastamiento de la resistencia de los capitalistas no son otra cosa, hablando "cortésmente", que un eructo del viejo "conciliacionismo". Pero si hablamos con la franqueza inherente al proletariado, habrá que decir que el persistente servilismo ante la caja de caudales es la esencia de los aullidos contra la violencia actual, obrera, que se aplica (por desgracia, aún con demasiada suavidad y poca energía) contra la burguesía, contra los saboteadores y contrarrevolucionarios. "La resistencia de los capitalistas ha sido vencida", proclamaba el bueno de Peshejónov, ministro de los conciliadores, en junio de 1917. Este bonachón no sospechaba siquiera que la resistencia debe ser, en efecto, vencida; que será vencida, y que eso se llama, en lenguaje científico, dictadura del proletariado; que todo un periodo histórico se caracteriza por el aplastamiento de la resistencia de los capitalistas; se caracteriza, en consecuencia, por la violencia sistemática contra toda una clase (la burguesía) y contra sus cómplices.
La codicia, la repugnante, ruin y furiosa codicia del ricachón; el acoquinamiento y el servilismo de sus paniaguados: ahí está la verdadera base social de los aullidos que lanzan ahora los intelectualillos, desde Riech hasta Nóvaya Zhizn, contra la violencia por parte del proletariado y del campesinado revolucionario. Tal es el significado objetivo de sua aullidos, de sus mezquinas palabras, de sus gritos de comediantes acerca de la "libertad" (la libertad de los capitalistas para oprimir al pueblo), y etcétera, etcétera. Estarían "dispuestos" a reconocer el socialismo si la humanidad pasase a él en el acto, con un salto efectista, sin desavenencias, sin lucha, sin rechinar de dientes de los explotadores, sin multiples tentativas por su parte de perpetuar los viejos tiempos o volver a ellos dando un rodeo en secreto, sin nuevas y nuevas "réplicas" de la violencia proletaria revolucionaria a esas tentativas. Estos paniaguados intelectuales de la burguesía están "dispuestos" a lavar la piel, como dice un conocido refrán alemán, pero a condición de que la piel quede siempre seca.
Cuando la burguesía y los funcionarios, empleados médicos, ingenieros, etc., acostumbrados a servirla recurren a las medidas de resistencia más extremas, los intelectuales se horrorizan. Tiemblan de miedo y aúllan con mayor estridencia, proclamando la necesidad de retornar al "espíritu de conciliación". Pero a nosotros, como a todos los amigos sinceros de la clase oprimida, las medidas extremas de resistencia de los explotadores solo pueden alegrarnos, pues esperamos que el proletariado madure para el ejercicio del poder en la escuela de la vida, en la escuela de la lucha, y no en la escuela de las exhortaciones y los sermones, no en la escuela de las prédicas dulzarronas y de las declamaciones conceptuosas. Para convertirse en clase dominante y vencer definitivamente a la burguesía, el proletariado debe aprender eso, pues no tiene dónde encontrar en el acto esa capacidad. Y hay que aprender en la lucha. Y enseña solo la lucha seria, tenaz y encarnizada. Cuanto más extrema sea la resistencia de los explotadores, tanto más enérgica, firme, implacable y eficaz será su represión por los explotados. Cuanto más variados sean las tentativas y los esfuerzos de los explotadores por mantener los viejo, con tanta mayor rapidez aprenderá el proletariado a expulsar sus enemigos de clase de sus últimos escondrijos, a arrancar las raices de su dominación y a liquidar el terreno mismo en que podían (y debían) crecer la esclavitud asalariada, la miseria de las masas, el lucro y la insolencia de los ricos.
A medida que aumenta la resistencia de la burguesía y de sus paniaguados crece también la fuerza del proletariado y del campesinado, que se une a él. Los explotados se fortalecen, maduran, crecen, aprenden, se sacuden la "antigua maldición" del trabajo asalariado a medida que aumenta la resistencia de sus enemigos: los explotadores. La victoria será de los explotados, pues tienen a su lado la vida, la fuerza del número, la fuerza de las masas, la fuerza de los veneros inagotables de todo lo abnegado, ideológico y honesto que pugna por avanzar y despierta para edificar los nuevo; tienen consigo la fuerza de la reserva gigantesca de energía y de talento del llamado "vulgo"; de los obreros y de los campesinos. La victoria será suya.