LA ESPAÑA CULTURAL QUE HEREDÓ Y AÑORA LA CONDESA DE MURILLO
Madrid, 14 de mayo de 1947, 05:00 PM
Le han recortado los cuernos y colgado sacos de arena en el cuello durante horas. Le han golpeado los testículos y los riñones. Le han obligado a beber agua mezclada con sulfatos. Todo esto es con el fin de que llegue débil al ruedo y en completo desorden. Ahora, hay que someterlo veinticuatro horas antes de entrar en la arena a un encierro a oscuras, para que al soltarlo la luz y los gritos de los espectadores lo aterren y trate de huir saltando las barreras, lo que produce la imagen en el público de que es feroz. Antes de soltarlo a la plaza, se le untará grasa en los ojos para dificultar su visión y en las patas se le pondrá una sustancia que le produce ardor y le impide mantenerse quieto, así el “valiente” torero no desluce su actuación.
Madrid, 15 de mayo de 1947, 05:00 AM
Había que hacerlo sin someterles a juicio. Qué posguerra sería ésta si no se matara a “rojos”. Si no se hiciera así, todo quedaría igual: tienen que morir para poder cambiar el sistema. Para que el mundo sea bueno, para que sea mejor. Siempre se hace de forma humanitaria. Se llega al lugar donde se encuentra la persona que figura en la lista, y se le mete en el coche. Sólo se utiliza otros métodos cuando se resisten. Si se vienen por las buenas, no les pasa nada. Se les mete en el coche y ya está.
Él estaba en casa. Lo registraron todo, pero no encontraron nada.
»– Bueno, te vienes con nosotros.
Él se resistió. Estaba claro que se lo olía. A estas alturas sabían que si venían a por ellos en coche en medio de la noche no era para llevarles a un dancing club. Se lo llevaron a la fuerza; a fuerza de golpes y a punta de pistola. Lo llevaron al pasillo, y ya estaba en la escalera cuando se puso a llorar, a implorar:
»– ¿Adónde me lleváis?
»– ¡No tengas miedo, no tengas miedo! Te llevamos a las dependencias policiales, allí te interrogarán; si colaboras, te soltarán rápido.
Se les dice eso, para tranquilizarlos, para que no ofrezcan resistencia.
»– ¡Pero si no he hecho nada!
»– ¡Tranquilízate!... El trámite durará una media hora. Como muchos tres cuartos de hora.
Siempre le tranquiliza lo de los tres cuartos de hora. Se lo decían y dejaba de resistirse. Sólo cuando vio que se dirigían fuera de la ciudad empezó a inquietarse.
»– ¿Dónde me lleváis?
Empezaba a preguntar. Pero en ese momento se detuvieron.
»– ¡Bájate!
Él se bajó hecho un manojo de nervios. Ahora todos los ojos se concentraban en él. Buscaba en vano la salida.
»– ¿Por qué estoy aquí?
Aturdido, buscaba en vano la respuesta. Estaba aterrorizado, intimidado. Apenas se daba cuenta de la presencia de los raptores. Eran cuatro, y llevaban trajes chillones. El sujeto miró con desconfianza y asombro al hombre que se le acercaba por el costado derecho. Entonces, ¡bang! Un disparo de pistola en la cabeza. A quemarropa, y por la espalda. El que se sentaba a su izquierda en el coche ya tenía la Browning escondida en la manga con el seguro quitado. El tipo recibió la bala en la nuca, antes de que le diera tiempo a girarse y ponerse a gritar. Se quedó rígido, se veía perfectamente cómo se le doblaron las piernas y cómo caía al suelo su cuerpo. Unos chorros de sangre comenzaron a brotar de su garganta. El verdugo le volvió a clavar otro tiro en la cabeza. Se podía ver que el pelo negro del cogote era ahora de un rojo herrumbroso y tenía un aspecto pegajoso.
Madrid, 15 de mayo de 1947, 05:00 PM
La muchedumbre se levantó entusiasmada. El inmenso toro irrumpió con fuerza en la plaza aturdido y deslumbrado. Estaba aterrorizado, intimidado: «¿Qué hago aquí?» Su condición natural le inducia a buscar en las barreras una salida para huir.
El joven toro que estaba parado miró con desconfianza y asombro al torero que se le acercaba. Ignorando las incitaciones que éste le brindaba, el toro huyó hacia la barrera buscando en vano un hueco que le permitiera salir de este infierno. A pesar de ser un animal joven, fuerte, inmenso, intuía que estaba condenado a ser el perdedor en una lucha que, además, ni siquiera quería librar: «Estoy débil y no tengo el carácter fuerte para emprender el ataque» El griterío de varios miles de personas cubrían las gradas de arriba abajo. Un chico que distribuía dulces entre el público agarró desde arriba un asta y zarandeó al toro. El toro se revolvió y mugió, y de un salto se colocó en el centro de la arena. Cuatro hombres que llevaban trajes chillones estallaron en una risa franca y febril. Una vez más el torero se puso frente al animal, aunque esta vez si consiguió capear.
El torero percibió que el toro embestía con mucha energía y ordenó al picador hacer su trabajo. El toro apenas se dio cuenta de la presencia en el ruedo de un animal que ya no tiene valor comercial y que a lo sumo resistirá tres o cuatro corridas antes de morir por quebraduras múltiples de costillas o destripamientos. Antes de salir al ruedo se le coloca un peto simulando que se le protege, pero en realidad se trata de que el público no vea las heridas que con frecuencia presentan exposición de vísceras...
Camaradas. El resto de la historia ya os lo podéis imaginar.
«El hombre que tiene un pequeño sentimiento humanitario no puede dejar de experimentar repugnancia en contemplar una corrida, propia para gente brutal; propia para burgueses monárquicos; propia para nazi-fascistas. ¡Y le llaman fiesta nacional! ¡Esto si que es una injuria!»
¡Salud y Repúbica!