Ya no voy a cumplir más años o al menos no voy a contarlos. A cada siguiente que cumpla, si es el caso, restaré uno. Nunca he celebrado realmente mi aniversario. No me acostumbraron a ello y en todo caso siempre me ha parecido una ceremonia un tanto deplorable las pocas veces que he asistido a celebraciones ajenas. Todas las ceremonias me lo parecen, me temo que ya sentí vergüenza en la primera de ellas por la que me tocó pasar a la fuerza, en la misma pila bautismal. Mientras la hipocresía va por los alrededores todavía se puede soportar pero escenificarla en directo donde todo el mundo aparenta quererse mucho supera mis recursos interpretativos. Hasta que no he entrado en la edad de los 57 no me ha parecido la importancia cuantitativa de esta cifra. Son más años de los que aspiré en un inicio a vivir y menos de los necesarios para completar una vida. Superan sobradamente el punto medio de lo que se define por vida colmada aritmetizada en los ochentaytantos. Participo de los comentarios acerca del tiempo contable. Del tiempo hemos hecho una ordenada principal. La fórmula de la biografía es las acciones que se recorren a lo largo de un tiempo dado. Vida=Tiempo x Actos. Una fórmula cuantitativista que no explica la verdad de la vida ya que con ella se arroja un mayor sumatorio de vida con una mayor cantidad de actos multiplicado por una mayor longevidad cuando sabemos que la vida se puede mayusculizar mas con menos tiempo y menos actos pero con una calidad mas relevante. Así pues una fórmula mas correcta tiene que contemplar un coeficiente de calidad. V=T x A/q siendo q un gradiente que vaya de 1 a 100 siendo 1 la máxima calidad y 100 la mínima. Con ese tipo de fórmula la longevidad no es sinónimo de una vida superior o la brevedad de lo contrario y la suma de muchos haceres no es equivalente a vivir mucho. Por lo general las cantidades van en contra de su substantivación y su elogio en contra de una visión de autentificar cada acto como especifico e insustituible. Si bien el factor T de tiempo está consensuado en el modo de contarlo (por años o por meses, días u horas) el factor A, de actos, ya no lo es tanto. La vida es actividad que involucra una enorme gama de actos de distintos tipos, desde los mas anatómicamente supervivenciales a los mas voluntaristas relativos a creatividad. Además los actos incluye no solo los físicos sino también los intelectuales, los gestos pequeños y cruciales, las ideas y las atención, los afectos y los sentimientos. La suma de todo eso se hace prácticamente incalculable y al hacerlo se cae en los sesgos subjetivistas de lo que se valora de cada cual. Sea la que sea la resultante numérica de una vida (vivió tanto tiempo en tal época) solo es un apunte que dice muy poco del difunto. Sus fechas de inicio y fin (un par de datos con el que se puede archivar todos y cada uno de los documentos elaborados o procesos de investigación o empresas y aventuras) permiten cotejarlas con otras temporalidades, las de los paréntesis biográficos de otros y las de los acontecimientos de la época. La verdad intrínseca necesita de otra clase de datos no numéricos mucho mas compleja de evaluar. Tal vez en el futuro un programa complejice esta formula y defina la Vida, como intensidad, precisando los factor A y q y lo mismo que una analítica de sangre que alarma por tener los triglicéridos muy altos o una de orina por dar cuenta de una hematuria promueven, si uno quiere frenar o reducir su proceso de deterioro, cambios actitudinales en la ingesta y de hábitos de vida además de un tratamiento para aspirar a que el factor T sea mayor dando oportunidades a registros para incrementar el factor A tomándose en serio la calidad de cada elección de lo que se haga.
Teniendo en cuenta que vivimos vidas mediocres para las que no estamos entrenados desde chicos ni siquiera para saber respirar o cargar objetos pesados, mucho menos para alimentarnos y prevenir la salud, la suma creciente de actos entra en dinámicas de superfluidad que colman de entretenimientos un ego ávido de contactos y de haceres sin repasar su valor o función. Se quiere vivir el máximo de tiempo para prolongar tal vez las oportunidades en hacer o disfrutar de situaciones que no se han experimentado o gozado durante el tiempo vivido.
Lo que me ha hecho vivir durante toda mi vida han sido ilusiones puestas en un ideal social que estaba claro que no se iba a cumplir. No oculto que en parte ese ideal social hizo de cobertura para no plantearme ideales personales para los que inconscientemente me auto descartaba (es así que no fui ni quise ser el primero de la clase ni de la fila y me disgustaron las experiencias en las que me tocó hacer de eje). Quedaron las relaciones personales, los amores y los besos. Ese ha sido mi sostén junto a un interminable discurso crítico sobre la existencialidad y la convivencia social. Si la condición de actor histórico para las grandes proezas fue abandonada ya en una anterior época biográfica de idealismo, me quedaba la de espectador filosófico para no aspirar a ninguna heroicidad salvo la de seguir viviendo para testimoniar lo que fuera sucediendo. En eso estoy y en esto sigo. Todo lo que haga para el mundo en realidad lo estoy haciendo para mí al preguntarme porque he aceptado vivir una vida para llegar fundamentalmente a las mismas conclusiones a las que llegué conscientemente desde que la racionalicé de manera critica en mi adolescencia. Lo que no se consigue hacer de los 15 a los 50 es difícil que se haga de los 50 a los 85 pero en la lista de haceres el mismo concepto del hacer va variando según se va conociendo su envergadura. Me ha interesado más la ética actoral que el triunfo escénico. Posiblemente eso me ha colocado en segundo lugar en mis propios proyectos aunque no por eso he dejado de hablar de mi mismo.
Durante una buena época biográfica se considera que hay un mañana y a partir de otra que se pueda cifrar en su segunda mitad, el mañana deja de existir para ser el hoy permanente. Nada me asegura que mañana, o sea 24 horas después del instante que este escribiendo esto, esté respirando haciendo mis actividades previstas y las no previstas. Si bien el mañana siempre tiene un carácter hipotético la misma palabra a partir de una determinada edad todavía lo es mas. La conciencia del tiempo es algo que lo burla como concepto y que lo diluye en un panorama de proceso donde lo que cuenta es cada acto en sí y no como acto-eslabón que tenga que justificarse ante otros a los que esté encadenado.
En mis ratos pletóricos había considerado que el proceso de vida es algo que cada viviente pacta consigo mismo. Se vive (y se muere) a voluntad. Las muertes no ocurren por azar sino como parte del programa existencial. Y aparte de su alto significado simbólico según el cual la vida transicional está impedida de ser dogmatizada hay algo de la muerte como resulta del impulso tanatorial. Se vive con mas o menos desprotección de la vida jugándosela para morir antes. Eso se comprueba en actividades temerarias pero también en formas crónicas de descuidado en los hábitos de ingesta y de actuaciones. No puedo fardar por eso: mi cuerpo es un escenario de errores y descuidos. A la muerte se la puede teorizar tanto más fácilmente cuanto mas orgullo vitalista se tenga y mas se presuma que se está lejos de ella pero nunca deja de ser el gran acontecimiento previsible que pone el yuyú en el plexo solar y que atenaza la voz. En mi cuenta atrás de los 600meses que necesito/necesitaría para dejar un par de cosas hechas con sentido en cualquier momento el detalle químico más vulgar demostrará que mi cabalística estaba equivocada. Se debería pactar a priori el tiempo oque se desea vivir para acometer las empresas que se desean en lugar de dejar la longevidad para el azar. Realmente el azar no existe y a priori sería todo calculable hasta el último día. Como en tantas otras cosas preferimos vivir ignorando lo que va a suceder con nosotros sostenidos por ilusiones y quimeras. Hablo por mí, cada sujeto tiene su propia historia que contar. No hay dos biografías absolutamente iguales por mucho que los factores objetivos inviertan en homogeneidad y estandarización. Si fuera a vivir esas 2600 semanas me iría desquitando una a una, retándolas del cómputo para ir dejando organizado lo que sé y lo que quiero. Mi querer no es más que un saber. El cuerpo posiblemente ya no me va a seguir tanto para los disfrutes aunque de todos el sexual es el que he venido manteniendo como más activo y los placeres que sigo viendo como electrizantes son los intelectuales. Cuando me sumerjo en un libro, para leerlo o para escribirlo, todo pasa a un segundo plano, el mundo sensorial desparece para recrearme en otro imaginario. No deja de ser una forma de autohipnosis.
He vivido una vida con chispas a propósito de desajustes con mi tiempo y coetáneos. No ha cambiado mucho, me levanté prematuramente contra la incomprensión y sigo en lo mismo. No he sabido o no sé hacerme entender mejor. Julio César Lakabe hizo la siguiente observación: cuando decimos que nadie nos comprende posiblemente nos estamos alejando de todos. No sé si fue antes el saldo de incomprensiones o el aislamiento, presumo de que se fue dando en paralelo. A mi edad no espero nada en particular, pero eso ya lo decía casi 30 años atrás. Para Unamuno solo vive el que espera haciendo alarde una exageración simplista que su intelectualidad, y más exactamente su ideología, no le permitió cribar. Más bien se puede abrazar la tesis contrario solo deja de vivir quien espera hacerlo en un futuro, en otro vida o en una hipótesis de un mañana incierto. Creo más bien que seguir en actitud de sorpresa, extrañarse por eventualidades es una manera de aprender a comprender, algo que sostuvo José Ortega y Gasset. Me sigue apeteciendo aprender, leer y escuchar, observar y analizar, dentro del proceso que acabo de iniciar dentro de mi decrepitud y balance reciente de mis límites y deterioros corporales. Quisiera morirme después de leer todo lo que tengo pendiente y de escribir todo l oque tengo empezado aun sabiendo que eso no ha sido más que un largo pretexto para mantenerme como viviente.
Teniendo en cuenta que vivimos vidas mediocres para las que no estamos entrenados desde chicos ni siquiera para saber respirar o cargar objetos pesados, mucho menos para alimentarnos y prevenir la salud, la suma creciente de actos entra en dinámicas de superfluidad que colman de entretenimientos un ego ávido de contactos y de haceres sin repasar su valor o función. Se quiere vivir el máximo de tiempo para prolongar tal vez las oportunidades en hacer o disfrutar de situaciones que no se han experimentado o gozado durante el tiempo vivido.
Lo que me ha hecho vivir durante toda mi vida han sido ilusiones puestas en un ideal social que estaba claro que no se iba a cumplir. No oculto que en parte ese ideal social hizo de cobertura para no plantearme ideales personales para los que inconscientemente me auto descartaba (es así que no fui ni quise ser el primero de la clase ni de la fila y me disgustaron las experiencias en las que me tocó hacer de eje). Quedaron las relaciones personales, los amores y los besos. Ese ha sido mi sostén junto a un interminable discurso crítico sobre la existencialidad y la convivencia social. Si la condición de actor histórico para las grandes proezas fue abandonada ya en una anterior época biográfica de idealismo, me quedaba la de espectador filosófico para no aspirar a ninguna heroicidad salvo la de seguir viviendo para testimoniar lo que fuera sucediendo. En eso estoy y en esto sigo. Todo lo que haga para el mundo en realidad lo estoy haciendo para mí al preguntarme porque he aceptado vivir una vida para llegar fundamentalmente a las mismas conclusiones a las que llegué conscientemente desde que la racionalicé de manera critica en mi adolescencia. Lo que no se consigue hacer de los 15 a los 50 es difícil que se haga de los 50 a los 85 pero en la lista de haceres el mismo concepto del hacer va variando según se va conociendo su envergadura. Me ha interesado más la ética actoral que el triunfo escénico. Posiblemente eso me ha colocado en segundo lugar en mis propios proyectos aunque no por eso he dejado de hablar de mi mismo.
Durante una buena época biográfica se considera que hay un mañana y a partir de otra que se pueda cifrar en su segunda mitad, el mañana deja de existir para ser el hoy permanente. Nada me asegura que mañana, o sea 24 horas después del instante que este escribiendo esto, esté respirando haciendo mis actividades previstas y las no previstas. Si bien el mañana siempre tiene un carácter hipotético la misma palabra a partir de una determinada edad todavía lo es mas. La conciencia del tiempo es algo que lo burla como concepto y que lo diluye en un panorama de proceso donde lo que cuenta es cada acto en sí y no como acto-eslabón que tenga que justificarse ante otros a los que esté encadenado.
En mis ratos pletóricos había considerado que el proceso de vida es algo que cada viviente pacta consigo mismo. Se vive (y se muere) a voluntad. Las muertes no ocurren por azar sino como parte del programa existencial. Y aparte de su alto significado simbólico según el cual la vida transicional está impedida de ser dogmatizada hay algo de la muerte como resulta del impulso tanatorial. Se vive con mas o menos desprotección de la vida jugándosela para morir antes. Eso se comprueba en actividades temerarias pero también en formas crónicas de descuidado en los hábitos de ingesta y de actuaciones. No puedo fardar por eso: mi cuerpo es un escenario de errores y descuidos. A la muerte se la puede teorizar tanto más fácilmente cuanto mas orgullo vitalista se tenga y mas se presuma que se está lejos de ella pero nunca deja de ser el gran acontecimiento previsible que pone el yuyú en el plexo solar y que atenaza la voz. En mi cuenta atrás de los 600meses que necesito/necesitaría para dejar un par de cosas hechas con sentido en cualquier momento el detalle químico más vulgar demostrará que mi cabalística estaba equivocada. Se debería pactar a priori el tiempo oque se desea vivir para acometer las empresas que se desean en lugar de dejar la longevidad para el azar. Realmente el azar no existe y a priori sería todo calculable hasta el último día. Como en tantas otras cosas preferimos vivir ignorando lo que va a suceder con nosotros sostenidos por ilusiones y quimeras. Hablo por mí, cada sujeto tiene su propia historia que contar. No hay dos biografías absolutamente iguales por mucho que los factores objetivos inviertan en homogeneidad y estandarización. Si fuera a vivir esas 2600 semanas me iría desquitando una a una, retándolas del cómputo para ir dejando organizado lo que sé y lo que quiero. Mi querer no es más que un saber. El cuerpo posiblemente ya no me va a seguir tanto para los disfrutes aunque de todos el sexual es el que he venido manteniendo como más activo y los placeres que sigo viendo como electrizantes son los intelectuales. Cuando me sumerjo en un libro, para leerlo o para escribirlo, todo pasa a un segundo plano, el mundo sensorial desparece para recrearme en otro imaginario. No deja de ser una forma de autohipnosis.
He vivido una vida con chispas a propósito de desajustes con mi tiempo y coetáneos. No ha cambiado mucho, me levanté prematuramente contra la incomprensión y sigo en lo mismo. No he sabido o no sé hacerme entender mejor. Julio César Lakabe hizo la siguiente observación: cuando decimos que nadie nos comprende posiblemente nos estamos alejando de todos. No sé si fue antes el saldo de incomprensiones o el aislamiento, presumo de que se fue dando en paralelo. A mi edad no espero nada en particular, pero eso ya lo decía casi 30 años atrás. Para Unamuno solo vive el que espera haciendo alarde una exageración simplista que su intelectualidad, y más exactamente su ideología, no le permitió cribar. Más bien se puede abrazar la tesis contrario solo deja de vivir quien espera hacerlo en un futuro, en otro vida o en una hipótesis de un mañana incierto. Creo más bien que seguir en actitud de sorpresa, extrañarse por eventualidades es una manera de aprender a comprender, algo que sostuvo José Ortega y Gasset. Me sigue apeteciendo aprender, leer y escuchar, observar y analizar, dentro del proceso que acabo de iniciar dentro de mi decrepitud y balance reciente de mis límites y deterioros corporales. Quisiera morirme después de leer todo lo que tengo pendiente y de escribir todo l oque tengo empezado aun sabiendo que eso no ha sido más que un largo pretexto para mantenerme como viviente.