España, Estado multinacional
Informe presentado por la camarada Dolores Ibárruri ante el Pleno ampliado del Comité Central del Partido Comunista de España (septiembre de 1970)
(transcripción íntegra del opúsculo de 61 páginas -125 × 210 mm-, publicado por Editions Sociales, París 1971)
-- se publica en el Foro en tres mensajes por su longitud --
-- primer mensaje --
Camaradas:
Informe presentado por la camarada Dolores Ibárruri ante el Pleno ampliado del Comité Central del Partido Comunista de España (septiembre de 1970)
(transcripción íntegra del opúsculo de 61 páginas -125 × 210 mm-, publicado por Editions Sociales, París 1971)
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-- primer mensaje --
Camaradas:
Después de haber conocido, a través de la discusión del informe del camarada Carrillo, lo que pudiéramos llamar torneo de abnegación, de heroísmo, de combatividad y de inteligencia política que ha representado la lucha de nuestros camaradas, de la clase obrera y de los campesinos contra el régimen, y en la que permanentemente se arriesga la libertad y aun la vida, como en Granada, me siento ante vosotros un tanto perpleja y desconcertada.
Y me siento desconcertada y perpleja porque al exponer en esta reunión, y en nombre del Comité Ejecutivo, el problema nacional, os comprometo u obligo a añadir, a los múltiples motivos que impulsan y animan nuestra lucha contra la dictadura, uno más: el de la defensa del derecho de las nacionalidades existentes en nuestro país a la autodeterminación, ya que, entre las cuestiones que en la lucha por la democratización de España deberán ser resueltas con prioridad a otras más generales, está el problema nacional, que es en substancia el derecho de Cataluña, Euzkadi y Galicia a disponer libremente de sus destinos.
Y ello no sólo porque es de justicia, sino porque la correcta solución de esta exigencia nacional de [8] catalanes, vascos y gallegos, hará más viable la solución de los múltiples problemas políticos, económicos y sociales que han de surgir ante la clase obrera y fuerzas democráticas al desaparecer la dictadura.
En España la cuestión nacional –que con la República comenzó a abordarse– va indisolublemente unida a la lucha por la democracia y el socialismo. De aquí que la clase obrera de nuestro país, como la clase más consecuentemente revolucionaria, y que lleva en sí misma el futuro de una España socialista, debe ser la más interesada en la defensa del derecho de estas nacionalidades a la autodeterminación.
Por dos razones: Primera, porque en la lucha contra la reacción, que tiene la responsabilidad histórica de que este problema siga aún sin resolver, el peso de la clase obrera puede ser decisivo. Y segunda, porque sólo la participación de la clase obrera en esa lucha puede asegurar la solución del problema nacional de acuerdo con los intereses fundamentales del desarrollo democrático de nuestro país.
Por otro lado, es evidente que la solución del problema nacional, de una manera popular y democrática, será uno de los más serios golpes a la reacción oligárquica y monopolista, y permitirá al mismo tiempo establecer nuevas formas de entendimiento y de colaboración entre todos los pueblos de España.
Cuando, en 1939, el general Franco proclamaba su voluntad «de imperio» en la España «una y grande», sólo en la oquedad del Panteón del Escorial podía hallar eco y resonancia la histriónica declaración del Caudillo, si los muertos fuesen capaces de reaccionar ante los descomunales disparates de los vivos.
Frente al dictador, se levantaba la historia multisecular de los pueblos peninsulares en lucha permanente por sus derechos y libertades, defendidos y .mantenidos en el largo combatir contra los invasores[9] extranjeros;se levantaba larealidad multinacional de España que clamaba con la voz
inextinguible de las naciones y regiones vivas y actuantes: «fuimos, somos y seremos» ...
La España «una, grande e imperial», que campea en las banderas franquistas bajo símbolos medievales, como el yugo y las flechas, arrancados de viejos escudos, que hablan de guerras y de luchas fratricidas, no tiene nada de común con la verdadera España.
En su territorio peninsular e insular, España es varia y múltiple en sus hombres y en sus pueblos, y nada ni nadie puede borrar esta realidad. Un nexo común fundamental existe entre todos los pueblos y regiones de España: la clase obrera. Ella es igual a sí misma en todas las regiones y nacionalidades. Ella es hoy, y lo será aún más mañana, el aglutinante humano y social del multinacional Estado español, que habrá de estructurarse democráticamente al desaparecer la dictadura franquista.
De aquí nuestra insistencia en que la clase obrera haga suya, junto a todas las fuerzas nacionales democráticas y en interés del desarrollo de nuestro país, la defensa del derecho de Cataluña, Euzkadi y Galicia a la autodeterminación.
«Es necesario fundir –aconsejaba Lenin refiriéndose a la lucha por el derecho de las nacionalidades– en un torrente revolucionario único, el movimiento proletario y campesino y el movimiento democrático de liberación nacional.»
Y en respuesta a algunos jóvenes camaradas que preguntan ¿dónde está el origen de la estructuración centralista actual del Estado español?, yo quiero responder aunque sea brevemente: Este proceso centralizador, que es común al desarrollo de la burguesía en todos los países, tiene en España características específicas. [10]
Iniciado por los Reyes Católicos, es continuado por monarquías extranjeras que aplastan violentamente los fueros y libertades de los pueblos y regiones peninsulares, mientras dejan subsistiendo derechos y privilegios aristocráticos y feudales que han pesado duramente sobre toda la vida española y frenado el desarrollo político, económico y social de España.
Al analizar el nacimiento y desarrollo de la burguesía en el «Manifiesto del Partido Comunista»,
Marx y Engels dicen de ésta:
«Ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en un pequeño número de manos. La secuela obligada de ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos federales, teniendo intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras distintas, fueron reunidas en una sola nación, bajo un solo Gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola tarifa aduanera.»
Y así, el Estado centralizado y centralizador asumió por sí y ante sí, en interés de las clases que representaba, que eran la naciente burguesía y los grandes propietarios agrarios, todas las prerrogativas que antes de su formación aparecían como de derecho natural, tradicional e inalienable de las distintas entidades nacionales o regionales, sometiendo a éstas a un rasero unificador que rechazaban y que a la fuerza fueron obligadas a aceptar.
Siendo esto cierto en general –y Marx se apoyaba en distintos ejemplos, y fundamentalmente en los de Inglaterra y Francia, cuya burguesía hizo la revolución contra el feudalismo–, en nuestro país se produjo de una manera distinta, lo que explica su atraso, la diferencia en su desarrollo y la subsistencia del problema nacional, que hoy discutimos. [11]
La ley, que la fuerza impuso, se hizo costumbre sin que en los pueblos que eran enyugados al Estado centralizador desapareciese el sentimiento de su idiosincrasia nacional. Sentimiento que en las condiciones creadas en España continúa vivo y actuante y es portador de una gran fuerza movilizadora y revolucionaria.
¿Se puede continuar aceptando el concepto tradicional reaccionario uniformador impuesto por la violencia a los pueblos y regiones de España por las oligarquías terratenientes, financieras y monopolistas que la dictadura de Franco encarna?
No; no puede aceptarse, porque España es Cataluña, es Euzkadi, es Galicia. España es Aragón, es Navarra, es Castilla, es Asturias y León, es Extremadura y Andalucía, es Valencia, es Murcia y Albacete. Es la España multinacional y multirregional.
Y si el concepto de la España «una» nunca fue aceptado por los pueblos que se sentían oprimidos por el yugo centralizador, hoy la repulsa a ese Estado y a esa situación abarca incluso a fuerzas y clases sociales que en otros tiempos mantenían opiniones distintas.
La dictadura franquista, con la que las tuerzas más obtusas y reaccionarias creían haber asegurado por siglos su dominación sobre unos pueblos capaces de inmolarse defendiendo su derecho a ser libres –por su brutalidad, por su incompetencia, por su cínico aprovechamiento de todas las riquezas nacionales en beneficio de la camarilla gobernante–, ha radicalizado el proceso democrático y descentralizador que hoy sacude hasta los cimientos del régimen.
Y si «París bien vale una misa», como dijo un rey francés no católico, la transformación de nuestra vieja España en una España democrática y progresiva, en la que las nacionalidades y regiones tengan la posibilidad de desarrollarse, bien vale el esfuerzo de la clase obrera, de los campesinos y fuerzas democráticas por lograr esa transformación ... [12]
Nuestra posición
En este orden los comunistas nos pronunciamos por el reconocimiento, sin ninguna limitación y con todas sus consecuencias, del derecho de las nacionalidades a la autodeterminación.
A nadie que conozca, aunque sea parcialmente, la teoría marxista leninista, puede extrañar que sea el Partido Comunista de España el más consecuente defensor del derecho de las nacionalidades a la autodeterminación.
Y ello, no como una posición política propagandística o coyuntural, sino con la firme decisión de luchar por que sean una realidad las aspiraciones nacionales de los pueblos que entran en la composición del Estado español.
Esto no es casual. Es la continuación consecuente, no sólo de la política de la Internacional Comunista, de la Internacional de Lenin, respecto a las nacionalidades, sino de la Primera Internacional, de la Internacional de Marx y Engels.
Oponiéndose a las teorías anarquistas del prudhonismo, que rechazaba la lucha por los derechos nacionales, en nombre de una pretendida revolución social, Marx promovía en un primer plano el principio internacionalista de las naciones, declarando «que no puede ser libre el pueblo que oprime a otros pueblos» ... [13]
Consecuente con este criterio, y desde el punto de vista de los intereses del movimiento revolucionario de los obreros alemanes, Marx exigía, en la revolución de 1848, que la democracia victoriosa en Alemania proclamase y llevase a cabo la liberación de los pueblos oprimidos por los alemanes, como exigía igualmente en 1867 la separación de Irlanda de Inglaterra, añadiendo «aunque después de la separación se llegue a la federación».
Reafirmando las opiniones de Marx respecto al derecho de las nacionalidades a desarrollar su personalidad independiente, la defensa de este derecho constituyó una de las tesis marxistas aprobadas en el Cuarto Congreso de la Internacional Socialista celebrado en Londres en 1896, en la que se decía: «El Congreso se declara favorable a la autonomía de todas las nacionalidades. Expresa su simpatía a los trabajadores de todos los países, que sufren actualmente bajo el yugo del despotismo militar o nacional o de cualquiera otro despotismo.»
De esta tesis, los partidos socialistas de Europa, con excepción de los marxistas rusos, encabezados por Lenin, aceptaban únicamente la llamada autonomía nacional cultural. Sólo después de la revolución socialista de Octubre de 1917, al constituirse –en 1919– la Internacional Comunista, esta tesis, respaldada por las realizaciones soviéticas en la solución del problema nacional, fue incorporada a los programas de aquellos partidos comunistas en cuyos países existía el problema nacional, entre ellos el nuestro, que la mantuvo permanentemente en sus programas, como una premisa revolucionaria de primera categoría, en la lucha por la revolución democrática y por el socialismo. [14]
El reconocimiento del derecho de autodeterminación de los pueblos y naciones, es la piedra angular de la teoría marxista leninista en la cuestión nacional, y a quienes niegan la existencia en España del problema nacional, considerándola como una nación única, quiero recordarles algunas opiniones expresadas por hombres que nada tienen de común con el comunismo acerca de la formación de los pueblos de España.
En un admirable estudio del conocido historiador catalán Bosch y Guimpera, publicado en 1940, y refiriéndose a la situación real de España en orden a la no fusión de los pueblos peninsulares, se dice que:
«Los pueblos que arrancan del proceso secular de las naciones medievales en que cristalizaron, siguen dando a España el carácter de un complejo polinacional, y la constituyen en un haz de naciones que no ha encontrado todavía la fórmula del equilibrio y una organización estabilizada» {(1) «La formación de los pueblos de España», de Bosch y Guimpera.}
La unidad política, administrativa y cultural impuesta desde Madrid, ayer por la monarquía y las oligarquías latifundistas y aristocráticas, y hoy por las oligarquías financieras y monopolistas apoyadas en la dictadura franquista, fue y es una unidad precaria y permanentemente en discusión.
«Si España no es el conjunto de todos sus pueblos –dice Bosch y Guimpera en la ya citada obra–, y no se concibe como algo formado por todos ellos; si no se logra encontrar una estructura en la que ninguno se sienta sometido o disminuido, debiendo marchar a remolque de grupos o pueblos hegemónicos, nada tendría de [15] particular que algunos crean preciso preguntar, antes de llamarse españoles, de qué España se trata.
Porque España no es, ni puede ser, una religión con dogmas impuestos por los que se arrogan su representación y que si no se someten a uno de ellos lleva consigo la excomunión o el dictado de traidor ... España será de todos, o no será ...»
La solución democrática del problema nacional habrá de completarse con una descentralización democrática del Estado, basada en una amplia regionalización indispensable para abordar el hoy gravísimo problema de las desigualdades regionales, que constituyen otro de los serios obstáculos al auténtico desarrollo de España. Se crearán así óptimas condiciones para que la clase obrera y las fuerzas democráticas sean el factor determinante en el desarrollo político y económico de todos los pueblos y regiones de España. Existen problemas muy específicos como los de Navarra, Valencia, Baleares y Canarias a los que habría que dar, en ese marco, una solución que corresponda a los deseos de sus habitantes libremente expresados.
Los comunistas, que hemos sido los más consecuentes defensores de las aspiraciones democráticas de todas las fuerzas sociales de nuestro país –y la actividad y la política del Partido Comunista a todo lo largo de la guerra contra la sublevación franquista lo evidencia–, debemos esforzamos hoy por llevar a la conciencia de la clase obrera y de los campesinos, de la juventud obrera y estudiantil, incluso a las filas del Ejército y demás fuerzas armadas, la convicción de la necesidad de profundos cambios en la estructura centralista del Estado español.
Debemos mostrar que el reconocimiento de los derechos nacionales de Euzkadi, Galicia y Cataluña, no [16] significará la disgregación y la ruina de España, como pretenden los monopolizadores actuales del poder, sino su fortalecimiento y desarrollo industrial, político, económico y cultural.
Es conocido que Cataluña y Euzkadi han sido las primeras en realizar la revolución industrial. Cataluña destacándose en el desarrollo de la industria textil e industrias complementarias, y el País Vasco en el campo de la siderurgia, de las construcciones navales y de la minería.
En este terreno, lo que aparece como una verdad históricamente incontrovertible, es la responsabilidad del Estado centralista español en todo el proceso de la decadencia económica de España. Y cuando, en el siglo XIX, las riquezas mineras sirven de trampolín para el gran salto de la revolución industrial, ¿qué pasa con los yacimientos de cinabrio de Ciudad Real –los más ricos del mundo– que hubieran podido transformar esa zona en una región industrial desarrollando la industria química?
¿Qué pasa en Huelva que con la inmensa riqueza de sus yacimientos cupríferos de Riotinto hubiera podido transformar la Andalucía del Suroeste en un emporio industrial?
¿Qué ocurrió con Jaén, Córdoba, Cartagena y Santander con sus minas de plomo y de cinc?
La respuesta es la condenación más rotunda de las clases dirigentes españolas, de la monarquía y de sus gobiernos.
El Estado centralista español no sólo fue incapaz de fomentar una utilización racional, y en beneficio de todo el país, de las riquezas mineras españolas, lo que hubiera convertido a España en uno de los países industriales más ricos del mundo, sino que entregó esas riquezas a compañías extranjeras, especialmente inglesas y franco-belgas que se las llevaron de España para desarrollar la industria en sus países respectivos. [17]
Como testimonio de estos hechos vergonzosos que continúan pesando sobre la economía y el desarrollo industrial de España, no es ocioso conocer un comentario publicado en la revista de Madrid «El Economista», del 13 de junio de 1970, en el que, lamentándose de las dificultades con que hoy se encuentran para el desarrollo de los planes de producción siderúrgica, se dice lo siguiente:
«España desde los más viejos tiempos del hierro siempre fue famosa en las cuestiones de este mineral. Ya Plinio y Estrabón alababan los minerales de hierro de Somorrostro.
Veinte siglos después, Somorrostro exportaba cada año seis millones de toneladas de sus rubios y de sus campaniles, casi todo a Inglaterra. Ningún historiador moderno habló nunca del papel de nuestros minerales en la revolución industrial inglesa, pero no cabe duda que Bilbao tenía que figurar en esa historia del siglo pasado del carbón, del vapor, del acero del Reino Unido, base de la industrialización de las Islas Británicas. (...)
A la sazón, aquellos minerales de hierro, vendidos a precios tan baratos, nos hicieron falta en cuanto en nuestra siderurgia se tallan proyectos de 10 millones de toneladas de acero de producción anual, para cuyo alcance se necesitarán muy cerca de 20 millones de toneladas de mineral, de las que apenas si a la sazón producimos una cuarta parte. Por ello a la hora actual todo son prisas para escarbar en nuestras zonas ferruginosas en todas las cuales ya existió la mina de hierro.»
La declaración es sangrante. Pero calla lo más sustancial: la responsabilidad de quienes hicieron [18] almoneda de las riquezas mineras españolas, y de la sangre y de las vidas de mineros vascos y españoles con que se amasó la riqueza industrial de Inglaterra.
Volviendo a lo que es objeto fundamental de mi intervención, preciso es destacar que la lucha por el derecho de libre determinación de los pueblos de nuestro país, que ayer tenía un carácter en cierto modo limitado, adquiere hoy nuevas magnitudes.
Es, como ya he señalado, toda la estructura del Estado español lo que está en discusión; y ningún grupo político de algún prestigio puede rehuir este planteamiento si de verdad pretende hallar audiencia entre las fuerzas populares más activas y decididas de nuestro país.
El franquismo ha llevado las contradicciones en el seno de la sociedad a tal extremo, que incluso sectores políticos que ayer fueron sus partidarios, hoy están en la oposición y consideran que sólo con la desaparición de la dictadura y el establecimiento de un régimen democrático en el que puedan actuar todas las fuerzas políticas, podrán resolverse los problemas políticos y económicos que el franquismo no sólo no ha resuelto sino que ha agravado.
Y a quienes, creyendo colocarnos en situación incómoda, preguntan entre dientes y mordiendo las palabras: ¿qué entienden los comunistas por derecho de libre determinación?, la respuesta es clara y concluyente: El derecho de libre determinación significa el derecho de Euzkadi, Cataluña y Galicia a formar parte del Estado español o a separarse de éste y constituir Estados nacionales independientes.
Defender el derecho de las nacionalidades a la libre autodeterminación no supone en absoluto la obligación de separarse. Los comunistas hemos considerado siempre esta cuestión, como subordinada a la utilidad de ella y en relación con los intereses de las fuerzas fundamentales: La clase obrera, los campesinos [19] y demás fuerzas populares frente a las oligarquías financieras, monopolistas y latifundistas y los gobiernos representativos de éstas.
Al plantear hoy el problema nacional como un problema de lucha por la libertad y la democracia, no está de más recordar que una de las motivaciones con que Franco justificaba su levantamiento contra la República era el Estatuto catalán, pues todavía no había sido aprobado el Estatuto vasco, considerando como la antiespaña a quienes defendían el derecho de Cataluña, de Euzkadi y Galicia a la autodeterminación.
Eramos la antiespaña quienes luchábamos por la libertad y el progreso de los pueblos de nuestra patria. Y eso nos lo decían quienes se servían de los ejércitos fascistas extranjeros contra el pueblo español, y de la aviación hitleriana para destruir las ciudades españolas; nos lo decían quienes ceden hoy, por un puñado de dólares, trozos de territorio español al imperialismo yanqui para establecer sobre ellos bases militares que constituyen una mediatización de la soberanía española y una permanente amenaza contra nuestro pueblo y nuestra patria ...
El discurrir de los años y de los acontecimientos ha demostrado, de manera incontestable, dónde estaba la antiespaña y quiénes eran los verdaderos defensores de España.
Hoy, la hostilidad y el odio del pueblo contra el régimen del general Franco se expresa abiertamente en las luchas de cada día de los obreros, de los campesinos, de la juventud obrera y estudiantil; del movimiento nacional de Cataluña, Euzkadi y Galicia; en el alejamiento del régimen de sectores de la burguesía y en la actitud de una parte de la Iglesia que abiertamente se separa del mismo, e incluso en sectores del Ejército y fuerzas armadas. [20]
En esta situación el franquismo busca el apoyo de los Estados Unidos, interesados en mantener sus bases militares en España y la flota americana en el Mediterráneo como un medio de presión y de amenaza sobre la clase obrera y sobre las fuerzas democráticas.
Luchar hoy contra las bases americanas, es luchar contra la dictadura franquista; y luchar contra la dictadura franquista y por la democratización de España, es luchar contra el imperialismo norteamericano, contra el bandidismo yanqui, que arrasa los pueblos de Indochina y que no vacilaría en hacer lo mismo con nuestro país. [21]
Y me siento desconcertada y perpleja porque al exponer en esta reunión, y en nombre del Comité Ejecutivo, el problema nacional, os comprometo u obligo a añadir, a los múltiples motivos que impulsan y animan nuestra lucha contra la dictadura, uno más: el de la defensa del derecho de las nacionalidades existentes en nuestro país a la autodeterminación, ya que, entre las cuestiones que en la lucha por la democratización de España deberán ser resueltas con prioridad a otras más generales, está el problema nacional, que es en substancia el derecho de Cataluña, Euzkadi y Galicia a disponer libremente de sus destinos.
Y ello no sólo porque es de justicia, sino porque la correcta solución de esta exigencia nacional de [8] catalanes, vascos y gallegos, hará más viable la solución de los múltiples problemas políticos, económicos y sociales que han de surgir ante la clase obrera y fuerzas democráticas al desaparecer la dictadura.
En España la cuestión nacional –que con la República comenzó a abordarse– va indisolublemente unida a la lucha por la democracia y el socialismo. De aquí que la clase obrera de nuestro país, como la clase más consecuentemente revolucionaria, y que lleva en sí misma el futuro de una España socialista, debe ser la más interesada en la defensa del derecho de estas nacionalidades a la autodeterminación.
Por dos razones: Primera, porque en la lucha contra la reacción, que tiene la responsabilidad histórica de que este problema siga aún sin resolver, el peso de la clase obrera puede ser decisivo. Y segunda, porque sólo la participación de la clase obrera en esa lucha puede asegurar la solución del problema nacional de acuerdo con los intereses fundamentales del desarrollo democrático de nuestro país.
Por otro lado, es evidente que la solución del problema nacional, de una manera popular y democrática, será uno de los más serios golpes a la reacción oligárquica y monopolista, y permitirá al mismo tiempo establecer nuevas formas de entendimiento y de colaboración entre todos los pueblos de España.
Cuando, en 1939, el general Franco proclamaba su voluntad «de imperio» en la España «una y grande», sólo en la oquedad del Panteón del Escorial podía hallar eco y resonancia la histriónica declaración del Caudillo, si los muertos fuesen capaces de reaccionar ante los descomunales disparates de los vivos.
Frente al dictador, se levantaba la historia multisecular de los pueblos peninsulares en lucha permanente por sus derechos y libertades, defendidos y .mantenidos en el largo combatir contra los invasores[9] extranjeros;se levantaba larealidad multinacional de España que clamaba con la voz
inextinguible de las naciones y regiones vivas y actuantes: «fuimos, somos y seremos» ...
La España «una, grande e imperial», que campea en las banderas franquistas bajo símbolos medievales, como el yugo y las flechas, arrancados de viejos escudos, que hablan de guerras y de luchas fratricidas, no tiene nada de común con la verdadera España.
En su territorio peninsular e insular, España es varia y múltiple en sus hombres y en sus pueblos, y nada ni nadie puede borrar esta realidad. Un nexo común fundamental existe entre todos los pueblos y regiones de España: la clase obrera. Ella es igual a sí misma en todas las regiones y nacionalidades. Ella es hoy, y lo será aún más mañana, el aglutinante humano y social del multinacional Estado español, que habrá de estructurarse democráticamente al desaparecer la dictadura franquista.
De aquí nuestra insistencia en que la clase obrera haga suya, junto a todas las fuerzas nacionales democráticas y en interés del desarrollo de nuestro país, la defensa del derecho de Cataluña, Euzkadi y Galicia a la autodeterminación.
«Es necesario fundir –aconsejaba Lenin refiriéndose a la lucha por el derecho de las nacionalidades– en un torrente revolucionario único, el movimiento proletario y campesino y el movimiento democrático de liberación nacional.»
Y en respuesta a algunos jóvenes camaradas que preguntan ¿dónde está el origen de la estructuración centralista actual del Estado español?, yo quiero responder aunque sea brevemente: Este proceso centralizador, que es común al desarrollo de la burguesía en todos los países, tiene en España características específicas. [10]
Iniciado por los Reyes Católicos, es continuado por monarquías extranjeras que aplastan violentamente los fueros y libertades de los pueblos y regiones peninsulares, mientras dejan subsistiendo derechos y privilegios aristocráticos y feudales que han pesado duramente sobre toda la vida española y frenado el desarrollo político, económico y social de España.
Al analizar el nacimiento y desarrollo de la burguesía en el «Manifiesto del Partido Comunista»,
Marx y Engels dicen de ésta:
«Ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en un pequeño número de manos. La secuela obligada de ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos federales, teniendo intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras distintas, fueron reunidas en una sola nación, bajo un solo Gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola tarifa aduanera.»
Y así, el Estado centralizado y centralizador asumió por sí y ante sí, en interés de las clases que representaba, que eran la naciente burguesía y los grandes propietarios agrarios, todas las prerrogativas que antes de su formación aparecían como de derecho natural, tradicional e inalienable de las distintas entidades nacionales o regionales, sometiendo a éstas a un rasero unificador que rechazaban y que a la fuerza fueron obligadas a aceptar.
Siendo esto cierto en general –y Marx se apoyaba en distintos ejemplos, y fundamentalmente en los de Inglaterra y Francia, cuya burguesía hizo la revolución contra el feudalismo–, en nuestro país se produjo de una manera distinta, lo que explica su atraso, la diferencia en su desarrollo y la subsistencia del problema nacional, que hoy discutimos. [11]
La ley, que la fuerza impuso, se hizo costumbre sin que en los pueblos que eran enyugados al Estado centralizador desapareciese el sentimiento de su idiosincrasia nacional. Sentimiento que en las condiciones creadas en España continúa vivo y actuante y es portador de una gran fuerza movilizadora y revolucionaria.
¿Se puede continuar aceptando el concepto tradicional reaccionario uniformador impuesto por la violencia a los pueblos y regiones de España por las oligarquías terratenientes, financieras y monopolistas que la dictadura de Franco encarna?
No; no puede aceptarse, porque España es Cataluña, es Euzkadi, es Galicia. España es Aragón, es Navarra, es Castilla, es Asturias y León, es Extremadura y Andalucía, es Valencia, es Murcia y Albacete. Es la España multinacional y multirregional.
Y si el concepto de la España «una» nunca fue aceptado por los pueblos que se sentían oprimidos por el yugo centralizador, hoy la repulsa a ese Estado y a esa situación abarca incluso a fuerzas y clases sociales que en otros tiempos mantenían opiniones distintas.
La dictadura franquista, con la que las tuerzas más obtusas y reaccionarias creían haber asegurado por siglos su dominación sobre unos pueblos capaces de inmolarse defendiendo su derecho a ser libres –por su brutalidad, por su incompetencia, por su cínico aprovechamiento de todas las riquezas nacionales en beneficio de la camarilla gobernante–, ha radicalizado el proceso democrático y descentralizador que hoy sacude hasta los cimientos del régimen.
Y si «París bien vale una misa», como dijo un rey francés no católico, la transformación de nuestra vieja España en una España democrática y progresiva, en la que las nacionalidades y regiones tengan la posibilidad de desarrollarse, bien vale el esfuerzo de la clase obrera, de los campesinos y fuerzas democráticas por lograr esa transformación ... [12]
Nuestra posición
En este orden los comunistas nos pronunciamos por el reconocimiento, sin ninguna limitación y con todas sus consecuencias, del derecho de las nacionalidades a la autodeterminación.
A nadie que conozca, aunque sea parcialmente, la teoría marxista leninista, puede extrañar que sea el Partido Comunista de España el más consecuente defensor del derecho de las nacionalidades a la autodeterminación.
Y ello, no como una posición política propagandística o coyuntural, sino con la firme decisión de luchar por que sean una realidad las aspiraciones nacionales de los pueblos que entran en la composición del Estado español.
Esto no es casual. Es la continuación consecuente, no sólo de la política de la Internacional Comunista, de la Internacional de Lenin, respecto a las nacionalidades, sino de la Primera Internacional, de la Internacional de Marx y Engels.
Oponiéndose a las teorías anarquistas del prudhonismo, que rechazaba la lucha por los derechos nacionales, en nombre de una pretendida revolución social, Marx promovía en un primer plano el principio internacionalista de las naciones, declarando «que no puede ser libre el pueblo que oprime a otros pueblos» ... [13]
Consecuente con este criterio, y desde el punto de vista de los intereses del movimiento revolucionario de los obreros alemanes, Marx exigía, en la revolución de 1848, que la democracia victoriosa en Alemania proclamase y llevase a cabo la liberación de los pueblos oprimidos por los alemanes, como exigía igualmente en 1867 la separación de Irlanda de Inglaterra, añadiendo «aunque después de la separación se llegue a la federación».
Reafirmando las opiniones de Marx respecto al derecho de las nacionalidades a desarrollar su personalidad independiente, la defensa de este derecho constituyó una de las tesis marxistas aprobadas en el Cuarto Congreso de la Internacional Socialista celebrado en Londres en 1896, en la que se decía: «El Congreso se declara favorable a la autonomía de todas las nacionalidades. Expresa su simpatía a los trabajadores de todos los países, que sufren actualmente bajo el yugo del despotismo militar o nacional o de cualquiera otro despotismo.»
De esta tesis, los partidos socialistas de Europa, con excepción de los marxistas rusos, encabezados por Lenin, aceptaban únicamente la llamada autonomía nacional cultural. Sólo después de la revolución socialista de Octubre de 1917, al constituirse –en 1919– la Internacional Comunista, esta tesis, respaldada por las realizaciones soviéticas en la solución del problema nacional, fue incorporada a los programas de aquellos partidos comunistas en cuyos países existía el problema nacional, entre ellos el nuestro, que la mantuvo permanentemente en sus programas, como una premisa revolucionaria de primera categoría, en la lucha por la revolución democrática y por el socialismo. [14]
El reconocimiento del derecho de autodeterminación de los pueblos y naciones, es la piedra angular de la teoría marxista leninista en la cuestión nacional, y a quienes niegan la existencia en España del problema nacional, considerándola como una nación única, quiero recordarles algunas opiniones expresadas por hombres que nada tienen de común con el comunismo acerca de la formación de los pueblos de España.
En un admirable estudio del conocido historiador catalán Bosch y Guimpera, publicado en 1940, y refiriéndose a la situación real de España en orden a la no fusión de los pueblos peninsulares, se dice que:
«Los pueblos que arrancan del proceso secular de las naciones medievales en que cristalizaron, siguen dando a España el carácter de un complejo polinacional, y la constituyen en un haz de naciones que no ha encontrado todavía la fórmula del equilibrio y una organización estabilizada» {(1) «La formación de los pueblos de España», de Bosch y Guimpera.}
La unidad política, administrativa y cultural impuesta desde Madrid, ayer por la monarquía y las oligarquías latifundistas y aristocráticas, y hoy por las oligarquías financieras y monopolistas apoyadas en la dictadura franquista, fue y es una unidad precaria y permanentemente en discusión.
«Si España no es el conjunto de todos sus pueblos –dice Bosch y Guimpera en la ya citada obra–, y no se concibe como algo formado por todos ellos; si no se logra encontrar una estructura en la que ninguno se sienta sometido o disminuido, debiendo marchar a remolque de grupos o pueblos hegemónicos, nada tendría de [15] particular que algunos crean preciso preguntar, antes de llamarse españoles, de qué España se trata.
Porque España no es, ni puede ser, una religión con dogmas impuestos por los que se arrogan su representación y que si no se someten a uno de ellos lleva consigo la excomunión o el dictado de traidor ... España será de todos, o no será ...»
La solución democrática del problema nacional habrá de completarse con una descentralización democrática del Estado, basada en una amplia regionalización indispensable para abordar el hoy gravísimo problema de las desigualdades regionales, que constituyen otro de los serios obstáculos al auténtico desarrollo de España. Se crearán así óptimas condiciones para que la clase obrera y las fuerzas democráticas sean el factor determinante en el desarrollo político y económico de todos los pueblos y regiones de España. Existen problemas muy específicos como los de Navarra, Valencia, Baleares y Canarias a los que habría que dar, en ese marco, una solución que corresponda a los deseos de sus habitantes libremente expresados.
Los comunistas, que hemos sido los más consecuentes defensores de las aspiraciones democráticas de todas las fuerzas sociales de nuestro país –y la actividad y la política del Partido Comunista a todo lo largo de la guerra contra la sublevación franquista lo evidencia–, debemos esforzamos hoy por llevar a la conciencia de la clase obrera y de los campesinos, de la juventud obrera y estudiantil, incluso a las filas del Ejército y demás fuerzas armadas, la convicción de la necesidad de profundos cambios en la estructura centralista del Estado español.
Debemos mostrar que el reconocimiento de los derechos nacionales de Euzkadi, Galicia y Cataluña, no [16] significará la disgregación y la ruina de España, como pretenden los monopolizadores actuales del poder, sino su fortalecimiento y desarrollo industrial, político, económico y cultural.
Es conocido que Cataluña y Euzkadi han sido las primeras en realizar la revolución industrial. Cataluña destacándose en el desarrollo de la industria textil e industrias complementarias, y el País Vasco en el campo de la siderurgia, de las construcciones navales y de la minería.
En este terreno, lo que aparece como una verdad históricamente incontrovertible, es la responsabilidad del Estado centralista español en todo el proceso de la decadencia económica de España. Y cuando, en el siglo XIX, las riquezas mineras sirven de trampolín para el gran salto de la revolución industrial, ¿qué pasa con los yacimientos de cinabrio de Ciudad Real –los más ricos del mundo– que hubieran podido transformar esa zona en una región industrial desarrollando la industria química?
¿Qué pasa en Huelva que con la inmensa riqueza de sus yacimientos cupríferos de Riotinto hubiera podido transformar la Andalucía del Suroeste en un emporio industrial?
¿Qué ocurrió con Jaén, Córdoba, Cartagena y Santander con sus minas de plomo y de cinc?
La respuesta es la condenación más rotunda de las clases dirigentes españolas, de la monarquía y de sus gobiernos.
El Estado centralista español no sólo fue incapaz de fomentar una utilización racional, y en beneficio de todo el país, de las riquezas mineras españolas, lo que hubiera convertido a España en uno de los países industriales más ricos del mundo, sino que entregó esas riquezas a compañías extranjeras, especialmente inglesas y franco-belgas que se las llevaron de España para desarrollar la industria en sus países respectivos. [17]
Como testimonio de estos hechos vergonzosos que continúan pesando sobre la economía y el desarrollo industrial de España, no es ocioso conocer un comentario publicado en la revista de Madrid «El Economista», del 13 de junio de 1970, en el que, lamentándose de las dificultades con que hoy se encuentran para el desarrollo de los planes de producción siderúrgica, se dice lo siguiente:
«España desde los más viejos tiempos del hierro siempre fue famosa en las cuestiones de este mineral. Ya Plinio y Estrabón alababan los minerales de hierro de Somorrostro.
Veinte siglos después, Somorrostro exportaba cada año seis millones de toneladas de sus rubios y de sus campaniles, casi todo a Inglaterra. Ningún historiador moderno habló nunca del papel de nuestros minerales en la revolución industrial inglesa, pero no cabe duda que Bilbao tenía que figurar en esa historia del siglo pasado del carbón, del vapor, del acero del Reino Unido, base de la industrialización de las Islas Británicas. (...)
A la sazón, aquellos minerales de hierro, vendidos a precios tan baratos, nos hicieron falta en cuanto en nuestra siderurgia se tallan proyectos de 10 millones de toneladas de acero de producción anual, para cuyo alcance se necesitarán muy cerca de 20 millones de toneladas de mineral, de las que apenas si a la sazón producimos una cuarta parte. Por ello a la hora actual todo son prisas para escarbar en nuestras zonas ferruginosas en todas las cuales ya existió la mina de hierro.»
La declaración es sangrante. Pero calla lo más sustancial: la responsabilidad de quienes hicieron [18] almoneda de las riquezas mineras españolas, y de la sangre y de las vidas de mineros vascos y españoles con que se amasó la riqueza industrial de Inglaterra.
Volviendo a lo que es objeto fundamental de mi intervención, preciso es destacar que la lucha por el derecho de libre determinación de los pueblos de nuestro país, que ayer tenía un carácter en cierto modo limitado, adquiere hoy nuevas magnitudes.
Es, como ya he señalado, toda la estructura del Estado español lo que está en discusión; y ningún grupo político de algún prestigio puede rehuir este planteamiento si de verdad pretende hallar audiencia entre las fuerzas populares más activas y decididas de nuestro país.
El franquismo ha llevado las contradicciones en el seno de la sociedad a tal extremo, que incluso sectores políticos que ayer fueron sus partidarios, hoy están en la oposición y consideran que sólo con la desaparición de la dictadura y el establecimiento de un régimen democrático en el que puedan actuar todas las fuerzas políticas, podrán resolverse los problemas políticos y económicos que el franquismo no sólo no ha resuelto sino que ha agravado.
Y a quienes, creyendo colocarnos en situación incómoda, preguntan entre dientes y mordiendo las palabras: ¿qué entienden los comunistas por derecho de libre determinación?, la respuesta es clara y concluyente: El derecho de libre determinación significa el derecho de Euzkadi, Cataluña y Galicia a formar parte del Estado español o a separarse de éste y constituir Estados nacionales independientes.
Defender el derecho de las nacionalidades a la libre autodeterminación no supone en absoluto la obligación de separarse. Los comunistas hemos considerado siempre esta cuestión, como subordinada a la utilidad de ella y en relación con los intereses de las fuerzas fundamentales: La clase obrera, los campesinos [19] y demás fuerzas populares frente a las oligarquías financieras, monopolistas y latifundistas y los gobiernos representativos de éstas.
Al plantear hoy el problema nacional como un problema de lucha por la libertad y la democracia, no está de más recordar que una de las motivaciones con que Franco justificaba su levantamiento contra la República era el Estatuto catalán, pues todavía no había sido aprobado el Estatuto vasco, considerando como la antiespaña a quienes defendían el derecho de Cataluña, de Euzkadi y Galicia a la autodeterminación.
Eramos la antiespaña quienes luchábamos por la libertad y el progreso de los pueblos de nuestra patria. Y eso nos lo decían quienes se servían de los ejércitos fascistas extranjeros contra el pueblo español, y de la aviación hitleriana para destruir las ciudades españolas; nos lo decían quienes ceden hoy, por un puñado de dólares, trozos de territorio español al imperialismo yanqui para establecer sobre ellos bases militares que constituyen una mediatización de la soberanía española y una permanente amenaza contra nuestro pueblo y nuestra patria ...
El discurrir de los años y de los acontecimientos ha demostrado, de manera incontestable, dónde estaba la antiespaña y quiénes eran los verdaderos defensores de España.
Hoy, la hostilidad y el odio del pueblo contra el régimen del general Franco se expresa abiertamente en las luchas de cada día de los obreros, de los campesinos, de la juventud obrera y estudiantil; del movimiento nacional de Cataluña, Euzkadi y Galicia; en el alejamiento del régimen de sectores de la burguesía y en la actitud de una parte de la Iglesia que abiertamente se separa del mismo, e incluso en sectores del Ejército y fuerzas armadas. [20]
En esta situación el franquismo busca el apoyo de los Estados Unidos, interesados en mantener sus bases militares en España y la flota americana en el Mediterráneo como un medio de presión y de amenaza sobre la clase obrera y sobre las fuerzas democráticas.
Luchar hoy contra las bases americanas, es luchar contra la dictadura franquista; y luchar contra la dictadura franquista y por la democratización de España, es luchar contra el imperialismo norteamericano, contra el bandidismo yanqui, que arrasa los pueblos de Indochina y que no vacilaría en hacer lo mismo con nuestro país. [21]
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Última edición por pedrocasca el Jue Sep 13, 2012 7:38 pm, editado 1 vez