MOVILIZÁNDONOS CONTRA LA VIOLENCIA SEXISTA
La violencia contra las mujeres, tanto en Euskal Herria como en otras partes del
mundo, sigue siendo un problema social, político y cultural de primer orden.
Es un problema que se determina por la existencia de relaciones de poder entre los
géneros y es resultado de relaciones de opresión de los hombres sobre las mujeres.
Esta violencia tiene como consecuencia la obstaculización del ejercicio de la
ciudadanía de las mujeres y el control sobre nuestros cuerpos.
La violencia contra las mujeres no tiene límites, es estructural, tiene muy
distintas formas y espacios en las que se expresa, estando presente en todo el
engranaje social, político, cultural, jurídico e ideológico. Es necesario enumerar
expresiones claras y a veces no tan caras de violencia ejercida contra nosotras por
el mero hecho de ser mujeres, ya que la focalización exclusiva en los casos de
hiperviolencia dentro de las relaciones de pareja, deja en la sombra otras violencias
contra las mujeres:
La violencia sexual; la psicológica; los malos tratos y torturas tantas veces
denunciados por detenidas en comisarías y cuartelillos; las agresiones que soportan
las mujeres inmigrantes y que no pueden denunciar por falta de acceso a la
justicia; la infravalorizacion de las mujeres; los jefes o compañeros que acosan a
trabajadoras y las chantajean descaradamente; los jueces y fiscales que acusan a
las agredidas de provocadoras para justificar las conductas de violencia; las
asalariadas que reciben sueldos inferiores a los de los hombres y son relegadas a
los trabajos peores; los millones de horas de trabajos de cuidados y reproductivos
que no son reconocidos económica ni socialmente, ni llevan aparejados derechos
sociales; los novios, parejas o amantes que controlan a “sus” mujeres a través de
los móviles, o de la forma de vestir o de comportarse y relacionarse; los y las
millones de jóvenes que reciben una educación en la que se omite de forma
sistemática el legado de las mujeres en la historia y en las luchas y
reivindicaciones, de la misma forma que aprehenden desde las aulas los roles
“políticamente correctos” de los sexos y de los géneros; la eliminación de la
violencia contra las mujeres que no está dentro del quehacer político de las
instituciones ni éstas asignan recursos suficientes para luchar contra ella; los miles
de mujeres que reciben el estatus de “sin papeles” para que no puedan ser
contratadas legalmente, o asistidas, o puedan presentar denuncias; la imagen de
las mujeres en los medios de comunicación que transmiten la consideración de un
objeto consumible por su apariencia estética al gusto de los apetitos masculinos… Y
la lista sigue…
Si tratamos la violencia machista de forma aislada y única se fortalece un
pensamiento social común sobre el maltratador completamente sesgado,
representándolo como casos especiales y concretos, justificados más fácilmente
(alcohol, locura, etc.) e invisibiliza el sistema de opresión heteropatriarcal
como causa principal.
La heteronorma es parte de la imposición del patriarcado y romperla supone
marginación y castigo social. El binomio hombre-mujer, y la relación naturalizada
sexo-género-sexualidad son imperativos del sistema patriarcal; por lo que cuando
nuestros deseos y cuerpos se sitúan fuera de la heteronorma y no entramos en los
moldes de la feminidad establecida, bien por exceso (son las denominadas
busconas, calentonas, putas, etc.) o bien por defecto (marimachos, tortilleras, etc)
hace que el castigo se represente de múltiples formas.
Así mismo, el no poseer “el privilegio” de estar protegida por la representación
del hombre, ya sea hermano, novio, marido, padre, nos hace ante sus ojos
vulnerables, y convierte nuestros cuerpos y deseos en territorio colonizable.
Para eliminar de raíz la violencia sexista que describimos, más allá de las medidas
penalizadoras policiales y judiciales, desde nuestros grupos y organizaciones
impulsamos:
• Autodefensa feminista: Entendida como un modo de actuar frente a la
violencia contra las mujeres, individual y colectivamente, y como forma de
empoderamiento, lejos de la victimización permanente de que hacen gala las
leyes denominadas “protectoras”.
• Solidaridad entre las mujeres: Cuando agreden a una mujer nos agreden
a todas. La respuesta colectiva desde el movimiento feminista explica y
enfrenta los casos aislados de violencia, que entonces se tornan grupales, de
género, de solidaridad y sororidad, y encuentran una explicación y una
salida en nuestra lucha.
• Ocupación de la calle. Y es que la calle también es nuestra. La ocupación
de todos los espacios por parte de las mujeres se nos impone. En cualquier
lugar, a cualquier hora, de cualquier forma, en todos los medios y en todos
los espacios, nosotras reclamamos el derecho a movernos libremente.
• Prioridad en la prevención de la violencia: Solo desde una educación
pública, laica, de calidad, no sexista, integral, podemos volver a recrear el
imaginario de las mujeres fuera de los roles de género y enfrentar así al
patriarcado. Aquí los medios de comunicación también tienen un papel clave
ya que una explicación de la violencia sexista no pasa, por los programas
morbo ni las apariciones de mujeres victimizadas e indefensas con la imagen
de suplicar ayudas al todopoderoso Estado. Trabajamos por alterar estos
modelos de comunicación que ayudan a perpetuar el rol tradicional
inferiorizado de las mujeres y con ello siembran el camino hacia las
agresiones sexistas.
• Nuevos valores y modelos. La violencia sexista en las relaciones de
pareja, cuando deriva en lesiones graves y asesinatos, ocupan el máximum
de las preocupaciones de nuestros gobernantes y sus aparatos. En la base
de estas agresiones está la institucionalización de la familia patriarcal y su
consagración y elevación a los altares por la Iglesia Católica. Una denuncia
constante de sus concepciones, creencias y supercherías está en el centro
de nuestras reivindicaciones, que plantean unas relaciones entre personas
libres y ajenas a la normativa heterosexual impuesta para mayor gloria de la
familia y la descendencia.
• Las instituciones tienen su papel en la lucha contra la violencia.
Exigimos medidas de calidad y recursos suficientes que mejoren las
condiciones de vida de las mujeres y, especialmente, que pongan medidas
paliativas importantes para los casos de agresiones sexistas, además de las
imprescindibles medidas preventivas antes descritas.
Ante esta situación de violencia pertinaz contra las mujeres queremos destacar
tres ideas que recorren nuestro pensamiento:
Las agresiones sexistas no son casos aislados de situaciones o desgracias
personales. Insistimos en la responsabilidad colectiva de ofrecer una
respuesta integral y movilizadora, y, especialmente, desde el movimiento
feminista.
Las mujeres, individual y colectivamente, tenemos capacidad para
defendernos y para contestar a las agresiones y a la violencia sexista, nos
queremos sentir libres en la calle, en el espacio público y en el privado.
La situación es muy grave y exige respuestas inmediatas, pero no por ello
menos profundas ni radicales. Exigimos nada menos, que cambios
estructurales que alteren de forma absoluta las relaciones de poder entre los
sexos, lo que sin duda lleva aparejado un cambio en el modelo político,
económico e ideológico.
Euskal herriko mugimendu feminista. Abenduak 17rako testua
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La violencia contra las mujeres, tanto en Euskal Herria como en otras partes del
mundo, sigue siendo un problema social, político y cultural de primer orden.
Es un problema que se determina por la existencia de relaciones de poder entre los
géneros y es resultado de relaciones de opresión de los hombres sobre las mujeres.
Esta violencia tiene como consecuencia la obstaculización del ejercicio de la
ciudadanía de las mujeres y el control sobre nuestros cuerpos.
La violencia contra las mujeres no tiene límites, es estructural, tiene muy
distintas formas y espacios en las que se expresa, estando presente en todo el
engranaje social, político, cultural, jurídico e ideológico. Es necesario enumerar
expresiones claras y a veces no tan caras de violencia ejercida contra nosotras por
el mero hecho de ser mujeres, ya que la focalización exclusiva en los casos de
hiperviolencia dentro de las relaciones de pareja, deja en la sombra otras violencias
contra las mujeres:
La violencia sexual; la psicológica; los malos tratos y torturas tantas veces
denunciados por detenidas en comisarías y cuartelillos; las agresiones que soportan
las mujeres inmigrantes y que no pueden denunciar por falta de acceso a la
justicia; la infravalorizacion de las mujeres; los jefes o compañeros que acosan a
trabajadoras y las chantajean descaradamente; los jueces y fiscales que acusan a
las agredidas de provocadoras para justificar las conductas de violencia; las
asalariadas que reciben sueldos inferiores a los de los hombres y son relegadas a
los trabajos peores; los millones de horas de trabajos de cuidados y reproductivos
que no son reconocidos económica ni socialmente, ni llevan aparejados derechos
sociales; los novios, parejas o amantes que controlan a “sus” mujeres a través de
los móviles, o de la forma de vestir o de comportarse y relacionarse; los y las
millones de jóvenes que reciben una educación en la que se omite de forma
sistemática el legado de las mujeres en la historia y en las luchas y
reivindicaciones, de la misma forma que aprehenden desde las aulas los roles
“políticamente correctos” de los sexos y de los géneros; la eliminación de la
violencia contra las mujeres que no está dentro del quehacer político de las
instituciones ni éstas asignan recursos suficientes para luchar contra ella; los miles
de mujeres que reciben el estatus de “sin papeles” para que no puedan ser
contratadas legalmente, o asistidas, o puedan presentar denuncias; la imagen de
las mujeres en los medios de comunicación que transmiten la consideración de un
objeto consumible por su apariencia estética al gusto de los apetitos masculinos… Y
la lista sigue…
Si tratamos la violencia machista de forma aislada y única se fortalece un
pensamiento social común sobre el maltratador completamente sesgado,
representándolo como casos especiales y concretos, justificados más fácilmente
(alcohol, locura, etc.) e invisibiliza el sistema de opresión heteropatriarcal
como causa principal.
La heteronorma es parte de la imposición del patriarcado y romperla supone
marginación y castigo social. El binomio hombre-mujer, y la relación naturalizada
sexo-género-sexualidad son imperativos del sistema patriarcal; por lo que cuando
nuestros deseos y cuerpos se sitúan fuera de la heteronorma y no entramos en los
moldes de la feminidad establecida, bien por exceso (son las denominadas
busconas, calentonas, putas, etc.) o bien por defecto (marimachos, tortilleras, etc)
hace que el castigo se represente de múltiples formas.
Así mismo, el no poseer “el privilegio” de estar protegida por la representación
del hombre, ya sea hermano, novio, marido, padre, nos hace ante sus ojos
vulnerables, y convierte nuestros cuerpos y deseos en territorio colonizable.
Para eliminar de raíz la violencia sexista que describimos, más allá de las medidas
penalizadoras policiales y judiciales, desde nuestros grupos y organizaciones
impulsamos:
• Autodefensa feminista: Entendida como un modo de actuar frente a la
violencia contra las mujeres, individual y colectivamente, y como forma de
empoderamiento, lejos de la victimización permanente de que hacen gala las
leyes denominadas “protectoras”.
• Solidaridad entre las mujeres: Cuando agreden a una mujer nos agreden
a todas. La respuesta colectiva desde el movimiento feminista explica y
enfrenta los casos aislados de violencia, que entonces se tornan grupales, de
género, de solidaridad y sororidad, y encuentran una explicación y una
salida en nuestra lucha.
• Ocupación de la calle. Y es que la calle también es nuestra. La ocupación
de todos los espacios por parte de las mujeres se nos impone. En cualquier
lugar, a cualquier hora, de cualquier forma, en todos los medios y en todos
los espacios, nosotras reclamamos el derecho a movernos libremente.
• Prioridad en la prevención de la violencia: Solo desde una educación
pública, laica, de calidad, no sexista, integral, podemos volver a recrear el
imaginario de las mujeres fuera de los roles de género y enfrentar así al
patriarcado. Aquí los medios de comunicación también tienen un papel clave
ya que una explicación de la violencia sexista no pasa, por los programas
morbo ni las apariciones de mujeres victimizadas e indefensas con la imagen
de suplicar ayudas al todopoderoso Estado. Trabajamos por alterar estos
modelos de comunicación que ayudan a perpetuar el rol tradicional
inferiorizado de las mujeres y con ello siembran el camino hacia las
agresiones sexistas.
• Nuevos valores y modelos. La violencia sexista en las relaciones de
pareja, cuando deriva en lesiones graves y asesinatos, ocupan el máximum
de las preocupaciones de nuestros gobernantes y sus aparatos. En la base
de estas agresiones está la institucionalización de la familia patriarcal y su
consagración y elevación a los altares por la Iglesia Católica. Una denuncia
constante de sus concepciones, creencias y supercherías está en el centro
de nuestras reivindicaciones, que plantean unas relaciones entre personas
libres y ajenas a la normativa heterosexual impuesta para mayor gloria de la
familia y la descendencia.
• Las instituciones tienen su papel en la lucha contra la violencia.
Exigimos medidas de calidad y recursos suficientes que mejoren las
condiciones de vida de las mujeres y, especialmente, que pongan medidas
paliativas importantes para los casos de agresiones sexistas, además de las
imprescindibles medidas preventivas antes descritas.
Ante esta situación de violencia pertinaz contra las mujeres queremos destacar
tres ideas que recorren nuestro pensamiento:
Las agresiones sexistas no son casos aislados de situaciones o desgracias
personales. Insistimos en la responsabilidad colectiva de ofrecer una
respuesta integral y movilizadora, y, especialmente, desde el movimiento
feminista.
Las mujeres, individual y colectivamente, tenemos capacidad para
defendernos y para contestar a las agresiones y a la violencia sexista, nos
queremos sentir libres en la calle, en el espacio público y en el privado.
La situación es muy grave y exige respuestas inmediatas, pero no por ello
menos profundas ni radicales. Exigimos nada menos, que cambios
estructurales que alteren de forma absoluta las relaciones de poder entre los
sexos, lo que sin duda lleva aparejado un cambio en el modelo político,
económico e ideológico.
Euskal herriko mugimendu feminista. Abenduak 17rako testua
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